Residencia de viejos artistas En su debut como director, Dustin Hoffman cuenta una historia de adorables personajes. La primera película que tiene al veterano Dustin Hoffman como director, se asienta sobre dos premisas: el derecho de los viejos a vivir sus últimos años como quieran y la certeza de que los mayores también están devorados por deseos, pasiones y sueños, tan vívidos como los de su juventud. Con el terreno delimitado –un camino ya recorrido por Chicas del calendario y El exótico Hotel Marigold, solo por nombrar dos títulos más o menos recientes–, Hoffman apuesta a lo seguro con un elenco de actores tan histriónicos como adorables a la hora de caracterizar a músicos y cantantes líricos que conviven en una bella residencia, un retiro soñado. Casi como si fuera la famosa High School for the Performing Arts de la película Fama pero con los protagonistas jubilados, en la mansión se suceden los ensayos, los romances, las peleas, los choques de egos y también los achaques de la edad y hasta la muerte, un horizonte omnipresente para todos los huéspedes. La relativa rutina se rompe con la llegada de Jean Horton (Maggie Smith, protagonista de El exótico..., como para abundar sobre producciones similares), diva de ópera que se reencuentra en la mansión con los que fueran sus compañeros en un prestigioso cuarteto, antes de que ella se decidiera por una carrera solista: el mujeriego Wilf Bond (Billy Connolly), la inocente Cissy Robson (Pauline Collins) y el atormentado Reginald Paget (Tom Courtenay), ex esposo de Horton. Con los estereotipos bien alineados, el relato entonces picotea en el pasado de los protagonistas, deja en claro que las cenizas fuego son, al calor del reencuentro en el ocaso de las vidas y una vez que traiciones, agachadas y decisiones del pasado se aclaran, la película toma envión y concentra su esfuerzo en contar la épica de los viejitos piolas, que se preparan para la habitual celebración en honor a Vivaldi. Porque esta vez el evento debe ser a todo trapo y con el plus de la presencia de la diva –hay que recordar que aunque todos son viejas glorias de la música, la estrella es Jean–, un elemento clave para la función de gala, que necesita la mayor cantidad posible de público para recaudar una buena suma del dinero y así, evitar que la casa no cierre sus puertas. Lo cierto es que más allá de que la otoñal ópera prima no depara ninguna sorpresa en cuanto a la realización, Hoffman en ningún momento pretende otra cosa que plasmar sus preocupaciones sobre la muerte y su legado artístico. Y lo logra, dentro de los genuinos márgenes del amable entretenimiento.
Un puzzle de tres historias paralelas La película que dirigen los actores Klugman y Sternthal toma dos tiempos narrativos diferentes con dos tramas trágicas. Los rasgos del cine de qualité muestran un esquema rígido que da como resultado un buen film de guión. Un libro es el eje de las tres historias que se despliegan en Palabras robadas, un relato asentado sobre la culpa y la vida real como material de la literatura. Por un lado, está Rory (Bradley Cooper), un escritor felizmente casado con Dora (Zoe Saldana), que sin embargo sufre en silencio la frustración por el rechazo de distintas editoriales por publicar su primera novela, hasta que finalmente llega la esperada llamada y el libro se convierte en un suceso. Pero el escritor, ahora una celebridad, es en verdad un ladrón que publicó un texto que no era suyo, una historia de amor ambientada en el final de la Segunda Guerra Mundial entre un joven soldado estadounidense destinado en París (Ben Barnes) y una camarera (Nora Arnezeder), que se enamoran, se casan y finalmente se separan cuando no pueden superar la muerte de su pequeña hija. El engaño, la estafa, se revela cuando el verdadero protagonista de la historia (Jeremy Irons), que puso en palabras su vida y su dolor hace más de cincuenta años, se enfrenta a Jansen. A estos dos ejes de la estructura se les suma un tercero, que es Clay Hammond (Dennis Quaid) que presenta su último trabajo, The words –el título original de la película–, una novela que engloba las dos primeras historias, puro material de ficción para el veterano y exitoso escritor, que a la hora del cóctel y los autógrafos es abordado por Daniella (Olivia Wilde), una joven y seductora estudiante, aparentemente deslumbrada por la celebridad pero que en verdad quiere, necesita, saber por qué el libro no fue más valiente y sincero. La película del actor Brian Klugman y Lee Sternthal (guionistas de Tron. El legado) funciona como un puzzle donde las tres historias marchan en paralelo, la ambición concreta de origen, con una realización que toma dos tiempos diferentes, dos historias trágicas imaginadas por un escritor, que son contadas desde su presente en forma de libro. Y si la cuestión moral planea por todo el universo que delimita el film, también involucra a quien muestra el producto de su inventiva y talento, en tanto con el libro terminado, se ve obligado a reflexionar sobre un final diferente y sobre su honestidad como artista. Sin embargo, el tono moroso del relato, francamente moralizante y algunos rasgos del cine de qualité en las escenas de ese París romántico, for export, demuestran un esquema demasiado rígido, que da como resultado una digna película de guión que no termina de cerrar del todo por una puesta sin vuelo y demasiado grave.
Una familia para armar No es habitual hablar de una ópera prima a cargo de un actor como Gustavo Garzón, que escribe y se pone detrás de cámara luego de una extensa trayectoria como intérprete. Lo cierto es que la película es una agradable sorpresa, a la que se le nota un largo proceso de reflexión y trabajo con los protagonistas, Esteban Lamothe y Ana Katz, a los que se le suma la extraordinaria adolescente Mora Arenillas, una revelación para la pantalla grande. Película de actores, entonces, un terreno donde seguramente Garzón centró toda su experiencia, Por un tiempo muestra a Leandro (Lamothe) y Silvina (Katz), una pareja de clase media acomodada, feliz por la próxima llegada de su primer bebé al que buscaron por largo tiempo. Pero Leandro recibe la llamada de una mujer que le informa que se va a tener que hacer cargo de Lucero (Arenillas), la hija que tuvo con una mujer en el pasado y que ahora se encuentra gravemente enferma. Antes de su primer hijo, la que llega a ese hogar que se prepara lleno de entusiasmo para recibir a un bebé, es una niña de 12 años triste y silenciosa, de otra clase social, con un hombre que no puede acomodarse a una paternidad imprevista y una mujer embarazada, tan sorprendida como su esposo, pero que rápidamente entiende que la situación va a resolverse con comprensión y amor. La película elude inteligentemente los lugares comunes y la implosión en esa casa que significa la presencia de la niña, de sus silencios incómodos, de su infinita tristeza, se resuelve con un tono medido, delicado y sentido, una honesta ternura por los personajes que buscan hacer lo correcto, lo mejor para todos y sobre todo para Lucero, tan desamparada, tan necesitada de amor. Tal vez lo mejor de Por un tiempo sea la serenidad con que aborda temas complejos como el desafío de ser padres, más aún cuando la condición irrumpe imprevistamente con una contundencia que no deja espacios para las dudas o la espera para las condiciones ideales.
Con gravedad manifiesta En la edad en que las personas ya definieron su rumbo, Ana (Elena Roger) sigue soñando con convertirse en una cantante lírica y para eso trabaja con Mara, su maestra de canto (Adriana Aizenberg). Pero un día, Mara le dice que si bien tiene condiciones, la suya es una voz menor y nunca va a ser protagonista. Esa debilidad de su instrumento, de su herramienta de expresión, que aparentemente tiene que ver con su propia existencia casi anónima, en el relato se verá que esconde una fortaleza interior desconocida hasta para la propia Ana. La opera prima de Ariel Broitman tiene como telón de fondo el mundillo de la música lírica para contar un triángulo amoroso entre Ana, su esposo Federico (Surraco) cellista de profesión aunque apasionado por la pintura, y Ursula (Esmeralda Mitre), dueña de una magnífica voz y destinada a lograr lo que se proponga como cantante de ópera. La película, de una gravedad manifiesta, tiene la virtud de explorar un mundo desconocido para la mayoría de la gente, pero en su ambición intenta que la música paute las emociones de los personajes y viceversa, es decir, para cada muestra de la pasión de sus criaturas, el director tiene una melodía, un punteo de sonido agobiante y sobrecargado. Otro tanto pasa con las líneas que cargan, porque ése es el término, como un peso del que se deshacen casi con alivio, que sumado al transitadísimo apotegma "primero hay que saber sufrir", como para que el arte entre y salga con forma de canto magnífico y por supuesto desgarrado, hacen de La vida anterior un cúmulo de clisés más allá de las buenas interpretaciones de Roger, Aizemberg y Camero, un actor casi olvidado cuya breve intervención ofrece más verdad y verosimilitud que toda la película.
Interminable fiesta olvidable Cuál es el valor cómico de un adolescente comiéndose un tampón que confunde con una golosina? Depende del contexto y de qué se quiere contar. En el cine de los últimos años, la escatología es un elemento cada vez más presente en la comedia, sobre todo la estadounidense, y sin descartar el recurso de plano, la mayoría de las veces termina siendo apenas un gag. Este es el caso de 21 La gran fiesta, una sucesión de "chistes" desperdigados en algo más que una hora y media que explotan de manera desvergonzada el suceso que significó ¿Qué pasó ayer? y su secuela dos años más tarde. Los responsables son Jon Lucas y Scott Moore, que como guionistas de las películas dirigidas por Todd Phillips habían logrado un producto efectivo y que –claro– decidieron exprimir el formato hasta la última gota. El planteo es prácticamente el mismo. El día que Jeff (Justin Chon) cumple 21 años, el timbre de su casa suena y ahí están Miller y Casey (Miles Teller y Skylar Astin), sus dos amigos de la secundaria que lo vienen a buscar para festejar en grande su mayoría de edad, aún cuando a la mañana del otro día tenga pautada una entrevista con el rector de una prestigiosa universidad, que por supuesto gestionó su exigente y controlador padre. Lo cierto y como no puede ser de otra manera en el esquema exploitation-saga de ¿Qué pasó ayer?, el apocado Jeff en plan Stu –el dentista que se arrancaba un diente, el que en la segunda parte se tatuaba la cara–, resulta ser el lobo con piel de cordero y en la larga noche de fiesta se revela como el más fiestero de todos, mientras pasan las horas y se descuenta que el muchacho no va a estar en condiciones de presentarse a la entrevista que va a determinar el rumbo del resto de su vida. Entonces, fiesta, fiesta, algún toro mecánico desenfrenado y las consecuencias de montarlo con el estómago lleno de alcohol, una fraternidad femenina que ve la oportunidad de vengarse de los hombres, más alcohol, chistes tontos y más alcohol. El principal problema de la película es que muestra en tiempo real lo que pasa en la fiesta interminable, a diferencia de lo que pasaba con las películas que trata de imitar, que se veían las consecuencias de una noche desaforada y había que reconstruir los eventos desafortunados. En remplazo de eso, en 21 La gran fiesta pauta una sucesión de asquerosidades sin una pizca de gracia.
Una heroína del otro lado de la línea Jordan (Halle Berry) es una más de las operadoras del servicio de emergencias 911. Como tal, debe atender decenas de llamadas de auxilio que van desde robos, pasando por gente que se comunica porque se siente sola, hasta la posibilidad de un asesinato en progreso. Un día comete un error y muere una niña, por lo que la protagonista se retira de la línea de fuego y se convierte en formadora de nuevos operadores. Pero en una ronda con estudiantes, desplaza a una empleada novata y se hace cargo de la llamada de Casey (Abigail Breslin), una adolescente que fue secuestrada en un shopping y tiene en su poder un celular con la que se comunica con Jordan, que tratará de redimirse de su antiguo error y luchará para que la víctima logre salir con vida. La primera parte de la película tiene una estructura similar a la de muchos films que recurren a los teléfonos para sostener la tensión del thriller –Celular, la llamada final, Enlace mortal–, y el director Brad Anderson, que ya demostró su oficio en films como Transsiberian o El maquinista y series tales como El imperio del contrabando y The Wire, logra sostener acertadamente el suspenso desde los ambientes asfixiantes y la comunicación como único nexo entre Casey que está encerrada en el baúl de un auto y Jordan, desde el centro de ayuda. La angustia y la desesperación se trasladan a la pantalla ante cada nuevo recurso que ambas encuentran para poder conseguir la ubicación del auto, con la impotencia de la operadora que es solo un vínculo para que la policía encuentre a la víctima y al secuestrador. Pero como la protagonista arrastra su error original, el guión hace que súbitamente se convierta en investigadora, abandone su trabajo y personalmente vaya en busca de la chica, por lo que la película se convierte en otra cosa. Una búsqueda eficiente y rápida, que abunda en los lugares comunes, fuerza el verosímil y precipita un final convencional que desmerece el buen timing del resto del relato.
Desquiciados con amor Una pareja agobiada por preocupaciones, trágicas y absurdas, protagoniza esta comedia sobre la llegada a la madurez y con divertidas referencias a la cultura popular actual. Los años más felices son entre los 40 y los 60. Es ahora, lo estamos viviendo." Bastante avanzada la película, la frase parte de Debbie (Leslie Mann) y tiene como destinatario a Pete (Paul Rudd), su aturdido esposo, al que le cuesta procesar que el caos en que está sumido junto a su pareja sea la mejor época de su vida. Él lo sabe y ella también. Como una especie de desprendimiento de los personajes secundarios de Ligeramente embarazada –Debbie y Pete eran la hermana y el cuñado de la protagonista, interpretada por Katherine Heigl–, la cuarta película de Judd Apatow es una comedia sobre la llegada de la madurez y el momento de las decisiones que marcarán el resto de la vida. Sin duda Apatow (Hazme reír, Funny People, Virgen a los 40) es uno de los pilares de la Nueva Comedia Americana, donde lo trágico y absurdo de lo cotidiano puede y debe ser material para la mirada irónica, y la llegada de la madurez, la resistencia a los cambios, es otro de los tópicos donde se asienta la NCA. Y ahí está el director neoyorquino para señalar el rumbo y hacer un mapeo de los sitios por donde pasan los 40 para las clases medias urbanas. Desde las nuevas tecnologías y la penetración de las series en los diálogos cotidianos –prestar atención a una discusión entre padre e hija adolescente sobre las bondades de Lost versus Mad Men–, pasando por el miedo a los transgénicos y la necesidad de una alimentación sana, la pasión perdida en el matrimonio, Lady Gaga y George Clooney, hasta qué hacer con la vejez de los padres, las medicinas alternativas y la adicción al cigarrillo. En un todo donde una pareja busca reencontrarse y encarar una nueva etapa de sus vidas, Bienvenidos a los 40 hace un repaso de la cultura popular que atraviesa a los personajes, que los agobia como una montaña de preocupaciones que les impiden darse cuenta que lo suyo es bastante sólido. Solo deben relajarse. Con un humor bastante feroz que deja al descubierto las debilidades, agachadas y sin sentidos de los protagonistas, Apatow logra un fresco generacional completo (gran trabajo de Rudd y del resto de la familia del director: Iris y Maude, sus hijas y su esposa Leslie), lleno de guiños y referencias para el espectador informado. Es cierto, como siempre en todos sus films, para el final el realizador deja un espacio para la tradición y la moralina, pero en este caso lo que se desprende de todo el relato –nada contradice el happy end del cierre – es el amor que mantiene unida a esa familia desquiciada. Como todas.
Amor pese a las diferencias Desde afuera, el cumpleaños de la abuela Amandine parece ser la única razón para que hijos, tíos y nietos comparta una mesa, año a año, en una granja de la Bretaña francesa. A fines de los '70 la división izquierda y derecha partió a la familia y el único lazo posible es la matriarca. Sin embargo, la historia en común y sobre todo el amor siguen presentes, en las diferencias políticas y en la contraposición ciudad-campo que atraviesa la historia. Con un largo flashback que desde el presente recrea lo que fue un cumpleaños para recordar (¿el último?), Julie Delpy retrata una época de manera liviana y adorable, con mucho humor y un sincero cariño por cada uno de los personajes, aún cuando el relato muchas veces se interna en el drama con cuestiones como la senilidad, las consecuencias de las guerras coloniales (Vietnam, Argelia) como un tema no resuelto y el papel de la mujer fuera de los ámbitos urbanos. Delpy, conocida principalmente por su papel como la Celine de Antes del amanecer y Antes del atardecer –la última parte de la trilogía dirigida por Richard Linklater se conocerá este año– coquetea con el costumbrismo y muchas veces subraya innecesariamente los momentos emotivos, pero sin duda construye una universo afectivo, en donde los perfiles encarnados por un sólido elenco tienen un desarrollo bien definido. Pero además, la actriz y realizadora le escapa a la trampa que significa mostrar únicamente las tensiones que van apareciendo a partir de lo que representan cada uno de los protagonistas atravesados por la historia y reserva un espacio importante para los jóvenes, ajenos a las peleas de los adultos, con sus propios conflictos y en pleno despertar sexual. Con una idea clara del mundo que quiere retratar, Verano del '79 tal vez sea demasiado ambiciosa, pero es luminosa y toca varias fibras sensibles, con humor y sin golpes bajos.
Ironía y acción dosificada Es curioso pero película a película (y son muchas en los últimos años), la figura de Jason Statham sigue creciendo a pesar de que no posee un gran abanico interpretativo y sus participaciones en producciones cada vez más grandes se limitan a pasear por diferentes set su impresionante figura, deslizar alguna frase irónica en un susurro gutural y poner lo mejor de sí en las escenas de acción. Sin embargo, el carisma del británico es innegable y cualquier espectador sabe que los films que lo tienen de protagonista tienen un estándar aceptable. Con Parker se confirma esta hipótesis con creces, a partir de la dirección del veterano Taylor Hackford (Ray, El abogado del diablo, Reto al destino), que pone toda la puesta y el relato al servicio de la estrella en un producto sencillo, sin pretensiones y muy entretenido. Parker (Statham) es un ladrón especializado en trabajos de alta gama que le consigue Hurley (Nick Nolte), que además es el padre de Claire (Emma Booth) la novia del protagonista. Hay un golpe que se concreta con una banda "alquilada", hay una mexicaneada por parte de sus eventuales compañeros (por obra del, azar seguramente, pero en la escena donde se desata un sangriento tiroteo dentro de un auto parece calcada de la argentina Un oso rojo) y la promesa del maltrecho Parker de vengarse y quedarse con el suculento botín que los traidores van a dar en Palm Beach. Cierto, avanzado el relato aparece en escena Leslie (Jennifer Lopez), una agente inmobiliaria en la quiebra por un mal divorcio, que se va a involucrar en el asunto para ver si de una vez por todas sale de pobre. Con un elenco lleno de probados actores de reparto, donde se destaca Michael Chiklis, Parker supera la media de las películas de acción asentada en la ironía, la acción dosificada y claro, Jason Statham.
En la memoria del gran autor Para el final de la década del cincuenta, Alfred Hitchcock se resistía a repetirse –luego del éxito de Intriga internacional, los ejecutivos del estudio Paramount le acercaron varias historias de espionaje entre otros proyectos– y como siempre, buscaba una idea que sorprendiera y lo desmarcara de lo que se suponía que tenía que hacer. Así llega a Psicosis, la novela de Robert Bloch y se pone a trabajar en lo que sería su película más exitosa. Es este período de la vida del director británico el que aborda Hitchcock, dirigida por Sacha Gervasi (The Story of Anvil, guionista de La terminal) que junto al John J. McLaughlin (El cisne negro), adaptan el libro Alfred Hitchcock and the Making of 'Psycho', de Stephen Rebello. Con un elenco encabezado por el histriónico Anthony Hopkins, irreconocible detrás de una tonelada de maquillaje para acercarse a la inconfundible figura del gran Hitch, acompañado por la extraordinaria Helen Mirren como su esposa Alma Reville, la película centra el nudo del relato en la conocida obsesión del realizador por las intérpretes rubias (tópico abordado en detalle en el imprescindible libro de François Truffaut, El cine según Hitchcock) y la intrincada relación que mantiene con su compañera de toda la vida, musa, niñera y consejera, la voz del sentido común del artista. Mientras trabaja en la pertubadora historia de terror que entre otras particularidades va a contar con la heroína de la película apenas hasta la mitad del relato para morir asesinada brutalmente en la ducha, el film muestra al realizador convocando a Janet Leigh (Scarlett Johansson) solo para agregar un nuevo estadío a su obsesión, desprecia a Vera Miles (Jessica Biel) que lo traicionó con un embarazo y en tanto se enamora irremediablemente de Leigh, duda entre si está haciendo una obra maestra o definitivamente se está hundiendo y sospecha que Alma, de quien es absolutamente dependiente, lo está engañando. Es cierto que el elenco hace un esfuerzo para que la película sea algo más que la atormentada vida amorosa de Hitchcock, pero tratándose de uno de los directores más importantes del siglo veinte, uno de los autores más influyentes de la historia del cine, el genio de su talento apenas se vislumbra en la película de Gervasi (si, el falso making of de la escena de la ducha está), que se limita a rodar un film correcto, con alguna chispa de humor y moderadamente entretenido.