Si El fin de los tiempos (The Happening, 2008) era la obra menos interesante de M. Night Shyamalan desde Señales (Signs, 2002), su sucesora El último maestro del aire (The Last Airbender, 2010) se lleva el trofeo a la peor de toda su carrera. Con un reparto de ilustres desconocidos y un tono grandilocuente de tintes mesiánicos, el hindú no ofrece nada nuevo en un combo de aventuras que naufraga debido a una narración estéril, un núcleo temático poco convincente y la propia incapacidad del director a la hora de construir un desarrollo en verdad atrapante, sin tantas vueltas ni estereotipos. Hay que admitir que si bien no logra destacarse con el tópico quemado del “elegido” por lo menos no pasa vergüenza y hasta en ocasiones nos encontramos con lo que podríamos denominar una “sobredosis de budismo” (muchas veces bordeando peligrosamente la filosofía new age y el palabrerío de los manuales de autoayuda). El apartado visual y las secuencias de acción ganan un par de puntos a favor aunque con un presupuesto de 150 millones de dólares resultaba lo mínimo esperable: a fin de cuentas uno no sabe si un Shyamalan carente de inspiración no pudo garantizar la fluidez del relato o si fue el estudio quien solicitó sin criterio que varios minutos del metraje original desaparezcan en la sala de edición. Sólo resta aguardar un mañana mejor porque aquí la convicción ideológica y la destreza formal a las que nos tenía acostumbrados brillan por su ausencia...
John McTiernan revolucionó el cine de acción a fines de los ‘80 con una trilogía extraordinaria que pareció abrir un sinnúmero de posibilidades antes de que Hollywood, fiel a su costumbre, redujera todo a un esqueleto hueco: hablamos de Depredador (Predator, 1987), Duro de matar (Die Hard, 1988) y La caza al Octubre Rojo (The Hunt for Red October, 1990). A pesar de los atropellos de la industria, cada una de estas propuestas dejó una huella indeleble en el campo en cuestión (el horror con toques de ciencia ficción, la testosterona cuasi bélica y el proverbial thriller político, respectivamente). Hoy es la dupla Robert Rodriguez- Nimród Antal la encargada de traernos un nuevo eslabón en la saga de los alienígenas adeptos a la mejor cacería de todas, aquella en la que los seres humanos son la presa. Para tratar de reemplazar a Arnold Schwarzenegger y su pelotón de muchachos ahora contamos con ocho “blancos móviles” que van desde mafiosos y paramilitares hasta psicóticos y condenados a muerte (Adrien Brody, Laurence Fishburne y Danny Trejo componen con eficacia a los personajes más interesantes). Simpática y compacta aunque sin demasiado encanto, la película ofrece un puñado de escenas bien desarrolladas que intentan emular al film original en lo referido a la dinámica narrativa y el contexto del relato (no hay sutilezas, la imitación es explícita). Quizás falta garra pero el convite formalmente es irreprochable, aquí el mayor mérito es del director: Antal sabe construir climas de suspenso claustrofóbico como ya lo había demostrado en la enérgica Hotel sin salida (Vacancy, 2007)...
Tan anacrónica como artificiosa, la última película de Marco Bellocchio deambula sin convicción entre una primera parte centrada en una caricatura hueca de “El Duce” y una segunda mitad de mayor peso dramático, donde permite que los actos del dictador hablen por sí mismos. Muchas tomas de archivo, una buena labor de Giovanna Mezzogiorno y muy poco más…
En buena medida el lamentable cine argentino merece el ninguneo del que es objeto por parte del público local, reacción lógica que va desde la simple indiferencia hasta la burla lisa y llana. Sin embargo por suerte siempre encontramos excepciones esporádicas: Pájaros Volando (2010), la última realización del equipo responsable de Soy tu aventura (2003), es otra comedia satírica que en este caso hace mella sobre el cine de ciencia ficción, la cultura basura nacional, los ideales setentistas, el ambiente del rock y cierta estupidez desproporcionada que define tan pero tan bien al argentino promedio (no hay lugar para distinciones, tanto al pajuerano como al citadino). Con momentos sumamente lúcidos, mucha apología de las drogas y algunos cameos memorables, Néstor Montalbano aprovecha a Diego Capusotto y Luis Luque en un combo a puro absurdo costumbrista basado sobre todo en remates cortantes, una trama melancólica y un sinnúmero de citas musicales, sociales, televisivas y políticas (desde ya que los pobres iletrados que no compartan las referencias quedarán fuera del convite). Nunca mejor dicho: “¡viva Perón, carajo!”…-
El camino hacia el perdón Los eternos conflictos en Irlanda del Norte han sido históricamente examinados por el cine con resultados varios, no obstante en muchas ocasiones predominaron las caricaturas socio- políticas volcadas más hacia el melodrama facilista que al retrato verídico de los acontecimientos. De hecho, sólo hace falta recordar algunos ejemplos muy opuestos en cuanto a rendimiento se refiere: pensemos en las excelentes En el nombre del padre (In the Name of the Father, 1993) y El viento que acaricia el prado (The Wind That Shakes the Barley, 2006) por un lado, y en las fallidas El precio de la libertad (Michael Collins, 1996), Enemigo íntimo (The Devil's Own, 1997) y Golpe a la vida (The Boxer, 1997) por el otro. Recuperado de aquel mal paso profesional que fue Invasores (The Invasion, 2007), el realizador Oliver Hirschbiegel una vez más saca a relucir su eclecticismo con la intensa Cinco minutos de gloria (Five Minutes of Heaven, 2009). Aquí nos presenta la trágica historia de Joe Griffin (James Nesbitt) y Alistair Little (Liam Neeson), dos hombres que terminan enfrentados tanto por el contexto bélico como por el mismísimo azar. En un 1975 crispado por la violencia de los nacionalistas católicos, los unionistas protestantes y la milicia británica, un joven e inexperto Little, miembro de la Fuerza Voluntaria del Ulster, mata al hermano mayor de Griffin desencadenando una serie de fatalidades en la familia. Con apenas once años a cuestas, Joe presencia estupefacto lo ocurrido, una suerte de advertencia para amedrentar a los civiles católicos del distrito. Luego de 33 años, incluida una condena de 12 para Alistair, un programa de televisión ofrece gestionar un encuentro entre ambas partes en otro de esos intentos de los medios en pos de “espectacularizar” la realidad. Mediante un trabajo de cámaras en verdad admirable y un pulso narrativo que se mueve constantemente entre la angustia y la quietud, el director recrea el guión de Guy Hibbert imponiéndole un bienvenido tono seco, similar al de Hunger (2008) y Domingo sangriento (Bloody Sunday, 2002) pero mucho más minimalista en su enfoque general. Desde ya que resultan decisivas las interpretaciones de Liam Neeson y James Nesbitt, dos actores magníficos de los que no siempre se saca partido (el primero poseedor de una carrera bastante errática y el segundo interesado sobre todo en la pantalla chica). El dúo protagónico hace de la gestualidad de raigambre teatral su principal herramienta para así construir un maravilloso verosímil en donde priman la sinceridad, el rencor acumulado, la sed de venganza y el escabroso camino hacia el perdón. Hirschbiegel recupera el nivel de La caída (Der Untergang, 2004) y El experimento (Das Experiment, 2001) con un film humilde aunque poderoso en términos ideológicos, de una férrea impronta conciliadora.
El fuego en la clandestinidad Antes de adentrarnos de lleno en la adaptación cinematográfica del segundo eslabón de la “trilogía Millennium” conviene recordar la estructura narrativa de su predecesora, Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009). La historia se dividía en dos partes específicas: durante la primera se presentaba en paralelo a los dos protagonistas centrales, el tenaz editor Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist) y la implacable hacker Lisbeth Salander (Noomi Rapace); en la segunda mitad sus respectivas trayectorias los llevaban a converger y trabajar juntos en el caso en cuestión. Ahora bien, La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina (Flickan som lekte med elden, 2009) es el comienzo del desenlace propiamente dicho y como tal puede ser homologada a aquella primera sección del film original aunque en esta oportunidad el foco gira hacia Salander. En términos concretos la trama sigue el típico desarrollo de los capítulos intermedios y vuelve a ofrecer las vicisitudes de ambos personajes reservando con inteligencia el ansiado reencuentro para el episodio final. Las tres películas respetan a rajatabla la organización expositiva de las novelas de Stieg Larsson: el primer tomo es autosuficiente y las dos secuelas funcionan en conjunto como una obra única, en la que La reina en el palacio de las corrientes de aire se deriva de manera explícita del volumen anterior. Lo que a simple vista podría percibirse como una sutil metamorfosis desde el thriller hardcore posmoderno hacia el policial de cuño clasicista más bien debe ser leído dentro de un contexto general que abarca tanto las modificaciones que los propios libros van pautando como el consabido reemplazo en la silla del director, así Daniel Alfredson toma la posta de Niels Arden Oplev. Mientras que Blomkvist incorpora en el staff de la revista Millennium a Dag Svensson (Hans Christian Thulin), un joven periodista que está escribiendo un espinoso artículo sobre el tráfico sexual de mujeres basado a su vez en la tesis de doctorado de su novia, Lisbeth por su parte considera que ha llegado el momento de finalizar su estadía en el Caribe y retornar a Estocolmo para visitar a sus seres queridos y “chequear” que su tutor legal Nils Bjurman (Peter Andersson) esté cumpliendo su cometido. De inmediato todo se complica cuando Dag, su pareja y el mismo Bjurman son ejecutados y la policía encuentra un arma con las huellas de Salander. Obligados a actuar bajo presión, nuestros dos antihéroes iniciaran investigaciones por separado en pos de hallar a los verdaderos culpables de los crímenes, él desde la prensa gráfica y ella literalmente desde la más pura clandestinidad. Como puede apreciarse el tono detectivesco marca el pulso del relato imponiendo una exploración progresiva sobre los distintos rasgos de Salander, uno de los personajes más fascinantes que haya dado la ficción en mucho tiempo. La sistematización de los abusos de la primera entrega deja paso a su inevitable consecuencia, una enorme espiral de venganzas recíprocas: la misoginia social y la corrupción de la dirigencia sueca ahora se nos aparecen singularizadas bajo la forma de “monstruos” de extrema derecha que se mimetizan y lucran en función del desconocimiento masivo. Alfredson sale airoso del trance de ya no contar con el factor sorpresa y aprovecha al máximo el intrincado guión de Jonas Frykberg, sin dudas tan ajustado como el de su antecesor Nikolaj Arcel. La extraordinaria Noomi Rapace constituye el corazón de un verosímil furioso que solicita a gritos el fuego de la revancha…
Si bien el debut en animación digital de Universal no pasa vergüenza, se nota la falta de ideas y cierta intención de reflotar el espíritu de los “cartoons” históricos de la Warner Bros. (precisamente esos que hacían foco en el humor directo, los gags físicos y las accidentadas peripecias de los villanos). El doblaje deja mucho que desear y lo más destacable resulta la parodia al 3D de los créditos finales; aún así la propuesta entretiene a condición de que no se le exija demasiado...
Genealogía del buen dormir El séptimo largometraje del genial Christopher Nolan es una obra maestra de enormes proporciones que reconfirma todos los éxitos artísticos de su predecesora Batman- El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008). Aquí el inglés no sólo dirige sino que además escribe en solitario y produce junto a su colaboradora habitual, nada menos que su esposa Emma Thomas. El Origen (Inception, 2010) nos propone un mundo en el que es posible sustraer ideas, datos o criterios mediante sueños colectivos en los que la mente de los durmientes interactúan en base a contextos muy susceptibles a la manipulación. Así las cosas, todo funciona a través de un dispositivo portátil que inyecta un fluido especial por vía intravenosa para conectar entre sí las psiquis de los involucrados. Por supuesto que esta tecnología generó aplicaciones non sanctas como la “implantación” de nociones ajenas al sujeto, lo que eventualmente podría engendrar modificaciones varias en su sistema racional. Los primeros minutos del convite ya presentan a las claras los caminos a seguir: Cobb (Leonardo DiCaprio) es un extractor que con la ayuda de su mano derecha Arthur (Joseph Gordon-Levitt) se dedica al espionaje industrial. Juntos están en una operación secreta, robar información al millonario japonés Saito (Ken Watanabe), que deben abortar de improviso cuando el susodicho descubre el plan por el entrometimiento de la proyección inconsciente de Mal (Marion Cotillard), la esposa muerta de Cobb. A pesar de que en un primer momento pueden escapar, pronto son interceptados por Saito quien les ofrece un nuevo trabajo: aprovechando que Cobb es un fugitivo de las autoridades estadounidenses y que desea con desesperación regresar a su país para reencontrarse con sus hijos, el asiático promete resolver inmediatamente su situación legal a cambio de que ejecute un “inception” -una introducción de un concepto- que garantice la destrucción de una multinacional rival. Conviene no adelantar más del film y dejar que el espectador descubra los pormenores de tamaña tarea que por cierto resulta fascinante. Sólo un cineasta del talento de Nolan puede reunir y certificar interpretaciones maravillosas a cargo de un elenco que incluye participaciones de Michael Caine, Pete Postlethwaite, Tom Berenger, Ellen Page, Cillian Murphy, Tom Hardy y Dileep Rao. La elegante multiplicidad de la película abre el rango estilístico a numerosas referencias cruzadas: tenemos desde elementos en común con las primigenias Following (1998) y Memento (2000), pasando por una estructura deudora de las denominadas “caper movies” (opus centrados en atracos) y un entorno general de ciencia ficción posmoderna (el conflicto “virtualidad versus realidad”), llegando hasta citas astutas ahora reconvertidas en ejes de la narración; en este sentido se destaca la alusión a la bella El Discreto Encanto de la Burguesía (The Discreet Charm of the Bourgeoisie, 1972). Precisamente la ambición de la trama es uno de los factores claves en un desarrollo expositivo más que complejo que pone al descubierto cuán involuntarios son muchos de nuestros comportamientos y faenas cotidianas. Amparado en una infinidad de paradojas emocionales y la misma inaprehensión de los mecanismos profundos del intelecto, el director de a poco traduce la metáfora y la metonimia lacanianas (o la condensación y el desplazamiento según Freud), en tanto leyes del inconsciente, en un esquema destinado al entretenimiento masivo pero respetando con inusual sapiencia dichos principios. A lo largo de sus 148 minutos la propuesta va construyendo un cóctel que tiene su punto de ebullición durante el extraordinario desenlace, el cual en esta oportunidad rompe todas las barreras cinematográficas al extenderse por casi una hora en función de cinco niveles oníricos simultáneos en donde la estrategia del “sueño dentro del sueño” llega a su cúspide máxima. La exquisita meticulosidad de cada plano, el esfuerzo volcado en la puesta en escena y la ya clásica edición entre epiléptica y enajenada son apenas indicios de una lógica profesional símil Stanley Kubrick que combina la destreza técnica y una incomparable disposición hacia los interrogantes ontológicos del devenir social. Como nadie en la actualidad, Nolan sabe inyectar sentimientos auténticos en la historia sin nunca perder el rigor -por momentos hasta metafísico- del relato. Con los CGI discurriendo de manera imperceptible por sobre las hermosísimas imágenes, mantiene la tensión gracias a personajes vulnerables y en especial elige privilegiar la fotografía de Wally Pfister y la majestuosa banda sonora de Hans Zimmer. El Origen es en última instancia una genealogía irónica del buen dormir que derrocha imaginación e inteligencia a raudales, torciendo la ecuación tanto hacia los efectos del pasado como a los procesos cognitivos que escapan a nuestro mísero control consciente.
Exposición y contagio Hollywood sigue firme en su vieja táctica de fagocitar a realizadores extranjeros de cine de género para esporádicamente reemplazar a los asalariados de siempre, aquellos que suelen ser confundidos por la crítica imberbe con los queridos “artesanos” (este término implica un mínimo conocimiento que los directores propiedad del estudio ya no poseen desde hace tiempo). En lo referido a la valorización de las obras resultantes, en la década del ’90 numerosas carreras que prometían se vieron truncadas a raíz de productos deficitarios que revelaban sin sutilezas el carácter poco tolerante del gigante norteamericano: por suerte durante los últimos años la tendencia se ha dado vuelta y hoy el desafío es muy auspicioso. El caso que nos ocupa, la interesante Portadores (Carriers, 2009), ejemplifica lo anterior al poner una vez más de manifiesto la incompetencia de la “planta permanente” y la solvencia de los por ahora “turistas”. De hecho, hablamos de un combo terrorífico dirigido con una fuerte impronta dramática por los hermanos españoles Àlex y David Pastor: el film es tanto su debut en largometraje como su primera colaboración concreta (hasta este momento habían desarrollado trayectorias por separado centradas exclusivamente en cortos). Como en la reciente La Carretera (The Road, 2009) aunque sin los padecimientos humanistas, la propuesta construye un futuro tenebroso en la línea de Exterminio (28 Days Later..., 2002). Todo comienza con cuatro jóvenes viajando en una camioneta luego de que una pandemia diezmara casi por completo la población mundial: Brian Green (Chris Pine), su novia Bobby (Piper Perabo), su hermano Danny (Lou Taylor Pucci) y la amiga de éste Kate (Emily VanCamp). Por supuesto que de inmediato se topan con un sobreviviente y su hija infectada, lo que junto a las circunstancias contextuales disparará varios interrogantes en torno al dilema de abandonar o asistir a los enfermos. La película regresa una y otra vez sobre este eje moral a través de un pulso narrativo que abraza el suspenso minimalista y deja de lado la iconografía de los zombies (aquí la agonía es trágica y la muerte definitiva). Sin maravillar el elenco cumple dentro del marco general y Chris Pine conduce la acción replicando en buena medida su rol en Star Trek (2009). Sin dudas el aspecto más destacable es la misma labor de los cineastas, también responsables del guión: manteniendo un tono ameno que parece flirtear con el horror adolescente para rápidamente girar hacia la ciencia ficción apocalíptica, el dúo entrega un opus compacto sustentado en diálogos precisos, coherencia formal y sustos furtivos vinculados a las reacciones de los protagonistas. Lejos de las torpezas y la falta de ideas del promedio contemporáneo, en esta ocasión la exposición y el contagio están al servicio de un ataque inteligente contra el individualismo.
En su segundo opus Corneliu Porumboiu vuelve a emplear la misma estructura narrativa desmitificadora de su muy interesante ópera prima Bucarest 12:08 (12:08 East of Bucharest, 2006). Ayer el devenir de la periferia, hoy la burocracia policial: el cineasta ofrece un retrato de las miserias cotidianas a través de un minimalismo riguroso que atenta conscientemente contra los resortes hollywoodenses. Tan cíclica como discursiva, la película ataca con dureza la cobardía, inoperancia y corrupción de nuestros patéticos funcionarios públicos…