El turismo cinematográfico de Woody Allen La película del realizador neoyorkino filmada en San Sebastián durante el festival de cine hace un repaso por los ‘clásicos europeos’ para abordar nuevamente el conflicto existencial de pareja tan recurrente en su filmografía. Rifkin’s festival (2020) es otra interesante vuelta de tuerca que Woody Allen le da a su ya clásico relato de crisis amorosa. En esta oportunidad es Mort Rifkin (Wallace Shawn, Melinda Melinda), un ex profesor de cine quien viaja al evento cinematográfico vasco para acompañar a su mujer Sue (Gina Gershon) que se dedica a la publicidad del último film de la joven promesa Philippe (Louis Garrel). Entre celos y el intento de hacer una pretensiosa novela, el neurótico e hipocondríaco protagonista -álter ego de Allen- asiste al médico y mantiene un platónico romance con la doctora Jo Rojas (Elena Anaya). A la manera de las simpáticas comedias de Allen, Rifkin’s festival hace un recorrido turístico por la bella ciudad de San Sebastián, fotografiada con estilo idílico por Vittorio Storaro como en Café Society (2016), La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, 2017) y Un día lluvioso en Nueva York (A Rainy Day in New York, 2019). El recorrido al igual que en sus otros films europeos, le sirve para describir la ciudad mientras narra la aventura amorosa del personaje principal y la posterior crisis con su pareja, aunque también para recrear escenas de los clásicos del cine europeo que van desde 8 y 1/2 de Fellini, El ángel exterminador de Buñuel, Persona de Ingmar Bergman, Jules et Jim de Truffaut y hasta El séptimo sello, también de Bergman. La cámara se tiñe de blanco y negro y entramos en esa dimensión cinematográfico que rinde homenaje -y parodia al mismo tiempo- a las emblemáticas películas. Esa añoranza por el cine de antaño se contrapone con la frivolidad y glamour del evento cinematográfico anclado en el artista en ascenso -y de dudoso talento- que promueve su mujer, y que el protagonista desprecia. Con estos elementos autorreferenciales respecto a la historia del cine y su propia obra, Woody Allen entrega otra agradable película que no tiene otra pretensión que seguir buceando con coloridos paisajes y melancólicas referencias, por sus propias inquietudes como artista: la irracionalidad del amor y el sentido de la vida.
Relato sobre el poder y la avaricia con Mariano Martínez El film de Rodrigo Fernández Engler habla de lealtades corporativas y traiciones familiares en el mundo empresarial argentino. Yo, traidor (2021) comienza como si se tratara del más oscuro cine negro a plena luz del día. La trama de corrupción, mafia y complicidad política marcan el tono de la película y prefiguran la idea del ascenso rápido al poder y sus nefastas consecuencias. La película dirigida por Rodrigo Fernández Engler y co escrita junto a Mario Pedernera (Pies en la tierra, 2012) funciona como un cine de denuncia con moraleja en tono con los films de Adolfo Aristarain o Fernando Ayala de la década del ochenta. El poder corporativo que hace negocios a espaldas -y a costa- de los trabajadores. En esa línea aparece Osvaldo Santoro con similitud a los personajes de Ulises Dumont o Julio De Grazia. Pero el film no busca dar un mensaje sobre el valor de la resistencia como aquellas películas sino sobre la redención. Se centra en Máximo Ferradas (muy buena actuación de Mariano Martínez), un joven empresario de la pesca que busca hacer negocios en una localidad costera de la Patagonia Argentina. La estructura narrativa encuentra parecidos con Wall Street (Oliver Stone, 1987), Máximo entrega la empresa de su padre Francisco (Jorge Marrale) a un inescrupuloso empresario del sur llamado Caviedes (Arturo Puig) con el fin de lograr un rápido ascenso al poder, que incluye entramados mafiosos, políticos y judiciales. Encontrará resistencia en Coletto (Santoro), un pescador con principios que no se deja seducir por sus propuestas de manipulación. Yo, traidor habla también de la relación padre e hijo. Cada uno de los hombres mencionados son figuras paternas para Máximo de quienes deberá aprender el mejor camino a seguir. El ascenso rápido proporciona una veloz y estrepitosa caída y sanar la culpa será su meta. Yo, traidor puede pecar de subrayados innecesarios en la moraleja que desliza, pero demuestra también pasión por la narración. Esta bien actuada y mejor filmada, con estéticos planos y movimientos de cámara que “cuentan” por sí solos la historia de un hombre que choca contra sus propias ambiciones y debe aprender la lección.
Homenaje al productor Peppino Amato Este documental cinéfilo rescata la figura del legendario productor napolitano Giuseppe Peppino Amato quien fuera el responsable de que el clásico film puede realizarse. Nadie quita ni quitaría la categoría de autor absoluto a Federico Fellini, el maestro del cinema italiano por excelencia, cuya obra cumbre es sin dudas La Dolce Vita (1960). Pero detrás de todo gran director hay un gran productor, y ahí aparece Peppino Amato como el productor cinéfilo que arriesgó todo para hacer la película que nadie quería hacer. Un poco de historia. Fellini estaba en la cresta de su carrera, con dos premios Oscar bajo el brazo y todas las ínfulas de divo justificadas. Ante este panorama presenta un guion operístico, de esos que al director de Y la nave va (E la nave va, 1983) le encantaba imaginar, y ahí surge el problema. Demasiado largo, demasiado costoso. Por aquel entonces Fellini estaba bajo el ala de Dino Di Laurentis (que proponía de protagonista a Paul Newman u otra cara internacional para financiar la producción), mientras que Fellini quería a Mastroianni. Estos son algunos de los conflictos que tuvo que atravesar la producción. Amato convencido del talento de Fellini negocia los derechos de guion, convence a Angelo Rizzoli de que forme parte del proyecto y da rienda suelta a Fellini. Luego vendrías los problemas de duración de la película, la negativa de Fellini a filmarla en color, un presupuesto excedido, entre otros muchos otros. Problemas que debe solucionar un productor para que el proyecto prospere. Peppino Amato fue ese hombre. El documental debería llamarse Peppino Amato y no La verdad sobre La Dolce Vita (La verità su La dolce vita, 2020), pero ¿quién iba a distribuirlo si se llamaba así? ¿Se hubiera estrenado en Argentina? Otra vez el cine, arte e industria, muestra sus tensiones internas constitutivas. Sin embargo el film se centra en La Dolce Vita y su dificultosa producción mas allá de un placentero recorrido por los clásicos del neorrealismo italiano producidos por Giuseppe Amato. Sesenta años después del estreno del film que inmortalizó La Fontana di Trevi, surge este documental de Giuseppe Pedersoli con intención de darle el crédito merecido al productor fallecido tiempo después del estreno y, muchos aseguran, a causa de este. Aportan su testimonio Luigi Petrucci, Mario Sesti, Giuseppe Amato, Maria Amato, Valeria Ciangottini, Ambrogio Colombo, Luca Dal Fabbro, Sandra Milo, Mauro Racanati y Giovanna Ralli, entre otros. La verdad sobre La Dolce Vita está basada en las cartas, contratos y documentación de producción originales nunca antes publicados del productor y enaltece su figura, presentada como el eslabón fundamental para que el cine arte pueda realizarse. Un documental cargado de amor por el cine, ideal para la cinefilia amante de la verdad de los detrás de escena pero, sobre todo, del misticismo sacralizado alrededor de la pantalla cinematográfica.
La mujer de pelo negro ahora en internet La película pretende digitalizar al fantasma de la cinta de video con el fin de resucitar una saga que ya sufría graves síntomas de agotamiento. “Los humanos evolucionan al igual que los demonios”, se menciona al comienzo de El Aro: Resurrección (The Perilous Internet Ring, 2019) como una suerte de máxima ridícula que seguirá la película. Claro, hoy en día nadie miraría un VHS que anuncia, según la maldición, tu muerte 7 días después. El formato cayó en desuso y la web es el vehículo ideal para reemplazarlo. Lo curioso es que a los guionistas no se les ocurrió que el demonio emergiera de un video viral -como se suponía-, sino del capítulo final de una novela llamada “Un espíritu enamorado”. Quien lea el texto queda atrapado por el fantasma que te obliga al suicidio. La premisa es fatal en todo sentido. Sucede que hoy en día nadie lee en internet y menos los adolescentes, algo que no excede a Japón, país productor del film. La película supone que sí y coquetea con la idea del amor no correspondido del fantasma, quien al modo del fantasma de la ópera, envía espectros para acechar al resto de los lectores desde las sombras, envuelto en el más oscuro resentimiento. Esto deriva en una investigación policial en busca de resolver el enigma de los “suicidios adolescentes”, con un par de vueltas de tuerca no menos imposibles. Los protagonistas son la amiga de una de las chicas difuntas (interpretada por Annie Sun) y un improbable detective juvenil (Fu Meng-Po), quienes junto a la policía son los encargados de desentrañar el meollo del asunto. El Aro: Resurrección es mala con ganas, una película con un guion básico hecho evidentemente a las apuradas, actuaciones espantosas con diálogos sacados de la peor telenovela turca, efectos especiales de bajísimo presupuesto y una serie de trillados clichés que no aportan nada nuevo a la saga ni al cine, y menos a la internet. Para colmo de males hay un mensaje moralista sobre el uso nocivo de internet que viene a poner la frutilla del postre a semejante bodrio.
La extraña película argentina con Danny Trejo El film dirigido por José Cicala es una ensalada de tonos y registros que suma el relato de una adolescente, una secta satánica y a Danny Trejo, en la misma historia. “Esa idea puede convertirse en un delirio” se menciona al final de La Sombra del Gato (2021) como una manera de justificar lo que acabamos de ver. La película es un coctel de ideas desmesuradas con tintes bizarros y, a la vez, cuenta con un elenco increíble. ¿Qué es entonces La Sombra del Gato? Empieza con la estructura de una coming of age (género de paso a la adultez) en la que Emma (Maite Lanata), una chica que vive con su familia ensamblada en el medio del campo, añora el mundo exterior. Hasta ahí tenemos buen ritmo narrativo y una intención de describir una fauna de personajes estrafalarios que conviven en armonía en un particular pero ameno espacio campestre. La música y calidez de las imágenes trasmiten el clima de felicidad de la niña. Un día Emma pregunta por su madre y descubre que su padre Gato (Guillermo Zapata), le ocultó su existencia. En busca de su progenitora cae dentro de una secta satánica orquestada por su abuelo materno (Miguel Ángel Solá). Los flashbacks tratan de explicar el pasado oscuro familiar y aquí la cosa se pone extraña, no tanto por lo que se cuenta sino por el cómo. La secta sigue la lógica de cualquier film al respecto, con trajes y rituales diabólicos, pero el tono y registro paródico rompen la atmósfera y la cambian por un tono burlón de comedia familiar en donde los personajes son arquetipos exagerados de un trillado género de terror fantástico. El tono deja de ser convincente y los chistes entre los inoperantes operarios de la mansión psiquiátrica no terminan de ser eficaces nunca. El tío y hermano mayor de su padre, una suerte de ángel de la guarda de la familia, es Sombra (Danny Trejo), un hombre místico y único capaz de rescatarla. Es el personaje por excelencia de Danny Trejo con Machete (2010) de referencia. Un tipo con campera de cuero y sombrero, rudo, que sólo aporta frases breves con didácticas moralejas sobre la vida. Más con la intención de darle espacio a la figura internacional que por buscarle sentido a lo narrado, la película despliega un final con un héroe impensado. El relato deambula de un registro a otro y choca contra sus propias e imposibles pretensiones. Por momentos quiere aportar dosis de humor, en otros tramos descoloca con los trajes tecno futuristas de la secta. Aparecen Mónica Antonópulos (como la madre de Emma), Luis Machín, Rita Cortese, en un enorme elenco para una producción que derrapa en osadía y pierde la brújula cinematográfica. La escena sublime es Danny Trejo en una coreografía con mujeres trans (una es enana), con quienes conforma un improbable equipo para rescatar a Emma. Quién escriba alguna vez la biografía del actor mexicano deberá recurrir a este film en busca de explicaciones. Música pop (en inglés), registros de actuaciones disimiles y un guion imposible, hacen de La Sombra del Gato una película tan desconcertante como llamativa.
Una emotiva fábula sobre el duelo de Céline Sciamma La directora de “Retrato de una mujer en llamas” narra el duelo desde el punto de vista de una niña de 8 años tras el fallecimiento de su abuela. El cine es tiempo y espacio según los teóricos del séptimo arte. Petite Maman (2021) toma ambos elementos para llevarlos a una dimensión fantástica en el vínculo entre una niña y su madre, luego de la muerte de un ser querido. Nelly (Joséphine Sanz) tiene 8 años cuando su abuela materna muere. Viaja junto a sus padres al hogar donde ella vivía. Allí creció su madre (Nina Meurisse) cuando tenía su edad, en una casona junto al bosque que deben vaciar para vender. Pero la locación tiene un misterio que incluye algo más que recuerdos. La niña se convierte en la pequeña madre del título para acompañar a su progenitora en el dolor y, de alguna manera, “crecer de golpe” para transitar su propio duelo. Jugando en el bosque se encuentra con su madre a su misma edad y traza con ella una fuerte amistad que la ayuda a comprenderla emocionalmente. Una lúdica manera que encuentra la película para mostrar la conexión de la pequeña con su madre. Petite maman es una fábula fantástica que apela con sencillez a los recursos cinematográficos a su disposición, con poesía y cierto misticismo. Un cruce de temporalidades y pequeños gestos para aprovechar la ensoñación que produce el dispositivo cinematográfico -la luz, la construcción del espacio y el tiempo- pero desde las percepciones a flor de piel de la niña por el duelo. Una dimensión alegre y fantasmagórica que hace posible la aparición y desaparición de personajes, el cambio de tiempos y transformación de los espacios. El guion de la misma directora cierra el círculo con detalles precisos que engrandecen el relato. Una película extraordinaria en el sentido disruptivo, con la realidad que se mezcla con la magia y transforma la manera de ver las cosas en su joven protagonista. Un modo de atravesar el dolor pero también, de procesar el misterio de la vida a través del misterio del cine.
Documental sobre el daño colateral de la guerra de Malvinas Este trabajo de Santiago García Isler cuenta la historia de cinco civiles (entre ellos el futbolista Osvaldo Ardiles) cuyas vidas cambiaron radicalmente a partir del conflicto bélico de 1982. El film cuenta con la voz narradora de Damián Dreizik y los testimonios de cinco personalidades que estuvieron en el lugar justo en el momento equivocado. El escritor argentino-británico Andrew Graham Yooll, el futbolista campeón del mundo Osvaldo Ardiles, Rafael Wollmann, quien tomase las fotografías del desembarco argentino el 2 de abril de 1982, la granjera nacida en las islas Laura Mc Coy y el periodista británico Simón Winchester. Mediante el relato de cada uno de ellos, Falklinas (2021) traza cinco historias entrecruzadas de los efectos colaterales de la guerra de Malvinas en civiles, cómo estuvieron involucrados ocasionalmente y de qué manera sus vidas se vieron modificadas a partir de entonces. Las animaciones ilustradas por Miguel REP funcionan de separadores y aportan ritmo y frescura al relato. Falklinas es un documental con impronta televisiva -en el mejor de los sentidos- que busca separarse de la tragedia y aportar ritmo y dinamismo didáctico a la narración, utilizando el material de archivo como documento pero también como soporte visual que construye una crónica audiovisual de los acontecimientos. El paralelo esbozado por el prólogo entre las hormigas y el ser humano ante situaciones imprevistas, sirve para abordar los caminos que tomaron las vidas de los cinco protagonistas a partir de entonces. Y conceptualmente, explica la paradoja de la existencia, eje transversal del film. De esta manera, Santiago García Isler (A vuelo de pajarito, 2014; Algo Fayó, 2017) logra encontrar un punto de vista original para distinguirse de la enorme cantidad de documentales sobre la contienda bélica del Atlántico Sur.
La sátira sobre el fin del mundo de Adam McKay La película con Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence es una tragicomedia sobre las decisiones irracionales que el mundo ha tomado ante el anuncio de la inminente extinción de la humanidad. No mires arriba (Don't Look Up, 2021) es una alegoría sobre el Covid y el circo mediático montado a su alrededor, con decisiones fatales de los gobernantes, mezquindades y miserias de los empresarios para sacar tajada económica y argumentos irracionales de los ciudadanos que dividen a la sociedad. La idea del film de Adam McKay (La gran apuesta, El vice) es buena en cuanto paradoja de la realidad, pero se queda en sus intenciones. Porque a partir del disparador de un meteorito del tamaño del Everest a punto de chocar con el planeta tierra y poner fin a la humanidad, transita un camino previsible y extensamente largo (dura más de dos horas) para una comedia. La cosa arranca con dos astrónomos (DiCaprio y Lawrence), los únicos preocupados por el desastre por venir, sorprendidos por las reacciones adversas de todo el mundo a su alrededor (con foco en la administración gubernamental y los medios de comunicación) cuando comunican el fin de los tiempos. Son culpados de provocadores, encarcelados, ridiculizados en las redes, hasta que, las encuestas bajan y al gobierno le conviene dedicarse al tema. Pero dedicarse no es solucionarlo sino sacar provecho y buscan la manera de hacer un negocio con el cometa y venderle a la gente que se trata de puestos de trabajo. Estas son solo algunas ideas que sobrevuelan la película, que pueden predecirse a los cinco minutos de iniciada la trama. Todo lo que se vivió y sigue viviendo con respecto al Covid, grieta social mediante, sucede en la película. Para colmo de males el género de la sátira implica un registro de actuación al borde de la exageración y los actores -muy buenos por cierto- no parecen estar en la misma sintonía unos con otros, para dar en el punto necesario de locura. DiCaprio compone al doctor Randall Mindy, un científico mediocre que no tiene gusto ni carisma y lleva una vida intrascendente junto a su mujer e hijos. En la televisión lo denominan “el científico mas sexy del mundo” (un guiño interesante que aprovecha el film) para utilizarlo como material de distracción y restarle importancia a sus comentarios apocalípticos. Lawrence es Kate Dibiasky, una joven científica rebelde, al borde de la crisis producto de la apatía social. Su actuación está más medida y llega a mejor puerto. Entre el resto del elenco se destaca Jonah Hill, como el vocero cocainómano de la Casa Blanca, exagerado en el registro pero gracioso por momentos, Meryl Streep como la presidenta de los Estados Unidos que parece vivir en una realidad paralela (en clara alusión a la administración Trump) y el mejor de todos es Mark Rylance como Peter, el representante de una corporación que se presenta salvadora para el conflicto y solo busca hacer negocios. La metáfora perfecta de la farmacéutica. No miren arriba busca el guiño constante a la incertidumbre y desazón con respecto al COVID, chiste que comprendemos enseguida por lo visto a diario. Pero lo hace de manera tan evidente y sin encontrar un punto de vista novedoso al asunto, que termina siendo tediosa y predecible.
El documental póstumo de Pino Solanas El film reúne al artista plástico Yuyo Noé, al dramaturgo Tato Pavlovsky y al cineasta Pino Solanas en una charla reflexiva sobre el proceso caótico, ideológico y político de la creación artística. Lo dice el propio Solanas en el principio de la película “la película no tiene una estructura predeterminada”, cuyo rodaje comenzó hace diez años. Empezaron a filmar sin saber muy bien a dónde dirigirse y ver qué cosas surgían de las charlas que reunían a los tres referentes de la cultura latinoamericana: amigos y colaboradores de una generación que supo rebelarse y resistir mediante el arte. En esos encuentros están presentes sus esposas y sus hijos, dos de ellos también cineastas, Juan Solanas (Que sea ley, 2019) y Gaspar Noé (Climax, 2018). Las conversaciones entre Luis Felipe "Yuyo" Noé, Eduardo "Tato" Pavlovsky y Fernando "Pino" Solanas derivan en reflexiones que se traducen en máximas sobre sus experiencias y visiones acerca del arte y su función social. “Fotografiar un instante de esa permanente transformación” dice Yuyo, “sintetizar la realidad en un rectángulo” arremete Pino. Una especie de clase magistral con formato de charla de café. Dividida en momentos Tres en la deriva del acto creativo (2021) habla del proceso de la creación, de “manejar el caos y darle forma”, del exilio y la melancolía, y de la postura política con sus trabajos. Su forma de making of no evita los momentos cinematográficamente poéticos de la filmografía de Pino. Los fragmentos de Sur (1988), El viaje (1992) y La nube (1998), esta última protagonizada por el propio Tato Pavlovsky, aportan información de Pino acerca de la elaboración de sus imágenes oníricas, del mismo modo que las pinturas de Noé o la concepción de teatro de Pavlovsky. La película tiene también la estructura narrativa de un ensayo, con más búsquedas y reflexiones que certezas, pero es justamente esa impronta que deja la sensación de legado, con las últimas apariciones de Tato Pavlovsky y Pino Solanas en vida, dando cátedra sobre una manera de pensar el arte, tal vez única e irrepetible.
El viaje al pasado de Mara Pescio con la cantante Miss Bolivia Miss Bolivia debuta en un rol protagónico en cine con este film ambientado en Misiones y presentado en el festival de San Sebastián. Ese fin de semana (2021) respira alegría incluso en los momentos dramáticos de su relato. La música es un motivo fundamental para la trama (aquello que se cuenta) pero también para el relato (el cómo se cuenta). Música urbana que imprime frescura y verdad al universo representado. Julia (Miss Bolivia) es una cantante acorralada por las deudas. Llega al pueblo de su infancia para recuperar un dinero y reorganizar su vida. Allí se encuentra con su hija adolescente, Clara (Irina Misisco), a quien abandonó hace tiempo. Una vez en el lugar debe firmar la potestad al padre de la chica para que siga haciéndose cargo de ella en el Paraguay. Pero Clara no sólo no pretende ir sino que intentará recuperar el vínculo con su madre. Mara Pescio retrata un espacio pluri-cultural donde se entremezclan diversos idiomas ya sea de Argentina, Brasil o Paraguay. Hay un reconocimiento del barrio de monoblocks (existentes en la ciudad de Posadas) donde sucede la historia, de sus habitantes y de la rutina del lugar, trasmitido con un encanto que capta la felicidad que sobrevuela el ambiente (los chicos jugando carreras con carritos de supermercado), como un paréntesis a los problemas económicos y sociales cotidianos. La película puede leerse desde dos ópticas diferentes. Por un lado, el retrato casi documental del lugar y sus habitantes, sus costumbres y modos de relacionarse. Ahí Ese fin de semana se destaca con elocuencia haciendo un registro cercano y verdadero de lo que vemos. Pero no en términos de realismo cinematográfico sino de verdad expresiva, hay una veracidad propia de los primeros films de Leonardo Favio en la representación puesta en pantalla. Por otro lado, aparece la trama de recomposición del vínculo entre madre e hija. La película juega con tres tópicos: la música de Julia y Clara, la relación de Clara con su novia, el dinero necesario para subsistir, sin dedicarse a desarrollar del todo ninguno de ellos. No lo hace porque en definitiva no importan demasiado para el cuento que se quiere contar, son distintas maneras de abordar la relación rota entre madre e hija. La música de uno y otro personaje juega un papel fundamental para establecer el viaje de Julia. Abre la película y marca el tono y registro del condominio y sus personajes, sobre todo de niños y adolescentes. Una melodía que une a Julia con su pasado perdido. Una película con la capacidad de trasmitir emociones a través de la vida de personas reconocibles en sus anhelos y defectos. Una característica que universaliza el cuento para convertirlo en un recorrido músico-emocional por el norte argentino.