Star Trek Sin Límites: más rápidos y más graciosos La tercera entrega de este reinicio de la conocida serie de TV repite el elenco y le agrega algunos buenos elementos como el guión del comediante Simon Pegg, el actor Idris Elba y el director Justin Lin. En el aniversario número 50 del nacimiento de la franquicia espacial más longeva del cine y la televisión, Star Trek –Viaje a las Estrellas para lo que resisten la globalización- regresa a la gran pantalla al tiempo que se prepara una nueva serie que será transmitida por Netflix a partir de enero. La película, que viene a actuar como la tercera entrega de este reinicio –y que es en realidad la decimotercera de todas las que vienen estrenándose desde 1979- continúa las nuevas aventuras de la tripulación original del Enterprise, liderada por el capitán James T. Kirk (Chris Pine) y el vulcano Sr. Spock (Zachary Quinto) que por primera vez no involucra a la Tierra como eje de la acción. En esta oportunidad, la nave hace una escala en una estación espacial para su reabastecimiento y allí reciben el pedido de ayuda de una raza desconocida cuyo planeta fue atacado. Pero en el viaje de ida, la Enterprise se encuentra con una amenaza mayor, que dejará a su tripulación varada en un terreno desconocido, en el que los aguardan muchas sorpresas, la mayoría de ellas nefastas. El principal temor que despertaba esta entrega es que, tras la partida de dos directores (J.J Abrams que había hecho las dos primeras tuvo que relegar ésta a favor de Star Wars Episodio VII y el guionista Roberto Orci abandonó el proyecto por "diferencias creativas") el taiwanés Justin Lin –ese que logró revitalizar la moribunda franquicia de Rápidos y Furiosos y terminó haciéndose cargo de cuatro de las siete entregas- no estuviera a la altura de las circunstancias. Lo cierto es que Lin no sólo fue capaz de mantener los recursos narrativos que implementó Abrams sino que le agregó su propio sello –dejo al libre albedrío de los lectores imaginarse cómo encaja la motocicleta del póster dentro de la trama- sin que el producto final sufra cambios sustanciales más allá de los nuevos uniformes o el extraño jopo del Capitán Kirk. La película combina de manera efectiva una trama de ciencia ficción más enfocada a la acción (eso de lo que renegaban los trekkers en la primera entrega pero que le ha permitido a esta trilogía aumentar la recaudación) con buenas actuaciones y mucho humor, más que necesario a la hora de encarar una épica en lo que todo sale mal desde el comienzo para los protagonistas. Hilando más fino, la película se deshace en homenajes a los cincuenta años de la franquicia creada por Gene Roddenberry con la despedida del Spock viejo (analogía con la muerte real del actor que lo interpretaba, Leonard Nimoy), y hasta un flashback del futuro (si, en esta película eso es posible) de la tripulación original. ¡Ah! También hay homenaje al actor Anton Yelchin, que murió hace poco tiempo atropellado por su propia camioneta. En definitiva, Star Trek Sin Límites es una nueva oportunidad de disfrutar de estos personajes, que se tardan entre tres y cuatro años para regresar, y de una aventura que dan ganas que el futuro llegue cuanto antes si es así de divertido.
Martínez es profeta en su tierra La tercera película que estrena Oscar Martínez en un año es en realidad la consagración definitiva de sus dos directores, Gastón Duprat y Mariano Cohn Este 2016 parece ser el año de Oscar Martínez. A la muy buena Koblic y la excelente Inseparables, ahora se le suma El Ciudadano Ilustre que termina de encumbrar a este actor que no necesita ninguna presentación para el público local. Lo cierto es que Martínez no cuenta con una filmografía muy vasta comparada con su carrera y hasta 2014 contaba con solamente 16 películas en cuarenta y tres años de trayectoria. Pero desde 2014, el actor se ha venido dedicando con plenitud a este arte y por eso se lo pudo ver en Relatos Salvajes, La Patota y las películas antes mencionadas. En El Ciudadano Ilustre, Martínez interpreta a Daniel Mantovani, el primer escritor argentino en ganar el Premio Nobel de Literatura, que tras recibir ese galardón siente que se encuentra en el ocaso de su carrera y sufre un bloqueo que le impide escribir por un período de cinco años. Las novelas de Mantovani se caracterizan por retratar la vida de los habitantes de Salas, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires en el que nació y al que no ha regresado hace cuarenta años, ni siquiera para enterrar a su padre. Sin embargo, eso va a cambiar cuando, entre las numerosas invitaciones que le acerca su asistente, encuentre una carta de la Municipalidad de Salas en la que lo invitan a recibir la medalla de ciudadano ilustre, en el marco del festejo de un importante aniversario del pueblo. Daniel descubrirá que su viaje no será sólo para regresar triunfalmente al pueblo que abandonó hastiado sino también un viaje al pasado en el que se reencontrará con viejos amigos, amores y paisajes de su niñez y adolescencia, y volverán a sacar a la luz tanto las afinidades que todavía lo atan a Salas así como las insalvables diferencias que lo transformarán rápidamente en un elemento extraño y perturbador para la vida del pueblo. Es entonces cuando la calidez de la gente desaparece y se multiplican las controversias que irán llevando a Mantovani muy lentamente hacia un punto sin retorno; lo que revela a su vez las dos formas irreconciliables de ver el país: el rechazo a la mirada crítica que él representa en sus novelas frente a la defensa nacionalista de los lugareños. La película retrata en clave de comedia negra estas dos visiones contrapuestas que vienen generando divisiones entre los argentinos desde la época de la Revolución de Mayo, pero que los directores muy hábilmente han sabido dosificar de manera equilibrada en la producción; y sin tomar partido por ninguna de las dos. Pero Duprat y Cohn no se conforman con esto y van dejando caer sutilmente una bajada de línea continua sobre estos temas desde el inicio hasta el último fotograma del film, así como también aprovechan todos y cada uno de los espacios vacíos en cada cuadro para ir pintando toda la iconografía representativa de los pueblos de la provincia de Buenos Aires. Lo que en una primera instancia puede parecer algo muy analítico, es en realidad una maravillosa comedia que es más bien una pintura de las costumbres argentinas, de la idiosincrasia local, y de cómo se cuestiona a las personalidades en el país cuando éstas no actúan "como la gente quiere que actúen". Algo también muy destacable es la manipulación del espectador que hacen los realizadores mediante una serie de planos que se cierran sobre el protagonista, y que impiden ver lo que está sucediendo alrededor y que aumentan la sensación de angustia ante lo que puede o no suceder en los próximos segundos. En el plano actoral, no sólo se nota una muy buena elección de actores (Dady Brieva como el amigo pueblerino –algo que también le había tocado en suerte cuando hizo la voz de la grúa de Cars-, Manuel Vicente como el intendente de Salas, Andrea Frigerio a cara lavada como la ex novia) sino también una acertadísima dirección que culmina con la risa del espectador. Si hay una película que va a ir a ver este fin de semana, que sea El Ciudadano Ilustre. No se va a arrepentir.
Ben-Hur: nuevo no siempre es mejor Una nueva adaptación de la clásica novela de Lewis Wallace busca encontrarle la vuelta a la imbatible versión de 1959 con Charlton Heston pero se le escapan los caballos… ¿Para qué hacer una nueva versión de una película que batió todos los récords de taquilla y de premios hace casi 60 años? Paramount, que parece no aprender de sus errores en lo que se refiere a este tipo de películas, se embarcó en la titánica tarea de hacer una nueva adaptación cinematográfica (¿o remake?) de Ben Hur y se queda en el camino de la peor manera. Para entender este fenómeno de re versionar un clásico hay que retrotraerse hasta 1907 cuando salió la primera adaptación de la novela escrita por Lewis Wallace en 1880 que no contaba siquiera con los derechos. Fue recién en 1925 cuando salió la primera película "oficial" de la historia aunque el batacazo lo dio William Wyler en 1959 con la versión protagonizada por Charlton Heston que obtuvo el récord de premios Oscar que perdura hasta el momento, sólo igualada por Titanic: 11 estatuillas. Desde ahí, la historia de Ben Hur no volvió a ser adaptada hasta 1988 y 2003 cuando salieron a la venta dos films animados, y una miniserie británica emitida en 2010. Con todo este bagaje a cuestas, el director ruso Timur Bekmambetov –el de Wanted y Abraham Lincoln Cazador de Vampiros, entre otras fantasías- despliega toda su artillería de efectos digitales para tratar de repetir la hazaña pero lo cierto es que no le llega ni a los talones a la clásica versión que ya todos conocen de verla una y otra vez en los sábados de Semana Santa en El Trece. Ni siquiera la duración del filme (ahora apenas roza las dos horas contra las casi cuatro horas de la original) juega a favor de esta película que busca ser épica en todo momento pero sin recurrir a los elementos (y protagonistas) que le permitan lograrlo. De todo el elenco, sólo Morgan Freeman tiene lo necesario para hacerse cargo de su papel, mientras que los roles de Ben Hur y Messala le quedan enormes a Jack Huston y Toby Kebbell, que deben alcanzar a actores que ya quedaron inmortalizados por su trabajo. Con respecto a los aspectos técnicos, Bekmambetov se luce en lo que respecta a fotografía y planos en general, sobre todo en la publicitada escena de la carrera de cuadrigas; pero nada puede hacer para sacar a flote el film que se transforma en uno más de este tipo, sin características especiales que lo distingan como sí pasó en su momento con Gladiador o 300. En definitiva, esta nueva versión de Ben-Hur puede gustar a los cinéfilos más jóvenes por su frenesí o por las innovaciones que introduce en la historia –un final diferente y mayor protagonismo de la figura de Jesús- pero no cumplirá con muchas más expectativas.
El Apóstata: Descreer o reventar Una coproducción española – uruguaya explora los ideales de un hombre que busca dejar de pertenecer a la Iglesia Católica a cualquier precio al tiempo que escapa a toda velocidad de la madurez La rebeldía, la crítica al sistema y la emancipación son los tres pilares en los que se sostiene a lo largo de su extensión la película El Apóstata que este jueves se estrenó en la cartelera porteña. Esta co producción hispano uruguaya no busca romper ningún molde sino contar la historia de un hombre que, al borde de los 30 años y sin mayores pretensiones de la vida, encuentra un objetivo que lo moviliza en su deseo de renunciar a la fe católica. Gonzalo Tamayo (Álvaro Ogalla) comienza los trámites para que la Iglesia Católica remueva de sus registros su fe bautismal ya que considera que nadie debe tener sus datos. Pero mientras se concentra en cumplir sus objetivos, Gonzalo –que aplaza indefinidamente sus estudios en la facultad de Filosofía- ve como una serie de eventos va cambiando su vida, ya aburguesada de por sí, hacia una incertidumbre que lo atemoriza. Por eso, Gonzalo prefiere volver a intentar conquistar a su prima (Marta Larralde), que se separa y se reconcilia con su novio todo el tiempo, en lugar de apostar por su vecina (Bárbara Lennie), a cuyo hijo le da clases particulares. El director uruguayo Federico Veiroj apuesta por construir una visión caleidoscópica del personaje que permite conocer el pasado y presente del protagonista sin que por ello el relato sufra la proliferación de flashbacks, e ir imaginando lo que se le viene encima a Gonzalo: el momento de madurar. Un detalle muy bueno sobre este film es que logra construir con un relato sencillo y sin grandes pretensiones, una idea de épica que es la que lleva adelante Gonzalo, como un cruzado del siglo XXI que busca vencer al sistema con un puñado de papeles como arma. El Apóstata es una bella sorpresa en una semana cargada de estrenos ultra-promocionados e irrelevantes que no va a cambiar la forma de ver la vida de nadie. El Apóstata sí que lo hace.
Heidi: la cálida belleza de los Alpes Une nueva versión de la clásica novela llega esta semana a los cines locales, en esta ocasión en una película con actores que nada tiene que envidiar al clásico animé. La mayoría de las personas conoce más a Heidi por el animé estrenado en Japón en 1974 que se convirtió en un clásico de clásicos a lo largo de los años y se transmitió por casi un década en la Argentina con gran éxito a pesar de tratarse de sólo 52 episodios. Se podría decir que hay toda una generación de adultos esperando a poder mostrarles a sus hijos la magia de este relato que no tiene ni tiempo ni lugar ya que emociona siempre como la primera vez. Y, por fortuna, parece que el director suizo Alain Gsponer se tomó enserio el objetivo de estar a la altura de un clásico y no descuidó ningún detalle a la hora de poner manos a la obra, desde el look del abuelo de la protagonista hasta las ropas que utilizan los personajes, todo tiene una reminiscencia a la serie animada nipona pero al mismo tiempo un estilo propio. La historia es la de siempre: Heidi –diminutivo de Adelheid o Adelaida- es una niña huérfana a la que su tía ya no puede mantener y por eso la deja al cuidado de su abuelo paterno que vive en los Alpes suizos ya que ella debe ir a probar suerte a Fráncfort. La niña se encuentra frente al doble desafío de adaptarse a su nuevo hábitat y caerle bien a su abuelo que ha quedado con el párroco del pueblo en entregarla en adopción. A su favor cuenta con un carisma y optimismo a toda prueba. Si bien la comparación con la serie animada es inevitable, los guionistas han tenido en cuenta este detalle pero fueron por más al buscar un mayor grado de fidelidad con respecto al trabajo original de Johanna Spyri y por eso el abuelo comienza siendo un verdadero ogro que deja a Heidi librada a su suerte el primer día aunque va cediendo progresivamente, contra el anciano hosco pero amable que se podía ver en el dibujo animado. Si bien la primera parte de la película transcurre en los Alpes suizos ("filmada en escenarios naturales"), la segunda hora relata el regreso de Heidi "a la civilización", cuando su tía Dete (Anna Schinz) la lleva a vivir a la casa de los Sessemann, donde conocerá a Klara y a su institutriz, la señorita Rottenmayer, en una versión un tanto más sexy que la que está instalada en el imaginario popular. En el plano actoral, el director se tomó la molestia de buscar entre 500 niñas a su Heidi, y vaya que la encontró ya que Anuk Steffen es la viva imagen del personaje, con una sonrisa y un carisma que se compra a la audiencia en cuestión de segundos. Lo mismo se aplica al gran Bruno Gantz (muy recordado por su versión de Adolph Hitler de La "Caída", una de cuyas escenas es un clásico de la viralización de memes que se terminan aplicando a cualquier circunstancia). Sin embargo, lo más destacable del film es como, a pesar de que se "acusa" a los suizos de fríos y distantes, la película resulta enternecedora hasta un extremo inimaginable. El director juega con las emociones del público a través de una interesante combinación de planos cerrados de los personajes y generales de la montaña que adentran al público de manera intimista en el relato y luego lo llevan a disfrutar de un paisaje excepcional, al que el director de fotografía resalta de manera sublime. En Heidi, la montaña es la libertad, con colores vívidos y la ciudad es de una opresión angustiosa que se trasluce en decorados ocres y un encierro permanente dentro de la mansión Sesseman. Así las cosas, Heidi se transforma en una película deliciosamente realizada que sentará un nuevo precedente con respecto al personaje en los años venideros y, quizá, si la crítica y el público la acompañan, se convertirá en un nuevo clásico.
Escuadrón Suicida: una bomba que estalla con un estruendo menor Una nueva película basada en personajes de DC Comics se llega a la Argentina precedida por malas críticas pero con una taquilla impresionante. ¿Quién tiene razón: el periodismo o el público? En un mundo que todavía no cuenta con la Liga de la Justicia, y cuando las papas queman, el gobierno de los Estados Unidos suele recurrir a seres que no tienen nada que perder y que arriesgarán todo con tal de recuperar su libertad, reducir su condena o al menos obtener una TV en su celda. Este es, a grandes rasgos el argumento de El Escuadrón Suicida, una película que continúa claramente a la tan criticada Batman v Superman –que llegó a los cines argentinos en marzo- y que es casi imprescindible ver para poder disfrutar de esta obra en todos sus aspectos. Y digo "casi imprescindible" porque aquellos que no han visto esa película suelen descalificar a El Escuadrón Suicida, que en ocasiones depende en exceso de la anterior para explicar ciertos detalles como son la mención a la muerte de cierto súperheroe, la aparición de otro con traje rojo así de la nada, y la omnipresencia de Batman a lo largo del metraje. La película está basada en una serie de DC cómics que viene siendo editada desde hace décadas en la cual una agente gubernamental llamada Amanda Waller elige a un grupo de villanos que los héroes han hecho prisioneros y los envía a cumplir misiones de las que tienen pocas probabilidades de salir con vida. Debido a esto, el título suele cambiar de formación a medida que avanzan los números aunque cuando alguno de los malos vuelve a caer, siempre puede optar por servir a Waller. En la película, Waller (Viola Davis) cuenta con algunos "vitalicios" del comic como Deashot (Will Smith), Harley Quinn (Margot Robbie), Capitán Bumerang (Jai Courtney), El Diablo (Jay Hernández) y Killer Croc (Adewale Akinnuoye-Agbaje) , todos ellos controlados por Rick Flagg (Joel Kinnaman), uno de los "buenos" pero también bastante turro. Hasta acá todo muy bonito pero a la hora de los bifes, el director David Ayer (el de Corazones de Hierro y En la Mira) parece haberse puesto las pilas y, como refuerzo, haberse conectado a 220, y eso se traduce en una sobresaturación de la película con una estética que poco tiene de El Escuadrón Suicida y mucho de los Guardianes de la Galaxia de Marvel, como imitando el estilo simpático que tiene ese grupo de perdedores del espacio. La iconografía "candy crush", llena de colores que no tienen mucho que ver con la trama, y la inclusión de temas musicales muy exitosos parecen "excesivos" a la hora de ver la película. Pero a pesar de eso, la historia del film es entretenida, de esas que han pasado mil veces en los cómics y fue pensada por sus autores para ser "Los Doce del Patíbulo" de los comics de DC. Otro de los fuertes de la película es en el reparto multiestelar con el que cuenta, aunque las publicidades vistas a lo largo de los últimos seis meses son de lo más engañosas: no es la australiana Margot Robbie la protagonista sino Will Smith, que además logra acá uno de sus trabajos más logrados –lejos de Alí o En Busca de la Felicidad, por supuesto- y, en segundo lugar, de Joel Kinnaman. La Robbie aparece sí, y cada una de sus irrupciones es una desborde de belleza y sensualidad, pero su papel no es el central ni mucho menos y sirve más que nada para justificar la participación de Jared Leto como el nuevo Joker (el Guasón, su novio que la quiere en libertad a toda costa) y de Batman, que cumple así su función de encadenar este filme a Batman v Superman y al de la Liga de la Justicia que se viene el año que próximo. En cuanto al trabajo de Leto, los minutos que pasa en pantalla no son suficientes como para dar una impresión muy definida sobre la manera que tiene de llevar al personaje que antes encarnaron César Romero, Jack Nicholson y el fallecido Heath Ledger, y que le valió el Oscar en 2009: en algunos momentos es genial y en otros da miedo pero habrá que verlo en una futura película del Hombre Murciélago para terminar de entenderlo. En definitiva, El Escuadrón Suicida no es en absoluto una mala película como dicen "algunas críticas", aunque tampoco es "la película más esperada del año" que anunciaron sus productores; es simplemente una bomba que estalla con un poco menos de estruendo del esperado y se deja ver muy bien, arranca sonrisas y divierte durante dos horas. Y eso, teniendo en cuenta el precio de las entradas de cine y las cosas que van llegando semana a semana, no es poco pedir a estas alturas. De hecho, el dato de que la película recaudó nada menos que 135 millones de dólares durante el primer fin de semana de exhibición en los Estados Unidos, debe dar una idea de lo que el boca a boca le hizo a la crítica... una vez más.
Veloz como el viento: hermosa como Italia La película que dirige Mateo Rovere parece irse por el lado del drama de superación deportiva pero termina conquistando al espectador con el retrato de sus tres protagonistas. Las películas de carreras de autos, al igual que ocurre con ese deporte parecen tener definido un circuito por el que casi todas ellas hacen el mismo recorrido. En el caso de Veloz como el Viento, el director Mateo Rovere opta por comenzar a recorrer la misma pista pero se sale todo el tiempo de la misma, ya sea a boxes o a darse una vuelta por ahí, para luego retomar con gracia itálica una trama que atrapa desde los primeros cinco minutos. Giulia De Martino (Matilda De Angelis) es una corredora de Gran Turismo de 17 años que a tan sólo seis carreras de terminar un campeonato sufre la muerte de su padre y mánager. Este hecho desgraciado amenaza con terminar no sólo con su carrera deportiva sino también su vida como la conoce ya que si no obtiene el dinero necesario perderá su casa, hipotecada por su padre. Pero lo peor que le puede pasar a Giulia es la reaparición de su hermano Loris (Stefano Accorsi), un ex piloto expulsado del hogar a causa de sus problemas con las drogas y el alcohol, que regresa a la casa a reclamar su parte de la misma. Por desgracia para Julia, deberá aceptar esta convivencia a fin de que su otro hermano, el pequeño Nico (Giulio Pugnaghi), no sea derivado a un orfanato. Lo que no espera la joven es que ese descarriado sujeto, que vive en el exceso junto a su novia Annarella, se convierta en un inesperado aliado en su lucha por superarse. Veloz como el Viento no va a cambiar la historia del cine italiano, está claro eso, pero una vez superados los prejuicios por la películas de carreras se convierte en una historia para disfrutar gracias a las grandes actuaciones de Accorsi, De Angelis y Pugnaghi que se roban la película de principio a fin y la hacen mucho más llevable de lo que sería si hubiese sido filmada en Hollywood. Es destacable también que Rovere no se concentra sólo en el intenso drama familiar sino que también presta especial énfasis a las carreras, logrando varias escenas que no sólo retratan el ámbito deportivo sino también algunas persecuciones en las calles de Imola e incluso una "picada", todas ellas de impecable realización. Como si esto fuera poco, el director logra mantener la tensión durante toda la película en base a tomar los lugares comunes en los que suelen caer los realizadores y darles una vuelta de tuerca a cada paso.
Remake “de terror” El director Travis Zariwny se embarca en una aventura que desde el vamos está destinada a la nada misma: resucitar un film de una década y media atrás que poco tenía para ofrecer. Hasta hace unos años, las "remakes" de películas se hacía sobre films de culto o de gran éxito que habían sido ofrecidos al público varias décadas arás. E la actualidad, la falta de ideas de Hollywood ha llevado a sus productores a encarar nuevas versiones de películas que no cuentan o con la recaudación calidad suficiente como para cumplir esos requisitos. Como claros ejemplos podemos citar Old Boy (adaptación de una película coreana de 2003), Posesión satánica (o Evil Dead, que su propio productor Sam Raimi bautizó así para recaudar con una típica película de posesiones diabólicas que el mismo dirigió en 1987 y con la que no tiene nada que ver) y Pesadilla en lo Profundo de la Noche (la del 2010 que sin Robert Englund como Freddy Krueger pasó sin pena ni gloria por cines y TV). Sin ir más lejos, hace poco tiempo incluso criticamos en esta sección a Martirio Satánico, que es una remake del film francés Martyrs que de no sólo era inferior en calidad sino que demoró casi una década en llevarse a cabo con lo cual las "innovaciones" del original quedaron muy "demodé". Pero al productor (y guionista y director) de la película original, Eli Roth –un lindo caso de estudio para cualquier psicólogo especializado dado sus antecedentes cinematográficos como las dos entregas de Hostel - eso no le importó en absoluto y le encargó a Travis Zariwny, que hasta ese momento contaba únicamente con la curiosa Scavengers como antecedente. El argumento: Cinco amigos –dos parejitas y un solitario adicto a los videojuegos- viajan a un pueblito a pasar unos días de vacaciones en una cabaña en el bosque. Lo cierto es que en el lugar funciona una instituto de investigaciones desde donde se cuela un virus en el agua que carcome a sus portadores de adentro hacia afuera y ellos serán los primeros en sufrir sus efectos. Lo cierto es que la única novedad que aporta este filme sobre el original es la cruenta y agónica muerte que afrontan sus protagonistas, aún más sangrienta si cabe, y que de seguro esta vez satisfizo a Roth, un amante de lo que la anatomía humana tiene para ofrecer en lo que respecta a entrañas y sangre. Para darse una idea, una de las jóvenes infectada, accede a mantener relaciones sexuales con uno de los amigos de su novio antes de morir, en una suerte de "A c$%& que se acaba el mundo". Lo curioso es que su partenaire no está contagiado con el virus... En definitiva, La Cabaña del Miedo (Cabin Fever) aporta poco y nada al género al que pretende homenajear y no representa un título a tener en cuenta esta semana.
Hubo un tiempo que fue hermoso… La nueva película de Matt Damon sobre el personaje creado por Robert Ludlum continúa la búsqueda del espía por recobrar su identidad, algo que después de 4 películas resulta incomprensible. Hubo un tiempo, hace década y media, en el que Jason Bourne se convirtió en EL espía del cine. Con un guión electrizante y secuencias de acción muy bien logradas, Identidad Desconocida (2002) y La Supremacía de Bourne se convirtieron en las películas del género a imitar incluso por los filmes de James Bond que rápidamente adoptaron los recursos visuales y narrativos instaurados por los directores Doug Liman y Paul Greengrass con gran éxito. El cine de Greengrass, como se vio en las secuelas de 2004 y la de 2007 y en los films Vuelo 93 y Capitán Phillips es de una narrativa visual magnífica, que utiliza cámaras de mano para sumergir al espectador y las combina hábilmente con planos generales como para terminar de redondear la idea en el espectador. Lo cierto es que la historia de Bourne parecía enterrada con el tercer filme, que cerraba casi de manera definitiva la historia; pero la ambición de Hollywood no tiene límites y, ante la negativa de Matt Damon de retomar el papel del espía –que lo convirtió en un referente de las películas de acción- se optó por crear una nueva historia protagonizada por Jeremy Renner que no terminó de funcionar por lo que los estudios Universal decidieron apostar más dinero y trajeron de vuelta no sólo al rubio sino también al director, como para que los fanáticos volvieran al cine. Y lo cierto es que, como película independiente, Jason Bourne funciona más que bien: tiene suspenso y acción a raudales y cumple con todos los cánones de esta franquicia; pero como quinta entrega cansa. Y mucho. Volver a colocar a Bourne en las mismas situaciones por la que ya pasó (la CIA persiguiéndolo por media Europa luego de que lo detecta por medio de cámaras y vigilancia de Internet, enviarle un asesino profesional mientras una ejecutiva de la agencia se anima a ayudarlo a la distancia) se parece más a la vigésimo sexta vuelta de un Grand Prix que a un evento cinematográfico. No hay un minuto de este filme en el que el espectador no sienta que ya vio lo mismo por lo menos cuatro veces (las anteriores entregas más las todas las de Daniel Craig como James Bond más todos sus clones) y eso, a la larga cansa. Ni siquiera las intervenciones de los siempre efectivos Tommy Lee Jones y Vincent Cassel, y ni hablar de la introducción de la bella Alicia Vikander, sacan a este film del sopor inevitable. De todas maneras, si es la primera vez que se aproxima a un filme de este tipo, le va a gustar.
Cuando las luces se apagan: el “con-curro” 3 Con El Conjuro 2 todavía en cartelera con más de un millón setecientas mil personas, llega a los cines locales Cuando las luces se apagan, una película que cuenta con el aval de James Wan –responsable de ese film- pero sólo con eso. La historia narra como una casa de familia es acosada desde hace años por un supuesto espíritu que puede comunicarse solo con la madre y que busca eliminar a todos los que allí duermen. Eso sí, la amenaza se presenta cada vez que se apagan las luces por lo que el pequeño Martin (Gabriel Bateman) opta por dormir con el velador encendido. Claro que el niño no cuenta con que "Diana" –así se llama este engendro que sólo se puede ver como la sombra de una mujer con manos largas y ojos brillantes- manipule la electricidad para ganar terreno por lo que termina pasando sus noches en vigilia y eso le ocasiona problemas en la escuela. Hasta que un día, Martin le pide a las autoridades de la escuela que llamen a Rebecca, su media hermana que sufrió el mismo problema durante años y finalmente terminó por abandonar el hogar familiar en busca de una vida mejor. Rebecca se hace cargo del niño sabe que debe devolvérselo a su desequilibrada madre y dejarlo a merced de "Diana", a quien ella cree una alucinación de su progenitora sin saber en lo que se mete. La película parte de una premisa básica que es buscar el susto fácil con las apariciones repentinas de "Diana" y, por desgracia para James Wan –que debería prestar atención donde pone su nombre y su dinero-, no pasa de eso ya que la historia presenta varios baches y pocas justificaciones que sumen al espectador en una continua contradicción que se extiende hasta el mismo final. En el plano actoral, la cosa no mejora, con algunos momentos de María Bello –la sufrida madre de Rebecca- y el pequeño Gabriel Bateman que asume el papel de niño sufrido pero vivísimo. Es una pena que no se pueda decir mucho más de "Cuando las luces se apagan", salvo que el director David Sandberg –que realizó el corto del mismo nombre por el que lo contrataron para escribir y dirigir este film- no haya sabido aprovechar este tiempo para desarrollar sus ideas y buscar algo más que el chucho inmediato. El corto original "Lights Out": Se nota que Sandberg busca y busca a través de varias escenas lograr el efecto deseado mientras cae una y otra vez en los mismos lugares comunes de este tipo de producciones, y recién al final logra una pequeña chispa que se apaga tan rápido como las luces del título.