A esta altura la literatura de Nicholas Sparks presagia indefectiblemente una adaptación a la pantalla grande. El hombre no para de vender libros románticos. Una versión moderna de Corin Tellado (1927-2009), con alguna dosis de intriga por algún pasado sombrío en alguna de sus criaturas. Con más o menos éxito el público ha soportado somníferos que supuraban miel de la pantalla tales como “Diario de una pasión” (2004), “Mensaje en una botella” (1999), o la estrenada el año pasado “Cuando te encuentre” (2012). En el caso de esta última, el editor impartió justicia y como el año pasado la crítica le correspondió a otro colega, este año me encajó Sparks a mí. Se llama “Un lugar donde refugiarse”, y en el afiche hay una mujer y un hombre a punto de besarse. Ya tiene la primera media hora de película adelantada en un póster. Katie (Julianne Houghs) viene huyendo de un policía de Boston (luego sabrá por qué). La cuestión es que en su huída llega a un pueblito de atardeceres sonrosados y gente linda. Conoce a Tierney (David Lyons), un hombre salido de un afiche perfumes o relojes caros. Además de facha, reúne todas las condiciones ideales: buen padre, buenos ingresos, casa, coche, y además es viudo. O sea, anda libre nuestro héroe que, ¡adivinen de quién se enamora!… El problema con todas estas películas es que provienen de la mente de un escritor que no le teme al ridículo a la hora de plantear vueltas de tuerca en las tramas que vomita. Entonces, cuando a los actores les toca decir lo que está escrito y actuar, todo parece parte de la campaña del chocolate Tofi. El conflicto va perdiendo importancia al acercarnos a los finales y luego todo cae en un abismo negro de la ridiculez y la contradicción. Algo así como si tuviéramos una mujer sin útero que luego queda embarazada. Lo explico así por respeto a los que irán al cine y no desean más adelantos de la trama (trama es una manera de decir) Por supuesto que los rubros técnicos aportan su parte de edulcorante y la banda sonora pasa de la pantalla a la computadora de Aspen 102.3. Eso sí, tal cual sucede con esta radio, este estilo de cine tiene su público, y aquellos que encuentren placer en temas tratados muy por arriba y elencos lindos supongo que pueden ir tranquilos, después de todo Sparks tiene en mente dos o tres novelas más.
Los Teen Angels es un grupo de cinco adolescentes que cantan. Salieron de la tira “Casi Angeles” y vendieron muchos discos. Vienen a ser como Los Parchís, Menudo, Chiquititas o el grupejo que a cada uno le haya tocado en “suerte” soportar cuando niños. Les sobra técnica y producción tanto como les falta alma y letras algo más elaboradas que el mensaje obvio sobre el amor y la amistad. Sería necio e ingenuo hacer un análisis sobre “Teen Angels 3D” midiendo con la misma vara con la que se mide una obra cinematográfica. Si me pongo a pensar podría ser una buena excusa para descargar varias broncas. A decir verdad, no hay absolutamente nada para decir de éste estreno y sin embargo ahí andamos con el editor discurriendo qué hacer. Sucede que es un recital brindado por esta gente. Un recital documentado, si se quiere porque también tiene imágenes de los fans haciendo la cola en el Gran Rex; niñas gritando de la emoción y planos detalles de algunas banderas. También hay varios copetes grabados por los integrantes del grupo Teen Angels con el teatro vacío como fondo e intercalados entre tema y tema como para darle más... ¿emoción? No. ¿Ternura? No, tampoco. ¿Valor artístico? Ni a palos. ¡Duración! ¡Ahí está! Eso era. Duración. Algo que justifique el precio de la entrada o el valor del enésimo DVD que salga con el mismo material que los anteriores. Ah… es 3D y no hay nada que lo justifique. Si usted tiene la desgracia de tener hijas fanáticas de la banda, deberá cerrar los ojos y llevarlas. Mala suerte. Es por la felicidad de ellas. Mi tía se bancó Los parchís contra el inventor invisible y nunca me lo echó en cara. Volví a ver la película muchos años después. La verdad que mi tía me bancaba cada una cuando era chico…
Han sido muy fuertes las décadas del ‘70 y del ‘80 en materia de cine de terror. Hubo muy buenos exponentes, pero en el género comenzó a suceder que los personajes a temer se “comían” el guión y pasaban a ser más importantes. Villanos como Jason con todas las “Martes 13”, Michael Myers con todas las “Halloween”, y Freddy Krueger con las “Pesadilla en lo profundo de la noche” son algunos de los exponentes. Sagas interminables en las cuales se buscaba mucha sangre producida por muertes insólitas, luego de persecuciones aún más insólitas. Así se construyó el género como industria, con el juego del gato y el ratón, sumado a historias de asesinos de pasado sórdido que una vez conocido por el espectador cerraba el círculo argumental y justificaba las crueles matanzas. Claro, la literatura era cada vez más endeble, y así asistimos a funciones en donde Jason iba al espacio, por ejemplo. En pocas palabras, se fueron de mambo. Por cierto, estos asesinos jamás morían. Tenían el síndrome de Terminator. Les daban y les daban, pero volvían a la vida para seguir mutilando cuerpos, por lo general de chicas y chicos jóvenes que así comenzaban la carrera de actuación en Hollywoo,. muriendo en alguna de terror ochentoso, pregúntenle si no a Jamie Lee curtis, Kevin Bacon o Crispin Glover. Otro de estos terribles asesinos era Leatherface (cara de cuero) que apareció en “La masacre de Texas” (1974), de Tobe Hooper. El loquito iba vestido con una máscara hecha de piel y una motosierra para cercenar cuanta extremidad humana encontrara por ahí y así darle de comer a su familia caníbal. Un encanto de tipo. Por supuesto que esta brutalidad vista en 1974 le paró el corazón a más de uno. “La masacre de Texas” fue prohibida en varios países por su violencia extrema y el terror que provocaba. Hoy, claro, no asusta a nadie, lo cual me lleva a las preguntas: ¿por qué y para qué hicieron “Masacre de Texas: Herencia maldita”? La fórmula aplicada es exactamente la misma, pero con cámaras digitales y quizás mejores efectos. Levanta el argumento de hace casi cuarenta años y lo continúa desde allí. Luego hay una elipsis y nos situamos 20 años después de los acontecimientos de la original. Vemos a Heather (Alexandra Daddario) recibir en herencia esta casa infernal. Digamos que es el último orejón del tarro de la familia Sawyer, como la actriz es increíblemente bella uno se pregunta a quién habrá salido, porque, créame, nadie de los Sawyer vistos en los ‘70 tiene esos genes. Ella y sus amigos van a la casa que dejó la abuela a ver qué onda presenta, aunque parece no estar tan deshabitada. El sheriff (y todo el pueblo), de poca simpatía por esta familia; vaya a saber por qué, anda husmeando todo el tiempo. Algo va a pasar. Todo aquello que el espectador sospeche, va a pasar sin vueltas de tuerca ni sorpresa. Igual que en 1974, sólo que en esa época, funcionaba bien.
¿Vio el afiche de “Héroes del espacio”? ¿Le suena, le trae algo a la memoria? Sí. Es una mezcla la enorme cantidad de películas que usted ha ido a ver con los chicos. El diseño de los personajes es como si hubieran tomado “Toy store” (1995), “Monsters vs Aliens” (2009) y “Monsters Inc” (2001) y los hubieran metido en una licuadora, como cuando éramos chicos y mezclábamos los atuendos de los muñecos Playmobil. Está todo inventado diría alguno. Es discutible en un arte que sólo tiene poco más de 100 años y que a su vez tiene algo de todas las otras. Como sea, “Héroes del espacio” responde a estos cánones, a los que los chicos probablemente no les den bolilla porque es muy entretenida. Inteligentemente estrenada antes de que “Monsters University” y “Metegol” rompan toda la taquilla. Cuenta la historia de dos extraterrestres del planeta Baab: Scorch Supernova y su hermano Gary. En términos terrestres, el primero es musculoso, exitoso, engreído, arrogante y bastante pedante (Como el Rayo McQueen en la primera de “Cars -2006-), va de planeta en planeta salvando vidas monitoreado e indispensablemente ayudado por su hermano, un genio de escritorio que le salva las papas todo el tiempo. Claro, su hijo admira más a su tío que al padre, pero todo cambiará cuando la siguiente misión sea en el Planeta Oscuro, un lugar habitado por seres, al principio, sumamente inteligentes y no afectaban el círculo de la vida, pero luego evolucionaron en una raza más destructiva que dividió los territorios y organizó guerras para matarse mutuamente. No es otro que el Planeta Tierra, señoras y señores, lugar al que, según la leyenda “Baabiana”, fueron cientos de representantes de razas alienígenas y ninguno volvió. ¿Por qué será? “Héroes del espacio” descansa en la tecnología de animación y efectos visuales de hoy. Un argumento simple con personajes simpáticos y (por suerte) con un trasfondo en el que se deja un mensaje de unión familiar, reacomodamiento de los valores verdaderos, y claramente una bajada de línea sobre la naturaleza destructiva del ser humano en general. Algunos gags esperables, mezclados con otros más elaborados, colaboran con las risas eventuales, y a juzgar por los chicos que permanecieron sentados en toda la proyección, no hay baches narrativos. Un entretenimiento con un poco de todo, que por no ser pretensioso, conforma un producto ideal para pasear con los chicos.
Con la enorme cantidad de documentales que se estrena por año es de esperar encontrar algunos que además de estar bien hechos ofrezcan alguna temática interesante. Es el caso parcial de “Copa hombre nuevo: Una película de fútbol”-. Esteban Giachero nos mete directamente en el universo que retrata. Un torneo de fútbol organizado en 2012 bajo algunas premisas utópicas. Sin sponsors, ni TV, ni parafernalia mediática, ni nada que pueda contaminar el espíritu del juego. Bajo el cielo cordobés, en Colonia Caroya, vamos conociendo a la gente detrás de todo esto. No sólo de Argentina sino también de Inglaterra, Brasil, Chile y otros países. Fanáticos del fútbol determinados a estar fuera de un sistema que lo corrompe. Así cobran protagonismo imágenes del torneo donde vemos equipos conformados por hombres y mujeres, público fervoroso y feliz, canchas provistas y cuidadas por la madre naturaleza y, sobre todo, gente con intereses comunes mancomunada en paz alrededor del juego más lindo del mundo. A lo largo de los casi 50 minutos de duración Esteban Giachero logra el propósito de hacer conocer este evento y utilizar la mente del espectador (que ya está contaminada con todo lo que sabe del sistema) para contrastarla con el bombardeo constante de camisetas, barras bravas, corrupción, banderas, falsas pasiones, y por supuesto muchos millones de dólares. La simpleza de las imágenes alcanza, aunque llama la atención alguna toma con la cámara desde adentro del arco, tal cual sucede con las televisaciones súper producidas del fútbol controlado por la FIFA. La estructura de “Copa hombre nuevo: Una película de fútbol”- es análoga a un especial de TV sobre cualquier temática. Imágenes de lo que se quiere mostrar editadas con fragmentos de entrevistas a aquellos que pueden explicar el tema. Tan convencional como interesante.
Era de esperar la sexta. La taquilla lo justifica. El guión no importa, lo que importa es la guita. Eso sí, gratis no es. Hay que darle al seguidor de la saga lo que pretende llevarse. Desde la primera a la sexta los ingredientes son: chicas bonitas, en bikini o shorts de jean, autos con super motores y el rugido de sus motores, y, por supuesto, persecuciones vertiginosas aún si el guión propuesto no las justifica del todo. Todo eso contiene “Rápidos y furiosos 6”. La historia es una excusa para mostrar los ingredientes pero, como ya dijimos, eso no importa, sino los dólares. Hay un conjunto de malandrines y mercenarios que manejan re-bien. Responden a Shaw (Luke Evans), probablemente el villano más olvidable de la historia del cine. Hobbs (Dwayne Johnson) va a buscar al equipo de conductores que está diezmado, luego que en el capítulo anterior terminaran forrados en dólares (¿vio?, acá los únicos que no la vemos somos usted y yo). Obviamente tiene algo que ofrecer si no, no hay sexta película. Así veremos escenas de acción tan espectaculares como inverosímiles, aunque en realidad es lo que se propone desde la primera, con lo cual lo inverosímil está bien. Vaya paradoja. Hablar de las actuaciones no está demás porque los integrantes del elenco son los hombres de acción del momento, y en todo caso habría de señalarse que sin ellos sería otra cosa. Ya tendremos actores de renombre invitados para cuando llegue la décimo cuarta. ¿Seguirá siendo Justin Lin el director? La boletería indica que sí, a juzgar por su autoría de las últimas cuatro. “Rápidos y furiosos 6” se inscribe en su propia franquicia y vive de ella. Se retroalimenta y se sabe que cuando esto ocurre, como con “Star Wars” (1977 a 1993), “El señor de los anillos” (2001, 2002, 2003) o “X-Men” (2011) los comentarios sobran. La maquinaria no se detiene. Sigue rodando más de lo mismo.
No siempre el registro de imágenes y la utilización de elementos de la vida real suponen un documental. Mucho menos uno bien hecho, pero en el caso de “Planetario” sucede algo curioso. Baltazar Tokman lo sabe y manifiesta claramente su intención desde un primer momento, entonces el experimento no es con las imágenes ni con el espectador (como lamentablemente sucede a veces), sino que se transforma en un documental sobre un experimento a partir de una idea: la dedicación a registrar (y documentar) la vida de los hijos desde que son bebés y cómo esto se convierte en uno de los pocos factores comunes en culturas muy disímiles. Son registros caseros montados al estilo de Nestor Frenkel en “Amateur” (2011), pero bajo una misma temática: los hijos. Padres en Hungría, Rusia, Argentina, Egipto y otros países. "Soy un hombre común compartiendo mi vida personal con ustedes" dice el patriarca de la familia Kumar, y en esa simpleza puede sintetizarse la película. No hay dobles sentidos ni bajada de línea. Los chicos crecen y los padres los educan. Lo complejo está en asimilar la idea e imaginar todo lo que hay alrededor para lo cual el espectador sólo debe observar las imágenes. En qué ambientes se desarrollan los cumpleaños, por ejemplo (uno de los mejores momentos de “Planetario”), allí, en esa intimidad familiar, se va construyendo cada mundo. El de cada familia. Hay mucho lugar para la reflexión a medida que los padres van perdiendo las inhibiciones. Una anécdota contada por uno de ellos pinta de cuerpo entero la propuesta cuando, reproduciendo el diálogo con su amigo, dice: "le pregunté para qué uno querría tener hijos, ¿cuál es el punto?, y él contestó: no sé, vos llegas a casa y ellos están contentos de verte". Esta línea entre el egocentrismo y la felicidad es uno de los interrogantes que surgen con esta idea del director. Por eso, y el resto de los que se generan, “Planetario” vale la pena.
No hay mucho para decir de la historia de “El gran Gatsby”. Fue escrita por F. Scott Fitzgerald en 1925, y desarrolla la historia de un enigmático personaje, excéntrico y multimillonario, que organizaba fiestas y agasajos con la sola idea de esperar que un día se presentara la mujer que alguna vez amó, pero luego perdió a manos de un destino que lo llevaría a la guerra. Tanto en la novela como en las dos adaptaciones para el cine (hubo tres pero de la de 1926 no queda copia alguna, y también hubo una versión para la TV, en el 2001), la historia se narra en primera persona. Un yo observador que nos introduce en este mundo de pompa y boato, con mucho charleston y desprejuicio, en una sociedad que se debatía entre clases muy altas y muy bajas, la ley seca, y el comienzo del fin: los instantes de la historia previos a la gran depresión de 1929. Nada ha cambiado entonces. Nick Carraway (Tobey McGuire) es el mismo corredor de bolsa que se instala en una casa mediocre, justo al lado de la suntuosa mansión de Jay Gatsby (Leonardo Di Caprio), el hombre obsesionado con Daisy (Carey Mulligan). ¡Oh casualidad!, Nick es primo de ésta, y Gatsby no pretende otra cosa que reencontrarla. Salvo por las características propias de lo que se consideraba y considera técnica de actuación, no hay grandes diferencias entre los Gatsby de Alan Ladd (1949), Robert Redford (1974), o Di Caprio. Son buenas actuaciones, respetando un personaje que requiere mucha prestancia y gestualidad mínima para marcar los estados de ánimo en forma muy minimalista. Lo que es extensivo el resto del elenco. La mayoría de los diálogos se mantienen intactos, así como la impronta de cada personaje, los conflictos, y también las subtramas que ayudarán a construir el drama trágico ya conocido. Luego, si todo está igual, ¿cuál es la diferencia? ¿Por qué vale la pena ir a ver esta versión 2013? Primero por lo mismo de siempre: una buena historia de amor bien contada es efectiva e interesante; Segundo por el glamour que remite a la época dorada de Hollywood, esa que convertía a cada película en un mega evento; Por último, y no menos importante, porque Baz Luhrman es un realizador que propone. Le puede gustar más o menos, pero siempre propone. Lo hizo con su mejor película, “Baila Conmigo” (1993), luego en esa controversial versión de “Romeo y Julieta” (1996, también con Leonardo Di Caprio), y ni hablar con “Moulin Rouge” (2001), la cual bien podría servir como antecedente de su “El gran Gatsby”. Claro, la estética es el punto a destacar. La tecnología le permitió digitalizar un travelling aéreo entre Brooklin y Long Island. En más de una oportunidad la cámara "viaja" de un punto al otro como buscando la aguja en el pajar hasta encontrarla. La misma espectacularidad se logra con el vestuario, cuidado al detalle, la dirección de arte minuciosa, y por supuesto la dirección de fotografía que logra amalgamar los efectos visuales con los exteriores reales. Paradójicamente, lo único que esta vez parece salido de eje es la música (fundamental en la filmografía del director). Vemos a los invitados coreografiados a ritmo del charleston mientras suena un tremendo hip hop, que además de no sincronizar, distrae de la idea de la imagen. Esto de mostrar la decadencia moral de una sociedad a partir de los excesos y el derroche se ve desdibujado en esos planos generales de la mansión en fiesta con música discordante. No así en el resto de la película, donde la selección de temas refuerza, más allá del contraste, las imágenes de los años ‘20 y la música del siglo XXI. No podemos decir que el director sea el inventor de nada, pero sí uno que no se conforma con la lectura clásica. Luhrman es de esos tipos que se hubiera sentido cómodo en los happenings de Andy Wharhol, cuando el concepto del pop estaba en sus orígenes. Es la representación cabal del artista pop de nuestros tiempos con todo lo que esto significa. Por lo demás, el producto funciona porque tiene detrás una historia que lo respalda, y cuenta con una dirección vertiginosa disimula muy bien las dos horas y pico sentado. Eso es entretenimiento.
Prodigio visual para una atenta mirada microscópica del mundo Luego del mega éxito mundial que fue “La era del hielo 4” el año pasado, llegó el turno del siguiente paso de Blue Sky Studios. A la cabeza del proyecto el director Chris Wedge, responsable de la saga anteriormente mencionada y de otros hitazos como “Robots” (2005). “El reino secreto”, basado en el libro “Los hombres hoja y los bichos valientes” de William Joyce, narra la historia de Mary (Amanda Seyfried –voz en español de Leyla Rangel- una adolescente de padres separados que llega al lugar donde vive su papá, el Profesor Bomba (Jason Sudeikis -voz en español de Ricardo Tejedo), un hombre tan abocado a encontrar los secretos del ecosistema que perdió toda señal de vínculo familiar. Provisto de cámaras, lentes infrarrojos, amplificadores y decodificadores de sonidos, el científico está desde hace años obsesionado con que la naturaleza tiene más de lo aparente y que seres diminutos habitan el bosque. Claro, es difícil hacerle el aguante a tal enunciado. Por eso el bueno y torpe del profesor tan sólo vive con un perro fiel, a pesar de faltarle una pata y un ojo. Interesantísima metáfora que no es casualidad y puede tener más de una lectura. Es como si el perro representara a una familia con un miembro menos. El que no está y cuya falta es imposible de ignorar. Además es tuerto. Perdió la otra mirada. La visión periférica que ofrece al menos dos costados. Por estar ensimismado en lo suyo, el padre no puede darse cuenta de que la relación con su hija pende de un hilo finísimo entre la realidad y la fantasía que su teoría provoca en ella. Esto es en el mundo humano. En el bosque donde vive la Reina Tara (Beyoncé Knowles –voz en español de Gabriela Gómez- hay una constante lucha por mantener el equilibrio del círculo de la vida. Tara ejerce su magia para balancear el florecimiento y la putrefacción, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte y, por qué no, el bien contra el mal ejercido por un bicho llamado Mandrake (Christoph Waltz –voz en español de Humberto Solórzano-). Hay una revolución en el bosque pues hay solsticio y es cuando la reina debe elegir el capullo heredero, quién se encargará de mantener aquello que Mandrake odia: el equilibrio. Mary, en el lugar y momento equivocado (aunque todo sucede por alguna razón), es reducida a tamaño microscópico y se convertirá en la ocasional heroína de la historia. Allí conocerá a varios personajes, como Ronin (Colin Farrell -voz en español de Óscar Flores-), el guerrero encargado de custodiar a la reina, a su vez padrino de Nod, el joven rebelde que se niega a “deber ser”. La palabra equilibrio define bastante el núcleo de “El reino secreto”. Su búsqueda se da tanto en el bosque como en las relaciones entre los seres vivos. Padre e hija pasan de no hablarse a vincularse, ella a su vez de no creer a tener otra mirada, mientras Ronin de regirse por mandato a entender y querer a Nod tal cual es… y así en el resto del cosmos planteado en la película. Por supuesto, el mensaje para todos es ofrecer una visión microscópica del mundo para entender por qué cada uno de los componentes de la naturaleza forma parte fundamental de la misma. Después de todo, para que haya balance tiene que haber el mismo peso de un lado y del otro. La realización es un prodigio visual con el cual el espectador puede deslumbrarse y conectarse. Así como sucede en el argumento,”El reino secreto” es un trabajo donde la música de Danny Elfman, el diseño de arte de Mike Knapp y, por supuesto, en la compaginación de Andy Keir y Tim Nordquist se amalgaman casi a la perfección. Podría haberse agregado (a gusto personal) la injerencia negativa del hombre en este micro-cosmos, pero con la decisión tomada alcanza para entretener y sobre todo concientizar.
Después de años de cine y literatura, que muchas veces se disfraza de analítica a la hora de “interpretar” la idiosincrasia de las nuevas generaciones, uno se va acostumbrando a la idea de que Hollywood parece tener 500 ideas sobre una misma temática, pero en realidad son sólo una o dos con 500 disfraces distintos. Se producen guiones “carcasas” a los que luego se les va cambiando o rotando el escenario y a los actores como si fueran un fondo de pantalla. Versiones actualizadas de los mismos programas o sistemas operativos. Desde el punto de vista de la literatura Stephanie Meyer (más viva que el hambre) hizo millones con la saga Crepúsculo. Cuando se acabó el curro (se acabó es una forma de decir), escribió “La huésped”, en 2008. Le compraron los derechos y los productores (tan vivos como Stephanie Meyer) tomaron la fórmula de jóvenes (supuestamente) marginados e incomprendidos huyendo del mundo que no los representa, con la libido a punto de estallar y, por supuesto, lindos. Como salidos de anuncios de ropa, shampoo y desodorantes. La autora cambia bosque por desierto, el mundo adulto por el extraterrestre, y las banditas de lindos vampiritos y lobos por rebeldes anti-aliens, y rebeldes con voluntad de paz. Todo lo mismo. “La huésped” plantea un mundo invadido por extraterrestres de una manera peculiar. Son como “panaderos” brillantes (¿Se acuerda de “Avatar”, 2009?) que se meten dentro del cuerpo y los deja puros, prístinos, sin violencia, sin rencor, y también sin razón. Una especie de “parásitos bondadosos”, si me permite. La forma básica de distinguirlos es que los ojos se vuelven plateados, ergo los que tienen ojos comunes no han sido colonizados. El tema es que el alma, el espíritu, o lo que sea que llevamos dentro, se resiste a la conquista mental. La lucha digamos que va por dentro. Esto es lo que le pasa a Melanie (Saoirse Ronan). En pos de proteger a su hermanito Jamie (Chandler Canterbury) se usa a sí misma como señuelo y se suicida, pero como no muere los extraterrestres (humanos colonizados) le implantan un panadero y le cambian el nombre por el de Wanda. ¿Y entonces? El alienígena comienza a escuchar a Melanie dentro de ella dándole órdenes, cargoseándola y pretendiendo que la lleve a donde están los sobrevivientes. En ese instante vemos y escuchamos un recurso jamás visto en el cine, ni en la televisión, un destello de genialidad, inventiva y originalidad: Wanda habla en voz alta y Melanie en off con efecto de cámara, para que nos damos cuenta de quién es quién. Y si con esto no le alcanza el director Andrew Niccol, le indica a la actriz que detenga toda acción física para cuando inserten los diálogos ¿Qué me dice? Perseguida por la obsesiva Seeker (Diane Kruger) Melanie/Wanda llega a cruzar todo un desierto hasta que el líder de la resistencia Jeb (William Hurt) la encuentra y la lleva montaña adentro donde descubrimos que los sobrevivientes formaron una especie de colonia Amish que hasta los de “Testigo en peligro” (1985) sentirían envidia. Esta producción no sólo deja baches narrativos con propuestas de subtramas que pierden por abandono, sino que además atenta contra el verosímil (que ya arranca por una cuerda flojísima), y como guinda del postre contradice el discurso de la resistencia para salvar a uno de los personajes en pos de las secuelas. Ah… ¿No le avisé? Stephanie Meyer tiene contrato para escribir al menos dos más: “The soul” y “The Seeker” (a que el final lo dividen en dos, como hicieron con la saga anterior). No hay actuaciones destacables aunque es de esperar que varios de estos chicos sigan su carrera aquí o en algún reality show. Igual nunca se sabe. Si a Robert Pattinson lo puede llamar David Cronemberg para actuar en “Cosmópolis” (2012), puede pasar cualquier cosa. Tampoco los rubros técnicos se destacan. La fotografía de Roberto Schaefer es una sucesión de postales del desierto, al que le quita toda posibilidad de dar sensación de extensión, aridez y sequedad. Digo, porque son muchas las panorámicas utilizadas por el realizador como para establecer la ubicación del refugio, bien lejos de la civilización y modernidad. La banda sonora de Antonio Pinto es una delicia, pero parece de otra película, y los efectos visuales una copia de todo lo ya visto. Claro está, “La huésped” encontrará su público en los fans de Crepúsculo, “Soy el número 4” (2011), y demás productos parecidos a una cadena de comidas rápidas. Al principio de sabor distintivo, luego más de lo mismo, y al final, aburre.