Un lamentable film donde la única esperanza podría ser que el libro en que se basa no caiga en tantos lugares comunes Paula Hawkins escribió hace casi dos años “The Girl on the Train” traducida literalmente como “La chica del tren” y ocupando un lugar de privilegio en las principales librerías del país. Ahora llega al cine con idéntico título y en verdad dan ganas de leer el libro para ver si al menos en su versión literaria hay más sustancia. Rachel, interpretada por Emily Blunt (“El diablo viste a la moda”) es una mujer divorciada y frustrada, además de alcohólica que diariamente viaja a Manhattan en el tren del título. Pasa por delante de la casa donde habitaba con su ex marido Tom (Justin Theroux), quien ha formado nueva pareja con la rubia Anna (Rebecca Ferguson) y con quien tiene una hija. Hay aún una tercera joven, Megan (Hayley Bennett, vista recientemente en “Los siete magníficos”), vecina quien hace de baby sitter de la nena del ex de Rachel. Hasta que un día Rachel ve a través de la ventana del tren y en la terraza a Megan, en actitud sospechosa no con su celoso y posesivo marido Scott (Luke Evans) sino con Kamal (Edgar Ramirez, reciente actor en “Manos de piedra”), el psiquiatra de ella. La desaparición de Megan transforma a la historia en un thriller donde hay más de un sospechoso pero al promediar las casi dos horas ya se vislumbra qué ha ocurrido. Es la oportunidad para que aparezca el personaje de la Detective Riley, que protagoniza Allison Janney y a quien se ha visto en un film anterior de Tate Taylor, muy superior al que ahora nos convoca. Nos referimos a “Historias cruzadas”/ “The Help” donde el tema central era el racismo en los Estados Unidos. Habrá varias pistas, a menudo falsas, como las lagunas mentales del personaje central o el problema de su pareja con Tom al no poder quedar embarazada. En el reparto se destacan como uno de los pocos hechos destacables las interpretaciones femeninas, inclusive una breve aparición de Lisa Kudrow como una amiga de la conflictuada Rachel. En cambio son penosas las actuaciones de los tres actores principales. El que peor parado sale es Justin Theroux pero no le van muy en saga los otros dos personajes masculinos. La resolución, que según parece no es idéntica a la del libro, es elemental y en el balance es posible afirmar que el film en nada contribuye a la promoción actoral de ningunos de los intérpretes.
Se estrena este jueves la película de Andrea Testa y Francisco Márquez que integrò la Competición Oficial Internacional del presente BAFICI y “Un certain regard” en Cannes. No se trata de una pelìcula más sobre la temática de la dictadura que asoló al país a partir de 1976, sino que integra a partir de ahora un núcleo selecto y reducido junto a títulos como “La historia oficial”, “Kamchatka” e “Infancia clandestina”. Basada en una novela de Humberto Costantini de 1984, está ambientada siete años antes como lo certifica una escena en un cine en que se escucha la voz de Alberto Olmedo (“Las turistas quieren guerra” de Enrique Cahen Salaberry). Francisco Sanctis (Diego Velázquez) es un oscuro empleado de una empresa alimenticia quien en una de las escenas iniciales ve nuevamente postergada una prometida promoción laboral y a cambio recibe una ridícula ”caja incentivo” con productos de su compañía. Su rutinaria vida se ve alterada cuando un día sea contactado por una vieja amiga, quien tiene datos precisos de los servicios de la aeronáutica. Francisco se entera por ella que esa misma noche un hombre y una mujer están a punto de ser “chupados”. Le revela los nombres de ambos, el teléfono y la dirección donde tendrá lugar el procedimiento y le pide a Francisco que los contacte para evitar su posible desaparición. La “larga noche” será la que tendrá que pasar el personaje central abrumado por las dudas sobre la actitud a adoptar ante tamaño pedido. Es notable la calidad técnica del film comenzando por una estupenda fotografía (nocturna) de Federico Lastra. No menos importante y de igual gravitación es el buen manejo del sonido, mérito de Abel Tortorelli. Todo ello apuntalado por el parejo elenco donde además de Velázquez también se lucen en roles secundarios Laura Paredes y Marcelo Subiotto.
Fiel relato del atentado que le costó la vida a Heydrich pero también a muchos checos y eslovacos En 2010 el escritor francés Laurent Binet publicó su primer y excelente libro (también traducido al español) “HHhH”, que le permitió ganar el reputado Premio Goncourt. El extraño título refería a una frase en alemán que se podría traducir como “El cerebro (Hirn) de Himmler se llama (heisst) Heydrich”. Reinhard Heydrich (cuyo apodo más célebre fue “El carnicero de Praga”) era el segundo de Heinrich Himmler, otro personaje atroz quien, al igual que su rubio lugarteniente, estaba entre los preferidos de Hitler. La operación “Antropoide” fue conducida a mediados de 1942 por un grupo de checos y eslovacos de la Resistencia, en el exilio de Londres, que con paracaídas desembarcaron en las cercanías de Praga. El checo Jan Kubis (Jamie Dornan) y el eslovaco Josef Gabcik (Cillian Murphy) fueron sus principales artífices y la película muestra con total fidelidad a los hechos y sin duda fuerte inspiración en el libro de Binet como se desarrolló el operativo. Es muy interesante el contraste entre el indeciso Kubis y el más determinado Gabcik, aunque ambos demostraron gran valentía y pagaron con su vida el atentado que casi fracasa. En verdad, Heydrich murió una semana después, producto de una infección generalizada (septicemia) que le produjo increíblemente el tapizado del auto en que viajaba y que se introdujo en su cuerpo herido. Pero lo más terrible fue la venganza que planeó Hitler primero enviando cientos de efectivos a Praga para encontrar a los culpables y luego borrando literalmente de la tierra a un pueblo entero (Lidice) en calidad de represalia, matando a todos los hombres de dicha localidad. “Anthropoid”, dirigida por el inglés Sean Ellis aprovecha al máximo la belleza de la ciudad de Praga, donde transcurre la mayor parte del relato. La fotografía en colores, que casi parece en blanco y negro, le agrega en sus diversos tonos de grises un clima de angustia y opresión que sólo alivian parcialmente las historias de amor de los dos sacrificados héroes. El tema ha sido llevado en varias oportunidades al cine inclusive pocos meses después que tuvo lugar por Fritz Lang (“Los valientes también mueren”) y Douglas Sirk (“Hitler’s Madman”), esta última con John Carradine en el rol de Heydrich. Sin restarle méritos a ambas tempranas versiones, “Anthropoid” es la que más fielmente refleja el atentado que lamentablemente le costó la vida a muchos inocentes y a unos pocos culpables.
Deslucida versión de una novela, parte de una trilogía de Ransom Riggs Con una carrera de más de 30 años en la dirección y dieciocho largometrajes en su haber, Tim Burton se ha transformado en uno de esos íconos del cine norteamericano al estilo de Woody Allen, Martin Scorsese o Steven Spielberg, pese a que todos ellos le llevan algunas décadas de vida artística. El director de joyas como “El joven manos de tijera”, “El gran pez” y “El cadáver de la novia” viene derrapando un poco últimamente con títulos algo deslucidos como “Big Eyes”, “Sombras tenebrosas” y en menor medida “Alicia en el país de las maravillas”. En esta última, que guarda algunos puntos de contacto con “Miss Peregrine y los niños peculiares”, aún aparecían Johnny Depp y su ex esposa Helena Bonham Carter lo que no ocurre en esta oportunidad. Gran parte de la historia transcurre durante un único día de setiembre del año 1943, en plena Guerra Mundial, en una isla de Gales en que los “niños peculiares” del título son testigos de la destrucción total del orfanato donde viven, por una bomba enemiga. En paralelo y en la actualidad en los Estados Unidos el joven Jake, protagonizado por Asa Butterfield (“La invención de Hugo Cabret”), recuerda las palabras de su abuelo polaco recién fallecido (Terence Stamp, que ya había actuado en “Big Eyes”). Este, en su relato le menciona lo acontecido en la década del ’40 y merced a un “loop” en el tiempo al estilo de, valga la redundancia, “Hechizo del tiempo” logra transportarse a Inglaterra y trabar contacto con la cuidadora Miss Peregrine (Eva Green) y unos chicos con diferentes “poderes”. Esta especie de mutantes buenos se ven enfrentados a otros malvados, liderados por Samuel L. Jackson. Da lástima ver a este último caracterizado con ojos que son dos pupilas blancas, al igual que sus secuaces, dientes filosos y una caballera blanca que pretenden hacer de él una figura escalofriante. Y también produce pena ver desaprovechados a otros actores usualmente eficientes como Judi Dench y Rupert Everett. Es en su segunda mitad de las más de dos horas que dura “Miss Peregrine”, donde más flaquea la historia pese a la utilización de efectos especiales, muchos vinculados a los poderes de los niños: alguno se hace invisible, otro genera llamas, una tercera levita. Incluso los “malos” protagonizan escenas desagradables como cuando se alimentan de los ojos de los que ellos carecen y por lo que se los conoce como “huecos”. Toda esa parafernalia que suele justificarse en las películas de Burton aquí aparece mayormente como gratuita. Es de esperar que el director de la excelente “Charlie y la fábrica de chocolate” o la temprana “Beetlejuice” logre recuperarse de sus últimos pasos en falso al cual se agrega la presente novedad.
Remake de un western de 1960 que ya tenía un célebre antecedente cinematográfico Antoine Fuqua conoce muy bien a Denzel Washington, a quien ha dirigido anteriormente en “Día de entrenamiento” y “El justiciero”. Su tercer encuentro se produce con un remake de un famoso western (“The Magnificent Seven”) dirigido por John Sturges, aquí conocido como “Siete hombres y un destino” y con populares actores como Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson y Eli Wallach. Lo interesante es que la película de 1960 ya era un remake de “Los siete Samurais”, obra maestra de Akira Kurosawa. La que ahora nos ocupa se llama “Los siete magníficos”, respetando el título en inglésl y en gran medida la trama original. Nuevamente tenemos un pueblo (Rose Creek) que vive de la minería, en manos de Bartholomew Bogue (Peter Sarsgaard) y sus secuaces. En una de las primeras escenas el grupo de malvados mata al marido de la joven Emma Cullen (Haley Bennett) y será ella quien conciba contratar a un grupo de vaqueros para liberar al pueblo del yugo de los explotadores. A diferencia de la versión anterior los siete “magníficos” tendrán muy diversas etnias comenzando por el personaje de Chisolm, el líder aquí interpretado por Washington y en la versión anterior por Yul Brynner. Habrá un mexicano, un indio comanche, un oriental y entre los “blancos” uno de apellido francés (Ethan Hawke), otro bastante excéntrico (Vincent D’onofrio) y un típico vaquero (Chris Pratt). Sin alcanzar el nivel de las que la preceden esta película logra compensar ciertas concesiones argumentales, como la lucha desigual de los siete y los improvisados pueblerinos (con poca “instrucción” previa) contra un verdadero ejército de fácilmente cien agresores del malvado Bogue, con destacable fotografía (mauro Fiore), música (el fallecido James Horner junto a Simon Franglen) y buenos intérpretes. Y entre estos últimos sobresale como siempre ese gran actor que es Denzel Washington, ganador de dos Oscar (“Tiempos de gloria”, como actor de reparto) y justamente “Día de entrenamiento” en que ya actuaba junto a Ethan Hawke, quien fue allí nominado a mejor actor de reparto aunque sin ganarlo.
Un paso atrás en la carrera del eficaz realizador de interesantes documentales y la anterior “El campo” Hernán Belón dirigió varios cortos y documentales (“El tango de mi vida”, “Sofía cumple 100 años”, “Beirut-Buenos Aires-Beirut”) antes de pasar a los largometrajes de ficción. Se recuerda “El campo”, el primero que participara en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata, con finas actuaciones de Dolores Fonzi y Leonardo Sbaraglia. Este último actor vuelve a ser convocado por Belón en “Sangre en la boca”, su más reciente opus donde compone a un boxeador algo veterano a quien se ve en las primeras escenas defendiendo su título de campeón sudamericano en sangriento combate como lo insinúa el nombre del film. Pero la “sangre” del título no se limita a la que brota de su boca en dicho combate, como se verá más adelante cuando Ramón Alvia, tal el nombre del campeón apodado “Tigre”, conozca en el gimnasio a Déborah, una joven e infartante misionera de veinte años. Ella se entrena para lograr ingresar en el mundo del boxeo y Ramón caerá prendado en la belleza y el atractivo de la joven Eva de Dominici. Pese a la cuidada fotografía de Guillermo Nieto tanto en las escenas de boxeo como en las de fuerte contenido erótico y a la buena interpretación de la actriz virtualmente debutante (en cine), hay cierta previsibilidad en la trama a la que no ayuda la otra historia del boxeador. Casado con una mujer italiana (la desconocida Erica Bianchi) lo que explica la coproducción con su país de origen, pero no la justifica, es además padre de dos hijos (el mayor, nieto de Luis Alberto Spinetta) a quienes descuida especialmente a partir del momento en que empieza a frecuentar a Déborah. En verdad a Sbaraglia le ha tocado interpretar a un personaje antipático (no era mejor persona el de “Relatos salvajes”) y poco carismático, siendo un acierto el remate de la historia que concluye en el momento justo. Quizás pueda echarse en cara, no a al actor sino a la producción, que su físico no parece corresponder totalmente al de un boxeador profesional, pese a los tatuajes que se le han adosado a su cuerpo. En roles secundarios no deslucen ni Claudio Rissi como su entrenador ni Osmar Nuñez como su “sponsor” y espurio candidato a intendente de una conocida localidad cercana a la Ciudad de Buenos Aires. Y también es acertada la inclusión de varios boxeadores profesionales que en parte compensa cierta irrealidad en el personaje, que normalmente interpreta con convicción un buen actor como Leonardo Sbaraglia.
Una “remake” que sobre todo apreciarán quienes no hayan visto la original Por tercer año consecutivo al cabo de ocho meses del año, la cantidad de estrenos argentinos alcanza los tres dígitos. En verdad en 2016 se superan las cifras anteriores con 105 estrenos locales, cinco más que en los dos periodos anteriores. Como ya se expresara repetidamente desde estas mismas columnas la opinión personal es que el número de estrenos es excesivo atento a que no hay suficientes espectadores interesados en tantas producciones y sobre todo a que la salida (estreno) muy a menudo suele limitarse a un único complejo (Gaumont). De esa manera con dos/tres estrenos semanales de este tipo, las películas que ingresan desplazan a las anteriores, en apenas quince días, con muy bajo número de espectadores. Este cronista ha denominado repetidamente a este fenómeno como “el cine argentino que casi nadie ve” y las cifras (taquilla) son la prueba elocuente de ello. Existen sin embargo otros “tipos” de cine argentino que podrían clasificarse grosso modo en dos grupos o categorías más. Por un lado un cine de calidad, con salida más abierta y sin por ello negar que todas las que se estrenen en el Gaumont estén desprovistas de méritos y destacadas cualidades. A este segundo grupo pertenecen entre otras “Koblic”, “Hijos nuestros” y “La luz incidente”, que se estrena la semana próxima y que quizás sea la mejor de 2016. Finalmente quedaría un lote de films nacionales que se llevan el grueso del número de espectadores y que muy a menudo son estrenados por distribuidoras “majors” (sobre todo Buena Vista). Ejemplos de este año abundan como, en orden cronológico, “Una noche de amor”, “Cien años de perdón”, “Me casé con un boludo”, “Al final del túnel”, “El hilo rojo”, “Permitidos” y ahora “Inseparables”. Esta última es la novena de Marcos Carnevale, de la cual se rescatan “Elsa y Fred” y “Corazón de león” principalmente. “Inseparables” es curiosamente una “remake” de un gran éxito en Francia. Su nombre era “Intouchables” y aquí se la conoció como “Amigos intocables”, bastante parecido al título original. Dirigida por Eric Toledano y Olivier Nakache, la vieron en su país de origen casi 20 millones de espectadores y en el mundo superó los cincuenta, lo que la ubica como la más taquillera francesa a nivel mundial. En Argentina funcionó medianamente ya que la vieron en el cine 120.000 espectadores. Si se la compara con los “blockbusters” norteamericanos que a menudo superan el millón de espectadores la cifra local aparece como magra, pero en cambio dentro de las francesas presentadas localmente el número es bueno. La versión argentina debería alcanzar los 300 a 400 mil espectadores y cuando se equipara ese probable resultado con “Me casé con un boludo” (2 millones) y “El hilo rojo” (700.000 espectadores), la cifra no es tan espectacular. Lo mejor de “Inseparables” son las actuaciones del dúo central compuesto por Oscar Martínez, como el multimillonario y tetrapléjico Felipe (Francois Cluzet como Philippe en el original) y Rodrigo de la Serna como Tito (Omar Sy como Driss en la versión francesa). Quienes hayan visto la película francesa podrán objetar que el argumento es muy similar al original desde el mismo inicio (auto perseguido por la policía) y hasta el cierre (en un restaurante en la playa). Pero para los que no vieron la primera versión es posible afirmar que no saldrán defraudados ya que la historia es muy humana y como ya se señaló los actores están esplendidos. Finalmente es reconocible el esfuerzo de Carnevale en “argentinizar” el producto sobre todo en el caso de Tito, muy diferente físicamente de Driss y en escenas como la de la cumbia “El bombón asesino”, ejecutada por un cuarteto de música clásica que antes estaba tocando Vivaldi.
La quinta de una serie que no parece tener fin En 2002 Doug Liman dirigió “The Bourne Identity”, aquí conocida como “Identidad desconocida”, en que por primera vez el célebre personaje creado por Robert Ludlum ingresaba, interpretado por Matt Damon, al cine. Jason Bourne, ex agente de la CIA, padece de amnesia y como lo indica el primer film de la serie está en busca de su identidad. “La supremacía de Bourne”, segunda de la trilogía fue filmada dos años más tarde y ahora la dirección recayó en Paul Greengrass, un buen realizador inglés al que se le deben, entre otros, films como “Vuelo 93” y “Capitán Phillips”. La dupla Greengrass-Damon volvería en 2007 con “Bourne, el ultimátum”, la tercera y última de las novelas del célebre personaje escritas por Ludlum, quien fallecería en 2001 de tal modo que ninguna de dichas películas pudo ser vista por él en vida. Cuando ya parecía que la serie había llegado a su fin, Hollywood (no) nos sorprendió en 2012 con un nuevo agente (Jeremy Renner) y el guionista de las tres primeras y ahora realizador (Tony Gilroy) con “El legado de Bourne”. En verdad poco tenía que ver este producto desfachatadamente comercial con la trilogía antes mencionada. Distinto es el caso de “Jason Bourne”, que acaba de estrenarse, donde vuelve la dupla original aunque el guión no esté lógicamente basado en una obra de Ludlum, que sólo escribió tres. Justamente el principal problema del nuevo capítulo de la serie es su libro cinematográfico, con pocas ideas originales. La compensación y posible razón para ver este film es la trepidante acción y destacada interpretación de Matt Damon, bien acompañado por varios secundarios. Una primera y muy extensa escena tiene lugar en Atenas, notablemente filmada al punto que parecería que los hechos mostrados ficcionalmente estaban ocurriendo realmente en la capital griega. La parte central del relato es la menos interesante con un personaje que resulta ser un gurú informático en plena conferencia, donde se muestra el poder de la tecnología para “controlar” a la gente, algo tan viejo como que ya estaba en la famosa novela George Orwell, escrita muchos años atrás. Pero afortunadamente, “Jason Bourne” levanta el interés en su última e intensa media obra con otra persecución, esta vez en Las Vegas y automovilística en que uno de los malos de la CIA (Vincent Cassel) destroza cientos de autos en su camino conduciendo un camión SWAT. Los autos prácticamente vuelan al ser embestidos por el malvado, pero no así el que conduce Damon. Cuando al final los dos se encuentran frente a frente, las trompadas y golpes se van alternando y uno podría, cerrando los ojos y escuchando, imaginar que lo que se está mostrando en la pantalla es un match de tenis. En cuanto al reparto la única que, además del actor principal, vuelve a estar presente es Julia Stiles mientras que las incorporaciones de Tommy Lee Jones y Alicia Vikander, ganadora del Oscar por “La chica danesa”, resultan bienvenidas. Sería deseable que esta sea la última de la serie, pero conociendo a Hollywood ello resulta poco probable.
El cine de Islandia en una película premiada en Cannes ”Un certain regard”, segunda sección “oficial” del Festival de Cannes, premió en 2015 a un film de Islandia, país que no tiene gran tradición cinematográfica. Se trata de “Rams” (“Hrútar”), que podría traducirse como “Carneros” y que en Argentina se conoce con el subtitulo de “Dos hermanos y ocho ovejas”. Es el segundo largometraje de ficción de Grimur Hákonarson, originario de un pequeño país de algo más de 300.000 habitantes cuya capital (Reikiavik) alberga a un tercio de los mismos. La acción se desarrolla en Bardardalur, un lugar perdido del norte de la isla y tiene a dos hermanos peleados desde hace cuarenta que son vecinos y no se dirigen la palabra. En el inicio se los encuentra en una competencia con otros seis pobladores para elegir al mejor carnero. Grande es la desilusión de Gummi (Sigurour Sigujónsson) cuando su hermano Kiddi le gana por tener su animal un menor “grosor del muslo trasero”. Nada pasaría a mayores si no fuera porque a uno de los ovinos se le detecta un mal incurable y contagioso que en los subtítulos se traduce como “tembladera” (scrapie sería su nombre más científico), algo similar al de la “vaca loca”. Bien podría aplicarse aquí la famosa estrofa del Martín Fierro sobre “los hermanos sean unidos”, cuando ellos deciden rebelarse contra las autoridades sanitarias lideradas por una mujer. Quien la interpreta es Charlotte Boving, a quien se vio el año pasado en “Historias de caballos y hombres”, otro ocasional film islandés. Es notable como Hákonarson logra con tan pocos elementos un crescendo dramático, sin caer en lo melodramático que podría resultar del obligado reencuentro de los distanciados hermanos. Revela sí la razón de tal separación y nos regala hacia el final una notable escena en plena montaña y con una tremenda tormenta que muy pocos podrían filmar. Como señala un colega el director de fotografía, el noruego Sturla Brandth Grovlen, ya nos había deslumbrado con su único y largo plano secuencia en la película alemana “Victoria”. En una semana con mayoría de estrenos europeos, otros dos de Italia, se corre el riesgo de perderse esta original muestra de un cine poco conocido por estas latitudes. Valga la aclaración de que Islandia produce, pese a su pequeño tamaño y población, una docena de largometrajes por año y que la relación anual de “películas por espectador” es casi cuatro veces mayor que la Argentina, apenas superada a nivel mundial por Corea del Sur y superior a la de Francia y Estados Unidos. .
Regresa Almodóvar en gran forma Pedro Almodóvar vuelve a reunir un elenco primordialmente femenino en “Julieta”, su largometraje número veinte. En lo que va del siglo sólo “Volver”, seguramente la mejor de este periodo, tenía un reparto similar con el regreso de Carmen Maura (luego de casi dos decenios de ausencia), Chus Lampreave (sólo la dirigiría una vez más en su octava aparición, récord por nadie superado hasta ahora), Lola Dueñas y Penélope Cruz (su nueva musa con cinco apariciones desde 1997). En su nueva película el personaje que le da nombre es interpretado por no una sino dos actrices, en diferentes periodos de su vida. Y ambas nunca habían sido dirigidas por el genial manchego. El proyecto original era en inglés con Meryl Streep como única actriz. Era posible entender esta posibilidad dado que el guión está basado en una autora de habla inglesa, nada menos que la premio Nobel de Literatura Alice Munro, y más concretamente en tres cuentos de su obra “Runaway”. La Julieta actual es interpretada por Emma Suárez, actriz preferida de Julio Medem en sus primeras realizaciones. Ella sufre la prolongada ausencia de su hija Antía, quien la abandonó cuando tenía dieciocho años por causas que tienen que ver con la temprana muerte de su ex marido Xoan (Daniel Grao) y que el film irá develando de a poco. Retrocediendo en el tiempo en numerosos y bien justificados flash-backs el espectador regodeará su vista con la joven Julieta (Adriana Ugarte) y sus coloridas vestimentas, un rasgo en el que muchos reconocerán al Almodóvar de “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. No es casual que este film haya sido realizado en 1988, año en que transcurren varias de las escenas del personaje central en su etapa más joven. Podría decirse que la película adhiere a un género cultivado entre otros por Hitchcock y hasta puede adivinarse su influencia en la música (similar a la de Bernard Herrmann) y en algunas escenas en un tren como la de un célebre film del mago del suspenso. De las actrices “clásicas” de Almodóvar la única que vuelve a aparecer es Rossy de Palma, ya que Inma Cuesta (“Blancanieves”, “Kóblic”) tampoco lo había hecho antes. De los pocos actores el único reincidente es Darío Grandinetti, quien tenía un rol más importante en “Hable con ella”. Pero como se afirmaba al inicio, “Julieta” es fundamentalmente un film sobre el mundo femenino, que sin duda es el que mejor retrata el director de “La flor de mis secretos”. Fue presentada en Cannes con buena respuesta de crítica y público.