Zombis daneses El título original, Sorgenfri, se refiere al escenario en que transcurre la exigua historia de este enésimo film de zombis, una variedad tan frecuentada como carente de innovación. La única rareza, en este caso, tiene que ver con su origen: es un film danés ambientado en ese tranquilo barrio de los suburbios de Copenhague donde viven los protagonistas, una familia de clase media sin demasiados rasgos singulares. La mamá es la encargada de abrir el relato, que Bo Mikkelsen organiza como un racconto. La mujer está tratando de tranquilizar a su hija menor que aparentemente acaba de despertar de una pesadilla. Pronto sabremos que la pesadilla no era tal, sino lo que está viviendo todo Sorgenfri, desde que a causa de un misterioso y contagiosísimo virus que está diezmando a la población, las autoridades han prohibido a los residentes salir de sus casas, con lo que se ha frustrado el prometedor verano que se anunciaba y que todos se estaban aprestando a disfrutar, en especial el hijo adolescente de la familia, que acaba de conocer a una linda vecinita. La enfermedad no es una vulgar gripe, sino un mal del que no se dan mayores detalles y ya puede imaginarse por qué: los infectados se suman a los zombis que hemos visto en los innumerables films que siguieron el camino inaugurado en 1968 por George Romero en La noche de los muertos vivos. No hay mayores novedades, pues. Tampoco se las propone Mikkelsen, que apenas muestra algún oficio y demora casi hasta el final para imponer algo de acción.
Famoso caso policial francés Era de suponer que el caso de Kalinka Bamberski, que ocupó los titulares de los diarios franceses en especial y europeos en general desde 1982 y que diera origen a varios films, quizá no tanto por el trágico fin de la adolescente en sí mismo sino por la obstinada y obsesiva búsqueda de justicia (que más justamente correspondería entender como sed de venganza) manifestada por el padre de la chica, convencido como estaba, casi desde el principio, de que la responsabilidad de esa muerte (y quizá también de la previa intoxicación que sufrió y de su presunta violación) era el prestigioso médico alemán a quien había conocido durante unas vacaciones en Marruecos y que algún tiempo después lo había sucedido como pareja de su ex esposa. Con ellos convivía Kalinka en Alemania, en la época de su muerte. La lenta y sostenida persecución se prolongó por cerca de tres décadas, en las que Bamberski invirtió mucho de su tiempo y de su dinero y sólo concluyó cuando el acusado, al que también apuntaban antecedentes y alguna reincidencia, terminó procesado y encarcelado. Después de tantas tentativas ante la Justicia alemana y francesa, el obstinado padre, terminó tomando a su cargo la causa, como abogado de sí mismo. Fue su autobiografía la que Vincent Garenq tomó como punto de partida del film, lo que explica que su prolija ilustración del caso confiera rasgos de héroe al protagonista, un vengador en el que Daniel Auteuil deposita toda su potencia y su convicción.
Un monje en medio del G8 Cuando en el cielo un angelito no hace lo que ha de hacer, el Señor lo encierra en una celda oscura", dice el poema del napolitano Ferdinando Russo, que el monje protagonista de este film -en el que Roberto Andò dedica a explorar las relaciones entre política y ética- registra en su recién comprado grabador en el comienzo del film. El silencioso y enigmático monje (encarnado por Toni Servillo) ha sido curiosamente invitado por el titular del FMI (Daniel Auteuil) a participar en la inminente cumbre en la que el G8, compuesto por los países más industrializados del planeta (excepto Rusia, actualmente suspendido), tomarán decisiones que con seguridad incidirán negativamente en las economías más desfavorecidas. A él se sumarán otros insólitos "invitados" como una exitosa escritora y un rutilante astro del rock, quizá con el propósito de humanizar el encuentro. Pero en la primera noche, el líder del FMI le pide al religioso una confesión que será la última, ya que la mañana siguiente aparecerá muerto, aparentemente víctima de suicidio. Aquí el film intenta tomar el camino de un indeciso thriller en el que las ambigüedades terminan diluyendo a los interrogantes, como si Andò se viera superado por un tema que no logra plantear con claridad ni alimentar con cierto suspenso. Sólo las cuidadas imágenes y los actores (Servillo y Auteuil en especial) parecen estar a la altura del arduo compromiso.
Snowden, un personaje a la medida de Oliver Stone ¿Héroe o traidor? Aunque intente no emitir juicio, el responsable de producir la mayor fisura en la seguridad en toda la historia de la inteligencia en Estados Unidos no podía sino resultar un personaje irresistible para Oliver Stone. No extraña que lo haya calificado como una de las figuras más atrayentes del siglo XXI, y haya sido de los primeros en anotarse para dedicarle una de sus biopics. Por supuesto, quiso ser fiel a la versión de los hechos proporcionada por él, de modo que recurrió, entre otras fuentes, al libro La hora del pulpo, del abogado ruso Anatoly Kucherena, también profundo conocedor de los servicios de inteligencia (y que logró obtener para el ex agente de la CIA el estatus de refugiado cuando entró clandestinamente en Rusia, donde aun reside). Y aunque el propio interesado reconoció que lo que cuenta el director de Pelotón y Nacido el 4 de julio es bastante veraz, tal fidelidad, que se extiende al minucioso trabajo de Joseph Gordon-Levitt, no contribuye a fortalecer el interés de la película, cuyo lanzamiento en Estados Unidos Stone demoró hasta septiembre con la esperanza de que ingrese en la carrera por el Oscar. De todas maneras, no es mucha la novedad que aporta el film, de extensos (y no siempre apasionantes) 134 minutos de duración. Sobre todo para quienes vieron en el último Bafici o vía Internet, Citizenfour, el documental de Laura Poitras sobre el mismo personaje y las maniobras de espionaje masivo de la agencia de seguridad norteamericana que él denunció.
Más interrogantes que certezas El principio de las cosas, quiso subtitularlo el rosarino Francisco Matiozzi Molinas para dar idea de la multiplicidad de vías que este documento asume para poder dar cuenta tanto de la compleja historia familiar (cinco de sus tíos figuran entre los jóvenes desaparecidos durante la dictadura militar), como sus propias vivencias e interrogantes en relación con esos hechos del pasado. El primer contacto se da a través de un colectivo de ex presos políticos que rinden homenaje a los desaparecidos con sus murales, pero a partir de allí se multiplican las búsquedas. Es como un film viviente, que se va haciendo al mismo tiempo que se ve. Y en ese caos palpitante reside su mayor fuerza.
Poco suspenso en un thriller local El prólogo podría entenderse como una infidencia involuntaria: en una sesión de espiritismo en la que los asistentes ya han logrado comunicarse con Einstein, Leloir y Groucho Marx, el único que no responde al llamado es Hitchcock. Después de ver el film se tiene la maliciosa tentación de sospechar que ese silencio del rey del suspenso no es tan caprichoso como podría parecer. Por momentos elegante en lo visual, con esporádicos aciertos de puesta, ritmo bastante mantenido y unos eventuales éxitos en lo actoral, Amateur está lejos de atrapar, a pesar de que allí no faltan osadías eróticas, sangre, violencia ni otros elementos que suelen ser eficaces en el género.
Dispersa, discursiva y desorientada Otra vez uno de esos films que desde su estructura narrativa anticipan su formato circular y sus nada modestas aspiraciones: por algo en medio de los personajes hay un profesor de filosofía muy dado a las reflexiones sobre el sentido de la vida no tan agudas e inteligentes como parece creer su autor y director, Tim Blake Nelson. Según la ficción bastan para ejercer decisiva influencia en la vida de quienes lo rodean, entre otros una alcohólica y una estudiante autodestructiva. Lo necesario, en fin, para que haya conflictos y dramas varios. Y para que la ronda -dispersa, discursiva y algo desorientada, aunque bien actuada- nunca termine de articularse.
Amor, lealtad y militancia Es una historia sobre la muerte, la pasión y el dolor", resumió Rafael Bielsa cuando en 2010 presentó Tucho. La Operación México, o lo irrevocable de la pasión, la novela en la que resumía la historia de amor de los líderes montoneros Edgar Tulio "Tucho" Valenzuela y Raquel Negro "María" y en especial de la operación planeada por la dictadura militar para eliminar a altos mandos de la organización -por entonces residentes en México, en 1978- y con la que Tucho (como su mujer embarazada y a punto de dar a luz y su hijito de dos años, todos ya internados en un centro clandestino de detención) se vio obligado a colaborar para salvar la vida de los suyos. En esa historia, de trágico final y bien conocida por los militantes, se basa el film, pero ni el ex canciller Bielsa ni Bechini, director con abundante experiencia en televisión, se proponían echar nueva luz sino volver a observar páginas sombrías de una historia que sigue dando motivos para una revisión, así como de temas vinculados con ella: la fidelidad al compromiso que se ha asumido tanto en el amor como en la causa política (más allá de que pueda coincidirse con ella o no); el amor y la militancia, el coraje, la lealtad, la traición o la convicción, sostenida en medio del naufragio; todos temas que podrán generar polémica. Muchas menos promoverán con seguridad los convincentes trabajos del elenco, especialmente los muy destacados de los protagonistas, Luciano Cáceres, Ximena Fassi y Luis Ziembroswki.
Bille August y el dolor del adiós Haber obtenido reconocimiento internacional en 1987 con el triunfo en Cannes de uno de sus primeros films, Pelle, el conquistador, y todavía más haber merecido por la misma razón que Ingmar Bergman le confiara uno de sus guiones más personales, el de Con las mejores intenciones (nueva y merecida Palma de Oro), le dieron a Bille August un cartel de gran director a cuya altura no siempre pudo mantenerse con posterioridad. Ha sucedido con cierta frecuencia, por ejemplo en los últimos años, de modo que si bien esta dramática y sombría página familiar -el fin de semana de despedida que será la inevitablemente final (por decisión consensuada) de una matriarca fatalmente condenada por una enfermedad terminal-, no tuerce demasiado el rumbo de la anunciada decadencia del director sueco, deja señales de una considerable recuperación. El delicado tema de la eutanasia a la vista de una enfermedad sin cura y de lo que ella representa para los seres queridos que deben aceptar la decisión adoptada por la interesada, o negarse a ella coloca en discusión asuntos demasiado trascendentes como para recibir un tratamiento algo superficial, e incluso un remate bastante poco verosímil como el que propone el guión. August lo trata con la suficiente discreción, exenta tanto de solemnidad como de tentaciones lacrimógenas, y además cuenta felizmente con un grupo de actores (Ghita Norby y Papreeka Steen en especial) tan comprometidos con sus papeles como para evitar cualquier exceso.
Un hombre en busca de su padre ¿Cómo filmar lo que no está, lo que falta?, se pregunta Andrés Habegger. El recuerdo, cuando algo de él ha quedado, se vacía de imágenes, se silencia de palabras. ¿Cómo recuperar y convertir en imágenes esos brumosos recuerdos que el dolor de la pérdida (pérdida forzada en este caso) se ha ido empeñando en disipar? La memoria, se sabe, es siempre parcial e ingobernable: ella misma se encarga de seleccionar lo que conservará, es inútil contrariarla. Un chico, como lo era Habegger cuando sucedió el tiempo ahora lejano que intenta reconstruir -porque en él estuvieron los días que compartió con su padre- una infancia en que habría necesitado tenerlo más presente. Ahora que es adulto, puede llegar a justificar y comprender las razones de su ausencia (he ahí el expresivo diálogo con la abuela) y hasta admirarlo por la convicción con que asumió lo que sentía que era su compromiso político, su obligación de ciudadano interesado en la suerte de su país y de sus semejantes, aunque esa causa, tal como él la entendía, haya tenido tan directa relación con sus frecuentes ausencias al principio y con su desaparición definitiva después. Andrés busca incansablemente reconstruir los pasos de su padre guerrillero, pero el film no pone tanto el acento en lo político -aunque expone con claridad y precisión, además de conmovedora sensibilidad, la época que se evoca-, sino en el recorrido emocional de un hombre en busca de la figura de su padre.