Anexo de crítica: Frente a una “máquina del tiempo cinematográfica” tan inocente y hueca como Identidad Secreta (Abduction, 2011) uno no puede contener la sonrisa: si bien hablamos de apenas un vehículo para Taylor Lautner, no por ello deja de ser cierto que la propuesta combina con mucha torpeza los latiguillos de la “saga Jason Bourne” con todos los clichés imaginables de aquellos films de acción/ espionaje de fines de los `80 y principios de los `90. En suma la obra de John Singleton es extremadamente inverosímil, al punto de que pasada la mitad hasta comienza a caer simpática…
Sobre la permanencia en el tiempo Si existe un ítem que históricamente ha caracterizado a los debates alrededor de Pearl Jam es el de la calidad musical de la experiencia en sí: sin dudas durante las últimas dos décadas la banda de Seattle dio innumerables muestras de su fuerza en vivo pero a decir verdad siempre quedó flotando aquel comentario de Kurt Cobain de principios de los `90 en el que los denigraba tildándolos de ser una “versión grunge” de Led Zeppelin. Muy lejana la coyuntura y considerando la escena rockera contemporánea, atrapada en lo que podríamos definir como una “retromanía aguda”, ya poco importa si la agrupación en su momento de despegue fue la más clasicista, en términos concretos hoy constituye una propuesta valiosa. Frente a un documental tan satisfactorio como el presente a uno le resulta casi imposible esquivar el aluvión de recuerdos de aquellos años dorados de la adolescencia, última etapa masiva del rock como movimiento contracultural capaz de moldear imaginarios sociales autónomos (específicamente hablamos de un random existencial que incluye descubrir por primera vez el video de Jeremy y/ o encontrarse con una infinidad de “piratas oficiales” en las bateas de la Tower Records). Por supuesto que no podía ser otro que Cameron Crowe el encargado de dar forma a la antología: el director de Jerry Maguire (1996) y Casi Famosos (Almost Famous, 2000) los conoce desde antes de su cameo en Solteros (Singles, 1992). El trabajo del californiano repasa toda la historia del grupo y recopila una enorme cantidad de material inédito de la más variada naturaleza y obtenido de múltiples fuentes: así se van acumulando cronológicamente entrevistas originales, grabaciones caseras, shows a lo ancho del globo, intimidades hogareñas, reseñas de la época, presentaciones televisivas, detalles de backstage, testimonios desconocidos y muchísimas imágenes que registran los sucesivos puntos de inflexión. De hecho, el cineasta ofrece una primera mitad vertiginosa acorde con el éxito abrumador de Ten para luego bajar las revoluciones con una segunda parte más serena, en sintonía con el retrato de la permanencia en cuestión, tan inusual por estos días. Prácticamente no ha quedado tópico afuera, estamos ante un análisis exhaustivo de aquel ascenso meteórico, la dinámica interna, el carisma de Eddie Vedder, sus reiterados ataques a MTV, el boicot a Ticketmaster, los conciertos autogestionados, la excelente relación con sus colegas de Soundgarden, las colaboraciones con Neil Young, la mítica de sus recitales, los cambios de integrantes, la temática de las letras, las disputas eventuales, la decisión de no repetir demasiadas canciones en las giras, la tragedia en Dinamarca durante el Festival Roskilde, el amor de los fanáticos, sus numerosos choques con la industria discográfica, el activismo socio- político y su oposición tajante a la administración de George W. Bush. Crowe utiliza con sabiduría toda la parafernalia hollywoodense a su alcance para construir un rockumental extremadamente completo que a pesar de contar con el beneplácito de la banda nunca cae en los típicos ejercicios de indulgencia de los macro actos mainstream. Siguiendo la línea señalada por obras recientes como las extraordinarias End of the Century (2003) acerca de los Ramones o Amazing Journey (2007) sobre The Who, Pearl Jam Twenty (2011) equivale al sueño glorioso de un entusiasta de la música en general: bien podemos leer a estos muchachos como la metáfora perfecta del trayecto que va desde el glam berreta de los `80 -símil Mother Love Bone- hasta el grunge de la constitución final…
Anexo de crítica: Tranquilamente podríamos considerar a Paul (2011) un verdadero desastre si sólo tuviésemos en cuenta el hecho de que constituye el esperado regreso de la dupla compuesta por Simon Pegg y Nick Frost luego de las extraordinarias Shaun of the Dead (2004) y Hot Fuzz (2007), sin embargo -y para relativizar el impacto de tanta cursilería y chiste fácil- hoy debemos señalar la presencia de un director mediocre como Greg Mottola y un guión sujeto a la improvisación fortuita. Aún así duele reconocer que ni el talento del dúo protagónico ni la colección de citas nos salvan del tedio ocasional...
Anexo de crítica: Noche de Miedo (Fright Night, 2011) es una remake respetuosa -aunque algo rutinaria- que de tanta preocupación por condimentar al relato con salidas cómicas circunstanciales termina descuidando el desarrollo de personajes. Un desenlace correcto redime en parte a la propuesta pero definitivamente la original de 1985 de Tom Holland era superior...
Anexo de crítica: Si dejamos de lado el lugar común de interpretarla como una simple celebración de la adrenalina, podremos apreciar que Sin Escape (Der Räuber, 2010) funciona más bien como un retrato meticuloso de la ansiedad, aquí sin dudas en sintonía con una depresión arrastrada de lejos y canalizada a través de una maravillosa serie de actividades orientadas a desvalijar bancos. Desde el inicio este pequeño e interesante thriller austríaco adquiere la forma de un viaje solipsista gracias a la impecable labor de Andreas Lust y el pulso aletargado que impone el realizador Benjamin Heisenberg…
Terrores nocturnos En esencia tenemos ante nosotros otro film fallido que en el mercado estadounidense salió como un “directo a DVD” y que en términos prácticos promete más de lo que cumple: de hecho, Invasión a la Privacidad (The Resident, 2011) es un caso bastante singular porque viene de los escombros de la alguna vez maravillosa factoría Hammer y como si fuera poco cuenta con la “producción ejecutiva” de la estrella de turno, nada menos que Hilary Swank. Buscando desesperadamente la típica armazón del thriller voyerista, la película cae en todos los estereotipos del subgénero sin jamás superar el nivel mínimo de suspenso y erotismo. Si bien los primeros minutos plantean correctamente el contexto, pronto el desarrollo deriva en el mismo derrotero de siempre: la joven doctora Juliet Devereau (Swank) se muda a un espacioso loft en Brooklyn después de pelearse con su novio Jack (Lee Pace), ingratos cuernos de por medio. Así la señorita entabla una suerte de amistad con el propietario, el afable Max (Jeffrey Dean Morgan), que se transforma en un “revolcón y hasta luego” debido a que no puede quitarse de la mente a su anterior pareja. Aquí es cuando la trama vira hacia la obsesión de Max y el cambio de rumbo se siente forzado y por demás gratuito. Lo curioso es que el guión omite explicar las compulsiones involucradas y casi de inmediato se pierde en un hilarante catálogo de tomas de Swank bañándose: si la idea era montar un exploitation softcore con inquietudes a la Psicosis (Psycho, 1960), el resultado es negativo ya que el tono de los desnudos es inocuo. También se podría considerar al producto como un vehículo de lucimiento para la actriz orientado a reafirmar su feminidad, recordemos que la norteamericana se hizo conocida con Los Muchachos No Lloran (Boys Don´t Cry, 1999) y popular con Million Dollar Baby (2004), dos papeles muy masculinos. A decir verdad el que sorprende es Morgan, un intérprete que -en un exceso de sinceridad- ni siquiera se molesta en modificar sus facciones en el trayecto que va desde el “hombre común” al “acosador sexual”. Estos terrores nocturnos materializados no pasan de una mixtura de Durmiendo con el Enemigo (Sleeping with the Enemy, 1991) y Mujer Soltera Busca (Single White Female, 1992): pese a que la fotografía de Guillermo Navarro y la participación de Christopher Lee son admirables, el convite naufraga por la inoperancia del realizador Antti Jokinen y su incapacidad para exprimir una puesta en escena auspiciosa.
Los Prometeos posmodernos Resulta difícil no manifestar una mínima frustración frente a lo que ha sido la carrera del realizador norteamericano- canadiense Vincenzo Natali luego de El Cubo (Cube, 1997), su excelente opera prima: Cypher (2002) y Nothing (2003) fueron obras atendibles que no llegaron a desarrollar su máximo potencial, quedándose en premisas interesantes aunque un tanto desaprovechadas. Respetando este camino vinculado a la medianía general, en esta oportunidad nos entrega su cuarto opus, Splice (2009), un pantallazo a los dilemas morales que plantean la responsabilidad paterna, la manipulación genética y el hambre de lucro. En términos concretos se puede afirmar que estamos ante una mixtura de horror y ciencia ficción que toma prestada la estructura de Frankenstein o el Moderno Prometeo de Mary Shelley para articularla con referencias plenamente cinematográficas como un pulso narrativo a la David Cronenberg y un diseño de producción similar al ya clásico de H. R. Giger para Especies (Species, 1995). Los científicos Clive Nicoli (Adrien Brody) y Elsa Kast (Sarah Polley) se dedican a la combinación de ADN con el fin de crear animales híbridos para extraer proteínas en función de los intereses de un laboratorio farmacéutico. Sin el consentimiento de sus superiores, la pareja decide llevar la investigación un paso más allá incorporando características humanas a la mezcla en pos de revolucionar la medicina: el producto final es un ser que aglutina elementos de los primates, los anfibios y las aves. El film a partir de este punto presenta en paralelo el veloz crecimiento de la criatura (lo que nace con forma de renacuajo muta en mujer), la imperiosa necesidad de ocultarla (bajo la amenaza de que desaparezcan los fondos) y los problemas de esta “paternidad forzada” (de esta manera salen a la luz los criterios, reparos y motivaciones de cada uno al respecto). A pesar de que la película a nivel conceptual se adentra con sensatez en tópicos candentes que nunca perderán vigencia, es innegable que de a poco se acumulan algunos traspiés en la ejecución propiamente dicha: los chispazos cómicos no cumplen su cometido, los estereotipos entorpecen la trama y la resolución se hace bastante predecible. Aún así el director ofrece una propuesta por demás correcta que se ubica varios escalones por encima de los representantes industriales. Con un buen desempeño del elenco y un gran trabajo en CGI, Splice subraya eso de que los hombres son los únicos monstruos que merecen morir…
Anexo de crítica: Sin Límites (Limitless, 2011) es el típico thriller hollywoodense de plástico que termina hastiando a los pocos minutos a fuerza de una premisa ridícula y un desarrollo muy forzado: incapaz de generar verdadero interés, el film nunca pasa de ser un collage insustancioso y bastante torpe...
El lado soviético de la Luna Visionar una experiencia “clase B” tan modesta como Apollo 18 (2011) genera un placer culposo que nos remonta a la infancia, esa época dorada en la que los prejuicios aún no estaban asentados y la imaginación lúdica habilitaba situaciones de todo tipo. Para los que lo hayan considerado durante aquellos años y para los que no, el esquema en cuestión sigue siendo el mismo: si uno va al espacio tiene que enfrentarse -por obligación- a alguna peste intergaláctica porque de lo contrario hablamos de un viaje insatisfactorio, de esos que compran los burgueses en plan de “superación cultural” o para gozar de las miserias ajenas. Claramente el viejo y querido subgénero de los falsos documentales alcanzó su techo con Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), convite que llevó el minimalismo al extremo y por consiguiente señaló los límites específicos del found footage. Finiquitado en términos formales aunque no tanto en lo que respecta al contenido, como lo demuestra por ejemplo la excelente TrollHunter (Trolljegeren, 2010), el mockumentary ha ofrecido desde productos fallidos como El último Exorcismo (The Last Exorcism, 2010) hasta maravillas como El Diario de los Muertos (Diary of the Dead, 2007) del genial George A. Romero. Hoy la historia nos presenta el pequeño calvario del Comandante Nathan Walker (Lloyd Owen), el Capitán Benjamin Anderson (Warren Christie) y el Teniente Coronel John Grey (Ryan Robbins), tres astronautas enviados en los ´70 en una “misión secreta” al satélite de la Tierra para montar un equipo de comunicaciones con el cual espiar a la antigua URSS o algo así: al recorrer la vasta superficie lunar descubrirán la verdadera agenda del gobierno estadounidense, por supuesto vinculada a un módulo soviético cercano, un cadáver de un pobre cosmonauta y fuertes indicios de la presencia de seres extraterrestres poco amistosos. A pesar de que la propuesta se sumerge de lleno en un cúmulo de clichés quemados resulta innegable que entretiene -sin mayores pretensiones- debido a que privilegia el suspenso gradual por sobre los golpes de efecto y las escapadas gore. Sin llegar al nivel de Rec (2007) pero tampoco descendiendo al subsuelo de bodrios como Contactos de Cuarto Tipo (The Fourth Kind, 2009), el realizador Gonzalo López-Gallego y el guionista Brian Miller salen relativamente bien parados de la bizarra aventura de combinar El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) y la eterna Alien, el Octavo Pasajero (Alien, 1979).
Anexo de crítica: Repitiendo la fórmula -calcada a su vez del porno- de las secuelas de Martes 13 (Friday the 13th, 1980) y Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984), en donde las escenas intermedias resultan accesorias, Destino Final 5 (Final Destination 5, 2011) cumple dignamente con la cuota estándar de sadismo e imaginación aunque sin lugar a dudas lo mejor del convite vuelve a ser la masacre del comienzo, un verdadero prodigio técnico que justifica de por sí la visión del film…