Una obra maestra con aire hitchcockiano Luego de protagonizar la ambiciosa Petróleo Sangriento (There Will Be Blooden) en 2007, el británico Daniel Day-Lewis vuelve a ser la cara de otro drama de época dirigido por Paul Thomas Anderson. La historia, ambientada en Londres durante la primera mitad del siglo XX, presenta a un prestigioso modista de alta costura cuya metódica vida se ve transformada por la irrupción de una joven dispuesta a hacer valer su lugar. Inspirado en el diseñador de moda español Cristóbal Balenciaga, el personaje de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) detenta un carácter rígido, estricto y sumamente detallista. Un tipo de personalidad que fácilmente podríamos catalogar como histérica y que toma mayor relevancia si consideramos el apego emocional que el protagonista siente por su madre fallecida hace bastante tiempo. Woodcock convive en una gran mansión victoriana con su hermana y colega Cyril (Lesley Manville), una mujer solitaria que lo consiente en todos sus caprichos. Juntos han logrado llevar la marca Woodcock a un sitio destacado de la alta costura inglesa, convirtiéndose en una de las preferidas de la aristocracia imperante. Durante un viaje por el interior de Reino Unido, el diseñador conoce a Alma (Vicky Krieps), una bella y joven camarera a quien Reynolds no duda en seducir. La muchacha, poseedora de unas medidas corporales perfectas según el criterio del modisto, rápidamente comienza a tomar el rol de musa inspiradora. Sin embargo, el retorcido vínculo amoroso que ambos comparten lleva a Alma a límites insospechados con el fin de poder lograr una conexión real con este hombre que se oculta bajo una coraza. El director de Magnolia (1999) narra con sutileza el crecimiento de una enfermiza historia de (des)amor en donde abunda el desprecio y la intolerancia. Como en toda unión humana, la relación de poder existe y aquí está planteada de forma asimétrica desde un comienzo. El diseñador busca objetivar a Alma, convertirla en un accesorio más de su ordenada vida para así poder entregarse por completo a su verdadero amor: la creación. Pero Alma se niega a convertirse en un maniquí y por ello intenta buscar un portal hacía Reynolds, una cavidad dentro de ese modelo de fortaleza y perfección que le permita cambiar el juego de roles y pasar a ser ella quien tenga el dominio de la situación. Con una exquisita música clásica compuesta por Jonny Greenwood, habitual colaborador de Anderson que se ha encargado de la banda sonora de otros filmes del director como There Will Be Blood, The Master e Inherent Vice, de a ratos pareciera que estuviéramos ante una película de la edad dorada de Hollywood. De hecho, la principal inspiración de esta historia ha sido nada menos que la gran Rebecca (1940) de Alfred Hitchcock. Esta referencia se expresa con claridad en el personaje de la hermana Cyril, una refinada señora que cela a Reynolds y que en algún punto representa el reemplazo de esa figura femenina de poder que significaba la madre de ambos. Cyril es un arquetipo de Mrs. Danvers, la ama de llaves de la destacada cinta de Hitchcock que se encarga de mantener viva la sombra de la difunta Rebecca. El fantasma de la madre de Reynolds también está presente en cada rincón de esa claustrofóbica mansión y en los hilos de los vestidos de novia que el diseñador concibe con la misma pasión con la que alguna vez bordó el de su madre siendo apenas un niño. Daniel Day-Lewis, quien recientemente declaró que esta película constituía su despedida del mundo actoral, nos brinda una actuación deslumbrante y sumamente natural. El anglo-irlandés le otorga el histrionismo necesario que requiere este tipo de personaje evitando caer en las exageraciones. Su coprotagonista, Vicky Krieps, es de esas actrices capaces de sonrojarse en cámara ante una escena que incomoda a su personaje. Es ella quien imprime a la cinta las dosis humorística y la que realiza un mayor recorrido en la historia hasta lograr desplegar toda su fuerza y determinación en pos del objetivo final. El diseño de arte de El Hilo Fantasma representa, quizás, el elemento mejor logrado del filme. Además de un vestuario formidable que embellece la pantalla a cada segundo y que ha sido distinguido con un galardón en la última entrega de los Oscars, la cuidada fotografía (a cargo del propio Anderson) cumple un rol destacado y se ve beneficiada gracias utilización de luces suaves y naturales. Cabe señalar que cada encuadre está meticulosamente bien planeado para guiar la narración. Los planos cortos sobre los personajes acompañan ese sentimiento de sofocación que se percibe en la casa Woodcock. El Hilo Fantasma es un drama conceptual, que se mueve con delicadeza por los recovecos de una historia de amor perversa e imprevisible.
Cacería humana. Los hermanos Luciano y Nicolás Onetti (Sonno Profundo; Francesca) se corren del subgénero neo giallo que los caracteriza para entregarnos un filme de terror que homenajea a La Masacre de Texas al mismo tiempo que bordea la trágica historia del pueblo de Epecuén. Un grupo de jóvenes amigos deciden viajar a las ruinas de Epecuén para grabar un documental sobre la inundación que desbasto a la localidad bonaerense en 1985. Junto a ellos se encuentra Carla (Victoria Maurette), una ex habitante de la pequeña villa turística que no tuvo más opción que huir cuando apenas era una niña, dejando atrás su hogar y su familia. Las cosas comenzaran a complicarse cuando en el camino se crucen con unos extraños y temibles pobladores que al igual que esta ciudad fantasma han quedado en el olvido. Los Olvidados es un slasher tradicional, género popularizado en los ochenta gracias a las sagas de Pesadilla y Martes 13 y que hoy agoniza con los reebots y secuelas innecesarias de los clásicos de aquella década dorada. A través de imágenes postapocalípticas de lo que en algún momento fue el balneario argentino predilecto de las familias aristocráticas, la cinta nos va introduciendo en una sensación de pesadumbre y resquemor como solo el abandono del Estado puede causar. Una antigua estación de servicio al costado de la ruta custodiada por un perturbador clan marcará el punto de no retorno en la vida de estos jóvenes intrépidos. Para los amantes del gore es importante saber que el nuevo filme de los hermanos Onetti no escatima en sangre, desmembramientos, torturas y asesinatos por doquier. Los demenciales lugareños interpretados de forma magistral por Mirtha Busnelli, Germán Baudino y Chucho Fernández, emplean todo el sadismo necesario para este tipo de relato que además se ve beneficiado por una destacada elección de vestuario y maquillaje. Filmada con dispositivos Freefly Movi, la cinta presenta una dirección de arte de excelente nivel, acompañada de una cuidada fotografía a cargo de Facundo Nuble (Corazón Muerto) que le imprime tonos fríos e imponentes a esta locación colmada de tierra, escombros, suciedad y cadáveres. La película hace un gran aprovechamiento de la zona a través de las tomas aéreas, los viejos establecimientos como el matadero y los registros fílmicos de la época de la inundación. Una de las características más notables tiene que ver con el hecho de evitar calcar a rajatabla los recursos y modismos norteamericanos tan propagados por los filmes de culto ochenteros. En este caso, la narración logra transmitir al espectador cierta autonomía y aquella idiosincrasia argentina combinada con elementos previos a la etapa de explotación del género slasher. De hecho, cabe resaltar que además de la obra de Tobe Hopper otra de las referencias claves para este road movie ha sido nada menos que La Colina de los Ojos Malditos de Wes Craven, estrenada allá por 1977. En resumidas cuentas, Los Olvidados es una película de género que goza de un presupuesto y una calidad inusuales para estas pampas. A pesar de tratarse de una historia trillada, los aspectos visuales y técnicos, la atmósfera inquietante, las armoniosas actuaciones y el excelente uso del contexto geográfico, colocan a esta cinta dentro de las producciones terroríficas nacionales más destacadas de los últimos tiempos.
Cuando todo se derrumba Basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro, la historia sigue los pasos de Pablo Simó (Joaquín Furriel), un arquitecto de mediana edad con innovadoras ideas pero que se limita a diseñar los emprendimientos del estudio para el que trabaja. Lleva 20 años de casado junto a Laura (Laura Novoa) con la que tiene una hija adolescente llamada Francisca. La estructura de su vida rutinaria comienza a desmoronarse con la llegada de una joven (Sara Sálamo) al estudio de arquitectos preguntando por Nelson Jara, nombre que remite a un hecho oscuro de su pasado en el que tanto él como su compañera de trabajo y su jefe están implicados. Dirigida por Nicolás Gil Lavedra (Verdades Verdaderas, 2011), el filme es un thriller con una abierta crítica social que reflexiona sobre los dilemas morales, el estancamiento profesional, la crisis matrimonial y la pérdida de la inocencia. Al igual que otros policiales de Piñeiro también llevados a la pantalla grande como Las Viudas de los Jueves (2009) y Betibú (2014), la película navega sobre los oscuros secretos de las clases medias y altas que se cubren tras una fachada de cotidianidad y profesionalismo. ¿Qué sucede cuándo nos damos cuenta de que los cimientos donde hemos edificado nuestra vida están repletos de grietas? ¿Somos capaces de dejar a un lado la comodidad y empezar de cero? En torno a estas preguntas se abre paso la historia. A modo de flashbacks, conocemos al personaje de Nelson Jara (Oscar Martínez), quien se presenta en el estudio de Borla & asociados para denunciar como la construcción de uno de sus modernos edificios ha provocado una grieta en la pared de su departamento. Jara busca ser damnificado con una importante suma de dinero y para ello intenta erróneamente poner a Simó de su lado a través del concepto de justicia social. Nos encontramos ante un relato simple, predecible y cargado de situaciones que no aportan nada ingenioso a la trama. Peca de ser reiterativa y por momentos se pierde en subtramas intrascendentes que le quitan suspenso. Probablemente, la película se hubiera visto enriquecida sin ese empeño por querer respetar la novela a rajatabla, imprimiéndole una visión más personal por parte del director. En cuanto al reparto, tenemos a un Furriel convincente en su papel de tipo común y alienado que resguarda los intereses de los peces gordos. Por otro lado, Oscar Martínez como el hombre misterioso y a su vez típico ventajista porteño se muestra sólido y perturbador. También es menester destacar a Laura Novoa que en su rol estereotipado de esposa quejosa y madre controladora nos ofrece unos inesperados pasos de comedia y Soledad Villamil, quien juega con la ambigüedad de Marta, compañera de Simó. La mayoría de las interpretaciones cumplen a pesar de los diálogos forzados y el corto vuelo imaginativo. Las Grietas de Jara es una pequeña anécdota sobre la corrupción y la mediocridad de los estratos sociales más privilegiados que resultará disfrutable para todo aquel que vaya con las expectativas bien controladas.
Al ritmo de los tambores La cartelera de 2018 arranca con otra secuela de un clásico de los ’90 que absolutamente nadie pidió. Hablamos del revival de Jumanji (1995) la película protagonizada por Robin Williams y basada en la novela infantil de Chris Van Allsburg, donde un juego de mesa inspirado en la jungla toma vida propia. La aventura familiar resurge de la mano de Jake Kasdan (Malas Enseñanzas, 2011), quien nos propone patear el tablero y convertir a Jumanji en un videojuego vintage. La historia comienza en 1996, cuando un adolescente llamado Alex recibe un anticuado juego que su padre acaba de encontrar en la playa. Como era de esperarse, el joven lo descarta ya que los chicos de su edad ahora cuentan con las revolucionarias consolas para pasar el tiempo libre. Misteriosamente, de un día para otro Jumanji se transforma en un cartucho de videojuego y apenas lo conecta Alex desaparece. 20 años después del extraño suceso, la cinta nos presenta a cuatro chicos de Nuevo Hampshire bien estereotipados: en principio tenemos a Spencer como el joven estudioso que hace las tareas de su ex amigo Fridge, un atleta con cierto estatus social dentro de la preparatoria. También se encuentra Bethany, la típica chica presumida y egoísta que vive pegada al celular y subiendo fotos a Instagram y, por último, Martha como la adolescente tímida y antisocial. En una clara referencia a El Club de los Cinco (1985), los cuatro púberes terminan en detención por distintos motivos y el director los castiga ordenándoles limpiar el sótano del colegio durante todo el día mientras reflexionan sobre quienes son y que esperan para su futuro. En aquel lúgubre sótano, los jóvenes descubren a Jumanji en una vieja consola con cuatro mandos. Ni bien seleccionan a sus personajes y dan comienzo al juego, todos son transportados fugazmente a la selva. Allí cada uno toma el cuerpo y las habilidades del personaje elegido: Spencer es ahora un fortachón aventurero llamado Dr. Smolder Bravestone (Dwayne Johnson), Fridge se convierte en Franklin “Mouse” Finbar (Kevin Hart), un zoólogo con bajo rendimiento físico, Martha en la sexy karateca “mata hombres” Ruby Roundhouse (Karen Gillan) y Bethany, que accidentalmente eligió un avatar masculino, pasa a ser el cartógrafo Sheldon “Shelly” Oberonun (Jack Black). La única forma de retornar al mundo real es atravesando los distintos niveles y así depositar la joya del Ojo del Jaguar en la estatua de Jumanji. El filme del hijo de Lawrence Kasdan, reconocido entre otras cosas por ser el guionista de los episodios V y VI de Star Wars, es un entretenimiento pasajero que asombrosamente logra zafar del inmenso desastre que vaticinaba el tráiler. El mayor acierto reside en la sabia decisión del director de trasladar el tablero al mundo virtual, que además de ofrecer un lenguaje fácilmente identificable para los niños de hoy, nos brinda un poco de nostalgia a aquellos veinteañeros que crecimos pegados a plataformas como el Family o el SEGA. Las actuaciones principales son el otro plato fuerte de la cinta, con un Jack Black que se destaca como hacedor de los mejores chistes. Los alter egos adultos de cada participante, radicalmente opuestos a la realidad, dan piedra libre a varios pasos de comedia con algún que otro gag divertido que aquellas caras conocidas se encargan de explotar al máximo. La premisa es bastante simple y no presenta giros emocionantes. Se trata de un modelo hollywoodense prefabricado que ante la falta de riesgos se procura proporcionar un despliegue visual y sonoro efectivo. A las magníficamente logradas escenas de acción con los clásicos rinocerontes y otros animales salvajes, se suman las persecuciones del villano interpretado por Bobby Cannavale y sus secuaces motorizados. Un antagonista olvidable que representa lo más flojo del filme. Los más grandes podrán disfrutar de los homenajes a Indiana Jones y otros blockbuster spielberianos, como así también a los juegos gráficos de acción y aventura retro. Un reinicio aceptable y diferente a su antecesora que cumple como divertimento familiar en estas vacaciones.
Espejitos de colores El musical hollywoodense, que hasta hace no mucho parecía un género en peligro de extinción, está decididamente de regreso. Luego de la revitalizante sorpresa que significó la multipremiada La La Land (2016) y la versión live action de La Bella y La Bestia (2017), llega a la pantalla un relato de época basado en la vida de quien fuera el precursor del circo moderno. El Gran Showman narra la historia real de Phineas Taylor Barnum (Hugh Jackman), un hombre de pasado humilde que a mediados del siglo XIX decide invertir en el mundo del entretenimiento a partir de la compra de un museo en Broadway. El objetivo de Barnum es poder brindarle a su esposa Charity (Michelle Williams) y a sus dos pequeñas hijas la vida que siempre soñaron. La exposición de criaturas muertas y objetos exóticos mutará en un circo donde el principal atractivo residirá en aquellos personajes marginados por la sociedad, a menudo denominados “freaks” o “fenómenos”. Estamos ante un filme que, lejos de reflexionar acerca de la manipulación de personas cuyo físico no se adapta a los cánones de belleza y “normalidad” impuestos, se encarga de reivindicar y humanizar el papel del empresario circense. La figura del astuto sensacionalista y estafador PT Barnum, padre de todos los Tinellis habidos y por haber, es presentada casi como un ícono a favor de la inclusión. En este sentido, no es de extrañar que el currículum del director debutante Michael Gracey detente una importante carrera dentro del rubro de la publicidad, maquinaria para la fabricación de espejitos de colores por excelencia. Lo que podríamos bautizar como la versión Disney de El Hombre Elefante, nos abre las puertas al maravilloso espectáculo del circo, un lugar donde el público acude en masa para ser sorprendido por las performances de mujeres barbudas, enanos disfrazados de Napoleón, afroamericanos haciendo piruetas en el aire, siameses bailarines, hombres gigantes y animales salvajes. Paradójicamente, este siniestro show de variedades resulta ser el único lugar donde las personas con ciertas características físicas se sienten respetadas y únicas. El morbo de los aplaudidores se mezcla con canciones pop al estilo Lady Gaga (sí, en plena época victoriana) y los gritos de una muchedumbre que desde afuera planea una carnicería en contra de estos seres monstruosos. Más allá de los mensajes demagógicos y la imagen distorsionada del protagonista, hay que reconocer que Hugh Jackman se lleva puesta la película. El carisma, la pasión y la elegancia que el actor australiano impregna sobre la pantalla, hacen de este uno de los papeles más brillantes de su larga trayectoria artística. Su voz, tan potente como ensoñadora, hechiza a los espectadores y deja bien en claro que ha nacido para esto. La banda sonora a cargo de Benj Pasek y Justin Paul, los compositores detrás de las canciones de La La Land, está repleta de estribillos pegadizos en donde se destaca el tema “This Is Me”, con la magnífica voz de Keala Settle al frente. Las letras emotivas e idealistas son plasmadas a través de una música dance/pop comercial que nada tiene que ver con el momento histórico en que se desarrolla el relato. Aun así, junto con las coreografías y los efectos visuales, conforman el plato fuerte de la cinta. El éxito de Barnum llama la atención del joven dramaturgo Phillip Carlyle (Zac Efron), quien decide cambiar el rumbo de su carrera y asociarse al showman. Phillip no puede evitar sentirse atraído por la trapecista de raíces afroamericanas y peluca rosada llamada Anne (Zendaya), pero su posición social se convierte en un impedimento para dar rienda suelta a sus pasiones. Cabe resaltar la destreza con la que Zendaya lleva adelante su papel, que se luce en el número musical “Rewrite the Stars“, entonado a dúo junto a Efron. El actor que supo transformarse en ídolo de preadolescentes tras su paso por la trilogía de High School Musical, demuestra una vez más su talento para la comedia musical. La puesta en escena es por demás suntuosa y extravagante; hasta uno creería que está contemplando una verdadera obra de Broadway. Los juegos de cámara, la iluminación y la colorida fotografía, da muestra de la excelencia de un equipo técnico que al igual que el legendario Barnum nos vende ilusiones por doquier. En resumidas cuentas, El Gran Showman es una película familiar, entretenida, con un cuidado despliegue visual y un repertorio musical respetable. Su planteamiento resulta simple y naif y la visión de show business es descaradamente falsa y demagógica. Una historia que absurdamente intenta rendirle culto al verdadero y único monstruo de ese espectáculo.
Dejar morir el pasado A dos años de iniciada la tercera trilogía de la saga galáctica más grande de todos los tiempos, un nuevo y ansiado episodio ha aterrizado en las salas para alegría de varias generaciones. De la mano del director Rian Johnson (Brick; Looper), la película continúa ahí donde El Despertar de la Fuerza (2015) nos había dejado, con el imperio galáctico arrasando l la Resistencia y la joven Rey (Daisy Ridley) dispuesta a combatirlo con la ayuda del mítico maestro Luke Skywalker (Mark Hamill), que ahora permanece exiliado. Una aventura espacial que se aleja un poco de la fórmula clásica y que ya ha abierto la polémica entre los fanáticos del universo creado por Geoge Lucas. Es menester admitir que los diseñadores de los tráilers de Star Wars tiene una destacada habilidad para engañarnos y hacernos creer una historia totalmente diferente. Nuevamente, nuestras conjeturas acerca de lo que podría llegar a pasar no han tardado en caerse. Quienes pensaban que Episodio VIII seguiría la línea de El Imperio Contraataca han sido sorprendidos por un Johnson que no teme tomar riesgos, a pesar de que estos puedan atentar contra la esencia de la saga. El cineasta de 43 años al que Disney le ha hecho entrega de un cheque en blanco para que conduzca la próxima trilogía una vez estrenado el Episodio IX, le imprime su personalidad y una buena cuota de extravagancia a la cinta. Incluso, agrega características sobre la Fuerza que ponen en cuestionamiento todo lo que pretendíamos saber hasta ahora. Con respecto a la narrativa, hay varios puntos para analizar. En primer lugar, se debe tener en cuenta que esta película posee varias subtramas, algunas menos interesantes que otras, que hacen que, en comparación con su antecesora, ésta no resulte tan redonda. Secuencias como el entrenamiento de Rey, que requerían más tiempo y profundidad y otras como la misión de Finn y Rose (John Boyega y Kelly Marie Tran), que más allá de presentarse entretenida, se roba varios minutos de pantalla innecesariamente. Otro aspecto negativo ha sido la utilización exacerbada e inoportuna del tradicional humor de la compañía del ratón. Es cierto que en Episodio VII ya habíamos sido testigos de esta alteración, pero en esta oportunidad los pasos de comedia al estilo Marvel aparecen hasta en los momentos más tensos de la trama, impidiendo la conexión del público con esa emoción tan conmovedora y épica que trasmiten las películas de Star Wars. La inverosimitud en tres escenas muy puntales es otro de los errores que hasta el fanático más obsecuente le es imposible justificar. Uno de ellos pertenece a la escena en que la flota rebelde es atacada por la maquinaria de la tropa imperial y la General Organa (AKA Princesa Leia) sale despedida en el espacio. Lo que todos suponíamos que sería el final del personaje tras el fallecimiento de Carrie Fisher, para ella no fue más que un rasguño. Leia regresa a la nave gracias a la Fuerza y sin movérsele un pelo. Luego de ver esta secuencia cuesta no imaginarse a Johnson cual modelo argentina diciendo “lo dejo a tu criterio”. La segunda escena la encontramos cuando Kylo Ren (Adam Driver) entrega a Rey al Líder Supremo Snoke. Un villano del que no conocimos absolutamente nada salvo sus breves demostraciones de poder sobrenatural es asesinado por Kylo de una manera totalmente absurda. ¿Dónde está la supremacía? La última tiene que ver con el linaje de Rey. Entendemos que uno de los mensajes de la película es que aquellos que a simple vista parecen no ser importantes, pueden lograr cambiar la historia. Pero esto no explica ni la capacidad de Rey para combatir con un sable y superar a Kylo ni las insinuaciones que Maz (Lupita Nyong’o) le había hecho acerca de su pasado en Episodio VII. La hipótesis de que Rey sea una Skywalker queda por demás descartada. En cuanto a los personajes, las interpretaciones son magníficas y Adam Driver logra destacarse luego de una dudosa actuación en El Despertar de la Fuerza. Las nuevas incorporaciones cumplen con su cometido, aunque teniendo una actriz de la talla de Laura Dern se la podría haber explotado un poco más, pero en general se muestran todas correctas. Las apariciones de Carrie Fisher conmueven con solo ver su cara y aquella última escena de Luke desde la isla mirando el atardecer con sus dos soles como en Tatooine es sencillamente estremecedora. Para los espectadores que busquen despliegue de acción, esta película no pasará de largo. Además de ser visualmente atractiva y otorgar una paleta de colores distinta, donde sobresale el color rojizo que pudimos ver previamente en los pósters promocionales, la cinta exhibe batallas magistrales con la presencia del Halcón Milenario que corona el viaje. Por último, es sumamente importante la reflexión que introduce Johnson acerca del bien y el mal. El papel de Benicio del Toro dejando en claro que tanto los rebeldes como los imperiales compran armas a la misma clase de explotadores, sirve para ponerle fin a esa dualidad. La inimaginable intervención del maestro Yoda también contribuye a evidenciar los fracasos de la religión Jedi y pasar a otra página. En resumidas cuentas, Star Wars: Los Últimos Jedi es un filme visual y climaticamente distinto, entretenido y con algunos giros de guion. Por más que presente varias inconsistencias encantará a los adeptos de la franquicia, los cuales pagarán más de una vez su entrada para verla en pantalla grande. Como debe ser.
El hombre que espera Y finalmente, un día Lucrecia Martel retornó a la pantalla grande. No es casual que el proyecto más ambicioso de su carrera hable sobre el suplicio de la espera, puesto que han transcurrido nueve años desde su última y aclamada película, La Mujer sin Cabeza (2008). Luego de que la iniciativa de adaptar el maravilloso universo de El Eternauta se viera intrincada, la salteña emprendió un viaje en barco revelador que la dejó fascinada por una de las obras icónicas del escritor Antonio Di Benedetto. En esa travesía de 45 días que la llevó de Buenos Aires a Asunción, Lucrecia conoció a Zama (1956), la primera de la llamada «trilogía de la espera» del mendocino. Una novela que, dado el tinte existencialista, es a menudo comparada con El Extranjero de Albert Camus, aunque cabe decir que Di Benedetto siempre se mostró bastante alejado de las corrientes de su época. Zama narra las vivencias de un funcionario público en el siglo XVIII, don Diego de Zama, que se encuentra en Asunción del Paraguay esperando un ascenso que le permita ser trasladado a Buenos Aires. Alejado de su esposa y sus hijos, Zama pasa sus días carentes de sentido sucumbiendo ante los impulsos sexuales que parecen humillarlo. El mexicano Daniel Giménez Cacho es quien se pone en la piel de este antihéroe, el corregidor, “el que hizo justicia sin emplear la espada”, como bien exclama su voz interior personificada por uno de los niños del relato. Giménez Cacho representa la figura del burócrata narcisista a través de los marcados silencios, su mirada taciturna y una cruda indiferencia. Pero también vemos reflejadas sus contradicciones, la necesidad de significar algo para otra mujer y la absurda esperanza de ser reconocido por su decadente entorno. La película recrea de modo sorprendente los últimos años de la colonia española, con una puesta en escena y vestuarios profundamente realistas. En el caso de la banda sonora, ésta se encuentra compuesta fundamentalmente por ruidos autóctonos y voces en off, que hacen las veces de narradoras. El paisaje es indudablemente un personaje más de la historia. El calor irritante que se evidencia en las ropas sudorosas de los mulatos que apantallan a señoras europeas, la vegetación y la fauna de esta selva hostil y el río, aquel que separa a Zama de una existencia trascendental, dan cuenta de ello. Martel hace aquí un gran trabajo otorgándole a estas tierras formoseñas y correntinas todo un concepto del vacío y lo inmóvil. Podemos afirmar que, en sintonía con la filmografía de Martel, se trata de una experiencia sensorial hipnótica que sumerge al espectador en esa atmósfera de pesadumbre, de inquietud, siempre partiendo de la subjetividad del protagonista. A medida que avanza la cinta, el deterioro de Zama se hace cada vez más notable y las secuencias finales nos ofrecen un enfrentamiento casi alucinatorio donde el villano Vicuña Porto (Matheus Nachtergaele), un bandido que pone en jaque a la Corona Española, toma el control de su destino. Zama es una apuesta arriesgada y poco convencional para el cine latinoamericano. Una epopeya que recuerda a los filmes aventureros de Werner Herzog (salvando las distancias, por supuesto). La crítica internacional ya la ha colocado en un lugar prestigioso y se espera que aquí cause un impacto similar entre los cinéfilos devotos de los mundos abstractos y misteriosos de esta directora con lenguaje propio.
Milagros de Carretera Cecilia Atán y Valeria Pivato escriben y dirigen esta pequeña road movie que narra la historia de Teresa (Paulina García), una empleada doméstica de 54 años que ha trabajado toda su vida para la misma familia y que ahora debe trasladarse a San Juan en busca de otro hogar y otras personas a las que cuidar. Pero por esas cosas del destino, el micro en donde viajaba sufre un inconveniente y Teresa pierde el bolso donde guardaba todas sus pertenencias. En su búsqueda, se topa con El Gringo (Claudio Rissi), un vendedor ambulante que nunca ha echado raíces en ningún lado. Juntos emprenden una travesía por el medio del desierto que los llevará a conocer un mundo que jamás creyeron posible. La película, que ha sido seleccionada para el Festival de Cannes, es un relato sensible que aborda con simpleza y gran corazón la aventura de dos personajes muy distintos, pero cuyas vidas solitarias parecen haber quedado olvidadas en el tiempo. Mientras que Teresa nunca se ha atrevido a salir de su zona de confort en busca de nuevas experiencias, El Gringo no ha hecho más que viajar de aquí para allá con su casa rodante, sin un rumbo fijo. Ambos se han resignado a una existencia carente de sorpresas y a la falta de amor. Sin embargo, ese encuentro inesperado viene a romper todos los moldes y a recordarles que nunca es tarde para comenzar a vivir. La ópera prima de las argentinas Atán y Pivato, que recuerda un poco a Como Funcionan Casi Todas las Cosas (2015), presenta una fotografía exquisita de los paisajes sanjuaninos, haciendo foco también en el folclore del lugar y el culto a la Difunta Correa. El filme recurre además a algunos flashbacks bien diseminados que introducen al espectador dentro del pasado de Teresa en Buenos Aires y su relación maternal con el hijo de la familia para la cual se desempeñó desde muy joven. La chilena Paulina García, a quien hemos podido ver recientemente en el thriller La Cordillera de Santiago Mitre, hace una brillante y natural interpretación de esta desesperanzada mujer que logra empatizar con el público desde el minuto uno. Lo mismo cabe decir del enorme Claudio Rissi, que con su carisma y afectuosidad traspasa la pantalla. La Novia del Desierto es una película sencilla y a la vez profunda y conmovedora. Una caricia dentro de las imponentes cintas argentinas que hemos disfrutado este año.
Amistad, nostalgia y poco terror Sobran los dedos de una mano para contar las películas realmente destacables del sin fin de adaptaciones que han tenido las novelas de Stephen King a través del tiempo. Probablemente, y más allá de no ser una versión fidedigna, claro está, la mayoría coincidirá en que The Shining (1980) se encuentra en lo alto del podio. Carrie de Brian De Palma, Misery y Stand By Me también se han consagrado como obras alabadas y queridas tanto por la crítica como por los fanáticos del maestro del terror. Sin embargo, si hablamos de la novela más reconocida del autor, aquella rudimentaria miniserie de 1990 lejos estuvo de hacerle justicia. A pesar de la sobresaliente e icónica actuación de Tim Curry como Pennywise, el IT de Tommy Lee Wallace no deja de ser un relato agotador, edulcorado, con un ritmo bastante irregular y cuya vejez le ha sentado bastante mal en comparación con otros clásicos mucho más añejos. Sin lugar a duda, la novela de más de 1000 páginas merecía una adaptación en pantalla grande que la sacara de aquel pozo en el que había quedado atrapada y, en este caso, fue un argentino el elegido para comandar la misión imposible. Andy Muschietti, conocido por su renovadora ópera prima Mamá (2013), es quien dirige esta primera parte del payaso asesino. La elección de dividir la película en dos capítulos ha sido más que acertada, sobre todo teniendo en cuenta que adaptar tal extenso libro requiere necesariamente de más de tres horas de duración. Lo mismo cabe decir de la idea de que el filme transcurriera a mediados de 1980 y no en la década de 1950, ya que le ha asegurado un buen caudal de fans nostálgicos por una de las épocas más memorables del cine de terror. El grupo de los losers recuerda mucho a los niños de Stand By Me (1986) y entre ellos los que más se lucen son Finn Wolfhard, en un rol muy ocurrente como Richie, y Sophia Lillis en la piel de la sufrida Beverly. Cada chico detenta una personalidad muy marcada y el filme explora uno por uno los temores anclados en traumas familiares y la complicada etapa de la preadolescencia. El vínculo de camaradería entre los siete protagonistas resulta creíble y le otorga a la historia momentos de risas, superación y una importante transmisión de valores. El personaje de Pennywise, interpretado por Bill Skarsgård, es muy diferente al de los ’90 y no solo desde el punto de vista físico. El actor hace un muy buen trabajo al evitar las imitaciones y se presenta como una entidad siniestra y menos carismática que la de Curry. El origen de este no tiene lugar en la película, aunque recientemente el actor ha dicho haber grabado unos flashbacks, así que tal vez veamos algo de aquello en la segunda parte. La versión de Muschietti tiene una narrativa ligera que se extiende un poco en el tramo final, pero por lo general resulta entretenida. La principal crítica negativa radica en la escasez de una buena dosis tétrica y perturbadora que como película de género actual debiera poseer. No así sucede con el típico recurso de los “jump scare”, que aquí se han empleado de manera exagerada e innecesaria. Podemos afirmar que IT es una película que supera con creces al telefilm y que está pensada para un público amplio, por lo que puede que los aficionados al terror que vayan a verla con altas expectativas queden inconformes ante el resultado. No es una película que genere grandes climas de miedo y tensión, pero aun así se trata de un acontecimiento cinematográfico fiel a la literatura de King que vale la pena su visionado en salas.
Hacia una mejor comprensión humana En Man Som Heter Ove (2015) es una película sueca basada en la exitosa novela homónima de Frederik Backman publicada en 2012. El film, que fue visto en Suecia por 1,6 millones de espectadores, es uno de los nominados a los Oscar 2017 como Mejor Película de Habla No Inglesa. Un armonioso relato entre el drama y la comedia que se introduce en la vida de un irascible hombre cuyos nuevos vecinos transformarán su visión negativa de la sociedad. Ove, interpretado por Rolf Lassgård, es un hombre mayor que tiene una relación muy particular con el universo que lo rodea. Es antisocial, maniático del orden, terco, extremadamente arisco y muy escrupuloso a la hora de hacer cumplir las normas vecinales. Un día y luego de 43 años de servicio, Ove es despedido de su lugar de trabajo en una empresa. Sin embargo, esto parece no importarle, ya que el protagonista ha tomado la decisión de suicidarse para poder así reunirse con Sonja (Ida Engvoll), su esposa fallecida. Lo que Ove realmente no imagina es que quitarse la vida le resultará aún más difícil de lo que creía. En aquel preciso momento en que todo parece ir hacía una inevitable y trágica dirección, aparecen en el camino unos nuevos vecinos. Se trata de Parvaneh (Bahar Pars), una mujer iraní embarazada que llega al barrio junto a su marido y sus dos hijas. La alborotada aparición de esta familia a la casa de al lado hace que Ove frustre su intento suicida, seguido de la insistencia de esta simpática mujer que parece no percatarse de la irritabilidad del personaje y busca su ayuda como cualquier vecina que acaba de mudarse. Con el pasar de los días, la fortaleza y determinación de Parvaneh logra que Ove deje de encerrarse en sí mismo para colaborar con ella en circunstancias tales como prestarle una escalera, llevarla al hospital, cuidar de las niñas y hasta enseñarle a conducir. En pocas palabras, al indignado de Ove no le conceden siquiera un minuto de tiempo para matarse en paz. La película del reconocido director nórdico Hannes Holm (Adam & Eva), premiada como Mejor Comedia en los European Film Awards, narra a través de distintos flashbacks la dura historia de este hombre que, como podemos apreciar, lo ha perdido todo y no hace más que descargar su enfado hacía cualquiera que tenga la desdicha de cruzarse con él. Sin dudas, las tragedias que Ove tuvo que padecer desde su niñez han moldeado la personalidad de este rígido sujeto de pocas palabras. Pero también su amor por Sonja marcó un antes y un después en su vida: una luminosa mujer que supo acompañarlo y estimular sus deseos, su progreso en el mundo académico, y cuya fuerza de voluntad inspiró a Ove a seguir apostando al futuro, sobreponiéndose a los fantasmas del pasado. La participación de los otros personajes del barrio otorga pequeños momentos de encanto al desarrollo del film. Entre ellos, un ex alumno de Sonja, un gato callejero enfermo que Ove decide adoptar y un adolescente homosexual al cual el padre echa de su casa y va a pedir asilo a Ove. También está su antiguo amigo Rune, un anciano que actualmente se encuentra cuadripléjico y a quien la Municipalidad quiere enviar a una residencia. Con Rune compartían un gran entendimiento por las normas de convivencia, que en un pasado los llevó a erigirse como Presidente y Vicepresidente de la Comunidad, aunque el paso del tiempo y algunas diferencias hayan terminado separándolos. Pero si algo deja en claro el relato es que a pesar de su imagen gruñona y su excesivo sentido de la disciplina, Ove no puede dejar de ayudar a quien lo necesita. Un hombre llamado Ove (2015) es un film emocionante que equilibra de forma apropiada la tragedia con sutiles momentos graciosos. Una historia que busca la comprensión y la empatía a través del conocimiento profundo de un personaje que seguramente nos hemos cruzado alguna vez en nuestra vida.