Mujercitas es uno de esos clásicos de la literatura que cada tanto vuelve al cine, como los Tres Mosqueteros de Dumas, con el objetivo de acercar estos personajes a una nueva generación de espectadores. Con las vivencias de la familia March, inspirada en las experiencias personales de la autora Louise May Alcott, se hizo de todo hasta una recordada serie de animación japonesa en los años ´80. La mayor virtud de esta nueva versión, además de ser una película impecable en todos los rubros técnicos, se centra en la habilidad de la directora Greta Gerwig para tomar una novela que tiene 150 años e intentar hacerla relevante para el público de la actualidad. Como era de esperarse en esta oportunidad se expandió la retórica feminista, que ya tenía la obra original, con un mayor foco en el personaje de Jo March, la chica que deseaba haber nacido hombre y buscaba convertirse en una autora profesional. En este película Jo tiene el upgrade de empoderamiento que demanda la cultura de estos días con la idea de retratarla como una heroína que no perdió vigencia. Pese a todo, como adaptación de la novela original, el casting seleccionado y representación de los personajes, la obra de Gerwig pierde por paliza con la versión de 1994 dirigida por Gillian Armstrong. Esto se puede resumir con un ejemplo muy sencillo. Winona Ryder en la versión del ´94 era la encarnación viviente de Jo. Saoirse Ronan en el mismo rol es una actriz profesional que brinda una buena interpretación. Uno recuerda lo que hizo Christian Bale con el rol de Laurie en la película de Anderson y después lo ves en ese papel al sobrevaluado Timothy Chalamet y cuesta muchísimo comprar los elogios exagerados de la crítica. Lo mismo ocurre con el resto del elenco, donde Florence Pugh tiene sus buenos momentos en la versión adulta de Amy pero pierde toda credibilidad cuando la interpreta a los 12 años. Otra cuestión que trabajó mejor el film de 1994 al desarrollar el personaje con dos actrices; Kirsten Dunst en la pre-adolescencia y Samanta Mathis en la madurez. Dentro del nuevo elenco una Emma Watson completamente desdibujada nunca encuentra un espacio para destacarse y Laura Dern como la matriarca de los March resulta olvidable. Meryl Streep en uno de sus roles sobreactuados tiene el mismo destino. Por consiguiente, este ensamble de artistas nunca llega a transmitir de un modo genuino la idea que conforman una familia unida, un elemento clave de esta propuesta. Otra debilidad notable es la elección de la directora por desarrollar la historia a través de una narración no lineal que salta permanentemente en el tiempo. Un concepto que destruyó el desarrollo orgánico de los personajes y genera que las situaciones trágicas o emotivas queden relegadas a viñetas anecdóticas. De ese modo, el momento más dramático de la familia March no tiene el impacto emocional esperado porque la narración enseguida salta a otra situación en un tiempo diferente. Entre las cuestiones positivas, para no matar la película, se puede resaltar sus méritos en los aspectos visuales y la reconstrucción del período histórico que es impecable. Hay muy buenos detalles como el hecho que cada personaje aparece permanente vestido con un color que retrata su personalidad y es una idea que está muy bien lograda. En la parte técnica no se le puede objetar nada y cuenta además con la música de Alexander Desplat que nunca pasa desapercibida. Ahora como tratamiento de la obra de Alcott carece de la espontaneidad que tuvieron las versiones previas, pese a su cuidada puesta en escena.
1917 es un prodigio técnico del realizador Sam Mendes que se ganó su lugar entre las mejores producciones bélicas concebidas en las últimas décadas. La historia está inspirada por las anécdotas que le contó al cineasta su abuelo, Alfred Mendes, un veterano de la Primera Guerra Mundial que recién a los 70 años empezó a compartir las experiencias que había vivido en su juventud. Después de ver este film queda la sensación que si este artista no gana el premio Oscar al Mejor director habría que cerrar la Academia de Hollywood por lo menos diez años. Esperar a que los votantes se interioricen en estos temas y después reanudar la ceremonia otra vez. Mendes nos transporta al escenario de este conflicto a través de una apasionante experiencia inmersiva que puede traer al recuerdo el primer visionado de Dunkerke Al igual que la obra de Christopher Nolan, durante el desarrollo del relato más que disfrutar una película uno tiene la sensación que se encuentra en el frente con los protagonistas. Si bien se trata de filmes diferentes desde lo argumental este punto en común está presente. La particularidad del trabajo de Mendes es que tiene una mayor humanidad y permite que nos conectemos emocionalmente con los personajes con otra intensidad. Dunkerke era mucho más fría en ese aspecto. Uno de los grandes atractivos de esta producción pasa por la manera en que está narrada la historia. El director aborda la trama a través de varios planos secuencias que gracias a una labor soberbia en la edición transmite la sensación de seguir el conflicto en una toma única. Para aquellos cinéfilos que aman este recurso esta película es la gloria y buscarán verla más de una vez en el cine. El modo en que Mendes desplaza las cámaras y hasta se da el lujo de jugar con algunos momentos del género de terror dan como resultado un espectáculo extraordinario. Si bien la violencia tal vez es menor a cosas que vimos en el pasado, el director retrata con muchos detalles el horror de lo que fue una de las guerras más brutales del siglo 20. George Mackay y Dean Scott Chapman, los protagonistas, generan una empatía absoluta desde el inicio y a lo largo del relato aparecen artistas más conocidos que tienen participaciones especiales. Voy a reservar los nombres por si alguien quiere descubrirlos directamente en el cine. Si hubiera que hacerle una mínima objeción al film tal vez se podría resaltar que en ocasiones el argumento se apoya demasiado en ciertas casualidades que determinan situaciones claves para el personaje principal. De todos modos son minucias que se pueden dejar pasar y quedan opacadas por las virtudes técnicas de la dirección de Mendes. Como ocurría con Dunkerke no se trata de una película histórica para interiorizarse sobre la Primera Guerra Mundial sino que la propuesta se centra más en la experiencia visual que ofrece como obra cinematográfica. No puedo dejar de resaltar la fotografía del genio de Roger Deakins (Sicario) y la música de Thomas Newman que en más de una oportunidad incrementa la tensión del relato. Tremenda película para disfrutar en una sala de cine que desde esta semana se destacará entre lo mejor de la cartelera.
La posesión de Mary es esa clase de películas en las que Gary Oldman se involucra cuando se atrasó con la cuota del colegio de los hijos o le quedó colgado algún cheque y necesita efectivo. No hay otra manera de explicar su presencia en este exponente de la mediocridad cinematográfica. Nos referimos a un artista que no hace mucho se llevó el Oscar al mejor actor por su gran interpretación de Winston Churchill. No se entiende que a Oldman no lo convoquen para proyectos importantes y termine en el reparto de una película de terror mala del cine clase B. Su presencia junto a la de Emily Mortimer es lo único destacable de esta labor del director Michael Goi, quien no ofrece otra cosa que un festival de clichés durante 84 minutos. No dejó pasar una. Durante el desarrollo de la trama te encontrás con los fantasmitas vengativos con tiempo libre que acechan a una familia, la niña que ilustra dibujos macabros, los jump scares burdos para generar miedo y efectos de sonido que intentan construir una atmósfera tétrica que brilla por su ausencia. Goi quiso combinar el clásico Dead Calm (1989) de Philip Noice con El conjuro y no le salió. El resultado es el típico estreno de terror sobrenatural malo que está más para el canal Space que para gastar una entrada de cine.
Cuesta entender que de todos los proyectos que podía haber elegido tras su paso por Marvel, Robert Downey Jr optara por uno donde debe practicarle un enema a un dragón. Resulta más curioso todavía que como productor delegara la dirección del film en Stephen Gaham, el guionista de Traffic y Syriana, quien no suele estar familiarizado con las propuestas infantiles. Uno de los grandes problemas de Dolittle es que presenta una película bastante aburrida y desapasionada donde queda expuesta la desconexión absoluta de su director con la aventura y la fantasía. Tal vez funcione para los espectadores más chicos que sobrevivieron la saga de Alvin y las ardillas, pero para los adultos es una propuesta que hay que remar porque nunca termina de ofrecer un espectáculo atractivo. Este personaje es un clásico de la literatura infantil, creado por Hugh Lofting en 1920, que en la actualidad el público asocia con las comedias que hizo Eddy Murphy a fines de los años ´90. La nueva versión se desarrolla en la Era Victoriana, como en los libros, con la diferencia que los animales ahora son todos comediantes de stand up y se expresan con un lenguaje moderno. Robert Downey parece aburrido con su rol durante la mayor parte de la trama y la interacción con los personajes digitales no es muy inspirada. En esta cuestión se encuentra la mayor decepción porque se podía esperar un poco más de él o que por lo menos hiciera algo diferente con la representación de Dolittle. Más allá de otorgarle un acento extraño a su personaje que supuestamente sería británico la interpretación que ofrece es bastante plana. Un caso distinto es el de Antonio Banderas, como el rey de los piratas, quien parece haber sido el único actor que disfrutó ser parte del proyecto. Su labor es lo único que se puede destacar de esta producción. Los efectos especiales son correctos para una película que costó 175 millones de dólares pero ni siquiera en los elementos fantásticos hicieron el esfuerzo de ofrecer algo creativo. El gran problema de Dolittle es el modo en que desarrollaron la historia. En lugar de apostar a la imaginación y la fantasía el foco de atención está puesto en la escatología con chistes de pedos que no son graciosos. Además se trata de un film manoseado por diversos guionistas y reshoots de último momento que terminaron por distorsionar la premisa original. Por consiguiente, salvo que tengas que verla en una salida familiar con niños esta es una película olvidable que se puede dejar pasar entre los estrenos del mes.
En la lista de los grandes estafadores del cine la familia Kim ya se ganó un merecido puesto entre los más notables que aparecieron en la última década. Parasite ofrece una experiencia especial que está a la altura del hype que obtuvo en los medios de comunicación, desde que ganó la Palma de Oro el año pasado en el Festival de Cannes. En lo personal me encantó y la disfruté muchísimo por las diversas emociones que me hizo vivir durante el desarrollo de la historia. A lo largo del film solté más de una carcajada con el absurdo de algunas situaciones, luego me puso tenso la construcción del clímax y también me resultaron emotivas las escenas más dramáticas. La belleza de Parasite reside en ser una película que trasciende la clasificación de géneros, debido a que el relato del director Bong Joon-Ho fusiona diversas temáticas en un mismo conflicto. La trama se desenvuelve entre la comedia de enredos, el thriller, la heist movie con estafadores, el drama de reflexión social y por momentos el cine de terror. Por otra parte, resulta un enorme placer poder disfrutar una película donde su realizador no toma por idiota al público. La nueva obra del cineasta coreano no está exenta de un fuerte comentario social, que expone esa brecha que existe entre las clases más pudientes del país asiático y los que sobreviven como pueden y rara vez tienen su representación en las series de televisión o la imagen que brinda de esa nación un canal de televisión como Arirang. Si uno se deja llevar por las telenovelas o las comedias románticas parecería que Seúl es el paradigma del desarrollo y el director de The Host muestra otra realidad sin la necesidad de taladrarle la cabeza al espectador con un burdo panfleto político. Bong Joon-Ho trabaja su relato con personajes complejos que tienen diversas capas emocionales y una mayor ambigüedad moral donde no se divide al mundo entre héroes y villanos. Por supuesto el subtexto político está presente en el conflicto, pero el director no impone sobre el público sus convicciones ideológicas sino que permite que cada espectador saque sus propias conclusiones. Parasite es esa clase de filmes que más se disfruta cuando tenés una mínima información sobre la historia. Lo ideal es no conocer más que el concepto que transmite la sinopsis. En el pasado este realizador ofreció producciones excepcionales que ya trabajaban la fusión de géneros con mucha solidez, como ocurrió con Memories of murder (2003), The Host (2006) Mother (2009) y Snowpiercer (2013). No obstante, con su nueva obra repiten una experiencia similar con una película más sofisticada que consigue algo que se perdió en el cine occidental, más obsesionado con el adoctrinamiento de la corrección política. Me refiero a la incertidumbre de no poder predecir de un modo obvio el destino de todos los personajes. Durante dos horas el espectador atraviesa diversos estados emocionales con una historia que resulta completamente cautivante e impredecible. Desde la presentación de los protagonistas hasta el modo en que maneja el humor con una sátira de las clases sociales, el film te mantiene hipnotizado en la pantalla con un conflicto que con el correr del tiempo se vuelve más intenso. Todo esto no significa que uno no pueda disfrutar propuestas más pochocleras que tienen otros objetivos, sin embargo son películas como Parasite las que tocan una fibra emocional y nos recuerdan por que amamos el cine. En lo referido al reparto las interpretaciones son todas fantásticas pero se destaca especialmente el vínculo padre-hijo que representan Choi Wook-shik (Train to Busan) y ese actorazo que nunca defrauda, Song Kang-Ho, clásico colaborado del realizador. Un gran estreno que finalmente se concretó en la cartelera local y no se puede ignorar.
Nueva York sin salida es un proyecto independiente de los hermanos Russo que consiguieron producir mientras trabajan en las entregas finales de Avengers. Chadwick Boseman, el protagonista de Pantera Negra, es la figura central del reparto que cuenta también con las participaciones de J.K.Simmons, Sienna Miller y Taylor Kitsch (John Carter). En este caso los Russo delegaron la dirección en Brian Kirk (Game of Thrones), un realizador de televisión, quien brinda un trabajo decente que los seguidores del género policial sabrán apreciar. La película presenta esa clase de conflicto que en la literatura suelen ofrecer a menudo autores como Ed McBain (Precinto 87), James Patterson (Alex Cross) o Lee Child (Jack Reacher). El director establece en las primeras escenas el origen de los códigos morales del protagonista y luego se mete de lleno en la construcción del misterio que se desarrolla a lo largo de un día, motivo por el cual tampoco tenía tanto tiempo para centrarse en un desarrollo profundo de los personajes. Disfruté mucho de este film que no le aporta nada nuevo al género, inclusive es bastante mundano, pero evoca con acierto el cine policial de la vieja escuela. A diferencia de lo que vende el afiche promocional, si bien esta producción tiene buenas secuencias de acción, este no es el fuerte de la propuesta del director Kirk que se centra más en las investigaciones del protagonista. Para que se hagan una idea de lo que pueden encontrar, Nueva York sin salida está más en sintonía con Una noche para sobrevivir (2015), con Liam Neeson, que se desarrollaba por un rumbo opuesto a las entregas de Taken. Boseman lleva adelante el rol principal y está muy bien en un film que tampoco le daba tanto material para destacarse en un rol dramático. Nueva York sin salida brinda un entretenimiento efectivo con este tipo de relatos que hoy llegan con más frecuencia a la plataforma de Netflix, por lo que es una buena opción para disfrutar en una sala de cine si buscan un exponente decente del género.
Cuando los directores Chris Buck y Jennifer Lee realizaron Frozen lo último que se les pasó por la mente es que la película se convertiría en uno de los grandes fenómenos populares entre las obras de de Disney de la última década. Ese éxito comercial también representó un arma de doble filo porque luego estuvieron obligados a concebir una continuación que jamás habían planificado. La otra opción claro era delegar la secuela en otros realizadores pero ellos optaron por cuidar a sus personajes y encontrarle una vuelta. En general las segundas entregas de los clásicos de Disney (Pixar es otra historia) nunca fueron muy buenas y no en vano encontraron su destino en el dvd. Frozen 2 es una película que supo estar a la altura de las circunstancias y seguramente no defraudará a los fans de estos personajes, si bien no consigue revivir la magia de la obra original. En esta oportunidad los directores optaron por seguir el camino de Cómo entrenar a tu dragón al elaborar una trama argumental mucho más dramática y compleja que desarrolla la relación de las hermanas protagonistas. Me genera mucha intriga como será recibida en el público infantil, ya que el argumento puede resultar bastante rebuscado para los más chicos. Frozen 2 le da respuesta a ciertas incógnitas que habían quedado pendientes, como los orígenes de los poderes de Elsa, cuyos conflictos personales son explorados desde otra perspectiva. Pese a todo, si bien el conflicto central tiene un contenido más maduro, la intriga que presenta no es tan interesante y hasta resulta decepcionante el destino final que le dieron a una de las protagonistas. En el terreno de la animación el film está a la altura de la entrega previa y presenta la calidad habitual de Disney, donde sobresale el diseño de las nuevas locaciones. En el campo de la música es donde tal vez encuentra su mayor debilidad. Si bien era imposible repetir un fenómeno como el de Let it Go, que se da una vez cada 20 años, las canciones de esta continuación son completamente olvidables y ninguna queda en la mente a la salida del cine. Inclusive hay un exceso de secuencia musicales que resultan innecesarias, como los temas del tedioso muñeco Olaff y Kristoff, dos personajes que resultan una molestia en esta película. Sobre todo por el hecho que sus momentos destacados interrumpen de un modo innecesario el desarrollo del conflicto que viven las hermanas que son las verdaderas figuras de Frozen. La secuencia de Kristoff especialmente con su tributo a las baladas de los años ´80 te saca del contexto del universo de fantasía en el que se desarrolla el film y parece salida de otra producción. Si tenemos en cuenta los antecedentes negativos que tuvieron las continuaciones de Disney, Frozen 2 al menos ofrece un espectáculo decente que contentará a los seguidores de la obra original, pese a que el conflicto central no es tan atractivo y enseguida queda en el olvido
La canción de Ignacio Copani podría haber sido el soundtrack perfecto para incluir durante los créditos finales de este film, ya que retrata de un modo preciso la esencia de cinematográfica de esta conclusión de la saga Skywalker. El destino final al que llega la historia probablemente despertará una acalorada discusión entre los fans de la saga, debido a ciertos conceptos que no entusiasmarán a todo el mundo. El tema con este estreno es que brinda una propuesta amena que logra ser muy entretenida durante las horas que pasás en la butaca del cine. Sin embargo, en el momento en que decidís analizarla con la cabeza más fría todo se desmorona como un castillo de arena porque se trata de una entrega final atada con alambre. J.J.Abrams dentro de todo consigue darle un cierre decoroso a una trilogía muy desorganizada en la que los productores jamás tuvieron un plan definido a la hora de trabajar los nuevos personajes. El director le da una respuesta a las incógnitas que se habían establecido en la trama, a través de un carnaval carioca de fan service, que funciona como una red de contención de los nuevos héroes que no despertaron pasión de multitudes. La desventaja de esta cuestión es que al mismo tiempo conduce la película por un terreno seguro, sin ideas interesantes, que además resultan muy predecibles. No hay grandes sorpresas porque en cierta manera todo esto ya lo vimos en otras películas, Estrella de la muerte incluida. La primera hora es prácticamente un video juego de Tomb Raider, donde los héroes deben recolectar objetos en diversos escenarios antes de llegar a la fase final. No ayuda tampoco que durante la aventura todo les salga demasiado bien ni enfrenten situaciones de peligro importantes. La última trilogía de Star Wars hizo muy poco por evadir los temas de siempre con la batallas entre los sith y los jedis, motivo por el cual este arco argumental se vive también como el cuento de la buena pipa. En episodio VIII Rian Johnson tiró por la borda los conceptos que se habían introducido en El despertar de la fuerza y ahora Abrams regresa para desechar la visión de Johnson con un enfoque diferente de la narración. Dentro de los aspectos positivos se puede resaltar que en esta oportunidad despojaron al film de todo el humor Marvel que tenía la entrega previa, algo que se percibe especialmente en el tratamiento más serio que tuvo el personaje de Domhnall Gleeson, quien dejó de ser una caricatura. Una cuestión muy loca de esta producción son los constantes pases de factura y palos al director anterior que se incluyen en el relato, algo que no recuerdo haber visto en ninguna otra franquicia. Johnson se había cargado de un modo implacable al villano Snooke y en este capítulo Abrams convierte a Rose, un personaje que aspiraba a ser relevante y un emblema de la agenda de diversidad de Disney, en una miserable extra. Todas sus escenas en Los últimos Jedi al final fueron una pérdida de tiempo debido que JJ la considera intrascendente y la margina a unos simples cameos, para establecer sus propios personajes femeninos que salen de la nada. Una situación similar se da con la labor de Mark Hamill, cuya representación de Luke Skywalker parece un pedido de disculpas a los fans. La primera frase que expresa el personaje en este capítulo no es otra cosa que la versión jedi del clásico "yo me equivoqué, pero la pelota no se mancha" de Diego. Uno de los tantos tiros por elevación dirigidos hacia Johnson en esta producción. Esto es muy loco de ver porque nos encontramos con un director que le tira palos al colega que pasó previamente por la saga. Las visiones radicales de los cineastas en torno al tratamiento que deberían tener los relatos explican muchos problemas que tuvo esta trilogía. En lo referido a la puesta en escena en general la calidad del espectáculo es correcto, salvo por unas secuencias digitales donde el rejuvenecimiento facial de un personaje es penoso de ver. También es justo destacar que en materia de batallas espaciales, las secuencias de Rian Johnson fueron más atractivas. La acción de Episodio IX no está para nada mal pero se vive como un espectáculo genérico. Por esa razón en este film el fan service y la apuesta a la nostalgia genera que durante el visionado muchas cosas se pasen por alto. El tiempo dirá que lugar ocuparán Rey y sus amigos dentro de la franquicia, junto con los artistas que los encarnaron, quienes fueron víctimas también de un manoseo de la trama, producto de la falta de planes y claridad para construir una trilogía sólida. Se despide finalmente la familia Skywalker del cine, si bien queda la sensación que ya lo habían hecho hace 36 años en El regreso del Jedi. Lo que vino después fue un espectáculo diferente pensado para una nueva generación de espectadores.
La luz del film del mundo representa el segundo trabajo de Cassie Affleck como realizador, luego del extravagante documental falso que hizo con Joaquin Phoenix, en el 2010, Im still here. En este caso ejerció el rol de hombre orquesta dentro de un proyecto donde se desempeñó comodirector, guionista, actor principal y productor. Su nueva obra propone una mirada más intimista y emocional a los relatos de supervivencia ambientados en un contexto post-apocalíptico. A través de una narración extremadamente pausada que puede poner a prueba la paciencia del espectador, el cineasta desarrolla la relación entre un padre y una hija en un mundo donde las mujeres desaparecieron a raíz de una epidemia. Affleck abre la película con toma de 15 minutos, sin cortes, narrada con un plano cenital, donde su personaje le narra un cuento a una niña en la que reinterpreta la historia bíblica del Arca de Noé. Una escena que más tarde repercutirá en el desarrollo y arco argumental de la protagonista. Al margen de la hazaña que la niña no se quede dormida dos minutos después de escuchar la monótona voz de su padre, este momento establece de entrada el tono narrativo que tendrá en adelante el film. El director en este caso optó por despojar a su relato de situaciones de violencia, tensión o suspenso, salvo por unos pocos momentos hacia el final, para concentrarse en los aspectos emocionales que se trabajan en la relación de los dos personajes principales. La luz del film del mundo presenta un trabajo impecable en su puesta en escena y las interpretaciones de sus protagonistas que se ven opacadas por un guión muy poco creativo. Affleck no hace el mínimo esfuerzo para darle una explicación coherente al escenario que rodea a sus personajes algo que da lugar a numerosas situaciones inverosímiles. Las mujeres desaparecieron del planeta y nunca queda claro por qué la civilización se desintegró y los hombres actúan como psicópatas. Nunca sabemos que pasó con las fuerzas de seguridad, científicos, artistas, médicos, docentes, simplemente los tipos se convirtieron en inútiles cavernícolas, con excepción del Caballero de Camelot que encarna el protagonista. Hay un montón de situaciones que no tienen el menor sentido y el espectador debe aceptarlas porque así las escribió su realizador. Otro problema notable de film es que nunca consigue hacernos olvidar que ya vimos el mismo concepto argumental en obras muy superiores como La carretera (Viggo Mortensen), Niños del hombre (Alfonso Cuarón) y más recientemente Leave no Trace, con un gran Ben Foster. El punto en común de todas esas películas es que lograban cautivar al público con relatos más intensos en los que era más fácil conectarse con los personajes. Cassey Affleck ofrece una buena interpretación dramática y su dirección de la debutante Ann Pniowsky es estupenda. Ambos consiguen con sus trabajos que el relato sea llevadero, pese a un guión superficial que no aborda ideas interesantes. La luz del film del mundo no es una mala película y los seguidores de este artista seguramente la apreciarán, sin embargo dentro del género que explora es una propuesta que se olvida confacilidad frente a otros antecedentes más relevantes. ver crítica resumida
Tras el controvertido episodio ocho de Star Wars (Los últimos jedi), el director Rian Johnson vuelve a la cartelera con una película muy entretenida que celebra el género clásico de misterio y evoca con cariño las obras de este estilo que brindaron autores como Agatha Christie, Gastón Leroux y Ellery Queen, entre otros. Cuesta imaginarme que un espectador que se devoró las intrigas del Padre Brown, de K.C.Chesterton o los casos de Hércules Poirot salga decepcionado del cine con esta clase de producciones que hoy se realizan con menos frecuencia en Hollywood. Si bien el argumento de este film le debe muchísimo a La casa torcida y Navidades sangrientas de Christie, por el modo en que se trabajan la dinámica de las relaciones familiares, Johnson no se le limita a homenajear a la autora inglesa sino que le aporta su propia visión y personalidad al desarrollo de la intriga. Como ocurrió con sus películas previas al cineasta le gusta subvertir los géneros que aborda, aunque no siempre el destino de los argumentos llegue a buen puerto. En el caso de Entre navajas y secretos elabora una intriga sólida donde aprovecha muy bien el reparto de lujo reunido en el que cada figura llega a tener su momento destacado. No obstante hay dos artistas que se terminan por robar la película con sus trabajos. Anna de Armas (Blade Runner 2049) brinda una interpretación fantástica con los diversos matices emocionales que le aporta a la enfermera que trabaja para el millonario asesinado, encarnado por Christopher Plummer. Por su parte Daniel Craig sorprende con su dominio de la comedia en el rol del detective Benoit Blanc que se desenvuelve en las antípodas del James Bond anti-heroe que lo hizo famoso. Un personaje que se expresa con un acento norteamericano sureño y nos deja con ganas de volver a encontrarlo en otros casos. Un detalle que particularmente me encantó de esta película es el modo en que Johnson combina dentro de la trama referencias permanentes a grandes clásicos del género. Desde la serie de televisión clásica Murder, She wrote con Angela Landsbury, al clásico film Murder by Death (1976) e inclusive un homenaje al glorioso Edward Packard y un recordado libro de Elige tu propia aventura (Ver Dato Loco). En lo referido a los aspectos técnicos Entre navajas y secretos se luce con su atractivo diseño de producción y la fotografía de Steve Yedin, frecuente colaborador de este cineasta. Otra virtud del film es que la trama tampoco se toma todo la intriga tan en serio y juega con algunas situaciones cómicas, donde sobresale una de las persecuciones automovilísticas más absurdas que se registraron en el último tiempo. Un tema donde el trabajo de Johnson flaquea y muestra tal vez su mayor debilidad es en el tratamiento del comentario social y político que se incluye en el relato. El director utiliza el conflicto para expresar una crítica hacia el gobierno de Donald Trump y la situación con los inmigrantes que a esta altura se convirtió en un lugar común que se repite permanentemente en el cine y la televisión de estos días. Este año el realizador coreano Bong Joo- Ho dio una cátedra en Parasite a la hora de explorar el choque de clases sociales con un subtexto donde permitía que el público pensara por su cuenta. Johnson es más agresivo en esta cuestión y le tira al espectador el comentario con una topadora, motivo por el cual la película no llega a ser tan inteligente como el pretende. Salvo por ese detalle puntual su nueva obra es una gran propuesta para pasarla bien con un exponente de este género. El Dato Loco: El personaje que encarna Christopher Plummer en el film se llama Harold Thrombey, una referencia al clásico de Elige tu propia aventura, ¿Quién mató al presidente? traducido en ediciones posteriores como ¿Quién mató a H.Thrombey? Un libro de esta colección que ofreció una propuesta diferente donde el lector debía investigar el asesinato de un empresario millonario.