Aunque TRON: El Legado (TRON: Legacy, 2010) se nos presenta como una secuela del singular clásico de 1982, en realidad estamos ante una suerte de remake aggiornada que retoma con sumo respeto tanto aquella estética minimalista como el tono narrativo distante (en esta ocasión apenas “lavado” para generar un poco más de empatía con el público). En esencia tenemos la misma película casi treinta años después: movilizadora en términos visuales pero muy discreta desde lo conceptual, hoy apuntalada en la bella fotografía de Claudio Miranda y el simpático house kitsch de Daft Punk. Con el correr de las décadas el diseño de vanguardia del original se transformó en estándar y aquel disparador argumental en modelo de un sinnúmero de films posteriores; circunstancias que sin embargo no le quitan mérito a esta correcta ópera prima de Joseph Kosinski, un artesano que definitivamente no pudo superar lo hecho por James Cameron en el terreno de los CGI (por momentos el rostro de Clu entorpece la fluidez de la animación). Más que por el 3D habría que preocuparse por verla con subtítulos ya que la actuación de Jeff Bridges resulta fundamental...
¿El cambio es una elección? La pobre Sarah Michelle Gellar sigue sin encontrarle un rumbo a su carrera y proyectos deficitarios como el presente no hacen más que confirmar sus problemas a la hora de hallar un film más o menos interesante. Por supuesto que en esta coyuntura juegan un rol central el encasillamiento y las pocas ideas de los productores de Hollywood: a partir del final de Buffy, La Cazavampiros, tanto desde la industria como de los márgenes independientes, no han cesado de ofrecerle el mismo papel de esposa treintañera acosada por fantasmas (lo paradójico es que sus lamentables intentos de hacer algo distinto generan aún más miedo). Con semejante título y una mínima sinopsis ya está todo dicho: Personalidad Múltiple (Possession, 2009) comienza presentándonos las tensiones existentes entre Jess (Gellar) y su cuñado Roman (Lee Pace), sin que su marido Ryan (Michael Landes) se preocupe demasiado al respecto. El ex presidiario abandona de golpe el hogar de la pareja, su hermano se marcha desesperado a buscarlo y ambos terminan en coma luego de chocar uno contra el otro en un terrible accidente automovilístico. El asunto empeora cuando Roman se despierta y afirma ser Ryan, situación a la que Jess paulatinamente se irá acostumbrando… Para aquellos que no lo sepan estamos hablando de una remake de una película surcoreana llamada Addicted (Jungdok, 2002), la cual por cierto era muchísimo mejor que este opus deslucido de los suecos Joel Bergvall y Simon Sandquist. Combinando el suspenso psicológico y el thriller sobrenatural, sin salir airosa en ninguna de las dos vertientes, la propuesta no llega a ser un mamarracho pero exuda torpeza durante gran parte de la narración y en conjunto no encontramos ni un gramo de originalidad. Los únicos puntos que merecen ser rescatados son las actuaciones y el segmento melodramático de la mitad. Al igual que El Día del Juicio Final (Unthinkable, 2010), Personalidad Múltiple salió en el mercado norteamericano como un “directo a DVD”: si hay apellidos de renombre esta falta de confianza suele ser un indicio de que la realización sufrió inconvenientes varios (ya sea desavenencias entre los responsables, disconformidad con el resultado final o simples dificultades financieras de las compañías involucradas). De hecho, Yari Film Group pidió la quiebra antes del estreno y así le regaló un poco más de mala suerte a Sarah Michelle Gellar, quien a esta altura se debe estar preguntando si el ansiado cambio es una elección...
Nunca puede llegar a ser mala una película intitulada El Inmortal (L'immortel, 2010) y protagonizada por un Jean Reno desenfrenado que regresa de la muerte luego de recibir 22 balazos. Tan esquemático como eficaz, el opus de Richard Berry comienza austero en tono policial para de a poco ir virando hacia un exploitation de venganza nada sutil. En síntesis, gracias al cine industrial francés recuperamos al Reno que todos queremos, ese asesino furtivo especializado en zares de la cocaína...
Elogio del tormento Ya sea por los misterios insondables de la distribución global o por las pocas luces de algunos de los involucrados, hoy nos topamos en Argentina con el estreno de un film que en el mercado estadounidense salió como un “directo a DVD” (parece que no le tenían mucha confianza al producto…). El Día del Juicio Final (Unthinkable, 2010) es una típica “película planteo” que sigue la consigna un tanto quemada de “qué pasaría si…”: mientras que este disparador circunstancial en una propuesta estándar de género podría resultar inocente, en el contexto de un thriller político cae de lleno en el terreno de la manipulación. El norteamericano convertido al Islam Steven Arthur Younger (Michael Sheen) envía un video a las autoridades en el que exhibe tres bombas nucleares programadas para explotar en menos de una semana. Pronto se deja atrapar y desde ese momento tanto el FBI como el Ejército quedan al servicio de un “consultor externo” de la CIA que responde al seudónimo de “H” (Samuel L. Jackson), un carnicero especializado en doblegar a prisioneros. Así las cosas, la agente del FBI Helen Brody (Carrie-Anne Moss) no verá con buenos ojos el “modus operandi” de H, el cual incluye diversas amputaciones y cirugía dental innecesaria. Corriendo el telón de inmediato para demostrar de qué va el asunto en realidad, no se puede más que señalar que estamos ante una combinación bastante barata de porno de torturas y suspenso de entorno cerrado, todo presentado bajo la apariencia de un “drama serio” centrado en los alcances concretos de los estatutos para combatir al terrorismo. Las torpezas y baches esporádicos de la mísera historia ideada por Peter Woodward, un actor devenido guionista, hacen que la acción quede petrificada en un elogio del tormento y que encima constantemente se pierda el interrogante simplista referido a si “el fin justifica los medios”. Por suerte el elenco evita el desastre: Samuel L. Jackson ofrece otro enajenado con tintes fascistas, Carrie-Anne Moss cumple dentro de sus posibilidades y en especial se destaca la labor de Michael Sheen, un británico que hasta ahora había pasado desapercibido. El director Gregor Jordan, el mismo de las fallidas Ned Kelly (2003) y The Informers (2008), entrega un rip-off deslucido de 24 que carece de convicción e inteligencia. En resumen, El Día del Juicio Final es un engendro demagógico y en extremo inverosímil, una obra plagada de estereotipos, delirios de derecha y errores varios que empantanan la narración...
Entomología y coleccionismo Por lo general llegan muy pocas películas independientes de género a la cartelera argentina, circunstancia que vuelve aún más gratificante una propuesta de por sí correcta como El Juego del Terror (The Collector, 2009). No es para nada un hecho fortuito que el equipo compuesto por Marcus Dunstan y Patrick Melton sea el responsable de las últimas cuatro entregas de la saga de El Juego del Miedo (Saw), incluido el séptimo eslabón en 3D: aquí Dunstan dirige y ambos escriben esta combinación retorcida de caper movie, thriller de entorno cerrado y porno de torturas, revoltijo con una inesperada disposición preciosista. La historia comienza con los problemas financieros de la esposa de Arkin (Josh Stewart) y la triste necesidad por parte del hombre de robar la casa en la que ha estado efectuando tareas de reparación y mantenimiento. En un momento en el que la familia debería estar de viaje, no sólo no podrá sustraer la gema de la caja fuerte sino que además se topará con uno de esos psicópatas de sangre fría y escasas palabras. El susodicho se divierte colocando trampas en el hogar, atormentando a los ocupantes y llevándose en baúles a los que considera dignos de su “colección” (no más de uno por vivienda, de ahí el título original). El suspenso de tono lúgubre y ambientación gore está bastante bien desarrollado y se sustenta especialmente en la bella fotografía ocre de Brandon Cox y en la excelente edición a cargo de Alex Luna, James Mastracco y Howard E. Smith. Aunque el desempeño del elenco no es una maravilla ni mucho menos, el guión aporta el dinamismo fundamental para garantizar la tensión a partir de trayectos narrativos eficaces, los cuales por supuesto responden al ABC de los slashers clásicos de los ´70 y ´80: de este modo el apartado formal compensa la ausencia de novedades imponiendo una cacería armoniosa de ritmo sostenido. Lejos de las deslucidas remakes de Michael Bay pero también de anomalías exquisitas como La Huérfana (Orphan, 2009) y Los Extraños (The Strangers, 2008), El Juego del Terror es un notable ejercicio de estilo de los por hoy experimentados Dunstan y Melton, quienes definitivamente saben cómo aprovechar un presupuesto limitado. Como si se tratase de una versión hardcore de Mi Pobre Angelito (Home Alone, 1990) protagonizada por un homicida con vocación de entomólogo y predilección por los cuchillos, el film saca partido de su minimalismo concienzudo sin jamás caer en las típicas sonseras industriales...
Megamente (Megamind, 2010) es una de las sorpresas más gratificantes del año y sin lugar a dudas la mejor película animada de DreamWorks: hablamos de una mezcla por momentos brillante de comedia romántica, sátira sobre superhéroes y propuesta de enredos, todo condimentado con buenas secuencias de acción, detalles visuales exquisitos y el clásico ritmo vertiginoso del estudio. La moraleja que deja un film tan compacto y disfrutable como el presente es muy sencilla: invertir millones de dólares en el apartado formal sin un guión a su altura no sirve de nada. Demos gracias a Alan J. Schoolcraft y Brent Simons...
Entrepiso, por favor... Considerando que el film precedente en el que estuvo involucrado M. Night Shyamalan fue El último Maestro del Aire (The Last Airbender, 2010), un opus en verdad lamentable, bien podemos afirmar que con este nuevo proyecto el hombre supera obstáculos creativos y recupera algo de la dignidad perdida. La Reunión del Diablo (Devil, 2010) es un producto desparejo que aún así consigue entretener a fuerza de colocar en la misma bolsa elementos tan diversos como el horror de inclinaciones demoníacas, una correcta estética “clase B”, el thriller de entorno cerrado y numerosas referencias a la obra de la inefable Agatha Christie. La situación la hemos visto muchísimas veces aunque aquí cambia el contexto y el villano principal: cinco personas quedan recluidas en un ascensor, una a una irán muriendo bajo condiciones un tanto extrañas y a fin de cuentas no se puede ser más explícito acerca de quién es el responsable de tales tropelías. Mientras que la prodigiosa Enterrado (Buried, 2010) mantenía la cámara dentro del ataúd defendiendo a pura convicción un formalismo extremo, en esta ocasión por el contrario tenemos un desarrollo paralelo entre el interior y el afuera, con el Detective Bowden (Chris Messina) a la cabeza del operativo de rescate. Aclaremos que La Reunión del Diablo es el primer capítulo de una futura trilogía que pretende centrarse en acontecimientos sobrenaturales ambientados en grandes urbes: por supuesto que los tópicos ineludibles son la crisis de la estructura familiar y esa clásica redención entre existencial y religiosa (no por nada Shyamalan aporta la historia y oficia de productor). De hecho, pareciera que el realizador John Erick Dowdle, quien poco ha demostrado desde la floja Cuarentena (Quarantine, 2008), no fuera más que un testaferro ya que la película cuenta con la destreza técnica y el pulso narrativo prototípicos del hindú. Pero los problemas de siempre tampoco faltan en el convite: específicamente estamos hablando del triste desempeño actoral y el recurso redundante de la voz en off, una sonsera mayúscula que en varias escenas adelanta lo que va a ocurrir a continuación. Pese a que el relato carece de originalidad y nada en un sinnúmero de lugares comunes, la propuesta en conjunto se sostiene y atrapa de inmediato al espectador. El guión de Brian Nelson, el de 30 Días de Noche (30 Days of Night, 2007) y Hard Candy (2005), va directo al grano, incluye diálogos concisos y entrega toda la profesionalidad necesaria para dignificar al género...
Sobre la guerrilla audiovisual Birmania vive desde hace casi cinco décadas bajo un férreo régimen dictatorial que mantiene cercado el país y en donde sólo los medios de comunicación oficiales pueden transmitir información, así las atrocidades cotidianas permanecen ocultas y silenciadas. Durante la segunda mitad del 2007 la junta militar removió los subsidios a los combustibles motivando un aumento significativo en los precios finales al público, circunstancia que vino a sumarse a “factores tradicionales” como la opresión social, la ausencia de libertades individuales, la prohibición de toda actividad política y el abuso a los derechos humanos. En términos concretos en septiembre de ese año surgió un interesante movimiento de protesta que pareció poner en jaque al gobierno de facto: en un principio caracterizado por episodios aislados, pronto estos ejercicios de valentía mutaron en manifestaciones populares a gran escala impulsadas por la participación de los miles de monjes budistas del lugar. Sin embargo la pasividad de los generales frente a esta serie de marchas pacíficas duró relativamente poco y la temida represión no tardó en llegar, dejando una vez más como saldo varios muertos, numerosas desapariciones y una enorme cantidad de detenidos. La obra que nos ocupa combina elementos de los documentales expositivos con los de observación, centrándose en el accionar clandestino de Joshua, suerte de “líder táctico” de la única cadena periodística opositora, la Voz Democrática de Birmania. Estamos hablando de un grupo de jóvenes que se dedican a registrar con cámaras camufladas los atropellos, castigos y detenciones que padece el pueblo a manos de las autoridades enquistadas en el poder. Sacando el material a través de Internet o vía satélite, éste se edita rápidamente para luego regresar por aire y ser retransmitido al resto del globo mediante servidores web. El realizador dinamarqués Anders Østergaard ofrece el testimonio en primera persona del protagonista acerca de esos acontecimientos de septiembre, utilizando recreaciones y permitiendo que las imágenes originales de la organización despejen cualquier duda. Así es cómo presenciamos los intentos rudimentarios de edificar un enérgico mecanismo de denuncia contra las barbaridades perpetradas por los militares: esta guerrilla audiovisual no sólo cumple su cometido sino que además adquiere la suficiente preponderancia como para importunar al sistema, poniendo en evidencia las tristes mentiras difundidas a nivel masivo. Burma VJ: Noticias de un País Aislado (Burma VJ: Reporter i et lukket land, 2008) es un retrato muy eficaz tanto de una red encubierta como de la incomunicación colectiva, producto de un estado policial y totalitario que por lo burdo parece una traslación directa de aquel paradigma que tan maravillosamente dibujó George Orwell en su mítica novela 1984. Trazando un paralelo con los trágicos sucesos de 1988 y explicitando la importancia social de la figura de Aung San Suu Kyi, ilustre acreedora en 1991 del Premio Nobel de la Paz, Østergaard construye una experiencia intensa que exalta la osadía de esta lucha ejemplar…
A pesar de que el “trailer real” de Machete (2010) definitivamente era muy inferior al falso de Grindhouse (2007), la película en sí resulta una simpática sorpresa ya que además del tradicional cóctel “clase B” de Robert Rodriguez nos encontramos con un retrato afilado de la xenofobia estadounidense y sus correlatos paranoicos: aquí las recurrentes amputaciones, las gloriosas curvas femeninas y la ausencia de metáforas van de la mano de un régimen discursivo de “complacencia cero” (precisamente por ello Planet Terror fue una obra interesante y Death Proof de Quentin Tarantino un gesto patético, vacuo a más no poder). Danny Trejo, Jeff Fahey, Cheech Marin y Steven Seagal constituyen los engranajes centrales de esta hipérbole desvergonzada...
Un hombre de paz... Resulta difícil no disfrutar de un producto “clase B” tan sincero y prolijo como Cazador de Demonios: Solomon Kane (Solomon Kane, 2009), adaptación libre de una saga creada en 1928 por el mítico Robert E. Howard, artífice principal de un subgénero muy transitado de la literatura fantástica denominado de “espada y hechicería”. A pesar de que Conan continúa siendo el personaje más conocido del estadounidense, a quien dio vida Arnold Schwarzenegger en Conan, el Bárbaro (Conan the Barbarian, 1982) y Conan, el Destructor (Conan the Destroyer, 1984), el que hoy nos ocupa también tiene sus adeptos. La trama comienza con el mercenario Solomon Kane (James Purefoy) y su séquito entrando salvajemente en un misterioso castillo del Norte de África en el 1600: en vez de tesoros encuentran una colección de “espejos encantados” que los irán asesinando uno a uno. El protagonista advierte que “alguien” vendió su alma al mismísimo Diablo y a duras penas consigue escapar del dilema, sólo para verse obligado -de allí en más- a renunciar a la violencia a condición de que los moradores del infierno no den con su paradero. Lástima que los obstáculos del camino demuestran ser un poco más encarnizados que lo esperado… Por supuesto que esto incluye una familia de puritanos que acude en su ayuda en el momento preciso, una damisela en peligro que pide a gritos ser rescatada y hasta un simpático villano cuyo único interés es esclavizar y masacrar. Vale aclarar que aquellos que estén buscando una catarata de brujas, nigromantes y criaturas del averno, saldrán algo defraudados de la sala porque éste es recién el capítulo inicial de lo que podría llegar a convertirse en una futura trilogía: la magia negra está bastante acotada y lo que prima es la batalla cuerpo a cuerpo y un desarrollo pausado de los avatares personales del pobre Kane. El director y guionista Michael J. Bassett mantiene con inteligencia un tono de tenebrosa seriedad aunque se muestra incapaz de aportar un gramo de originalidad a un convite en extremo previsible: si por un lado la narración avanza a paso firme y los CGI están bien administrados, la falta de sorpresas termina jugándole en contra a las aventuras de este “hombre de paz” que no teme decapitar a sus enemigos (si el contexto lo amerita). Más allá de las participaciones de Max von Sydow y Pete Postlethwaite, es James Purefoy quien saca adelante la película componiendo a un héroe ni tan glorioso ni prosaico como otros...