SUPERPODEROSA Y llegó el día. Un día como ningún otro, en el que Marvel logró el objetivo que se había planteado hace más de cuatro años: llevar esa sensación de universo compartido que hay en sus historietas a la pantalla grande, todo un hito en el cine de superhéroes. “La Casa de las Ideas”, como se conoce a la compañía, había iniciado el ambicioso plan con las adaptaciones cinematográficas de sus cómics: IRON MAN: EL HOMBRE DE HIERRO (2008), HULK: EL HOMBRE INCREÍBLE (2008), IRON MAN 2 (2010), THOR (2011) y CAPITÁN AMÉRICA: EL PRIMER VENGADOR (2011). El resultado es muy satisfactorio: LOS VENGADORES (THE AVENGERS) es una película divertidísima, intensa, graciosa y con buenos momentos nerd. El director y guionista, Joss Whedon, pudo canalizar poderes y egos en una simpática superproducción (nunca mejor dicho), con efectos especiales sorprendentes. Para que fuera necesario convocar a los héroes más poderosos de la Tierra, la amenaza tenía que ser lo bastante grave. Y lo fue: luego de haber sido derrotado en THOR, el villano Loki aparece en las instalaciones de SHIELD y “hechiza” a Hawkeye (Jeremy Renner) para que lo ayude a robar el Tesseract (el poderoso cubo mágico visto en CAPITÁN AMÉRICA: EL PRIMER VENGADOR). Con este artefacto, el asgardiano tratará de abrir un portal dimensional que permita la entrada a nuestro mundo de una raza extraterrestre. Ante semejante quilombo, Nick Fury (Samuel Jackson) y Black Widow (Scarlett Johansson) reclutarán a los héroes para salvar el planeta: Iron Man (Robert Downey Jr), el Capitán América (Chris Evans) y Bruce Banner/Hulk (Mark Ruffalo). Después se unirá a ellos el dios del Trueno, Thor (Chris Hemsworth). El argumento del film es simpático, aunque simple. Algunas cosas se resuelven de manera demasiado fácil, como la vuelta de Thor a nuestro mundo: recordemos que el puente que unía Asgard con la Tierra se había destruido, algo que parecía muy grave, oh, cómo volveré a ver a mi Thor, se preguntaba Natalie Portman, buh, buh, y todo eso. Resulta que ahora es suficiente con una línea de diálogo para explicar el regreso del rubio. También es demasiado sencilla la forma en que se soluciona (¡SPOILERS!) el hechizo de Loki sobre Hawkeye: alcanza con un golpe en la cabeza (FIN SPOILERS). Sin embargo, se destacan los geniales diálogos, algunos a modo de homenaje al cómic o auto-referenciales. Además, es interesante que el relato trate sobre un supergrupo que no quiere serlo, una clara referencia a la historieta de Los Vengadores, donde nunca faltan los roces entre los miembros del equipo. Esto de que al comienzo no se banquen mucho entre ellos da lugar a divertidas escenas de discusiones y, obviamente, a impresionantes luchas cuerpo a cuerpo, nérdicamente disfrutables. Si bien la película está plagada de buenos momentos, hay para destacar dos grandes secuencias por su intensidad y por el asombro que generan: la que sucede a bordo del Hellicarrier, el portaaviones volador de SHIELD, y la alucinante batalla final, donde los efectos especiales y la buena dirección de Whedon logran introducir al espectador en el centro del caos. Lo mejor es la manera en la que el film alterna entre la acción y el humor, dos características siempre presentes en las películas de Marvel. Además, no faltan escenas para que se luzcan todos los personajes, incluidos los sin poderes (¡pobres!), pero es Hulk quien, sin dudas, se roba la película. Actoralmente, el excéntrico Tony Stark, del siempre efectivo Robert Downey Jr., es el personaje representado con más soltura. Pero también resulta acertada la conmovedora interpretación de Chris Evans como ese Steve Rogers totalmente fuera de su tiempo, si bien su voz de mando se hace escuchar de forma creíble cuando los Vengadores requieren un líder. El malvado Loki cobra vida gracias a un Tom Hiddleston de gestos despreciativos y soberbia divina en la mirada: el rol le sienta bien al actor, como ya lo demostró en THOR. Sorpresivamente, Samuel Jackson no aparece en su mejor forma como Nick Fury: el personaje es muy bad-ass, sí, pero en ocasiones expresa sus líneas de diálogo sin mucha convicción, como si no entendiera lo que dice (por ejemplo, cuando se refiere al Tesseract). Habría sido mejor verlo más suelto, como en IRON MAN 2, y no tan encorsetado por el guión. La película vuelta tan alto como Iron Man o Thor, impacta tanto como Hulk y nos inspira a creer en los héroes tanto como una arenga del Capitán América: LOS VENGADORES está totalmente a la altura de las expectativas. Se le podría criticar la ya mencionada simpleza del guión y que el formato 3D sólo se aprovecha en las escenas de vuelo de Iron Man o en el ataque de las naves extraterrestres (tranquilamente uno la puede ver en 2D sin perderse nada). Pero es un film con el superpoder de maravillar: Marvel replica en los cines lo que se lee en las viñetas y, de una historieta, hace historia.
RON DEMASIADO DILUIDO El ron se puede tomar con agua, pero si se le agrega demasiada, la bebida no queda muy bien: algo así sucede con DIARIO DE UN SEDUCTOR (THE RUM DIARY), una adaptación diluida de la novela en la que se basa. Johnny Depp vuelve a ponerse (en) la piel de uno de los álter-egos del periodista y escritor Hunter S. Thompson (como ya lo hizo en PÁNICO Y LOCURA EN LAS VEGAS) en esta película deslucida, en la que sólo se destacan la belleza de los paisajes, algunas actuaciones y un puñado de escenas (como el escape de los anti-gringos, el desafío de la sexy Chenault en el auto o la secuencia en que el protagonista prueba una droga). Hay que reconocer que la novela original, “Días de ron” (o “El diario del ron” según la traducción), no es ninguna obra maestra e incluso muchos de los problemas del guión ya estaban presentes en el libro (como una historia demasiado errática y vacilante). Sin embargo, algunos de los elementos más interesantes del texto de Thompson son desaprovechados y la película termina siendo una versión insulsa, como ron con demasiada agua. Paul Kemp (Depp) es un joven periodista yanqui que, durante los años 60, se va a vivir a Puerto Rico y entra a trabajar a un diario en decadencia. Allí irá conociendo a sus compañeros de trabajo, el fotógrafo Sala (Michael Rispoli) y el pirado Moberg (Giovanni Ribisi), con quienes compartirá varias copas. La película muestra la desastrosa vida que lleva Kemp y la relación que irá naciendo con el empresario Sanderson (Aaron Eckhart), quien le ofrece un trabajo demasiado bien pagado a cambio de unos favores que comprometen la integridad profesional del periodista. Kemp también empezará a sentirse atraído por Chenault (Amber Heard), la sensual novia de Sanderson, y las cosas se pondrán peligrosas. Bueno, no tanto. Depp muta nuevamente en Thompson en una brillante actuación. No era para menos: ambos eran amigos cuando Hunter estaba vivo y Depp ya había demostrado qué bien que le salía el papel del creador del periodismo gonzo (en el que cual el narrador es protagonista y hasta catalizador de los hechos) en PÁNICO Y LOCURA EN LAS VEGAS (FEAR AND LOATHING IN LAS VEGAS, 1998), de Terry Gilliam. Y si pueden, busquen en YouTube algún video de Thompson hablando y verán que Depp imita su forma de hablar y gestualizar a la perfección. En cuanto al resto de las actuaciones, sobresalen Richard Jenkins como Lotterman (editor del periódico), Rispoli como el muy compinche Sala (que contribuye con algunos de los momentos más graciosos) y especialmente Eckhart como el oscuro Sanderson. Pero la (sobre)actuación de Ribisi como Moberg es para el olvido: sus gestos exagerados convierten al personaje en una caricatura que no encaja con el resto de las interpretaciones. Lo que sigue es un fragmento de una reseña (que escribí hace un tiempo) sobre la novela en que se basa la película: “El libro es el diario de un desamparado, que transpira alcohol y una anormalidad casi heroica. Un periodista que se escapa de sí mismo, que se pierde en borracheras de ron para no encontrarse, para evitar responderse. La historia es lo de menos: las vivencias y las palabras esconden a un hombre torturado por sí mismo y por su entorno, del que no puede -o no quiere- salir. A Kemp no le importa nada. Escribe las noticias en un diario que está a punto de fundirse, gasta sus sueldos en fiestas y alcohol, y cuando se da cuenta de que comienza a instalarse, a detenerse (se compra un auto, un departamento), prefiere seguir corriendo y escapar a quién sabe dónde. Porque siempre está con un pie afuera, aunque sin un destino fijo. Kemp se rodea de personajes tan tristes como él, y vive el ‘ahora’, quizás, por miedo a no saber qué vendrá después”. Ese texto no parece algo que pueda aplicarse a DIARIO DE UN SEDUCTOR: el director y guionista del film, Bruce Robinson, no logra transmitir las mismas sensaciones que la novela. Por el contrario, añade elementos que diluyen la atroz melancolía del relato y cambian su sentido: la prueba máxima es el estúpido e innecesario mensaje sobreimpreso que aparece al final, antes de los créditos, casi un “vivieron felices para siempre” con el que Hunter S. Thompson probablemente no hubiera estado de acuerdo.
ES UNA LUCHA EL LÍDER (THE GREY) es un film sobre la lucha: los personajes, acechados por una manada de lobos en la desolada Alaska, se debaten entre pelear por su vida o rendirse y morir. Pero también hay otras batallas: la de un Liam Neeson peso pesado contra un guión que es como una capa de hielo quebradizo; la de la película contra sí misma, en una lucha por definir su propia esencia; la del director Joe Carnahan contra los clichés y las truchadas del cine clase B, un combate en el que por momentos vence, en otros pierde y en otros, directamente, se deja ganar. Los sobrevivientes de un accidente aéreo, todos compañeros de trabajo de una refinería de petróleo, despiertan en medio de la nada blanca que es Alaska. Liderados por el duro Ottway (Liam Neeson) deberán sobrevivir al acecho de una manda de feroces lobos, al clima atroz y a ellos mismos. Pero la lucha más importante que propone la película es aquella contra el miedo, contra todo lo que nos paraliza. Así, el lobo es un terror real, pero también metafórico: este miedo encarnado hace, entonces, una curiosa parábola que parte de los cuentos infantiles (y, porque no, de los temores de los primeros seres humanos) hasta llegar a este relato cruel y espeluznante sobre un grupo de hombres en una situación límite: la civilización ya no existe para ellos, están desnudos ante lo salvaje ¿Cómo sobrevivir a algo así? Tienen que volverse tan animales como los lobos que los persiguen, despojarse de toda su humanidad hasta que sólo quede ese impulso primitivo de seguir luchando. Pero no es algo fácil de lograr: hay consecuencias de llevar a cabo esa transformación y no todos lo lograrán. La película en sí misma también sigue una curiosa trayectoria: hay un comienzo existencialista y conmovedor en el que Liam Neeson se luce como el sufrido Ottway, no sólo con su actuación, sino también con la voz en off. Después sigue un accidente aéreo poco aprovechado (que en cuanto a intensidad sale perdiendo si lo comparamos con escenas similares en el film ¡VIVEN! o en la serie “Lost”) y el comienzo de la lucha por sobrevivir: el caos post-choque, los clásicos roces entre el autoproclamado líder y aquellos que no están de acuerdo con él, los lobos, las persecuciones y algunas escenas que pretenden ser emotivas pero no lo logran (como la muerte de algunos personajes). Recién al final nos encontramos con esa otra película que estábamos viendo al principio, con un Neeson grandiso, totalmente protagonista de fuertes momentos emocionales (y hasta me atrevería a decir poéticos), magistralmente subrayados con una banda sonora que conmueve. El problema de EL LÍDER es todo lo que hay entre el inicio y ese final. Los lobos, los otros grandes protagonistas del film, no funcionan. Se nota demasiado su artificialidad: los movimientos de las bestias no están bien logrados ni cuando son animatronics (marionetas mecánicas) ni cuando están hechos en computadora. Al comienzo, Carnahan, sábiamente, no deja que veamos a los lobos, que acechan desde la oscuridad. Un buen ejemplo es la escalofriante escena en la que Ottway levanta una antorcha y el brillo del fuego se refleja en los ojos de los animales, cuyas siluetas apenas se visulmbran en la negrura. Pero Carnahan, también co-guionista del film, decide que los lobos se dejen ver más adelante y ya no dan tanto miedo: se mueven de forma poco natural y, en algunos momentos, llegan a ser ridículos. Una pena. Es para destacar el buen uso del sonido que hace la película. Por ejemplo: el miedo y la tensión se logran sólo con los aullidos y gruñidos, mientras la cámara filma el bosque; no hace falta nada más. También está bien conseguida la sensación de desamparo ante el fuerte e inclemente viento de Alaska, tanto que casi parece traspasar la pantalla. EL LÍDER da un par de buenos golpes: contrapone las pulsiones de vida y de muerte, se atreve a lanzar una feroz reflexión sobre la fe, se cubre inteligentemente de las probables comparaciones (como cuando los sobrevivientes del accidente hablan de la posibilidad de comerse a los muertos como en ¡VIVEN!) y hay momentos en los que genera buenos climas de suspenso y terror con casi nada. Pero todos esos componentes a favor quedan diluidos entre los repetitivos ataques de los lobos, un guión con algunos fallos y estupideces (como el momento en que tienen que cruzar un precipicio) y personajes secundarios bastante apagados que se limitan a morir de a uno por vez. EL LÍDER no ganó, pero dio pelea. Joe Carnahan, el director, seguro volverá a intentarlo: la lucha sigue, siempre.
EN BUSCA DEL OASIS A veces les pasa a los que caminan con sed por el desierto: ven, a lo lejos, un oasis, con palmeras que prometen una necesaria sombra y un manantial de agua dulce y refrescante para saciarse. Corren con sus últimas fuerzas, caen de rodillas y beben frenéticamente: a veces, se trata de vistosos -pero decepcionantes- espejismos; a veces no. En EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO (BLACK GOLD), hay una muy buena ambientación, una espléndida fotografía y un imponente despliegue de producción que apunta a emular la épica de grandes clásicos “desérticos” anteriores, como LAWRENCE DE ARABIA (LAWRENCE OF ARABIA, 1962). Sin embargo, una historia algo pesada y ciertos fallos que afectan la verosimilitud hacen que la película tenga más de desierto que de oasis. El film cuenta la historia de dos líderes árabes que se enfrentan por un territorio conocido como “la Franja Amarilla”. Para llegar a una tregua, el Sultán Amar (Mark Strong) entrega a sus dos hijos a su rival, Nesib (Antonio Banderas), para que los críe, pero también para que los mantenga como rehenes y así asegurar la paz. La otra parte del trato prohíbe a ambos todo intento de apropiarse de la Franja Amarilla. Años después, los representantes de una compañía estadounidense le ofrecen a Nesib extraer el petróleo que hay bajo la tierra de la zona que había estado en disputa. El soberano, seducido por las futuras riquezas, acepta: su decisión detonará una serie de conflictos que afectarán la vida de todos los personajes, especialmente la del joven Auda (Tahar Rahim), el debilucho y nerd hijo de Amar. No hay nada para criticarle a la película en cuanto a ambientación, locaciones y vestuario, todos muy bien logrados. Los problemas del film vienen por otro lado: la historia, adaptación de una novela de 1957, se vuelve algo pesada y la duración del film se siente excesiva. También hay otras cuestiones que afectan la verosimilitud. Aunque no nos vamos a quejar porque todos los personajes árabes hablan en inglés (eso lo hace Hollywood desde hace años y ya está totalmente aceptado), la elección de actores de diferentes nacionalidades (Banderas es español, Strong es inglés, Frieda Pinto es hindú y la mayoría de los secundarios son verdaderos árabes) lleva a un caos de acentos bastante berreta. Por otra parte, a veces los personajes se refieren a su dios como “Alá” (lo cual sería lo correcto) y, en otras ocasiones, directamente dicen “Dios” (God, en inglés). Sí, quizás podrían significar nimiedades para algunos, pero estos aspectos dañan la bien lograda ambientación y no permiten que uno como espectador se compenetre totalmente con la historia. Las actuaciones de Banderas y Strong son acertadas: Banderas compone, con gestos de desprecio, a un Nesib que conoce los manejos políticos y que se muestra superior a los demás. Pero el actor también es capaz de plasmar las otras caras de su personaje (por ejemplo, al final), no sin caer, a veces, en ciertas exageraciones actorales que le restan credibilidad a su papel. Strong, quizás un escalón más arriba que Banderas, interpreta con oportunos silencios y miradas cargadas de intensidad al profundo y derrotado Amar, pero algunas líneas de diálogo resultan demasiado presuntuosas para este tipo de película. Tahar Rahim como el protagonista, el príncipe Auda, es más sólido como la versión nerd/débil/inocente del personaje que en su modalidad “héroe de guerra”, pero hay que decir que el recorrido de Auda tampoco es demasiado creíble (aunque esto está vinculado al pretendido estilo de película épica y de aventuras). Lo de Frieda Pinto es lamentable y lo más preocupante es que se viene haciendo costumbre: como en INMORTALES (2011) y en EL PLANETA DE LOS SIMIOS: (R)EVOLUCIÓN (2011) su rol es meramente ornamental y la relación amorosa entre su personaje y Auda sólo se podría describir como insustancial. EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud (EL NOMBRE DE LA ROSA; SIETE AÑOS EN EL TIBET), es una película que habla sobre la lealtad, las relaciones entre padres e hijos y lo difícil que son los cambios. También pretende dejar un mensaje –algo superficial- en contra del capitalismo y confronta dos formas de ver el mundo. Quizás lo más valioso sea esto último: poder conocer en una superproducción una forma de pensar diferente. La escena en la que Auda debate con líderes ancianos qué hacer con el petróleo, con citas al Corán incluidas, es un buen ejemplo de cómo el film lleva a la reflexión. En conclusión, EL PRÍNCIPE DEL DESIERTO logra saciar sin dejar satisfecho al espectador, que, como un caminante del desierto, tendrá que seguir buscando un oasis.
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO FURIA DE TITANES 2 (WRATH OF THE TITANS, 2012) redime algunos de los pecados de la floja primera parte y sale del Infierno de los bodrios, pero no le alcanza para ganarse un lugar en el Cielo de los buenos films. Así, aunque por momentos entretiene, FURIA DE TITANES 2 sólo consigue meterse, medio a los empujones, en el purgatorio cinéfilo. Han pasado diez años de la aventura de la primera parte y el semi-dios Perseo (un pétreo Sam Worthington del que ya no esperamos nada) ha decidido llevar una vida tranquila, alejado de los quilombos mitológicos. Ahora se dedica a pescar junto a su hijo y no va nunca al peluquero, como lo demuestran sus rulos rebeldes. Pero cuando su papá Zeus (Liam Neeson) es secuestrado por Hades (Ralph Fiennes) y Ares (Edgar Ramírez), Perseo deberá desempolvar su espada y volver a ponerse la armadura: tendrá que viajar hasta el Inframundo y evitar que el titán Cronos sea liberado. En su misión, lo ayudarán el semi-dios Agénor (Toby Kebbell), la reina Andrómeda (Rosamund Pike) y el dios caído Hefesto (Bill Nighy). Con buen despliegue de efectos especiales y asombrosos set-pieces (el Inframundo, el laberinto, el campo de batalla al final), FURIA DE TITANES 2 es visualmente impactante, pero no aporta nada desde el guión: la historia es chata, previsible, sin sorpresas. ¿Algo a favor? En comparación con la primera parte, hay menos seriedad y más humor, por obra y gracia casi exclusiva del personaje “chistoso” (el comic relief, si quieren algo más técnico): Agénor, una especie de Jack Sparrow griego medio gonca, que es en realidad hijo de Poseidón y cuyo rol se reduce a tirar unos cuantos chistes, aunque sin carisma. El intento es válido porque, cuando FURIA DE TITANES 2 se pone solemne y/o sentimental, con historias de padres e hijos o de hermanos, sencillamente apesta a rayos. Y ni hablar de la absurda ¿historia de amor?, con beso y todo, entre (SPOILERS) Perseo y Andrómeda, como si fuera obligatorio recrear el romance de la CLASH OF THE TITANS de 1981 (FIN DE SPOILERS). Volvamos a las actuaciones: Neeson y Fiennes (este último, lamentablemente con menos tiempo en pantalla) le ponen el pecho a la fantasía e interpretan sus papeles con seriedad, inmunes al ridículo a pesar de las barbas, las capas y los rayos. Nighy brilla apenas unos minutos como el loco Hefesto: cuando empieza a convertirse en lo mejorcito del film, es retirado de la aventura por decisión de esos dioses autoritarios que son los guionistas. El director, Jonathan Liebesman (LA MASACRE DE TEXAS: EL INICIO; INVASIÓN DEL MUNDO – BATALLA: LOS ÁNGELES), también merece un lugar en el purgatorio: si bien demuestra su pericia para algunas escenas de batalla (como al final del film o en el laberinto), hay secuencias en las que marea (como la confusa batalla contra el monstruo Quimera, al inicio). Liebesman lleva adelante la película con algunos tropezones y apurones (por ejemplo, se podría haber aprovechado más el suspenso del laberinto), pero finalmente logra el objetivo: divertir. El efecto 3D está bien aprovechado en ciertos momentos: monstruos, escombros y cadáveres vuelan hacia los espectadores y le dan un valor agregado a la experiencia. También es para destacar el momento en que la cámara viaja hacia las profundidades del Inframundo y nos lleva en un muy bien logrado tour por las cavernas, como si fuéramos en caída libre. FURIA DE TITANES 2 brinda buenos momentos de entretenimiento; alegra la vista, pero sin maravillar: un film aceptable que no merece la inmortalidad. Esta secuela -que nadie esperaba- supera al film original, algo que no era muy difícil de lograr. Lo importante es que, por lo menos, no te dan ganas de ponerte a rezar para que termine de una buena vez.
LA CONSPIRACIÓN DE LOS IDIOTAS ¿Para qué sirven los mercados financieros? ¿De verdad son tan importantes para nuestra vida cosas como la bolsa de valores o la compra y venta de acciones? ¿De qué manera impacta lo intangible en el mundo real? ¿Es uno más importante que el otro? EL PRECIO DE LA CODICIA (MARGIN CALL) nos invita a que nos hagamos ese tipo de preguntas, al mismo tiempo que muestra las fisuras del sistema capitalista y retrata con crudeza el trato deshumanizado y abusivo que tienen las empresas hacia sus empleados. Lo más destacable de este film son las reflexiones que dispara y las actuaciones de un elenco de buenos intérpretes, algunos reconocidos (como Kevin Spacey, Demi Moore, Stanley Tucci, Paul Bettany y Jeremy Irons) y otros no tanto, pero no por eso menos sólidos (como Zachary Quinto y Simon Baker). En una compañía financiera, se lleva a cabo un recorte de personal. Uno de los despedidos es Eric Dale (Stanley Tucci, en una de las mejores actuaciones del film, aunque no tiene demasiado tiempo en pantalla), a pesar de sus muchos años de trabajo. Antes de irse, casi corrido a los empujones, logra pasarle a uno de sus subordinados una investigación en la que estaba trabajando pero que no pudo completar. El joven empleado, interpretado por un correcto Zachary Quinto, profundiza los cálculos y llega a la conclusión de que se viene el estallido. Entonces, comunica la proyección del desastre financiero a sus superiores. Aquí resulta muy curioso ver como los datos, debido a su gravedad, van pasando de jefe en jefe hasta llegar al punto de convocar a una reunión de urgencia con el capo máximo de la compañía para tomar las decisiones con las cuales resolver un caos que parece inevitable. El director y guionista J.C. Chandor construye un buen relato de suspenso creciente, pero falla en los momentos en que busca hacer comprensible el mundo de las finanzas: hasta la mitad de la película cuesta entender la gravedad de lo que está sucediendo. Lo gracioso es que son los mismos jefes los que les dicen a los empleados más jóvenes que no entienden los gráficos de datos y les piden que les expliquen las proyecciones financieras de forma simplificada: esto genera, por otra parte, una reflexión interesante: ¿Quiénes son estos tipos y cómo llegaron a estar tan arriba en la jerarquía de la compañía? El jefe de jefes (un Jeremy Irons avasallador, al que sólo le basta un par de escenas para demostrar su solidez actoral) explica en un momento que hay tres formas de triunfar: ser inteligente, engañar o ser el primero en hacer algo. Estos tipos demuestran que no son inteligentes, y son ellos, con sus decisiones estúpidas, sus trajes caros, encerrados en sus oficinas elegantes en edificios altísimos, los que impactan gravemente en el resto de la sociedad: al final parece que nada tiene sentido, que todo es una broma, un juego, una conspiración de idiotas que se hunden y nos llevan a todos hacia el fondo. Y lo peor es que nadie es culpable porque la orden vino de arriba. Otro aspecto sobre el que reflexiona la película es la manera en que las empresas tratan a sus empleados, que muchas veces dan años de servicio y a cambio sólo reciben la frialdad de un gigante silencioso que descarta a los que no le sirven. Un claro ejemplo de esto es Eric (Stanley Tucci), quien luego de haber sido despedido es obligado a regresar cuando se lo necesita. Algo similar pasa con Sam Rogers, rol interpretado por Kevin Spacey (quien logra darle consistencia necesaria a uno de los personajes más interesantes del film): se trata de un hombre que ha trabajado durante casi 40 años en la compañía y no tiene nada más que su trabajo, aunque ni siquiera se le respeta su punto de vista. Incluso cuando manifiesta su deseo de renunciar, su jefe le pide (sin darle mucho margen para negarse) que se quede dos años más: es prácticamente un prisionero. La película tiene diálogos ingeniosos, buenos personajes -pero mejores actuaciones- y plantea interesantes ideas. Otro punto a favor es que está basada en los hechos que llevaron a la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos, con lo cual, por medio de un enfoque realista, intenta ser un llamado de atención sobre los manejos de un sistema agrietado, aunque sin emitir un juicio. Sin embargo, en el balance general de EL PRECIO DE LA CODICIA, aprecen algúnos números en rojo: los conceptos financieros (que son cruciales en la trama) se vuelven, por momentos, demasiado técnicos, algo que no deja que el espectador pueda entregarse completamente al disfrute del film.
A CONTRAMANO El “Señor que traduce los nombres de las películas” se equivocó de nuevo. ¿Qué necesidad había de agregarle a DRIVE ese estúpido subtítulo de “ACCIÓN A MÁXIMA VELOCIDAD”? ¿Por qué ese “Señor” quiere vendernos algo que no es necesariamente lo que el film ofrece? ¿Acaso este “Señor” piensa que si una película no tiene “acción” ni “máxima velocidad” nadie la va a querer ir a ver? ¿Es tonto ese “Señor”? DRIVE no es ACCIÓN A MÁXIMA VELOCIDAD: el subtítulo va totalmente en contra de la esencia de la película. DRIVE no es tiros y persecuciones. Hay algo de eso, sí, pero en menor medida de lo que uno podría esperar. DRIVE es otra cosa. DRIVE es más: es una película brillante e hipnótica. Es cine noir con brillo de neón. Es un cuento de hadas melancólico y urbano. Es un homenaje al cine de otra época. Es una triste historia de amor. Es energía controlada, como una bomba nuclear con acelerador, freno y embrague. Es una banda sonora de otro planeta. Es poesía que muerde. Es un escorpión dorado. Es Ryan Gosling afilado como una bala, contundente como un martillo. DRIVE relata la historia de un solitario y silencioso hombre sin nombre que se dedica a manejar. De día, conduce autos para las escenas de riesgo de las películas; de noche, es contratado por delincuentes para escapar de la Policía. Su vida es eso, estar detrás del volante: lo que hace lo define y es tremendamente hábil en lo que hace. Todo cambia a partir de la llegada a su vida de Irene (Carrey Mulligan), una vecina que lo enamora. Pero ella está casada: su marido sale de la cárcel y le debe dinero a gente peligrosa. El Conductor, por ella, decide ayudar al ex-convicto en un último golpe, pero las cosas no saldrán como estaban planeadas. Al igual que su personaje, Ryan Gosling lleva la película sujetando firmemente el volante. Ryan maneja. En la que es una de sus mejores actuaciones, compone estupendamente a un personaje difícil de olvidar. Cautiva con sus gestos, con sus silencios que dicen tanto, con sus miradas melancólicas e incluso con su vestimenta (la campera con el escorpión). Como si fuera poco, a Ryan lo acompañan secundarios de lujo: Mulligan, Bryan Cranston, Ron Perlman y Albert Brooks (injustamente olvidado en la última entrega de los Oscars). Todos empujan desde atrás el auto que Ryan maneja a 120 kilómetros por hora: no hace falta, el auto no está roto; el auto anda más que bien, pero ellos empujan con toda su fuerza. Para adaptar la novela de James Sallis, el director Nicolas Winding Refn (BRONSON; VALHALLA RISING) eligió utilizar un estilo de cine noir, un género en el que, por definición, el protagonista es un antihéroe que se desenvuelve en un entorno de desesperanza, un contexto violento y fatalista en el que no parece no haber salida: el conductor de DRIVE parece estar así, atascado, envuelto en una tragedia inevitable, perdido en un laberinto del que debe tratar de salir aunque eso implique su destrucción. Pero ya dijimos que DRIVE, siempre, es más. Como el director reconoció, su película es también una especie de cuento de hadas agridulce y melancólico: el Conductor es el noble caballero, un personaje casi arquetípico, que ayuda a la princesa inocente (Irene). Así, se puede seguir hurgando debajo del capó y se van a encontrar más cosas. Son pocas las películas que permiten sumergirse tanto en su complejidad. Y eso ya dice mucho. En DRIVE todo suma, pero nada sobra: el guión esta ajustado a la perfección, no hay desviaciones. Además, es una película con el tanque lleno de detalles de altísimo octanaje: son esos momentos (el martillo y la bala, el poético beso en el ascensor, la escena a orillas del mar) los que convierten a DRIVE en una de esas películas que dejan las marcas de las llantas en las retinas. Para siempre. Para mencionar otras marcas de estilo que hacen a DRIVE única, también hay algo de espíritu retro ochentoso: las letras de los títulos con ese rosa chillón-neón a lo NEGOCIOS RIESGOSOS (RISKY BUSINESS, 1983) o la hipnótica banda sonora, cargada de tonos electrónicos, a veces también hiper-moderna, lo que genera una sensación de exceso casi kitsch en cuanto a lo musical. Estas melodías se conjugan magistralmente con imágenes de una potencia poética avasallante. DRIVE, su director, su actor protagonista, todos para uno y uno para todos, perfectamente acompasados, cambian de velocidad con total destreza, como si echaran mano a la palanca de cambios en el momento justo para pegar el volantazo. DRIVE tiene una facilidad que sorprende para ir de momentos de lirismo puro a otros de una violencia brutal en un instante, como una explosión fugaz, y de nuevo bajar uno, dos, tres cambios. La butaca del cine se convierte, así, en el asiento del acompañante. Nosotros, como espectadores, lo mejor que podemos hacer es subirnos, sentarnos, callarnos y agarrarnos. Será un viaje diferente a lo que estamos acostumbrados: habrá momentos intensos, sí, pero no habrá “acción a máxima velocidad”. Este será un viaje a contramano.
CRÓNICA DE UNA SÚPER-ADOLESCENCIA COMPLICADA Súper poderes y filmaciones que simulan ser caseras: valiéndose de estas dos tendencias tan de moda en el cine actual, el director Josh Trank y el guionista Max Landis cuentan en PODER SIN LIMITES (CHRONICLE, 2012) una historia que, más allá de las habilidades sobrehumanas y los efectos especiales, trata sobre lo difícil que es ser adolescente en épocas de cámaras de bolsillo HD, Movie Maker (¿?) y YouTube. En PODER SIN LIMITES, uno de los protagonistas es Andrew, quien tiene muchos problemas en su casa: su papá lo maltrata y su mamá está muy enferma. A causa de esto es un “forever alone” total y su personalidad retraida lo lleva a sufrir más ataques violentos en su escuela y en su barrio por parte de los típicos abusadores. Un día decide “filmarlo todo” para dejar registro de su sufrimiento pero también por una extraña necesidad derivada de su bajo autoestima. Junto a su primo Matt y al simpático y popular Steve (auto declarado futuro candidato político) hacen un descubrimiento que cambiará sus vidas: en una caverna encuentran un gigantesco cristal brillante y, al tocarlo, adquieren la habilidad de mover objetos con la mente. Con el paso del tiempo irán desarrollando sus poderes, pero llegará un punto en el que las cosas se saldrán de control. El trío de protagonistas cumple actoralmente: salen bien parados del desafío de estar todo el tiempo frente a cámara y más si tenemos en cuenta lo difícil que es creerse y hacer creer al espectador que lo que está sucediendo es verosímil. En cuanto a las interpretaciones, se destaca Dane DeHaan como el conflicutado Andrew, quien transmite bien todo el sufrimiento por el que atraviesa su personaje a lo largo de la película. Algunos de los problemas de usar el recurso de la cámara en mano son solucionados por el director y guionista de forma interesante aunque polémica. Uno de estos inconvenientes es la necesidad de que la cámara esté encendida todo el tiempo, algo que pierde verosimilitud cuando lo que le sucede a los personajes es demasiado intenso o peligroso (por ejemplo en CLOVERFIELD: ¿quién va a seguir filmando cuando un monstruo gigante hace bosta la ciudad?): en PODER SIN LÍMITES, esto se soluciona con las habilidades de los personajes, que pueden hacer flotar las cámaras alrededor suyo, algo que para algunos espectadores puede ser tramposo pero no por eso deja de ser válido. Además, esto permite que el personaje “camarógrafo” (que en PODER SIN LÍMITES es justamente el más complejo e interesante de los tres) no esté siempre fuera de cuadro. De todos modos, la cámara no siempre la sostiene Andrew y a veces la usan Matt o Steve. La idea de filmar con cámara en mano apunta a mostrar desde adentro el mundo de los adolescentes yanquis, y el resultado tiene algo de genuino en ciertas escenas. Por ejemplo: cuando Andrew, Matt y Steve utilizan sus poderes para bromear y “molestar” a la gente está bien conseguido esa sensación de humor pavote presente en los cientos de miles de videos que hay en YouTube sobre amigos que les hacen bromas a otros a lo “Jackass”. Pero ojo, a no confundirse, PODER SIN LÍMITES logra equilibrar esas escenas de humor tontolón con momentos dramáticos durísimos, como los maltratos que sufre Andrew. En PODER SIN LÍMITES, el relato se construye también con las imágenes tomadas por otras cámaras, sobre todo al final, cuando se desata el caos: filmaciones de seguridad, grabaciones desde helicópteros o autos policiales e imágenes tomadas de teléfonos celulares de testigos curiosos. También se eligió incluir a otro irritante personaje, la insípida Cassey, una rubia que se la pasa filmando todo para su blog (¿?) y que permite que en algunas escenas pueda darse el plano y contraplano (que, aunque “descomprime” o alivia la saturación causada por el relato en primera persona, resulta incoherente ante la forma elegida de contar la historia): esto facilita el hecho de relatar escenas que, por cuestiones del guión, necesitaban mostrarse desde su punto de vista. El recurso de usar a Cassey se siente muy forzado y parece ser una solución fácil que emplearon un guionista y un director demasiado vagos para pensar en otra cosa. Los efectos especiales están bien dosificados: la computadora se usa poco y en los momentos adecuados, lo que permite disimular la artificialidad de algunas escenas (y seguramente tapar la falta de presupuesto). Incluso las escenas en las que los personajes vuelan quedaron bien, algo que no siempre es fácil de lograr. PODER SIN LÍMITES es una película que, pese a algunas irregularidades (que tampoco se notan tanto por la corta duración de la película), entretiene con buenas ideas. Es un film que sabe usar lo que tiene a su favor y, al mismo tiempo, disimular sus debilidades (por ejemplo, con la utilización de la elipsis en varios momentos del relato). En PODER SIN LIMITES hay acción, risas, momentos trágicos y un final intenso en el que no faltan referencias al cine comiquero superheróico y a animés como AKIRA (1988). Pero, en definitiva, es un relato sobre la difícil etapa de la adolescencia, en la que para muchos la imposibilidad de lograr la aceptación por parte de los otros puede ser peor que cualquier kryptonita.
JUEGOS DE AJEDREZ, TRAMPAS Y ARMAS HUMEANTES La primera pelea de Holmes (Robert Downey Jr.) parece resumir la esencia de esta secuela. Hay varios enemigos que rodean al protagonista. El detective usa su capacidad para prever los movimientos de sus rivales en cámara lenta y después les da una paliza antes de que una manzana caiga al piso. O algo así. La escena es caótica, confusa. SHERLOCK HOLMES: JUEGO DE SOMBRAS no es mejor que la primera parte y se nota que se han perdido cosas en el camino: es menos graciosa, menos ingeniosa y menos sorprendente, pero casi casi igual de divertida. Esta vez, el excéntrico Sherlock Holmes deberá enfrentarse a una amenaza diferente: una mente criminal que está a su nivel, el profesor James Moriarty (Jared Harris), quien sería el responsable de una conspiración en Europa. El detective le pedirá a su fiel ayudante Watson (Jude Law) que participe en una última aventura antes de que el doctor comience su vida de casado. Sus investigaciones los llevarán a conocer a una gitana (Noomi Rapace), quien parece ser una pieza clave en el juego entre Holmes y Moriarty. El guión avanza a los tropezones y confunde (en el mal sentido de la palabra) al espectador para después resolver el misterio de una manera menos complicada de lo que parecía. Y ni siquiera hay tanto misterio ni tampoco tanto duelo de inteligencias entre el detective y su archienemigo. Es más el trabajo físico que tiene que hacer Holmes que el cerebral: hay más piñas que deducción, algo que estaba más equilibrado en la primera parte. En esta secuela, el director Guy Ritchie (JUEGOS, TRAMPAS Y DOS ARMAS HUMEANTES; SNATCH; ROCKANROLLA) abusa de ciertos recursos, como el “súper poder” de Holmes de ver todo antes de que pase, el uso del plano detalle y la cámara lenta. También se usa mal aquello que hacía el detective en las novelas y relatos: en varias ocasiones Sherlock se guardaba un as bajo la manga, algo que dejaba afuera a Watson -y al lector-. El detective desaparecía por un tiempo y Watson no sabía en dónde estaba o qué hacía. Después, Holmes revelaba su truco y sorprendía a todos. En la película, eso se utiliza mal y lleva a que muchas de las escenas clave sucedan en flashbacks, lo que genera una sensación de trampa. Hay varios momentos en los que Guy Ritchie busca sorprender desde lo visual, pero quizás solamente en uno lo logra: Sherlock y Watson huyen por un bosque, escapando de ráfagas de balas y cañonazos en cámara lentísima. Sin embargo, en el resto de la película, la pirotecnia visual agota y apabulla en vez de maravillar. Lo que era novedad en la primera parte, por el hecho de usar un estilo cool y moderno para retratar a un personaje del siglo XIX, aquí empieza a cansar. Teléfono para Ritchie. El carisma de Robert Downey Jr. se sigue llevando todo por delante, como un ariete, y los demás van por atrás. Las incorporaciones al reparto no aportan demasiado: Stephen Fry como Mycroft (hermano de Sherlock) tiene tres o cuatro escenas y aporta un poco de humor, nada más. Noomi Rapace se convierte en la necesaria presencia femenina y cumple desde lo actoral, pero sin destacarse. Jared Harris compone a un villano más sólido que el de la primera parte pero el guión le presta menos atención de lo que uno podría esperar para seguir mimando a Holmes. SHERLOCK HOLMES: JUEGO DE SOMBRAS es inferior a la primera parte, pero no deja de ser una aventura entretenida, con mucha acción y algo de humor. Y como fanático de Guy Ritchie, no puedo dejar de destacar el momento en el que Holmes y Watson visitan el campamento gitano: ¿alguien más se acordó de SNATCH?
ESOS OJOS ¿Podría el gato bancarse una película él solito? Prácticamente se había robado toda la atención en SHREK 2 (2004), cuando lo vimos por primera vez. Ahora el Gato con Botas demuestra que está listo para ser el protagonista, sin burros parlanchines ni ogros verdes dando vueltas por ahí. ¿Será que nos convenció con su famosa mirada? En GATO CON BOTAS, el gato aventurero (con la voz de Antonio Banderas, en el doblaje también) emprende una aventura junto a Humpty Dumpty (Zach Galifianakis) y Kitty Patitas Suaves (Salma Hayek) para conseguir la Gansa que pone huevos de oro, que vive en un castillo en las nubes. Para eso, primero tendrán que robarle las Habichuelas Mágicas a los peligrosos Jack (Billy Bob Thornton) y Jill (Amy Sedaris), dos bestiales villanos que se la pasan discutiendo sobre la paternidad. La película mezcla elementos de diferentes cuentos infantiles pero dándoles una vuelta y agregando mucho humor (para chicos y también con chistes para los grandes), de la misma manera en que lo hizo la primera SHREK (2001). Curiosamente, el film no usa nada del cuento original del Gato con Botas, recopilado por Charles Perrault en el libro “Cuentos de mamá ganso” de 1697, a excepción del personaje, claro, y su personalidad embustera. Aquí, Gato es un héroe con todas las letras, protagonista de una aventura con algo de western que deja un sencillo mensaje sobre la importancia de la amistad. En GATO CON BOTAS no se menciona a Shrek ni a Burro ni hay referencias de ningún tipo a la saga del Ogro, y está bien. Así queda claro que este es el show unipersonal (o "unianimal") del Gato, ahora acompañado por nuevos personajes: la gatita Kitty es una ladrona que perdió sus garras y que, obviamente, no puede evitar sentirse atraída por Gato con Botas, que seduce con esa voz de macho español de Antonio Banderas (gran trabajo y con doble mérito, por haber interpretado al personaje en dos idiomas). Humpty, el huevo, es el protagonista de los momentos humorísticos más bizarros, y apenas puede brillar cuando Gato no se está llevando toda la atención. La calidad de la animación es muy buena (no podía esperarse menos de Dreamworks) y hay varios momentos geniales, por originalidad, humor e impacto visual, todos bien llevados gracias al director Chris Miller (el mismo de SHREK TERCERO): desde el duelo de baile, en que el Gato con Botas compite en una contienda de flamenco, hasta el ataque de la Gansa Gigante como si fuera Godzilla, pasando por la sorprendente entrada de Jack y Jill (en una carreta tirada por cerdos que parecen salidos del mismísimo Infierno) y sin olvidar el momento en el que crece el gigantesco tallo luego de plantar las Habichuelas Mágicas. Aunque la película es entretenida, el guión es su aspecto más débil: hay aventura, sí, pero las situaciones se suceden velozmente y aunque parece que pasa mucho, en realidad no pasa demasiado. Tampoco se percibe un sentimiento de “amenaza real”: practicamente no hay un conflicto serio en el que se sienta que los personajes están en verdadero peligro. El giro argumental (a pesar de constituir en sí una parodia a las películas con finales sorpresivos, con “flashbacks” incluidos y todo) no alcanza para sostener una historia a la que, a pesar de sus imaginativos momentos, le faltó algo de desarrollo. Sucede que la trama se sostiene demasiado en los gags y en la fasinación que genera su protagonista, una fascinación que multiplica por mil cuando pone los ojitos en modalidad tierna.