La muerte les sienta bien. Baltazar Tokman es uno de los documentalistas más eclécticos y particulares del cine argentino. En su filmografía podemos encontrar las disímiles Tiempo Muerto, Planetario, y I Am Mad, que no guardan demasiada relación entre sí salvo por huir de los formatos clásicos de lo que se supone un documental debería ser. Sí, Casa Coraggio es un documental, pero se sigue con el mismo interés con el que abordamos una película de ficción. Nos cuenta una historia, plantea una búsqueda y a su modo construye personajes que se gana nuestra total atención. Los Coraggio son una familia tradicional de la ciudad de Los Toldos, hace 120 años crearon una empresa que se volvió imposible de rehuirle, manejan la cochería más importante de la zona. La cámara sigue a Sofía Urosevich, heredera de la familia Coraggio, pero que se mantiene alejada del negocio familiar. Sus padres están divorciados y es él quien se quedó con el manejo de la funeraria. Determinados hechos, incluyendo problemas de salud del padre, traerán a Sofía de regreso a Los Toldos y otras revelaciones son las que la llevarán a revisar la historia familiar. Lo primero que viene a nuestro recuerdo al ver Casa Coraggio es otro documental revelación argentino como Buenos Aires, Beirut, Buenos Aires de Hernán Belón siguiendo a la actriz Grace Spinelli en un viaje por las mujeres de su familia que llevaba a cruzar el continente. Aquí Sofía no sale de Argentina, ni siquiera de Buenos Aires, pero viaja de La Plata a Los Toldos para enfrentar su destino. Hay una historia que tiene que ver con los fundadores de la cochería, con la tatarabuela de Sofía y un amor clandestino entre familias de orígenes y nacionalidades diferentes. Pero también está la historia de ese legado al que Sofía deberá enfrentar en el presente con su padre enfermo que debe operarse y una abuela que maneja los hilos del clan con mucha amabilidad y firmeza. Tokman logra que nos interese el destino de cada uno de los personajes que no son entrevistados, son vividos. Hay una placa a inicios de film que aclara que, al conocer a la protagonista, Baltazar le prometió hacer una película de su familia solo si sus padres se animaban a interpretarse a ellos mismos, claramente Tokman tiene buen ojo para saber dónde hay personajes reales con el carisma natural para captar nuestra atención. Muchos son las personas/personajes que atraviesan esta historia, el padre, la madre, los empleados, la abuela, la pareja de Sofía, y hasta los clientes en mudos pero llamativos cameos. Casa Coraggio no puede ni quiere evitar hablar de la muerte, es necesario que en una familia que vive de ese negocio la muerte los atraviese, y ahí están, expresándola, debatiéndola, de modo totalmente desacralizado, aunque siempre con respeto, nunca burlona. Habrá momentos de humor, o gracia, que provengan del accionar normal de los intervinientes, pero nunca se los ve forzados a algo. La muerte como un negocio, como un paso más, como una ceremonia, como algo que a la larga todos afrontaremos; y también como parte de ese destino. Porque, así como hay muerte, todo se desata a través de un festejo de quince, visto como el comienzo de las experiencias propias. La cámara de Tokman, aunque nunca interviene y se mantiene alejada, es un personaje más, capta momentos bellísimos, planos únicos, momentos que prescinden de la palabra porque expresan todo. La lente imprime un gran dinamismo y permanentemente desde el montaje y la elección de la fotografía hay un clima ameno, de familiaridad, que hasta es capaz de recordarnos a Familia rodante. Conclusión: Casa Coraggio expresa todo lo que se puede lograr desde el género documental alejado de la denuncia. Borra los límites entre la ficción y la realidad y hace que no nos importe cuánto de armado persiste, todo parece real. El carisma de las personas delante de cámara, la sutileza con la que aborda su temática, y la belleza con que se nos es presentada, componen un cuadro de gran riqueza. Baltazar Tokman logró nuevamente ubicarse muy por encima de la media.
El miedo a lo que no se ve, a lo que se encuentra del otro lado de la puerta, sin prevenir los peligros interiores, son el jugo principal de Viene de noche, segunda película de Trey Edwards Shultz. Una cabaña alejada en medio de un bosque apartado, el lugar ideal para una película de terror ya desde antes de Evil Dead. Una familia que habita en ella. Hay algo afuera, y se deben hacer sacrificios. El camaleónico Joel Edgerton es Paul, un padre de familia que afronta la decisión de tener que defender a su familia de un mal que desconoce ¿Cuál es el límite para esa defensa? En las primeras escenas del film veremos cómo junto a su hijo Travis (Kelvin Harrison Jr.) toman una decisión radical en pos de un bien mayor. Desde entonces sabremos que la oscuridad puede estar en cualquier lado. Paul y los suyos se protegen de algo eterno, aparentemente una epidemia que no da tregua. Por lo que no deben tener contacto con nadie ni nada. Ellos se guarecen y viven una vida más primitiva y alerta. ¿Qué puede salir mal? Del bosque asoma Will (Christopher Abott), un hombre que se encuentra huyendo y ruega por ayuda a su familia. Ese será el puntapié para que comiencen los conflictos que serán centrales en Viene de Noche. La falta de confianza, el temor, el peligro ante lo desconocido, la ambición de la supervivencia; todo se acrecentará ante la presencia de Will y posteriormente cuando este traiga a su propia familia. Viene de noche conjuga el suspenso, el terror, pero sobre todo el drama. Los personajes encerrados frente a un peligro que desconocemos nos harán recordar a The Mist, The Walking Dead, y sobre todo a la local El desierto. Pueden ser zombis, una peste terminal, monstruos alienígenas, o lo que sea; es lo que se esconde detrás de la puerta, más allá de lo que capta el lente de la cámara; y que hace comportar a los personajes de un modo particular más instintivo. Viene de noche se juega por el vértigo de lo que puede llegar a suceder, nos mantiene expectantes, y eso es lo que nos genera tensión; sumado a las actitudes de los personajes que causan gran angustia. Paul es otro personaje servido en bandeja para Edgerton. En detrimento de los demás, Paul es el centro del relato. Un ser con el que cuesta empatizar pese a que ¿parcialmente? comprendamos la razón de sus actos. Tiene varias facetas, y el talento interpretativo del actor de El Regalo las aprovecha todas para un gran lucimiento. Trey Edward Shults decide no apurar su relato e ir contando lo que sucede al ritmo de la tensión. Esto, que en un primer momento va atrapando mientras se construye el relato; provoca que promediándola mitad del film se haya fagocitado a sí misma. Viene de noche es un film abrumador, en un sentido adverso. Shults no encuentra el tono para que la historia se relaje, y lo que sucede, en realidad, no es algo tan inmenso. Tampoco se decide por un fuerte análisis social como lo que sucedía en la excelente The Mist; todo el mensaje de Viene de noche puede ser interpretado en los primeros veinte minutos del film. Sobre el final, retoma un sentido salvaje, y aunque de modo previsible, atrapa. Sus poco más de hora y media, en la experiencia, pareciera mucho más; quizás porque lo que se cuenta queda demasiado corto para el permanente ritmo que lleva. Su director a había demostrado en su anterior film Krisha que sabe cómo plantear una puesta de estética sobria, y aquí repite. Visualmente, Viene de noche transmite la angustia de los personajes, y colabora con esa tensión propia de la soledad. Junto con la interpretación protagónica serán los puntos altos de la propuesta. Finalmente, Viene de noche prometía más de lo que ofrece su resultado. Genera un suspenso permanente que no llega a explotar como debía, funcionando mejor dramáticamente sin ser del todo original. Un viaje emocional a mitad de camino.
Road movie entre dos países, Por la ventana, ópera prima de Caroline Leone, ganadora del Premio FIPRESCI en el reciente Festival de Rotterdam, plantea un viaje personal que tiene mucho de existencial. Las películas ruteras ya son un subgénero en sí mismo. Un punto de inicio, un destino, y un trayecto en el medio en el que cualquier cosa puede pasar. Se aplica a varios géneros, estilos, y personajes. En el caso de Por la ventana, el tono elegido es el intimista calmo, y el género es el drama o la comedia dramática; lo que resalta acá son los personajes, o el personaje. Rosalía (Magalí Biff) trabaja en una planta de reactores eléctricos en San Pablo, Brasil. De edad ¿avanzada?, 65 años para ser exacto, un buen día la empresa decide despedirla, y su mundo se derrumba. Empieza una nueva etapa en la vida de Rosalía, una etapa con mucho tiempo libre, pero que ella lo vivirá con la pesadumbre de la mirada de lo que ya no está y el poco hilo que queda en el carretel. Rosalía entre en un pozo de angustia complicado, y será su hermano, Zé (Cacá Amaral) quien la invite a un viaje, con la excusa de un trabajo que debe realizar este, hacia Buenos Aires. Este viaje, servirá a modo de reunión, y también cambio de actitud en la vida de Rosalía. Con varias paradas obvias en el medio. Leone se mete en la intimidad de esta mujer que siente que el capítulo principal de su vida se cerró y que entró en un triste epílogo; lo hace en un ritmo lento, pero de tono amable y cálido. Los lazos entre Rosalía y Zé serán los que potencien el relato, con la ayuda de convincentes interpretaciones por parte de Biff y Amaral. Si bien no hay un gran despliegue técnico las imágenes hablan por sí solas, sin grandes adornos, y transmitiendo los cambios en la personalidad de Rosalía. Sin embargo, algo hace que Por la ventana no termine explotando todo el potencial de su sencilla premisa. La historia de Rosalía se presenta con una capa algo superficial. Cada historia debe ubicarse dentro de su contexto. Por momentos, Por la ventana hace recordar a aquellas películas europeas con personajes (casi siempre femeninos) entrando en la tercera edad, con dramas familiares y una incertidumbre sobre el qué hacer con ese tiempo que antes se ocupaba con distintas actividades. Esas historias suelen funcionar muy bien… en el contexto de esos países, de esas sociedades con una idiosincrasia y una realidad diferente a la de esta región. Por la ventana aborda los localismos del idioma portugués y el español, alguna rencilla entre países, y posee ese colorido propio del trayecto – aunque intencionalmente algo opacado para transmitir las sensaciones de su protagonista –. Pero los temas a abordar dentro de una mujer que afronta una etapa ulterior de su vida parecieran quedar algo chicos respecto a otras posibilidades en las que podría haber avanzado. Caroline Leone afronta una ópera prima correcta, sensible en los temas que aborda, y con dos personajes que captan la atención del espectador. Con una mirada algo más aguda los resultados serían realmente superiores.
Basada en el best-seller homónimo, El círculo esboza una crítica sobre el abuso de las redes sociales ilimitadas, pero naufraga entre clichés, inverosimilitudes, y demasiada timidez para agudizar. Las redes sociales están entre nosotros, son un fenómeno masivo, y cada vez quedan menos de nosotros sin poseer una cuenta (sino más) en alguna/s de ellas. Sin ir más lejos, es muy probable que usted, lector, se encuentre leyendo esta reseña por haber encontrado un link de la misma, colgado en alguna de las redes habituales. Sitios online enormes, manejados por algoritmos, en el que millones de ciudadanos de alrededor de todo el mundo comparten todo tipo de información privada, haciéndola inmediatamente pública, por más protección de datos que se coloque; todo en pos de una mayor comunicación. Semejante estructura tiene que ser caldo de creación para obras de ficción que analicen teorías conspirativas con alguna crítica velada detrás. El círculo es una de ellas. La novela de Dave Eggers fue un best-seller global inmediato paradójicamente, gracias a las ventas en plataformas online; y es el mismo Eggers quien colabora en el guion de su adaptación cinematográfica junto al también director James Ponsoldt. ¿Qué es "El Círculo"? Es la empresa dueña de TrueYou, una red social que, explicada a grandes rasgos como lo hacen en la película, sintetiza en una sola lo que conocemos como Facebook, Youtube, Instagram, y ¿Foursquare? o cualquier otra plataforma de localización en vivo; entre varias otras. El círculo es un pulpo, una empresa gigante, manejada por Bailey (Tom Hanks) un personaje muy carismático con evidentes referencias a Steve Jobs. El círculo ofrece todo a sus empleados, un lugar de trabajo completo, con todo a disposición para llevar una vida, como lo que siempre se no muestra de Google. En ese lugar entra a trabajar Mae (Emma Watson), una joven que se dedica a la atención telefónica en una de esas empresas grises llenas de cubículos y estados alterados. El sueldo es bajo, y ella necesita un mejor sueldo para su familia. Por suerte, tiene una amiga que trabaja dentro del grupo más cercano a Bailey, y será ella quien le consiga un trabajo dentro de El Círculo. En un primer momento, a Mae se le presentarán todos los beneficios de trabajar en El Círculo, y será convencida de la potencia sin límites de TrueYou. Pero pronto empezarán a notarse las cuestiones absorbentes, tanto para los empleados como para los usuarios de TrueYou en donde el límite entre lo privado y lo público es muy difuso. Con esa premisa, El círculo cuenta conun arranque prometedor, sin caer en varias obviedades o coincidencias, pero muy efectivo. La llegada de Mae a la empresa hará notar que ese pulpo te atrapa, que te invita a no irte, y que quiere saber todo de sus empleados. Más tarde, el argumento se irá deshilvanando, por otros hechos fortuitos, Mae se convertirá en un emblema y conejillo de indias de TrueYou, compartiendo cada detalle de su vida las 24hs horas del día. Mae está embelesada con el progreso y la posición que consiguió y se sumará a las propuestas de hacer TrueYou más y más grande, sin medir las consecuencias. Es aquí cuando El círculo pierde la fuerza que había logrado en su primer tramo. Mae es un personaje arquetípico, un cliché andante en que todo lo que la rodea son las circunstancias ideales para que la trama avance. Tiene ambición porque necesita progresar por una buena causa. Tiene un amigovio que rehúsa de la tecnología y hace artesanías rurales. Unos padres necesitados (los fallecidos recientemente Bill Paxton y Glenne Headly) pero que funcionan como voz de conciencia. Una amiga que en un principio la incentiva a aceptar todo lo que la empresa le propone para llegar a ser como ella, y que luego, de una escena a otra, dará un giro también necesario para que todo avance. Es capaz de cruzarse con el personaje ideal entre miles de personas en una fiesta, y ofrecerle un trago para iniciar una charla, sin saber ni siquiera quién es esa persona; y todo, todo así. Mae es lo que El círculo necesita que sea para que la historia tena todos los condimentos. Pese a esto, Emma Watson la compone con solvencia y convicción. Tom Hanks necesitó de más tiempo en pantalla para mostrar la malevolencia detrás de la media sonrisa de Bailey. Es sabido que el actor de Naúfrago es capaz de comprarse a cualquier espectador, con un puñado de gestos, y aquí hace un buen uso de ese carisma nato. Nos queda algo pendiente su perversidad… o quizás sea que no la historia no pretende mostrarla. Cuando la historia se enfoque en las posibilidades de TrueYou y los difusos límites entre lo público y lo privado, y los riesgos de la permanente intromisión, entrará en un pantanoso terreno de lo inverosímil. No porque sea imposible que una red social llegue a eso, sino por el cómo las cosas se van dando. Será mucho más efectiva cuando atienda a las grandes empresas y las exigencias que buscan en sus empleados; aunque ¿casualmente? Nunca termine de focalizar en eso. Al final, El círculo será un divertimento entretenido, que por llenarse de lugares comunes y no crear personajes convincentes se quede a menos de la mitad de lo que pudo ser. Las dificultades que presenta a la hora de cerrar su concepto demuestran la timidez, o engaño, de lo que estuvimos viendo.
Un crimen, un enigma, y un pueblo lleno de sucesos extraños. La muerte de Marga Maier es una verdadera sorpresa refrescante dentro de la cartelera de estrenos locales. Camila Toker tiene una extensa carrera como actriz emergente de la camada del Nuevo Cine Argentino. Pero siempre será recordada como parte de aquel trio de directores, junto a Santiago Giralt y Tamae Garateguy, que nos regaló la magia burlona de ¡UPA! Una Película Argentina. La muerte de Marga Maier es su cuarta película, y en ella, pese a un enfoque a primera vista más “serio”, podemos encontrar mucho de lo que pareciera ser un sello. Sin lugar a dudas estamos frente a un film muy original. La historia comienza de modo potente, un helicóptero recorre una zona limítrofe entre Brasil y Argentina, una charla incómoda entre tres, una muerte sin más. La Marga Maier del título efectivamente está muerta; pero no es aquella muerte que se nos mostró en el inicio. Su cuerpo es hallado arrojado al río y tiene una herida mortal de arma blanca. Mientras la policía investiga, al pueblo llega Julia (Pilar Gamboa), heredera de los Victorica, que busca a Marga sin saber de su deceso. La idea es vender la finca que fue utilizada como vivienda familiar a un forastero, Ricardo (Ivo Müller); aunque todo quedará trunco cuando se enteren de los hechos recientes. Esta introducción servirá para que el guion co-escrito entre Toker y Anne Sophie Vignolles nos presente a una gama de personajes que rodean ese Punta Indio cargado de misterio. El Comisario (Alberto Suarez) y el Oficial Mendez (Sergio Boris) serán los encargados de investigar, y cada vez el caso se enrarece más. Ahí están entre otros Don Alejandro (Luís Machín), un hombre poderoso encargado de las ventas de las fincas; las cantineras Felicia y Nelly (Mirta Busnelli y Ana Pauls); y Jorge (William Prociuk), el sobrino de Marga que actualmente vivía en esa casa, con un pasado en común con Julia. No conviene adelantar mucho de lo que puede suceder, solamente lo que ya se sabe de antemano, la codicia maldita alrededor de un diamante conocido como Cruz del Sur, que sobrevoló toda la tragedia Victorica tendrá mucho que ver. Hay un misterio a resolver, sin embargo, no estamos frente a una tradicional película en este estilo. La muerte de Marga Maier posee un clima juguetón, lúdico, que más de una vez incomoda, y que siempre resulta sumamente atractivo. Hay ahí algunos apuntes que nos harán recordar para bien a la mítica Twin Peaks, con esos habitantes que guardaban más de un misterio. También un acercamiento más lindante al segundo film de Toker, Ramanegra que al díptico ¡UPA! Más allá de estas referencias y similitudes, La Muerte de Marga Maier resulta una completa evolución en la filmografía de Camila Toker. Se nota una madurez narrativa, ciertas inquietudes en la búsqueda de imágenes, y un armado de esquema actoral bien delineado. La cámara se encuentra en permanente movimiento, buscando encuadres, profundizando en los detalles, indicándole al espectador qué debe observar. Hay determinados momentos como la llegada de Julia, el interrogatorio a las dueñas del bar, o la fiesta cuasi pagana, que quedan grabadas en la retina sin necesidad de profundizar en diálogos redundantes. La historia atrapa, y aunque su resolución pueda ser adivinada, no resta que durante su desarrollo jamás pierda su enfoque. No estamos solo frente al misterio de una muerte (y la relación con lo que vimos al principio), estamos frente al misterio de los habitantes de un pueblo. El conjunto actoral logra momentos sobresalientes. Los talentos de Machín, Busnelli, Boris, Suarez, y Walter Jakob (el forense) son probados y no fallan. William Prociuk sorprende con un personaje de varias capas siempre convincente. Pero quien se roba la escena es esa actriz en constante crecimiento que es Pilar Gamboa. Julia es un personaje diferente a todo lo que le vimos hacer a la actriz de El Incendio. Algo de femme fatale, algo de heroína, algo de detective, de fragilidad y de ambición. Julia es un personaje al que cuesta sacarle la ficha, y Pilar Gamboa la interpreta con convicción, con gestos medidos pero marcados, con la postura corporal erguida. La muerte de Marga Maier se permite sorprender hasta con una banda sonora que irrumpe con una guitarra como un personaje más (algo similar a lo que recordamos en Loco por Mary). Juega con la estética, se mueve, y sin embargo nunca pierde su sobriedad y elegancia de recursos cuidados. Lo mejor que puede decirse de una película así es que no estamos frente a una más; que es un viaje que bien vale la pena emprender.
Directo desde Inglaterra, No toques dos veces es un producto que intenta mezclar el terror con el drama; pero sus bajos estándares no permiten que levante demasiado vuelo. El cine de terror ha sido siempre un exitoso modo de “tapar baches” dentro de la cartelera. Parece no importar la distancia entre su estreno original y el local, la calidad del producto, o el destino con el que fue pensada. Probaron repetidas veces rendir como mínimo moderadamente bien en nuestras salas, más de una vez relegando a títulos locales más promisorios. Repetidas veces, como las veces que hay que golpear la puerta en No toques dos veces, otro de esos títulos que no justifican del todo con su resultado el arribo en nuestras pantallas. Dirigida por Caradog James (¿?), No toques dos veces no es necesariamente un mal film. Es una película que en la mayor parte del mundo se estrenó a principios de año directo a video hogareño o en plataformas online On demand, y ese detalle se nota a la hora de hacer un análisis, aunque sea superficial. Katee Sackhoff – cara recurrente en roles secundarios del género, por ejemplo, como la madre de Oculus, una de las víctimas en Halloween Resurección, o en la TV dentro de Battlestar Galactica – es Jess, una madre que intenta reconectar con su hija a la que abandonó hace muchos años siendo una criatura, haciendo que esta se criara en un orfanato y en varios hogares sustitutos. Chloe (Lucy Boynton, de Sing Street) no está del todo feliz con este lazo que su madre biológica quiere reconstruir después de tantos años, reclamando su custodia y llevándola a vivir con ella. Obviamente, la relación entre ellas no es la mejor, y los intentos de Jess por crear un vínculo rebotan uno tras otro ante la irascible Chloe. Claro, nos vendieron una película de terror, entonces tenemos que hay una leyenda entre los amigos del orfanato de Chloe que habla de una casa abandonada, y de una ¿bruja?, Mary Aminov, Que habita dentro de ella, y que sí, adivinaron, se hace presente cuando tocan dos veces a la puerta. El mito cuenta que la bruja se cobró la vida de uno de los chicos hace muchos años, que desapareció y nunca más se lo vio. Se inventaron todo tipo de excusas para justificar esa ausencia, pero Chloe y los suyos conocen la leyenda ¿y qué pueden hacer si no probar por ellos mismos si es real? Porque sí, Chole y su novio Danny se meten con Aminov, que atrapa a Danny, y perseguirá a Chloe aun cuando esta cree haberse librado. Sí, No toques a la puerta no reboza en originalidad. Todo es una excusa para repasar clichés de una madre que deberá resurgir de sus errores para salvar a su hija del mal que la acosa. En el mientras tanto, vamos repasando ítems conocidos como el hecho de que su pareja (que no está muy feliz con la llegada de Chloe) justo tenga que irse de viaje y deje a las dos mujeres solas; que Jess sea escultora y tenga como modelo a una mujer que presiente la oscuridad; que aparezca un detective y los responsables del orfanato sospechando de Jess y que esta tenga que averiguar la historia detrás de Mary; etcétera y etcétera. Podríamos decir que el cine inglés, a diferencia de Hollywood, tiene una tradición más cercana al drama con elementos sobrenaturales que van creciendo (como la reciente y más lograda A Dark Song) que al puro ritmo frenético de montaje. No toques dos veces responde a esto. En gran parte se enfoca en los intentos de conexión entre Jess y Chloe, y el elemento sobrenatural actúa como una metáfora, algo obvia, de las dificultades que deberán atravesar. El problema es que el guion no genera gran emoción, por lo que el drama impuesto nunca levanta demasiado vuelo, todo puede adivinarse aun antes de ver la película con tan solo revisar su premisa. En cuanto al terror, es escaso, hay algunos golpes de efecto, aquí y allá, algunos ruidos aturdidores, y se busca alcanzar un climax que sí, llega, y hace que lo visto hasta entonces repunte algo. Sackford tiene experiencia en el género y acá la vamos a ver sufriendo, mucho, pero aunque no tiene mucho con lo que trabajar, pero convence dentro de la propuesta. No esperen grandes efectos, ni enormes momentos de suspenso, No toques dos veces es una propuesta consciente de ser barata, de haber sido creada para un ámbito hogareño; que entretiene el rato que se la ve, pero deja gusto a poco, aún más habiendo pagado la entrada a una sala.
Jóvenes brujos. Esteban (Patricio Penna) es un adolescente introvertido, con intenciones de poeta, burla de todos los compañeros de colegio, su propia familia sabe poco de él, y no tiene ni un amigo. Ese 1998 en Formosa las cosas están por cambiar; en la misma división del colegio al que va Esteban llega Gastón (Felipe Ramusio Mora), hijo de un diplomático, rebelde, que va cambiando continuamente de colegio, y de provincia, “actualmente” viene de Rosario. Gastón despierta inmediatamente la atención en Esteban, y no tardará en que los hechos los hagan amigos. Más que amigos, socios. Gastón tiene una sombra encima suyo, hay algo de resentimiento (no tan) solapado, quiere vengarse de la gente del colegio, de la sociedad, y Esteban puede ser su socio y eventual brazo ejecutor. Ambos organizan un plan para realizar actos de vandalismo menor desde el anonimato, a personajes puntuales y así crear un caos generalizado en el ambiente. El plan marcha sobre ruedas, la amistad se va consolidando en la complicidad, hasta que… Sebastián Caulier debutó en el largometraje con un film que comparte varios puntos en común con El Corral, la injustamente infra valorada La inocencia de la araña en la cual dos niñas se obsesionaban con su profesor hasta llegar a un límite extrañamente macabro. Aquí continúa en el ambiente escolar de un colegio privado en el interior del país, una sociedad de clase media establecida, y la juventud vista como un hervidero en el que todo puede suceder con tal de cumplir con las pulsiones florecientes. El cine de género le sienta muy bien a Caulier, lo que ya en su anterior film funcionaba correctamente, ahora fue perfeccionado y permite que El Corral pueda moverse cómodamente entre varios estilos. Manteniendo siempre un ritmo atractivo desde el relato y la acción del montaje; El Corral se presenta como un drama generacional, desarrollando personajes que pueden parecer arquetípicos, pero son fácilmente reconocibles gracias a sus varias capas. Dentro de ese tono casi dramático se permite un juego de comedia que más de una vez cae en una exageración cercana al grotesco aun siempre cumpliendo su efecto. Lentamente se nos irá llevando a una zona turbia en la que el juego dejó de serlo y el peligro es inminente, las cosas se van de las manos y la tensión aumenta a niveles inesperados; estamos dentro de un thriller muy cumplidor. La premisa de El Corral puede no ser tan original, las influencias de dos films como Heathers y The Craft están ahí, al igual que varias similares a estas dos, si hasta en un capítulo de Los Simpson podemos encontrar la historia de dos jóvenes rebeldes que se complotan para realizar actos vandálicos menores que dejan de serlo. Sin embargo, el gran logro de Caulier será trasladar esas historias a nuestra idiosincrasia, a una provincia como Formosa, y a un contexto histórico de hace casi veinte años visto desde los ojos de la actualidad. A todo esto, repetimos, Caulier maneja exactos hilos de suspenso y una creación de personajes muy carismática. Penna y Ramusio Mora tienen química entre sí, logran desplegar esas pulsiones de evidente homoerotismo, con escenas muy provocativas, y a su vez parecen niños grandes, la apuesta al naturalismo en la creación de escenas por parte del director, ayudará a potenciarlos. A ellos dos, se les debe sumar los talentos de Valeria Lois y Diego De Paula como los perdidos padres de Esteban. Con apartados técnicos correctos para una producción independiente, con puntos altos en el montaje rítmico y una banda sonora muy pegadiza, El Corral redondea una propuesta a puro atractivo. Conclusión: En su segundo film Sebastián Caulier demuestra nuevamente su interés por un mundo joven incomprendido y librado a sus impulsos más naturales. El cine de género es una perfecta excusa para contar una historia llena de bríos y dinamismo, que no escapa a ciertos mensajes a los que habría que prestarle atención. El Corral se ubica dentro de las propuestas más frescas y logradas del actual cine argentino joven.
La tercera inclusión detrás de cámara de Stephen Gaghan, El poder de la ambición, recae en mucho de la pantanosa bajada de línea de su anterior Siryana, sin mantener la rigurosa tensión atractiva de aquella. Así como hay películas que sorprenden por su gran originalidad, hay otras que parecieran abocarse a “tomar inspiraciones”, de otras historias ya contadas, que por una razón o la otra, quedaron en el imaginario colectivo. El poder de la ambición se basa en una historia real, como les gusta decir, es cierto, pero creando un personaje ficticio alrededor. La historia real es la del grupo de compañías canadienses conocidas como Bre-X, las cuales en 1993 adquieren un territorio en Busang, Indonesia, para dos años después anunciar que en ese lugar se habían descubierto grandes cantidades de oro. Básicamente se trató de un fraude en la bolsa de comercio. Tras ese anuncio sus acciones aumentaron enormemente, resultando luego que tal descubrimiento no era real. La historia de Bre-X es uno de los fraudes más famosos de la bolsa, y a Hollywood le encantan estas historias, no se cansan de contarlas, y aquí está una vez más. Como dijimos, hay un entorno de ficción otorgado por el protagonista Kenny Wells (Mathew McConaughey), un empresario caído en desgracia intentando dar manotazos de ahogado. Lo suyo es ambición pura, y no está dispuesto a caer. Por eso, pergeña un plan tan descabellado como megalómano. Se asocia a un geólogo tan ambicioso como él, Michael Acosta (Edgar Ramírez) para hacer una exploración a Indonesia buscando oro. Por supuesto, las cosas se irán poniendo cada vez más turbias… ¡y divertidas! Sí, divertidas, porque los guionistas Patrick Massett y John Zinman parecen haber estado viendo mucho El lobo de Wall Street, y hacía allá fueron. Y si a aquella épica capitalista de Scorcese ya había varios puntos que reprocharle, imaginen a este guion escrito por dos personas cuyo único crédito anterior en cine es la primera Tomb Raider de Angelina Jolie. No sabemos por qué El poder de la ambición no decide contar la historia real de Bre-X y se limita a una ficción con mucho de farsa como el film protagonizado por Leonardo DiCaprio (aunque mucho más medido en esta ocasión). Lo cierto es que le sirve de molde para crear un personaje – como también vimos en la reciente The Founder – que si bien actúa de modo despreciable, se nos presenta del modo más carismático e indulgente posible. Sí, El poder de la ambición dibuja una crítica al mercado, al corazón del capitalismo salvaje, a la ambición desmedida, y a la explotación del primer mundo; pero como en aquellas oportunidades, no disimula demasiado ser una máscara para correrse y dejar ver detrás un visto bueno porque… bueno, así se construye el anhelado sueño americano. Que si hablamos de materias fílmicas y no ideológicas; también El poder de la ambición se ve afectada. En su combo encontramos a Scorcese, algo del Oliver Stone más político banal, Diamantes de Sangre, algo de aventura y romance que parece sacado de los folletines de los ’50, y una explicación de la bolsa de mercado para el público popular propia de La gran apuesta. Cuesta encontrar algo aquí, tanto desde la puesta, desde el guion, o desde la creación de personajes, que sea auténtico. Todo está al servicio de McConaughey, es de esas películas que, con mejor fortuna, hubiesen olido a alguna premiación en rubros interpretativos. Wells es un derroche de carisma, y aun cuando cae, dan ganas de abrazarlo… aunque sea para rodearlo y pegsrle pegarle un poco más. El actor de Tiempo de Matar lo compone con convicción, pero nuevamente, es algo que ya le vimos hacer, por ejemplo, sí, en El lobo de Wall Street. El resto del elenco, con un Edgar Ramirez haciendo otra vez lo que hace siempre, es correcto, pero no destaca. Técnicamente correcta, aprovechando los paisajes para las tomas aéreas; es ahí donde encuentra una zona de confort. En ser un film visualmente atractivo, entretenido si se adentra en la historia, e inspirador para quienes creen que pisar cabezas es un método posible para subir al peldaño siguiente.
Documental sobre uno de los casos que más polémica levantó en la crónica de los medios y en la opinión popular en los últimos años; La cena blanca de Romina de Hernán Martín y Francisco Rizzi es un trabajo concreto, de resolución simple, y un entramado dispuesto a no dejar si opinión a ningún espectador. Todo desde una mirada que no le huye al compromiso. En la noche del 22 de febrero de 2003, Romina Tejerina se dirigió al baño. Según sus palabras, pensó que defecaría; pero no, parió el embarazo que ocultaba hacía siete años. Cortó el cordón umbilical, puso a la bebé en una caja, y en medio de un brote, al mirarlo se le cruzó otra cara, la de su violador, y arremetió con varias puñaladas sobre la recién nacida. Más de dos años después, el 10 de junio de 2005, Romina fue condenada a catorce años de prisión, cuando el juez no consideró lo sucedido en agosto de 2002 como una violación. Tras nueve años, mediante el régimen de buena conducta, Romina fue liberada. La cena blanca de Romina es el primer documental que aborda esta historia que conmocionó al país, y se convirtió en un emblema, cuando postulados como Ni Una Menos todavía no estaban en la discusión diaria. Hay una condena judicial y una social, y Romina fue presa de las dos; en el marco de una sociedad de costumbres tan tradicionales como conservadoras. Una justicia que pareció estar más del lado de quien la violó; una sociedad que se dividió entre tomarla como un emblema de la lucha por el derecho de la mujer sobre su cuerpo, y acusarla de ser la peor de las asesinas. El caso de Romina llegó a los medios, se viralizó, fue la inspiración para la bellísima Santa Tejerina de León Gieco, y todos teníamos una opinión, sin conocer la historia de fondo, como sucede siempre con estos hechos en los que pareciera haber carta banca para que cualquiera pueda decir lo que quiera. Dividido en tres episodios, La cena blanca, Romina, y La lucha; el documental utiliza recursos ya conocidos como el material de archivo y las entrevistas en primera persona; para armar una idea del contexto en el que ocurrieron los hechos; el antes, durante, y después. ¿Qué es la cena blanca a la que hace referencia el título? Una fiesta de graduación, realizada cuando terminan el secundario, en un estilo muy similar a lo que vemos en las películas hollywoodenses, más tradicionalista, y referido a una gala especial. Romina no pudo asistir a su cena blanca, la noche de su cena ella estaba detenida. Martín y Rizzi recogen testimonios y esbozan la idea de una sociedad jujeña tan tradicionalista como conservadora, que aun hoy pareciera seguir sosteniendo la postura del juez y de su violador de que aquello fue un acto consentido. Que se jacta de vestir a sus mujercitas de largo blanco seda, les ofrece una diversión a puertas cerradas que dura toda la noche, pero condena a una mujer que sufrió una consecuencia atroz y quiere poder decidir sobre su cuerpo. Si bien la mayoría de sus estructuras son de estilo televisivo, su duración de apenas una hora deja esto en evidencia, será el peso de su contenido, y la actualidad latente en medio de los reclamos por los derechos de la mujer, lo que hagan de La cena blanca de Romina un material muy valioso. Por momentos el caso Tejerina pareciera ser un botón de muestra, y eso es lo que preocupa, ver cuánto cambió desde entonces. Ahí está ese grupo de mujeres que lucharon por su libertad y luchan por los derechos de otras mujeres, quizás el cambio esté en ese vaso medio lleno.
Irreverente, oscuramente gracioso, negrísimo, desbordante en violencia, tan escatológico como exagerado. El cine de Alex de la Iglesia tiene sus marcas registradas; y El Bar, lejos de buscar nuevos horizontes, es uno de sus productos más fieles a su estilo. No le ha ido bien al bilbaíno con el público cada vez que intentó abrirse camino por senderos “más serios”, Los crímenes de Oxford y La Chispa de la Vida, por citar dos, tuvieron recibimientos más bien tibios. Por eso mismo, es de celebrar que su nuevo film respete a rajatabla la fórmula; y aun así se sienta como un producto fresco y original. Un puñado de personajes, todos se presentan de manera individual en medio de un día muy agitado en la ciudad. El punto de convergencia será el bar madrileño del título. Punto neurálgico, no es un lugar de categoría ni mucho menos. Todo lo contrario, para algunos es un refugio, para otros el lugar en el que todos se conocen, para otros el primer lugar que encontraron para escaparse del afuera. ´ Todos están ahí, pero esto no es Cheers, así que algo turbio sucederá. Elena (Blanca Suarez) llega al lugar buscando cargar su celular, se lamenta de no haber podido mantener activo un chat de cita con un chico con el que probablemente había alguna chance. En el bar lo que la espera no es precisamente amabilidad, se nota que ella no pertenece ahí. Todo funciona como un micromundo en el que encontramos, como en un zoológico, distintas especies animales/humanas. Uno de los visitantes querrá irse del lugar, como cualquiera, como todos los días, pero al cruzar la puerta, la muerte, un francotirador invisible dispara contra su cabeza. La mínima cordura que había en el lugar, se terminó. El hecho se repetirá, por lo que es seguro mejor no salir ¿Es más seguro? El guion del propio De la Iglesia en conjunto con su habitual colaborador Jorge Guerricaechevarría, planea tres espacios, el afuera, el bar, y eventualmente el sótano el bar (¿Cielo, purgatorio e infierno?). Cada uno de esos ámbitos recibirá un tratamiento diferente, desde lo narrativo y desde lo visual. El grado de locura irá in crescendo a medida que desciendan más y más. Como en la gran adaptación de La niebla que hizo Frank Darabont, aún si saliendo afuera lo más probable es que mueran, el peligro peor se encuentra adentro. El encierro, la ansiedad, la desesperación, el miedo, la supervivencia, sacará lo peor de cada uno, transformándolos en seres rastreros cada uno con características diferentes. ¿Importa qué es lo que sucede afuera? No, se sabe que es mortal, que puede ser algo conspirativa, y que da libre interpretación para las teorías más descabelladas. Por supuesto que si hablamos de De la Iglesia no podemos hablar de quietud. Aun siendo en ambientes cerrados, casi teatrales, con personajes que, si no pocos son “siempre los mismos” sin extras, el ritmo es demoledor. El bar funciona como una montaña rusa sin frenos, no hay un momento en que pare, continuamente sucede algo que despierta nuestra atención, pero jamás apabulla. Si Las Brujas de Zugarramurdi tenía mucho de El día de la Bestia, El ar tendrá mucho de La Comunidad, su otra obra máxima. La llegada del afuera, el micromundo, la ambición, y el grotesco desde lo cotidiano, todo nos hace recordar a aquella excelente película. La dirección de actores siempre ha sido otro fuerte del director, y no falla. Suarez impulsa el relato, pero cuesta decir que hay un solo protagónico. Cuenten a Mario Casas (que cuando lo agarra del director de 800 Balas le saca un talento que en otras ocasiones parece mantener oculto), Terele Pávez, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordoñez, Joaquín Climent, y hasta nuestro Alejandro Awada (que no pierde tiempo es explicar cuestiones de acento); todos componen roles perfectos, ajustados, de química perfecta, criaturas divinas en manos de un realizador que adora recargar las tintas sobre los personajes, y con todo, siguen pareciendo reales. La gran comicidad, más de una vez incómoda, que posee el relato pasará permanentemente por las características contrapuestas de ellos. El rubro técnico no necesita de un gran despliegue, todo está en ese montaje furioso, pero cumple sobradamente con el lenguaje visual. Se pueden hacer todo tipo de lecturas de lo que está sucediendo, y las imágenes acompañan permanentemente. No hay nada descuidado desde la fotografía y la implementación de planos, todo denota un gran cuidado en el detalle, si hasta la evidente pauta publicitaria pasa como algo simpático. Sí, hay algunos detalles de guion, de resolución que, si se hila fino, no cierran, pero tampoco pareciera ser que la idea principal del film sea plantear un gran enigma a resolver, lo importante más allá de las resoluciones y los por qué será el recorrido, el infernal viajecito. El bar trae la mejor forma de un director que filma con una fórmula propia, que acostumbra a sus espectadores a esperar determinados elementos de sus films, y lejos de defraudar, los envuelve de un modo tal que parece original. La renovación del cine de género español se mantiene activa con directores que ya entran cómodamente en la escala de clásicos indiscutibles.