Otra de fantasmas en la casa Aunque parte de un lugar común en el género, tiene un aura de ambigüedad y misterio. El canal del demonio parte de uno de los lugares más comunes del terror: la familia que se muda a una casa embrujada. En ese lugar se cometieron horribles crímenes, y ahora está habitado por los atormentados espíritus de las víctimas y el victimario. Hay más elementos típicos, como filmaciones caseras que documentan la aparición de esos fantasmas. Pero el director Ivan Kavanagh pone esos clichés al servicio de la historia de un drama familiar y logra usarlos para crear una atmósfera atrapante. Todo transcurre en un clima onírico, donde nunca termina de quedar del todo claro qué es lo que sucedió en realidad y qué forma parte de la imaginación del protagonista. Un recurso que muchas veces es tramposo y resulta irritante, pero que en este caso funciona bien, dándole a la película un bienvenido aura de ambigüedad y misterio.
Una Eva y dos Adanes La saga de Bridget Jones recuperó la frescura de la primera parte. Feminista, pero con autoironía. A quince años de El diario de Bridget Jones, y a doce de su secuela, Bridget Jones: Al borde de la razón, volvió la antiheroína favorita de las mujeres. Trae algunos cambios fisonómicos, pero el alma intacta: ahora es una ex gordita que perdió kilos, pero no la inseguridad ni la timidez. Y sigue debatiéndose entre dos amores: esta vez, con el detalle de que cualquiera de los dos podría ser el padre del bebé que ella está gestando. Uno de los candidatos es un viejo conocido, Mark Darcy (Colin Firth), en una versión pasada por tintura (las viejas franquicias resucitadas suelen traer estos toques decadentes). Y el otro es una novedad: como Hugh Grant se bajó del proyecto con críticas al guión, hicieron que su personaje desapareciera en un accidente aéreo y lo reemplazaron por Patrick Dempsey (de Grey’s Anatomy), otro carilindo seductor, pero menos despiadado y más cariñoso. Esta tercera parte recupera la esencia de la primera. Quizá se deba a que la directora vuelve a ser Sharon Maguire, que había pegado el faltazo en la segunda. La historia, como en las dos anteriores, está basada en un libro y las columnas periodísticas de esa referente de la chick lit llamada Helen Fielding, que coescribió el guión junto con la actriz Emma Thompson (además tiene un papel secundario) y Dan Mazer (socio de Sacha Baron Cohen en Bruno, Borat y Da Ali G Show). Ahora el conflicto está dirigido a las cuarentonas apuradas por el reloj biológico, con una trama bien actual: comedia romántica en los tiempos de Tinder y los óvulos congelados. Con la virtud de tener un mensaje feminista y, a la vez, reírse de ese mensaje tanto como de la crisis de banalidad que está atravesando el periodismo. Renée Zellweger parece haber nacido para ser Bridget Jones: aun sin tanto cachete simpático, mantiene la frescura y la ingenuidad que hacen tan querible a esta criatura. Hay un par de personajes secundarios, nuevos en la saga, que la acompañan a la perfección, como su amiga Miranda (Sarah Solemani) y la médica interpretada por Thompson. Ellas son las que mejor expresan ese humor británico fino, ácido, a veces inocente pero siempre efectivo. Así y todo, por momentos la película se empantana: media hora menos la hubiera beneficiado mucho.
Los vericuetos de la fama Esta historia sobre la celebridad y sus consecuencias tiene un guión pretencioso y confuso. Vertiginosa, alocada, por momentos confusa, Resentimental intenta reírse del mundillo del cine y la publicidad, de la fama y sus efectos colaterales, mientras sigue las andanzas amorosas de una modelo devenida cineasta: Eva (Lucila Polak, conocida por ser pareja de Al Pacino) se debate en el intento por recuperar a su esposa (Brenda Gandini) mientras evoca sus amoríos con una tercera mujer (Belén Chavanne). La película recurre permanentemente a los flashbacks, algo que perjudica a la narración. Pero su mayor pecado es que es demasiado pretenciosa: está cargada de frases artificiales, pretendidamente ingeniosas, que le quitan toda credibilidad. “Es como si estuviera en una mala película, como si alguien estuviera actuando mal y ella no pudiera evitar decir corte (…) Cuando el guión es bueno, soporta hasta las malas actuaciones”, dice en un momento la voz en off de la narradora ( Graciela Borges). Una reflexión autorreferencial: sí, la película deja bastante que desear y las actuaciones son flojas, pero en este caso el guión -escrito por el director, Leonardo Damario, junto con Adrián Caetano y Nora Mazzitelli- no ayuda, sino todo lo contrario.
El escritor fantasma Efectivo thriller francés sobre un joven que logra fama y prestigio luego de plagiar un manuscrito. Mathieu Vasseur es un escritor frustrado: rechazado por las editoriales, vive en un monoblock y se gana el pan cargando cajas en una mudadora. Pero un día, ese ingrato trabajo lo lleva a toparse con el diario de un anciano que acaba de morir sin dejar parientes ni amistades a la vista. Vasseur se lo apropia, nota su valor literario, lo publica con su nombre y su suerte cambia. Todo el suspenso y la tensión de la película están construidos sobre la base de esa gran mentira fundacional: la cuestión será ver cómo este Tom Ripley amateur se las ingenia para que nadie descubra su secreto y así pueda mantener el prestigio y la posición social adquiridas. Una angustia común: sentir -o saber- que se está representando un papel pasible de ser desenmascarado en cualquier momento. Además de ese lejano sabor a Patricia Highsmith, hay ecos de Match Point , Conocerás al hombre de tus sueños y, sobre todo, de una tercera, estrenada aquí en 2013 como Palabras robadas. Tanto los personajes y los sucesos como el clima y las locaciones dan una sensación de déjà vu. Pero no deja de ser simpático que, con elementos “prestados”, Yann Gozlan haya armado un efectivo thriller sobre el plagio.
Mueca, antes que copia El resultado es una mueca de aquellos arquetipos del género en los que la película está inspirada. “La película contiene todos los condimentos arquetípicos del género. Porque hacer un cine de género, al contrario de lo que se suele creer, requiere del respeto de reglas más rígidas que las del cine de autor, en donde el director está liberado a construir las suyas”, explica Sergio Mazurek, el director, en la gacetilla de prensa. El problema aparece cuando el afán por seguir esas pautas convierte a la obra en una mera repetición de esquemas y fórmulas sin una impronta propia. No se pide originalidad -que, al fin y al cabo, es una cualidad sobreestimada- pero sí que haya al menos algún toque personal, que los mismos ingredientes sean utilizados de otra manera. De lo contrario, la película podrá llenar los casilleros del formulario de admisión en el género -en este caso, terror psicológico o thriller fantástico- pero se transforma en una réplica sin gracia de aquello en lo que está inspirada. En Ecuación hay rastros de El abogado del diablo, de Pi, de El código Da Vinci. Un médico (Carlos Echevarría) empieza a verse rodeado de muertes, todas con la presencia de un misterioso viejo como factor común: la investigación de estos sucesos lo pone en contacto con un submundo matemático-esotérico en el que se hunde más y más con cada nueva pista. Este tipo de tramas afrontan un desafío mayor: que las explicaciones que va encontrando el protagonista sean comprensibles y no resulten abrumadoras. Pero aquí los personajes se encuentran diciendo intrincados parlamentos que aburren, oscurecen más de lo que aclaran y restan interés en lugar de aumentarlo. Si a esto se le suman actuaciones poco convincentes, la aparición de flashbacks innecesarios y una escasez presupuestaria que se nota demasiado, el resultado es una mueca de aquellos arquetipos del género en los que está inspirada.
El sueño de la renta propia El personaje del filme de Alejandro Chomski cumple con la idea de muchos: vivir de rentas y sin obligaciones. El sueño de tantos: tener casa propia, una renta modesta y no estar sometido a las garras del trabajo o las obligaciones. Todos fantaseamos alguna vez con no hacer nada, pero ¿cuántos son capaces de cumplir esa utopía, aun contando con los medios económicos? Roque Waterfall (Martín Piroyansky) lo realiza al extremo: sus únicas actividades consisten en mirar viejos triunfos de Atlanta, su equipo, en VHS; leer el diario en el bar del barrio; tomar sol y charlar con los linyeras amigos. Anclado en los ‘80, usa videocasetera, nunca se saca su camiseta retro auriazul ni su piloto raído, anda en una vieja rural, no tiene celular ni usa redes sociales. Un cineasta alemán (Rafael Spregelburd) lo aprecia como un raro ejemplar de hombre libre dentro de la sociedad del consumo y el deber ser, y lo convierte en sujeto de su nuevo documental. Extraña cruza de Isidoro Cañones con uno de los apáticos protagonistas del (viejo) nuevo cine argentino, lo bueno de un personaje como Waterfall es que es fácil identificarse con él. Pero la película -basada en la novela homónima de Jorge Parrondo- no funciona tanto como comedia, por más que esté cargada de diálogos ingeniosos, sino más bien como una reflexión sobre la vida contemporánea. Con una conclusión a lo Pavese: trabajar cansa.
Un capitalismo mejor es posible Pese a ser un tanto ingenuo y reduccionista, este documental demuestra la eficacia de políticas progresistas. En plena campaña presidencial, Michael Moore acaba de ser noticia en los Estados Unidos por el sorpresivo estreno de Michael Moore in TrumpLand, un intento de echarle más tierra encima a Donald Trump. Mientras tanto, acá llega a los cines ¿Qué invadimos ahora?, su anterior película, de 2015. Como siempre, el ganador del Oscar por Bowling for Columbine trata de despertar las adormiladas conciencias de sus compatriotas, y ahora lo hace “invadiendo” en solitario algunos países para apropiarse no de su petróleo, sino de sus políticas. A Moore no se le pueden negar varias cualidades: ingenio, sentido del humor, claridad en los conceptos. Pero en este caso, estos méritos vienen acompañados de una contracara menos feliz: reduccionismo, simplismo, ingenuidad. Incurre en un pecado frecuente en los medios masivos de comunicación: en su afán de transmitir su mensaje, Moore por momentos subestima al público, como si se estuviera dirigiendo a una audiencia de niños de preescolar. Pero ¿sería tan eficaz en su prédica si elevara un poco su discurso? Probablemente no. Así y todo, el documental tiene aspectos reveladores. Su principal objetivo es enseñarles a los estadounidenses que otro modo de vida es posible dentro del capitalismo, y para eso muestra políticas europeas que en los Estados Unidos son impensables. Para los argentinos, tan acostumbrados a admirar a Europa, quizá lo más llamativo de esa comparación sean, más que los conocidos beneficios del Estado de bienestar europeo, las carencias y defectos de la tierra de oportunidades, ese otro faro siempre idealizado. Con entrevistas hechas de preguntas básicas, Moore nos muestra que eso llamado sentido común -que no es más que la repetición, a lo largo de años, de ideas implantadas por los sectores dominantes en el inconsciente colectivo- puede ser también progresista, en el mejor sentido de la palabra.
Dos amigos, un mismo amor Esta película sobre un triángulo amoroso es intrigante, pero una trampa narrativa termina menoscabando sus méritos. Los triángulos amorosos admiten ser contados en una amplia gama de registros: pueden ser el núcleo de tragedias, policiales, incluso comedias. En su opera prima, Sebastián D’Angelo -autor del guión y codirector junto a Santiago Fernández Calvete- eligió contar un triángulo dramático con ribetes de thriller, sumándose así a una saludable tendencia del cine argentino de escaparles a esas abúlicas historias de angustia palermitana que abundaban años atrás. El conflicto es clásico: dos amigos separados -o unidos, según cómo se mire- por la misma mujer. Matías (el propio D’Angelo), dueño de un bar, y Julia (Mercedes Oviedo), aspirante a artista plástica, se ponen de novios y rápidamente se embarcan en la aventura de la convivencia. No tardan en surgir grietas en la relación, y justo en ese momento vuelve de un largo viaje Rodrigo (Gustavo Pardi), el mejor -y único- amigo de Matías. Dos vértices del triángulo están mucho más logrados que el tercero. Es creíble la relación entre Matías y Julia, que sufre el desgaste propio de cualquier pareja (aunque en este caso las desavenencias se producen a gran velocidad). También es verosímil la atracción que va surgiendo entre Julia y Rodrigo, dos espíritus bohemios, artísticos, que se conectan enseguida. En cambio, la amistad entre Matías y Rodrigo no parece muy sólida ni profunda, por más que hay un artificial intento de unirlos mediante un hecho trascendental compartido en su pasado. D’Angelo apela al recurso narrativo de la prolepsis y empieza Tríada por una escena del final: todo el relato es un largo racconto de cómo se llegó hasta ese punto. El efecto que busca, y logra, es que todo lo que veamos esté teñido por esa escena, de modo que una sombra aciaga sobrevuele la historia. Es un recurso que cumple el objetivo de generar intriga. Y sería válido si no escondiera una trampa, un engaño al espectador. No aclaramos en qué consiste para no espoilear el desenlace; sólo digamos que produce la misma decepción que cualquier narración que termina con el viejo truco de atribuir todo a un sueño. Así, ese recurso se vuelve en contra de la película, quitándole gran parte de lo bueno que hasta entonces se había construido.
Yo no sé que me han dicho tus labios Este documental es un largo bonus track de “Yo no sé qué me han hecho tus ojos”, sin el mismo encanto ni interés. En 2003, Sergio Wolf y Lorena Muñoz rescataron del olvido la historia de Ada Falcón, la cancionista que en los años ‘40, en pleno apogeo, se retiró de la vida pública: en la bella Yo no sé qué me han hecho tus ojos contaban la vida de la artista, su tormentoso romance con Francisco Canaro y, con el pulso de un policial negro, la rastreaban hasta encontrarla con vida en un hogar de ancianos en Córdoba. Todas las películas tienen escenas descartadas; en este caso, Wolf intenta recuperar su primera charla con Falcón, que se quedó sin sonido y, por lo tanto, no pudo ser incluida en aquel documental. Muchas de las grandes películas nacen de alguna idea obsesiva de su director, algo que es aun más frecuente en los documentales, donde se necesitan enormes cuotas de pasión y esfuerzo para perseguir, a veces durante años, temas y personajes a menudo esquivos. El desencuentro se produce cuando el realizador no consigue contagiar su entusiasmo personal al público. Es lo que sucede con esta suerte de largo bonus track de Yo no sé… que es Viviré con tu recuerdo. Siempre en primera persona, Wolf cuenta circunstancias que rodearon aquella filmación -incluso íntimas, como que entonces estaba en pareja con Muñoz- y se detiene en la que llama “escena primaria, como para los psicoanalistas, o escena del crimen, como para los detectives”: la del día en que por fin, después de una larga búsqueda, conoció y entrevistó a la cancionista. Esa escena quedó muda y obligó a repetir la entrevista dos años después. Pero a Wolf lo desvela la sensación de que el primer encuentro había sido mucho más jugoso que el segundo. Entonces, durante gran parte de este nuevo documental lo vemos tratando de descifrar -solo o con la ayuda de una lectora de labios- el contenido de esa conversación silente. La escena se repite una y otra vez: como en Yo no sé..., se trata de una pesquisa detectivesca, pero sin el mismo encanto ni interés. Wolf la aprovecha para reflexionar sobre temas como el cine, el arte de narrar o el paso del tiempo, pero al cabo lo más jugoso vuelven a ser las palabras que Falcón ya había dicho en Yo no sé... trece años atrás.
La búsqueda del tesoro Cierre de la trilogía basada en novelas de Dan Brown, con Tom Hanks otra vez como el profesor Langdon. Después de El código da Vinci (2006) y Angeles y demonios (2009), Ron Howard y Tom Hanks vuelven a armar equipo para cerrar su trilogía de películas basadas en novelas del best seller Dan Brown. La sinopsis vuelve a ser básicamente la misma que en las anteriores: Hanks es otra vez el profesor Robert Langdon, ese héroe académico que, acompañado por una bella mujer (antes fueron Audrey Tatou y Ayelet Zurer, esta vez es Felicity Jones), apela a sus conocimientos históricos y literarios para resolver un enigma y salvar a la humanidad, mientras es perseguido por múltiples y misteriosos enemigos. No hace falta haber visto a sus antecesoras para poder seguir la trama. Que arranca con Langdon en la cama de un hospital de Florencia, herido en la cabeza, con amnesia parcial, horribles visiones apocalípticas y siniestros agentes pisándole los talones. No hay respiro: las persecuciones y los acertijos estallan apenas empieza la película, y no se detienen hasta el final. El procedimiento es nuevamente el de una agotadora búsqueda del tesoro: a una pista le sigue una brillante deducción, que conduce a un sitio histórico, donde se encuentra otra pista, y así sucesivamente. En este caso, todo gira alrededor de Dante Alighieri y de El mapa del infierno, la pintura de Sandro Botticelli sobre los círculos infernales de La Divina Comedia. El objetivo final: encontrar el lugar donde un científico escondió un virus diseñado para aniquilar a la mitad de la población humana. El mecanismo obliga a continuas explicaciones: Langdon tiene que justificar cada una de sus deducciones, por lo que los diálogos se vuelven largas parrafadas cargadas de información tediosa. La película pretende, además, ilustrarnos sobre las épocas, los lugares y los personajes históricos que están involucrados en la pesquisa, así que en boca de los personajes también se incluyen datos del estilo de “Venecia recibe veinte millones de turistas por año” que hacen aun más forzados los parlamentos. Los constantes flashbacks y giros artificiosos del guión contribuyen a empiojar la cuestión. Quedan, como consuelo, estupendas tomas de Florencia, Venecia y Estambul.