Sobreviviendo Transportémonos a un instante en el que todas las comodidades de la vida en civilización desaparecen y toda la hostilidad del mundo salvaje se hace presente. Transportémonos a El líder (The grey, 2011) en la que Liam Neeson deberá sobrevivir al frío polar de las montañas y a una manada de lobos hambrientos que lo acecha. Liam Neeson interpreta a Ottway, un depresivo francotirador que se encarga de matar a lobos salvajes que deambulan un pozo petrolero. En ése inhóspito lugar, lejos de sus familias y seres queridos, muchos hombres cargan su condena de vida. Cuando el avión en el que viajan se estrella en la montaña, y un frío arrollador los invade, pensarán que nada más grave podrá ocurrirles. Pero algo ocurre: son amenazados por una manada de lobos hambrientos de carne humana. Ottway liderará al grupo gracias a sus habilidades. Si hay algo por lo que se destaca El líder es por la generación de climas. Uno siente el frío, el viento, el hambre, el peligro, a través de la puesta en escena, la dirección de cámara y los tamaños de plano. La focalización primero en Ottway, y luego en los otros sobrevivientes, permite sentir en carne propia el periplo por el que atraviesan los personajes. La película producida por Ridley y Tony Scott, viene además a establecer un juego con la muerte. Los protagonistas son condenados por sus fracasos personales, la ausencia de afecto, o la pérdida de seres queridos. Todos cargan con una cruz y, desde ese punto de vista, el escenario adverso en el que deambulan se presentará como una suerte de purgatorio para cada uno de ellos. Por tal motivo, el film va a intercalar el sufrimiento físico de los personajes con el sufrimiento interior, aquel que les provocó su condena. Entre el drama y la aventura, El líder tiene su punto fuerte en el siempre consistente Liam Neeson, cuando de personajes rudos se trata, y en la recreación de sensaciones extremas, sean del cuerpo o del espíritu.
Patriota bueno, patriota malo Robert Redford apela a menudo en su filmografía a relatos con contenido patriótico, o que reivindican los valores fundadores de los norteamericanos. En El conspirador (The Conspirator, 2010) hace lo propio replegándose a los tiempos de la Guerra de Secesión. El resultado es un film de abogados absolutamente maniqueo. Frederick Aiken (James McAvoy) es un héroe de guerra condecorado por su exitosa participación en el ejército de la Unión. Cuando el presidente Abraham Lincoln es asesinado a sangre fría, se realizará un juicio ejemplar contra los sospechosos detenidos. Aiken deberá por encargo defender a una mujer involucrada casualmente en el asesinato. Contra todos sus ideales y conocidos, Aiken liderará la defensa de la mujer, poniendo al mismo tiempo en crisis sus creencias patrióticas. Robert Redford hace un cine de buenos y malos. No hay ambigüedades en sus personajes. Así en el comienzo del film, vemos al coronel Frederick Aiken herido en batalla junto a un cabo, cediéndole la asistencia cuando llega enfermería. Sus ideales y compromiso con la patria son de una nobleza perfecta, casi irreal. Cuando accede a defender a Mary Surratt (Robin Wright) la focalización de la película está en el personaje de Aiken y percibimos la maldad en su contra: los miembros de la comisión que integran el jurado son crueles, impiadosos y desalmados para con él y la acusada. El conspirador trata de buena fe plantear la falta de coherencia en los valores fundacionales de los americanos. Desde lo discursivo parecen fuertes e inviolables, pero en la práctica quienes ostentan el poder los ignoran a gusto y conveniencia. Un tema interesante si pensamos en el reciente asesinato del terrorista Osama Bin Laden, sin obtener un juicio justo según las leyes de los EE.UU. Había que encontrar un culpable para enmendar el dolor por el atentado a las Torres Gemelas, así como se necesitaba un culpable por el asesinato de Lincoln. Pero el problema de la película de Redford es la manipulación innecesaria que utiliza para fomentar su mensaje. Sus personajes buenos son buenísimos, responden a los ideales americanos, y los malos malísimos, no tienen una pizca de bondad. En esta dualidad de caracteres, Redford saca una conclusión: no hay valores cuestionables, sino personas que eligieron mal el camino. Una visión ingenua como la de su protagonista. Sobre el final, los reiterativos planos que nos ubican en el punto de vista de la víctima, martirizándonos para generar empatía con ella, son aberrantes a esta altura del siglo XXI con más de cien años de cine a cuesta. Redford lo sabe, e insiste en buscar el costado más vulnerable de un patriotismo en decadencia.
Sin novedad en el cuento Espejito, Espejito (Mirror, mirror, 2012) intenta reescribir el cuento infantil Blancanieves y los sietes enanitos, con la figura de Julia Roberts en el papel de la malvada reina, pero no hace más que reconfirmar la clásica historia. La obsesión de la reina por los tratamientos de belleza y los enanitos que, en vez de ser nobles trabajadores son una pandilla de ladrones, no alcanza para parodiar al clásico. Cuando el querido Rey y padre de blancanieves desaparece en el bosque, la malvada reina (Julia Roberts) se apodera del trono y sumerge al pueblo en una era oscura. Blancanieves (Lily Collins), al cumplir los 18 años de edad, sale del castillo y pierde la ingenuidad infantil. Conoce al príncipe (Armie Hammer) con su torso desnudo en el bosque, y ve como sufre la gente del pueblo. La Reina la envía al bosque a matarla a manos de su noble ayudante Brighton (Nathan Lane), pero blancanieves huye y se refugia con los enanos. Desde allí deberá recuperar el reino y a su amado príncipe. Espejito, Espejito no es una parodia que reelabore el clásico infantil. La película con Julia Roberts no está a la altura de burlar al cuento de hadas como si en cambio lo hizo Encantada (Enchanted, 2007) con La Cenicienta. Si bien, la escena en que la actriz de Mujer bonita (Pretty Woman, 1990) utiliza extraños mecanismos medievales para conservar su hermoso rostro es muy divertida -y de lo mejor del film- no es suficiente mérito para actualizar al cuento a nuestros días. Lo mismo sucede con la idea de que los enanitos pasen de ser honrados trabajadores de una mina, para convertirse en una pandilla de asaltantes de carruajes. Son cuestiones que introducen comicidad al film para sacarlo de su encajonado formato medieval. Y aunque se destaque, una suntuosa dirección de arte que recuerda a los films de Tim Burton en la construcción de vestuarios y escenografía, la película se caracteriza por seguir a rajatabla la simple y llana historia de Blancanieves y los siete enanitos con personajes de carne y hueso. Ante la ausencia de parodia, queda transitar –otra vez- por la trillada estructura del cuento, con los aportes cómicos de dos elementos más que obvios: el ayudante Brighton y los siempre graciosos enanos. Recurrir a éstos componentes para darle frescura a un relato idéntico al original, es tan pobre como la película misma.
Los malandras uruguayos Siguiendo la línea impuesta por la argentina Pizza, birra, faso (1998), la brasilera Ciudad de Dios (Cidade de Deuz, 2002) y la italiana Gomorra (2008), Reus (2011) viene a retratar a las pandillas de delincuentes marginales que habita en Montevideo, Uruguay. Luego de convertirse en un éxito de público en el país charrúa, llega a Buenos Aires esta película que describe de manera cercana la convivencia en un barrio dominado por la inseguridad. Reus es un barrio judío de Montevideo en el que, veteranos comerciantes hebreos viven desde hace añares. Hoy en día las pandillas de delincuentes manejan el barrio, hecho que se agrava cuando el tano (Camilo Parodi, actor de nacionalidad argentina) sale de la cárcel para reasumir el mando del grupo. La disputa por el control del barrio generará más de un conflicto. Lo mejor de Reus es la cotidianeidad que refleja entre los delincuentes marginales. La relación entre los integrantes de las bandas, sus códigos, su dialecto, sus familias, sus escondites y su modus operandi para realizar los atracos, son de una naturalidad sin igual. La cámara en mano deambula constantemente entre los personajes como si fuera un personaje más, haciendo de esta forma partícipe al espectador de ese mundo particular. Se aprecia un gran trabajo actoral para lograr que el costumbrismo no se vea forzado en ningún momento, y fluya de manera espontánea. La minuciosa descripción que la película realiza invita al conocimiento de una clase social no habitual en la representación del costumbrismo en el cine uruguayo. Sin embargo Reus tiene problemas en el desarrollo de su estructura dramática. La tensión generada entre ambos bandos que se disputan el control del barrio –comerciantes judíos y malandras marginales- no llega a tener el impacto planteado, puesto que el film se detiene en heterogéneas situaciones cotidianas que diversifican el curso de la historia. El eje central queda sosiegado perdiendo fuerza narrativa hacia el final. De igual modo, y partiendo de los films antes mencionados a los que Reus refiere, lo fundamental funciona y es el retrato efectivo de este grupo de marginales desde el interior de sus realidades.
En las arenas del cine El príncipe del desierto (Black Gold, 2011) viene a desarrollar la historia del personaje del príncipe Auda, líder de las tribus revolucionarias del desierto. Personaje que, en Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), interpretó Anthony Quinn. Auda y su hermano Ali son entregados por su padre, el Sultan Amar (Mark Strong), al Sultan de la tribu contrincante Emir Nesib (Antonio Banderas) como forma de sellar un pacto territorial: el Cinturón Amarillo no sería de nadie. Cuando un grupo de texanos arreglan la explotación petrolera de la zona con Nesib, comienzan los conflictos con la tribu enemiga. Auda y su hermano quedan en medio de la disputa territorial y deberán tomar decisiones trascendentales para uno u otro bando. El nuevo film de Jean-Jacques Annaud (El nombre de la rosa, Siete años en el Tíbet) viene a retomar la tradición épica de batallas libradas en el desierto, que supo tener su punto cumbre con la película de David Lean, Lawrence de Arabia en 1962. El personaje Auda, aquí interpretado por Tahar Rahim, dista del enaltecido por Anthony Quinn. Mientras que aquel personaje se caracterizaba por su rudeza y costado salvaje para contraponerse al civilizado –y afeminado- Lawrence de Peter O'toole, el protagonista de El príncipe del desierto es un personaje bueno y noble. El film comienza tiempo antes de los sucesos desarrollados en Lawrence de Arabia, y mostrará como el príncipe Auda se convertirá en líder revolucionario. La película que tiene lapsos muy bien logrados, no llega a desarrollar algunos temas puntuales que transita pero deja en la superficie. Temas quizás más interesantes que el conflicto de lealtades y traiciones entre tribus que plantea. Cuestiones como la invasión de occidente y sus quiebres en la cultura oriental a partir de la comercialización del petróleo (el oro negro del título original), quedan relegadas a lo anecdótico. El film menciona el conflicto en lo discursivo pero rápidamente pasa por alto el tema. Estas decisiones temáticas marcan la diferencia entre un buen film y un gran film, ligándose El príncipe del desierto a la primera de las opciones y, perdiendo la oportunidad histórica cinematográficamente hablando, de dejar la huella en el desierto.
El turno de la mente David Cronenberg se caracteriza por bucear en las perversiones del ser humano a través del cuerpo. Lo corporal representa de manera simbólica el lado oscuro de la mente. En Un método peligroso (A dangerous method, 2011), el director canadiense se ocupa de los personajes reales que estudiaron científicamente las causas de las relaciones entre mente y cuerpo: Sigmund Freud y Carl Jung. La historia nos lleva a 1906, cuando Carl Jung (Michael Fassbender) está encargado del hospital psiquiátrico de Zúrich, al que ingresa una paciente declarada histérica: Sabina Spielrein (Keira Knightley). Ella parece ingobernable y entabla una especial relación con Jung como asistente de sus estudios psicológicos. Pero luego devendrá en una fuerte relación amorosa, marcada por la pasión y la violencia. Paralelamente, ambos visitaran al padre de la psicología Sigmund Freud (Viggo Mortensen), con quien discutirán métodos y nuevos estudios al respecto de la repercusión de la sexualidad en la vida de los seres humanos. Un método peligroso es una película de reconstrucción histórica sobre un amor imposible con el psicoanálisis de contexto. Basada en el libro de John Kerr, el proyecto estaba destinado a ser protagonizado por Julia Roberts. Por suerte eso no sucedió y cayó en manos de David Cronenberg, que lo aleja de lo novelesco para aportarle su dosis de creatividad y oscuridad ligada –siempre- al ser humano. La historia nos presenta un conflicto de intereses ligados a las primeras y revolucionarias teorías psicoanalíticas. Las teorías sobre la sexualidad descubiertas por Freud, interpretado por un soberbio Viggo Mortensen, y las teorías más relacionadas al misticismo que impulsa Jung. Entre la admiración y la confrontación por entender la mente humana, está lo incomprensible y aún por explorar, ligado a los placeres carnales. En esta dimensión se cuela el tercer teórico Cronenberg, quien asegura no querer comprender nada de la mente humana, sino sentir el goce por la exploración a través de sus films. En el contexto de su filmografía, Un método peligroso no está entre los radicales límites que puede alcanzar el director de Festín Desnudo (Naked Lunch, 1992). Lo convencional del relato, su correlación histórica y su pie en la ciencia, restringen la creatividad arqueóloga de Cronenberg. Sin embargo, desde un sobrio tratamiento del relato, de la ciencia y de los personajes reales, logra un film inteligente, atractivo y perversamente interesante.
Las mujeres según Gianni La sal de la vida (Gianni e le donne, 2011) es una continuación del personaje de Gianni (Gianni Di Gregorio ) de Un feriado particular (Pranzo di ferragosto, 2008). Un tipo aprisionado por su anciana madre, bonachón y servicial con los demás, quienes se aprovechan de su buena voluntad. En esta oportunidad, Gianni se fascina con la idea de tener una amante y se ilusiona con cuanta muestra de cariño femenino recibe. Gianni consigue dejar a su madre en un asilo para señoras. Sin embargo vive en su casa asediado por su hija adolescente, el novio de ella que no trabaja, y su esposa. Su joven y sensual vecina coquetea con él, novias de la infancia se muestran extremadamente cariñosas y su amigo abogado intenta meterlo en el mundo de la trampa. Gianni observa que hasta uno de los ancianos que se sientan en la puerta de su casa tiene amante. Él buscará erráticamente la suya. Gianni Di Gregorio , protagonista, director, guionista, y también encargado de otras áreas, encontró con “su” Gianni al personaje ideal. Un tipo querible y a la vez sufrido por su entorno. Genial para un serial, del que La sal de la vida bien podría ser un capítulo más. La película no hace más que seguir a Gianni en diversas situaciones. El tipo aparece frente a cámara todo el film, y la gracia surge de las frustantes reacciones de Gianni frente a los acontecimientos. Por corte directo, contraste de música o en la misma puesta en escena, Gianni y sus caras son lo mejor de la película. La sal de la vida, al igual que Un feriado particular, tiene la virtud de retratar situaciones de la vida cotidiana con mucha naturalidad y frescura, trasmitiendo humor y calidez en las relaciones humanas. Gianni Di Gregorio capta a la perfección la calidez propia del mejor cine italiano. La familia es nucleo central y los aportes de los ancianos son geniales. También enriquece el film, la participación de Aylin Prandi, su sensual y joven vecina, quien con su espontaneidad y carisma motiva a Gianni a dejarse coquetear por las mujeres de la película. La desventaja de La sal de la vida es no apoyarse en un argumento sólido, sosteniéndose simplemente en su personaje principal. Si tenemos que pensar el film como un todo, falla en su estructura, sin embargo son ésos pequeños momentos, retratos de Roma y su gente, los que transmiten la frescura y sencillez con que Gianni logra conquistarnos.
Una tema de identidad... nacional Tiempos menos modernos (2011) habla de la penetración cultural desde los extremos. Su director Simón Franco, que ya había realizado un cortometraje en 2004 llamado Tiempos Modernos al respecto, plantea la modificación de hábitos cotidianos tomando el caso de un tehuelche invadido por la cultura televisiva de los años noventa. Payauala (Oscar Payaguala), un tehuelche que lleva una vida “rural” recibe un cambio brusco en su rutina diaria cuando le llega una televisión a su hogar. El programa federal del gobierno en tiempos menemistas, le acerca a este hombre que vive en la soledad de una zona fronteriza de Comodoro Rivadavia, una televisión digital y un teléfono. La “ventana abierta al mundo” que las nuevas tecnologías supone, es también la modificación de los hábitos cotidianos y la creación de nuevas necesidades de consumo impensadas hasta entonces. El progreso puede traer aparejado soluciones para quien tiene problemas. ¿Pero que pasa con quien no los tiene? Éste es el caso del protagonista Payauala que, con sus gestos, expresa frente a la TV sorpresa, desconcierto y adicción, para con las imágenes trasmitidas. Imágenes que se meten en su casa y provocan trastornos compulsivos adictivos en su comportamiento. Es el caso de la novela “Alma mía”, por la cual el protagonista deberá rearmar su rutina diaria para seguir día a día sus capítulos. Una escena memorable es cuando Payauala en medio de sus tareas rurales en la soledad de un inmenso paisaje, aparece en escena a galope con la música de la novela sonando de fondo. El humor es el recurso preferido del director para reflexionar sobre un tema complejo como lo es la penetración cultural. Para tal caso, apela a los extremos antes mencionados con contrastes entre la soledad de una vida campestre y el ideal de vida, llena de consumo, que propone la TV. Lo demás es tener el pulso perfecto para extraer del personaje principal las reacciones más impensadas. Las caras de Payauala al ver un Reality Show, o los productos para adelgazar de Sprayette, son lo mejor del film. A tal ensalada televisiva, con el glamour berreta que predominó la década del ’90, se le suman las declaraciones de Carlos Menem, y las referencias a Chaplin, con fragmentos de El gran dictador (The great dictator,1940) y el parafraseo del título de la película. La exacerbación del carácter individualista de los años 90, es otro extremo utilizado para describir la pérdida de la identidad nacional. No por nada, como espectadores, nos identificamos más con la cultura televisiva que con la cultura del protagonista. A su manera, Tiempos menos modernos funciona como un pequeño caso inherente a todos los argentinos que divierte con la misma fuerza que obliga a reflexionar.
Policía incorrecto en Irlanda El guardia (The guard, 2011) sigue la tradición de films sobre policías incorrectos con agregado localista. Toda la idiosincrasia irlandesa está parodiada temáticamente en la película y desde allí se construye el humor. Inclusive hay gags que tienen que ver con el lenguaje –inglés vs. Gales- que quienes no compartan o comprendan determinadas costumbres del norte, quedarán inevitablemente afuera del código. El Sargento Gerry Boyle (Brendan Gleeson) no es el policía ejemplar. Es insubordinado con sus superiores, le gusta alcoholizarse, rentar prostitutas y trasmitir un sentimiento racista. Propio de un pueblo rural de Irlanda de donde es oriundo. Él mismo representa de forma brutal, todo el conservadurismo del irlandés medio, anquilosado en su cultura. Cuando le encomiendan resolver un caso junto a un enviado del FBI (Don Cheadle, también productor de la película) protestará pero aprenderá a convivir para resolver un asunto ligado al narcotráfico. Ópera prima del irlandés John Michael McDonagh, El guardia es una producción irlandesa, protagonizada por el irlandés Brendan Gleeson que compone un personaje muy singular. La clásica historia del policía incorrecto, aquí made in Irlanda, está tamizada por el contraste que genera el correcto y "americano" agente del FBI que compone Don Cheadle. En esta dualidad de opuestos, la película hace divertido al descollado personaje de Gleeson. Su Gerry es motivo suficiente para querer ver el film. Los “palos” a la cultura norteamericana en los diálogos con el personaje de Cheadle son lo mejor de la película. “Denme una medalla como la que les dan a los chicos que vuelven de Irak” ajusticia Gerry, o “Pensé que todos los narcotraficantes eran negros”. El humor ácido, agitador y excesivo, ubican a Gerry entre los antihéroes mas divertidos. Entre los policías incorrectos, donde también se encuentra el español Torrente, El guardia viene a trasmitir la visión irlandesa de lo políticamente subversivo. Desde ese lugar, Gleeson construye un personaje interesante y su Gerry, el antihéroe que todos desean ver en acción.
La crisis ética De las películas que se realizaron acerca de la crisis financiera actual, El precio de la codicia (Margin Call, 2011) es una de las mejores por varios motivos. En primer lugar no es sobre las víctimas ni las consecuencias de la crisis, sino sobre sus responsables, representados por un descomunal elenco que incluye a Jeremy Irons, Kevin Spacey, Stanley Tucci y Demi Moore, entre otros. Otro punto es un guión sólido y atractivo que además explica claramente los complejos motivos detrás del exabrupto en la bolsa de comercio. La película transcurre en su mayoría dentro de las oficinas de la financiera. Allí, un empleado despedido –después de 19 años en la empresa- por reducción de personal, descubre que las cuentas no cierran hace varias semanas. Otro empleado continúa el trabajo de su ex colega y, al constatar la gravedad del asunto, informa a su superior. Éste convoca al suyo y así sucesivamente. En el transcurso de la noche se definirá el futuro de la empresa. Esta cadena de mandos en El precio de la codicia logra una historia sólida y esclarecedora sobre el germen de la crisis. Pero no sólo eso, sino que nos presenta a sus (ir) responsables de la mejor manera: con el humor que tipos tan siniestros como atractivos pueden tener. Seres cada vez más crueles, cínicos y perversos a medida que aumenta su sueldo y su poder, como si nos sumergiéramos en El infierno del Dante. Por supuesto los únicos que entienden la base del conflicto son los empleados. Esto implica que a medida que se presenta un “jefe” o “superior” deban explicarle el tema –la crisis- de manera más gráfica y sencilla, a tipos que sólo están preocupados por el estado de su cuenta bancaria. Así, con explicación tras explicación, entendemos las razones de la crisis desde la platea. Aclaración: sólo interpretes como los que protagonizan El precio de la codicia, pueden darles a los personajes los matices y ambigüedades necesarios para componer seres tan humanos como desalmados a la hora de tomar decisiones. Vale comentar también que la película contiene metáforas muy sutiles para graficar las conductas de sus personajes. Es por todos estos motivos, que El precio de la codicia es un film tan eficaz, adulto y esclarecedor sobre la debacle financiera contemporánea.