Anexo de crítica: Quizás lo más frustrante de El Precio del Mañana (In Time, 2011) es que a pesar de sus buenas intenciones nunca pasa de ser un exploitation de la ciencia ficción existencialista de Philip K. Dick. La edición deja bastante que desear, el guión acumula muchas situaciones forzadas y definitivamente Justin Timberlake todavía no está para encabezar una propuesta de este calibre: en suma, estamos ante otro caso de un concepto interesante mal ejecutado…-
Cofradía de vigilantes La verdad es que hay que darle crédito al indescriptible Nicolas Cage, un actor que vive en la cuerda floja desde hace por lo menos dos décadas ofreciendo una película buena a razón de tres mamarrachos (que quede claro que no son simplemente realizaciones malas sino desconcertantes). Pensemos en esta catarata de engendros recientes: Infierno al Volante (Drive Angry, 2011), Trespass (2011), Cacería de Brujas (Season of the Witch, 2011), El Aprendiz de Brujo (The Sorcerer''s Apprentice, 2010), Peligro en Bangkok (Bangkok Dangerous, 2008), El Vidente (Next, 2007) y El Vengador Fantasma (Ghost Rider, 2007). Como al señor le encanta combinar los extremos, por suerte tuvimos a las excelentes Cuenta Regresiva (Knowing, 2009) y Un Maldito Policía en Nueva Orleans (The Bad Lieutenant: Port of Call - New Orleans, 2009) para compensar semejante debacle: desconocido para el gran público es el terreno intermedio que sólo en ocasiones suele transitar, obras -como la que hoy nos ocupa- que sin ser maravillas están por encima del promedio. Fuera de la Ley (Seeking Justice, 2011) es un thriller paranoico basado en la premisa símil Alfred Hitchcock del “hombre común en circunstancias extraordinarias”. En esta oportunidad la historia nos propone una especie de “cofradía de vigilantes” que funciona como una organización parapolicial con estructura de células terroristas y eficacia de mega corporación capitalista: cuando un psicópata viola a su esposa Laura (January Jones), el profesor Will Gerard (Cage) le dice que “sí” a la susodicha entidad, cuyo rostro visible es un tal Simon (Guy Pearce) que por supuesto le adelanta que se le cobrará el servicio a futuro pidiéndole algún que otro favorcillo. El guión construye una cadena lógica de acontecimientos que resultan muy previsibles pero no por eso dejan de ser satisfactorios. Definitivamente en ello juega un papel fundamental la intervención del veterano Roger Donaldson, un director que a lo largo de su carrera ha hecho un poco de todo y casi siempre con una bienvenida solvencia: lejos del nivel de Sentencia de Muerte (Death Sentence, 2007) o siquiera Valiente (The Brave One, 2007), la trama curiosamente elige el camino del Hollywood clásico orientado a no manchar las manos del protagonista, defendiendo el arrepentimiento frente a la decisión de viabilizar la venganza. En ese instante el film introduce otro engranaje tradicional del maestro del suspenso, la idea del “falso culpable”. Vale señalar que los que busquen una espiral interminable de escenas de acción van a salir defraudados porque el devenir gira alrededor de la investigación de Gerard para probar su inocencia, rechazando la pirotecnia y reservándose un par de “sorpresas” que por el cúmulo de fórmulas no lo son tanto. El elenco está perfecto aunque a decir verdad el único con posibilidades de desarrollar su personaje es Cage, aquí por cierto bastante medido: el convite pretende ser una parábola sobre la desesperación de la New Orleans post Huracán Katrina, principal telón de fondo, pero a fin de cuentas no pasa de las buenas intenciones…
Paternidad bajo cero Definitivamente una película como Happy Feet 2 (2011), que cuenta con un antecedente tan valioso, puede generar reacciones encontradas y hasta en cierto punto complementarias: si bien conserva algo del encanto, entereza y densidad temática de la original, resulta indudable que estamos ante una propuesta inferior que sin embargo se ubica muy por encima del promedio de calidad de la animación hollywoodense, un terreno paupérrimo en el que sólo se vive de las anomalías aisladas. Aquí el extraordinario George Miller regresa a la silla de director y evita la simple repetición de fórmulas de las secuelas contemporáneas. La historia en esta ocasión se inclina hacia la lucha por la supervivencia de los pingüinos emperadores y el delicado balance existente entre todos los seres que habitan un ecosistema en constante peligro: cuando un gigantesco témpano encierre a su comunidad, Mumble deberá hallar una rápida solución al dilema de alimentar y socorrer a los suyos. Hoy la tarea no será nada fácil ya que además está al cuidado de su pequeño hijo Erik, quien no puede cantar como su mamá ni bailar como su papá y para colmo tiene de ídolo a Sven, un carismático “pingüino volador” que se ha convertido en el caudillo de los vecinos adelias. Una vez más el apartado visual deja sin aliento y está decididamente al servicio de una trama que explora aquella “paternidad bajo cero” pero sin alcanzar la profundidad de antaño, centrándose en cambio en el componente dramático y la desesperación de las aves: se podría afirmar que las metáforas sociales, étnicas y religiosas están implícitas aunque no en primer plano. Otra novedad pasa por la incorporación del maravilloso dúo cómico de Bill y Will, dos diminutos crustáceos que forman parte del krill antártico (mientras que el primero posee un temperamento calmo y racional, el segundo es rebelde e inconformista). Quizás el mayor problema del film lo encontremos en los olvidables números musicales ya que salvo el último, concebido alrededor de Under Pressure de Queen y David Bowie, el resto está sustentado en coreografías y canciones con poco peso específico que no agregan demasiado al desarrollo narrativo. Unicamente un realizador con el talento de Miller puede entregar una continuación tan digna y bienintencionada como la presente aunque tampoco hace milagros: el ecologismo radical y una estupenda utilización del 3D no compensan lo innecesario de todo el convite, frente al cual se engrandece la bella Happy Feet (2006)…
Sobre afrodisíacos adolescentes Guste o no, franquicias como la que hoy nos ocupa generan entre el público y la crítica reacciones un tanto desmesuradas que dicen más de los que formulan el juicio que de la obra en sí, apenas otro producto más orientado al ejército de fans ya captados (a quienes por cierto les importa un bledo las apreciaciones casuales del resto). Así las cosas, la primera parte del desenlace propiamente dicho de Crepúsculo se ubica en un nivel intermedio entre la mediocre Luna Nueva (The Twilight Saga: New Moon, 2009) y el eslabón anterior, Eclipse (The Twilight Saga: Eclipse, 2010), sin dudas la mejor de todas. De hecho, la película es tan austera en su estructura que nos remite a la original del 2008: más que de “historia” tendríamos que hablar de un “planteo” debido a que prácticamente no hay desarrollo alguno, estamos ante una típica aproximación intuitiva basada en personajes inamovibles y una idea -muy esquemática- que ya había sido adelantada en el trailer. El eterno melodrama ahora nos presenta el casamiento de Bella (Kristen Stewart) y Edward (Robert Pattinson), siempre con Jacob (Taylor Lautner) como tercero en discordia, el embarazo de la “señora” y los conflictos que el híbrido humano/ vampiro trae aparejados. Estaba cantado desde el inicio que esta primera mitad iba a privilegiar los vaivenes sexuales del matrimonio y el enfrentamiento con los licántropos, en relación a una amenaza general por la supuesta incapacidad de controlarse del pequeño, mientras que el segundo capítulo hará lo propio con los Volturi y definirá el destino del triángulo amoroso. Amanecer - Parte 1 (The Twilight Saga: Breaking Dawn - Part 1, 2011) reincide en el montaje de video clip romántico, los rostros de hielo, las escenas súper dialogadas, el tono rosa, los chispazos de humor, la acción con cuentagotas, las subtramas huecas y los arranques de furia hormonal. Resulta evidente que tuvieron que editar la secuencia de la “luna de miel” para complacer a la MPAA y conseguir un PG-13, situación que transforma algo insípido en algo totalmente bizarro (Stephenie Meyer, una devota cristiana, de seguro se sentirá orgullosa de que no se vea nada más allá de una cama rota, unos besitos aislados y un par de partidas de ajedrez posteriores). Una vez más el guión de Melissa Rosenberg aporta coherencia y evita el ridículo aunque lamentablemente el realizador Bill Condon no se las ingenia para mejorar el nivel de las actuaciones del elenco, estancado en la falta de novedades significativas. Al fin y al cabo el devenir de la saga se sustenta en la decisión de Bella de convertirse en una chupasangre para poder acostarse con Edward, ambos al igual que los gatos no saben si saldrán vivos de cada revolcón: el vampirismo, como el mismo film para con sus fieles seguidores, funciona como una especie de afrodisíaco adolescente con tendencia a legitimar una exploración idílica del período. Lejos de desastres mayúsculos como las Narnia o las Harry Potter, propuestas impersonales sin la más mínima identidad, aquí la narración está encausada hacia el masoquismo sensible y cumple sus objetivos con eficacia y esmero…
Anexo de crítica: Dentro de la insípida cartelera porteña una película como La Hora del Crimen (La Doppia Ora, 2009) logra destacarse sin demasiado esfuerzo: lo que comienza como un thriller símil Alfred Hitchcock de repente se transforma en un melodrama irónico, todo gracias a una vuelta de tuerca muy Brian De Palma. La extraña opera prima de Giuseppe Capotondi se sostiene en un buen manejo de climas, un desenlace realmente genial y en la intensa actuación de la bella Kseniya Rappoport, ya vista en La Desconocida (La Sconosciuta, 2006)…- Emiliano Fernández (7 puntos)
El evangelio según Samuel Si existe un género cinematográfico “histérico” por antonomasia, en el sentido estricto del término, sin lugar a dudas es el terror, esa pequeña zona de incomodidad en que las reacciones nerviosas suelen ir en aumento en concordancia con la progresión dramática: lo anterior funciona como un principio común que en ocasiones, aún más en el presente, corre parejo a un automatismo más o menos exitoso según el caso en cuestión y las expectativas del espectador. Ahora bien, encontrar lo que podríamos denominar “películas histéricas” ya es harina de otro costal, obedece a un estado de angustia continua que se traslada al público. El mayor mérito de La Profecía del 11-11-11 (11-11-11, 2011) pasa por la tensión que impone en su desarrollo gracias a una serie de elementos que unificados producen un efecto relativamente interesante pero que en forma separada no alcanzarían para solidificar el verosímil: invocando todos los estereotipos vinculados a las tragedias personales, las premoniciones y el nunca bien ponderado advenimiento del apocalipsis, la trama se centra en Joseph Crone (Timothy Gibbs), un escritor norteamericano de fama mundial que padece horribles pesadillas como consecuencia de la muerte de su esposa e hijo en un incendio. Así las cosas, ni la terapia de grupo ni los millones de dólares en su cuenta bancaria le traen satisfacciones hasta que en el transcurso de unas pocas horas ocurre una seguidilla de acontecimientos que lo conducen hacia nuevos rumbos: conoce a una linda señorita, choca su vehículo y le avisan que debe regresar a la casa familiar en Barcelona porque su padre está agonizando. Mucho odio de por medio, una vez allí aprovechará para descargarse con su progenitor Richard (Denis Rafter) y con su hermano Samuel (Michael Landes), un sacerdote parapléjico que difunde una visión un tanto particular de los “santos evangelios”. Combinando el esquema de La Profecía (The Omen, 1976) y los aquelarres solapados a la Roman Polanski, el guionista y director Darren Lynn Bousman, responsable máximo de las tres primeras secuelas de la saga de El Juego del Miedo (Saw), se autoafirma como un especialista idóneo aunque no muy original que digamos: aquí simplemente ofrece una obra entretenida que sigue la ola de la “numerología demoníaca” sin desviarse de los cánones tradicionales. A partir de la neurótica actuación de Gibbs y un devenir ameno, la realización no se toma tan en serio a sí misma como parece ni tampoco cuestiona la fe como debería…
Las procesiones van por dentro Somatizar una película tan revulsiva como La Piel que Habito (2011), para bien o para mal, resulta francamente inevitable, es una consecuencia directa de un cine que se origina en las entrañas y que emparda la pasión con el intelecto sin hallar ninguna paradoja en el camino. Si en términos históricos siempre fue una empresa muy dificultosa el simple hecho de delimitar los géneros intervinientes en cada nueva obra del genial Pedro Almodóvar, hoy su último opus nos conduce a un nivel de desconcierto inédito: las referencias van desde Los Ojos sin Rostro (Les Yeux sans Visage, 1960) y Vértigo (1958) hasta Frankenstein (1931) y Pacto de Amor (Dead Ringers, 1988), sin dudas todo un catálogo de films perturbadores. A pesar de que volvemos a estar frente a un melodrama exacerbado con un verosímil de contrastes heterogéneos, vale aclarar que en esta ocasión el tono tiende a ser más severo que de costumbre y el desarrollo narrativo paulatinamente se desplaza del thriller con detalles de ciencia ficción a un horror clasicista centrado en la transformación corporal. La trama gira alrededor de la relación entre un inquietante cirujano plástico, el Doctor Robert Ledgard (Antonio Banderas), y su “conejillo de indias”, la pobre Vera (Elena Anaya). Con la ayuda de Marilia (Marisa Paredes), un ama de llaves que hace las veces de asistente personal, el médico mantiene bajo cautiverio a la mujer sometiéndola a operaciones varias. Lo que en un primer momento aparenta estar vinculado a un fetiche sádico para con la investigación y el testeo de una novedosa piel artificial creada en laboratorio a través de procedimientos transgénicos, con el transcurso de los minutos muta hacia oscuros designios que tienen su raíz en el pasado lejano, en una obsesión que se remonta a las terribles quemaduras que sufriera su esposa y los trastornos psicológicos de su hija adolescente. Como es habitual en las realizaciones del manchego, aquí el amor platónico y el desenfreno sexual se confunden en exquisitos remolinos de encuentros y desencuentros en los que los protagonistas terminan fagocitándose los unos a los otros a puro mutualismo masoquista. Siempre que Almodóvar se propone adaptar material ajeno se toma muchos años para pulir el guión y la presente traslación de la novela Tarántula de 1995 de Thierry Jonquet no fue la excepción, este proyecto particularmente ha tenido un copioso tiempo de maduración: aunque se barajó la posibilidad de filmarla en inglés, por suerte el director mudó la acción a Toledo y decidió reanudar su fructífera colaboración con el inefable Antonio Banderas, quien en esta oportunidad ofrece uno de sus trabajos más logrados, a la altura de lo mejor de su carrera. Elementos tradicionales como los toques kitsch, una banda sonora lacrimógena y la maravillosa puesta en escena ahora están en sintonía con un relato austero. Uno nunca deja de sorprenderse ante un talento inclasificable, tan emparentado al cine de Douglas Sirk y Luis Buñuel como al de Rainer Werner Fassbinder y John Waters. Los rasgos distintivos son la naturalidad con que incorpora situaciones insólitas y la enorme destreza para ponerlas al servicio de un entramado expositivo en el que priman la complejidad moral, el humanismo concienzudo y las múltiples lecturas según el contexto considerado: en La Piel que Habito cuesta deducir la opinión del realizador acerca de los personajes y/ o su lógica, lo que es seguro es su cariño por cada uno de ellos y la certeza de que los envases serán perfectos pero las procesiones siguen su recorrido por el interior…
Anexo de crítica: Mezcla de film de aventuras a la antigua y clase B con presupuesto, Los Tres Mosqueteros (The Three Musketeers, 2011) es sin lugar a dudas tan ridícula como entretenida, un delirio mayúsculo que hasta incluye detalles retro- futuristas: el inefable Paul W.S. Anderson vuelve a dar la nota ofreciendo un producto desconcertante, a todo trapo, repleto de clichés y por suerte con una Milla Jovovich pateando cabezas…- Emiliano Fernández (5 puntos)
Anexo de crítica: Si Contagio (Contagion, 2011) resulta una exitosa aproximación a la ciencia ficción apocalíptica y los pormenores del caos se debe exclusivamente a la destreza y claridad de ideas de Steven Soderbergh, un cineasta camaleónico como pocos: aquí una vez más ejecuta con mano maestra un guión estándar, desnuda la narración al extremo y reúne un elenco inobjetable. Aunque el desenlace pro- estatal le resta eficacia discursiva, cabe señalar que hacía tiempo que no nos topábamos con un retrato tan elocuente de la paranoia contemporánea…- Emiliano Fernández (7 puntos)
Sin lugar a dudas la biografía ha sido históricamente un género bastante problemático en términos cinematográficos que de entrada podríamos dividir en dos grupos específicos, ambos acusados desde siempre de reduccionismo y pobreza general: por un lado tenemos los mamotretos gigantescos que en el caso de las figuras políticas y/ o militares pretenden brindar un análisis tanto del demagogo de turno como de su época, por el otro están los pantallazos etéreos centrados en artistas que atravesaron el clásico proceso de canonización hipócrita que suele llegar post mortem (olvido en su momento, panteón para el porvenir). Las vidas de los seres humanos, por más dilatadas e interesantes que sean, no resisten una estructura dramática estándar y asimismo pueden tener serios inconvenientes para encontrar un público receptor, principalmente porque los bustos de bronce se derriten ante las múltiples paradojas cotidianas: esta es la única coyuntura en la que no se aplica aquello de que “una imagen vale más que mil palabras”, más bien todo lo contrario. Violeta se fue a los cielos (2011), retrato de la extraordinaria Violeta Parra, es un nuevo eslabón en esta interminable cadena de vallas que permiten repensar los alcances concretos de la ficción. Estas típicas limitaciones de formato suelen resolverse con un collage de flashbacks y flashforwards, mecanismo hoy utilizado por el realizador Andrés Wood: así nos topamos con un desarrollo que sigue una cierta matriz cronológica, alrededor de una entrevista televisiva, pero que incluye numerosos saltos temporales en función de la interconexión de los distintos períodos considerados. Este ambicioso proyecto abarca toda la existencia de la mítica folklorista chilena, desde su infancia marcada por la miseria, recorriendo sus vaivenes profesionales y su agitada vida familiar, hasta llegar a un desenlace muy trágico. Basándose en el libro homónimo de Ángel Parra, hijo de Violeta, el mayor acierto de Wood pasa por la selección de Francisca Gavilán como la protagonista: la actriz no sólo es similar físicamente e interpreta ella misma las canciones sino que además transmite con gran convicción la fuerza vital de la cantautora- pintora- bordadora y logra atrapar de inmediato la atención del espectador a puro carisma e inteligencia. La correcta labor del resto del elenco y el excelente nivel técnico son los complementos perfectos para este soliloquio que privilegia la sutileza visual y los pequeños gestos por sobre los macro apuntes detallados. A pesar de que se extiende un poco más de lo debido, el film resulta un verdadero prodigio dentro de su género gracias a que pone el acento en los lugares apropiados, léase las experiencias circenses, sus peregrinaciones en pos de recopilar tesoros varios de la cultura nativa, sus viajes a Europa, la muerte de su hijita, la relación amorosa con el antropólogo suizo Gilbert Favre, su exposición en el Museo del Louvre y la instalación de la carpa en la comuna de La Reina. Contradiciendo las tendencias populares volcadas al escapismo, Parra denunció las desigualdades sociales y edificó una obra tan excepcional como fascinante…