El universo paralelo de Fernando Spiner Existen varios puntos de contacto entre "La sonámbula" e "Inmortal 不朽", la última película de Fernando Spiner, que participó Fuera de Competencia del 35 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, luego de estrenarse en Sitges. Ambas películas hablan de mundos paralelos (uno apocalíptico y el otro idílico) diferenciados por el tratamiento de la imagen. El viaje en el tiempo y la explicación científica insuficiente para fundamentar carencias humanas, son el vínculo entre los universos desarrollados en los films. En Inmortal (2020) Ana Lauzer (Belen Blanco) es una fotógrafa que regresa a Buenos Aires por trámites inmobiliarios cuando cree ver en la calle a su padre (Patricio Contreras) fallecido recientemente. El misterio la lleva a encontrarse con el científico y ex socio de su padre (Daniel Fanego), quien crease un mundo alternativo llamado Leteo donde los muertos pueden vivir y reencontrarse con sus seres queridos. Fernando Spiner acude a las posibilidades futuristas que le presenta la propia Ciudad de Buenos Aires: edificios históricos en contraste con rascacielos modernos, autopistas interurbanas con la indigencia que habita en las calles. El tratamiento que ofrecen los efectos digitales le dan la textura fantástica a la película, un recurso utilizado en La sonámbula (1998) mediante la materialidad del fílmico (textura del 16 y 35 milímetros). Inmortal articula el melodrama centrado en las relaciones filiales con la ciencia ficción y su explicación científica para paliar el dolor de los personajes. Recurso que nos remite a la reciente serie alemana Dark, como horizonte de referencias. Pero resulta interesante relacionar con el cine nacional (Moebius por ejemplo) o el propio universo del director, que profundiza sus inquietudes expresadas en su primera película, ahora con las posibilidades que la tecnología permite.
Sobre las enfermeras de Malvinas 14 enfermeras de la Fuerza Aérea atendieron soldados en un hospital móvil ubicado en Comodoro Rivadavia durante la Guerra, 3 de ellas cuenta su historia 37 años después. Alicia Reynoso, Stella Morales y Ana Masitto viajan a las islas para encontrarse con sus recuerdos como tantos veteranos. Se visten de uniforme con el fin de recrear fotografías de 1982, recuperadas por el director y puntapié inicial para el film. Recuperar el tiempo y el espacio en la memoria es tarea de este trabajo de Federico Strifezzo. Nosotras también estuvimos (2021) cuenta un costado no narrado de la contienda bélica: las mujeres que pusieron sus cuerpos para ayudar a los jóvenes soldados a sobrellevar sus momentos de mayor dolor. Ese accionar humanitario y patriótico nunca fue reconocido. La lucha de ellas sigue vigente. La película también habla del trauma escondido, oculto en el interior de estas tres mujeres. En ese sentido la película -y el viaje que representa- funciona como un modo de liberación para ellas, poder decir, contar y ser escuchadas es un acto que viene a resarcir las heridas abiertas. Federico Strifezzo rinde homenaje a estas mujeres y se apoya en su valor y valentía para construir la película. La fortaleza de las chicas de la guerra hace honor a las personas que estuvieron con creces a la altura de las circunstancias. El testimonio de Alicia Reynoso, Stella Morales y Ana Masitto excede la historia y transforma a la película en un relato de reivindicación, tanto personal como colectivo.
Historias de neoliberalismo Sandra Gugliotta (La toma, Arrebato) toma una historia personal en este documental de denuncia donde muestra el lado oculto de las políticas neoliberales: los daños psicológicos que causan depresión y hasta suicidios en los trabajadores damnificados. Una investigación exhaustiva como si se tratara de un riguroso policial, atando cabos y sacando conclusiones, demuestra un accionar sistemático y perverso de las empresas para provocar los retiros “voluntarios” sin necesidad de echar a sus empleados y tener que lidiar con un “conflicto sindical”. La historia comienza con una ola de suicidios en Francia. La información es difusa y a simple vista parecen adjudicarse a problemas emocionales de los fallecidos. Pero basta tirar de la cuerda para descubrir que la mayoría eran empleados de France Telecom, la compañía de telecomunicaciones que decidió reestructurar su planta e “invitar” al retiro a sus empleados. Pero no se trata de una negociación en condiciones dignas: la empresa opta por activar un plan de denigración psicológica en sus trabajadores, que ataca su autoestima, relaciones sociales y familiares y que llegó a humillaciones tales que provocaron hasta la muerte en muchos casos. Los testimonios impactan por la brutalidad de lo narrado: Cambio constante de puestos de trabajo, aislamiento físico de sus compañeros, tareas inútiles o sobrecarga de actividades, conjugaron un organizado hostigamiento psicológico de los empleadores con el fin de deshacerse -de la peor manera- de su personal. La tortura emocional produjo infinidad de historias tan trágicas como increíbles que escuchamos a lo largo y ancho de este documental. Sandra Gugliotta parte de la historia de su padre, ex empleado de Entel que recibió un trato similar ante la privatización de la empresa. De esta forma traza un paralelo entre el modus operandi de la empresa de telecomunicaciones en Francia y Argentina, para ir de lo particular a lo general, y exponer un accionar inhumano que trasciende fronteras. Una película sorprendente por las anécdotas retratadas y por la impunidad legal de las empresas para llevar a cabo sus operaciones, con material de archivo que se presenta en el momento indicado para llegar a las peores conclusiones imaginadas.
Un thriller helado con Liam Neeson La película es un thriller de acción ¿el último? de Liam Neeson, donde la acción a toda velocidad es tan intensa como el frío polar. Riesgo bajo cero (The Ice Road, 2021) se estrenó en Netflix Estados Unidos y en breve se podrá ver en Latinoamérica aunque aún sin fecha pautada. Neeson interpreta a Mike, un camionero a cargo de su hermano lisiado psicológicamente en la guerra de Irak. En bancarrota acepta una misión imposible: transportar por la temible ruta del hielo que da nombre al film, perforadores para rescatar a unos mineros atrapados al norte de Canadá. La aventura en el frío polar, un frío que traspasa la pantalla como en otra de Liam Neeson llamada El líder (The Grey, 2011), es uno de los obstáculos de los personajes para llegar a destino. El otro, es la traición de uno de los integrantes del grupo, el villano de la historia, que hace aún más complicado el asunto. La película la escribe y dirige Jonathan Hensleigh, responsable de El castigador (The Punisher, 2004) y los libretos de las taquilleras El Santo (1997) y Armageddon (1998), entre otras. La carrera contra el tiempo no da respiro en un film bien construido que está a la altura de las circunstancias. Por supuesto es fundamental el guion y sus giros que, gracias a la elaboración sólida de los personajes, hacen creíbles los vaivenes narrativos que, por momentos, rozan lo inverosímil, sobre todo en lo que respecta a las catástrofes naturales diseñadas por computadora. Algún mensaje de no discriminación a los pueblos originarios, alguna crítica a las corporaciones y su afán por abaratar costos a costa de los trabajadores se desliza en la trama, junto a una reflexión sobre la condición humana que, cuando las papas queman, empieza el inevitable sálvese quién pueda (entre los mineros ante la falta de oxígeno o los camioneros al estar varados en el frío polar). Discursos puestos al pasar, sin subrayados innecesarios, y siempre al servicio de la historia de acción que se cuenta. La película se presenta como la despedida de Liam Neeson de las películas de acción, algo muy prematuro para anunciar que parece más una campaña de marketing que otra cosa. Mientras tanto, el film funciona y hace pasar un grato momento con personajes de códigos inquebrantables chapados a la antigua entre los que, claro está, Neeson es el líder.
Terror sobrenatural con Magui Bravi Con referencias claras a “Hereditary” y “Diabólico”, la ópera prima de Gonzalo Mellid producida por Nicolás Onetti es un fiel exponente del género de bosques encantados. Esta coproducción internacional de horror entre Argentina, Uruguay y Nueva Zelanda cuenta la historia de Silvia (María Paz Arias Landa) y Andrés (Nicolás Del Rio), dos chicos que viven en una casona aislada en el bosque junto a su abuelo (el gran Chucho Fernández) quién les cuenta leyendas ancestrales. “La naturaleza tiene reglas que hay que respetar” les dice y la profecía no tarda en cumplirse cuando, sin querer, reviven un espíritu maligno. La forma del bosque (2021) está dividida en un prólogo y tres capítulos, enlazados por unos extraños dibujos que anticipan el misterio escondido entre los árboles. La primera parte está plagada de indicios y abre el juego a un universo de posibilidades. Un padre (Ezequiel Pache) deprimido por la muerte de su pequeño hijo (Felipe Corvalán) ingresa al bosque con una escopeta, mientras Silvia y Andrés juegan entre los árboles cuando encuentran un caballo moribundo. La atmósfera de tensión, muy bien construida, anuncia la presencia del mal siempre latente. En el segundo capítulo la acción entra en escena. El espíritu maligno adquiere diferentes formas con la única intención de dañar a los niños. El abuelo disminuido físicamente hará lo imposible por defenderlos. La tercera y última parte cierra las líneas narrativas y abre nuevamente al misterio allí oculto, con un desenlace sorpresivo. La entrega de los actores es impresionante, con foco en el legendario Chucho Fernández que pone voz -y el cuerpo- al relato para ingresar al espectador en el clima sórdido desarrollado. También es fundamental el trabajo de Ezequiel Pache y sobre todo, Magui Bravi, quienes transforman sus rostros monstruosamente para trasmitir la desgarradora mutación que experimentan sus personajes. El cine de Ari Aster y el primer Sam Raimi sobrevuelan el film de Mellid, con ideas y recursos cinematográficos asociados a este género de bosque encantado. Pero La forma del bosque se las ingenia para desprenderse de sus referencias y crear un universo terrorífico propio.
Melodrama criminal de Valentín Javier Diment Lola Berthet y Jimena Anganuzzi protagonizan este brutal relato sobre las consecuencias psicológicas del abuso. Valentín Javier Diment (El eslabón podrido) trabaja desde el género pero no para seguir sus reglas a rajatabla, sino para subvertirlo y utilizar su matriz en función de bucear en los daños psicológicos de sus personajes. La primera mitad de la película es un melodrama con el tono hipócrita de la década del setenta y la pesada atmósfera de plomo sobrevolando el ambiente. El estético blanco y negro destaca contrastes y evidencia las zonas oscuras de los personajes en clave expresionista. Carla (Jimena Anganuzzi) llega perturbada a una clínica para realizarse un aborto. La doctora Irina (Lola Berthet) la convence de que tenga al niño para venderlo a una familia adinerada. Entre ambas se teje una extraña relación de atracción y dependencia que no tarda en implosionar. La música enaltece situaciones dramáticas cotidianas y reafirma las pasiones y sentimientos de las protagonistas. Al mismo tiempo los fundamentos del género se trastocan para virar hacia el drama criminal, un mecanismo que recuerda al Ripstein de El Diablo entre las piernas (2019), con la permanencia de lo terrible en lo cotidiano. En la segunda parte de El apego (2021) aparece el color, con una paleta de colores tenue, propia del estilo de los años setenta que contiene flores que nunca terminan de brillar. Ese momento del argumento, en apariencia luminoso, queda opacado por la represión sufrida por los cuerpos (sexual, psicológica, de dominación) que se traduce en violencia física, con grandes momentos hitchcockianos y un catártico uso del gore. La carencia afectiva en este melodrama no deviene en sentimentaloides llantos sino en brutales asesinatos. Del mismo modo la exploración sexual -antes reprimida- se transforma en violencia corporal y placer por el sufrimiento ajeno. Todo esto dicho con sutilidad gracias al manto narrativo de la estructura genérica. El conocimiento y manejo de los géneros de Diment le permite pasar de uno a otro, del blanco y negro al color, cambiar de tono y registro sobre la marcha y a la vez, profundizar en el tema trabajado. Estéticamente impecable e ideológicamente incisivo, su cine obliga al espectador a salir de su zona de confort y enfrentarse a la oscuridad que subyace debajo de los vínculos sociales. Pero siempre con un deleite visual y un extraño sentido del humor, que hacen de El apego una perturbadora y hermosa locura.
Un dramón maternal de Ruthy Pribar con Shira Haas Esta película israelí es un crudo relato sobre el vínculo entre madre e hija a partir de una enfermedad terminal. Películas sobre restablecer el vínculo filial hay muchas y de diferentes índoles. Asia (2020) lleva este drama intimista hasta los límites del sufrimiento y la redención. Asia (Shira Haas) tiene 35 años y trabaja de enfermera en un geriátrico. Ser madre soltera en su juventud hace que no tenga la mejor relación con Vika (Alena Yiv), su hija adolescente. Un golpe del destino hace que su hija contraiga una enfermedad física degenerativa y ella tendrá una última oportunidad para dedicarle el tiempo y el cariño adeudado. Hay un par de ideas interesantes en el guion del film escrito y dirigido por Ruthy Pribar. El trabajo de Asia en primer lugar la pone siempre al cuidado de extraños en contrapartida con la atención que reclama su hija. La relación con el sexo opuesto (con un gran subrayado de la importancia del sexo) es otro de los recursos utilizados para recomponer el vínculo filial. En este tipo de films es fundamental la interpretación y química entre las actrices para que la tensión -y recomposición- del afecto funcionen. El trabajo de ambas actrices es preciso desde los gestos y el cuerpo, siendo el sostén -de una en la otra- simbólico y real. Las pequeñas frases y reproches describen el afecto sin necesidad de explicaciones innecesarias. Sobre el final la película apela de manera gratuita a golpes bajos, haciendo primerísimos primeros planos del sufrimiento sin dejar que el espectador pueda apartar su mirada. Recurso que se siente efectista porque la dolorosa historia de redención ya estaba contada.
Con Franco Nero, la razón del mal La película apertura del 20 Festival de Cine Alemán está basada en el libro homónimo de Ferdinand von Schirach que estremeció a la sociedad alemana en el año 2011. El caso está resuelto en la primera escena. Aunque no vemos exactamente lo sucedido queda claro que Fabrizio Collini (Franco Nero) asesinó a sangre fría a Jean-Baptiste Meyer (Manfred Zapatka). Pero la intriga de la película no está en saber quién cometió el crimen sino en porqué lo hizo. Averiguarlo será tarea del joven e inexperto abogado defensor (Elyas M'Barek) que tiene la difícil tarea de extraer información del parco Collini (genial actuación del protagonista de Django). Como buen cine clásico la cosa se complica cuando, luego de tomar el caso, el protagonista descubre que la persona asesinada es su tutor, el amable y respetado hombre que se hizo cargo de él ante la ausencia de su padre biológico. El dilema ético y moral se suman a la titánica tarea de defender al asesino de su mentor. Con esta premisa contundente avanza la película desde la narración clásica en sus dos líneas determinantes: una trama principal del orden social, en paralelo con una trama personal. Ambas se fusionan en el final, complementándose una con la otra. Como su nombre lo indica, El caso Collini (Der Fall Collini, 2019) pertenece al siempre efectivo subgénero de juicios o thriller judicial. En el tribunal accedemos a esa información reveladora junto al resto de los presentes en la sala. Claro que si uno observa con detenimiento la escena de la autopsia, segunda o tercera en la película, podrá inferir que medio rostro de Jean-Baptiste Meyer denota un lado monstruoso del difunto que los numerosos flashbacks fundamentarán luego, tanto a nivel narrativo como simbólico. La película también se suma a la larga lista de films alemanes de revisionismo histórico con el fin de plantar postura de la sociedad alemana frente al horror del holocausto. El papel determinante del sistema judicial alemán para exonerar jerarcas nazis es puesto sobre la mesa. La mea culpa alemana en este tipo de relatos no es novedad, pero cuando el cuento está bien contado, el fin no importa tanto como el recorrido gratificante por la trama, que se gana su oportunidad.
Una de terror con Juana Viale y Luciano Cáceres La llegada del Apocalipsis aterra a la religiosa familia de la película de Fernando Fercks Castellani, ganadora de Blood Window. Una furiosa tormenta azota en la noche a los tres protagonistas de esta historia (Juana Viale, Luciano Cáceres y Daryna Butryk), mientras viajan en auto en medio de la ruta. La radio anuncia la cercanía de un evento de dimensiones apocalípticas cuando el vehículo choca con un árbol y los personajes deben recluirse en una casona abandonada. Todo es insinuación en Lo inevitable (2021), tanto el coche como las vestimentas nos informan que estamos a principio del siglo XX, mientras que el suceso de dimensiones apocalípticas nos refiere al día del Juicio Final. Develar los motivos de la existencia de la mencionada Hermandad es el mayor condimento de este relato. El film tiene una cuidada estética de época y unos funcionales climas claustrofóbicos en sintonía con el género desarrollado, pero el mayor logro es el diseño de sonido, fundamental para sumergirnos en la atmósfera asfixiante que envuelve a los personajes, amenazados por un terror siempre fuera de campo. Estos detalles sugieren de manera constante en una historia que intenta administrar la información con tanta cautela que queda al borde de la confusión. La película empieza con el conflicto en curso bajo una estructura “a contra reloj”, narrativa que necesita incrementar la tensión minuto a minuto hasta llegar a la revelación final, algo no muy bien logrado. La sensación es que, con las cartas sobre la mesa, la película gira sobre las mismas ideas sin otro fin que llegar al revelador final. Sin embargo, su limitada duración de apenas una hora ayuda a sostener la tensión temporal y disimular la evidente sensación de redundancia. Castellani (Pájaros negros) se apropia del género de sectas satánicas no muy transitado por el cine nacional, con este trabajo que vale por el ejercicio formal planteado. Las pequeñas pero específicas intervenciones de Javier Godino y Carlos Portaluppi cierran este relato con referencias claras a La bruja (The Witch, 2015) y El monstruo de la laguna negra (Creature from the Black Lagoon, 1954), entre sus imponentes imágenes. Pero tal vez la revelación más aterradora esté ya implícita en su afiche promocional, que confirma aquello que todos imaginábamos: la conexión de Juana Viale con el mismísimo demonio.
La película ganadora del festival de Sundance La remake del film francés “La familia Bélier” (La Famille Bélier, 2014), producida también por Philippe Rousselet, adapta ideas y mantiene el nivel de emociones y genialidad de la original. La historia de la familia sordomuda cuya hija menor es la única oyente, guía y ayudante del resto, es la misma del film francés. Sin embargo en esta puesta del director y guionista Sian Heder la historia es ambientada en Gloucester, Massachusetts. La familia Rossi es de clase trabajadora y se dedica a la pesca. Esta cualidad le suma obstáculos de comprensión a los padres cuando la adolescente les plantea su deseo de ir a la universidad. Con ingenio y un agradable sentido del humor, CODA: Señales del corazón (2021) nos involucra emocionalmente con la familia en cuestión. Hay cierto encanto en la rutina laboral, el sacrificio del trabajo físico es “compensado” por el clima festivo que crea la familia en su barco pesquero. La dignidad del trabajo y la felicidad de la unión. La narración nos ubica en el punto de vista de Ruby (Emilia Jones), la adolescentes que puede escuchar, hablar y cantar sin inconvenientes, y que observa como el resto se burla de la discapacidad de sus padres. Con inteligencia el film jamás nos hace sentir lástima por la familia sordomuda. Su carencia es una entre otras (también tienen carencia de dinero) y la actitud siempre alegre de superar sus conflictos, junto a sus personalidades extravagantes, invitan a empatizar con ellos. Su padre Frank (Troy Kotsur) es todo un hombre limitado pero buen padre y esposo, su madre Jackie (Marlee Matlin, la actriz sorda ganadora del Oscar por Te amaré en silencio) y su hermano mayor Leo (Daniel Durant), conforman el estereotipo de gente tosca de pueblo, pero de un corazón inmenso. Ruby (Emilia Jones) es sin dudas una Rossi, pero contar con todos los sentidos la obliga a ser también la asistente de su familia. Cuando el profesor de canto (el mexicano Eugenio Derbez) descubre su talento para cantar y le ofrece el pasaje a la universidad, empieza su conflicto interno entre continuar ayudando a su familia o cumplir sus sueños personales. Del mismo modo que en Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006) o incluso Billy Eliot (2000) estamos ante una producción donde la familia será el problema y la solución al conflicto. La integrante con posibilidad de progresar necesita del apoyo de su entorno. Un relato de superación como tantos otros, que toca la fibra sensible para lograr la emoción debida. El profesor de música y el padre son roles fundamentales para la adolescente, por ser los tutores y guías espirituales, pero también para la película: personajes caricaturescos que aportan la cuota de humor y encanto con sus gestos y reacciones al film. Es que el eje del relato está puesto en la necesidad de comunicarse, y en ese punto la película hace un exquisito uso del sonido para escenificar el conflicto. Todo se siente en su justa medida en CODA: Señales del corazón, una película que avanza por sendas conocidas y de igual manera sorprende y emociona.