El sexto film de Edgar Wright, Baby: El aprendiz del crimen, es por lejos, su proyecto más tradicional, alejado de muchas de las marcas que lo hicieron popular. Edgar Wright y Nick Frost como guionista fueron durante varios años una dupla de culto, famosa primero en Inglaterra, y después en el mundo, por entregar comedias irreverentes que reversionaban los géneros a su manera como Shawn of the Dead, Hot Fuzz, o la mítica serie de TV Spaced. Con el tiempo, ambos tomaron proyectos separados, y Wright encaró películas como Scott Pilgrim o The World’s End, que, aunque de un modo diferente, mantenían un estilo único y distinto de las propuestas de Hollywood. Baby: El aprendiz del crimen, probablemente sea el salto definitivo a las grandes producciones, y como suele suceder en estos casos, en el camino, se relega algo de originalidad. A la mitad de camino de la saga El transportador, Escape Salvaje, y el estilo de Guy Ritchie (aunque sin el abuso de las tomas lentas seguidas del aceleramiento); Baby: El aprendiz del crimen es una película de acción, con matices de comedia, y estilizada de modernismo en una onda similar a Kingsman. Baby (Ansek Egort) casi no habla, lo suyo se limita a conducir y permitirles la fuga a la banda liderada desde las sombras por Doc (Kevin Spacey). No dice ni pregunta, nada. Si le hablan en el trabajo, prefiere responder con monosílabos, entiende que es mejor guardar silencio porque en boca cerrada no entran moscas, o balas. Joven, con un problema de sordera parcial, se calza sus auriculares y se pierde, aislado, en su mundo mientras cumple su trabajo de particular chofer. En la banda no lo quieren, sospechan de esa templanza de hierro, y él único que parece protegerlo es Doc, que intenta mantener las aguas calmas en su equipo para beneficio personal. Baby mantiene una vida, si se quiere paralela, vive con el anciano y ciego Joseph (CJ Jones), que “desconoce” su actividad, y yendo a almorzar conoce a la camarera Debora (Lily james) con la cual queda prendido casi de inmediato. Hay un nuevo trabajo en la banda, Baby quiere abrirse pero acepta para tener el dinero y poder emprender un destino junto a Debora. Por supuesto, es un trabajo riesgoso, algo sale mal, y ahora la banda quiere la cabeza de Baby (que esconde su nombre real). Hay algo de Tarantino, del Robert Rodriguez de El Mariachi, de esas comedias de acción desprejuiciadas y videocliperas que presentan un amor que se enfrente al mundo, desde Natural Born Killers y la remake de The Gateway a, por supuesto, Escape Salvaje. La química entre Egort y James es absoluta, y es uno de los puntos más altos del film. Los personajes secundarios, los miembros de la banda, entre los que podemos encontrar a John Hamm, Eiza Gonzales, y Jon Bernthal, y el propio Spacey, tienen carisma, están bien desarrollados pese a ser algo clichés, y los actores se divierten a la parque divierten a la pantalla. Sin dudas el punto más fuerte es su banda sonora, cada vez que Baby se calce los auriculares, los sumergiremos en clásicos atemporales, perfectamente ensamblados. Desde Ennio Morricone a Kid Koala, Isaac Hayes, Lionel Richie, Beck, Queen, Blur, R.E.M., Barry White, Marvin Young, y por supuesto Simon & Garfunkel, entre muchísimos otros y un largo etcétera de soundtracks clásicos para reforzar la idea de la referencia permanente. La puesta, el montaje, y la fotografía de Bill Pope son acorde al ritmo ágil, correcto, clásico, y moderno de la propuesta, sin desentonar. ¿Entonces por qué Baby: El aprendiz del crimen no llega a ser una gran película? Porque todo el empeño que pone en ser “canchera” y ganchera, en darle libertad a su elenco, y en mostrar un clasicismo formal tanto en la puesta como en el excelente soundtrack, no lo encontramos en un guion que, si bien no tiene grandes errores, básicamente es de manual. Allá dónde esas películas mencionadas se mostraban desprejuiciadas a inicios de los noventa, en pleno auge grunge; pasaron más de veinte años, las historias ya se contaron, y en cierto punto, el nuevo film de Wright pareciera no tener nada demasiado nuevo para aportar (como sí lo hizo Kingsman con el cine de espionaje, o Drive en el de fugas automovilísticas). Sin el gag a punta de lengua ni la irreverencia de los mejores films del director, Baby: El aprendiz del crimen se ve bien, se disfruta, y nos hace mover los piecitos al son de sus clásicos, pero difícilmente esté a la altura de una propuesta perdurable.
El décimo film de Christopher Nolan, Dunkerque, carga las tintas en la imponencia de la imagen y el sonido, entregando un espectáculo tan apabullante como simple desde su contenido. Es indudable que, aun con sus detractores, Christopher Nolan se ha convertido en uno de los directores de Hollywood más prestigiosos de los últimos tiempos. Desde sus inicios en Following y Memento, y el pico de la trilogía del Caballero Oscuro, su fama no ha parado de crecer, entrando en ese grupo selecto de realizadores que venden con su solo nombre en un afiche. Siempre se habla de la libertad creativa que los estudios le otorgan a estos creadores, confiados en sus éxitos y galardones, ara que hagan “el proyecto que quieran”. En el caso de Nolan, desde El Origen siempre se dice que las ideas surgen de él y Hollywood se limita solo al financiamiento de lo que está en su mente para plasmarlo en la pantalla. Dunkerque es un film bélico, con todas las letras, ningún giro que haga sospechar que se utiliza el envase para presentar otra cosa, un film clásico y tradicional sobre un episodio de guerra dentro de un contexto más grande, al estilo Rescatando al Soldado Ryan. En este caso, hablamos del hecho verídico ocurrido en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, frente al avance nazi en Francia, las tropas de ese país y de Inglaterra, que superan los 300000 soldados, están varadas y deben escapar. En las playas de Dunkerque, Francia, aguardan a que los rescaten, antes de que lleguen los alemanes y sea demasiado tarde. Con estos elementos, Nolan, también autor del guion, construye una historia que se separa en varias, hablando de varios personajes, y la situación de cada uno. Para eso, cuenta con un elenco en el que se destacan Tom Hardy, Mark Rylance, Fionn Whitehead, Jack Lowden, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, James D’Arcy, y Harry Styles, entre otros; un elenco de renombre y lujo, para una propuesta que, en primer plano, no pareciera apuntar a una narración fuerte que permita el gran lucimiento actoral. Dunkerque es cine espectáculo , filmada y pensada con cámaras IMAX, lo que queda en nuestra memoria es el sacudir de las butacas frente el impresionante trabajo del departamento de sonido, cada detalle resuena haciéndonoslo sentir en todo el cuerpo. La banda sonora de Hans Zimmer acompaña permanentemente y también cala hondo, envuelve, y nos hace vibrar, es épica sonora. La gran épica se completa con una cuidada fotografía de Hoyte Van Hoytema adecuada en tonos y saturación para hacernos sentir la angustia de los personajes, y ese tono tan clásico que se pretende imprimir, haciendo uso de la gran pantalla IMAX, aun en una cuadratura estilo widescreen. ¿Pero qué sucede si la bajamos de esa enorme pantalla? Desde acá me surge una incógnita. Prácticamente no hay diálogos en el film, muchas veces mudo (con la omnipresencia sonora), y otra veces plagado de frases sueltas sin continuidad. La historia no posee un gran proceso, y hasta es mejor que se vaya con algún conocimiento previo sobre los hechos reales. Si algunos actores como Hardy brillan es por presencia propia, lo que sucede en las primeras dos terceras partes del film es golpe de efecto de espectacularidad que nos maravillará en el momento, pero difícilmente nos acompañe en el tiempo. Con todo, es espectáculo se sigue con interés, y es loable que Nolan no haya recaído como otras veces en las sobre explicaciones. Todo hasta arribar a un tercer acto en el que la épica se convierte en panfleto, en donde aparecen los diálogos y las escenas más fluidas y tradicionales, para enaltecer lo que ya sabemos, remarcándolas a un punto algo molesto. Dunkerque se aprecia más como un film de estudio que como film de autor, es una propuesta para entrar equipado con el pochoclo y la gaseosa y ver como el martilleo nos hará perderla capa superficial del balde y volcar un poco de los vasos. Hay una lectura interesante a través de la imagen, suspenso creado, y algunos cuestionamientos interesantes en los personajes, pero lo limitado del guion no permite que se eleve por encima de otras propuestas muy superiores como la descarnada y mucho más profunda Hasta el último hombre; otra épica y tour de forcé adrenalínico, pero que se animaba a más, consiguiendo mayor emotividad. Los fans de Nolan extrañaran varios de sus tics, y sus detractores encontraran una propuesta más tradicional que quizás pueda ser de su agrado. Dunkerque es un buen tanque para esta temporada, pero como ese hecho en medio de la inmensa Segunda Guerra, difícilmente quede en el recuerdo de los grandes films bélicos.
¿Quién pudiera tener la posibilidad de que se le concedan siete deseos? Cualquier cosa que quiera, lo que sea. Clare tiene la posibilidad en Siete deseos, la nueva película de John R.Leonetti, y entre deseos banales y una maldición, no la pasa nada bien. La posibilidad de cumplir cualquier deseo que se cruce por nuestras mentes, ha rodeado los relatos de ficción desde Las mil y una noches y Aladino, hasta las leyendas de los duendes irlandeses, o la mano amputada de un gorila. Algo que nos da un control absoluto de situación, que nos permita decidir qué hacer con nuestro destino sin ninguna restricción. Eso es lo que enfrenta Clare (Joey King) una adolescente cuya madre vemos morir en la primera escena del film cuando ella era apenas un bebé, y paso siguiente la veremos ya en la actualidad con un padre que se dedica a revolver tachos de basura y residuos ajenos. Entre esos residuos, Jonathan (Ryan Phillippe, quien supo prometer más que esto), el padre, encuentra una caja octogonal, sellada, y básicamente porque sí, se la regala a su hija. Azarosamente, Clare expresa un deseo frente a la caja, y ya pueden imaginarse lo que sucede. Todo sería perfecto, de no ser porque cada vez que a Clare se le cumple un deseo, alguien cercano a ella muere “accidentalmente”. Son siete deseos los que tiene, y Clare parece no darse cuenta que la gente se está muriendo alrededor de ella y está asociado a esa caja. John R. Leonetti no es acaso un director con la mejor de las credenciales. Más conocido como director de fotografía, su debut como realizador fue con Mortal Kombat 2: La Aniquilación, famosa por elevar la consideración de su predecesora y por presentar unos robots de hule en pleno auge del CGI. Aparentemente no lo dejaron dirigir durante casi diez años hasta El efecto mariposa 2, o la secuela que nadie recuerda de la película que tardíamente se convirtió en culto. Otros casi diez años para Annabelle, la niña fea del universo de El conjuro; y un film directo a video sobre el asesinato de Sharon Tate a manos del clan Manson, Wolves at the door, discreto pero probablemente su mejor trabajo. A Leonetti le sumamos un guion de Barbara Marshall, la misma de Viral que no se caracterizaba por una gran historia. En fin, así salió Siete deseos, una película que lo mejor que podemos hacer es abrazarla como la divertida comedia involuntaria que es. Volviendo al primer párrafo, Clare no la pasa nada bien, pero tampoco decididamente mal, en la mayor parte del film (por no decir todo) la historia de Clare y sus vicisitudes siendo una outsider escolar y una niña aplicada corre paralelamente a las desgracias que se cobra la caja china de los deseos. Los deseos de Clare son superficiales, inexplicables para alguien que tiene la posibilidad de pedir lo que sea, todo referidos de una forma y otra a esa necesidad de pertenecer al grupo popular de su colegio. Los personajes son unidimensionales y cumplen el rol determinado alrededor de la vida de la protagonista, al punto de aparecer y desaparecer y volver a aparecer al solo propósito del uso que nuestra “heroína” les pueda dar. No hay ningún progreso en la historia, rara vez Clare es consciente de lo que sucede, y aun cundo es evidente se niega a tomar cartas en el asunto supuestamente porque la caja la posee, algo que se plantea muy por arriba casi promediando la historia cuando ya el verosímil es irremontable. A esto sumémosle un padre basurero que nunca explican cómo se mantiene más allá de revolver basura (no es cartonero) y es además un eximio saxofonista; y el deseo de heredar una mansión sin nunca tampoco explicar cómo la mantienen o de dónde sacan la plata para hacer gastos suntuosos. La paciencia del espectador es puesta a prueba minuto a minuto. Como colación, cada una de las muertes se superan en ridículo, “emulando” la serie de infortunios planteados en los accidentes de la saga Destino Final, pero sin esa auto consciencia paródica que salva siempre a aquella. En definitiva, hay poco en Siete deseos que no incite a la carcajada, aunque ese no sea el propósito. No es responsabilidad de la premisa, sin más, Wishmaster demostró que con la misma idea de los deseos con consecuencias, se puede entregar un producto entretenido, conscientemente gracioso, y orgulloso de su dependencia estilo clase B que la lleva a un desprejuicio grotesco y sangriento. Nada esto hay en Siete deseos, a los pocos minutos estaremos prestando atención a cómo envejeció Sherilyn Fenn o cómo luce sin lentes la colorada nerd de Strangers Things, todo menos abocarnos a qué le pasa a Clare y su cajita china. Al finalizar la propuesta, y con un remate de antología, nos quedan las risas ganadas, y una extraña sensación de que lo que vimos no es bueno, pero no se la pasó del todo mal. Voluntaria o involuntariamente, Siete deseos logra capturarnos algunas de las mejores carcajadas de este año; un resultado tan irónico como el de los deseos que otorga la caja.
La cara oculta del rock. Dice el dicho que detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer. En El club de los 50 la máxima a aplicar sería que detrás de toda estrella del rock, hay grandes músicos que la respaldan. Artistas que más de una vez se ocultan en las sombras, que quizás son nombres lejanamente familiares, pero no gozan de esa masividad de las estrellas; cuyos rostros a veces desconocemos, y son celebrados dentro del séquito de cultores del rock. Sergio “Cucho” Costantino le dedicó trabajos documentales a Miguel Abuelo y Federico Mouras, líderes de bandas icónicas, legendarias, íconos de nuestro rock. Ahora, parece mirar al bosque detrás del árbol y posa su mirada sobre quienes se ubican detrás, sobre esos músicos que siempre están, y que atravesaron gran parte de la historia rockera vernácula. Claudia Puyó, Willy Crook, “El Vasco” Bazterrica, Cuino Scornik, Ica Novo, y Tito Losavio, son los nombres que aparecen en este documental. Todos ellos formaron parte de bandas estelares o fueron músicos soportes de distintas estrellas. De algún modo opacados, de algún modo con luz propia. Costantino sigue sus historias por separado, los observa y entrevista, y los hará confluir en un punto en común. De música, industria y otras yerbas: Estos seis músicos harán un repaso por los temas más “candentes” del mundillo rockero. De sus bocas saldrán frases sobre la tradición y los ritos; sobre la fama, su peso, su paso y su ausencia; sobre la industria musical; sobre el estar y no estar; sobre el músico y su público, entre un enorme etcétera. Todo con el particular toque que ellos pueden otorgarle. Está claro que los destinatarios de este trabajo serán quienes conozcan a estos artistas y quieran saber algo más de sus vidas y sus opiniones, no hay necesidad de prólogos o introducciones a modo de presentación para recién llegados. Pero esta estructura de entrevistas y pareceres otorgadas a un púbico que ya los conoce, no es impedimento para que Costantino innove a la hora de presentar el documental. Por supuesto que, si hablamos de música, esta se siente y no puede faltar, habrá momentos, a modo viñetas, de zapadas y archivo poco conocido; esos momentos que hacen que estas películas quieran ser atesoradas por los fanáticos. Su estética también es llamativa, de tonalidades blanco y negro, con un montaje ágil, y algunas animaciones para cerrar ese espíritu entre juguetón y rebelde de estos músicos que, como su título lo indica, ya pasaron los cincuenta y aun fuera de la masividad se mantienen vigentes. Conclusión: El club de los 50 es mucho más disrruptiva desde la imagen que desde la presentación de las historias que presenta. De gran disfrute para melómanos, Sergio “Cucho” Costantino, plantea una postura y deja que sean sus protagonistas los que se adueñen de su película, imprimiéndoles sus sellos personales. Algunas opiniones o abordajes inteligentes terminan por redondear un documental diferente aún dentro de su subgénero.
De Rusia con terror. El cine ruso mantiene una larga tradición con el cine de género. En él podemos encontrar desde emblemáticas cintas animadas y/o infantiles, adaptaciones de cuentos clásicos; hasta joyas ocultas (y no tanto) del cine de ciencia-ficción. Si algo caracteriza a este país en la frontera entre Oriente y Occidente, es su particular visión artística: intensa y recargada, sea desde lo arquitectónico, lo pictórico o lo musical. En el cine también mantiene una propuesta en este estilo. Sus filmes de género suelen llevar el emblema de experimental; desde las temáticas, pero más aún desde lo estético, de las puestas y las técnicas utilizadas. El cine de Podgayevskiy –de quienes algunos quizás recuerden Queen of Spades del 2015– nos trae una propuesta más tradicional, cercana al terror que nos propone Hollywood en sus formatos estándares, aunque manteniendo el sello de su origen en el tratamiento oscuro y tenebroso de algunas cuestiones que en otras manos hubiesen sido más lavadas. Fotos del alma: El guión es sencillo y comienza con una historia de hace mucho tiempo a modo de prólogo. Un fotógrafo acaba de enviudar. Desesperado por la pérdida, intenta practicar un rito para traer el espíritu de su amada de regreso. Determinadas circunstancias hacen que el ritual quede truncado, a mitad del proceso. Inmediatamente nos trasladamos al presente y conocemos a Nastya (Viktoriya Agalakova), una chica joven que acaba de casarse intempestivamente con Iván (Vyacheslav Chepurchenko), desoyendo a quienes le dicen que hace poco se conocen y que casi no sabe nada de su vida pasada. Por eso, deciden irse -como suerte de Luna de Miel- al pueblo de la infancia de Iván; todo para que una vez allí comiencen a sucederse los sucesos extraños. Sí, adivinaron. Ivan es descendiente de la familia del fotógrafo. Nastya conocerá lo que queda de aquella familia sin saber el secreto que ocultan. Un alma capturada: La que parece llevar las riendas es Liza (Aleksandra Rebenok), la hermana de Ivan, con dos hijos pequeños. Nastya entra de inmediato en una buena relación con Liza, en medio de ese pueblo de tradiciones antiguas y colores opacos, como si el tiempo se hubiese detenido ahí. Sin embargo, comienzan a ocurrir accidentes sin explicación, la conducta de todos es errática, y hasta Iván empieza a no ser el de antes, hasta prácticamente desaparecer. El control de situación de Liza es evidente. Claro, hay una leyenda que nos dice que al sacarle una foto a un cadáver reciente, se captura el alma en ella. Por eso, los fotógrafos dedicados a eso, le dan a la familia del muerto una foto del cadáver a modo de mantener con ellos su alma. Esta técnica existe y es lo que lleva al afiche a decir que La novia está basada en hechos reales. En la familia de Iván hay una de esas fotos, pero hay algo más… y es lo que Nastya deberá descubrir. Un cuerpo para mi mujer: La novia comienza con esta premisa lo suficientemente original. La idea de estas fotos que capturan el alma es un puntapié interesante para un conflicto a desarrollar en una película de terror. Pero planteado este esquema, el desarrollo opta por caminos mucho más tradicionales. Si bien se intenta mantener algo de sorpresa, todo lo que irá ocurriendo es obvio y no genera mayor asombro. Se sabe desde el principio que la familia busca un cuerpo joven para el ente que habita ahí dentro y los tortura con su presencia. Así, Podgayevskiy opta por los recursos habituales del género: golpes de efecto, ritmo altisonante, una puesta más bien medida pero con recursos en una fotografía ocre que inspira temor, tintes de drama, y el clásico enfrentamiento entre la protagonista cándida y el entorno oscuro. Salvo que esta vez, esos recursos ya gastados funcionan más o menos bien. Conclusión: Svyatoslav Podgayevskiy presenta en La Novia una historia que pudo haber permitido entregar mucho más de lo que termina ofreciendo. Con todo, cierto rigor formal y un uso correcto de esos elementos ya conocidos, termina por redondear una propuesta aceptable si se adentra con pretensiones moderadas.
La ópera prima de Alberto Romero, "Carne Propia", desdobla el género documental para hablarnos de todas las circunstancias intermedias en la costumbre de consumir carne. Para un público acostumbrado cada vez más a la adrenalina en pantalla, hablar de documentales significa, en su cabeza, tener que ir a ver algo sin relato ni ritmo de narración. En los últimos años, fueron apareciendo otras propuestas, que se valen de los mecanismos propios de la narración de ficción para traernos documentales que le escapen a esa estructura básica que todos conocemos de las entrevistas, la observación, y el archivo complementario. "Carne Propia" se inscribe en un punto intermedio de estos dos extremos. No rehúsa de los testimonios y se vale fuerte del material de archivo, pero lo enmarca en medio de un entorno de cuasi ficción narrativa. ¿De qué va "Carne Propia"? Del consumo de carne. Algo tan arraigado en las costumbres culinarias de nuestro país, y que mantiene un trasfondo quizás oculto para la mayoría de quienes puedan asistir a verla. No, no es un documental del estilo del polémico Earthlings o similares. No se vale del morbo para establecer una postura en contra del consumo de carne y el maltrato animal… aunque probablemente algo de eso termine habiendo. Su carril está más emparentado con el reciente trabajos de la dupla Cohn-Duprat Todo sobre el asado, aunque, por suerte, de un modo menos burlón y estigmatizante, sin perder la chispa. También es imposible que en determinados tramos no nos haga acordar a la maravillosa El Patrón, Radiografía de un crimen, y sus denuncias detrás del producto en carnicería. El actor Arnaldo André le presta su voz a un toro Aberdeen Angus, una de las razas más populares en cuento al consumo de su carne. Este toro va camino a su destino final, el matadero, y el trayecto será la voz guiadora de este trabajo, repasando su vida y así la historia detrás del mercado de carne vacuna. El toro recordará sus días de estancia, su paso como campeón en la Sociedad Rural; y de algún modo, como si fuese el Forrest Gump de los toros, se ubicará en distintos hechos históricos relacionados a la materia. Habrá un repaso socio-histórico-político, se hablará de los frigoríficos recuperados mediante el testimonio de un caso puntual, y entrará al archivo para remontarse a sucesos que todos recordamos intentando darle una nueva mirada; sumado al paso por un pueblo atravesado por la producción. En definitiva, lo que propone Romero (quien también participó en el armado de "¿Quién mató a Mariano Ferreyra?") es un repaso del comportamiento humano, de los acontecimientos históricos en la lucha trabajadora, vistos desde el animal que será parte del producto a comercializar. Todo se sigue con interés, la implementación de estas técnicas narrativas, sumadas al humor negro que propone, ayudan a que se cree un ritmo muy atractivo. Por otro lado, ese contexto ficcional, en determinados momentos juega en contra del proyecto documental, se ofrece una mirada algo superflua sin profundizar en determinaos puntos que hubiese sido interesante focalizar, y no se amalgama del todo bien; algo similar a lo que sucedía en "¿Quién mató a Mariano Ferreyra? " "Carne Propia" es una propuesta atractiva, que ahonda en una temática interesante y trata de innovar en sus formas. Lo logra, aunque una mirada más atenta la hubiese favorecido.
La ópera prima de Miya Hatav, Entre dos mundos, presenta un drama hondo e intimista con un espíritu optimista que puede emocionar. Aunque el tratamiento estándar de un tema ya conocido no permite un desarrollo mayor. El conflicto entre árabes e israelíes fue tratado por la ficción de todos los modos posibles, y otorgando los resultados más diversos. Cine, teatro, literatura, televisión, documentales o ficcionales, ningún formato quedó afuera de esta temática actual y preocupante. Especialmente el cine israelí lo ha abordado infinidad de veces, aun variando de géneros, demostrando ser un tema inabarcable y en el que siempre se puede encontrar una arista nueva. Entre dos mundos vuelve a revisitarlo, y lo hace apostando al drama intimista de tono familiar emotivo. Un joven de 25 años, Oliel es una de las víctimas de un atentado terrorista, lo que lo lleva a quedar internado en grave peligro. Ahí, en ese hospital de Jerusalén, se hace presente Bina (Maya Gasner), la madre de Oliel, hace años distanciados por las decisiones de aquel de no continuar con las tradiciones. Ahí se encontrará con Amal (María Zreik), una mujer que supuestamente cuida de otro hombre. Entre ambas nacerá una unión de apoyo mutuo. Pero hay algo de Bina no sabe, Amal no cuida de otro enfermo, es la novia de Oliel, que debe ocultarse por su condición de árabe. armó una suerte de micromundo alrededor de estas dos mujeres, a tal punto que Entre dos mundos funciona, aun aireada, casi como una obra teatral entre estos dos personajes. Los escenarios varían, y aparecen más personajes, pero siempre se converge en ese hospital suerte de punto de encuentro y conflicto, y en la visión de estas dos mujeres sobre algo que las excede, pero las incluye. El guion apunta a una emoción directa, abordando la veta familiar, el amor entre la pareja y el maternal, y pone a las tradiciones como unión, centro, pero también punto de desapego, desunión, y distancia. Si bien nunca cae en un golpe bajo de remarcar sus posturas y no se inclina marcadamente por ninguno de los “sectores”, permanente se busca la emoción del espectador, y hay una bajada de línea disimulada entre el llanto. Gasner y Zreik se complementan muy bien y logran interpretaciones destacadas, valiéndose de esa puesta sin grandes artilugios, pero cuidada. Habrá mucha angustia frente a las imposibilidades impuestas, y determinados puntos de quiebre para que el conflicto estalle; aunque en su totalidad el conjunto apunte a un mensaje con algo de optimismo. Así, Enttre dos mundos, es un drama interesante, con un enfoque comprador también para un público que mira desde afuera, pero nunca llega a ser un tratamiento novedoso. Basta con haber ahondado un poco en los filmes que se adentran en las diferencias entre estas dos culturas para toparse con gran cantidad de dramas, de tono intimista, centrados en familias, y con la madre como figura central. Lo más que se puede decir desde su aporte de originalidad es que intenta alejar las cuestiones de la guerra, lo lleva a un plano ciudadano, rutinario. Entre dos mundos es un drama correcto, destacado en las actuaciones y en su puesta sencilla. Puede no aportar nada demasiado nuevo a algo que ya se vio y en productos de mayor calidad, pero sirve para mantener una idea activa de lo que pueden hacer las diferencias impuestas por el propio hombre.
Ahora de la mano de Marvel Studios, la quinta película del Hombre Araña, segundo reboot de la saga, presenta, como era de esperarse, un personaje mucho más adolescente sumergido en una historia con ribetes que intentan evitar encarar directamente al género. Luego de presentarlo en el tanque de 2016, Capital América Civil War, este “nuevo” Spiderman obtiene su película propia en la que, si bien no nos cuentan nuevamente sus orígenes, se enfocan en mostrarnos el después de aquella intervención y los primeros pasos del personaje en su lucha contra el crimen. Sí, De Regreso a Casa será otro peldaño más de esa historia global hasta llegar al próximo film de los Avengers; y ese contexto afectará por completo a la película. Será necesario haber visto CW para entrar en el clima de este film. Peter Parker (Tom Holland) filma una película casera en un auto mientras se dirige al encuentro con Tony Stark (Robert Downey Jr.); esa será la escena presentación del personaje. En efecto, el adolescente de 14 años se encuentra en plena preparación para transformarse, o no en uno de los Avengers; mientras que, para sus conocidos, se encuentra cumpliendo con una beca como interno en las Industrias Stark. De eso trata el film de Jon Watts, un adolescente que se debate entre su vida como tal, mayormente enfocada en el ámbito escolar, y la preparación como superhéroe. Peter tiene un amigo gordo e inocente; un interés romántico cándido y más popular que él; obligaciones escolares; una tía que se preocupa por él, pero no lo suficiente como para darse cuenta de su secreto; y un grupito variopinto de jóvenes que lo rodean y que cada uno representa un ícono de la adolescencia distinto. De Regreso a casa podría ser un film de John Huges, o una de sus imitaciones; pero si no llega a serlo no es tanto por su inscripción al área de los superhéroes, como por su chatura a la hora de imprimirle carisma a ese mundo. Ya es sabido que las películas que llevan el sello de Marvel suelen hacer anclaje en otros géneros para hablar de los superhéroes; casi siempre la comedia. Esta vez no será la excepción. Este Spiderman será el más cómico de todos, que no tan seguro el más gracioso. Sus líneas de diálogo tienen, la gran mayoría, un sentido de comicidad, moderna, ágil, con referencias a la cultura pop, y guiños permanentes; lo usual, lo mismo de siempre. Sin embargo, aquí el contexto podría haber sido bien utilizado para otorgar buenos matices de comicidad sin que queden fuera de lugar como otras veces. Y ahí está la historia intentando homenajear un estilo, pero no acercándose a él. Esta Spiderman pudo funcionar a modo de un Teen Wolf (la película, no la serie de MTV); pero falta carisma, chispa, conexión entre el chico y la chica, y esa vibra que nos hacía sentir que aunque el argumento era torpe la identificación era inmediata porque sabían de lo que hablaban. Robert Downey Jr. Y su Stark/Iron man, nunca terminan de encajar bien, haciendo su típico show aparte. Jon Favreu como el empleado de Tony, Happy, corre con bastante mejor suerte. Marisa Tomei es puro talento, y aunque su personaje de Tía May sea de trazos gruesos, ella lo interpreta a pura solvencia actoral. Holland no es un mal Peter Parker para lo que pide esta propuesta en la que encontraremos poco de lo que conocimos en las anteriores películas. Es un adolescente atribulado, ya lejos de ser nerd, digno protagonista de una teen movie. Pero hasta ahora no hablamos del superhéroe en sí. Hay un grupo de malechores comandados por un villano, Adrian alias Volture (Michael Keaton); y esto ya parece repetitivo, pero otra vez hay problemas en su composición. Básicamente son un grupo de contrabandistas que de casualidad se topan con un armamento muy pesado (Ver Avengers 1) que manipularan para hacer más armas y venderlas en el mercado negro. Para ser el único villano de una película de superhéroes, es reamente poco. Se entiende que quisieron demostrar que este Spiderman combate al crimen callejero, pero además su participación es escasa. O sea, estamos frente a otro film de superhéroes que teme serlo. A esto habrá que sumare algunas líneas de remarcado patriotismo, no tan visible en entrega anteriores, que sobrevuela de manera bastante impuesta. De duración innecesarimente algo extensa y con algunos baches que no terminan de cerrar muy bien. En el general, Spiderman: De Regreso a Casa, es un film correcto, entretenido, cumplidor para los que simplemente busquen algo pochoclero. También es un producto indefinido, sin el alma para ser una gran película coming of age que reposicione a un buen lugar a ese estilo que hizo grande al cine de los ’80; ni la presencia heroíca como para hablar de un gran film de aventuras. A medio de todo, este Spiderman cumple sin sobrarle nada y dejando ese gustito a que pudo ser más rico.
Oscura creadoraAlptraum. Es extraño el camino de Piterbarg en la dirección de cine, si se quiere inverso a cierta lógica impuesta. Su debut fue con un título mainstream y anunciado con toda la parafernalia del caso como Todos tenemos un plan, uno de los primeros intentos en esta nueva camada de cine de género industrial, con la presencia del astro Vigo Mortensen y todo el despliegue de una filmación en el Delta del Tigre. Una propuesta misteriosa que siempre vale la pena volver a descubrir. Cinco años después regresa la pantalla con Alptraum, una película que tiene bastante de la citada, pero alejada completamente de lo industrial; pequeña, intimista (aunque aquella en su forma también lo era), experimental, y urbana. A Piterbarg parecen obsesionarle los personajes que ocultan algo, que callan, que son prisioneros de un entorno que los ahoga. Prefiere las atmósferas ominosas, un lenguaje visual cargado de inquietud. Lo hizo antes, y explota en Altraum. Mito y realidad: La historia nos introduce dentro de la leyenda del Krampus, ser de la mitología nórdica, alpina; para algunos un equivalente perverso de Papá Noel –como lo pudimos ver en el film que llevaba ese nombre del 2015–. Este ser persigue al linaje de los Andreas, y si no le entregan lo que él pide, dulces u otras cosas, les hace tener horribles e interminables pesadillas en las que se irán transformando en ese monstruo. Así, pasamos a los hechos actuales. Andreas (un impresionante Germán Rodriguez) es actor y director de teatro. Está en pareja con Rosaura (Florencia Sacchi), pero es muy celoso, y lo vemos desde las primeras escenas en las que todo se arruina. Pasa el tiempo, Andreas ya no está con Rosaura y quiere volver. Vive casi de polizonte en un departamento de su tío, en una pensión pensada para turistas extranjeros. Está preparando una obra. Como siempre, su cabeza le juega en contra. Andreas parece un hombre común, como el Agustín de Todos tenemos un plan, hasta amistoso. Pero las sombras lo aquejan. Pronto lo iremos conociendo y veremos que es un hombre que no tiene paz. Sufre de profundas pesadillas, confunde lo que sueña con lo que vive, y tiene un trastorno paranoico grave. Entre otras cosas, su nuevo objeto de obsesión es Hanna (Bárbara Togander) una vecina traductora de alemán, a la que Andreas espía, intenta acercarse y -a la par que siente una atracción- crece la idea de que ella (como otros) forman parte de una conspiración peligrosa para la humanidad. Alptraum maneja su propuesta por varios carriles. Su historia no es lineal y tiende a parecer dispersa. Es que, en verdad, se nos están contando varias capas a la vez. Deudora del buen David Lynch y del más perseguido interiormente Polansky, el espectador se va a perder y hasta creerá que la mente de Andreas puede no estar tan equivocada, que hay algo de verdad en esa paranoia. Al tratarse de un actor y director teatral, no se esquiva el trauma propio de la creación artística. Del mismo modo que dentro de unas semanas podremos ver en Ojalá vivas tiempos interesantes, la frustración del artista que no progresa deviene en un caos mental con consecuencias inimaginables. De sueños y pesadillas, Piterbarg se valió de un apartado técnico poderoso para aprovechar al máximo una propuesta que puede parecer de envase chico sin descuidar jamás su estética. La fotografía en blanco y negro profundo y granulado de Alan Badan, Alejandro Giuliani, Germán Costantino y Lucía Vassallo nos habla de esa pesadilla, de ese clima ominoso, muy cercano a lo noïr, que incomoda, que nos pone a tono con lo que la propuesta pide. Lo mismo sucede con los tonos de Claudio Baroni y la dirección de sonido de Sebastián Gonzalez y Mariana Delgado. Sonidos que confunden, acordes que interrumpen y ponen los nervios activos, todo para ofrecer un suspenso clásico y al por mayor. El trabajo de Germán Rodriguez es sencillamente formidable. Andreas es un personaje con muchas caras, que va y viene en ellas dentro de una misma escena, que nos da pena y miedo al mismo tiempo. Todo eso lo logra Rodriguez con gestos medidos, nunca cayendo en la sobreactuación, y haciendose totalmente creíble aun dentro del entorno pesadillezco. El resto del elenco no desentona, ofreciendo todos lucimientos convincentes. Conclusión: Ana Piterbarg innova en el cine argentino independiente sin moverse demasiado de su eje. Entrega una propuesta única como Alptraum, capaz de presentar varias lecturas, de desorientar, traer de vuelta y volver a perder al espectador. Con cuidados apartados técnicos y logradas interpretaciones. Estamos frente a esas propuestas que, quienes buscan algo diferente, no pueden perderse.
¿Y dónde está mamá? La fórmula de Winograd aplica a tomar ideas conocidas y probadas en éxitos hollywoodenses y trasladarlas a nuestra idiosincrasia. El reflejo más fiel de esto fue su segundo opus Mi gran boda, con la que pegó un volantazo frente a su ópera prima más costumbrista y local, Cara de queso. Hay una premisa que funciona a modo e gancho y que moviliza ciertas ideas establecidas en nuestra sociedad: la necesidad de formalizar a pedido de un tercero, la posibilidad de ser una familia de dos sin necesidad de procrear, o la chance de incorporar a terceros a la pareja. Así como en los ’70 el dúo conformado por Alberto Olmedo y Jorge Porcel plasmaban, en el entorno de sus comedias, los tabúes de la infidelidad, del desapego al matrimonio, o el qué dirán, Winograd (o en todo caso sus guionistas, en esta ocasión Juan y Mariano Vera) huelen qué sucede en la cabeza del argentino promedio actual. Ahora ponen a prueba los roles femeninos y masculinos dentro de la familia, desde una postura canchera, fresca, y pretendidamente actual. Los Garbor llevan 20 años de casados, tienen cuatro hijos y una vida acomodada (no nos olvidemos que estamos en el universo Winograd). Ella, Vera (Carla Peterson) es la que se encarga de llevar el hogar adelante, se siente agotada pero su función no tiene vacaciones, o no; porque toda la historia gira en torno a ese disparador: mamá se agota y se va de vacaciones por diez días. Victor (Diego Peretti) se verá obligado entonces a hacerse cargo de las tareas que antes realizaba su esposa, balanceándolo con la vida laboral, que, casualmente, se encuentra en un momento complicado en plena lucha con un compañero interpretado por ese fetiche de Winograd llamado Martín Piroyansky. Una comedia con vista al norte: No será difícil encontrar paralelismos en Mamá se fue de viaje. Más allá de que su puntapié inicial (y casi todo su desarrollo troncal) nos haga acordar mucho a un capítulo clásico de Los Simpson; es fácil pensar que esta película pudo ser realizada en Hollywood hace un par de años. Pensemos en una etapa previa a la irrupción de Judd Apatow, a ese estilo desprejuiciado de chistes sexuales sobre adolescentes que pasaron los treinta años. Había un terreno en el que los reyes de la comedia triunfaban dentro de la comedia familiar. El Victor Garbor de Peretti perfectamente pudo ser Ben Stiller o Adam Sandler en sus productos más amables, y Peterson cualquiera de sus partenaires, desde Drew Barrymore a Kate Beckinsale o Jennifer Aniston. Winograd dirige con lo que ya es una marca propia, un estilo universal que le escapa a localismos básicos, aunque deja entrever algo de la idiosincrasia nacional. Para eso serán fundamentales los dos actores probados, rostros familiares con los que al espectador de uno y otro sexo no le costará empatizar. Esa identificación que logran, sobre todo Peretti (un todoterreno de la actuación, pero sobre todo de la comedia, infalible), tiende a perderse -nuevamente- en el contexto en que se desarrolla ese universo Winograd. ¿Cuántos de quienes asistan a sala vivirán como los Garbor? En el mudo en que se desarrollan sus películas no existe ya la clase media baja, la que cualquier estadística marca como mayoritaria dentro de los habitantes de este país. Gente de un pasar acomodado, con problemáticas algo superficiales, que se disputan puestos de gerentes y se plantean una rutina recargada de gastos. Esto funciona bien en el marco de los suburbios en los que Sandler y Stiller (por tomarlos como ejemplos) desarrollan sus juegos, quizás como un ideal de lo que muestran hacia el mundo. Acá, donde el espectador ve algo más palpable, no deja de sonar a un poco de artificio. Sacando estos asuntos que ya son moneda corriente en el cine del director -y que su éxito garantizado son prueba de la aceptación del público- Mamá se fue de viaje es un producto eficaz. Tiene en su elenco, además de los mencionados, a un grupo de secundarios destacados como Mario Alarcón, Pilar Gamboa, Muriel Santa Ana o Guillermo Arengo; y a los más jóvenes Martin Lacour, Agustina Cabo, Julian Baz, y Lorenzo Winograd que rebozan de carisma. Su puesta es elegante, ágil y a gran escala, como para captar de inmediato al público amplio. Conclusión: Ariel Winograd repite su fórmula con sus pros y sus contras en Mamá se fue de viaje. El elenco talentoso, la gracia de la puesta, y la mirada actual a cuestionamientos tradicionales, apuntalan para arriba por sobre el típico alejamiento de clase.