Deseo y brujería de Léa Mysius La película francesa participó en la Quincena de los Realizadores de Cannes y cuenta con una trama fantástica impulsada por la imaginación de una niña. La directora y guionista Léa Mysius, junto a Paul Guilhaume, presenta saltos en el tiempo narrativo y poderes extraños relacionados con el olfato. La trama se desarrolla en el gimnasio "Los cinco diablos", donde Joanne (Adèle Exarchopoulos), la madre de Vicky (Sally Dramé), imparte clases de natación y aquagym. La imagen de ella y su esposo Jimmie (Moustapha Mbengue) está en la pared de la piscina, y una mujer con media cara quemada (interpretada por Daphne Patakia) limpia el vestuario. La historia se cuenta desde la perspectiva de Vicky, una niña de pelo afro con un sentido del olfato exagerado. Puede identificar a personas y objetos a distancia y crear maldiciones con su imaginación. Rotula frascos con nombres como "Mamá 1" y "Mamá 2". Cuando llega su tía Julia (Swala Emati), reaviva un deseo del pasado con su madre en un triángulo amoroso. Vicky experimenta desmayos que la llevan al pasado, permitiendo al espectador recuperar los acontecimientos en un ingenioso juego de información. La película no es un policial, sino una exploración de los deseos y frustraciones de una niña cuya madre se aleja al comportarse de manera infantil. La trama se convierte en un thriller queer. Los cinco diablos (Les cinq diables, 2022) tiene un atractivo visual hipnótico, con colores cálidos que contrastan con el paisaje invernal. La pasión y el deseo sexual se contraponen a la violencia del bullying y la distancia entre los padres. La película presenta situaciones que marcan el ritmo de la historia. La rutina de Vicky con su madre en la piscina, el lago y la escuela cambia gracias a sus "hechizos", que expresan sus deseos infantiles. Los cinco diablos es una propuesta lúdica y extraña con un atractivo visual que invita al espectador a un viaje por el poder de la imaginación.
Elizabeth Banks hace de la noticia un divertido slasher “Oso intoxicado” es tan disparatada como la noticia que le dio origen. Una serie de personajes al límite se enfrentan al animal y su violento síndrome de abstinencia. En 1985, un oso comió una bolsa de cocaína que había sido arrojada por un cartel de drogas colombiano en un bosque de Georgia, Estados Unidos. La noticia dio la vuelta al mundo y provocó innumerables chistes. De esos chistes surge Oso intoxicado (Cocaine Bear, 2022). En un parque nacional, varios paquetes de cocaína son arrojados desde un avión con desperfectos. Un enorme e indefenso oso negro come uno de esos paquetes y su ansiedad por conseguir más de la sustancia lo convierte en un peligro para los humanos. Pero estamos en la década de los ochenta, suenan los hits y reina el desinterés por el prójimo. En ese contexto, varios personajes extravagantes lidian con el oso drogado. La actriz devenida directora Elizabeth Banks comprende perfectamente el tipo de película que quiere contar. El guión de Jimmy Warden sigue esa senda, con un humor descontracturado y sin pretensiones, nunca intenta tomarse en serio y muestra mucha pasión por la historia delirante que siempre debe estar un paso adelante de la alocada anécdota. Por eso, el oso corre y salta por los aires, mientras los personajes fracasan con gracia en una especie de estado alucinógeno constante. Los protagonistas son varios: un grupo de preadolescentes perdidos en el parque, buscados por la madre de la niña (interpretada por Keri Russell), dos empleados del cartel en busca de los paquetes perdidos, la peculiar guardia del parque que no tiene problemas en empuñar el arma, un grupo de adolescentes drogones, un policía y la conexión estadounidense con los colombianos (Ray Liotta, en su última y gran aparición en pantalla). Se puede esperar cualquier acción desmesurada e irracional de este grupo de personas, tan dementes como el oso en la década de los excesos representada por el film. Con estos ingredientes, Oso intoxicado es una divertida propuesta que funciona gracias a su espíritu desprejuiciado y a su humor delirante. La escena de la ambulancia, que combina una persecución coreográfica con el mejor slasher, es la síntesis perfecta de una película que, si bien no puede mantener este nivel de locura durante toda su duración, entrega un producto tan entretenido como políticamente incorrecto.
Leonardo Sbaraglia y Julieta Díaz en una película que naufraga La película, que transcurre en su mayoría a bordo de un velero de lujo, está dirigida por Luciano Podcaminsky y escrita por Alex Kahanoff, Andrea Marra, Sebastián Rotstein y Silvina Ganger. Asfixiados (2023) se sitúa a medio camino entre el drama existencial burgués y la comedia romántica pasatista hecha para plataformas. No logra alcanzar ni la profundidad intelectual de la primera ni el ritmo y la diversión de la segunda. El problema principal radica en que no se define claramente qué tipo de historia se quiere contar ni con qué tono hacerlo. La trama sigue a Nacho (interpretado por Leonardo Sbaraglia) y Lucía (Julieta Díaz), una pareja de empresarios argentinos que se embarcan en un viaje en velero en el que se presentan todas las tensiones de su matrimonio tras 24 años juntos. El punto de partida es una noticia que Lucía tiene que dar y sabe que Nacho no recibirá bien. Ramiro (Marco Antonio Caponi), amigo de Nacho, y Cleo (Zoe Hochbaum), su nueva y exótica novia, también se unen al viaje, y funcionan como contrapunto a la pareja protagonista. La estructura narrativa de la película traslada la crisis matrimonial al medio del mar, presentando el viaje en barco como metáfora de la relación. La idea es interesante y efectiva, tal como lo hizo Titanic (1997) con la historia de amor imposible. ¿Por qué no podía hacerse algo similar con el relato de reencuentro amoroso de una pareja? El problema es que Asfixiados no decide por cuál terreno transitar. Aunque la comedia romántica con una cuota de drama es un género recurrente para el público local y atractivo para las plataformas (la producción cuenta con el apoyo de Star+), el film hace hincapié en los problemas profesionales, económicos y existenciales de la pareja. Él es un productor exitoso que apuesta todo por una serie con Natalia Oreiro (quien aparece brevemente), mientras que ella está cansada de dirigir su propio restaurante. Estas problemáticas tienden más hacia el drama asfixiante de un film de Antonioni o las argentinas S.O.S. Ex (Andrés Tamborino, 2008) o El pampero (Matías Lucchesi, 2017); que hacia la comedia de enredos que intenta ser, con secretos que se revelan y catarsis de los personajes. El tono elegido no proporciona el marco adecuado para desarrollar efectivamente ninguno de los dos géneros, dejando a esta producción atípica (que presenta puestas de sol publicitarias como si estuviera filmada en Capri) en un divague narrativo constante, como el velero en el océano.
Martín Desalvo narra un secreto familiar con tintes de género La película filmada en la selva misionera, es una adaptación libre del cuento “El hijo” de Horacio Quiroga. Hija (2023) comparte escenario con el anterior film de Desalvo El silencio del cazador (2019) con el monte funcionando de manera mística en el relato. Se trata de una cruza de géneros entre el drama familiar y el thriller policial. Juana (Jazmin Esquivel) es una adolescente que ayuda a su padre alcohólico en la producción de carbón, una tarea idónea de la zona que se describe con espíritu documental. La madre ausente es el gran misterio de la película, Juana empieza a sospechar de la versión oficial de suicidio y tensa la relación con su padre en busca de explicaciones. La fuerza enérgica del monte ayuda a recomponer los sucesos del pasado y revelar la verdad. El cuento de Quiroga es modificado al ser, en este caso, una chica adolescente la protagonista y quien mantiene la tensa relación con su progenitor. Este cambio le da al film una mirada femenina sobre el rústico trabajo en el campo. Ella está en plena búsqueda de identidad y por ende la información sobre su pasado resulta vital para constituirse. Esa experimentación adolescente, propia de la edad, es recreada por el film desde la experimentación formal. Imágenes que rozan lo onírico y muestran el poder místico de la selva que marcan las transformaciones internas de la protagonista. Un trabajo sensorial para expresar emociones abstractas. Sin embargo, de ningún modo Hija olvida su estructura genérica, el misterio acerca de la muerte materna es el motor del relato y todas las líneas argumentales conducen hacia esa dirección mediante una narración fluida. Desalvo maneja muy bien la tensión dramática y mantiene al espectador en vilo hasta la revelación final.
Terror y fanatismo religioso de Daniel de la Vega El director de “Al tercer día” se mete de lleno en una historia de fanatismos religiosos que trae lo mejor de este género a escena. Presentada en el festival de cine de Mar del Plata, El último hereje (2022) sigue todos los tópicos de este subgénero del cine de terror que tiene una larga tradición en la pantalla internacional. Desde El bebé de Rosemary (Rosemary's Baby, Roman Polanski, 1968) hasta la saga de El conjuro (The conjuring, James Wan), lo sobrenatural se presenta ante un personaje descreído y falto de fe que, en un momento determinado, queda tan anonadado por las circunstancias como el espectador. El descreído aquí es Juan Conte (Germán Palacios), un escritor de libros que profesa el ateísmo y tiene el libro “La muerte de Dios” de Nietzsche en un lugar privilegiado de su biblioteca. Un mal día sufre un infarto y es sometido a una operación de corazón que le salva la vida pero, a la vez, lo condena a un derrotero espiritual muy particular. Daniel de la Vega disfruta del terror fantástico en todas sus dimensiones. Las tramas y subtramas de sus films parecen una excusa para desplegar su ingenio visual para la puesta de escena y creación de imágenes surreales. En ese tour de force demencial, sus protagonistas, sea Germán Palacios o Luis Machín (Necrofobia) o Osmar Núñez (Punto muerto) o Julieta Cardinale (Ataúd Blanco), parten de la cordura en un viaje sin escalas a la locura siempre impactados por una revelación final. Y aquí esa revelación es sublime. El último hereje sigue todas estas lógicas narrativas para zambullir al espectador en un descenso a los infiernos muy singular, con una gran actuación de Victoria Almeida que se transforma para la ocasión.
Muchas películas tratan sobre el despertar sexual en la adolescencia, pero muy pocas hablan de la fuerte censura social que recae sobre los jóvenes y los obliga a reprimir cualquier actitud de ternura y sensibilidad. Este proceso de deshumanización es retratado con gran habilidad en Close (2022). Léo (interpretado por Eden Dambrine) y Rémi (interpretado por Gustav De Waele) son dos inseparables amigos de 13 años que pasan sus días jugando en el campo de sus padres y compartiendo todas las actividades que realizan. Sin embargo, al comenzar el colegio, sus compañeros los tildan de homosexuales por ser muy cariñosos el uno con el otro. Leo, sorprendido por la acusación y con intenciones de ser aceptado por el grupo escolar, se distancia de su amigo. La censura social se convierte en autocensura para Leo, quien toma distancia de su mejor y único amigo, Rémi. Sin embargo, Rémi no tiene la misma fortaleza y reacciona de la peor forma posible. Ante esta situación, Leo es invadido por la culpa y obligado a crecer de golpe. Este golpe emocional terrible es difícil de procesar mientras continúa con su vida diaria de manera errática. De esta manera, el entrenamiento de hockey sobre hielo de Leo cumple una función narrativa y expresiva. Detrás de la vestimenta y los acrílicos que lo separan del público observador, Leo es fuerte, seguro de sí mismo y autosuficiente. Frío como el clima en el estadio, recibe los golpes del juego y soporta la presión del entrenador y sus compañeros. El trabajo en el campo y la relación con su hermano mayor funcionan de manera similar: son la aceptación del fin de la felicidad. El film de Lukas Dhont sigue la forma audiovisual de los hermanos Dardenne, con una cámara en mano muy cerca de los personajes, observándolos y destacando detalles de sus gestos y miradas, que dicen mucho más que las palabras. Sin juzgar nunca a los personajes, entendemos sus emociones a flor de piel por sus actitudes humanas. El golpe bajo queda fuera de campo y la sensibilidad está en primer plano. Es importante destacar que se trata de una producción belga. Los problemas y la manera de resolverlos siguen protocolos específicos que el film reproduce. Lo vemos en la escuela cuando activan mecanismos de "contención" para los estudiantes que, lejos de ayudar, profundizan el dolor de Léo. Con estas cualidades, Close arma un relato de pequeñas situaciones que tiene la capacidad de lograr grandes emociones.
Presentada en el festival de cine de Mar del Plata, Legítima defensa (2021) es un policial negro argentino que se inscribe en la mejor tradición nórdica del género. La película contiene ante todo una estética opresiva que marca el tono y atmósfera del relato. El protagonista es el fiscal Eduardo Pastore (Alfonso Tort) quien deja a su hija adolescente (Sofía Saborido) para trasladarse a Morante, el pueblo de su infancia, donde ocurrieron unas extrañas muertes ( los cuerpos aparecen con sangre pero sin heridas). En el lugar se reencuentra con Ramiro (Javier Drolas), ahora comisario, y su mujer Paula (Violeta Urtizberea). El pasado regresa de manera tan oscura como la trama de crimen que se revela. Como si se tratara de la serie escandinava Sorjonen (Bordertown), el film está más interesado en mostrar el viaje interior del protagonista y en cómo la investigación repercute en él, que en secuencias de acción resolutivas. Su relación con su hija será clave para transformar su nostálgico pasado en un presente de mayor luminosidad. Estamos ante un policial expresivo desde la puesta en escena, que convierte en claustrofóbicos hasta los espacios exteriores. En ese trabajo la dirección de fotografía de Guillermo Saposnik es notable, anulando los colores cálidos por otros fríos y generando cierta bruma espesa en el ambiente que se traslada a la investigación. Los agrotóxicos funcionan de contexto para la película. Son la causa del mal en la zona pero también el síntoma de la enfermedad física y moral que atañe a los personajes. En ese entramado turbio de connotaciones siniestras relacionados a los grupos de poder, el protagonista debe depurar sus culpas personales para limpiar su alma. Legítima defensa resulta atractiva por su singularidad y espesor dramático. Es un film expresivo de climas y sensaciones, que invita a sumergirse en su espesa propuesta para identificarse con su agobiado protagonista.
Thriller psicológico con Darío Grandinetti y Débora Falabella Dividida en capítulos como si se tratara de un libro, el film de Fernando Fraiha presenta un relato sobre el proceso de la creación artística y la perversión del poder. Esta coproducción argentina brasilera presenta una premisa que deambula entre El resplandor (The Shining, 1980) y la serie Nine Perfect Strangers (2021). Filmada en Ushuaia y con el proceso creativo del novelista en el centro de la escena, La residencia (Bem-Vinda Violeta, 2022) es solvente y efectiva como ejercicio de género. La protagonista es Ana (la brasileña Débora Falabella de la telenovela Avenida Brasil) quien llega “al fin del mundo”. Una cabaña aislada en las frías montañas de Ushuaia comandadas por el excéntrico líder Holden (Darío Grandinetti), un escritor de métodos poco ortodoxos a la hora de explotar el potencial artístico de sus discípulos. Distintos futuros novelistas recurren al encierro y son manipulados por Holden con directivas que van desde la inspiración natural hasta la humillación más absoluta. La película explora los límites del poder y de la búsqueda de la creación artística. La perversión, la invasión de la privacidad, la manipulación hasta el abuso por parte de Holden, son soportados por los aspirantes a escritores que se someten a tales prácticas que llegan a límites pesadillescos. Holden se mete en sus cabezas al punto de que ellos no puedan distinguir sus personalidades de las de sus personajes. Así, realidad y fantasía se fusionan de la peor manera posible con la excusa de escribir un mejor libro. La residencia cuenta con una premisa potente y atractiva aunque no del todo original. Varias producciones llevan las conductas humanas al límite en un espacio de encierro. Peleas por la supervivencia entre pares, por destacarse del resto, ya fueron contadas por El método (2005) y La cabeza de la araña (Spiderhead, 2022) por sumar solo un par a las mencionadas anteriormente. Sin embargo, si tenemos en cuenta que la producción fue filmada en pandemia y con recursos mínimos, podemos destacar la aplicación de recursos cinematográficos para lograr la tensión requerida. Fernando Fraiha sabe cuando inclinar la cámara para generar un punto de vista extraño para indicar que la realidad se está distorsionando, o cómo aprovechar los escenarios naturales alrededor de la cabaña (las montañas nevadas, el mar) para contextualizar el aislamiento. La residencia es un buen ejercicio de género, produce la tensión requerida con su relato y lleva su premisa al extremo gracias a la performance de Débora Falabella, quien expone toda su fragilidad en pantalla, mientras que Darío Grandinetti sigue demostrando que los villanos (Rojo, Un crimen argentino) le sientan muy bien.
Las momias y el anillo perdido (Momias, 2023) cumple con todos y cada uno de los ítems que las animaciones para niños deben tener: Personajes carismáticos, la noción de familia, un personaje gracioso (el cocodrilo) y un villano que presenta un conflicto acorde a problemáticas de coyuntura (el robo de piezas arqueológicas de Egipto por parte de museos británicos). Por supuesto presenta al antiguo Egipto desde una mirada occidental, con todo el universo pop de contexto. En realidad se trata de una ciudad de momias que datan del imperio Egipcio. En ese colorido mundo de antaño Nefer quiere ser cantante en clave Rihanna, Thut es un famoso corredor de carruajes (estilo Ben-Hur) que no quiere casarse pero el destino, por mandato del Faraón, los une en matrimonio. Para consumar la unión necesitan de un anillo especial robado por Lord Silvester Carnaby, representante del museo Carnaby, quien se lo lleva al mundo de los vivos. Los protagonistas deben hacer un viaje desde las entrañas de la tierra en la que habitan -inframundo para el film- hasta el Londres actual para recuperar la reliquia. Resulta interesante que una película dirigida para el público infantil pongo en escena el hurto de patrimonio histórico por parte de países imperialistas, que exhibieron reliquias de Egipto y Grecia (por citar sólo dos civilizaciones milenarias), en sus vitrinas por años. En la película el coleccionista inglés es decididamente el malo del relato para subrayar la gravedad del acto. Con esta dinámica Las momias y el anillo perdido presenta una divertida y efectiva propuesta para toda la familia dirigida por Juan Jesús García Galocha, director artístico de Tadeo: el explorador perdido (2012).
Crítica de “Imperio de luz”, Sam Mendes y una historia de emociones prohibidas El director de “1917” se remonta a la década del 80 para narrar una sensible historia de amor protagonizada por Olivia Colman, que transcurre en un legendario cine de la costa inglesa. Imperio de luz (Empire of light, 2022) nos ubica en un cine pero no para hablar de lo que pasa dentro de la sala sino alrededor de ella, entre los empleados del comercio. La protagonista es Hilary Small (Olivia Colman), la gerenta del lugar y vendedora de las entradas. Una mujer de mediana edad, solitaria y melancólica por un pasado que desconocemos. El dueño del cine es el Sr. Ellis (Colin Firth), con quien ella mantiene encuentros secretos, mientras que el proyectorista es Norman (Toby Jones), una suerte de sabio consejero que cuenta con un conocimiento superior, quizás por tener acceso a la magia del cine. La historia comienza cuando llega Stephen (Micheal Ward), un apuesto nuevo empleado negro. Ambos se atraen por ser rechazados socialmente, ella por ser una mujer soltera y despechada, y él, por su color de piel en un momento reaccionario de su país. Los dos se encuentran en la azotea del legendario cine en el que trabajan, un espacio abandonado que cobra suma importancia para la película. La terraza es el lugar de lo prohibido, de los secretos, del permiso para el deseo, para el goce. Allí donde nadie ve, todo puede hacerse y disfrutarse. Un mirador al océano o a los fuegos artificiales que brillan en el aire. Sam Mendes hace una película políticamente correcta con todos los “requisitos” para ser considerada en la temporada de premios. Pone a la mujer y a los negros como víctima de una sociedad hipócrita y reaccionaria, que los oprime y mantiene siempre a raya cuando pretenden moverse con libertad. Un clima áspero donde los protagonistas sólo logran contención al apoyarse el uno en el otro. La idea de la locura o del marginal, adquieren en la película otra connotación. No serán personajes auto concebidos de esa manera por causas desconocidas, sino que son considerados como tales en consecuencia de los abusos sufridos. Hacer valer su postura los hace confrontar y los condena aún más a convertirse en objeto de violencia irracional ejercida por terceros. Para el film, ser diferente es un valor, es tener sensibilidad y aceptar al otro y enriquecerse con su punto de vista. La película sigue la estructura narrativa clásica con sensibilidad y ternura para entrar en la psicología de los personajes y el mágico espacio del cine. Nos adentramos en ese microuniverso especial y formamos parte de la mística alrededor de la sala de cine. El cine en términos conceptuales se muestra como un escape subliminal de los males sufridos a diario, un espacio para las emociones vedadas socialmente. Con esta melancolía por un pasado idílico, construido con cierta magia alrededor de los films proyectados (sólo se mencionan algunos), gira esta historia de amor entre Hilary y Stephen, un vínculo que sirve a los protagonistas para superar la adversidad en tiempos de violencia radical.