La Reina de las nieves es la cuarta entrega de uno de los fenómenos comerciales recientes de la animación rusa. Un país que ya había adaptado el gran clásico homónimo de Hans Cristian Andersen en esa obra maestra de Lev Atamanov, de 1957. La película que definió nada menos que la carrera de Haya Miyazaki. Lo cierto es que en el 2012 (antes que surgiera Frozen), un grupo de artistas rusos que provenían del campo de los video juegos crearon la productora Wizart Animation y con apenas siete millones de dólares desarrollaron una nueva adaptación de este clásico de la literatura. La película sorprendió por su calidad de realización pese al bajo presupuesto y resultó un inesperado suceso comercial en el mercado europeo. Desde entonces se estrenaron otras tres continuaciones y ya se anunció la quinta entrega para el 2021. En lo personal me encanta esta franquicia porque tiene más corazón y creatividad que todas las continuaciones insípidas de los títulos famosos de Disney. Como adaptación de La Reina de las nieves esta serie es completamente superior a Frozen por el desarrollo que tuvieron los personajes y el modo en que trabaja el género de aventuras. Tampoco está contaminada por la corrección política de la actualidad y presentan personajes que nunca podríamos ver en el cine norteamericano, como la niña pirata Alfida, que dispara armas de fuego. Un aspecto interesante de estos filmes es que construye su propia mitología de la obra de Andersen y con el transcurso de las secuelas nunca salieron a copiar lo que se había hecho en Frozen. Los rusos fueron por otro camino y se enfocaron más en el género de aventuras y la fantasía. En materia de realización esta cuarta entrega es la mejor de la saga y se nota la ayudita económica que tuvo la productora Wizart de los capitales chinos. La calidad de la animación no tiene nada que envidiarle a lo que se hace en general en Hollywood y es de una calidad muy digna. En esta ocasión inclusive adicionaron elementos del género Steampunk y del cómic de superhéroes que conforman un combo bastante curioso. El problema con este estreno es que los niños que vayan al cine y los adultos que acompañen se quedarán afuera de la historia si no conocen los tres capítulos previos. Es como empezar a ver Cómo entrenar a tu dragón o Kung Fu Panda (por poner unos ejemplos) por la última entrega. En este caso la relación de Gerda con la Reina de las nieves y el vínculo de su familia con la magia carece de sentido si el espectador no siguió el desarrollo de la serie. Por eso resulta incompresible el estreno del film en este momento. La película es una muy buena propuesta de fantasía para chicos pero es necesario conocer la historia completa para disfrutarla en su integridad.
El placer de disfrutar juntos a Helen Mirren e Ian McKellen en roles protagónicos, sumado a la dinámica narración de Bill Condon (La Bella y la Bestia), levantan por completo un guión paupérrimo que no está a la altura del proyecto que merecía la reunión de estos artistas. El director consigue aprovechar a estos dos gigantes del cine con un misterio que en principio parece interesante, hasta que el conflicto derrapa por completo con un giro argumental que no tiene el menor sentido. La gran falencia que presenta El buen mentiroso es un problema que a menudo suele aparecer en las novelas policiales malas, donde la gran revelación proviene de una información que se le oculta a los lectores durante todo el relato. De un modo chapucero y manipulador el autor entonces ata los cabos sueltos con un concepto que nunca se había planteado en la trama y hay que aceptarlo porque así está escrito. En el caso de esta producción, durante los 20 minutos finales, Condon presenta prácticamente una película aparte con una larga explicación que tiene el objetivo de sostener un giro sorpresivo incoherente. La conclusión resulta inverosímil y lamentablemente no se pude desarrollar esta cuestión sin entrar en el terreno de los spoilers. Una pena porque la premisa general era interesante y McKellen (Mirren tiene un rol más chato) se hace un festín con el rol del estafador. Los matices que le otorga al carácter de su personaje y el modo en que manipula a sus víctimas es un espectáculo aparte que justifica el visionado de la película, pese a sus falencias argumentales. Bill Condon ya lo había dirigido en Dioses y monstruos (1998) y otro vez vuelve aprovecharlo con un relato que nos mantiene intrigados hasta ese fatídico acto final que hecha por la borda con su tontería el misterio construido. Si hay un motivo para ver este film es por la dupla fantástica que conforman los dos protagonistas, donde Helen Mirren además eleva con su presencia un personaje que tampoco le daba tanto material para sobresalir. El buen mentiroso no es para nada una mala película, pero podría haber brindado un gran thriller con un guión más sólido.
Boda sangrienta no sólo es probablemente el mejor estreno del género de terror que pasó este año por la cartelera sino que además sobresale entre lo más destacado que brindó la producción norteamericana en el último tiempo. Nos encontramos tal vez ante la última gran película que brindó Fox Searchlight, una división de esa compañía dedicada al cine independiente y la distribución de producciones de diversos países en los Estados Unidos. Cuesta bastante creer que en manos de Disney este sello mantenga en el futuro la calidad de los contenidos que ofreció hasta la fecha y muchos menos que financien una propuesta como la que concibieron en este caso la dupla de directores Matt Bettineli-Olpin y Tyler Gillet. En la casa del ratón Mickey aseguraron que Fox Searchlight seguirá vigente pero será cuestión de ver que hacen en el futuro para comprobar si cumplen con su palabra. Por lo pronto tenemos disponible esta gema que brinda un espectáculo muy entretenido gracias hacia una sólida combinación de géneros. Betinelli y Gillet fueron parte de la olvidable antología V/H/S (2012) y el bodrio de Heredero del diablo (2014), otra película mala sobre posesiones demoníacas. Evidentemente la musa de la inspiración abrazó a los realizadores porque Boda sangrienta es lo mejor que presentaron en sus carreras. En esta propuesta fusionan diversas ramas del horror como el slasher y las historias satanistas con una marcada presencia del humor negro que trabajaron como los dioses. A lo largo del relato nos encontramos ante situaciones de violencia extrema y un alto contenido de gore que pese a todo resultan desopilantes por todo el absurdo que rodea a la historia. Samara Weaving, quien parece la hermana menor de Margot Robbie, vuelve a sobresalir en una película de este género donde ya es una abonada habitual. Previamente se había destacado en The Babysitter (la redención del director McG) y Mayhem, otra producción independiente que presentó una buena combinación de géneros entre el horror y cine de acción. En este caso interpreta a una chica que cree que su vida está solucionada al casarse con un joven de clase alta. En la noche de bodas los padres del novio invitan a la pareja a formar parte de un ritual que representa una vieja tradición familiar y deriva en una experiencia de supervivencia para la protagonista. Los narración se desarrolla con un ritmo intenso que no decae en ningún momento y resulta muy atractivo por todo el delirio del argumento. Pese a las situaciones perturbadoras que tienen lugar y el contenido dramático que también está presente, los realizadores nunca se toman del todo en serio el relato y eso le otorga un marco especial al espectáculo. Boda sangrienta es esa clase de producciones donde uno suelta más de una carcajada ante hechos que son incómodos de ver y sin el humor negro generarían otra reacción. La interpretación de Samara Weaving es impecable por todos los estados emocionales que atraviesa durante la odisea que vive su personaje y con esta labor se consolida entre las nuevas figuras del cine horror de horror de la actualidad. Entre los miembros del reparto tienen sus buenos momentos Adam brody, Henry Czerny (Misión: Imposible) y Andy McDowell en una inusual aparición en una película de este tipo. Cabe destacar también el trabajo de Melanie Scrofano, la protagonista de la serie Wynona Earp, quien sorprende con una labor cómica en un rol que es la antítesis de la heroína que interpreta en la televisión. Dentro de la gran extravagancia que presenta el conflicto los directores se las arreglan para insertar cierta crítica social a las miserias de las familias adineradas, un tema que trabajaron mejor que Rian Johnson en Entre Navajas y Secretos, aunque ese es un tema para otra reseña. Hace mucho que no disfrutaba tanto una comedia de horror de este tipo y recomiendo que le den una oportunidad si son seguidores del género.
Midway representa uno de los trabajos más decentes que brindó el director Roland Emmerich en los últimos años. Se trata de un proyecto muy personal del cineasta que desde los años ´90 intentaba concretar y eventualmente se convirtió en una de las producciones independientes más caras en la historia del cine norteamericano, al contar con un presupuesto de 100 millones de dólares. Este hecho de la Segunda Guerra Mundial ya tenía su antecedente en aquella película de 1976, que contó con un reparto de lujo, con Henry Fonda, Charlton Heston y Toshiro Mifune, pero con secuencias de acción que eran un pastiche de escenas tomadas de otros filmes bélicos. La reconstrucción de los hechos tampoco fue muy acertada, un tema que le generó una recepción negativa del público y la prensa. La versión de Emmerich corrige estas cuestiones con una sorprendente rigurosidad histórica que narra en detalle el contexto de lo que fue una batalla naval clave en este conflicto. El director de Día de la Independencia despojó a su relato de exaltaciones patrioteras, melodrama o situaciones estúpidas como las que incluyó Michael Bay en Pearl Harbor, con la recordada transfusión de sangre con botellitas de Pepsi. Midway inclusive es austera hasta en los momentos de la victoria, donde no vemos la clásica escena con los militares norteamericanos a los abrazos. Dentro de la filmografía del cineasta alemán se posiciona claramente como su obra más madura, donde sobresale un enorme respeto al tratamiento de las fuerzas japonesas, a cuyas víctimas también se les dedica el film. A lo largo de la trama podemos seguir el desarrollo de los hechos desde las dos perspectivas junto con las estrategias militares que implementó cada bando. A Emmerich tal vez se le extiende demasiado la introducción porque previamente retrata el ataque a Pearl Harbor más la represalia norteamericana que fue la Operación Dolittle y la batalla del mar del Coral. En consecuencia, los hechos de Midway recién llegan en la parte final cuando la duración se empieza a sentir en la butaca. En lo referido al tratamiento de la acción, un campo que domina el director, en general el nivel es muy bueno. Si bien hay escenas donde se percibe claramente el uso de CGI, Emmerich tampoco abusa de esta cuestión y varios momentos de la gran batalla se pueden disfrutar sin pensar en esta cuestión. La trama es narrada a través de un ensamble de personajes donde el reparto brinda una labor correcta. Tal vez la excepción es Dennis Quaid, quien abordó su personaje como si estuviera en una película de los años ´50 y quedó más sobreactuado que el resto de sus compañeros. Debido a que la narración del director no se enfoca en ningún personaje en particular nunca se llega a establecer una conexión emocional con los protagonistas y esa podría ser otra debilidad para resaltarle al film. El piloto de combate que interpreta Ed Krain (Juego de Tronos), por sus hazañas documentadas e historia de vida, es el único que consigue despertar una mayor simpatía. Midway tal vez no quede en el recuerdo entre las grandes producciones bélicas de la última década pero es una propuesta ideal para ser disfrutada en una pantalla de cine.
La nueva versión de Los ángeles de Charlie representa el segundo fracaso consecutivo de Hollywood por revivir esta franquicia luego de la serie de televisión del 2011 que fue cancelada tras siete episodios. La película dirigida, producida y escrita por Elizabeth Banks tenía el propósito de trabajar el concepto de estos personajes en la era Me Too con una marcada impronta feminista. Con el apoyo de una banda de sonido que incluía temas nuevos de Miley Cirus, Ariana Grande y Lana del Rey el film se promocionó especialmente para capturar la atención del público juvenil femenino, un segmento de los espectadores que en los Estados Unidos ignoró esta propuesta en las salas. De hecho, en ese país Rambo: Last Blood, sin ser un éxito de taquilla, llevó más mujeres a los cines que Los ángeles de Charlie, un detalle que no deja de ser interesante para analizar. Tal vez el concepto de estos personajes hoy ya no genera ningún atractivo en las generaciones más jóvenes y tampoco ayudó demasiado que el film de Banks sea bastante insípido. Dentro de esta cuestión su redundante prédica del Girl Power, que se repite como un disco rayado durante casi dos horas interminables, es el menor problema que tiene esta producción. La directora en principio la pifió con el casting. Entre las diversas encarnaciones que tuvo la franquicia este nuevo grupo es el más insulso de todos y en ningún momento de la historia consiguen transmitir que son un equipo. Una curiosidad de esta versión es que los personajes principales se disfrutan más en sus escenas individuales que cuando tienen que colaborar entre sí. Kristen Stewart le pone un poco de onda a su rol pero su desempeño en las situaciones de acción es penoso de ver. Las escenas de ella por lo general tienen numerosos cortes de edición con primeros planos a las manos y los pies para crear la fantasía que el personaje sobresale en las peleas. Ella Balinska es la que mejor sale parada del trío en este tema y se desempeña muy bien en el rol pero nunca se conectó con sus compañeras y Naomi Scott interpreta a una burda damisela en apuros que eventualmente busca sumarse al grupo. Los realizadores estaban tan confiados que esto iba a ser un suceso taquillero que desarrollaron la película como una historia de origen del nuevo equipo. Una idea que no funciona porque al final tenés dos ángeles de Charlie que deben proteger a una potencial incorporación. En cuanto a la labor de Patrick Stewart, hagamos de cuenta que nunca fue parte de este proyecto, más allá que su profesionalismo lo ayuda a salir bien parado de cualquier bodrio. Al margen del casting, el argumento es muy aburrido, el contenido humorístico malo y las escenas de acción son pocas y deprimentes de ver por su mediocre realización. A Elizabeth Banks le faltó un equipo de colaboradores que la ayudara en este aspecto del film, como lo tuvo Susanna Fogel en Mi ex es un espía, una propuesta completamente superior y mucho más divertida. En aquella comedia con Mila Kunis, la directora se enfocó en los aspectos generales de la película y el tratamiento del humor y delegó la realización de las secuencias de acción en los especialistas que trabajaron en películas como Atomic Blonde, El ultimátum Bourne y la saga Misión: Imposible. Por consiguiente, la calidad de las escenas de pelea, persecuciones automovilísticas y tiroteos eran estupendas, algo que destaqué en esa reseña. En materia de acción Los ángeles de Charlie parece un piloto de televisión malo filmado en el año 2000 y eso perjudicó bastante a esta propuesta. Las películas previas con Drew Barrimore no fueron grandes exponentes del cine precisamente, pero al menos eran entretenidas y se hacían llevaderas con la gran química que había entre las tres protagonistas. Lo único rescatable de este film es el modo en que los nuevos personajes se conectan con las encarnaciones previas de los ángeles. La trama funciona como continuación directa de la clásica serie de televisión y las películas previas dirigidas por McG. Eso estuvo bien elaborado y hay que darle el crédito que corresponde a la directora. Lamentablemente no hay mucho más para resaltar. El mensaje que machaca una y otra vez Banks con el tema que las mujeres pueden hacer cualquier cosa siempre que tengan una oportunidad es honorable y tiene sus buenas intenciones pero no alcanzó. Para tratarse de una entrega de Los ángeles de Charlie esto tendría que ser más entretenido y ese fue el gran talón de Aquiles de su labor como realizadora. Simplemente se trata de una propuesta que no merece el costo de una entrada de cine, ya que hoy en la televisión se pueden encontrar producciones de mejor calidad dentro del mismo género.
La noche de las nerds representa el debut como directora de la actriz Olivia Wilde, quien con este trabajo recibió prácticamente la aclamación universal de la crítica norteamericana. Si uno se deja llevar por esos análisis trasnochados parecería que Wilde es la sucesora de Nora Ephron y este film es un hito del cine norteamericano. Lejos de hacerle un favor a su realizadora, la exageración en los elogios distorsiona una producción que está muy lejos de ser un estreno memorable. La actriz presenta una ópera prima muy digna a través de un relato que no es otra cosa que la versión femenina de Superbad. Quienes disfrutaron el estilo de humor de aquel proyecto de Judd Apatow probablemente la van a pasar muy bien con esta historia ya que tiene un tono similar. Un enorme acierto de Olivia fue el casting de las protagonistas, Beanie Feldstein (Lady Bird) y Kaitlyn Denver (Bad Teacher) quienes conforman una muy buena dupla y logran que el espectáculo sea entretenido. Al margen de la química que tienen entre sí, todas las interacciones entre ellas generan situaciones divertidas y consiguen que el espectador se interese por los personajes. Un detalle que era clave en este film, ya que la trama se desarrolla en un período de tiempo limitado y el conflicto tampoco permitía ahondar demasiado en los roles principales. La labor de las protagonistas consigue atenuar los clichés clásicos y estereotipos del universo estudiantil que están muy presentes en esta película, motivo por el cual resulta desconcertante la aclamación de la prensa norteamericana. Para tratarse de su debut como realizadora Olivia Wilde queda bien parada con una propuesta muy sencilla que tiene el mérito de ser entretenida, pese a que también se olvida con facilidad. De todas maneras, para los aficionados del género especialmente es una opción con la que no saldrán decepcionados del cine.
Huérfanos de Brooklyn es un proyecto personal Edward Norton que representa su segunda película como director luego de Keeping The Faith, una comedia con Ben Stiller y Jenna Elfman estrenada en el 2000. En los últimos 20 años intentó adaptar en el cine la novela homónima de Jonathan Lethem, un nombre que los fans de Marvel tal vez recuerden, ya que se trata del autor que revivió a Omega The Uknonwn en el 2007 con una muy buena miniserie. Norton, quien además de interpretar al personaje principal se desempeña como guionista, productor y director, recién en el 2017 consiguió el financiamiento que necesitaba para concretar el film. Todas las figuras conocidas del reparto, como Alec Baldwin, Bruce Willis y Willem Dafoe aceptaron cobrar el sueldo mínimo que estipula el sindicato de actores y eso contribuyó a que el estudio Warner se encargara de la distribución. La película toma una historia que en la literatura se desarrollaba en los años ´90 y lidiaba con los conflictos raciales de ese momento para adaptarla en el contexto social de los Estados Unidos de posguerra en 1950. El concepto funciona bastante bien y el director juega con los elementos convencionales del cine noir para desarrollar un conflicto cuyo atractivo se desvanece enseguida con el paso del tiempo. Pese a todo, el principal atractivo de esta producción reside en la labor que brinda Norton como un detective perdedor que sufre el síndrome de Tourette, cuya personalidad se ve afectada por tics nerviosos involuntarios. El artista ya interpretó en el pasado roles similares y en esta producción es la figura que más sobresale si bien como director consigue que sus compañeros tengan sus momentos destacados. Lionel Essrog es un personaje muy atractivo por la condición de salud que presenta y es una pena que no pudiéramos seguir al detective en un caso más intrigante. Dentro del reparto resulta curiosa la labor de Baldwin en esta producción. El actor rechazó ser parte de Joker porque sentía que el rol de Thomas Wayne se parecía demasiado a Donald Trump, a quien suele parodiar en el programa Saturday Night Live. Sin embargo, el personaje que compone en esta historia como un funcionario público corrupto no es otra cosa que una caricatura del presidente norteamericano, en un obvio intento del director por darle una relevancia actual a la historia. Huérfanos de Brooklyn presenta una labor muy correcta y austera en la realización donde no faltan las melodías de jazz que suelen ser un clásico para ambientar este tipo de relatos. La gran debilidad del film es que Norton tarda una eternidad en desarrollar el conflicto principal y hacia la mitad la investigación que emprende el protagonista se estanca en situaciones redundantes que alargan el film de un modo innecesario. Tampoco ayuda la naturaleza del misterio y todo el tema de la corrupción en las obras públicas de Nueva York que termina siendo olvidable. Hasta el momento en que el director empieza a construir el acto final y la historia se vuelve un poco más interesante su narración resulta bastante pesada. El tema con esta propuesta es que la estética y musicalización busca evocar a los clásicos policiales negros de Warner, pero la película nunca se adentra completamente en el género y termina siendo algo decepcionante en ese sentido. No obstante, para los fans de Norton puede ser una buena opción para disfrutarlo en uno de los papeles más interesantes que interpretó en el último tiempo.
Proyecto Géminis fue concebida por el estudio Disney originalmente a mediados de los años ´90, cuando Sylvester Stallone, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger eran los reyes de la taquilla dentro del género de acción. Los tres estuvieron vinculados en algún momento con esta producción que nunca se llegó a concretar debido a que no estaba disponible la tecnología en los efectos especiales que demandaba el concepto de la historia. El director Tony Scott estuvo cerca de filmarla en 1997 y desde entonces numerosos realizadores intentaron concretarla pero siempre quedó todo en la nada. Finalmente los productores Jerry Bruckheimer y David Ellison (responsable de las franquicia Misión Imposible y Star Trek) tomaron la posta y sacaron adelante esta propuesta que no es otra cosa que una película experimental del cineasta Ang Lee. Queda claro al ver el film que el realizador taiwanés aceptó el trabajo con el único fin de poner en práctica nuevas herramientas de tecnología, más que por la trama y su temática. La película tiene la particularidad de haber sido filmada con resolución 4K, a 120 fotogramas por segundo, que lleva el concepto de las imágenes de alta definición a otro nivel. El tema con esta cuestión es que si bien el formato es extraordinario para disfrutar una carrera de Fórmula 1, la final de la Champions o un espectáculo musical , en el campo del cine de género la experiencia no es tan placentera como plantea Lee en las entrevistas de promoción de este estreno. El hiperrealismo que brindan las cámaras digitales en este caso genera que las secuencias de acción se vean como un material del backstage o una telenovela de los años ´90, más que una película en sí y eso genera un distanciamiento permanente con el relato. En lo personal no me gusta el género filmado de esta manera, donde las escenas de persecución o tiroteos en más de una oportunidad, producto de un abuso del CGI, terminan convertidas en una cinématica de video juego. Salvo por una persecución en moto que tiene lugar en Colombia y Lee cierra del modo más ridículo posible, no encontré ninguna revolución histórica en el tratamiento de la acción. Por el contrario, me pareció todo bastante genérico y no ayuda la distancia con el relato que genera el formato. El gancho de esta película claramente pasa por ver a Will Smith rejuvenecido con efectos digitales. Hasta el momento nadie pudo superar a los filmes de Marvel en esta cuestión, salvo por Terminator: Dark Fate que hizo un trabajo brillante con los roles de Linda Hamilton y Edward Furlong en la secuencia inicial. En Proyecto Géminis el balance es bastante irregular. Hay escenas donde el contraste de los personajes que compone Smith se ve espectacular, generalmente en secuencias nocturnas donde maquillan mejor los defectos, y en otras se nota un poco más la labor digital. El peor trabajo en ese sentido tiene lugar en los minutos finales donde queda la sensación que al protagonista le pegaron una máscara de animación computada. Llama la atención que dejaran pasar ese detalle porque se ve muy mal y se contrapone con otros momento más logrados. En lo referido a la trama el guión es malo y la película se siente como una producción perdida de 1994 que podría haber protagonizado Steven Seagal en su época de gloria. Esta película cuenta probablemente con un récord de escenas de explicación, donde los personajes discuten una y otra vez los mismos temas de un modo tedioso. Por el lado de la ciencia ficción no hay nada relevante para resaltar y en general en cada oportunidad en la que Will Smith no está involucrado en alguna pelea el conflicto resulta muy aburrido. Esa sensibilidad que suele tener el cine de Lee acá brilla por su ausencia, ya que concentró toda su atención en los aspectos visuales, mientras que dejó de lado a los personajes que no tienen un mínimo desarrollo. Pese a todo, Smith hace el esfuerzo de intentar sacar adelante la propuesta con su presencia y la compañía de Mary Elizabeth Winstead ,quien merece una medalla Olímpica en la categoría remo. Proyecto Géminis es una película que se olvida enseguida y aunque se hace llevadera a través de la acción no termina de convencer con la innovadora puesta en escena que promueve.
Si algo le faltaba a la ecléctica filmografía de James Mangold (Logan) era incursionar dentro de la temática del drama deportivo, donde para variar vuelve a ofrecer uno de los estrenos más destacados del año. Desde el momento en que la cámara nos introduce dentro de un Ford GT40 la película se vuelve fascinante y uno no quiere abandonar la experiencia hasta el final del recorrido. A través de una detallada puesta en escena que recrea el mundo del automovilismo de los años ´60, Contra lo imposible describe la crónica de ese duelo fascinante que se dio entre las escuderías de Ford y Ferrari durante la carrera de las 24 horas de Le Mans de 1966. Un evento que hasta la fecha contaba en el cine con aquella gran producción de Steve McQueen de 1971 (Le Mans) que no fue muy apreciada en el momento de su estreno. El film de Mangold es muy diferente y se enfoca en describir la crónica de los hechos detrás esa duelo que se desató en las pistas, entre el equipo norteamericano y sus rivales europeos. No es necesario ser fanático del automovilismo o contar con información previa sobre la trama para disfrutar esta propuesta por el modo en que el director desarrolló su relato. Su narración inserta al espectador dentro de un mundo muy interesante y consigue que una discusión sobre cuestiones de mecánica o estrategias comerciales resulten fascinantes. Si bien el conflicto se centra en el duelo deportivo entre Ford y Ferrari, el verdadero corazón de la película pasa por la historia de amistad y camaradería entre los corredores Carroll Shelby (quien tranquilamente podría tener su propia biografía) y Ken Miles; interpretados por Matt Damon y Christian Bale respectivamente. Ambos actores, en un nivel excepcional, son los responsables de conseguir que uno se conecte emocionalmente entre los personajes y el competitivo mundo que los rodea. Todo el arco argumental que tienen los personajes es muy emotivo y genera que el film trascienda la anécdota deportiva. Por supuesto la gesta de la épica en las pistas de Le Mans es el disparador del conflicto pero las razón por la cual Contra lo imposible resulta tan emocionante se debe a lo que hacen Damon y Bale con sus personajes. Durante el desarrollo de la trama Mangold explora muy bien los diversos componentes que conforman la subcultura del mundo del automovilismo, desde los laburantes que trabajan en los detalles mecánicos de los autos hasta los empresarios y ejecutivos de marketing que manipulan como marionetas a los pilotos. En los campos más técnicos a la obra del director le sobran virtudes para obtener algunas nominaciones al Oscar, muy especialmente en los rubro de fotografía, edición y sonido. Toda la reconstrucción de ese período histórico del circuito francés es sensacional por todos los detalles que se pueden apreciar a lo largo de la trama. Obviamente las secuencias de acción con los autos se llevan el protagonismo con una labor impecable en la edición. Muy especialmente en la gran carrera final. El modo en que convirtieron un hecho verídico en un espectáculo atrapante es brillante y por eso también se convierte en una producción ideal para ser disfrutada en una pantalla de cine. Por lejos, uno de los mejores estrenos que ofreció la cartelera durante el 2019.
Junto con Jordan Peele (Nosotros), Ari Aster se convirtió en el último tiempo en uno de los realizadores más inflados por cierto sector de la crítica y las redes sociales que parecen haber descubierto el género de horror con las óperas primas de estos artistas. No se discute que sean cineastas talentosos con la capacidad para elaborar películas de alta calidad en los aspectos técnicos, pero sus obras tienden a ser sobrevaluadas a niveles exagerados y parecería que son los grandes profetas del séptimo arte. En el caso de Aster el año pasado llamó la atención con Hereditary, una propuesta decente que manejaba muy bien el horror psicológico con una gran dirección de actores, donde sobresalió especialmente Toni Collette. La actriz merecía por lo menos una nominación al Oscar por la estupenda interpretación que ofreció. La repercusión positiva de esa película enseguida generó una enorme expectativa por el siguiente trabajo del director centrado en la temática de las sectas religiosas. En Midsommar nos encontramos con un Aster subido al caballo del "cineasta de autor visionario" que aborda esta clase de relatos con una puesta en escena magnífica, pero que lamentablemente cuenta con un guión insustancial y pretencioso que resulta decepcionante. No porque sea malo, sino que no hubo un mínimo esfuerzo por desarrollar el argumento desde una perspectiva diferente a todo lo que se hizo en el pasado dentro de esta temática. Su propuesta no deja de ser otra imitación inepta de The Wicker Man, la obra maestra de Robin Hardy, de 1973, que acá se refrita con personajes diferentes. Todos los clichés que se podían imaginar a la hora de calcar este clásico Aster los incluye en su obra a tal punto que el conflicto eventualmente se vuelve demasiado predecible. El director no dejó pasar una y el film se estanca en la referencia constante al trabajo de Hardy, que incluye el culto pagano relacionado con el folclore europeo, la celebración de la Reina de Mayo, los rituales sexuales, sacrificios macabros y hasta el recordado traje de oso de aquella producción. La narración apela a la dilatación tediosa de la trama para tocar con una superficialidad notable temáticas como el proceso de duelo (que Aster abordó mejor en Hereditary), las relaciones de pareja tóxicas, las enfermedades mentales, los dogmas religiosos y la emancipación de la mujer. El inconveniente es que la película no tiene nada interesante para expresar al respecto en ninguna de estas cuestiones y se pierde en la extrema autoindulgencia de su director, quien estuvo más interesado en presumir su virtuosismo para componer escenas que en desarrollar una trama cautivante. Midsommar sigue el decálogo de manual de todos los clones que se hicieron de The Wicker Man en los últimos 40 años y después de los 20 minutos iniciales se puede predecir con facilidad el destino de cada personaje. Un guión que por momentos roza el ridículo con las motivaciones de los protagonistas para quedarse con los miembros del culto e ignorar las señales de peligro que los rodean, además de situaciones extravagantes que generan más carcajadas que miedo. A diferencia de Hereditary (y esta es otra decepción) el suspenso y el terror brilla por su ausencia. Una vez que la película se estanca en describir las actividades de la secta, el relato de Aster se vuelve redundante y el destino final al que llega el conflicto se siente insatisfactorio. Especialmente después de pasar más de horas con estos personajes. Estas debilidades de la producción son atenuadas con la comprometida actuación de Florence Pug, quien brinda una muy buena labor pese a que su personaje apenas tiene un mínimo desarrollo. El otro gran fuerte de la película pasa obviamente por la puesta en escena que está muy bien lograda y no se pude ignorar. El director vuelve a demostrar que tiene una capacidad notable para retratar situaciones de violencia con planos y composiciones de escenas bellísimos. A lo largo de la trama presenta un contraste entre las situaciones terribles que viven los protagonistas y esos paisajes soleados con campos de flores que establecen un escenario interesante. Entre las virtudes de este estreno sobresale el diseño de producción que le otorga una ambientación fascinante al relato, especialmente con la arquitectura macabra de los edificios del culto y las pictografías cargadas de símbolos esotéricos. Esos detalles son muy buenos al igual que los niveles de jerarquía entre los miembros de la secta que presenta ideas interesantes. La fotografía de Pawel Pogorzelski le imprime a esta obra una opulencia visual notable, mientras que la música de Haxan Cloak, centrada en melodías del folclore sueco, contribuye a intensificar esa atmósfera inquietante que tienen los rituales del culto. Lamentablemente la película luego se excede en su duración de un modo innecesario, sobre todo para la premisa que narra (no es necesario tener un máster en psicología para entenderla) y no sale de la reverencia a los clásicos del pasado. Aquellos afortunados que nunca vieron The Wicker Man y sus numerosas copias estrenadas en las últimas décadas tal vez puedan disfrutarla con un mayor entusiasmo.