Los méritos de este filme sobre la ceguera quedan opacados por su excesiva ambición. “Vivimos en una sociedad donde resulta muy complejo ponerse en el lugar del otro”, dice Verónica González Bonet, periodista, madre de mellizos, ciega. Subsanar esa actitud es una de las metas de ¿Qué ves? Ecos de lo invisible: mediante los testimonios y el retrato de retazos de las vidas de González Bonet, un bandoneonista y su hermano mellizo (Mateo y Andrés Terrile) y dos chicos (Thiago Bazán y Nacho Spósito), nos enteramos de cómo se las arreglan todos ellos para desenvolverse sin utilizar un sentido primordial: la vista. En esas imágenes y esas palabras, el aspecto periodístico del documental, está lo más interesante de la película. Y el espectador se queda con ganas de saber más acerca de cómo hace una madre ciega para criar a dos hijos (que, además, sí pueden ver); cómo se integra un nene ciego a compañeros de escuela (que también pueden ver); cómo hace un músico ciego para aprender a tocar sin la posibilidad de leer un pentagrama. Pero la película no se limita a ser un registro periodístico de la cotidianidad de ciegos diversos; tiene ambiciones artísticas y filosóficas. Y es ahí donde pierde el foco, casi literalmente. Ilustradas con imágenes borrosas que, en claveexperimental, intentan emular una visión defectuosa, hay largas declaraciones de la artista plástica Silvia Gurfein y el artista sonoro Nicolás Varchausky, que reflexionan sobre lo visual, lo sonoro y la preponderancia de las imágenes en nuestra sociedad, entre otras cuestiones. Pero lo que más aportan es tedio, y terminan opacando los méritos del documental.
Caramelos surtidos Desde que su primera edición, allá por 1995, mostró aires de renovación en el cine argentino y permitió ver los trabajos iniciáticos de directores como Lucrecia Martel, Adrián Caetano o Daniel Burman, las Historias breves siempre provocan curiosidad: ¿estaremos ante algún futuro talento? En esta novena edición, los cortometrajes producidos por el INCAA son siete. Y si bien tienen altibajos, como inevitablemente ocurre en este tipo de “compilados”, el nivel general es aceptable y bastante parejo. Uno de los destacados es el que abre la entrega: El gran Vairitosky, de Matías Carrizo, realizado por la cooperativa cordobesa de cine Muchas Manos Films. Es el único corto de animación de los siete: con muñecos y la técnica de stop motion, cuenta con mucha gracia la pulseada entre un acróbata de circo y la muerte. Otro de los que sobresalen es el que cierra, En Crítica, de Luz Orlando Brennan. Más que un corto, parece el comienzo de un largometraje: con una buena ambientación de época, muestra un supuesto episodio vivido por Roberto Arlt (Alberto Ajaka) durante su época de cronista de policiales en el diario Crítica, de Natalio Botana, en 1928. También hay que mencionar a El paso, de Victoria Mammoliti, que tiene buenas actuaciones (como la de la propia directora) y un interesante tono para contar una historia poética con ribetes fantásticos. Hay dos más de registro fantástico: El desafío, de Andrés Arduin, que narra un duelo gauchesco en un cementerio -con la actuación de Larry de Clay como nota curiosa-, y Estacionamiento, de Luis Bernádez, que muestra a una pareja en el descenso a los infiernos de su relación. Los dos restantes están protagonizados por chicas: Videojuegos, de Cecilia Kang, retrata el desasosiego de la pubertad, y El pez ha muerto, de Judith Battaglia, las vivencias de una nena del litoral.
Cortázar, en el pincel de grandes artistas En el marco de lo que se ha dado en llamar Año Cortázar -por el centenario del nacimiento de Julio Cortázar-, el director Julio Ludueña trae Historias de cronopios y de famas: diez cortos animados basados en historias del libro que el escritor argentino publicó en 1962. Las animaciones están hechas a partir del trabajo de diez artistas plásticos diferentes, muchos ellos de renombre, como Luis Felipe Noé, Carlos Alonso, Daniel Santoro, Crist o Antonio Seguí. Con semejantes apellidos, era difícil que la película no tuviera un impacto visual mayúsculo. Y eso es lo que la hace digna de ser vista. Es impactante ver en la pantalla grande, por ejemplo, la paleta de colores de Noé puesta al servicio de un relato como Pequeña historia tendiente a ilustrar lo precario de la estabilidad dentro de la cual creemos existir, o sea que las leyes podrían ceder terreno a las excepciones, azares o improbabilidades, y ahí te quiero ver. O los seres descangayados de Alonso en Conservación de los recuerdos, las líneas de Crist en Tema para un tapiz, los personajes de Seguí en Fama y eucalipto. Y también es valioso el aporte de los otros artistas, no tan conocidos para el gran público, como Ana Tarsia (La cucharada estrecha), Ricardo Espócito (Líneas de la mano) o Magdalena Pagano (Lo particular y lo universal). Las animaciones y el tratamiento de la imagen original estuvieron a cargo de un equipo encabezado por Juan Pablo Bouza, utilizando, como toda una definición de principios, software libre. El resultado es mejor en algunos casos que en otros, pero una característica es común a todos los cortos: tienen una textura casi artesanal, palpable, algo que realza las cualidades de la mayoría de los cortos. De una gran sensibilidad y corporeidad, verlos es como observar a una pintura cobrando vida. Por esta forma de animación, varios de los trabajos recuerdan a los que se podían ver en Caloi en su tinta. Si la estética es la fortaleza de este Historias de cronopios y famas, el contenido es su debilidad. Porque la mayoría de las historias fueron adaptadas para tener una traducción visual, pero en el camino se perdió la magia de los textos originales de Cortázar. Si ése es el gran desafío que plantea la literatura al ser trasladada a un arte visual como el cine, en este caso el reto era doble, porque se trata de textos poéticos, poco convencionales. En ese aspecto, la película es endeble y por momentos puede llegar a resultar tediosa.
Esta historia futurista, situada “diez años después del colapso”, muestra la empatía entre Pattinson y Guy Pearce: dos hombres a los que sólo los une el pragmatismo. Hay algo irresistible en las películas postapocalípticas. Será el placer morboso de ver plasmadas en la pantalla las liberadoras fantasías de un mundo en el que el caos finalmente se haya impuesto por sobre el orden social conocido; un mundo en el que todas las leyes escritas por el hombre hayan prescripto y se esté ante el comienzo de una nueva historia. Después de todo, ¿quién no se imaginó alguna vez qué pasaría después del fin del mundo? Angustiado por la crisis económica occidental de 2007-2008, el australiano David Michôd sintió que el planeta se iba al tacho y situó a El cazador, su segundo largometraje, “diez años después del colapso”. Todo sucede en una tierra árida, poblada por hombres vencidos, desesperanzados, embotados de calor y desidia, sin demasiados motivos para vivir, con el alcohol y la prostitución como únicos refugios a mano. Y dos dioses absolutos: los dólares estadounidenses y las balas (parece que no hay ningún cataclismo capaz de alterar esta religión duoteísta). La anécdota que dispara la acción de esta road movie futurista es simple: a un hombre -jamás se dice su nombre, aunque en los créditos figura como Eric- le roban el auto. Y, aunque a cambio le dejan una camioneta bastante mejor que su vehículo original, él se lanza a una persecución frenética para recuperarlo, como si ese automóvil fuera lo único por lo que valiera la pena seguir adelante en ese lugar hostil, como si fuera su única conexión afectiva en la vida. Si la actuación de Guy Pearce (el de Memento) es muy buena y da en el tono justo que la historia necesitaba, en el camino se encuentra con un compañero de aventuras que lo supera. Es sabido que no hay nada como interpretar a un deficiente mental o a alguien con cierto grado de discapacidad para ser tomado en serio actoralmente y aspirar a todo tipo de premios. Y Robert Pattinson nos hace caer en el viejo truco: Rey, su joven desamparado, medio lelo, de hablar dificultoso, obliga a que -si los teníamos- dejemos de lado los prejuicios hacia el galán de la saga juvenil Crepúsculo y de acá en más nos lo tomemos un poco más en serio. La relación que construyen los dos protagonistas es muy particular: aparentemente, entre ellos no hay empatía ni sentimientos, sólo los mueve el pragmatismo. El comportamiento de Eric y Rey es el reflejo de lo que ha ocurrido con la humanidad entera en esos tiempos posteriores al desastre. Parecen no quedar rastros de sentimientos, apenas ciertos instintos de supervivencia. Y el desierto australiano, que trae reminiscencias tanto de Mad Max como de Breaking Bad, es el escenario ideal para desarrollar esta historia de sobrevivientes que buscan una razón de ser en un universo que los abandonó a su suerte.
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Tras los pasos de la Virgen El filme de Juan Manuel Cotelo, con contenido religioso, no demasiado logrado. A esta altura, puede decirse que el español Juan Manuel Cotelo es un especialista en realizaciones audiovisuales de temática religiosa. Cobró notoriedad en 2010, cuando su documental La última cima, sobre la vida del sacerdote Pablo Domínguez Prieto, se convirtió en un inesperado éxito de taquilla en España. Le siguió la serie Te puede pasar a ti, en la que el propio Cotelo entrevista a gente alejada de la religión que terminó convirtiéndose al catolicismo. Después su productora, Infinito más uno, editó un disco de villancicos. Su última obra es Tierra de María, que básicamente consiste en entrevistas a personas de distintos lugares del mundo que experimentaron manifestaciones de la Virgen María. Además de cineasta, Cotelo es actor y estudió periodismo. Aquí pone en juego los tres oficios: él entrevista a los creyentes presentándose como "El Abogado del Diablo", como parte de una investigación ficticia en la que están enmarcados los testimonios, y que incluye una "video-Biblia no autorizada, para quien no tenga tiempo de leer la Biblia sí autorizada", con actores interpretando a Dios, Satán y otros personajes bíblicos. Ese comienzo humorístico se va diluyendo. Y, a través de las palabras de una ex modelo arrepentida de haberse practicado un aborto, un médico arrepentido de haber practicado abortos, o una ex cantante de los casinos de Las Vegas con esclerosis múltiple, la película se transforma en una suerte de propaganda de la Virgen. Se tiene fe o no: en ese sentido, los testimonios son irrefutables, y probablemente resulten atractivos para los religiosos (sobre todo, para los católicos y adherentes a otras ramas del cristianismo). Pero al no tener matices -lo de "El Abogado del Diablo" era una buena idea, pero queda en un título nominal- carecen de interés para los agnósticos o practicantes de otros credos. Y terminan siendo tan contraproducentes como el timbrazo de un testigo de Jehová un domingo a la mañana.
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Dos tipos audaces Hace rato que el semillero de Marcelo Tinelli copó la televisión. Ahora va por el cine, a la caza del público de vacaciones de invierno. (Digresión: a partir de tanta pelea infantil y de la presencia del Oso Arturo, puede sospecharse que el propio ShowMatch está destinado principalmente a los niños, pero eso habría que analizarlo en otro artículo). Decíamos: a Bañeros 4: Los rompeolas, que cuenta en el reparto con Pachu Peña, Pablo Granados, Freddy Villarreal y Mariano Iúdica, se suma Socios por accidente, protagonizada por José María Listorti y Pedro Alfonso, y con Anita Martínez -una de las figuras del ShowMatch actual- como actriz secundaria. Pero si bien la relación entre Listorti y Alfonso se forjó en los pasillos de Ideas del Sur, sus trabajos en la película son diferentes de los que acostumbraban hacer como laderos de Tinelli. Acá deben componer personajes: los dos integrantes de una de esas clásicas parejas disparejas que tienen a Jerry Lewis y Dean Martin como antepasados lejanos. Uno (Alfonso) es el serio, el galán, el que tiene todo claro y no falla jamás; el otro (Listorti) es el torpe, el cobarde, el verborrágico, el inútil, el ridículo. Alfonso hace de Rody, un atildado agente de Interpol que sale con la ex mujer de Matías, un traductor de ruso (Listorti). No se conocen más que de oídas, pero por una de esas vueltas del guión terminan trabajando juntos en una misión. En este desafío interpretativo que encaran por primera vez, Listorti sale un poco mejor parado que Alfonso, que no tiene formación actoral (algo que su carisma no logra disimular tan bien como lo hacía con sus pasos de baile en la pista de Bailando por un sueño). De todos modos, lo más importante en este tipo de duplas es ese elemento indefinible que se conoce como química, y puede decirse que algo de eso hay. A la película tampoco le falta producción, y cuenta con el plus de la belleza del Parque Nacional Iguazú. ¿Cuál es el principal déficit, entonces? No causa gracia, detalle no menor tratándose de una comedia. Hay un par de escenas que invitan a la sonrisa -como un absurdo diálogo en ruso entre Listorti e Ingrid Grudke-, pero no mucho más: la mayoría de los chistes son demasiado pavos como para que Socios por accidente resulte una experiencia recomendable.