Muy disfrutable capítulo con notable aprovechamiento del 3D Se puede disfrutar “En la oscuridad: Star Trek” (“Star Trek into Darkness”) aún no siendo un experto en la saga e incluso sin haber visto la mayoría de las doce películas hasta ahora filmadas. Pero si se desea ahondar en la temática que comenzó como una serie de TV, creada por Gene Roddenderry en 1966, puede ser útil consultar la muy rica página www.startrek.com La primera de las películas fue dirigida por Robert Wise (“Amor sin barreras”) en un ya lejano 1979 y los personajes del Capitán Kirk y Spock eran interpretados respectivamente por Leonard Nimoy y William Shatner. Por esas curiosidades de la vida ambos nacieron en marzo de 1931 con apenas cuatro días de diferencia y en su momento dirigieron algún episodio y aparecen a veces (sobre todo Nimoy) en los últimos capítulos de la serie. J.J.Abrams (“Misión imposible III”, “Super 8”, la serie “Lost”) ya había dirigido en el 2009 el episodio anterior al que ahora se estrena y que era en verdad también una precuela a la serie televisiva de Roddenderry. Chris Pine y Zachary Quinto son quienes interpretan al dúo Kirk-Spock y lo hacen con mucha desenvoltura acompañados por un elenco sin fallas. Son dignas de mención las interpretaciones de Karl Urban (Bones), Zoe Saldana (Uhura), los más veteranos Simon Pegg (Scotty), Bruce Weller (Marcus) y el canadiense Bruce Greenwood (Pike) e incluso del aún no muy conocido actor inglés Benedict Cumberbatch en el rol de Khan y de su compatriota Alice Eve (Carol). Abrams muestra gran pericia en la dirección de actores y en el ritmo que imprime a la acción logrando superar las dos horas de metraje sin distraer la atención del espectador. El uso del 3D, un elemento novedoso en la serie Star Trek, es un componente decisivo en esta oportunidad ya que es aprovechado al máximo. Esto no sólo ocurre cuando objetos de los más diversos parecen que van impactar en uno sino, y sobre todo, cuando “vuelan” cerca del espectador partículas de todo tipo (cenizas, polvillo, esquirlas, etc.). Los aspectos técnicos está cuidados al máximo empezando por la música de Michael Giacchino, que por momentos tiene un ritmo de jazz muy bien aplicado a una de las locaciones centrales de la acción, una Nueva York del futuro. La fotografía y las imágenes de edificios gigantescos y medios de locomoción, muy a menudo aéreos, son otro prodigio de la técnica digital. Entre tanto modernismo Abrams muestra un San Francisco del futuro donde milagrosamente aparece un tranvía igual al que viene circulando desde hace muchas décadas para delicia de los turistas. La historia en este nuevo capítulo recupera a la clásica nave espacial Enterprise, conducida por el capitán Kirk y Spock, enfrentándose con el malvado Khan. La extensa secuencia inicial en una selva de un planeta poblado por feroces salvajes y con un volcán a punto de entrar en erupción constituye por si sola una muestra de la riqueza que muestran los guionistas de otro capítulo de una serie que seguramente tendrá continuidad en el futuro para delicia de los muy fanáticos y de otros que no lo son tanto como este cronista.
La película que desplazó a “Metegol” del tope de las recaudaciones Existía alguna curiosidad en ver “El conjuro” (“The Conjuring”), la película que desplazó a “Metegol” al cabo de tres semanas consecutivas al tope de las recaudaciones. Dirigida por el malayo James Wan, el realizador de la primera de la serie “El juego del miedo”, estaría basada en hechos reales, algo que a esta altura ya se ha convertido en un cliché bastante gastado del cine norteamericano. Es poco lo que aporta de original este relato bastante convencional centrado en una familia numerosa (cinco hijas) que se muda a una casa que podríamos decir está embrujada. Desde el principio una extraña voz de mujer susurra reiteradamente un “Miss Me?” (Me extrañas?), que pronto adquirirá significación. El matrimonio de Carolyn (Lili Taylor) y Roger (Ron Livingston) Perron finalmente convencerá a una pareja de demonólogos para contar con sus servicios de exorcismo. Se trata de Lorraine (Vera Farmiga) y Ed (Patrick Wilson) Warren, que se hicieron populares en las décadas del ’60 y ’70. Dado que la historia transcurre en Rhode Island en 1971 los elementos usados pueden parecer actualmente anacrónicos al no existir aún los celulares ni Internet. En cambio utilizan grabadores a cinta, lámparas con luz ultravioleta, termostatos y otros utensilios hoy probablemente obsoletos. Hay también una parafernalia de ruidos, chirridos, puertas que se cierran de golpe, pisos que ceden y arrastran a más de un cuerpo a sótanos donde los esperan sorpresas varias. Hay elementos ya usados en otras producciones similares como sillas mecedoras, pájaros en cantidad (¿Hitchcock?), muñecas que parecen cobrar realidad y sobre todo un aire de “déjà vu” que seguramente no molestará a los adictos al género. No faltará incluso un cura, quien requerirá la autorización del Vaticano (!), para hacer un exorcismo al no estar bautizadas las hijas del matrimonio Perron. Y el final será feliz, como imagina el lector, salvo un pequeño detalle relacionado con una cajita de música que anuncia claramente que pronto tendremos “El conjuro 2”, seguramente en manos de otro realizador ya que James Wan ya se estaría preparando para dirigir “Rápidos y furiosos 7”.
La dramática relación madre-hijo en momentos decisivos de la vida De a poco el cine francés va reafirmando su posición como tercera en cantidad de películas estrenadas localmente, detrás de Argentina y los Estados Unidos. Seguramente la semana próxima conoceremos “Renoir” y ahora ya está en cartel “Algunas horas de primavera”, traducción literal de “Quelques heures de Printemps”, su título original y que puede llevar a imaginar un clima bucólico y alegre. Nada más lejano pese a que los antecedentes de su director Stéphane Brizé, la agradable “Une affaire d’amour” (“Mademoiselle Chambon), podían erróneamente inducir a imaginar que se está frente a una comedia romántica. Vincent Lindon, que adquirió primero notoriedad al ser varios años pareja de Carolina de Mónaco en la década del ’90, es uno de los dos intérpretes centrales habiendo ya sido dirigido por Brizé en el otro ya nombrado film estrenado localmente. Lindon es un notable actor lamentablemente poco conocido en Argentina dado que varias de sus recientes películas (“La moustache”, “L’avion”, “Je crois que je l’aime”, “Welcome “) no han tenido distribución comercial en nuestro país. Su personaje, Alain Evrard, acaba de cumplir una condena de dieciocho meses por haber intentado con su camión el tráfico de 50 kilos de de droga. Regresa, sin trabajo, a la casa de su madre Yvette con quien nunca tuvo una buena relación. Una simpática perra era hasta ahora el único compañero de su progenitora y pronto sabremos que ella padece una enfermedad probablemente terminal en el cerebro. La actuación de la desconocida actriz Hélène Vincent es descollante y su elección probablemente responda a su extensa carrera en teatro. De hecho, muchas de las escenas con la sola presencia de madre e hijo podrían perfectamente imaginarse en una puesta teatral. Pero el director logra airear la propuesta con la historia paralela de Alain y Clémence (Emmanuelle Seigner), a quien él conoce en un bowling y con quien establece una relación. Al ocultarle parte de su pasado no logra que el vínculo crezca y ella termina por dejarlo. A resaltar la belleza de la esposa de Polanski, a quien se vio recientemente en Cannes en su cuarta colaboración (“La Vénus à la fourrure”) con el director de “El pianista”. Ya en su tramo final se plantea el tema de la eutanasia, no permitida en Francia aunque sí en la vecina Suiza. En toda esa última parte el espectador se sentirá conmocionado por la gravedad de las circunstancias, planteadas podría decirse “sin anestesia” y con tremendo rigor. La banda sonora de Nick Cave, ya usada en alguna película anterior, y el uso inteligente de planos secuencias en más de una oportunidad son otros aciertos de una propuesta que por momentos recuerda por su dureza a “Amour” del laureado Michael Haneke.
La gran incógnita es saber si será la película más taquillera del año Juan José Campanella es sinónimo de éxito en Argentina como lo demuestra la confianza que en él depositan tanto sus productores como una de las mayores distribuidoras internacionales (UIP- Universal) y el enorme aparato publicitario que viene promoviendo el estreno de “Metegol”, su séptima producción cinematográfica. La fecha elegida no podía ser más adecuada al coincidir con las vacaciones de invierno que se sabe multiplican por dos o tres las cifras habituales de concurrencia. El éxito de público está asegurado pero lo difícil es predecir su cuantía. Por lo pronto están aún en cartel las dos únicas producciones que ya superaron los dos millones de espectadores. Una de ellas, “Monsters University” va camino al tercer millón mientras que “Rápidos y furiosos 6”, en cartel hace dos meses, ya está llegando a su techo de algo más de 2,2 millones de espectadores. ¿Logrará el film del director de “El secreto de sus ojos” ganarles a ambas? “Metegol” será una de las películas de la historia con más “copias”, en verdad un término que es hoy casi una entelequia al predominar la proyección digital, en alrededor de 250 salas. Además parte de éstas serán en 3D, algo poco usual en nuestros films. En verdad, es poco lo que aporta este formato esta vez y muy distinto, por ejemplo al caso de “Titanes del Pacífico”, recientemente comentado. Desde el punto de vista de la animación los logros son destacables. Claro que corresponde aclarar que ha habido aportes técnicos mayoritarios del exterior y no se recuerda ninguna película argentina cuyos títulos finales ocupen tantos minutos como en esta oportunidad. El presupuesto total sería de unos veinte millones de dólares, que para nuestro país es enorme pero que comparado con los tanques de Hollywood es bajo. Pese a no tener actores en pantalla (Darin no llega así a una quinta colaboración consecutiva con Campanella) la temática de esta producción recuerda bastante a la de “Luna de Avellaneda” y reafirtma cierta debilidad del director por los clubes de barrio y el sentimentalismo que más de un colega le ha criticado. Conociéndolo un poco al director, arriesgamos que existe en él cierta identificación con algunos de los personajes como el central (Amadeo) y varios de los jugadores de fútbol (tanto los reales como los del juego que da origen al título de la película). Si bien no están presentes en la pantalla se escuchan las voces de Pablo Rago, Diego Ramos, Horacio Fontova y Fabián Gianola. No vale la pena contar mucho sobre el argumento, basado en “Memorias de un wing derecho” de Roberto Fontanarrosa y adaptado por Eduardo Sacheri Y Camapanella entre otros, para dejar que el espectador sea sorprendido por una temática bastante original. Y ello pese a que nunca se ha negado que existen múltiples referencias, casi diríamos homenajes, a grandes films como uno de Kubrick al inicio, a los westerns “spaghetti” o uno más tardía a una de las más famosas obras de Coppola (ninguno de los “Padrinos”). También hay cierto parecido con “Toy Story” y sus personajes, pero vale la pena destacar que Campanella nunca ha ocultado sus preferencias por ellas. Pero también hay muchas frases tomadas seguramente de la obra original o por qué no de las preferencias del realizador. Vayan como ejemplo: “Los cracks envejecen, los managers son eternos”, “El pueblo casi siempre tiene razón”, “Acaso se queje el cactus por la sequía pero sin embargo pincha”. Divertido también resulta el contraste entre los numerosos sponsors del poderoso team de los “malos” y el único auspiciante del equipo del pueblo de Amadeo. Entonces asegurado el triunfo de público cuál es la duda que deja la futura performance de “Metegol”. Quizás, además de la feroz competencia de otros cinco tanques norteamericanos, la incertidumbre provenga de su foco en un deporte como el fútbol que básicamente atrae mayormente a los hombres. Aún siendo cierto que no es el único tema, es inevitable asociarlo desde el título mismo y siguiendo con el afiche, que sugiere una fuerte presencia de dicho juego. Lo más probable es que la aprensión antes señalada sea injustificada. Sólo en el caso poco probable de una respuesta de público no tan masiva, se podrá aplicar una hipótesis, en verdad no totalmente probada, que afirma que a menudo son los gustos de las mujeres los que determinan el éxito de taquilla de un film.
Entretenimiento mayor con recursos técnicos espectaculares La década del ’90 produjo cambios sorprendentes en la comunicación con la aparición de Internet y de poderosas bases de datos como IMDB. Antes, durante los ’80 el grueso del soporte de la información filmográfica era básicamente en papel. En esa época, en Argentina, aún se publicada el “Heraldo del Cine”, un semanario fundado por Chas de Cruz en 1931. Contenía críticas de todos los estrenos en el país y la razón por la cual se lo menciona aquí, además del justificado homenaje que merece, es que se usaban dos puntajes para calificar a las películas. Dicha duplicidad en la calificación podría muy bien aplicarse a uno de los estrenos importantes de esta semana. Se trata de “Titanes del Pacífico” (Pacific Rim”), octavo largometraje del mexicano Guillermo del Toro. En LEEDOR consideramos como uno de nuestros máximos objetivos el orientar al potencial espectador sobre las virtudes y méritos o inversamente los defectos y limitaciones de los films que comentamos. No somos muy entusiastas en dar puntajes aunque admitimos que es la tendencia que predomina. Prueba de ello es la adhesión que generan sitios como “Todas las críticas”, una buena versión local del famoso “Rotten Tomatoes”. Volviendo al mítico “Heraldo” señalemos que para cada estreno eran dos los atributos calificados (de 0 a 10), conocidos como “Comercial” el primero y “Artístico” el otro. Aún con sus limitaciones y con la inevitable subjetividad que hay detrás de toda crítica este cronista estima que el sistema anterior era (es) de alguna utilidad. “Titanes del Pacífico” ya es un éxito comercial, al menos en nuestro país (se estrena hoy viernes 12, un día más tarde en Estados Unidos, no disponiendo aún de cifras de taquilla allí). El lector que adivine que se está sugiriendo un puntaje de 9 o 10 en lo “Comercial” estará en lo cierto. Donde resulta más difícil la calificación es en el rubro “Artístico” y lo que aquí se intentará es justificar el puntaje otorgado, que se agregará a los de otros colegas en “Todas la críticas”. Pocas veces un film del género fantástico ha utilizado con tanta maestría el arsenal de recursos técnicos que el cine actual dispone. Incluso el 3D, cuyo uso se estima desmedido y a menudo no justificado, en este caso realza la espectacularidad de numerosas escenas de combates entre monstruos. Lo original aquí es que a los invasores (llamados Kaijus) que por una vez no vienen del espacio sino del fondo del mar, los terráqueos les oponen grandes robots mecánicos (conocidos como Jaegers). Y que a estos últimos los ”tripulan” normalmente dos personas cuyos cerebros son conectados entre sí (lo llaman enlace neuronal). Al inicio Raleigh Becket (Charlie Hunnam) se desplazará junto a su hermano dentro de una de estas verdaderas maquinarias de guerra pero sólo él sobrevivirá y durante varios años será un simple obrero de la construcción. En pocos años los Kaijus irán acumulando victorias y destruyendo ciudades como San Francisco y Tokio, hasta que el ex jefe de Raleigh (Idris Elba) lo vuelva a convocar cuando la situación se vuelva desesperante para la humanidad. Y aquí hará su aparición Mako (la japonesa Rinko Kikuchi), otro personaje central a la historia la que finalmente acompañará físicamente a Raleigh dentro de un Jaeger. Claro que no siempre el citado enlace neuronal funcionará en forma óptima. Por un lado es necesario entender que al ser conectados los cerebros los recuerdos de las duplas se comparten y por el otro que Mako guarda terribles remembranzas de cuando era algo más chica en Tokio. Esas escenas constituyen una reelaboración de famosos films de terror japoneses y en particular aquí los Kaijus recuerdan fuertemente a monstruos como el clásico Godzilla. La película dura dos horas y quince minutos aunque la duración, quizás algo excesiva, se soporta bien por la parafernalia de efectos y predominio de batallas. Hay también otros personajes muy excéntricos como un par de hermanos científicos alemanes (Charlie Day, Burn Gorman) que usan restos de Kaijus (pedazos de cerebro, por ejemplo), para investigar donde está el punto débil de los invasores. Esto da pie a que uno de ellos visite en Hong Kong a un par de vendedores de estos restos en una de las escenas más divertidas donde participa Ron Perlman (“Hellboy”), casi un alter ego de Del Toro y el español Santiago Segura. La mayor flaqueza de “Titanes del Pacífico” es lo convencional de su argumento, con un final bastante predecible. No hay por otra parte grandes interpretaciones aunque como entretenimiento el film cumple ampliamente por lo espectacular de ciertas escenas. Entonces faltaría cerrar esta nota con la calificación del segundo rubro (“Artístico”) y se estima que un 7 u 8 harían justicia. Los fanáticos del género seguramente disentirán y a ellos les diríamos que su mayor puntaje para nosotros califica el otro rubro (“Comercial”), no necesariamente de un modo peyorativo.
Para volver a disfrutar de notables escenas de la vasta obra de un genio del cine Robert B. Weide conoce a Woody Allen desde hace más de treinta años, al haber trabajado para sus famosos productores Jack Rollins y Charles Joffe en una oficina en el mismo edificio que el genial realizador, de más de 40 largometrajes en similar periodo de tiempo. Weide ya había dirigido algunos documentales sobre famosas personalidades del cine y en particular uno sobre los hermanos Marx del que es, al igual que de Woody, un gran fanático. Con gran perseverancia y enorme paciencia logró finalmente convencer a su ídolo para que participara activamente en “Woody Allen, el documental”, que ahora se estrena en nuestro país. Hay al menos dos formas de valorizar este largometraje de casi dos horas de duración (existe una versión más extensa). Por un lado está el placer de volver a ver numerosas escenas de varias películas, sobre todo de su primera época como director que arbitrariamente podría situarse entre 1969 (su debut con “Robó, huyo…y lo pescaron) y 1986 (“Hannah y sus hermanas”). La otra es una mayor aproximación a su vida privada particularmente en la primera media hora donde se lo ve en plena juventud, cuando aún no hacía cine pero ya escribía chistes y actuaba en teatros. Los testimonios de su hermana Letty Aronson e incluso de una tía son muy reveladores al describir su diario acontecer en Brooklyn, donde en muchas cuadras había varios cines, en los que el joven Woody pasaba horas. Seguramente se escapaba del colegio y odiaba, como él mismo afirma y el director del documental subraya, a la mayoría de sus maestros. Casi como un espejo en la última media hora Weide vuelve a mostrar al Woody más actual, por ejemplo, durante el rodaje de “Conocerás al hombre de tus sueños” y en particular de algunas escenas con Naomi Watts. La actriz hablará ante la cámara, una constante que se repetirá con una veintena de intérpretes y donde sólo una actriz (adivina obviamente el lector de quien se trata) no dará testimonio alguno. Así desfilarán con mayor asiduidad que los hombres gran número de actrices, empezando por Diane Keaton a la que se verá con frecuencia pero también Louise Lasser, Julie Kavner, Dianne Wiest, Mira Sorvino, Mariel Hemingway, Scarlett Johansson y Penélope Cruz. Por seguramente diferentes razones, no aparecerán “en vivo” ni Mia Farrow (trece largometrajes!) ni Judy Davis. Los actores tendrán menos pantalla aunque es verdad que la mayoría estuvieron como máximo en dos películas, salvo Tony Roberts y claro está el propio Woody, que apareció en dos de cada tres de sus largometrajes. A falta de actores habrá interesantes reflexiones de personalidades como Martin Scorsese, Gordon Willis, Leonard Maltin, Dick Cavett, los nombrados Rollins y Joffe y Richard Schikel entre otros. Es cierto que el documental dedica más tiempo a sus primeros films como por ejemplo: “Bananas”, “El dormilón”, “Annie Hall/Dos extraños amantes”, “Interiores” y “Manhattan”. A ellos seguiría el que sería su primer fracaso, “Stardust Memories/Recuerdos” de 1980, pero del cual pronto se recuperaría con “Zelig”, “La rosa púrpura del Cairo” y “Hannah y sus hermanas” (su largometraje número catorce). Obsérvese que estamos recién al final del primer tercio de su larga carrera. De allí en más el recorrido de su filmografía será más incompleto coincidente con una cierta “caída” de nivel. Aunque sería injusto no nombrar a algunas joyas como “Crímenes y pecados”, “Maridos y esposas” y “Disparos sobre Broadway”, que podrían ser lo más destacado de un segundo tercio que cerraría cerca del comienzo del nuevo siglo. Son pocos los minutos dedicados a sus films más recientes y más de uno podrá inferir que la razón de tal escasez podría responder a un declive aún más pronunciado en este último tercio. No se descarta tal opinión aunque es más probable que la causa de tal ausencia sea producto del montaje en vista de que se trata de una obra documental y no de ficción. Y en cuanto a la supuesta “decadencia” de Allen, este cronista está en profundo desacuerdo ya que tanto “Match Point” (2006) como “ Medianoche en Paris” (2011) nos muestran que estamos frente a un director genial que, a sus casi 80 años, no deja de sorprendernos.
Espectáculo atractivo para público no muy exigente El décimo largometraje del director alemán Marc Forster recupera parcialmente a un director cuyos primeros tres films estrenados localmente (“Cambio de vida”/”Monster’s Ball”, “Descubriendo al país del nunca jamàs”, “Más extraño que la ficción”) lo habían posicionado como una figura interesante. También es cierto que su última película estrenada (“007, Quantum of Solace”) decepcionó bastante pero ahora “Guerra mundial Z” (“World War Z”) nos lo devuelve con algunos aportes destacables. Basado libremente en la novela de Max Brooks, hijo del divertido Mel, hay en esta versión una mezcla de convencionalismos que serán rechazados por los muy exigentes y aceptados por quienes procuren un entretenimiento y en particular por los aficionados a films sobre “muertos vivientes” (zombies). El también coproductor Brad Pitt (Gerry Lane) es prácticamente el único nombre conocido en el reparto aunque su sola presencia jerarquiza a un producto evidentemente comercial pero que mantiene el interés del espectador a lo largo de casi dos horas. Claro que existe un segundo elemento muy efectivo y necesario en este tipo de producciones. Nos referimos a los efectos especiales, cada vez más perfectos, que presentan a centenares de zombies en diversos lugares tales como Filadelfia, Corea del Sur, Jerusalem o Gales. El cuidado en las imágenes se revela incluso cuando algunos de estos “muertos vivientes” se enfrentan en forma individual contra Gerry y un grupo de científicos en un sofisticado laboratorio de la Organización Mundial de la Salud. Esto transcurre más cerca del final y puede decirse, sin necesidad de revelarle casi nada al lector de esta nota, que la idea de dirigirse a ese centro de investigación resulta ingeniosa. El comienzo muestra a Gerry junto a su esposa (encarnada por la desconocida Mireille Enos) e hijos pequeños en el centro de Filadelfia sin que se sepa claramente cuál es la causa del tremendo embotellamiento de tráfico. Pronto aparecerán las primeras evidencias de que algún tipo de virus está infectando a la gente y casi milagrosamente (y algo forzadamente) la familia será rescatada por un helicóptero y transportada a un portaaviones. Todo ello gracias a la profesión de Gerry, quien inmediatamente se pondrá al servicio de las fuerzas armadas norteamericanas. En verdad su accionar posterior, que lo llevará a los diversos sitios ya mencionados, será para colaborar con la ONU, donde él trabaja, y si bien el mensaje es elemental no resulta desdeñable la idea de “ayudarnos unos a otros”, como se afirma en algún momento del film. Además de la larga escena en el laboratorio habrá otra muy lograda cuando un avión de Belarrusia despegue del pequeño aeropuerto Atarot de Jerusalem con pasajeros y algo más… En definitiva un espectáculo atractivo no apto para un público muy exigente.
Aportes novedosos a un personaje muchas veces recreado por el cine “El hombre de acero” (“Mano of Steel”) es un astuto título, a priori engañoso, para un nuevo capítulo de una serie que parece inagotable. Superman, el personaje a que hace referencia, ha sido llevado al cine en numerosas oportunidades siendo la más recordada la que protagonizó en cuatro oportunidades Christopher Reeve a fines de la década del ’70 y gran parte del ’80. A modo de data recordemos que hace apenas siete años Bryan Singer (“X-Men”) lo había recuperado en “Superman regresa”. La que ahora se estrena aporta algunas novedades que pueden justificar su visión. Uno casi estaría tentado aquí a hablar de una “precuela” dado que sólo al final del film se lo ve a Superman, alias Clark Kent, ponerse sus característicos anteojos e ingresar en el mítico Daily Planet. El nuevo intérprete del célebre superhéroe es el poco conocido actor inglés Henry Cavill, que curiosamente participó en “Que la cosa funcione”, un film algo reciente de Woody Allen. Sin ser la suya una gran actuación, al no ser particularmente expresivo, no traiciona del todo al estereotipo de su personaje. Donde la película gane interpretativamente es con la participación de Kevin Costner y Diane Lane en el rol de sus padres adoptivos en una granja de Kansas. Hacía rato que no veíamos al actor/director de “Danza con lobos” en una tan sólida y emotiva caracterización. Tampoco desentona Russell Crowe, como el padre biológico en el planeta Krypton, que es donde se inicia la acción de esta algo excedida duración, de casi dos horas y media. Toda la primera parte está dedicada a mostrar los desesperados esfuerzos de sus habitantes en lograr sobrevivir y de cómo el joven “hombre de acero” Kal-El es enviado en una sofisticada cápsula a la Tierra, Pese a los esfuerzos del malvado Zod (el eficaz Michael Shannon), el futuro Superman llega a nuestro planeta y una prolongada elipsis nos lo mostrará varios años después salvando la vida de sus compañeros escolares en un ómnibus que cae a un río. Pero pronto aparecerá Luisa Lane, la inquieta y premiada con un Pulitzer periodista, que será la primera en descubrir la verdadera identidad de nuestro héroe. Otra gran performance de Amy Adams (“Los Muppets”) cuya sola presencia logra, en cada oportunidad en que ella aparece, aportar un plus por su notable expresividad y solvencia actoral. Entre las revelaciones que aporta este nuevo inicio de la serie está el significado de la famosa “S” del superhéroe, que no es el de nuestra letra, sino el de “Héroe” en el idioma de Krypton. Y será Luisa quien lo bautice con el clásico Superman. Por otro lado, la extensa batalla final, con logrados efectos especiales, entre el ejército de Zod y de los Estados Unidos será la posesión del “Códice”, elemento clave para invadir nuestro planeta. Ciertas concesiones propias del cine norteamericano, como el heroísmo y el poderío de su ejército irritarán a algún espectador. Otras como aquélla en que dicho cuerpo militar reconoce que no es su enemigo Superman o cuándo éste afirma que “no permitirá que amenacen a su madre” serán mejor recibidas. Y justificarán que se lo considere a él un “puente entre dos pueblos” (o civilizaciones). El director Zack Snyder ya había sorprendido con la notable “300” y no había defraudado con “Watchmen – Los vigilantes”: Contó en esta oportunidad con la inefable colaboración de Christopher Nolan como productor y coguionista, junto a David S. Goyer y de Hans Zimmer en la música. El resultado es un producto con algunas novedades destacables y la casi certeza de que habrá pronto una secuela.
El cine argentino que casi nadie ve Ya comentada, breve y favorablemente, por el colega y amigo Luis Kramer durante el último Festival de Mar del Plata se estrena ahora "Hermanos de sangre", ganadora de la Competencia Argentina en dicho evento. Fue dirigida por Daniel de la Vega que ya había hecho "Jennifer's Shadow", una coproducción con Estados Unidos del 2004 donde actuaban Faye Dunaway y Duilio Marzio. Sus tres largometrajes comparten similar género con predominio del "gore", tal cual acontece con la que ahora nos ocupa. Ello limita, o mejor sería decir concentra su interés en un tipo de público ávido por consumir este tipo de producto y que suele responder bien, al menos durante la primera semana de estreno. Aquí la historia gira alrededor de un joven algo obeso de curioso nombre (Matías Timmerman), interpretado por Alejandro Parrilla. En la primera escena se lo ve reconociendo varios cadáveres, incluso uno cuya cabeza ha sido cercenada del cuerpo. De allí en más un largo "flashback" irá reconstruyendo las acciones que llevaron a tantas muertes y que tienen como victimario principal a otro personaje, Nicolás Galvagno, algo así como el diablo personificado, en acertada interpretación de Sergio Boris. El encuentro entre ambos se producirá en un local bailable con atractivas y pulposas mujeres incluyendo a la Coqui Sarli (ya vista en "Mis días con Gloria", junto a su madre). Nicolás convencerá al débil Matías de que es su mejor amigo y ambos recibirán a Dora, la tía del segundo, una exagerada caracterización de Carlos Perciavale. Otro tanto será la que protagoniza Jimena Anganuzzi (Belén), que conformará un "trío infernal" con los dos caracteres centrales. Juan Palomino no desentonará como el comisario poco ortodoxo que indaga el origen de las mutilaciones de los cuerpos encontrados, donde hasta se ha utilizado una motosierra en una bañera... El comentario anterior es suficientemente explícito sobre el tipo de película que se nos ofrece, muy abundante dentro de la cinematografía norteamericana de clase B. "Hermanos de sangre" no es inferior a muchas de las producciones de los Estados Unidos de este género que se estrenan en nuestro país, pero donde se diferencia es en la respuesta del público. El día de su estreno en catorce salas que incluyen a los principales circuitos cinematográficos (Hoyts, Cinemark, Village, Showcase) la vieron apenas doscientos personas, es decir un promedio de 14 espectadores por sala. Y ello pese a comentarios en general favorables aunque quizás demasiado generosos de cierta crítica local. La escasa respuesta de público plantea entonces un interrogante acerca de la causa de la misma. Este cronista estima que la respuesta podría estar en un tema que ya ha venido planteando en varias oportunidades: la excesiva producción de largometrajes en nuestro país. En el recientemente publicado Anuario de Ultracine se consigna que habría habido 154 estrenos locales durante el 2012. Es decir que un 50% de las películas estrenadas serían argentinas con apenas un 10 % de la taquilla. Lo grave es que parte muy significativa de esa producción, que hemos podido ver, posee muy escasos méritos artísticos o de interés para el público. Es este último el que se está inclinando peligrosamente a una generalización negativa que debería intentarse revertir. Sería bueno que se tomen como ejemplo a seguir los casos de Chile e incluso de México que, con muchas menos producciones, están logrando mayor impacto internacional que nuestra abultada cinematografía.
Originalidad pese a ciertas reiteraciones El mayor mérito de “Spring Breakers. Viviendo al límite” es su originalidad, lo que no necesariamente significa que nos encontremos ante una obra mayor. Algunas críticas incluso llegan al límite de señalarla como potencial película de culto, apreciación que este cronista no comparte totalmente. Hay excesivas reiteraciones comenzando por el título original, el “Spring Break”, algo así como las cortas vacaciones previas a las de verano en los Estados Unidos, término que se deja oír repetida e innecesariamente. Por otra parte, el hilo argumental es algo débil aunque se ve compensado con imágenes no habituales en otros films con personajes juveniles, donde prolifera lo escatológico. Afortunadamente aquí no abunda ese tipo de derivación tan frecuente y en cambio hay una buena proliferación de desnudos sin llegar al porno. La historia entonces es muy simple al presentar a cuatro jóvenes universitarias que deciden pasar unos días en el estado de Florida. La falta de fondos las lleva a asaltar un bar pero una vez en destino tienen la mala suerte de terminar en prisión, apenas cubiertas por sus bikinis. Allí comienza otra historia cuando sorpresivamente son excarceladas mediante el pago de fianzas. Sorprendidas comprueban que quien ha tenido el gesto liberador es un personaje (James Franco) que se hace llamar “Alien”. Y de hecho el mote le cuadra bien ya que tiene una dentadura metálica que justifica su afirmación cuando les dice que: “en verdad no soy de este planeta, miren sino mis dientes”. Se trata en realidad de un timador, que parece vivir de la venta de las drogas y que además se considera un “rapero”. Se autocalifica como un G (gangster) con el corazón de oro y con mucho dinero (dólares se ven en abundancia durante todo el film, irónicamente algo que en nuestro país no parece abundar…) Luego de que una de las jóvenes, la más apocada, de apropiado nombre Faith (Selena Gómez) decide retornar a su hogar las tres restantes protagonizan en la casa de Alien un episodio violento. El mismo sin embargo no tendrá las consecuencias que más de un espectador podría haber vislumbrado. Muy por el contrario, el vínculo de las chicas con su protector se afianza aunque poco después habrá una segunda partida de otra de las jóvenes (Rachel Korine, esposa del director del film) luego de recibir una herida de bala en un brazo. Las dos restantes jóvenes (Vanessa Hudgens, Ashley Benson) protagonizarán aún algunas escenas algo “hot” en la piscina con Alien. Le espetarán repetidamente que es un cobarde y le preguntarán, en forma reiterada, si tiene miedo del ex socio. Y conducirán a una escena final bien resuelta que muestra que Harmony Korine, aún con altibajos, posee un estilo original que lo diferencia de otros directores más convencionales. La música de Cliff Martinez, habitual colaborador de Steven Soderbergh, es otro punto alto a lo que se agrega el inteligente uso de “Everytime”, una famosa canción que forma parte del repertorio de Britney Spears.