El segundo film del más reconocido como guionista y productor Alex Kurtzman entretiene, aunque queda a mitad de camino entre lo que es y lo que pudo ser. Su pertenencia a algo más grande se hace notar. El cine de terror tiene incontables variables y formas, y entre ellas se encuentra la de los monstruos clásicos. Personajes salidos de alguna mitología, de leyendas, o de la literatura universal que, casualmente, perdieron sus derechos de autor, por eso suelen ser carne de cañón para que se haga lo que quiera con ellos, desde comedias a films pornos. No hace falta mucha presentación cuando hablamos de “Los Monstruos de la Universal”, el gigante de Hollywood hizo sus primeros éxitos en base a ellos, y sus imágenes se convirtieron en iconografía popular. Pero las décadas pasaron, el mercado cambió, y siempre se tuvo la idea de resurgirlos, con varios intentos infructuosos, películas exitosas (y otras que no), pero que nunca pasaron del “primer monstruo”, y el proyecto siempre postergado de volver en cantidad. Todo esto para decir que esta nueva versión de La Momia (con la trilogía de Brendan Fraser y Cia. ¿Aún fresca?) se presenta como una suerte de primer capítulo de algo llamado Dark Universe, y que intentará enlazar la historia de varios de los monstruos conocidos dentro de un mismo universo cinematográfico; algo que, en el recorrido del film, afecta, positiva y negativamente. Si uno mira lapublicidad alrededor de La Momia pareciera haber algo tan o más importante que la momia en sí misma; sí, el protagónico del mega astro inoxidable Tom Cruise, en la piel de Nick Morton, soldado encargado de la inspección de territorio, que junto a su colega y amigo Chris Vail (Jake Johnson) realizan otro tipo de actividades cuasi paralelas. Ambos son dos bribones, descarados, que aprovechan esos territorios inexplorados para hurtarse objetos que eventualmente pueden ser de valor en el mercado negro. Así la cosa, ambos se encuentran dónde sino… en Irak, antiguamente Mesopotamia, cuna de la civilización. En medio de la guerra – presentada de un modo descarado y con bajada de línea directa incluida – ellos hacen un descubrimiento, lo que parece ser una tumba gigante, y serán enviados a explorarla junto a la Dra. Jenny Halsen (Annabelle Wallis). Por supuesto, harán todo mal, Nick desencadena el mecanismo incorrecto, y encima se llevan una daga. Mientras tanto, en Inglaterra, otra tumba, esta vez de los templarios durante las Cruzadas, es hallada, y en ella, encuentran una piedra preciosa. En el lugar se hará presente la otra arista fundamental de esta historia, el Dr. Henry Jekyll en la piel de Russel Crowe, con intenciones no del todo claras. Ambas historias no tardarán en unirse y la maldición de la momia de la princesa Ahmanet (Himhotep, te extrañamos) interpretada por la argelina Sofía Boutella se desatará más tarde que temprano. Sí, el guion escrito a doce manos por David Koepp,Christopher McQuarrie, Dylan Kussman, Jon Spaihts , Jenny Lumet, y el propio Kurtzman, se toma su tiempo para introducir la historia, para presentarnos al monstruo. Algo similar a lo que hacían los films clásicos que se basaban en generar expectativa sobre el horror que podíamos enfrentar. Claro, esta vez no es tan así, a la momia la pudimos ver en todos lados, en los afiches y posters y en cuanto promoción se les ocurra. No se intenta generar expectativa con el monstruo, sino entregarle el film a Cruise y todo lo que esperamos de un film de él. La Momia es varias cosas a la vez; un film de terror (que no genera miedo pero ni lo intenta, y tampoco esperábamos que lo haga); una aventura bombástica que no se detiene casi nunca; un film de acción que nos hace recordar a la actual saga super exitosa del actor Misión:Imposible; y una suerte de esquema de film de superhéroes como lo son en la actualidad, en la que constantemente se tiran líneas y detalles sobre lo que vendrá, y se intenta presentar a un personaje normal muy carismático que se enfrentará al desafío de tener algo desconocido en su cuerpo, además de un reclutador l que será imposible no relacionar con el Nick Fury de Samuel L. Jackson. La Momia no es un film perfecto, está lejos de serlo, abusa de la comedia que hasta se permite más de una vez cortar el clima, recurre a clichés viejos para generar impacto, y tiene baches tanto en el guion como en la estructura de los personajes; pero entretiene todo el tiempo, y aunque se entiende todo, es tan liviana y ágil que no nos importa tanto las cosas que no cierran. El carisma abunda, Tom Cruise, se sabe, es el arma que mejor utiliza, y no defrauda, su personaje cambia de nombre, pero no de actitud, aunque puede que aquí esté más relajado que en la saga mencionada anteriormente. Russell Crowe se divierte, y aun así entrega una interpretación con rigor y nos deja con gusto a saber más de su Jekyll & Hyde. Sofía Boutella convence, la momia Ahmanet es un personaje atractivo, que en otro contexto pudo generar mucho terror, pero igualmente otorga varios momentos sugestivos, por supuesto, la sensualidad, aun con un cuerpo putrefacto, será esencial. El problema con los personajes pasa por otro lado, Annabelle Wallis permanentemente está en pose de modelaje, sus diálogos distan mucho de ser dichos con convicción, y su química con Cruise es cero, permanentemente nos importa muy poco lo que suceda con esta doctora de la que poco se sabe y poco queremos averiguar, es casi un cliché de damisela actual. Algo similar sucede con Vail, no es que Johnson lo interprete erróneamente, su personaje adopta un carril anticlimático, perfectamente pudo ser un personaje que meta miedo junto a Ahmanet, pero no, cumple una molesta función de comic relief pocas veces efectiva. Atractiva visualmente y con todo lo que tiene que tener un tanque como este, La Momia tiene varios errores, pero el resultado final no engaña. Jamás prometió ser una cinta de terror puro, se sabía que lo suyo iba a ir más por el lado de las explosiones que de la sangre, y eso es lo que entrega, un entretenimiento pasatista e inofensivo. Dependerá de su éxito ver cómo sigue este Dark Universe, este primer paso es algo errático aunque finalmente llega a destino.
Después de muchos anuncios, postergaciones, y proyectos cancelados; finalmente, se estrena Mujer Maravilla. Un personaje creado en el papel por William Moulton Marston en 1941, inmortalizado en carne y hueso por la serie de TV (1975-1979) protagonizada por Linda Carter, con una iconografía instalada por esta última difícil de despegar. Es también el cuarto film del intento de DC Comics por crear un universo propio de películas interconectadas iniciado en 2013 por Hombre de Acero, y cuyo último capítulo, Escuadrón Suicida, había dejado un sabor más bien amargo en el público. Ese es el camino que recoge esta Mujer Maravilla (personaje que ya se nos mostró satisfactoriamente en Batman Vs Superman) con una primera escena introductoria, relacionada con la mítica Wayne Corp., y que servirá de anclaje para que se nos cuenten los orígenes de la amazona. Virtualmente divida en tres etapas, el guion creado por Allan Heinberg sobre una historia creada por este con la colaboración de Zach Snyder y Jason Fuchs nos presenta en un primer momento la formación de Diana en la isla Themyscira. Hija de la reina Hipólita (Connie Nielsen), que intenta en vano mantenerla alejada de actividades” guerreras”. Diana se siente atraída por las clases de la instructora Antiope (Robin Wright) y, por supuesto, desobedeciendo a su madre, terminará recibiendo preparación sin saber el riesgo que corre; claro, hay un secreto que envuelve a su persona, Diana no es cualquiera de las amazonas que habitan en la isla. Cuando Diana crece, en ese entorno aparado del mundo exterior, son más las dudas que las certidumbres. Hasta que en la isla irrumpe una avioneta estrellándose en el océano que traerá consigo al piloto espía de la Primera Guerra Mundial Steve Trevor (Chris Pine), quien accidentalmente terminará descubriendo la isla. Aquí comienza la segunda etapa del film en el que se formará la relación entre Diana (Gal Gadot) y Steve, y ante una invasión de los alemanes, se forjará el destino de abandonar la isla y acompañar a Steve “al mundo”, para terminar con lo que ella supone, es el Dios que contamina de violencia a los humanos, enquistado en los alemanes. La tercera etapa, claro está, será la que verá nacer a la Mujer Maravilla en todo su esplendor. Estos tres períodos también son diferentes tanto estética como narrativamente, siendo el primero de ellos el más llamativo. Themyscira se ve esplendorosa, la presencia de Nielsen y Wright enaltece a aquellas guerreras feministas que no necesitan de la presencia del hombre para imponerse. El combate durante la invasión alemana quizás abusa de los ralentíes, pero esto mismo lo hace visualmente poderoso. La narración crea un misterio que, aunque obvio, se sostiene, y logra que nos interesemos por el destino de Diana. La relación de Steve y Diana y la llegada a Inglaterra, marcarán las fuertes referencias con la serie televisiva. Fuerte implementación de comicidad, de estilo clásico, nuevamente de tono feminista, y con el doble sentido entre “la pareja” a la orden de día. Algunos podrán notar que a historia parece no avanzar durante esta parte, la comicidad es abundante, y hasta algo ridícula. La bajada de línea es típica, directa, y se arrojan una cantidad de datos sobre la Primera Guerra Mundial a la que, lo mejor que podemos hacer es tomárnoslo en solfa. Se habla de buenos y malos, hay imprecisiones históricas, y varios etcéteras. En definitiva, no estamos frente a una película que intente educar históricamente. Sí es acertado estéticamente, con un cambio rotundo de colores, pasando del brillo de Themyscira a la opacidad de una guerra dolorosa. Cuando finalmente llegue el tercer acto, propio de película de superhéroes, la narración pierde algo de su eje, y las imágenes abruman con un CGI demasiado irreal, en contra posición con la sobriedad y clasicismo expuesto anteriormente. Gal Gadot no recibirá premios a mejor actriz, lo suyo interpretativamente es limitado, pero le sobra carisma y garra, se entrega al personaje, tanto de Mujer Maravilla como de Diana Prince, y tiene química con Pine; convirtiéndola en un gran acierto para el papel. Lo mismo podríamos decir de Pine, en un tono cómico inocente, heroico de segundo plano, y de galan clásico; convence. Los villanos compuestos por Danny Huston y Elena Anaya carecen de un gran peso, y se hace obvio que habrá una vuelta de tuerca. Sí convence el trío conformado por Saïd Taghmaoui, Ewen Bremner, y Eugene Brave Rock como los “soldados” que formarán ese grupo cuasi para militar junto a Diana y Steve. Patty Jenkins, recordada por la sorpresiva Monster, impone otro personaje femenino fuerte, un universo en el que las mujeres pelean a la par en un mundo que parecía dominado por el hombre. Estos no suelen ser films en el que los directores tengan un gran control creativo, aquí su mano se nota. Clásica, entretenida, muy épica, y llevadera durante sus dos horas veinte sin decaer; aún con varios altibajos, Mujer Maravilla es un exponente convincente de este tipo de propuestas. Atrapará tanto a los seguidores del comic, de la serie, y a los recién llegados; no es para nada poco.
Sacá el monstruo que hay en vos. A Vigalondo le alcanzó con su ópera prima Los Cronocrímenes para ubicarse dentro de un selecto grupo de directores provenientes del país ibérico que llegaron para renovar la fructífera cuota de cine de género proveniente de ese país. Sus siguientes dos propuestas, Extraterrestre y Open Windows, lo confirmaron como creador con talento, aunque ninguna alcanzó la excelencia de su primera obra. En un pantallazo, Colossal parecía ser el gran salto a las grandes ligas. Si bien no había una gran banca marketinera detrás, el contar con dos estrellas convocantes en sus protagónicos, y la aparición de monstruos y robots que atacan a toda una ciudad hacía suponer un gran despliegue para la baba de sus seguidores que lo verían dar el siguiente paso; de hecho, es su primer film en estrenarse en salas en nuestro país. La realidad, si bien no decepcionante, dista bastante de eso. Colossal es una comedia hecha y derecha, no tanto para las carcajadas como para la sonrisa. No es Godzilla, Cloverfield: Monstruo, King Kong: La Isla Calavera, ni menos Pacific Rim. Sí, hay un planteo cercano a ese subgénero popular en Japón conocido como Kaiju (básicamente monstruos gigantes que surgen de algún lado y tienen como fin aplastar maquetas o CGI de torres y edificios mientras la gente corre y muere pisoteada); pero el contexto es otro, y se hace sentir desde los primeros minutos luego de una secuencia previa realmente muy prometedora. Un monstruo incontrolable: Gloria (Anne Hathaway) es un desastre y su vida en Nueva York junto a su pareja perdió el control. Alcohólica, se trasnocha, solo quiere dormir todo el día, y su novio ya le perdió el rumbo; por eso, la echa del departamento. Sin lugar a dónde ir, y desorientada en su destino, Gloria regresa a su pueblo natal. Allí, entre otras cosas, visitará el bar (por supuesto), y se reencontrará con Oscar (Jason Sudeikis), un amigo de la infancia con el que parece haber quedado alguna cuenta pendiente. ¿Estamos en un film producido/dirigido/guionado por Judd Apatow o John Carney? Casi, porque cuando Gloria visita una pequeña plaza en el pueblo, suceden cosas extrañas. Las noticias informan de un monstruo gigante de apariencia extraterrestre que aparece de la nada y aterroriza con su presencia y andar a la ciudad de Seúl en Corea del Sur. ¿Qué tiene que ver esto con lo que vimos antes –salvo la secuencia previa–? Todo indica que Gloria y el monstruo están conectados, que el monstruo imita el andar torpe de Gloria por esa plazoleta, o eso le parece a ella. ¿Cómo convence ahora al resto de los habitués de ese bar? Una comedia con corazón indie: Eso es Colossal, una comedia de tono cuasi indie, con personajes con carnadura (aunque ya hemos visto similares en casi todas las películas de ese estilo, outsiders cancheros que arruinaron su vida de fracaso en fracaso, probablemente de botella en botella, y que buscarán una redención volviendo a sus orígenes para encarrilarse). Sí, también hay monstruos grandes y gente huyendo despavorida por las calles de Seúl… aunque muchas veces (¿la mayoría?) lo vemos a través de una pantalla de televisión. En la versión de Godzilla de 2014 también asistíamos a una propuesta en la que nos hablaban más de los personajes que de la “acción monstruosa”, pero esa vez se optaba por un melodrama cursi en la que, de alguna forma inentendible, el lagarto estaba encarnizado con ver morir a cada miembro de una familia generación tras generación como si fuese Tiburón 4: La Venganza mientras todas las escenas de ataque se perdían en el montaje, entre lluvia y neblina, o en pantallas al fondo del cuadro. Por suerte, Vigalondo aquí crea una total empatía con los personajes. Y el tono, claro, es mucho más relajado, por lo que nuestro interés se mantiene permanentemente atento. En pocas palabras, la comedia funciona y hace que las escenas de monstruos funcionen también… aunque quizás no como nos esperábamos. Anne Hathaway se prueba en un tipo de personaje algo diferente, no tan perfecta y alineada, y cumple. Demuestra que tiene mucha soltura en la comedia sea el rol que sea. Jason Sudeikis se ve algo desdibujado ante el protagónico de Hathaway, si bien tiene momentos en los que se gana nuestra simpatía con un personaje que no sabemos si amar u odiar. Entre ambos hay un juego de química/anti-química que potencia esta historia en esencia simple. Los rubros técnicos disimulan muy bien un presupuesto que no es ni de los más abultados ni le llega cerca a un tanque hollywoodense. Se elige qué mostrar y cómo, casi como una propuesta artesanal con CGI aceptable. El montaje es dinámico y le agrega un ritmo para nada vertiginoso, llevadero. Conclusión: Colossal es la propuesta más estereotipada y genérica de un director al que le pusimos todas las fichas para calentar la escena del suspenso y la ciencia-ficción. Una comedia amable, entretenida, con un buen dúo protagónico y secundarios que acompañan bien. Hay algún bache en la mitad que no termina por arruinar la propuesta y se erige para un final en el que sí, con algunos reparos se nos entregará lo prometido. ¿Alcanza? Sí ¿Esperábamos más? Sí.
La femme Mati. El cine de género puro creció en nuestro país (tal como lo demuestra nuestra nota AQUÍ), al punto de ser capaces de adaptar las fórmulas clásicas a historias propias, que hablen nuestro idioma, respeten nuestra forma de ser, sin apartarse de lo que el género pide ni entregar un producto ajeno. Madraza es un claro ejemplo de cómo hacer un buen thriller policial con altas dosis de acción, en un entorno de comedia que no cae en la parodia, y que abraza los localismos sin subestimarse con el tan mentado y más de una vez perverso “acá también podemos hacerlo…imitando lo que en Hollywood hacen mejor”. No, Madraza no quiere ser una de acción a la altura de las grandes super producciones del norte, ni siquiera lo intenta. Es un film bien argentino, con el que no nos va a costar empatizar ni reconocernos, que no podemos imaginar provenga de otro país, y con todos los elementos vibrantes para traer buen entretenimiento adrenalínico a nuestras butacas. ¿Pero cómo logra todo eso una ópera prima? La historia escrita es, en esencia, sencilla. Matilde (Loren Acuña) vive en un barrio humilde de la Ciudad de Buenos Aires. Ella es puro corazón, no solo cuida de su marido remisero (Gabriel Almirón), es la madraza – tutora en un comedor comunitario – de Vanina (Sofía Gala Castiglione) que prácticamente vive en su casa. El barrio está lleno de peligros y uno de esos días fatídicos se cobra la vida de su pareja a manos de un grupo de delincuentes menores que dominan la parada. A partir de ahí, la vida de Mati se derrumba, su aspecto que no era muy cuidado se descuida más, no tiene para comer ni pagar los servicios, nadie la ayuda, y encima la policía le pide una colaboración como testigo que ella teme dar. Cansada de la vida que lleva, habiéndose enterado que su marido no era lo que ella pensaba, el destino está a punto de darle una revancha. Cuando accidentalmente asesina a quien le arruinó la vida, dará un giro liberador. Una llave la llevará a tomar el lugar de aquel hombre y convertirse en una asesina a sueldo. Madraza es a su modo también un film de denuncia. Mati no actúa solo por venganza de muerte, no es El vengador anónimo, lo suyo es una revancha a la vida injusta. Matar la libera, la hace sentir con ese poder que nunca tuvo, por su condición social, económica, de mujer, y ama de casa. Con la ayuda de una amiga casual, Teresita (Chunchuna Villafañe), se transformará físicamente, una femme fatale, vestida para matar. Es una protagonista que puede tener antecedentes en la Silvia Peyrou de Asalto y violación en la Calle 69, en la Edda Bustamante de Correccional de mujeres, o en Andrea Tenuta y La Búsqueda; exuda personalidad, sexualidad, cuerpo, y fatalidad. Pero allí donde ellas buscaban venganza fría, Mati le suma un grito liberador desde la marginalidad y el género femenino. El guión, también en manos de Aguilar, no descuida ningún frente, y hasta se encarga de entregar una historia de amor destinada al fracaso con un detective en la piel de Gustavo Garzón. Relación que irá mutando de roles a medida que Mati cambie su personalidad. Más allá de un montaje algo entrecortado o no del todo prolijo, sobre todo al inicio del film, el apartado técnico es destacable. Las escenas de acción tienen vigor, fuerza, y no apabullan; los encuadres son perfectos para mostrar lo imponente de la figura de la asesina, y poder disimular más que solventemente un presupuesto que puede no ser de los mayores. Es es una película ágil, que vibra tanto en la acción como en la comedia, sin crear estereotipos, ni inclinarse a la parodia del género o la condición social de sus personajes. La marginalidad es expuesta con naturalidad, permitiendo que podamos reconocernos entre los personajes. Loren Acuña le pone el cuerpo a Matilde, lo suyo es la presencia. Ya sea desde la transformación física y de postura, como en la catarsis gestual que despliega, Acuña realiza una gran labor protagónica que tendrá mucho que ver con el resultado final de Madraza. La actriz de origen paraguayo es de esas caras reconocibles en secundarios tanto en cine como en televisión, destacándose siempre por una actitud arrolladora que le sirvieron para acaparar la mirada en varios planos. Madraza, Matilde, necesitaba de una actriz así, y Acuña aprovecha otra oportunidad para hacerse notar en un rol que hasta pareciera compuesto para ella, se lo adueña y no podemos imaginarnos a otra actriz ocupando su lugar. Claro que no está sola, Sofía Gala Castiglione y Gustavo Garzón componen diferentes botones de fuga para Mati, y demuestran nuevamente estar a la altura con grandes interpretaciones. Osmar Nuñez también se suma a un elenco fuerte como el comisario, volviendo a confirmar que no hay rol que no pueda asumir con un gran compromiso. Todos están correctísimos, pero quien se destaca de entre los principales es Chunchuna Villafañe y una Teresita tan tierna como desopilante, con una gran escena para su entero lucimiento. En participaciones más chicas, Mónica Ayos, Atilio Pozobón, Silvina Bosco y Mónica Lairana, se convierten en piezas infaltables de un rompecabezas en que cada actor se ajusta a su personaje. Conclusión: Madraza es un gran policial cargado de acción, con fuertes y logrados elementos de comedia. Si bien bebe de potentes orígenes como el cine de Danny Boyle, Robert Rodriguez o Guy Ritchie; se siente bien nuestra, desde la localidad de la historia como desde la construcción de personajes. Sumemos logradas interpretaciones y un ajustado rigorismo para las escenas de acción, y tenemos no solo una ópera prima para celebrar abiertamente; sino, además, uno de los policiales que cómodamente se ubican en la panacea actual junto a títulos como Diablo, Nacido para Morir, 8 Tiros, o Tiempo de valientes. Argentina tiene a su nueva heroína de acción, y es una que no tardó en ganarse nuestros corazones.
Los aparecidos. De los hechos y las consecuencias que dejó la última dictadura militar se ha hablado mucho en el cine argentino; tanto en materia de ficción como documental. Sin embargo, trabajos como el de La memoria de los huesos vuelve a dejar expuesto lo inagotable e inabarcable en su totalidad de aquel período. El Equipo de Antropología Forense es una entidad no gubernamental, sin fines de lucro, creada en 1984, para la localización e identificación de los restos fósiles de las víctimas desaparecidas del nefasto período que nuestro país vivió entre 1976 y 1983. La actividad de esta entidad fue ampliamente reconocida a nivel mundial, y en los últimos años adquirió aún mayor relevancia. La memoria de los huesos se mete de lleno en su actividad, trae a primer plano a sus trabajadores, los antropólogos; pero lo hace apartándose lo suficiente (no del todo), de las cuestiones técnicas; anteponiendo una mirada humanitaria, emocional, sobre la labor. Hay otra parte en esta actividad además de quienes la realizan, los familiares de aquellas víctimas. Beraudi decide, inteligentemente, exponer a unos y otros, a quienes hacen el trabajo y a quienes aguardan una respuesta. ¿Es La memoria de los huesos un documental novedoso? Probablemente no. Las técnicas que utiliza son las clásicamente conocidas y el ritmo se lo otorgarán las propias historias en boca de sus entrevistados. Sí, ya se han visto documentales sobre los familiares de desaparecidos. Pero, aunque parezca mentira, es una herida en nuestra historia que no termina de sangrar, que cuando parecía estar cerrándose, se vuelve a abrir, los hechos recientes de público conocimiento lo demuestran. Es más que correcto decir que La memoria de los huesos es una película necesaria. El Equipo de Antropología Forense extendió su labor a otras fronteras a pocos años de haber iniciado su actividad, y el documental muestra eso también, con una historia diferente entre las otras que se cuentan, y que no tiene que ver con la dictadura argentina. Quizás sea un modo de exponer cómo la historia latinoamericana se replica en sus distintos puntos, con diferencias, pero con el mismo doloroso resultado. Beraudi apuesta también a un sensible lenguaje de la imagen, aquellos momentos en los que el tiempo se detiene en un instante, eso que sólo una mirada aguda y atenta detrás de cámara puede captar, en los que las palabras sobran y podemos (casi) sentir lo que vive el protagonista del momento. Esos cuadros, esos flashes cargados de dolor, pero también de extraña esperanza y satisfacción serán lo mejor de este trabajo que no apela a tensar traicionera las cuerdas emocionales, todo surge en el curso natural e ineludible. Es la identidad lo que está en juego. Cerrar un hueco en las historias personales. Los desaparecidos, físicamente, vivamente, no aparecerán, pero dejarán de ser ese maldito ente del que habló un canalla, para pasar a ser una memoria viva, un lugar en donde ir a llorarlos, a sentirlos. De eso trata la actividad del Equipo de Antropología Forense, y de eso trata la narración de La memoria de los huesos. Conclusión: Facundo Beraudi demuestra en su ópera prima, La memoria de los huesos, ser un director con una mirada sensible, más interesado en captar historias profundas cargadas de realidad, que en innovar sobre técnicas que podrían haber desviado la atención sobre lo esencial. Poder equiparar la presentación de una noble actividad con las historias de aquellos que la necesitan resulta algo tan profundo como abarcador. Trabajos como este serán indispensables mientras se mantengan los debates que debían haberse zanjado hace tiempo, y aún después para mantener activa la poderosa memoria reflexiva.
Siguiendo la tradición de llevar a la pantalla grande best-sellers de corte juvenil, Si no despierto repite viejos clichés y lugares comunes sumados a un mensaje algo contradictorio, en medio de un ritmo ágil adecuado para su target. Basada en la novela homónima de Lauren Oliver, Si no despierto se presenta como un drama con moral y moralina incluida que recorre los caminos de otras adaptaciones como Si decido quedarme, Bajo una misma estrella, o Ciudades de Papel. Protagonistas femeninas de edades que rondan los veinte años o menos (como el público al que apunta), un hecho muy dramático en el centro, un trasfondo romántico, y un modo no tan disimulado de bajar línea sobre determinadas cuestiones que hacen al ciudadano – estadounidense – bien pensante. En esta oportunidad nos ponemos en la piel de Samantha Kingston (Zoey Deutch) una adolescente con una vida tan ideal como prototípica. Se enfrenta a sus padres, en especial a su madre que intenta aconsejarla (obvio) ya que su padre apenas si figura (doblemente obvio); tiene una hermanita menor a la que ignora (triplemente); un grupo de amigas tan fashionistas como multiétnicas (ya me cansé de remarcarlo); y quiere perder la virginidad con el chico canchero de la escuela, aunque hay otro chico más timidón que la quiere (en fin, ya saben). En esa vida que transcurre como todo el imaginario de Hollywood presupone, ocurre un 12 de febrero crucial. Hay una fiesta, y Sam, como dijimos, quiere perder su virginidad en ella, pero algo va a ocurrir; en medio irrumpe el cliché que faltaba, la chica extraña y rechazada con aspecto de madre de Carrie White, y arma un escándalo que termina arruinando todo. Cuando las amigas se están retirando sucede lo peor, en la camioneta en la que viajan se cruzan con algo oculto en la carretera, chocan y… ¿mueren? Sí, y no. Inmediatamente suena la alarma del celular y nuevamente es la mañana de ese 12 de febrero en que Sam se despierta con una canción. Efectivamente, deberá revivir ese día una y otra vez, en un loop interminable; hasta que entienda el mensaje que ese bucle le quiere dar. Primero rechazará, se espantará, y terminará intentando los errores cometidos durante esas horas. La historia nos habla de otra inspiración, es imposible que por la historia que cuenta no se nos venga a la cabeza el clásico de la comedia moderna Hechizo del tiempo. La premisa es básicamente la misma, Bill Murray era un personaje con mucho que mejorar en su vida, que se encuentra encerrado dentro de ese día de la marmota hasta que aprende a brindarse a los demás y encausar su propia vida. Podríamos nombrar otras películas que siguen una estructura similar como Al filo del mañana o Cuestión de tiempo, pero es al film de Harold Ramis al que más se acerca. Claro, no tanto en el tono, allí donde primaba la comedia y el sarcasmo, aquí hay una estructura edulcorada de tono dramático simple y edificante, más cercano al de otro film que se dedicaba a repetir un día Antes que termine el día. Más allá de que las sorpresas y la originalidad no abunda, la historia se sigue con algún interés, Zoey Deutch tiene algo de carisma que remplaza algunas limitaciones interpretativas, y para los más grandes podemos contentarnos en tratar de reconocer a Jennifer Beals como la madre. Pero las piedras en el camino no terminan en los lugares comunes, la bajada de línea, que es normal en este tipo de propuestas, en esta oportunidad está subrayada por una voz en off telenovelesca, intenciones que la acercan demasiado a la movida actual de films pseudo-religiosos, pero sin religión aparente, y en definitiva un mensaje contradictorio o más bien negativo. En el mundo de Si No despierto no hay maldad y sobreabundan las buenas intenciones. Ry Russo-Young parece la opción más clara para dirigir esta propuesta, dado sus dos films anteriores ubicados en un mundo similar. Su puesta carece de gran inspiración, se limita a otorgar calidez, y un pase, nuevamente, muy similar a esos films como la reciente La cabaña, que “esconden” intenciones religiosas detrás de una historia genérica. Manteniendo bajas expectativas, la propuesta puede ser aceptable hasta acercarse a un final tan traicionero como descorazonado, dejando en claro sus intenciones morales por sobre las de presentar una película coherente. Con buenas intenciones, a veces, si solo hay eso, no alcanza.
La sexta entrega de la saga iniciada en 1979, demuestra el cansancio de una propuesta a la que no parece haberse encontrado nada demasiado nuevo e interesante para contar. Sus mejores momentos, serán cuando decida regresar esporádicamente a las fuentes. En 2012, Ridley Scott presentó Prometeo, coqueteando con la posibilidad de que se tratase o no de una más de las entregas de la saga que lo lanzó a la fama. Por supuesto que le ora, que se trataba de una precuela, y aparentemente la primera parte de una trilogía que conectará con los films originales a la manera en que lo hizo George Lucas con sus Episodios I, II, y III. Scott se apropió nuevamente de la saga que vio nacer junto a la colaboración de Dan O´Bannon, Walter Hill, y la inventiva visual de H. R. Giger; y cinco años después nos entrega la continuación de aquella, en la que, acertadamente, no esconde sus intenciones. En aquella oportunidad, Prometeo había dejado las puertas abiertas con su final para una continuación directa. Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) se escapaba prometiendo ir en busca del planeta de los creadores para continuar la batalla. Todo estaba servido para que se realizase “la Aliens de Prometeo”; sin embargo, quizás porque los números de 2012 no fueron los mejores, Alien: Covenant decide tomar otra ruta. Años después de esos acontecimientos, una nueva tripulación se encuentra arriba de la nave Covenant con intenciones de colonizar nuevos territorios interplanetarios. Como sucedía en Pasajeros, dentro de ella se encuentran hibernando un numeroso grupo de personas que serán los futuros colonizadores. Sin embargo, los infortunios no tardan en llegar, primero un incendio provocado por un choque y acercamiento, se cobra alguna víctima y modifica los planes originales. Luego, cuando se dirigen hacia su destino, reciben señales de un nuevo territorio, que probablemente pueda ser habitable, y dadas las circunstancias hacia allí se dirigen, sin saber lo que les espera. El argumento de Alien: Covenant es bastante más simple de lo que se presenta, más simple que el de Prometeo. Sin embargo, los guionistas Jack Paglen, Michael Green, John Logan, y Dante Harper; deciden plantear una atmósfera en principio más cercana a aquella, pero sin mantener sus interesantes planteos. Aquí quizás el problema de Alien: Covenant, no tener un claro camino a tomar. En sus dos horas y un poquito más de duración, sabe que el público encontró problemas en Prometeo e intenta arreglarlos o directamente limpiarse; pero mucho menos se acerca a la línea de las primeras cuatro. Su metraje claramente se divide en dos tramos en el que, en el primer tramo se plantea un viaje en el espacio con muchísimas complicaciones y una amenaza latente¸ para entrar sí, promediando las dos terceras partes del film en un clima propio de Alien. De sr concretos, Prometeo tenía mucho más de la mítica de Alien que su continuación. Se extraña aquí la dirección de arte que siempre fue marca registrada de la saga con muchas variantes entre una y otra, pero siempre atractiva. Se presentan nuevos Xenomorfos, más antropomorfos que nunca, su estética se distancia quizás demasiado de lo que conocíamos. Se extraña la mano artesanal remplazada por abundancia de lo digital, frío, ascético, extraño a esta saga de tonalidades siempre oscuras aún en sus spin-off AVP. También es llamativo la presencia de algunas escenas abiertas, en exteriores, de tono rural. La tripulación/víctimas, es variopinta, y se toma su tiempo en presentarlos y desarrollarlos. Sin embargo, no logra crear otra heroína de peso a la altura de Shaw, ni hablar de Helen Ripley. La Daniels desarrollada por Katherine Waterston carece del peso necesario para imponerse, se pierde entre el resto de los personajes, no muestra características de líder, y solo es protagonista por ocupar mayor tiempo en pantalla (y hasta ahí). No obstante, la labor de Waterston es correcta y con características propias, no sigue el esquema de sus deudas, mostrándose más frágil y desconcertada. Entre sus compañeros hay un elenco muy interesante entre los que figuran Billy Crudup, Danny McBride, Demian Bichir, Carmen Ejogo, y Callie Hernandez, entre otros, todos en un tono correcto. Quien regresa de la anterior entrega y se adueña de la película ¿y de la saga? Es Michael Fassbender, quien repite a su androide, esta vez por partida doble, Walter y David, diferentes uno del otro. El actor de X-Men se compromete con su personaje y logra adueñarse de todas sus escenas, a veces, incluso, por sobre los aliens. En ese clima fluctuante de Alien: Covenant, algunas escenas recuerdan a lo que realmente es esta saga, un slasher con un asesino extraterrestre bestial. Cuando regresa a esas bases, aún sin mantener la estética, logra repuntar y enmendar mucho de lo que nos deja un sabor a desacierto. Son escenas vibrantes, con riesgo, y bastante sangre. Pero nuevamente, ese ritmo no se sostiene y regresa a la confusión general. Alien: Covenant puede contentar más a quienes se arrimen por primera vez a la saga, aunque para comprender bien su historia sea casi indispensable haber visto las películas anteriores y hasta los videos virales que se lanzaron como promoción del film. Es cierto que no es un completo desacierto, que cuando repunta lo hace bien alto, y que sus elementos positivos lo son muy positivos; hasta puede dejar un saldo general favorable. Pero se siente que necesita una renovación, extrañamente una renovación que la devuelva a lo que fue; probablemente la misma renovación que necesita su director Ridley Scott.
Un argentino en Nueva York. Julia Solomonoff pertenece a esa camada de directores, nacidos probablemente bajo el ala de festivales como el local BAFICI, que recurrieron al cine independiente para presentar una mirada diferente acerca de las problemáticas sociales medias. Hay algún hilo conductor entre Hermanas, El último verano de la Boyita, y Nadie nos mira. Quizás no de modo obvio, a simple vista parecieran films diferentes; pero los tres buscan a sus personajes dentro de una clase social determinada; una clase media acomodada, tambaleante, que no da cobijo a quienes quedan excluidos; una clase que también tiene a sus marginales. A ese sector pertenece Nico (Guillermo Pfening), un actor con un éxito televisivo local, que decidió abandonarlo todo y viajar a EE.UU., más precisamente a Nueva York, en busca de nuevas oportunidades. No es solo eso, hay algo que llevó a Nico a tomar tan abrupta decisión. En Buenos Aires mantenía una relación con Martín (Rafael Ferro), el productor de la serie en la que trabajaba, un hombre de familia que presenta a Nico como su primo. Nico está herido y se alejó, no solo de quien lo hirió, de su país, de su pertenencia; y se encuentra viviendo en un lugar que le es ajeno. En Argentina tiene éxito, en Nueva York espera que un proyecto de película se concrete, no consigue quedar en otros castings, y vive como un verdadero buscavidas. Comparte un departamento de espacio reducido, atiende en un bar, roba mercadería de un supermercado con cámaras de seguridad no vigiladas (de ahí la analogía del título), y cuida al bebé de su amiga Andrea (Elena Roger) primero como un favor, finalmente como labor. Nadie nos mira pone el ojo en esa vida y en su entorno, lleno de contradicciones. Si bien hemos visto varias historias de inmigrantes en el primer mundo (locales podríamos citar A través de tus ojos), Solomonoff elude el lugar común por las características con las que dota a los personajes, principalmente a Nico. Cuando el imaginario piensa en alguien de clase humilde intentando “hacerse la América”, se nos presenta a alguien que acá viviría cómodamente, que pertenecería a esa elite artística que se pasea por barcitos palermitanos o de Recoleta y que allá se las rebusca con recursos por lo menos discutibles. Es argentino, latino, pero lo rechazan de los castings porque, rubio y caucásico, no da con el prototipo de perfil latino. Esto último, queda explicitado en una escena plagada de detalles a tener en cuenta. Estos detalles son los que enriquecen una historia en esencia sencilla, que transcurre sin demasiados saltos. Como lo demostró en sus anteriores films, a Solomonoff le interesan las relaciones. Cada uno de los frentes que abre esta propuesta es una relación distinta que entabla Nico, con su amiga, el soberbio marido de ella, el bebé (la propia Asia Pfening) que significará un sentido de pertenencia y posesión, con su compañera de habitación, con los amoríos casuales, con el hombre que aún le interesa, con un ex compañero de elenco, con la productora/directora que le puede asegurar el éxito, con las otras niñeras que habitan ese parque inmenso. Nos metemos en la piel del protagonista y vivimos sus sentimientos junto él. Nadie nos mira es una película luminosa, desde la fotografía de tonos soleados naturales y un montaje, si bien pausado, ágil; la luz se cuela en cada fotograma haciendo que nuestro interés no decaiga. Esa luz también tiene apellido, Pfening. El multifacético actor de Nacido y Criado (de la que se puede ver algún fragmento dentro de la película), Tiempo Muerto, y La valija de Benavidez, es el alma de Nadie nos mira, su interpretación es perfecta desde los gestos y la postura, se adueña de Nico y nos hace pasar por esa desesperación y desolación interna que atraviesa; logra una química especial con cada uno de los personajes y hace que no podamos quitarle los ojos de encima. Solomonoff le tiene preparado varias escenas bastante jugadas, una en especial sorprendente por su soltura y realismo, y, sin embargo, nada se ve forzado. En el elenco secundario que integran actores de diferentes nacionalidades (casi todo el metraje es hablado en inglés), se pueden encontrar varias figuras nacionales como los mencionados Roger y Ferro, junto a Marco Antonio Caponi, Esteban Meloni, Moro Anghileri, hasta la uruguaya Mirella Pascual; con diferente peso en el relato, pero todos convincentes. Conclusión: Nadie nos mira presenta un drama jugado, con escenas jugadas y tintes de comedia que la hacen muy amena. Desde la puesta en escena hasta la interpretación comprometida de su protagonista es una propuesta luminosa, sincera, y fácilmente accesible. Del amor, del rechazo, y de la auto exclusión, Julia Solomonoff presenta una película de aspecto chico y sensibilidad profunda.
Uno de los más grandes éxitos de terror de este año, ¡Huye! Llega finalmente a nuestra cartelera con algunos meses de retraso y luego de certeras dudas sobre su arribo a nuestras salas. ¡Huye! Viene precedida de una fuerte campaña publicitaria que la elevó a la categoría de ser casi un fenómeno sorpresivo. ¿Es en realidad ¡Huye! una renovación dentro del cine de terror? Lo primero que llama la atención es la presencia detrás de cámara de Jordan Peele, conocido como actor comediante tanto en cine como en televisión. Este dato no será menor en el tono escogido para ese film que se ubica en una línea fina entre el terror, el suspenso y tintes de comedia; ¡Huye! Se caracteriza por ser un film relajado pese a sus momentos de gran tensión. Lo cierto es que sus antecedentes son bastante simples de encontrarlos. La novela de 1972 The Stepford Wives, de Ira Levin, es uno de los best sellers de género más famosos de los últimos cincuenta años; y por supuesto, no ha sido ajena al cine. La historia de un pueblo de suburbio en el que las mujeres eran remplazadas por robots de perfecta conducta marital, maternal, y como amas de casa; tuvo su primera y célebre adaptación en 1975; tres secuelas directas en el que no solo volvieron las esposas robots, sino que se las cambió por los hijos, y por los esposos; una nueva versión en clave de comedia realizada en 2004; más otras adaptaciones encubiertas o indirectas como Disturbing Behavior o Perfect Little Angels. ¡Huye! Cómodamente se halla dentro de estas últimas. Chris (Daniel Kaluuya) se encuentra encaminando una relación seria con Rose (Allison Williams), a ambos se los ve feliz y es hora de que Chris conozca a sus futuros suegros. Esto podría ser La familia de mi novia, pero hay algunos datos particulares, Chris es afroamericano y tanto Rose como su familia son caucásicas. Esto solo, pone en gran nerviosismo a Chris que debe viajar a un suburbio de clase acomodada a conocer a este matrimonio y al hermano de su novia. Missy y Dean Armitage (Catherine Keener y Bradley Whitford) se muestran amigables y educados, aunque algo exigentes, ambos pertenecen al mundo de la psicología y la neurociencia; y parecieran no tener ningún conflicto con el color de piel de Chris. Jeremy (Caleb Landry Jones), el hermano menor sí es un poco más conflictivo. Pero algo raro hay en esa comunidad, (casi) todos son de piel blanca, y los pocos que hay de piel negra ocupan una posición servil totalmente aceptada con condescendencia. Son jardineros, empleadas domésticas, o amantes complacientes de mujeres mayores ¿Chris viajo varias décadas en el tiempo? No, y los Armitage tienen mucho que ver con la situación de ese suburbio. Los hilos de ¡Huye! se ven desde el principio, con solo haber visto algunas de las adaptaciones o referenciales de Stepford Wives sabremos qué es lo que traman los Armitage. De todos modos, ¡Huye! no necesita de gran originalidad para mantener altos estándares.
Anexo de crítica por Fernando Sandro Segunda película como director del conocido actor Daniel Hendler, El candidato es una hábil sátira política con referencias que parecen explícitas, y que lentamente vira hacia un argumento mucho más sórdido. Hablar de Daniel Hendler es hablar de buena parte del Nuevo Cine Argentino nacido a principios del Siglo XXI, también es sinónimo del crecimiento del cine uruguayo (su país natal) y su gran despegue en los últimos años. Desde sus inicios se posicionó como un rostro recurrente para el cine independiente, convirtiéndose en uno de los actores con mayor crecimiento de estas últimas dos décadas. Pero también construye una carrera como director, y si bien su ópera prima Norberto apenas tarde tuvo un resultado y recibimiento más bien tibio, con su segunda obra, El candidato logra dar en el blanco de sus propósitos. La historia, co-guionada por el experimentado Alberto Rojas Apel, presenta una sola locación, una casa quinta alejada, en medio del campo; mayormente sus interiores, y ocasionalmente el enorme parque que la rodea. A ese lugar llega una comitiva con un fin concreto, crear la campaña política para Martín Marchand (Diego De Paula) camino a las próximas elecciones. Encerrados en ese lugar, la idea es que cada uno arroje sus ideas avocadas a mejorar, o mejor dicho crear, la imagen de este candidato que puede ser todo un desafío. Claro, Marchand no es un candidato más, es el heredero de una familia acaudalada, de linaje empresarial, y con algunos manejos en sus negocios un poco turbios. Pero eso no le preocupa a Martín, un hombre al que le gusta vivir su vida y que pareciera querer buscar algo de popularidad. Por supuesto que esas relaciones que no preocupan a Martín, sí preocupan a sus asesores que deberán ingeniárselas para limpiar esos antecedentes cercanos a negocios perjudiciales con el medio ambiente; por ejemplo, hacerlo ver a Marchand como un candidato amigo de la naturaleza, de los pájaros y los árboles. Esta “anécdota” le permite a El candidato presentar una fauna de personajes que ni tardarán en desplegar sus aristas. Están los más relacionados al mundo de la política, los que tienen que ver con el mundo publicitario, y los que a plena inocencia solo quieren cumplir la labor encargada sin involucrarse con Marchand candidato. En este sentido, es una elección inteligente que el punto de vista casi en su totalidad sea el de Mateo Borrás (Matías Singer), un técnico que ve todo el entramado desde afuera y es tan inocente como para hasta traer a escondidas a su novia Rocío (Chiara Hourcade) pensando en pasar un día campestre. Si bien hay situaciones que sobrepasan algún límite, El candidato mayormente elude caer en el grotesco directo, quizás sí más sutil, logrando una sátira que también logra esquivar varios (no todos) estereotipos peyorativos. Es imposible no trazar algún paralelismo con la coyuntura actual, más siendo este año un año electoral en nuestro país. Pensar que desde hace algunos años nombres como el de Jaime Durán Barba se hicieron popular en nuestro país nos trae de inmediato a reflexionar sobre lo real que pueden ser los hechos como los muestra El candidato; con alguna similitud con la mini serie local Milagros en campaña. No solo eso, en varios de los personajes podemos encontrar un reflejo de muchas de nuestras personalidades políticas, algunas más obvias, otras más imaginativas… ¿o será que en todo el mundo los asuntos políticos se manejan de igual forma? Hay algún quiebre en El candidato, no muy puntual, luego de un pequeño estancamiento en el segundo acto, en el que la historia comienza a girar más en torno a cuestiones de espionaje político, siempre manteniendo la clave humorística, pero más turbia, y si bien consigue mantener un firme interés, culminará con resoluciones a las que les falta algo de peso. La puesta en escena es sencilla, y hasta no sería muy difícil imaginar a El candidato como obra teatral, más allá de que se consigue el aire necesario y el tono narrativo sea cinematográfico. El peso importante estará en un elenco conformado por los citados (con un De Paula afiladísimo), más Ana Kataz (esposa de Hendler y gran interprete además de aguda realizadora), Alan Sabbagh, César Troncoso, Roberto Suárez, José Luis Arias, y Verónica Llinas (desopilante como de costumbre), todos en niveles altos y a disposición del juego satírico que propone la película. Más allá de algunas imperfecciones, El candidato es un film que respira actualidad y una mirada certera para observar todo con la lejanía necesaria como para disparar dardos hacia todos lados. Con un guion inteligente, esta vez Hendler logra una realización como director, tan ácida como simpática. El resultado es una carta verde para esperar su próximo proyecto.