Enemigas íntimas Victoria Galardi sabe trasmitir las sensaciones que experimenta la mujer en sus relaciones. Relaciones de pareja en Amorosa Soledad (2007), relaciones familiares en Cerro Bayo (2010) y relaciones de amistad en Pensé que iba a haber fiesta (2013). En esta última producción, vuelve a inmiscuirse en el universo femenino para ahondar en la tensa amistad entre dos amigas de la infancia. La historia nos trae a Ana (Elena Anaya), una actriz española que llega en tren a la casa de su amiga Lucía (Valeria Bertuccelli, que cada vez actúa mejor). En el instante en que se sube al auto por primera vez, se puede notar la tensión e incomodidad que surge del vínculo más allá del cariño mutuo que se tengan. Lucía sale de viaje con su pareja (Esteban Bigliardi), y Ana queda al cuidado de la casa, momento de soledad que necesita para distanciarse de un problema pasado que desconocemos. En ese momento aparece Ricky (Fernán Mirás) a buscar a la hija pre adolescente que tiene con Lucía, y comenzarán inesperadamente un romance con Ana. La ya dificultosa relación con su amiga Lucía, se agravará en el cruce de la cena de fin de año. Pensé que iba a haber fiesta es una película introspectiva, de ésas que importa más el reflejo de los estados de ánimo del protagonista que los hechos en sí. El accionar del personaje no irá en busca de un objetivo, sino que su “divague” promoverá la descripción de su interior. Así hay que entender a la tercera película de Victoria Galardi, que maneja las secuencias cotidianas con espontaneidad, ya sean de dolor o felicidad, como ha demostrado en sus anteriores trabajos. La incomodidad es un elemento clave en la construcción del vínculo entre las dos amigas que componen Anaya y Bertuccelli, con la pileta en medio de los personajes (y quien la mantiene interpretado por Esteban Lamothe) tratando de distender, ahogar, aquellos conflictos que no terminan de emerger a la superficie. Galardi construye la tensión dramática entre lo que se dice y lo que se calla, lo que sucede y lo que se muestra. Si bien es cierto que la ausencia de una estructura narrativa clásica dificulta por lapsos sobre llevar el argumento, también queda claro que la película deambula por otro carril: el de los estados de ánimo, el del andar errático y la incomunicación, dando sentido y humanidad a la falta de objetivos claros. Tópicos del cine de Galardi, que va asentando su búsqueda personal con características de autor/a.
Bajada de línea Cuando se creía que el recalcitrante patriotismo norteamericano había sido superado, llega Ataque a la Casa Blanca (Olympus has fallen, 2013) como un retroceso conservador lamentable en todas las líneas. Una propaganda pro yankie a lo Chuck Norris de la era Reagan, o peor, similar a la utilizada en los films bélicos de reclutamiento de la década del cuarenta. Ver para creer… Mike Bening (Gerard Butler) es un agente del servicio secreto encargado de la custodia del presidente de los Estados Unidos, con el cual tiene una excelente relación. Un accidente en el que no puede evitar la muerte de la primera dama, lo aleja de las armas y traslada a un trabajo de oficina. Cuando los norcoreanos (enemigos de turno de los ideales americanos) invaden La Casa Blanca, es la oportunidad ideal de Mike para resarcirse entrando nuevamente en acción, siempre con actitud de paramilitar y con cuadros de presidentes americanos detrás. Es increíble que hoy en el año 2013, un film comience y cierre con la bandera norteamericana. Y peor, que todo lo que haya entre medio sea nada más que una bajada de línea de patriotismo barato tan tosca. Ataque a la Casa Blanca es una suma de clichés en cuanto a película de acción: el héroe que da su vida armado y con la bandera americana siempre cerca, la idea de familia puesta en peligro, los “malos” sin cara (no tienen gestos, no vaya a ser cosa que uno se identifique con ellos), y la lista podría seguir eternamente. Pero rescatemos sólo algunos donde queda en claro la bajada de línea: el presidente es blanco, rubio y de ojos claros (al igual que el héroe). Cuando es secuestrado asume uno de color negro (Morgan Freeman) y el cartel dice “presidente interino”, como si se tratase de un problema pasajero a solucionar. El del presidente claro. Por otro lado, todo el conflicto con Corea del Norte se resume a “un grupo de terroristas que atentan contra las buenas costumbres americanas”. Ni hablar de las menciones a Dios, que el primer terrorista muera a golpes propiciados por un busto de Lincoln, o que se siga reiterando hoy en día que la presencia bélica de Estados Unidos en aguas coreanas es para promulgar la paz. En definitiva, lo que podría ser una película ridícula pero divertida termina siendo una tomada de pelo pretensiosa en su discurso, que termina volviendo progresista hasta al más conservador de los espectadores. Sabemos que el cine de acción norteamericano siempre estuvo ligado al patriotismo, y esto asume una posición conservadora de antemano. Lo inaudito es que estando en el año 2013 no se le haya buscado una vuelta de tuerca para solapar de algún modo tremenda ideología. Ataque a la Casa Blanca hubiese sido protagonizada por Chuck Norris -pensemos en Chuck quebrando cuellos a los asiáticos como pollos en Desaparecido en acción (Missing in Action, 1984)-, Bruce Willis -la película bien podría llamarse Duro de matar en la Casa Blanca- o Harrison Ford -que hizo una pavada similar con Avión presidencial (Air Force One, 1997) en los noventa- si no estuvieran viejos y ocupados en auto parodiarse, señal de que sus figuras cayeron en desuso. Lo cierto es que hoy, Ataque a la Casa Blanca es un film que no tiene razón de ser.
Cada cosa por su nombre Tras el éxito de la obra de teatro Le Prenom, sus mismos creadores Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière se ponen detrás de cámara para realizar la versión cinematográfica. Al igual que el texto original, El nombre (Le prénom, 2012) explora en una cena familiar la hipocresía intelectual burguesa a través de la comedia. Vincent (Patrick Bruel), de carácter bromista y ganador, va a ser padre por primera vez y es invitado a cenar a la casa de su hermana y marido. Pierre (Charles Berling), su cuñado, es su gran amigo de la infancia pero también un obsesivo intelectual universitario con quien tiene discusiones ideológicas. Además de sus respectivas esposas, Anna (Judith El Zein) y Elisabeth (Valérie Benguigui), se encuentra Claude (Guillaume de Tonquedec), otro amigo de la infancia. Entre bromas traídas a razón del nombre del futuro bebé, se develan más de un secreto en el entorno. Lo que sería una agradable velada se vuelve un calvario de confesiones. El éxito teatral se extiende a la Argentina donde la obra se encuentra en cartel dirigida por Arturo Puig. Y es lógica la magnitud del éxito, pues de manera sencilla y divertida la obra es crítica del pensamiento progresista, acentuando sus prejuicios y contradicciones. Y en este punto se puede observar un gran manejo de los autores en la construcción dramática tanto de la historia como de los personajes, sorprendiendo y haciendo seductora cada escena. En tal actitud la película encuentra parentesco con Un Dios Salvaje (Carnage, 2011), donde la apacible cortesía entre dos parejas se tornaba violenta y animal, para distinguirse del conflicto juvenil que defendían. En este caso, y sin la exacerbación de la situación, las diferencias personales se exponen sobre la mesa cambiando el curso de las relaciones entre los integrantes reunidos. Para marcar rápido una diferencia entre ambos relatos, en El nombre lo atractivo son las infantiles discusiones que terminan detonando grandes verdades. Siempre desde la comedia. El film se distancia de la versión teatral en la presentación de cada personaje con imágenes descriptivas de pensamientos, comportamientos y recuerdos. Siendo lo mejor el comienzo, con la explicación histórica de los nombres de cada calle de Paris. Con este dato, el film adquiere universalidad para hablar de la sociedad –parisina en este caso- en su conjunto. Por lo demás, no hay grandes cambios con respecto a la puesta teatral, pero el poder de síntesis en los recursos visuales mencionados, le da a El nombre un carácter sumamente enriquecedor.
Los seres del túnel Para contrarrestar a las millonarias producciones de terror no hay nada mejor que las buenas ideas. Tal es el caso de Ausencia (Absentia, 2011), una producción independiente del género que construye el miedo desde una propuesta tan sólida como creativa. La historia nos trae a Tricia (Courtney Bell) quien busca sin resignarse a su marido (Morgan Peter Brown) tras siete años desaparecido en circunstancias desconocidas. Cuando su hermana Callie (Katie Parker) la visita, Tricia está convencida de rehacer su vida y olvidar a su esposo. Sin embargo extrañas e inexplicables apariciones se hacen frecuentes en la casa, provenientes de un túnel cercano al vecindario. Si no hay dinero para efectos especiales, ni para actores de renombre, sólo queda la imaginación para construir una buena y atractiva historia. Algo que entendieron bien los responsables de Ausencia, una pequeña y novedosa película que logra asustar mediante la magnifica utilización de sus recursos. El relato mezcla un drama familiar con historias de fantasmas y seres de otro mundo (para no adelantar más). Y lo hace con tácticas expresivas explotadas en todas sus posibilidades. El sonido y las sombras sugieren el miedo que no puede mostrarse (un legado de Val Lewton, productor de los años cuarenta creador del terror sugerido), pero también el trabajo sobre el espacio es fundamental. Tanto la casa como el barrio se tornan lugares de encierro. Basta sumar un montaje preciso para acertar en cuanta sugestión se quiera generar. La sensación de acecho inminente es tal, que se manifiesta la existencia del peor de los destinos. Desde la preocupación de Tricia sobre el paradero de su marido, se insinúa un desenlace nefasto. Un componente de sugestión muy bien manejado por el director, editor y escritor Mike Flanagan, que aplica las vueltas de tuerca suficientes para dejar atrapado al espectador en el destino de sus personajes. Ausencia comenzó como un proyecto muy pequeño (en cuanto a producción y expectativas) y fue adquiriendo reconocimiento gracias a la crítica y el público que lo aclamó en los diversos festivales en los que circuló. Hoy en día es considerada una gran obra de culto dentro del género. Y vaya si lo es.
Sufro con vos Brad Anderson ya demostró su oficio para manejar el suspenso en Session 9 (2001) y Transsiberian (2008). En 911 Llamada Mortal (The call, 2013) confirma su talento como director en un thriller inquietante, que además tiene el plus de traer a su protagonista, Halle Berry, a la Argentina. Jordan (Halle Berry) es una de las operadoras del 911. Su estresante trabajo consiste en atender los llamados de emergencia y conducir al necesitado a una solución momentánea mientras los especialistas llegan al lugar. Un día atiende a una niña a punto de ser secuestrada. Falla en el protocolo, la niña muere y deja su cargo para formar nuevos operadores. En una ronda educativa atiende de improviso un llamado por un secuestro y conducirá a la joven víctima (Abigail Breslin) en su inesperada odisea. 911 Llamada Mortal arranca de manera genial y se mantiene en ese nivel los primeros tres cuartos de película, hasta la innecesaria vuelta de tuerca que promueve un final decepcionante. Sin embargo, esos primero 75 minutos son de una adrenalina exquisita, y mucho tiene que ver su director. Brad Anderson utiliza las posibilidades que le otorgan filmar en digital para realizar planos extremadamente cercanos. Así ubica por ejemplo la cámara dentro de un baúl de automóvil donde la víctima es secuestrada. Vemos planos detalle de sus ojos, de su boca, de su angustia. Todo con la vertiginosidad que la situación requiere: la niña está a punto de ser asesinada. Anderson se las rebusca para sostener durante más de una hora esta situación planteada en el guión. Y lo hace recurriendo a tres elementos: el estrés, la incomunicación y la impotencia. Ambos gesticulados en la figura de Halle Berry quien, del otro lado del teléfono, no puede hacer más que escuchar y contener a la víctima. La angustia producida sobre el rostro tanto de “la telefonista” como de “la secuestrada” es tal, que con simples y veloces paneos laterales, Anderson nos traslada de un encierro (comando del 911) a otro (baúl del automóvil del secuestrador). Y todo a la luz del día. Este viaje del secuestrador con su presa intermediado por la telefonista es la película. El resto, es la vuelta de tuerca inverosímil que le quita ritmo y tensión a la historia. Hasta ese momento, 911 Llamada Mortal era una muestra absoluta de cómo generar suspenso.
Por la causa ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? (2013) es un documental ficcionalizado basado en el libro homónimo de Diego Rojas, que narra a través de la figura de un periodista interpretado por Martín Caparrós los hechos que dieron muerte al militante del Partido Obrero. El 20 de octubre de 2010 una patota sindical atacó a los militantes del Polo Obrero que se manifestaban en busca de reincorporar a los empleados tercerizados que habían sido despedidos del ferrocarril. En medio de la trifulca asesinaron a sangre fría a Mariano Ferreyra de un balazo en el pecho. La película dirigida por Alejandro Rath y Julián Morcillo utiliza la estructura de JFK (1991) de Oliver Stone, al ubicar a un personaje ficcional en la búsqueda ardua por desentramar el complot político que produjo el asesinato condenado socialmente. Pero en medio del relato, se utilizan imágenes documentales por un lado (las entrevistas a familiares y conocidos), y la dramatización de los hechos que culminaron con el asesinato por otro. Hay una intención clara del film de llegar al espectador y generar empatía con la causa. Esto hace que la película se distancie de formas documentales más duras (la información expuesta objetivamente) y presente un personaje con una historia de principios en su entorno para promover tal identificación. Del mismo modo que hiciese Enrique Piñeyro en la película Whisky, Romeo Zulú (2004) para narrar el accidente de la Aerolínea Lapa. Tal cuestión genera un pro y un contra. El pro es la llegada masiva al espectador no habitué a relatos de denuncia social. La contra es la falta de mirada reflexiva sobre el hecho. Todo se construye a partir de víctimas y victimarios, dirigiendo la mirada del espectador del mismo modo que lo hace el cine mainstream. Un film sobre un caso condenado socialmente por unanimidad y con las pruebas fehacientes de culpabilidad en los acusados establecidas, no necesitaba plantear empatía con la causa del militante fallecido. Tampoco hacer alusiones a Los traidores (1973) de Raymundo Gleyzer o a Rodolfo Walsh para hondar en el pedido de justicia. Así y todo ¿Quién mató a Mariano Ferreyra? cumple su objetivo con creces por la lucha digna e ineludible que representa.
La Ley de Medios desde el Cine Imágenes del Tío Sam (2012) aborda la discusión por la Ley de Servicios Audiovisuales desde el cine de Hollywood y su poder de dominación cultural. Para tal fin hace un racconto histórico del espacio que ocupan las producciones norteamericanas en las salas de Argentina, y la lucha de la industria nacional por una competencia que la ubique en equidad de condiciones. “El problema no es lo que piense el imperio, sino lo que el imperio piense dentro de mi cabeza” dice uno de los entrevistados, abriendo el debate ideológico que propone la ley de medios en cuanto al cine que consume la mayoría de los argentinos. Una discusión que define dos modelos de país “el nacional y el dependiente” según afirma otro entrevistado. Daniel Stefanello dirige este documental que afronta, con valentía y como nunca antes, la imposición hegemónica del cine norteamericano en todo el mundo. Una historia que viene desde 1920, que sigue instalada hoy en día y sólo la ley de medios empezaría a modificar. Un tema no menor si de patrimonio cultural hablamos. Imágenes del Tío Sam tiene su punto fuerte en la síntesis histórica que realiza acerca de cómo Hollywood construyó su hegemonía global. Un trabajo de dominación y sometimiento que las grandes cadenas de cine denominadas “majors” fueron haciendo desde principios del siglo pasado y continúa hoy en día con el objetivo de abarcar todo el mercado comercial y cultural de cada región. Los distintos intentos de Perón, Illia y el gobierno actual por recuperar espacios y con ellos el poder simbólico de la imagen. El cine de Hollywood es un cine de consumo, analiza un entrevistado, dando una explicación arquitectónica de la estructura de las salas dentro de los Shopping Center. Escena genial por su carácter didáctico, analiza la dimensión de los complejos multisalas como partes de una industria cultural digerida como comida rápida. “De los pasillos del shopping y sus locales entramos al complejo como si se tratara de otra dimensión, los colores y la luz cambian, entramos a un mundo de fantasía preparado para espectadores consumidores”. Y si prestamos atención a uno de los planos del documental, nos asombramos por su poder de síntesis: vemos la fachada exterior de Norcenter Shopping (Ex Showcenter norte), en la cual se leen las marcas Imax Theatre, Clarín, McDonalds y Carrefour. Toda una declaración de principios que remiten al modelo de país dependiente. Y no hace falta decir dependiente de qué. Otro momento revelador en su intención de generar consciencia, es cuando pregunta por el dibujo que aparece sobre el final de los créditos de las películas americanas. Aquel que engloba una serie de bobinas en medio del globo terráqueo, aludiendo “al cine del mundo”, logotipo de la MPAA (Asociación de Productores y Distribuidores Cinematográficos de America). Todos lo vemos infinidad de veces sin detectarlo, como a las palmeras en medio de los patios de comida de los Shopping Center. Están ahí, frente a nuestras narices y sin embargo no las percibimos, como tampoco a la gran variedad de discursos dentro de la imagen con el único fin de promover tal dependencia. Un documental construido desde la resistencia cultural, necesario y revelador para enfrentar aquellas formas de dominación cultural que no vemos ni detectamos a simple vista pero que están presentes en todo momento y de manera sumamente eficaz.
Un Cage básico La última película con Nicolas Cage, Contrarreloj (Stolen, 2012), es un film tan ridículo en cuanto a la historia que plantea, que termina por divertir con los lugares comunes en los que cae. Una fórmula trillada, un tratamiento por demás inverosímil y varios estereotipos para hacer de esta película de acción un entretenimiento pochoclero funcional a los fines buscados. Will Montgomery (Nicolas Cage) es un ladrón profesional pero con “códigos” y una hija a la que adora. Cuando está por dar el golpe de su vida junto a su equipo de “trabajo”, algo sale mal y cae en manos del agente del FBI Tim Harlend (Danny Huston) que lleva años persiguiéndolo. Pasan ocho años y al salir de la cárcel e intentar rehacer su vida, Vincent (Josh Lucas), un ex compañero con quien Will tuvo un último altercado, secuestra a su hija y le reclama el dinero de la operación que deberá entregar en menos de doce horas a cambio de la niña. La fórmula del fugitivo pone a Nicolas Cage con un límite de tiempo para conseguir el dinero y salvar a su hija (recuperarla en todo sentido). Todo mientras evita que la policía lo atrape nuevamente. Pero si de fórmulas básicas hablamos, pensemos en los estereotipos que el film construye: un ladrón con códigos que busca redimirse y un villano traidor sin escrúpulos, feo, rengo y resentido. Y no nos olvidemos del agente federal ultra correcto y apegado a la ley que usa sombrero a lo Eliot Ness. Resta describir los recursos trillados: que el personaje tenga que correr durante todo el film entre la gente (la acción transcurre en medio de los festejos del carnaval del Mardi Gras en Nueva Orleáns), que tenga que engañar a la policía con credenciales y muñecos (¿por ello la música remite a la serie El Santo?), y las inverosimilitudes como que al protagonista le disparen, lo apuñalen, lo golpeen…y siga corriendo sin parar. En este momento es cuando hay que recordar que el protagonista es Nicolas Cage y el director Simon West que viene de dirigir Los indestructibles 2 (The Expendables, 2012) pero que ya había trabajado con Cage en Con Air: Riesgo en el aire (Con Air, 1997) lanzando al actor definitivamente como héroe de acción. Films que si carecen de algo es de realismo, motivo por el cual hablar de inverosímil pasa a ser relativo. Teniendo en cuenta tales antecedentes todo adquiere rápidamente sentido. Claro que Contrarreloj podría dar mucho más de lo que entrega.
Esportazione amore Tercera parte de Manual de amor (Manuale d'amore, 2005), Las edades del amor (Manuale d'am3re, 2011) está concebida como un producto para cruzar fronteras, por la reiterada presencia de imágenes publicitarias de toda Italia y figuras internacionales en su elenco. Tres historias enlazadas por un joven taxista que cumple el rol de presentador y cupido a la vez: “Juventud” se centra en Roberto (Riccardo Scamarcio, actor de Tengo algo que decirles y A Roma con amor) que realiza un viaje de negocios por dinero y planea casarce con Sara (Valeria Solarino) a su regreso. Pero en el camino se topa con Micol (Laura Chiatti) con quien vivirán un amor pasional que pondrá en duda su futuro. “Madurez” es la mejor historia: protagonizada por Carlo Verdone en el papel de Fabio, un presentador de un noticiero que se ve enredado con una amante bipolar (Donatella Finocchiaro) que lo pondrá en peligro. “Mas allá” es el relato donde aparece Robert De Niro en el papel de Adrián, un profesor norteamericano de historia del arte que se enamorará de Viola (Monica Bellucci), la hija de su mejor amigo Augusto (Michele Placido). Manual de amor se estrenó en argentina luego del éxito descomunal en su país de origen, la segunda parte no pasó por los cines locales, mientras que ahora llega la tercera con su propuesta internacional, estrenada como si se tratare de una película sin relación con sus precedentes. El trípico dirigido por Giovanni Veronesi tenía su razón de ser en las reglas por las que supuestamente atraviesa toda pareja enamorada. La irracionalidad del enamoramiento provocaría los momentos cómicos del film y la ternura del románticismo el elemento unificador, a través de distintas historias “sobre el tema”. Decíamos que la historia que mejor funciona es la protagonizada por Carlo Verdone (quien actúa también en las anteriores), porque es la única que le imprime el espíritu cómico-tierno de la primera parte. El registro de aquella historia es por lapsos la comedia picaresca que extrae lo mejor del actor cómico, tornando simpático el drama trágico cómico que surge de las consecuencias de su relación extramatrimonial. Las demás historias imprimen un aire existencialista al relato que no condice con la estética publicitaria de las panorámicas constantes de la Italia turística. Sus personajes no conmueven ni llegan a divertir lo suficiente aunque son encarnados por figuras internacionales (los italianos Riccardo Scamarcio, Monica Bellucci a los que se suma el norteamericano Robert De Niro) que sirven únicamente al objetivo de llevar público a las salas.
De corruptos y pecadores Broken City (2013) es un atractivo thriller político que transcurre en épocas electorales. Pero no sólo de corrupción política va la cuestión, pues la trama policial que se desarrolla incluye también oficiales, funcionarios y toda una serie de personajes relacionados con la ley, que el poder y la ciudad corrompen. Cuando el policía Billy Tagart (Mark Wahlberg) es juzgado por asesinar a sangre fría a un violador, la opinión pública lo condena y sólo el alcalde de Nueva York (Russell Crowe) lo respalda y autoriza su libertad. Claro que deberá renunciar a su cargo y dedicarse al no muy feliz trabajo de fotografiar esposas infieles. Pasan los años y es llamado por el alcalde para saldar esa deuda: seguir a su esposa (Catherine Zeta Jones) que lo engaña. Lo que no sabe Billy es que es usado para una operación política clave en tiempos electorales. En medio del complot Billy deberá develar la verdad y enfrentarse a su pasado. Broken City trae lo mejor en su género: un guion bien construido (esto implica un buen manejo de la información que se le da al espectador para que nunca decaiga el interés del relato); interpretaciones convincentes con actores que puedan expresar la ambigüedad que sus personajes requieren; y la corrupción emergiendo de la ciudad como una paria que envuelve a sus ciudadanos en la oscuridad. Este clima claustrofóbico que plantea la ciudad viene del cine negro, al igual que ciertas temáticas afines que se suceden al margen de la ley, como es el caso del detective privado, el inspector de policía corrupto, la política sucia, la acción mafiosa para entorpecer la justicia, etc; temas que el guionista Brian Tucker utiliza para hablar de la falta de valores en la Nueva York actual. Ahí surge un último y fundamental factor: la toma de decisiones trascendentales por parte de personajes inmersos en un microcosmos individualista. La película dirigida por Allen Hughes y producida por el mismo Mark Wahlberg, logra captar así lo mejor del thriller político para trasmitir con simpleza y crudeza, una visión oscura acerca de la sociedad americana, siempre desde la acción y el suspenso pero sin perder jamás el eje de ambigüedad que tiñe el relato.