Una pastelería en Notting Hill es una representante amena del subgénero de la "gastronomía porno" que se puso de moda en los últimos años, muy especialmente en las producciones de Hallmark. Películas donde los realizadores consiguen tentar al público con numerosos primeros planos de las diversas variedades de cupcakes y tortas que se lucen con una labor de fotografía magnífica. La popularidad de estos filmes se relaciona también con la notoriedad que tienen actualmente los concursos de cocina. De hecho, no es casualidad que Candice Brown, la protagonista de este estreno, fue ganadora en Inglaterra del programa The Great British Bake Off y suele desempeñarse como cocinera en programas de la televisión inglesa. La ópera prima de Eliza Schoeder desarrolla la típica feel good movie que encuentra en su primer acto el contenido más interesante. Con esta propuesta se da una situación particular. Toda la presentación de las protagonistas y el conflicto principal se desarrollan dentro del melodrama, donde una joven junto con la ayuda de su abuela intentan concretar el sueño familiar de tener una pastelería. Ese tramo del film se enfoca en los desafíos que surgen a la hora que concretar un proyecto de esas características. Luego, como si algún productor hubiera creído que la propuesta no era muy comercial, el relato cambia notablemente para enfocarse en la comedia romántica donde se vuelve muy predecible. Si la directora tenía algo para expresar a través de esta historia su intención quedó diluida en una película más genérica que pese a todo consigue ser entretenida.
La mejor película del Multiverso hasta la fecha no la brindó el género de superhéroes sino una producción independiente que ofrece el esfuerzo más inspirado que presentó el cine norteamericano en mucho tiempo. La gran paradoja del caso es que se trata de una producción de los hermanos Russo (Avengers: Endgame) que explora el concepto de las dimensiones alternativas con una profundidad y creatividad que Marvel no pudo plasmar en la falsa continuación de Doctor Strange. Todo en todas partes al mismo tiempo representa el segundo trabajo de los realizadores Dan Kwan y Daniel Scheinerst (conocido por el pseudónimo los Daniels), quienes ya había demostrado su dominio del absurdo en Swiss Army Man (2016), con Paul Dano y Danniel Radcliffe. En este nuevo film vuelven a retomar el mismo estilo de humor con una propuesta mucho más ambiciosa que combina diversos géneros de un modo especial y nos permite disfrutar la versatilidad de Michelle Yeoh para destacarse en el drama y la comedia física. Probablemente su mejor labor desde The Lady (2012), la biografía de la activista politíca Aung San Suu Kyi, dirigida por Luc Besson. El reparto además trae de regreso en la pantalla grande a Ke Huy Quan, el recordado Data de los Goonies y Short en Indiana Jones y el Tempo de la perdición, quien a los 50 años salió de su retiro para romperla junto a Yeoh en un personaje muy divertido como el esposo de la protagonista. Hace poco había tenido una participación en el film de aventuras de Netflix, Finding ʻOhana,sin embargo fue en esta producción de los Russo donde tuvo la oportunidad de sobresalir por su interpretación. Otra figura del elenco que queda muy bien parada es Jamie Lee Curtis, quien aporta muy buenos momentos cómicos con sus intervenciones. Toda la locura del Multiverso que no pudo ofrecer el reciente film de Strange, acá la encontrás en una experiencia abrumadora que fusiona la comedia de enredos con la fantasía, la ciencia ficción y el cine de artes marciales. Un combo excéntrico que los directores desarrollan de un modo impecable, a través de una historia que explora las dinámicas de las relaciones familiares en un conflicto que resulta más complejo y profundo de lo esperado. Más allá de las secuencias de acción y el humor disparatado la trama además juega con el metalenguaje y conceptos existencialistas que están muy bien integrados en el relato. Un detalle que me encantó de esta producción es el modo en que aborda las referencias cinematográficas dentro del argumento, que van desde los clásicos de Pixar a los filmes románticos de Wong Kar-wai. Propuestas que tal vez no tienen mucho que ver entre sí pero se acoplan perfectamente dentro de la aventura alocada que vive el personaje de Yeoh. Por otra parte, la obra de los Daniels sobresale por la opulencia visual de los elementos fantásticos y la edición de Paul Rogers, quien tuvo la complicada tarea de otorgarle una coherencia narrativa a todo el delirio que se presenta. Todo en todas partes al mismo tiempo le aporta un poco de aire fresco al cine de género hollywoodense con una propuesta que no se evapora de la mente enseguida y alienta a futuros revisionados.
Shirley es una producción de Martin Scorsese que se inspira vagamente en un momento de la vida de la icónica escritora de horror gótico, Shirley Jackson. Una artista norteamericana que fue muy popular en la década de 1950 y cuyos relatos tuvieron una influencia importante en escritores famosos del género que surgieron años después, como Stephen King y Richard Matheson. Su novela más famosa fue The Haunting of Hill House que tuvo su adaptación en la obra maestra de Robert Wise (The Haunting) de 1963 y más recientemente en la serie homónima de Netflix realizada por Mike Flanagan. La directora Josephine Decker, quien viene del cine experimental, en este caso ofrece una propuesta muy especial que le escapa a las fórmulas de la biografía de manual hollwyodense. Esta es probablemente su producción más accesible. El argumento toma algunos hechos biográfícos reales de la vida de Jackson, que se combinan con la ficción, para crear una drama con tintes de thriller psicológico que podría haber sido un típico cuento de la autora. La película se centra específicamente en el período en que concibió su segunda novela, Hangsman (inspirada por la desaparición de una estudiante universitaria) e imagina las circunstancias que rodearon su proceso creativo. A través de una inspirada interpretación de Elisabeth Moss (El hombre invisible), la directora Decker retrata a Jackson como una mujer que padece un notable desequilibrio emocional, consumida por todo tipo de vicios. Su faceta creativa vuelve a cobrar vitalidad a partir de una relación que establece con una joven recién casada (Odessa Young) que admira su obra y se convierte en su asistente. A partir de esa premisa argumental Shirley explora diversas temáticas como las relaciones tóxicas, la inseguridad de los artistas y el sexismo de la sociedad de 1950. Lo más interesante del trabajo de Decker es el modo en que rompe desde la realización con los clichés habituales de la biopic tradicional. La narración abraza el metalenguaje para combinar de un modo especial hechos reales de la vida de Jackson con esos personajes atormentados y atmósferas claustrofóbicas que sobresalían en sus obras. La idea de trasladar en un lenguaje cinematográfico el estilo literario de Jackson es ambiciosa y creativa y aunque no desarrolle con demasiada profundidad los temas que aborda, al menos propone algo diferente dentro del género. Motivo por el cual se le perdona también ese ritmo lento que tiene la dirección de Decker que a veces puede ser un poco insufrible. En última instancia el mayor mérito de esta película es que consigue generar curiosidad por la verdadera historia de la autora y su obra, además de brindar otra gran labor de Elisabeth Moss.
saurios. La tenía un enorme potencial y algunos ingenuos llegamos a creer que si los porductrore se iluminaban un poquito, el próximo episodio podía acercase a lo que fue alguna vez la franquicia multimedia de culto Cadilllac y Dinosaurios. Obviamente ni se les pasó por la cabeza encaminar el film por ese rumbo y lo que encontramos en el cine es una propuesta desapasionada que resulta fallida por dos grandes motivos. En primer lugar, la dirección de Colin Trevorrrow (responsable de Jurassic World) se aleja por completo del estilo de aventura que originó esta saga para presentar un pastiche que combina la temática de los dinosaurios con el divague de Rápido y Furioso, Misión: Imposible y los filmes más bizarros de la saga de James Bond, representados en las etapas de Roger Moore y Pierce Brosnan. La premisa de los dinos que desequilibran la vida en la Tierra nunca se llega a explorar ya que el conflicto central se centra en un científico loco que busca conquistar el mundo con langostas mutantes. Por ese motivo también el film se siente como un episodio más de relleno, donde el regreso de los protagonistas clásicos se presenta de manera forzada para apelar a un burdo fan service que no genera ninguna emoción. La aparición de Laura Dern y Sam Neil (quien no puede ocultar su incomodidad de ser parte de este episodio) es un tapa bache para levantar a través de la nostalgia una película que vende una conclusión inexistente donde no se resuelva nada. El otro gran problema de esta producción lo encontramos en la narración de Trevorrow quien perdió toda noción del sentido del peligro. Los héroes ahora se convirtieron en parientes de Dominic Toretto que salen ilesos de situaciones imposibles y atentan contra la amenaza que debería representar el ataque de las criaturas. La tensión y el terror que podían generar situaciones de ese tipo fueron reemplazadas por secuencias de acción delirantes más cercana a la franquicia de Vin Diesel. Los dinos corren por ahí y cada tanto se comen a un extra desprevenido pero durante la mayor parte del film no tienen el protagonismo que merecían para la supuesta historia final que vendía el estudio. La película dura dos horas y media que se sienten interminables, pese a la abundancia de las secuencias de acción, ya que ese tipo de momentos eventualmente e vuelven redundantes. Hacia el final Trevorrow tiene la dignidad de acordarse que esto era una propuesta de la saga Jurassic Park y mete una pelea atractiva entre los bichos que levanta un poquito el tedio. Es justo mencionar que desde los aspectos técnicos al menos es un producto decente y quienes tengan un apego crónico a la nostalgia la van a disfrutar sin duda más que yo. Ahora bien, más allá de esta cuestión me parece que se desperdició la oportunidad de contar una historia atractiva con el concepto que había dejado el final de Fallen Kingdom. Quién sabe, tal vez en un par de años llega la redención para la saga con un director más inspirado.
Hay muchos motivos para celebrar y recomendar con entusiasmo una película como Top Gun: Maverick, sin embargo hay uno en especial que se queda en tu cabeza cuando corren en la pantalla los créditos finales. La continuación del clásico de Tony Scott trae de regreso la experiencia cinematográfica del viejo blockbuster pochoclero que se perdió muchísimo en los últimos años con el predominio del género de superhéroes, más concentrados en argumentos redundantes y despliegue de CGI En cierta manera esta película evoca una propuesta similar a la que brindó Blade Runner 2049, en el sentido que no se siente una secuela marketinera que se limita a refritar el film original sino que expande la historia desde una perspectiva diferente. El director Joseph Kosinski (Tron: Legacy) se quita de encima el fan service en los primeros dos minutos del film, que recrean la apertura de la producción original con el tema de Kenny Logins, Danger Zone, y enseguida se concentra en elaborar un argumento con identidad propia. Pasaron 36 años y Maverick sigue siendo el mismo sujeto insoportable que conocimos en los ´80, con la particularidad que a esta altura su ego ya toca los anillos de Saturno. Su rebeldía no lo llevó muy lejos y nunca superó el rango de Capitán en la Fuerza Aérea. Una elección estupenda del guión ya que esta cuestión sirve como disparador de un conflicto dramático muy rico. Cuando lo convocan como instructor de Top Gun para una misión especial, Maverick se ve obligado a enfrentar las cuentas pendientes del pasado y esto le permite a Tom Cruise explorar una faceta más humana del piloto, quien ahora termina por despertar una mayor empatía. Toda la tensión con el hijo de Goose y el apego a la culpa por la muerte de su amigo son elementos que están muy bien trabajados y eso contribuye a que Top Gun 2 sea mucho más que una película de acción. El modo en que consiguieron involucrar a Val Kilmer dentro de la trama, pese a su problema de salud, fue muy creativo y el que no se emociona con la escena que comparte junto a Cruise debería chequear su pulso porque está muerto en vida. A Jennifer Connelly le queda demasiado chico el rol de la chica del héroe pero contribuye a brindar una subtrama romántica más tierna que la del film original que suma algunas situaciones divertidas. Esta continuación contiene además algunos momentos humorísticos que funcionan a la perfección. El resto del reparto es correcto y tiene el objetivo de representar una Fuerza Aérea con mayor diversidad que la de los años ´80. La película de Kosinski abraza su propia identidad en el tratamiento de la acción que es el campo donde sobresale esta continuación. El director ofrece una experiencia inmersiva muy especial donde consigue insertar al público en la cabina de los aviones junto a los personajes. A medida que avanza el argumento las secuencias adquieren una mayor complejidad y de ese modo se incrementa el vértigo y la adrenalina de las acrobacias aéreas, donde no faltan las locuras de Tom Cruise. Un fuera de serie que llega a pilotear su propio avión en las escenas de riesgo dentro de un espectáculo que demanda ser disfrutado en una pantalla de cine. El único campo donde Top Gun: Maverick presenta su mayor debilidad lo encontramos en la banda de sonido que ya sabíamos iba a ser una batalla perdida. El soundtrack de la obra de Tony Scott fue un fenómeno popular de esos que se repiten (con suerte) una vez cada 30 años, donde todos los temas resultaron hits radiales. Inclusive la melodía instrumental de Harold Faltemeyer. En la continuación más allá del aporte de Lady Gaga, que no está mal, las canciones no tienen un gran peso en la narración como en la original. Un detalle menor que no opaca a una película que le sobran virtudes para destacarse entre los mejores estrenos pochocleros del año.
A no confundirse con los afiches o los trailers promocionales, El pequeño ninja no es una propuesta infantil y su contenido podría resultar un poco turbio para los niños por lo que es importar aclarar esta cuestión de entrada. Se trata de una comedia dramática desarrollada en el género de animación que se convirtió en la película danesa más taquillera en la historia de ese país. El proyecto fue concebido por el comediante de stand up, Anders Mathesen, quien debutó en el 2004 con la comedia para adultos, Terkel in Trouble que fue muy bien recibida en festivales de cine. La película del muñeco ninja, estrenada en Europa en el 2018, consiguió distribución internacional y el año pasado obtuvo una continuación. La trama tiene como protagonistas a Alex, un joven que sufre bullying en la escuela y un día recibe como regalo un ninja de peluche poseído por el espíritu de Nakamura Chōbei, un famoso bandido rural del antiguo Japón que vivió en el siglo 16. El guerrero le ofrece su protección en el colegio si lo ayuda a vengar la muerte de un niño de Tailandia que fue asesinado por un empresario danés en una fábrica clandestina. A partir de esa premisa el director Mathesen propone una película que toma el riesgo de elaborar un contenido irreverente que sería imposible de concebir en los estudios de Hollywood. El film comienza con el brutal asesinato de un chico que forma parte de la mano de obra esclava de un millonario y establece de entrada el tono oscuro que ambientará el relato. A partir del encuentro entre los protagonistas la trama juego un poco más con la comedia de enredos, siempre orientada a un público maduro, debido al humor crudo que maneja el director y referencias a la pornografía, el suicidio, el sexo y la representación de drogas. En última instancia hay que recordar que se trata de una propuesta animada de la tierra de Lars Von Triers donde los contenidos freaks prácticamente son un patrimonio nacional. Parte de la gracia de la comedia retorcida de Mathesen pasa por el hecho que los elementos oscuros de su obra se contrastan con los diseños de los personajes, que remiten a las típicas propuestas animadas de Disney o Dreamworks. Desde los aspectos técnicos el film se encuentra a la altura de lo que solemos ver habitualmente dentro del subgénero CGI y es un producto cuidado para tratarse de un proyecto que contó con un presupuesto moderado. Probablemente el público adolescente la termine valorando un poco más, ya que a ellos está dirigido el mensaje que expresa el director en torno a la violencia.
Desde el desastre de Linterna verde, con Ryan Reynolds, el director Martin Campbell volvió a concentrarse en el género de acción, donde supo brindar los mejores títulos de su carrera. Muy especialmente en la saga de James Bond que revivió en dos oportunidades con Golden Eye y Casino Royale. Alejado del circuito de los grandes estudios en la actualidad trabaja con presupuestos muy limitados en películas que encuentran su mayor atractivo en los repartos seleccionados. Dentro de esta última etapa de Campbell, The Foreigner (con Jackie Chan y Pierce Brosnan) sigue siendo su mejor obra y lamentablemente Asesino sin memoria no llega a estar a la misma altura. El film cuenta con la misma desventaja que sobresalió en su labor previa, The Protégé (Maggie Chan), donde tomó un concepto demasiado trillado (el típico clon de Nikita) sin aportarle ningún condimento creativo. En este caso se trata de la clásica historia del asesino a sueldo que busca retirarse y se niega a cumplir la misión que le encargan sus empleadores. La única adición es que el personaje padece Alzheimer y tiene problemas con la memoria, algo que tampoco se explora demasiado en la trama. Campbell construye el conflicto con dos subtramas independientes que eventualmente confluyen entre sí. Por un lado tenemos la historia del killer interpretado por Liam Neeson que intenta cambiar su vida, mientras que Guy Pearce compone a un agente del FBI que busca desbaratar una red de prostitución infantil. Sin la presencia de ellos dos la verdad que sería complicado terminar de ver este film debido a que el argumento resulta demasiado familiar y en el pasado se trabajó en propuestas superiores. La acción es escasa y se limita a una par de secuencias de tiroteos donde se nota que el director no tuvo el presupuesto para presentar una labor más ambiciosa en este aspecto. Todo sabemos los que puede hacer cuando lo ponen a cargo de superproducciones y sus antecedentes en la saga de 007 son contundentes. En Memoria de un asesino tuvo que arreglarse con los pocos recursos que tenía disponible y por eso el tono del film se enfoca más en el thriller policial que el cine de acción. Neeson al menos le pone onda a su personaje que en un momento aporta una especie de homenaje a una recordada escena de Rambo 3. Queda la sensación que la dupla que forma con Pearce se podría haber aprovechado en un guión un poco más elaborado en lugar de un film clase B que representa una anécdota olvidable de sus filmografías.
Todo fan de Nicolas Cage sabe que su filmografía se divide en dos categorÍas que ofrecen propuestas muy diferentes entre sí. Por un lado están las películas "serias" donde el actor presenta interpretaciones más contenidas con personajes normales y se contrastan con la galerías de freaks que sobresalen en sus composiciones más excéntricas. El peso del talento amagaba con ser un proyecto que celebraría al Cage de la segunda categoría pero terminó convertido en un film mucho más mainstream de lo esperado. En otras palabras, se trata de una opción digerible para un público que jamás en la vida disfrutaría odas bizarras como Mom and Dad, Mandy, Color Out of Space y muy especialmente Willy´s Wonderland y Prisoners of the Ghostland, El director Tom Gomican tiene la intención de explotar la veta más excéntrica del protagonista pero se termina por contener demasiado y eso deriva en una propuesta genérica que busca llegar a un público más amplio. No es ninguna casualidad que este film pudo tener su estreno en los cines mientras que los títulos citados tuvieron problemas para conseguir una distribución internacional. Los seguidores del actor la van a disfrutar y tiene sus momentos cómicos efectivos pero cuando corren los créditos finales en la pantalla queda la sensación que podría haber sido mucho más disparatada. La película por momentos funciona como una sátira del cine de Michael Bay y encuentra su mayor atractivo en la dupla que conforma Cage con Pedro Pascal. Las interacciones entre ellos brindan los momentos más divertidos dentro de una propuesta que en la segunda mitad se convierte en una comedia de acción mundana. En aquellos momentos donde el protagonista interactúa con fragmentos de su imaginación el film consigue aportar las escenas más inspiradas. Sin embargo a la dirección de Gormican le faltó soltarse más en su excentricidad. Sobre todo para una propuesta donde Cage se interpreta a sí mismo y tiene la intención de divertirse con el perfil más alocado de su filmografía. Cumple en materia de entretenimiento y le saca al público un par de risas (lo que no es poco), pero está lejos de ser la gran película que vendieron la reseñas exageradas.
La médium es un proyecto desarrollado por el director coreano Na Hong-jin, responsable del excelente thriller de acción The Chaser y el film de terror The Wailing, estrenado en el 2016. En esta oportunidad volvió a incursionar en el campo del horror con un relato que se desarrolla dentro de la temática de los documentales falsos que no brindaron títulos notables en los últimos años. Aunque el cineasta produjo y escribió este film la dirección la delegó en el tailandés Bangjong Pisanthanakun, recordado por su ópera prima del 2004, Shutter, uno de los tantos clones de Ringu (La llamada) realizados en aquellos años. Después hacer varias películas que pasaron sin pena ni gloria por los cines este director volvió a cobrar notoriedad con su nueva obra que llega muy inflada a la cartelera tras su recorrido por diversos festivales. La principal virtud del film es que logra hacer interesante el típico relato de posesiones demoníacas al desarrollar el conflicto dentro del folclore tailandés. Por consiguiente, si bien la premisa puede resultar familiar, porque la vimos en numerosas producciones, el marco cultural que ambienta el cuento con las deidades y tradiciones religiosas de ese país aporta un enorme atractivo. A través del recurso del found footage el público toma contacto con el material filmado por un grupo de documentalistas que investigó la historia de una médium de la región rural de Isam, quien habría sido poseída por la diosa Basham. A medida que los investigadores indagan en la vida de esta mujer el caso se vuelve cada más turbio y perturbador, donde los problemas de salud mental se mezclan con situaciones paranormales que no tienen explicación. La narración va al hueso en el tratamiento de la temática y la presentación de los jumpscares y las situaciones macabras están muy bien elaboradas. Sobre todo hacia el final cuando se mete de lleno en terreno de la magia y el gore con algunos momentos intensos. No obstante, un defecto de La médium que le impide ser una propuesta más sólida es su duración de 131 minutos que siente como si fueran tres horas. El director tarda una eternidad en construir el conflicto central y hasta el momento en que el género de terror cobra fuerza la película es un poco aburrida. La representación cultural del folclore tailandés dentro de todo hace un poco más llevadera la historia, sin embargo queda la impresión que con 40 minutos menos los realizadores hubieran presentado una película más redonda. Para los fans del subgénero o el terror asiático de todos modos es una opción para tener en cuenta y con sus debilidades técnicas no deja de ser una obra más digna que muchos desastres hollywoodenses de este estilo que llegaron a la cartelera.
Firestarter fue una entretenida novela de horror y ciencia ficción de Stephen King que se publicó en 1980 y le dio una vuelta diferente al concepto de Carrie con teorías conspirativas y agencias gubernamentales secretas muy propia de los tiempos de la Guerra Fría. En 1984 fue adaptada con Drew Barrymore en el rol protagónico y la dirección de Mark Lester, quien luego tendría una mayor repercusión en el género de acción con clásicos como Comando (Schwarzenegger) y Muerte en el barrio japonés (Dolph Lundgren). El film que contó en su reparto con las presencias de David Keith, Martin Sheen y George C. Scott consiguió una mejor recepción cuando llegó a la televisión y el video club y en el 2002 tuvo una continuación en una miniserie horrenda realizada por el canal Sci-Fi. La historia seguía a la niña psíquica en la adultez, un concepto que era interesante pero terminó desarrollado con un guión mediocre. Esta remake producida por la compañía Blumhouse, que desde hace años monopolizó el género de terror en Hollywood, está claramente destinada a los espectadores Millennials que desconocían por una cuestión generacional la existencia del film original. En parte porque desapareció de los canales de cine en la tele desde fines de los años ´90. El público que sigue el género tiene claro que las propuestas de esta compañía en ocasiones brindan películas decentes como El hombre invisible y Freaky y en otras oportunidades mamarrachos como la remake de Jóvenes brujas. Llamas de venganza se suma a la lista negra de Blumhouse al ofrecer un film insípido y desapasionado, producto de la labor de un director inepto que demuestra una incapacidad absoluta para crear situaciones de tensión y suspenso. Keith Thomas, quien había tenido un debut olvidable con The Vigil (2019), elabora una adaptación tonta de la obra de King con villanos acartonados y una narración sosa donde el argumento se desarrolla de un modo acelerado y los elementos de terror se limitan uso de efectos digitales artificiales. Al cineasta le lleva una hora establecer la premisa de la historia y cuando empieza a desarrollar el conflicto central su narración salta directamente al clímax, para cerrar la película con una torpeza abrumadora. La recordada escena donde Charlie enfrentaba a los agentes del gobierno en una granja, que en la original tenía lugar a los 36 minutos, en la remake recién se presenta en la última media hora y luego viene el desenlace. La dirección de Thomas nunca llega a desarrollar la relación padre e hija que era el vínculo más importante de la novela de King y el suspenso que tenía la persecución que enfrentaban los protagonistas brilla por su ausencia. Lo único que se puede rescatar de esta película es la banda sonora realizada por John Carpenter y su hijo, que evocan con los sintetizadores el cine de horror de los años ´80 y la labor de Zack Efron, quien después de esto podría sumarse al equipo de remo olímpico de los Estados Unidos. Junto con Sydney Lemmon (Fear the Walking Dead), quien encarna a su esposa en la trama, son los únicos miembros del reparto que al menos hicieron el esfuerzo de aportarle emociones genuinas a los personajes. La labor de Ryan Kiera Armstrong, en el rol protagónico, mejora con el transcurso del film y aunque carece del carisma que supo tener en el mismo rol Drew Barrymore, tampoco se puede objetar demasiado su actuación ya que se nota que ni siquiera tuvo una dirección. Por lejos una de las peores producciones que se gestaron en los últimos años sobre una obra de King, donde se nota la falta de interés de los realizadores por el material y la falta de creatividad para ofrecer un espectáculolo más entretenido.