En el nombre de Ema. Ya pasaron casi 40 años desde que la última dictadura militar tomó el poder, y todavía siguen apareciendo relatos que necesitan ser elaborados y tramitados por ese profundo trauma y la herida social que nos dejó ese capítulo de nuestra historia. En las afueras de Margarita Belén, una pequeña localidad chaqueña, ubicada a 21 kilómetros de Resistencia, se masacraron a 22 presos políticos con absoluta impunidad, escondiendo sus cuerpos. Cecilia Fiel toma este trágico hecho y lo reconstruye como un intento de visibilizar algo pasado, de lo que se habla muy poco pero que está perturbadoramente presente en el inconsciente colectivo. Pero, ¿cómo hacer de algo tan macabro un relato bello? ¿Cómo transformar lo siniestro en poesía? ¿Cómo darle vida a un joven cuerpo desaparecido del que ni siquiera tenemos la imagen de su rostro? La realizadora lo logra a través de un minucioso trabajo de investigación. Para ello recurre no solo a testimonios de testigos de la época, sino de los lugareños presentes (quienes en su mayoría tienen muy poca idea de lo ocurrido), material de archivo, filmación de las locaciones y un recurso muy peculiar, el narrar la historia en primera persona, darle un enfoque subjetivo y ficcionalizar, ser ella misma un personaje del cual no se tiene cuerpo ni imágenes: Ema “Pelusa” Cabral. Ema era una terapista ocupacional, militante montonera y oriunda de Reconquista, Santa Fe. En pareja con Reinaldo Zapata, se van al Chaco para seguir por su causa y de vez en cuando cruzarse a Corrientes a visitar familiares y huir porque la estaban persiguiendo. De Ema solo tenemos sus huellas digitales, imperdibles relatos de su madre, algunas historias de compañeros de lucha y no mucho más. Sabemos que tuvo que dejar una hija para salvarle la vida y que fue acribillada ese día junto a su marido y otros compañeros. Fiel no solo es espectadora de su propio documental, también se identifica con Ema, “las dos primeras vocales y la misma consonante de mamá”, juega a ser ella, a que no la mataron, que siguió con su vida hasta la vejez, recrea el diálogo que tiene con su hija cuando debe “abandonarla”. Reconstruimos la historia, la resignificamos y simbolizamos desde la mirada de Ema. Otras historias y testimonios paralelos se despliegan, como ese infiltrado en las filas de Montoneros que pasaba información a los militares, la vecina del cementerio que estuvo casualmente presente cuando se llevaron los cuerpos, o el convicto testigo de la masacre que escribe un libro pero se desdice de prácticamente todo. Hablamos de un documental que tuvo que cambiar su objetivo a medida que se filmaba. En un primer momento era un pedido de justicia, pero el juicio de la masacre se llevó a cabo en el 2010 y tuvo como resultado 8 condenados a prisión perpetua y un oficial absuelto. Así y todo, hay lugar para un interesante análisis del tribunal y sus sentencias. Esta es una historia terroríficamente trágica pero que no se sumerge en lo perverso, y a fin de cuentas nos ofrece un relato estético, metafórico y lúdico, sin dejar de ser inquietante, reflexivo y por momentos ominoso. Margarita no es una flor, pero tal vez Ema sí lo sea en algún lugar del Chaco.
Fotografías de la pulsión de muerte. El realizador noruego Erik Poppe, aquel de la escalofriante Aguas Turbulentas, regresa esta vez con un trabajo claramente autobiográfico, aunque el personaje central sea una mujer. El ahora cineasta fue en su momento fotógrafo de guerra, esa profesión que intenta captar instantáneas que eternicen el trauma y lo siniestro, dando la vida como ofrenda a esa inquietante pasión. Rebecca (Juliette Binoche) es una fotógrafa en una zona altamente conflictiva como lo es Afganistán, un lugar donde las mujeres se utilizan como bomba para inmolarse en pos de su causa. El comienzo del film es estremecedor, una secuencia donde la protagonista no tiene el menor resguardo de arriesgar su vida con tal de captar esos momentos. Con un preciso uso del ralentí y música inquietante, se logran transmitir momentos perturbadores pero de notable belleza cinematográfica. El foco principal del conflicto se centra entre la pasión profesional de esta mujer y la vida en familia, que al parecer son incompatibles. El marido (Nikolaj Coster-Waldau) ya no tolera la constante exposición al riesgo de su esposa, y las hijas viven con miedo cada vez que su madre se va a trabajar a una zona de bélica. Rebecca se replantea todo el tiempo este dilema donde una elección implicaría una renuncia con alto costo subjetivo. La narración se va enfocando en las relaciones interpersonales y cobra primacía el vínculo con su hija adolescente, quien por un lado se identifica con el deseo de la madre pero por otro lado la asusta terriblemente perderla. Lo más interesante es la manera en que se muestra como estos fotógrafos van en busca de imágenes en situaciones donde se coquetea con el peligro y la muerte, pero lamentablemente la propuesta pierde fuerza por el cambio de registro que se le intenta dar a la historia: a medida que avanza el relato se torna más emotiva, sensiblera y repleta de clichés. Situaciones que se acercan más al melodrama estereotipado que al conflicto humano y social en sí. Un pilar fundamental es la magnífica Juliette Binoche, una vez más nos brinda una actuación monumental, con una amplitud de registros interpretativos que van desde la guerrera que toma fotos bélicas hasta la dulce madre que brinda amor a sus hijas, dando a su personaje un notable nivel de realismo y verosimilitud que enamoran a la pantalla. Estamos ante una historia que habla de esas pasiones que se parecen más a una condena irreversible, dejando al personaje en una encerrona casi trágica: o se deja la vida con ella, o se muere en vida sin ella. El final es conmovedor y cierra el ciclo de ese comienzo extraordinario, donde en la repetición se puede hacer algo distinto. Un film humano, aunque a veces peca de excesos emotividad, que no juzga a sus personajes sino que los acompaña en sus dilemas existenciales. Un film político que toma una postura firme al mostrarnos las aberraciones que ocurren en ciertas partes del mundo desde nuestra mirada occidental, pero que no hace la vista gorda sobre la complicidad y responsabilidad que tiene Occidente en todo esto.
El amor en los tiempos del discurso capitalista Uno de los cuestionamientos más recurrentes que se le hizo a la taquillera y multipremiada Relatos Salvajes es que no era un largo sino seis cortos, que sería imposible mantener la tensión de algunas de esas historias en un largometraje. Pero Juan Schnitman demuestra que esto sí es posible, y hasta superador. El Incendio es el claro ejemplo que un relato de una hora y media te puede mantener en vilo en todo momento, sin decaer ni mostrar ningún tipo de falencia narrativa.
Wonderwall. Si hay un tema recurrente en la obra del joven realizador canadiense Xavier Dolan, es la madre. Suelen ser roles maternos bastante fallidos, mujeres algo excéntricas, con altos rasgos fálicos y poca evidencia de la función paterna, que aparece ausente o muy debilitada. Si en su ópera prima, Yo Maté a mi Madre, el cineasta abordaba cómo un joven rebelde adolescente podía matar simbólicamente a su madre, en Mommy, su quinto y último trabajo, el circuito edípico toma un giro hacia lo contrario, es la madre la que puede renunciar a su rol y desentenderse de su hijo. El film se centra en una distopía basada en una Canadá ficticia donde los padres pueden entregar al estado a aquellos hijos que sean problemáticos o tengan severos trastornos psicológicos. Es así cómo Diane (Anne Dorval), una mujer viuda, va a buscar a su hijo al establecimiento donde asistía, ya que fue expulsado por desórdenes conductuales. Steve (Antoine-Olivier Pilon) es un adolescente con comportamientos antisociales, una estructura de personalidad muy border que lo hace extremadamente compulsivo y con la imposibilidad de poder reprimir impulsos ante algunas situaciones. La convivencia entre ellos dos será explosiva y es ahí donde Dolan puede demostrar su madurez narrativa sumergiéndose de manera magistral en la construcción de los personajes y el vínculo, dando cuenta de los conflictos internos que vive cada uno a partir de un pasado no resuelto sin ser sobreexplicativo. Un tercer personaje se suma a esta pareja de madre e hijo, Kyla (Suzanne Clément), una vecina que sufre las secuelas de un pasado reciente muy traumático. Los tres actores nos regalan esas interpretaciones que no se olvidan, ya que encarnan sus personajes con solidez e imponente calidez interpretativa. Filmada en un formato de 1:1, que parece ser un capricho más de un director visto por muchos como snob, la película adquiere sentido a medida que avanza el relato. La encerrona asfixiante en la que viven estos personajes se despliega muy bien en la pantalla gracias a esta modalidad de presentación. De hecho, es la obra menos narcisista de él: no aparece en cámara ni en un solo plano, aflojó con algunos vicios como la intensidad de los colores, la imagen es mucho más limpia con un trabajo de fotografía impecable, y los ralentí son usados en el momento exacto donde la intensidad dramática se apodera de la historia. Una de las características principales de su filmografía es el buen uso que hace de la música y acá es el pilar fundamental del film. Descubrimos varias canciones conocidas que son resignificadas en las escenas, así suenan hermosas piezas de Dido, Counting Crows, Celine Dion, Beck, Lana Del Rey, una maravillosa secuencia onírica con la desgarradora Experience de Ludovico Einaudi, y una de las escenas más memorables de todo el metraje de la mano del mega clásico de Oasis Wonderwall, donde lo visto hasta el momento adquiere un nuevo sentido gracias a este tercer personaje que funciona de corte en el lazo simbiótico entre madre e hijo. Una gran variedad de recursos cinematográficos (visuales, interpretativos, musicales y narrativos), son utilizados para contarnos un relato freudiano extremo con tinte melodramático pero sin perder sus buenas raciones de humor, que atrapa desde el primer minuto y logra la obra más madura, reflexiva, nihilista e intensa del enfant terrible canadiense.
Western a la criolla. Cinco maleantes asaltan una financiera y en el camino uno muere producto de los balazos recibidos en el robo, luego en plena agonía matan una vaca y se hacen un regio asado. Así arranca la ópera prima de Juan Schmidt y nos da un indicio de cómo será el film que presenciaremos. Un western contemporáneo y pampeano, con reminiscencias a Tarantino y Kitano (mucho menos vertiginoso y adrenalínico), donde lo absurdo y desopilante le aportan cierta cuota de humor a lo criminal y tal vez repudiable. El lugar que eligen para esperar los pasaportes que los hará cruzar la frontera es Polvareda, un pueblo perdido que parece detenido en el tiempo, pero justamente es el lugar de origen de dos hermanos que conforman la banda. Allí serán reconocidos por el comisario, y el pasado que se intenta olvidar retorna y denuncia que es más presente que nunca. Lo que parece ser una historia de tiros y acción, es un viaje introspectivo a cómo sobrelleva el grupo la espera de esos benditos pasaportes, en medio de una clandestinidad y el reencuentro con un pasado que los trasladaría a un futuro más prometedor. Somos testigos de cómo El Chino, El Mudo, El Gordo y El Facha, cuatro socios, con rasgos de personalidad bien marcados y distintos, juegan un picado, se meten en una pileta con agua no muy limpia y andan en tractor como niños, pero también tienen rispideces y meten la pata en más de una ocasión. Estamos ante un relato que se centra en abordar la dinámica grupal pero sin dejar de lado motivos clásicos del western como el comisario del pueblo y su ayudante inexperto (que intentan agarrar con las manos en la masa a los malhechores), la banda sonora de estilo country y la fotografía de un paisaje rural con esplendorosos crepúsculos, todo ayudado por las sólidas interpretaciones de los cuatro actores que conforman la banda. Quizás la secuencia de persecución y disparos parezca lo más flojo, asemejándose más a una parodia que a una escena de acción propiamente dicha. Allí la destreza de los protagonistas se transforma en torpeza, pero es probable que lo aparentemente desprolijo haya sido intencional porque es indiscutible el realismo conseguido; y no cabe duda de que tal vez en esta paradoja radique la habilidad narrativa del guión, logrando que la empatía se establezca con los villanos y el espectador realmente desee que en este caso no se haga justicia. Schmidt viene a aportar un aire de frescura con este relato que se vale de una historia rural de delitos para sumergirse en la subjetividad de los forajidos y en las relaciones interpersonales, a través de un intento lúdico donde las coordenadas del tiempo y del espacio se entrecruzan por líneas divisorias casi invisibles.
Espíritu mochilero. Parece que al cada vez más reconocido realizador canadiense Jean-Marc Vallée (C.R.A.Z.Y., La Reina Victoria, El Club de los Desahuciados), le está agarrando el gustito por filmar biopics. En su trabajo anterior supo darle un Oscar a Matthew McConaughey por su metamorfoseada interpretación de ese texano homofóbico enfermo de SIDA; ahora llamó a Amy Adams para que interprete el derrotero de la inolvidable Janis Joplin. Pero en esta oportunidad aborda el demoledor viaje a pie que hizo Cheryl Strayed por la costa del Pacífico, desde México hasta la frontera con Canadá. La mismísima Cheryl escribió el best seller autobiográfico en el cual se basa el film, donde relata su experiencia de vida, en una peregrinación física e introspectiva que la enfrenta con las limitaciones propias y de la raza humana. Remitiéndonos a la magistral película de Sean Penn Into the Wild, la chica también se despoja de gran parte de la civilización para realizar este largo tramo caminando, atravesando senderos peligrosos, desiertos, nieves, montañas, y con todas las dificultades y riesgos de vida que esto conlleva. La película tiene un buen ritmo: realmente hacemos la travesía con Cheryl y nos encantamos con los paisajes salvajes gracias al maravilloso trabajo de fotografía, aunque la naturaleza no es sencilla y la cosa se dificulta más de lo pensado. Pero el verdadero peligro para la mujer no lo constituye la inhóspita geografía, sino su pasado no resuelto, que se basa en un duelo traumático por la muerte de su madre (Laura Dern), producto de un vínculo bastante simbiótico y todo lo que esto desencadenó. Allí es donde la narración adquiere debilidad a partir de numerosos flashbacks sobre-explicativos y algunas cuotas de emotividad innecesaria y moralina. Por momentos, caer en la lágrima fácil y en las frases rimbombantes con mensaje de autoayuda parece irresistible y le resta profundidad simbólica al relato. La historia se detiene un poco en este aspecto, el pulso narrativo no avanza, dando la sensación de que el guión queda atrapado en intentar resolver lo que la protagonista no puede: su pasado cargado de excesos y autodestrucción. De todos modos, la película cumple gracias a un punto fuerte que es el trabajo interpretativo de Resse Witherspoon, quien se puso al hombro el proyecto produciéndolo, y el resultado no solo fue la nominación al Oscar por esta actuación sino a todos los premios de la temporada. Otro aspecto más que interesante es una banda sonora que acompaña escenas imponentes de la Madre Tierra con acordes de Bruce Springsteen, Simon & Garfunkel, Portishead, Leonard Cohen, entre otros, y que a pesar de las fallas mencionadas, hacen del relato algo disfrutable en casi todo su camino.
Hay magia en el mundo. Un proyecto cinematográfico tan arriesgado como filmar el paso de la infancia a la adultez de un niño durante el transcurso de 12 años, con el mismo elenco, podría haber resultado en una historia pretenciosa llena de altibajos e imposible de sostener en el trayecto de su relato, pero Boyhood termina siendo una obra monumental a la que no le sobra ni un minuto de sus 165, gracias al pulso narrativo de su realizador Richard Linklater, quien ya ha experimentado acerca del devenir del tiempo con su saga Antes del Amanecer, Antes del Atardecer y Antes de la Medianoche. Presenciamos la vida de Mason (Ellar Cotrane), desde sus 5 años hasta los 18, pero no se reduce a relatar la experiencia del crecimiento de un niño, el espectro se amplía y también somos espectadores de cómo va cambiando el mundo adulto en manos de sus padres; su hermana nos ofrece también el proceso de crecimiento en lo femenino, la sociedad, la cultura, su país y el planeta. Una película que multiplica sus vetas de análisis que exceden lo cinematográfico, aspectos psicológicos, sociales, antropológicos y hasta políticos se ponen en juego a la hora de reflexionar sobre la magnitud del filme que acabamos de ver. Estamos en presencia de una generación que se crío inmediatamente posterior al atentado de las Torres Gemelas, presenció la Guerra de Irak, se cautivó con Harry Potter y bailó las coreografías de Britney Spears. Linklater aborda al humano como un ser social, dependiente del otro y de la cultura, la cuna familiar es el eje de todo crecimiento, maduración y frustración emocional. Los rituales culturales funcionan como un tránsito de una etapa a la otra. Las funciones maternas y paternas están desplegadas desde sus fallas hasta sus habilidades, las cuales posibilitan que sus hijos crezcan siendo testigos de los errores de sus padres pero también los habilitan a un mundo adulto desde el lugar del amor. También nos permite ver como los mayores van siendo influenciados por los más jóvenes y las subjetividades se van retroalimentando entre padres e hijos. Todo esto se sostiene gracias a que la idea inicial se mantuvo intacta, el director conservó a sus cuatro actores principales durante los doce años, y se transformaron en los cuatro Beatles pilares del film, en clara alusión a una escena de la película. Cotrane crece con su personaje, la metamorfosis del cuerpo y del look no modifica la calidad interpretativa del deslumbrante joven actor. Patricia Arquette está absolutamente maravillosa en su rol de madre insegura, que todo el tiempo debe lidiar entre la maternidad, la feminidad y las aspiraciones personales. Un sólido Ethan Hawke encarna a este padre bohemio, de ideología progresista pero que a su vez debe madurar para transmitir cierta coherencia en la función paterna, y Lorelei Linklater se luce en papel de la hermana mayor mucho más extrovertida que Mason, rebelde y contestataria. El excelente montaje permite que las elipsis narrativas sostengan una consistencia en el relato, y el paso del tiempo no influya en el eje central de lo que transmite la historia. Otro golazo es su banda sonora, de las mejores de los últimos años, y se escuchan acordes durante el metraje de grandes canciones que marcaron estos doce años: suenan Coldplay, Blink-182, Sheryl Crow, Foo Fighter, Lady Gaga y Gotye entre otros, y tampoco faltan grandes clásicos como Paul Mc Cartney, Pink Floyd y Bob Dylan. Todos estos recursos cinematográficos y muchos más hacen que Linklater nos capture y nos haga transitar con su minuciosa y concreta mirada en un emocional y épico paseo por el tiempo y el espacio de la vida misma, a través de una obra maestra tan asombrosa como hermosa.
Té para tres. Manuel (Pablo Rago) la ama con toda su vida, pero no la soporta. A Cristina (Leticia Brédice) tanto amor la abruma. Él se atraca con unos merengues empalagosos en el desayuno ante el asco de ella. Ella vomita los fideos con salsa que él le prepara con tanta ternura. Él no sabe qué hacer con esta mujer, que se acerca y lo rechaza; ella no sabe qué hacer en este encierro amoroso. Los ataques de pánico parecen ser la salida ante tanta angustia. Es así como Laura Dariomerlo, en su ópera prima, nos relata un día de una pareja que parece estar atravesando la etapa terminal de su vida amorosa. Con planos largos y fijos, transmite la opresión interna que viven estos dos personajes donde el amor comienza precisamente a transformarse en dolor bruto, sin posibilidad de condimento que sirva de paliativo, ya que cualquier intento de remontarla termina cayendo en frustración. Sin decir mucho ni explicitar demasiado, la realizadora hace una apuesta fuerte y arriesgada al jugar con los afectos de sus personajes y al entretejer una historia que nos lleva al desconcierto. Un tercer personaje, también visiblemente angustiado, circula de entrada, inferimos que es el causante de la frialdad de Cristina; hasta que nos aproximamos al desenlace y podemos pesquisar cuál es el juego peligroso en el que están inmersas estas tres personas. La trama está estructurada en 4 actos: desayuno, almuerzo, merienda y cena. La película va relatando cómo vive su crisis amorosa esta pareja en los hábitos diarios. Lo que es normal y cotidiano puede causar cualquier conflicto. Casi toda la puesta en escena es dentro de ese departamento que transmite muy bien la claustrofobia neurótica que se vive cuando el deseo más que aliviar perturba y desespera. Lo intimista y pausado del film permite que sus dos actores estrellas se luzcan. Rago encarna sólidamente a este hombre obsesivo pero impotente frente a no saber qué es lo que ella realmente quiere. Brédice se apodera de la cámara, se luce notablemente, encandila los primeros planos: Cristina nos resulta insoportable pero también es difícil no quererla, como le pasa a Manuel. Rosa Fuerte es una obra tan pequeña como intensa, nos abruma, nos encierra, nos angustia y nos conduce directamente a la identificación con alguna parte o momento de nuestra historia, aquel día en el que el amor se tornó verdaderamente doloroso.
El malestar en la cultura del 2x1. Carmen (Malena Solda) es un personaje querible pero contradictorio que nos remite a rasgos de otros protagónicos femeninos histriónicos que se han llevado a la pantalla grande: Bridget Jones (El Diario de Bridget Jones), y la Tana Ferro (Un Novio para mi Mujer). De la primera conserva esa sensación melancólica de soledad irreparable a los 36 años, cierta impulsividad reprimida y bastante torpeza en algunas situaciones, y de la segunda tiene el carácter quejoso, insatisfecho, denunciante y obstinado. Chica culta, profesora universitaria, lectora del Malestar en la Cultura de Freud, adicta al helado de dulce de leche y eterna procastinadora, Carmen está detenida en un presente que no hace más que reflejarle un currículum lleno de fracasos amorosos y un futuro muy poco alentador en cuestiones sentimentales. Es así como se gana en una rifa un viaje para dos personas a Mar del Plata, ciudad no muy encantadora para ella. En este mundo hecho para dos, Carmen no tiene con quien ir y eso la lleva a intentar realizar algunos cambios subjetivos, aunque se la pase metiendo la pata. El film culmina siendo una comedia romántica con ribetes dramáticos: aparece el galán (Sergio Surraco) que viene a replantear su existencia, donde el mayor logro es la construcción del personaje principal que va armando la piezas de los conflictos internos de Carmen, sostenido a su vez por la solidez interpretativa de su actriz protagónica, quien nos lleva a recorrer durante el metraje un paseo empático por sus laberintos neuróticos. Sin embargo, peca en algunos momentos de escenas forzadas, que intentan ser insólitas pero pierden credibilidad, como cuando se enfurece de la nada con un policía y le grita impunemente “facho”. También hay algunos personajes y situaciones estereotipadas y previsibles, y además si bien es una historia actual y moderna, queda un poco anacrónica al querer prescindir -aunque no siempre- de casi todos los medios virtuales de comunicación que priman en la actualidad. Hubiese sido más rico que se agreguen las nuevas tecnologías que nos conectan con el otro para darle un realismo correspondiente a nuestras épocas. De todos modos, el relato está bien logrado porque es atractivo a nivel narrativo. La dupla y química actoral que alcanzan Malena Solda y Laura Azcurra, en el papel de su mejor amiga, logra momentos divertidos y absolutamente femeninos, y el vínculo que establece con el mantero amigo (Daniel Valenzuela), proveedor de películas truchas, no tiene desperdicio. Estamos ante una comedia simpática y entretenida, gracias a que Rodolfo Durán propone una narración lineal pero versátil, con algunos giros interesantes que hacen que el film no se torne tedioso ni monotemático. Seguramente logrará empatizar con gran parte de la platea femenina, que siente que las chicas no solo quieren divertirse.
Te amo, te odio, dame más. ¿Cómo hablar de una película cuando por sus características narrativas conviene mejor no adelantar casi nada? O mejor aún, ¿qué decir cuando una obra regala tal libertad que permite que la empatía hacia los personajes dependa de la subjetividad de cada espectador? Imagino arduos debates a la salida del cine que plantean quién es la víctima y quién el victimario, o si uno de los personajes está completamente loco o solo enloqueció por culpa del otro. Estos arduos desafíos nos plantea David Fincher con su último trabajo Perdida, adaptación del best seller de la escritora Gillian Flynn. El cineasta estadounidense viene de adaptar otro mega éxito de ventas en las librerías con La Chica del Dragón Tatuado, y ya se ha sumergido en las profundidades tanáticas y autodestructivas de la psiquis humana con clásicos perturbadores como Pecados Capitales, El Club de la Pelea y Zodíaco. Pero esta vez se mete en un terreno distinto aunque no menos enigmático, el lecho matrimonial, el desencuentro amoroso y las consecuencias alienantes que esto puede llegar a tener si hay una marcada vulnerabilidad emocional. Nick (Ben Affleck) llega a su hogar el día del quinto aniversario con su esposa Amy (Rosamund Pike), allí descubre toda su casa dada vuelta y que ella misteriosamente ha desaparecido. Inmediatamente llama a la policía, se abre el caso judicial, se populariza en cuestión de horas y comienza el circo mediático. La película está relatada con numerosos flashbacks que al principio son bastante molestos y solo después van cobrando sentido, los cuales narran el flechazo entre ambos, los juegos de seducción, y la historia amorosa de la pareja. Vamos y venimos del pasado al presente hasta llegar a abrir un abanico de intrigas para poder pesquisar qué fue lo que pasó con esta mujer. La trama está estructurada en tres tiempos: en un primer momento la presentación del caso, la apertura del enigma y el desconcierto, en una segunda parte comenzamos a obtener algunas respuestas para armar este paranoico rompecabezas, y el tercer momento es el lapso que nos lleva al desenlace, donde prima el “sálvese como pueda” y ahí el fin justifica cualquier tipo de medios. El film no pierde oportunidad para denunciar claramente lo cosmética que es la sociedad mediatizada, donde los medios de comunicación, más precisamente la televisión, quieren impartir una justicia paradójicamente perversa, y desde un discurso moral violan cualquier código ético, utilizando unos vagos signos para generar la psicosis colectiva. Con un pulso narrativo impecable que goza de varios y notables puntos de giro, soberbias interpretaciones, una puesta en escena prolijamente perfecta, acertadas cuotas de humor que descomprimen lo siniestro, la película no da respiro, ni decae en ningún momento y el producto final es una obra ágil, inquietante, hipnótica y ominosa. A estas alturas ya no se sabe si Fincher es un perverso que la tiene clara, un psicótico brillante o un obsesivo genio, me inclino más por esta última.