El cielo se está cayendo Salvo honrosas excepciones, de un tiempo a esta parte pareciera que Hollywood se ha quedado sin ideas en lo que respecta a la vieja y querida ciencia ficción, un género históricamente atesorado por legiones de espectadores alrededor del globo. Si dejamos de lado las anomalías recientes a cargo de Christopher Nolan y James Cameron, debemos esforzarnos en demasía para recordar aunque sea un proyecto rescatable en el período que va desde la patética Día de la Independencia (Independence Day, 1996) hasta la desastrosa Transformers: La venganza de los caídos (Transformers: Revenge of the Fallen, 2009). Por supuesto que incluso una obra tan bizarra como Skyline: La Invasión (Skyline, 2010) está por encima de aquellos mamotretos pero tampoco puede revertir la tendencia. Estamos hablando de una rareza para los cánones del sistema de producción estadounidense: la película fue financiada en forma independiente por sus realizadores, Colin y Greg Strause, sin interferencias industriales de ningún tipo. Basta con señalar que este sombrío exploitation de ofensiva alienígena ha sido filmado casi por completo en el condominio propiedad de uno de los hermanos con un costo total de apenas diez millones de dólares. En esta ocasión los extraterrestres vienen a recolectar cerebros humanos y para ello utilizan ases de luces que nos arrastran telepáticamente hacia “aspiradoras” gigantescas que podríamos denominar “naves, monstruos o qué sé yo”. Así es cómo un grupo encabezado por Jarrod (Eric Balfour, de 24) y Oliver (David Zayas, de Dexter) queda atrapado en medio de las escaramuzas entre el ejército y los iracundos visitantes. Antes que nada aclaremos que los diálogos son paupérrimos y las actuaciones dejan bastante que desear: ni el guión de Liam O´Donnell y Joshua Cordes ni la labor del elenco son puntos a destacar. Como cabía esperar considerando que los Strause son expertos en efectos digitales, Skyline: La Invasión demuestra que se pueden hacer maravillas en términos plásticos con un presupuesto limitado, destreza y un poco de imaginación. Al igual que en su opera prima como directores, la ridícula aunque también entretenida Alien vs. Depredador 2 (Aliens vs Predator - Requiem, 2007), aquí las grietas en la narración y el desarrollo de personajes se compensan a través del apartado visual: la escena del estacionamiento y la interesante batalla final justifican la odisea. El talento está puesto en ese cielo que se nos cae encima...
Alquimistas de cotillón Gracias al infierno la franquicia del mago más aburrido del planeta está llegando a su fin, como viene a atestiguarlo esta primera parte del desenlace propiamente dicho. La muy insoportable Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (Harry Potter and the Deathly Hallows: Part 1, 2010) extiende un poquito más el martirio a través de una especie de road movie inconducente que pretende retratar la peregrinación del protagonista -de la mano de sus anodinos compinches- en pos de destruir los “horcruxes” que aún restan para dar de baja al todopoderoso Lord Voldemort (Ralph Fiennes), el “villano comodín” de la saga. De esta forma una vez más Potter (Daniel Radcliffe) y sus amigos Ron Weasley (Rupert Grint) y Hermione Granger (Emma Watson) desperdician más de dos horas de metraje en las que no ocurre prácticamente nada: hoy los disparadores del relato son el asesinato de Dumbledore (Michael Gambon) y un golpe de estado semi- nazi en el Ministerio de Magia, circunstancias arrastradas de Harry Potter y el Misterio del Príncipe (Harry Potter and the Half-Blood Prince, 2009) que en esta ocasión provocan un éxodo en masa de hechiceros y la fuga automática del trío, la cual pronto deviene en una pesquisa detectivesca o algo así. Cuando parecía que el guionista Steve Kloves iba a evitar la fórmula histórica de la serie, nuevamente la aplica sin mayores resquemores: todos los malos contra Harry porque es “el elegido”, una investigación a partir de unos “cosos” que dejó un nigromante que ya no está entre nosotros, encadenamiento absurdo de los sucesos, humor simplón fortuito y detalles melodramáticos que sazonan la estética darky y la idiotez de siempre vinculada al crecimiento espiritual de estos alquimistas de cotillón. La triste monotonía y la ausencia de escenas de acción juegan un papel central en que este eslabón sea el más precario del lote. Por supuesto que nadie esperaba demasiado de este mix berreta de estereotipos, latiguillos y mitos varios del género fantástico, pero los productores tendrían que haber disimulado un poco más que con dividir el último libro en dos lo único que deseaban es facturar el doble (cero excusas artísticas). El realizador televisivo David Yates sigue tan inoperante como de costumbre y hay que destacar que Daniel Radcliffe por suerte mejoró su desempeño, de seguro gracias a sus continuos esfuerzos en teatro. Ni la participación de Helena Bonham Carter ni la secuencia animada sobre las “reliquias de la muerte” nos salvan del desastre...
Escatología y autoflagelación Todos aquellos que conozcan el abnegado derrotero de los muchachos de Jackass sabrán exactamente qué esperar de esta tercera entrada fílmica, para el resto de los mortales aquí va una pequeña aclaración: estamos hablando de una troupe de estadounidenses enajenados que se especializa en pruebas de alto riesgo físico, barbaridades relacionadas con los fluidos corporales y cámaras ocultas de variada índole. Con gran fanfarria estos gladiadores del circo de la estupidez han establecido a lo largo de tres gloriosas temporadas una propuesta extrema que deja afuera a las mujeres en particular y a los débiles de estómago en general. Si consideramos que el programa original se emitió por MTV entre el 2000 y el 2002, resulta más que significativo el rotundo éxito de esta suerte de reality show que explota la obsesión actual con el despropósito, la rivalidad hueca y las “proezas” más ridículas. Sin embargo cabe señalar que la “imaginación” de esos primeros años de Johnny Knoxville, Spike Jonze y compañía fue tan cruda -ajena por completo a los manierismos o las poses mainstream del momento- que era casi imposible no quedar atrapado en las redes de semejante revoltijo de peligro, angustia, golpes, mierda, vómito y demás ingredientes. Ahora bien, la saga cinematográfica comenzó como la despedida que el ciclo televisivo nunca tuvo: las impensadas ganancias que trajo en taquilla Jackass: The Movie (2002) derivaron en una continuación intitulada Jackass Number Two (2006), dos realizaciones que mantuvieron un nivel bastante digno aunque a fin de cuentas no llegaron a igualar la frescura y terquedad de los sketches primigenios. Sin lugar a dudas Jackass 3D (2010) es la menos espontánea y creativa de todas en su afán explícito de “refritar” escenas del pasado y volcarse más hacia la escatología exacerbada, reduciendo el número total de contusiones. Más allá de un par de situaciones un tanto forzadas y la falta de novedades sustanciales, la tecnología 3D ha sido aprovechada a través de hilarantes secuencias en cámara lenta y la enorme mayoría del “elenco estable” vuelve a decir presente (Chris Pontius, Steve-O, Ryan Dunn, Bam Margera, Jason “Wee Man” Acuña, Dave England, Ehren McGhehey, Preston Lacy y por supuesto el inefable Knoxville). Jeff Tremaine, cocreador y director histórico de la franquicia, recupera algo del encanto, tan fecalofílico como autoflagelante, de ver a un pobre chiflado volar por los aires dentro de un baño químico atiborrado de excremento...
Retrato de un acreedor infernal Más allá del innegable agotamiento de un subgénero como el de los “falsos documentales de terror”, el cual merece pasar a retiro aunque sea por un tiempo, lo que pone en evidencia Actividad Paranormal 2 (Paranormal Activity 2, 2010) es la enorme dificultad que implica construir un corolario de un éxito formalista, apegado a un determinado patrón de representación. Si bien Hollywood fagocita todo lo que considera rentable para adaptarlo de inmediato en piloto automático, en el trajín de la duplicación suele olvidar la esencia y dejar una lustrosa cáscara con vistas a neutralizar la novedad original y crear un esquema. Precisamente estamos frente a la típica precuela mainstream que a pesar de respetar la estructura narrativa del film de Oren Peli no llega ni por lejos a los mismos resultados aterradores, quedándose en una ráfaga de espasmos bien ejecutados pero carentes de corazón en su triste concepción mimética. Así es cómo retomando las tribulaciones de la pobre pareja compuesta por los malogrados Katie (Katie Featherston) y Micah (Micah Sloat), ahora el eje gira hacia la familia de la hermana de ella, Kristi (Sprague Grayden), quien convive en un caserón con Dan Rey (Brian Boland) y su hija Ali (Molly Ephraim). Dos meses antes de los acontecimientos primigenios, el clan se reúne sin conocer las consecuencias y muy pronto comienzan los ruidos nocturnos y los movimientos esporádicos de objetos. En esta ocasión el arribo de un bebé al hogar, primer retoño del matrimonio Rey, es la excusa elegida para justificar mucha cámara en mano, apuntalar la intensidad dramática y conferir al relato un aire de tragedia suburbial a la Poltergeist (1982). El mayor inconveniente pasa por el guión de Michael R. Perry, Christopher B. Landon y Tom Pabst: la trama es en extremo predecible y avanza con demasiada torpeza. Sin embargo la película escapa de la debacle gracias al correcto desempeño del realizador Tod Williams y la profesionalidad de Sprague Grayden de 24 y Jericho, claramente una mejor actriz que Katie Featherston. El suspenso minimalista del pasado apenas si se hace presente durante el desenlace, los vaivenes restantes abandonan las sutilezas y generan más indiferencia que empatía. Al intentar atar cabos sueltos sin necesidad en la más pura tradición industrial, Actividad Paranormal 2 termina siendo un proyecto forzado y de características agridulces: este retrato de un acreedor infernal poco asusta con sus clichés...
Todd Phillips vuelve a entregar una propuesta fallida a la que le falta originalidad, desarrollo de personajes y un mínimo de inteligencia. Como ocurría en las lamentables ¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009), Starsky & Hutch (2004) y Viaje Censurado (Road Trip, 2000), el film no pasa de ser un catálogo de situaciones robadas y chistes ineficaces que apenas si se deja ver por la labor del elenco: en conjunto funciona como una “versión grasa” de Mejor solo que mal acompañado (Planes, Trains & Automobiles, 1987)...
El siempre interesante Alejandro Amenábar sorprende con un peplum rústico ambientado en la Alejandría del Siglo IV: durante el comienzo prima un crudo retrato de la intolerancia monoteísta para luego dejar paso a los conflictos explícitamente políticos de la segunda mitad. En esta acertada denuncia de las supersticiones y el fundamentalismo ideológico el realizador ofrece bellas tomas aéreas, evita todo eufemismo y en especial saca provecho de la gran Rachel Weisz aunque vale aclarar que quizás el personaje de Hypatia merecía un mayor desarrollo. Clasicista y en extremo terrenal, Ágora (2009) es una verdadera rareza para el común actual de las épicas cinematográficas...
El cine industrial europeo viene haciendo justicia con tópicos otrora escabrosos como las miserias de la resistencia o las atrocidades cometidas por las milicias de ocupación, poniendo en el candelero eso de que los nazis no fueron los únicos genocidas de la Segunda Guerra Mundial (la masacre fue potestad de todas las potencias involucradas). Como si se tratase de una versión sintética de Black Book (Zwartboek, 2006), la muy interesante Anónima: Una Mujer en Berlín (Anonyma: Eine Frau in Berlin, 2008) retrata con agudeza las vejaciones que padecieron las alemanas durante la invasión soviética de 1945. Más allá del contexto circunstancial de revancha bélica, lo que sobrevuela constantemente es la mugre ideológica del machismo, esa respuesta idiota a las frustraciones e inhibiciones de los pobres diablos (si la voluntad de imponerse como hobby frente a la mujer es propia de los cobardes, el maltrato ya califica de furia gratuita derivada de un deseo homosexual reprimido). Con una gran actuación de Nina Hoss, este “diario de campo” no deja títere con cabeza en su afán desmitificador para con las mal llamadas “fuerzas de liberación”, hoy el patético Ejército Rojo…
Cadenas, sierras y engranajes Desde el 2004 en adelante los fans del terror hemos podido disfrutar –y por suerte sólo en ocasiones padecer- cada eslabón anual de la más que adictiva saga de El Juego del Miedo (Saw), una franquicia que ha sabido mantener el nivel de calidad a fuerza de combinar el policial clásico, el snuff de torturas y el thriller posmoderno a la Pecados Capitales (Se7en, 1995). Ahora todo parece indicar que estamos ante el ansiado desenlace de un relato que acumula casi tantos recovecos como víctimas del inefable Jigsaw (Tobin Bell) podemos llegar a enumerar: así las vueltas de tuerca se acotan, van surgiendo las piezas faltantes del rompecabezas y en especial se destacan las autorreferencias colaborando en el eje narrativo. La trama presenta en paralelo la cacería de la que es objeto Mark Hoffman (Costas Mandylor) por parte de la policía, la obsesión de éste último en lo que respecta a vengarse de Jill Tuck (Betsy Russell) y por supuesto una nueva sesión de “juegos”. Mientras que esta especie de discípulo aventajado de extrema derecha se divierte acosando a la esposa de Jigsaw, nuestro paladín de la justicia hecha carne hoy carga desde el más allá contra Bobby Dagen (Sean Patrick Flanery), un gurú de la autoayuda y presunto sobreviviente de una de esas pruebas de alcances existenciales. El Juego del Miedo 3D: El Capítulo Final (Saw 3D, 2010) es sin dudas la más gore y directa de la serie en cuanto al planteo estético general. En esta resolución tuvieron un papel fundamental tanto el formato en tres dimensiones como el haber limitado el montaje videoclipero del pasado: claramente las dificultades que impone la tecnología y la intervención decisiva de Kevin Greutert, editor histórico y realizador de la anterior, hicieron que la balanza se inclinara hacia las cadenas, las sierras y los engranajes (léase desmembraciones y efectos varios de maquillaje). De hecho, la escena de la comisaria parece ser un homenaje bien explícito a los giallos más desproporcionados de la década del ’70. Si en El Juego del Miedo 6 (Saw VI, 2009) el enemigo era el sistema de salud estadounidense, en esta oportunidad le toca al palabrerío new age y sus bestsellers. Aquí más que el suspenso de pulso frenético lo que domina es una catarata de sentencias hardcore enraizadas en el horror de corazoncito humanista, quizás sumamente macabro y sanguinario pero humanista al fin (otra de las marcas registradas de la evisceración sardónica). Los guionistas Patrick Melton y Marcus Dunstan, máximos responsables de las últimas cuatro entregas incluida la que nos ocupa, ofrecen un cierre digno y a todo trapo, de esos que los seguidores sabrán apreciar en pantalla grande. Resulta un verdadero misterio si Lionsgate y Twisted Pictures cumplirán su promesa de pasar a retiro a su gallina de los huevos de oro, esperemos que así sea para que el agotamiento no se intensifique aún más...
La nueva película de Robert Schwentke, responsable de Plan de vuelo (Flightplan, 2005) y Te amaré por siempre (The Time Traveler´s Wife, 2009), es una comedia de acción y espionaje bastante pasable considerando el cúmulo de estereotipos y la ausencia general de novedades. Estamos ante la típica propuesta mainstream en la que un elenco soñado consigue transmitir la afabilidad del rodaje aunque no mucho más...
Al apreciar films como El Lince Perdido (2008) uno de inmediato deduce que los problemas de la animación latina tienen alcances hispanoamericanos: nuevamente debemos destacar una gran mejoría en el apartado visual aunque al mismo tiempo nos reencontramos con otro de esos guiones patéticos que no cuentan con destinatarios visibles más allá de los niños muy pero muy pequeños...