Entretenimiento Autorreferencial El productor Robert Rodríguez reescribe la primera película de la saga Depredador (Predator, 1987) con escenas casi idénticas al film original, haciendo una suerte de continuación de este film protagonizado en los años ochenta por Arnold Schwarzenegger. Para esta nueva aventura titulada Depredadores (Predators, 2010) contrató a Adrien Brody, otro actor cuyo nombre empieza con A. Un heterogéneo grupo de asesinos y cazadores cae literalmente en medio de la jungla. En la misma, detectarán una amenaza de índole sobre natural. Los integrantes del grupo serán cazados uno a uno sino deciden atrapar ellos mismos a las criaturas alienígenas. Hagamos memoria: en el primer filme de la saga Arnold Schwarzenegger comandaba un grupo que se internaba en la selva. Allí se topaban con una fuerza sobre natural que los cazaba uno a uno. El suspenso estaba construido en base a ocultar el origen de la amenaza. El monstruo en cuestión aparece en escena recién avanzada la media hora de película. Lo mismo sucede en la nueva Depredadores. Otra vez la selva, otra vez la amenaza invisible y sobrenatural. Otra vez un líder musculoso cuyo instinto de supervivencia lo salvará. Aparte de la línea temática, hay un par de escenas muy parecidas. Una es la que encuentra a los miembros del grupo disparando por un largo lapso de tiempo luego de escuchar un sonido proveniente de un lugar no identificado de la selva. Otra es cuando encuentran los cuerpos colgando de los árboles con restos de naves. Y la más clara es la final (no estamos contando el desenlace, sólo una partecita) cuando el personaje de Adrien Brody resurge de su escondite camuflado con barro que recubre todo su cuerpo, así como hiciera Arnold en 1987. ¿Pero qué es lo que salva a Depredadores de ser una mala copia del original? Su leve tono paródico con el cual trata la historia. Parece ser en serio sino prestamos atención a pequeños indicios del relato. Uno es al comienzo. Los personajes caen del cielo como arrojados en paracaídas. Uno se estrella contra el piso y el personaje de Danny Trejo comenta “parece que su paracaídas no se abrió”. Otro es cuando los personajes tratan de comprender el origen del misterio que los acecha. Se destilan comentarios entre los integrantes y uno acota “¿Y si estamos todos muertos?” haciendo alusión a la serie televisiva Lost. Y si ninguna de estas características le justificó la autoreferencialidad con la que la película se maneja, sólo tiene que escuchar la música de los títulos de crédito contrastando cierta seriedad del final del film. Gracias a este tono burlón, Depredadores avisa que no hay que tomarse demasiado en serio lo que sucede en la historia. Estamos ante un entretenimiento pochoclero y pasatista que, de paso, recuerda a los orígenes de la saga.
De vuelta a los 80 Atención: si usted tiene entre treinta y cuarenta años, su posibilidad de disfrute de esta película será extrema. Un loco viaje al pasado (Hot Tub: Time Machine, 2010) no sólo recrea la década de los ochenta sino que brinda un placentero homenaje a los tópicos de aquellos años. Sus protagonistas, con John Cusack a la cabeza, viajan al pasado pero también el espectador, gracias a la estructura narrativa del film similar al cine shampoo de la época. Tres amigos fracasados en su vida amorosa y social, se reencuentran después de varios años y deciden hacer un viaje a un pueblo para revivir viejas épocas. Lo que no saben, es que revivirán literalmente la época del pelo con spray y los pantalones elastisados gracias a un jacuzzi que sirve de máquina del tiempo. Allí tendrán que elegir entre repetir la historia, aprovechar el reviente o rehacer sus vidas. La nostalgia vista a través del boom de los ochenta es quizás la mejor interpretación que se pueda hacer del film. Parecieran ser dos cuestiones imposibles de ligar. La nostalgia es recuperada mediante fotografías -de los amigos en su niñez y adolescencia- que se intercalan con figuras icono de esa década. Allí se produce el registro nostálgico-cómico que el film no dejará hasta los títulos de crédito. Pero no será hasta que el personaje de Lou (Rob Corddry), completamente borracho, acelere su auto y el ruido de su motor rechine al compás de Kickstart my heart de Mötley Crue, que se comprenderá el sentido que el director Steve Pink le imprime al film. Nunca una escena de una película de este estilo expresó tan claramente un estado de ánimo. Un loco viaje al pasado aprovecha como ninguna otra película la oportunidad de recrear los ochenta. El reviente de drogas y alcohol, los peinados extravagantes, las vestimentas extrañas y demás cuestiones, son acompañadas por la música de Poison, Mötley Crue, Autograph, entre otras bandas clave, y una estructura narrativa que respeta todos los tópicos de los filmes de la época. ¿Ejemplos? El elemento sobrenatural que posibilita el punto de giro de la trama (el jacuzzi que viaja en el tiempo) rememora a films del estilo Billy & Ted (Billy & Ted’s Excellent Adventure, 1989), Volver al Futuro (Back to the Future, 1985) o Novia se alquila (Can’t buy me love, 1987); o el clan de jóvenes que se distinguían por atosigar a otros, también presente en películas del estilo de Porky’s (1982), Amanecer Rojo (Red Down, 1984) y La venganza de los Nerds (Revenge of the Nerds, 1984). No sólo la “estructura homenaje” ayuda a revivir en el espectador la añoranza mientras disfruta de los vericuetos de la trama. También se apoya en las apariciones de Chevy Chase y Crispin Glover -actor que interpretaría a George McFlay, padre del personaje de Michael Fox en Volver al Futuro. Y si a usted no le alcanza, lo tiene a John Cusack, actor prototipo que comenzó su carrera protagonizando muchos de los filmes que la película –de la cual también es productor- menciona de una u otra manera. Así, como una fábula de los ochenta pero siempre anclada en el presente, Un loco viaje al pasado invita a rememorar los años felices donde todo parecía posible y los problemas se solucionaban tan mágicamente como comenzaban. Eso mismo le sucede al espectador en este viaje retro. Y es cierto, la nostalgia está cimentada en la fantasía…pero quien le quita lo bailado.
Delirio cósmico argentino El dúo protagonista de Soy tu aventura (2002) vuelve a las andadas con Pájaros Volando (2010), otra vez bajo la dirección de Néstor Montalbano. En esta oportunidad, el pueblo en cuestión no será revolucionado por la llegada de un cantante popular sino por extrañas apariciones extraterrestres. El equipo de Todo por dos pesos realiza una película tan divertida como difícil de catalogar. José (Diego Capusotto) es cantante y compositor del tema hit de los años ochenta Pájaros volando. Hoy en día intenta sin suerte rearmar su banda Dientes de Limón mientras atiende el teléfono en una agencia de remis. Su primo Miguel (Luis Luque) tiene el cerebro quemado por las drogas y vive haciendo artesanías en el pueblo Las Pircas (alusión al Bolsón) mientras asegura haber sido abducido por extraterrestres. José viaja al pueblo y conocerá a una gama de personajes tan chiflados como queribles. Escrita por Damián Dreizik -quien interpreta a un curioso naturalista/trotskista- Pájaros Volando viene a relatar una historia subversivamente divertida, donde los delirios de la trama se apoyan en la acumulación de escenas, una más ridícula que otra. Por supuesto el film no sería tal sin la aparición de figuras icónicas de la cultura popular argentina de la talla de Antonio Cafiero, Miguel Cantilo, Claudia Puyó, Víctor Hugo Morales, Norberto “Ruso” Verea, Juan Caros Mesa; todos componiendo personajes que parodian su figura pública. Estamos frente a una de las apuestas más divertidas que ha dado el cine argentino en años. No hay manera de establecer en la película una línea temática que la encasille con alguna historia semejante. Pájaros Volando es única en su afán de generar tanto delirio siempre con justificación, con motivo. No es el delirio por el delirio mismo –por más que ello parezca- sino que tiene en su esencia un halo de crítica social (entiéndase crítica como la virtud de parodiar cada una de las situaciones y lugares que representen algo de la idiosincrasia nacional). En este aspecto la película protagonizada por Diego Capusotto es absolutamente argentina. Todo lo que sucede en el film, cada uno de sus personajes, apariciones de figuras icono, hechos y dialectos, son bien criollos. En todo caso el tono irreverente está plantado por la exageración de cada momento representado, exageración siempre desde la argentinidad. Así vemos a Antonio Cafiero interpretando al dueño de una empresa de ómnibus con un discurso de justicia social y popular; a Miguel Cantilo vendiendo artesanías a precio euro en una feria hippie; al intendente del pueblo paseándose con un gay en moto por un descampado a medianoche, etc. Pero lo maravilloso de Pájaros Volando, vale aclarar, es su capacidad de mezclar todos los condimentos necesarios para lograr un cóctel tan explosivo como desopilante. Diego Capusotto en su mejor momento, Luis Luque descabellado como nunca, y el resto del elenco -que no se queda atrás- componen un film alucinógeno de principio a fin.
Bienvenidos al mundo de los sueños Para quien guste del cine made in Hollywood de calidad El Origen (Inception, 2010) es su película. Efectos especiales a gran escala y acción por doquier pero sin descuidar la trama, conforman un espectáculo épico digno del mejor Hollywood que podamos apreciar hoy en día. Todo bajo la dirección del director de Batman: El caballero de la noche (The dark knight, 2008). Un grupo de agentes especiales se dedican a entrar en los pensamientos de sus objetivos (en eso consisten sus misiones) para extraerles de su inconsciente los secretos más ocultos. Di Caprio a la cabeza comanda el equipo dedicado a estas particulares tareas que consisten en dormirse para, mediante los sueños, entrar a las diferentes mentes en cuestión. De esta forma, van entrando en diferentes sueños/mundos unos dentro de otros hasta perder el sentido último del tiempo y el espacio. El origen -que remite al origen de la idea de una mente- se construye desde la espacialidad. El film intercala diferentes espacios que comprenden cada sueño, creando una trama formalmente innovadora. La película tiene la estructura de un film de espionaje. Se mezclan nombres con espacios de las distintas misiones todo el tiempo. Con el agregado aquí, de los distintos sueños mencionados. Los sueños corresponden cada uno a una capa de la mente (consciente, subconsciente, inconsciente, etc.) saltando espacialmente de uno a otro. Ideal para freudianos. Este agregado a nivel formal implementa una trama ágil que propone un espectador atento a los cambios continuos. Desde Memento (2000) que Christopher Nolan –quien alcanza popularidad por ese film- no se atrevía a semejante riesgo formal. Bienvenido sea. Pero El Origen no es sólo eso. Es un film de acción cargado de efectos especiales muy bien logrados, que agigantan la espectacularidad visual de la película. La escena de lucha a golpe de puño mientras la camioneta vuelca es impecable, por mencionar alguna. El montaje alternado de sueños con el tiempo diluyéndose para alcanzar los objetivos, impacta tanto como los vericuetos que la trama pueda tener. Se suma a las virtudes, la edición de sonido que reluce cada detalle a destacar del film. Quien quiera ser exigente encontrará parecidos a Matrix (1997) en la historia, a un Leonardo Di Caprio con puntos en común a su personaje de La isla siniestra (Shutter island, 2009), y un pequeño guiño de Nolan a sí mismo con la cuestión del sueño. Recordemos que en Noches Blancas (Insomnia, 2002) el personaje de Al Pacino sufría porque no podía dormir. En El Origen el caso es radicalmente opuesto, la confusión de Di Caprio viene dada por no poder despertar. Aunque hay que reconocer que ninguna de estas “semejanzas” limitan la calidad por la cual el film de Nolan se destaca de la producción habitual del país del norte. Grandes actuaciones, escenas que seguramente quedarán en la historia del cine, un ritmo demoledor y una idea atractiva. Ojalá sea el origen de las buenas películas para la industria que, si de entretenimiento se trata, éste es el que en verdad justifica el valor de la entrada.
El orden del caos La nueva película de Inés de Oliveira Cézar, El recuento de los daños (2010) ambienta la tragedia de Edipo en una historia familiar con un entorno fabril de fondo, construyendo mediante el reencuadre, el foco y los reflejos -en ventanas, espejos y demás- todo un discurso sobre la identidad. De allí la intrínseca relación del film con los desaparecidos. Un automóvil se detiene en la ruta y provoca un accidente fatal. Desde entonces una empresa familiar debe reestructurarse y contrata a un joven emprendedor que resulta traer consigo más de un secreto. Los pormenores del destino –trágico- deambularán en toda la relación de poder que se establece en la fábrica. Dividida en nueve secciones o capítulos, la directora de Como pasan las horas (2004) nos envuelve en el clima denso de la tragedia Edipo Rey de Sófocles. Recordemos que en su anterior film Extranjera (2007) trabajaba sobre la tragedia Ifigenia en Àulide de Eurípides. Aquí, a partir de un accidente de tránsito y sus múltiples consecuencias, la película hace un “recuento” de los daños en los integrantes de la familia. Presentada dentro de la Competencia Argentina en el último BAFICI, El recuento de los daños es una película meticulosamente estructurada plano por plano. Cada encuadre viene a describirnos y decirnos algo sobre las consecuencias del desorden natural. El desorden surge del contexto mismo y avecina la tragedia. La fábrica adquiere así un protagónico mas en la película generando la atmósfera necesaria para ahogar las posibles salidas de los personajes. La propuesta estética en cuanto a composición de imagen y clima, establece la tensión y el misterio que se desarrolla sobre los personajes. La puesta en escena es un elemento más para marcar este aspecto. Inés de Oliveira Cézar da un giro radical desde Extranjera, mostrándonos una versatilidad absoluta a la hora de abordar diferentes tipos de relatos. Siempre desde la tragedia pero no como destino fatalista sino como parte de una cotidianeidad natural que nos rodea, nos envuelve y nos predestina.
Los códigos son los mismos Tratando de ser fiel a la serie, la película Brigada A: Los Magníficos (The A-Team, 2010) reproduce los códigos de compadrazgo y lealtad de supo unir a los cuatro y excéntricos amigos en cuestión. Visualmente la nueva versión reluce toda la artillería presupuestaria con la que cuenta, haciendo uso –y abuso- de los efectos especiales. Hannibal (Liam Neeson), Faceman (Bradley Cooper), Bosco (Quinton 'Rampage' Jackson) y Murdrock (Sharlto Copley) se conocen y juntos unen fuerzas para desenmascarar a Lynch y compañía por haberlos engañado en una operación en la que estuvieron involucrados. Escapando de la ley, y utilizando el don con que cada uno cuenta (el seductor, el loco, etc), este grupo de forajidos harán lo posible para resolver el caso, limpiar sus nombres y ser reinsertos en los comandos especiales de los cuales formaban parte. Como una suerte de precuela, Brigada A: Los Magníficos versión 2010 viene a explicar todo lo sucedido incluso antes del primer capítulo de la serie. La manera de hacerlo es actualizando visualmente la imagen del film. Si bien la serie se sostenía en los personajes solventando las precariedades técnicas con que fue producida, la película se sostiene en sus efectos especiales así como en su montaje cargado de vértigo para disimular sus precariedades narrativas. Todo sucede rápidamente en el film. Tanto, que a los diez minutos de proyección ya fueron presentados los cuatro personajes incluso con un par de escenas de acción mediante. Lo curioso es que aquí a diferencia de la serie de los años ochenta, el vínculo entre los cuatro protagonistas no está desarrollado ampliamente. La cofradía entre ellos se da por obligación, juntos fueron acusados y condenados a prisión y juntos deberán limpiar sus nombres. Este hecho que parece casual es coherente a los tiempos que corren. Ya no estamos hablando de una relación de amistad sino de un vínculo reforzado por los objetivos comunes. Pero la esencia de la película con respecto a la serie es la misma: códigos. Códigos de compañerismo, de lealtad, de complicidad, son los que articulan tanto el relato como la unión entre los integrantes de la brigada. De hecho el villano de turno es el ex compañero que traiciona, que rompe o quiebra esos códigos. Y la mujer (figura prácticamente ausente) es quien queda fuera por no compartir los mismos. Hay que reconocer que la serie desarrollaba aún mas las relaciones entre compañeros porque contaba con el tiempo para hacerlo (era una serie) y no contaba con el presupuesto expeditivo para saltar de una secuencia de acción a otra constantemente. Así y todo se las rebuscaba para lucir cuanta escena de puño, persecución o explosión de auto pudiese darse. Y en ese aspecto, la película es exactamente igual.
Duro de perdonar Dos inútiles en patrulla (Cop out, 2009) es una de las tantas comedias localistas que hacen los norteamericanos, con humor escatológico simple y burlón rellenas de rebeldía adolescente. Estos filmes son de gran consumo entre el público afro y latinoamericano. La pregunta del millón es ¿Qué hace Bruce Willis aquí? Los compañeros de policía Jimmy Monroe (Bruce Willis) y Paul Hodges (Tracy Morgan) llevan ocho años juntos. Envueltos en una serie de delitos deberán perseguir a unos latinos narcotraficantes para solucionar temas familiares. El personaje de Willis debe conseguir dinero para pagarle la boda a su hija y el personaje Morgan corroborar que su mujer no lo engaña. Estamos frente a una comedia “burlona”que no causa gracia, ni siquiera es insolente al ridiculizar a la policía como institución. Chistes sobre las drogas y el sexo son caballitos de batalla (elementales si) en este subgénero que aquí no encuentra rédito. Se suman los estereotipos de latinos, de negros, de policías chantas, que no alcanzan para provocar un chiste más allá de una u otra mala palabra. Es injustificada la presencia de Bruce Willis en la película (podría haber sido cualquier otro actor). Da pena verlo tratando de acoplarse a las morisquetas de su co-protagonista mientras escucha hip hop. Estos filmes están plagados de actores negros y latinos. La apuesta era poner en el medio al actor de Duro de matar (Die Hard, 1988) parodiando su texto estrella. Algo que no sucede ya que el policía rudo… ¡No pega una sola trompada en toda la película! ¿Falta decir algo más? Bruce ya la había pifiado feo con Hudson Hawk (1991) en su momento de auge. Se levantó rápidamente pero volvió a trastabillar con Mi vecino, el asesino (The whole nine yards, 1999) y su secuela aunque funcionaron bien en taquilla ¿Cuál es el motivo? No lo sabemos. Lo cierto es que no termina de encontrarle la vuelta a la comedia. Para colmo de males la duración de la película supera la hora y media (una hora veinte hubiera rozado el límite de lo tolerable) terminando por sepultar toda cuota de tolerancia que pueda quedarnos como espectadores frente al film. Dos inútiles en patrulla es la primera película de Bruce Willis estrenada directo al dvd en Argentina. Esperemos que sea la última, por el bien del actor...¡y el nuestro!
Inocencia y Comprensión La directora Sylvie Verheyde toma el punto de vista de Stella (Léora Barbara) para compartir y transmitir su visión de una adolescente introvertida, que tiene el desafío de eludir un atípico primer año de secundaria. Basada en su propia experiencia de vida, la directora elabora con Stella (2008) un sensible y nostálgico acercamiento a una etapa de descubrimiento, donde la educación y las relaciones sociales marcan el carácter de una persona. Entrar en la adolescencia es un momento difícil para cualquier niña, más aún si tiene una familia disfuncional como es el caso de Stella. Padre barman, madre camarera y un montón de borrachos de amigos. Ése es su hogar, el cual tiene como contrapartida el colegio en el cual intentará socializar con gente de su edad. En diálogo con una amiga a Stella le preguntan si sus padres se enfadan si llega tarde a su casa, a lo que la niña de once años responde: “Les importa un bledo”. Toda una declaración de principios si queremos buscar alguna explicación a la actitud de la niña en una película que no da ninguna, únicamente expone las experiencias de la menor con una sensibilidad muy particular. Siempre a partir de su propia visión del mundo mediante la voz en off que exterioriza sus pensamientos. Los movimientos de cámara son bruscos en el comienzo del film, supeditando el violento contacto con el mundo (¿los golpes de la vida?) con el que se enfrenta la menor al llegar al colegio. La cámara en mano da cuenta de ello para filmar los fallidos intentos de socialización que tiene la niña. El chico que quiere sacarle la pelota y la golpea, el niño que quiere besarla repentinamente, la compañera que la fastidia, etc. En su afán de describir más que de narrar Sylvie Verheyde atrapa al espectador, buscando el sentimiento inmiscuido en cada suceso vivenciado por la protagonista. La amistad, el amor, la educación, son aprendizajes difíciles de lograr para Stella en un principio. La falta de contención familiar no ayuda y promueve el carácter apático de la niña. Pero la película Stella lejos de prejuzgar a alguna de sus criaturas (su padre le enseña a disparar un rifle, su tío se emborracha en las fiestas y mete su pene en un vaso de whisky) se limita a describirlas con la compasión que la niña -que lee a Balzac- las observa. Después de todo, si hay alguien con una mirada inocente pero a la vez comprensiva en ese universo de baile, peleas y borrachos ésa es Stella.
Otra de perritos que hablan Todos los años Hollywood hace una estupidez como ésta. Perros que hablan, se disfrazan, se enamoran, son las repetitivas gracias de un género que no aporta nada nuevo desde que el cine es cine. Marmaduke (2010) no es la excepción. Aquí el perrito sigue el comportamiento de un adolescente que no puede manejar su cuerpo. Marmaduke es un perro adorado por su familia. Por cuestiones laborales del padre deberán mudarse todos de Kansas a California y el can deberá sortear las dificultades de adaptación que le imponen su cuerpo y sus nuevos amigos. Los cambios hormonales en la adolescencia traen grandes trastornos de conducta a un adolescente y, en consecuencia, a su familia. Aquí estas características las tiene el perro Marmaduke, que quiere ser cool y no juntarse con los perritos nerds, salir con la perrita linda del grupo, hacer fiestas en casa de sus padres (de sus dueños), enfrentar al líder de la banda del parque, etc, etc, etc. No es que haya que ser muy inteligente para interpretar semejante paralelismo. En el comienzo del film un adolescente sufre estos problemas corporales (el chico es alto en comparación al resto) y las obvias consecuencias. Luego vemos que la voz over (voz relatora) no pertenece al adolescente sino a un Gran Danes, raza grande si las hay, que tiene los mismo problemas que el niño. Ese perro es Marmaduke y allí empieza la previsible historia. La apuesta es entonces trasponer la comedia adolescente de preparatoria -mezclada con comedia familiar- a un perro, donde la familia mantiene el lugar sagrado de contención para el ser problemático, sea quien sea, incluso el cuadrúpedo. El personaje de Marmaduke surge de las tiras cómicas del mismo nombre, ahora llevado a la pantalla grande. Se agregan a las tomas de riesgo, efectos especiales que digitalizan al perro en una figura similar a la versión fílmica de Scooby-Doo o Garfield. Es decir, el muñeco tridimensional no alcanza la fluidez visual para no distinguirse del perro real. Tal vez, con mayor esmero, se hubiera prefigurado un producto al menos digno.
La Argentinidad al Palo Ganadora del concurso del Bicentenario convocado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, Zenitram: hay un argentino que vuela (2010) concentra todos los elementos propios del criollismo nacional, haciendo un repaso por la historia argentina reciente, siempre bajo un registro paródico y popular que rememora la cultura del todo por dos pesos. Zenitram (Juan Minujín), que significa Martínez al revés, es el superhéroe argentino. Proveniente de la villa 31, un buen día descubre que tiene superpoderes, calza un traje con los colores de Boca Juniors y sale a impartir justicia. Pero, como todo héroe nacional, tendrá que luchar contra la maldad de la opinión pública manejada por los medios, un presidente nefasto (Daniel Fanego) que intenta hacer negocios con el agua -único recurso natural que queda por vender- y revertir la imagen de, como él dice, “este país de mierda”. ¿Qué es ser argentino? ¿Cuáles son sus características principales? En todos éstos tópicos insiste el film dirigido por Luis Barone, siempre bajo un halo grotesco, propio de la idiosincrasia nacional. Zenitram el personaje, no es ajeno a ello es mas, es producto de la cultura de nuestros tiempos. El superhéroe adquiere sus poderes al agarrarse sus atributos, un gesto local si los hay. Al alcanzar popularidad empieza a rodearse de mujeres, drogas y alcohol, e incluso se compara con Maradona y Carlos Gardel utilizando el reviente farandulero en consecuencia lógica al éxito propiciado por los medios. Del mismo modo, y como los personajes mencionados, cae en desgracia y termina internado en una clínica de rehabilitación, pero no será cualquier clínica sino el “Miami Superheros Hospital”. La historia es narrada -o mejor dicho la leyenda- por quien descubre al fenómeno y lo reinventa mediáticamente, el periodista que interpreta Luis Luque. Él juega el papel de impulsor y representante de la joven maravilla argentina creando la leyenda de Zenitram que, como todo superhéroe, debía tener una. Juan Sasturain co-escribió el guión y también interpreta al científico que lo aconseja. Zenitram tira toda la carne al asador en cuanto construcción de identidad nacional se trate (en realidad toda no, ya se está preparando una secuela llamada Zenitram, Samba y Tango) manejando el comic como género aunque por momentos caiga en el melodrama. En esta variación genérica la película desentona un poco. Todo lo que era “tomado en joda” se vuelve serio, cambiando de registro y perjudicando la narración. Pero en cuanto a la línea temática que opera ¿No es el melodrama otro tópico de la idiosincrasia argentina? Además de reproducir los estereotipos -con una mirada que inspira la autocrítica- la película hace alusión a varias etapas de la historia de nuestro país. La década menemista, la dictadura militar, la pelea entre el gobierno y los medios, etc. Todo narrado desde un humor absurdo que provoca reflexionar sobre los acontecimientos mencionados. Zenitram tiene ritmo narrativo, despliegue visual, efectos acordes a lo ambicioso del proyecto y prácticamente ninguna comparación con otro producto fílmico argentino, ya que toma un género propio del país del norte y lo “argentiniza”. En este aspecto Zenitram es único. Sí, como los argentinos.