Apropiado marco fílmico para presentar a un singular hombre-espectáculo Ya no sorprende ver un gran documental si Néstor Frenkel comienza a hacerse preguntas con la cámara. Desde aquel lejano 2004, cuando presentó “Buscando a Reynols”, luego con “Construcción de una ciudad” (2007), en la cual tomándose de la construcción de una represa se metía en el alma misma de una comunidad y su lucha por no perder el sentido de la pertenencia, y con la excelente “Amateur” (2011), que ahondaba con mucho humor en los comienzos del uso del formato super 8 como forma de hogareña de hacer cine. Muchos de los que vimos en televisión a René Lavand en aquellos programas ómnibus, o como invitado ocasional de varios conductores, pudimos experimentar el ser cautivados por dos o tres enigmas o curiosidades vistas y escuchadas con ojos y oídos de niño: La del hombre con un solo brazo en la tele, la magia hecha con naipes y lo mejor de todo, las historias que se construían detrás del truco. La voz de René con su rico vocabulario hablando de personajes que entraban en castillos, se iban de viaje, mujeres que se enamoraban, etc. etc, y luego aparecían cuatro reyes, un as escondido, o algún cuatro de diamantes, que salvaba a todos de algún crimen. Magia por todos los costados. Néstor Frenkel toma las aristas principales de este hombre-espectáculo y registra con el aplomo de siempre todo aquello que conforma el universo de un artista. Desde su casa y sus seres queridos a la oficina de donde salen nuevas creaciones a fuerza de pura concentración. Algo parecido a lo que vimos en el documental “Kartún” (2012). Así, logra iluminar todos los rincones del presente y del pasado. Del fenómeno y del recuerdo del mismo. Momentos de esplendor que se reflejan en la gloria y en el prestigio pero, sobre todo, el director logra sacar a la luz al hombre. Al ser humano detrás de todo eso. “El gran simulador” tiene elementos para construir una ficción a partir del apasionamiento que el realizador siente por el personaje y de todo lo que la dirección de arte deja al descubierto. Como si estuviera pautado por el destino, la película va y viene del presente al pasado sin necesidad de introducciones repetitivas. Como si quisiera mostrar que el presente es la consecuencia de lo anterior. La música, la dirección de arte, y un montaje paciente, hacen lo suyo para lograr los climas y el interés constante apoyados (otra vez en la filmografía del director) por un gran y maravilloso uso del material de archivo. “El gran simulador” no se guarda nada a la hora de meterse en la intimidad de la estrella porque desde el principio Frenkel entiende que lo enigmático, lo cautivante, lo más interesante de todo, sigue siendo René Lavand sobre el escenario. Ese artista que una vez terminado el relato con truco, logra que todos nos preguntemos lo mismo, acompañados del gesto de admiración: ¿cómo lo hizo?
Miguel Gomes y un cine profundo, subjetivo y en estado puro Se podrán decir muchas cosas sobre esta película de Miguel Gomes, empero en lo que quizás estemos todos de acuerdo es en el acto de proponer, saltar barreras, pensar el cine lateralmente para salirse de los esquemas. Utilizar con el mismo grado de capacidad expresiva el color, los formatos en fílmico, los sonidos, los silencios y las imágenes como elemento, tanto cronístico como evocador. “Tabú”, al igual que el clásico de Friedrich Murnaw de 1931, está dividida en dos partes principales (porque podría volver subdividirse según la lectura): Paraíso perdido y Paraíso. La primera está mucho más relacionada con la alemana en términos comparativos pero, por lo dicho, no se trata de una remake tal cual las definimos. Blanco y negro. Aurora (Laura Soveral) llama desde el casino a Pilar (Teresa Madruga) para que la vaya a buscar porque se quedó sin un peso para volver. Se trata de una octogenaria que se adivina bella y espléndida en su juventud, una belleza ahora decrépita entregada a los vicios que sirven para tapar la historia. Fue al casino a raíz de un sueño que tuvo involucrando a un hombre, un ritual africano, y cocodrilos. Pilar va. Va porque como vecina y aspirante a un mundo mejor, e impulsada por sus creencias, lo siente como una forma de aportar su granito de arena. Luego veremos por qué pasa todo esto. A lo mejor el sueño no es premonitorio, sino que refieren fantasmas del pasado. Quizás la buena vecina que no tiene pareja, ni hijos, ni pasión, y ni siquiera una historia propia para contar, más que la que podría darle el aceptar a una estudiante de intercambio que llega a Lisboa, pero nunca arriba a su casa. Sólo queda Aurora como elemento novedoso. La vecina anciana y casi senil que vive con Santa (Isabel Cardoso), una criada negra que está porque le pagan. Ambas parecen saber algo relacionado con el pasado. Todo se va a desentrañar cuando en el hospital la vieja le pide a su vecina que encuentre a un tal Ventura (Henrique Espírito Santo), y da comienzo a la segunda parte. Todo se reduce: Miguel Gomes, la película, la pantalla, el espectador, el escenario… todo se reduce y por consiguiente cambia de perspectiva. Cambia la mirada. Aparece la música de los ‘60, África, el monte Tabú y una historia de amor pasional que obedece estrictamente a lo contado miles de veces en el cine, pero particularmente en “la novela de la tarde”, esa que atrapa a millones de espectadores brasileros y portugueses, en donde conviven las diferencias de clases sociales con el amor no correspondido. La diferencia es la elección visual y sonora que el director elige para contarla. Vemos a los jóvenes Aurora (Ana Moreira), su marido (Ivo Müller) y a Ventura (Carlotto Cota), el único que se transforma en el narrador en off de las imágenes. Recuerdos de un pasado esplendoroso y romántico en una África colonizada. “Tabú” podría ser una película muda (de hecho en muchos aspectos lo es), pero hay una insistencia en la narración en off, como si el realizador quisiera hacernos escuchar en la voz del viejo toda la vida que se va perdiendo con los años, el brío de juventud que se va apagando con los tiempos y con las culpas que cada uno carga. Mientras tanto, las imágenes no necesitan más que algunos sonidos aislados para construir la misma historia que conocemos todos y un cine tan profundo como subjetivo. Un cine con una única concesión: la de admitirse como una historia de amor pasional que desglosada y desarmada no es distinta de Corín Tellado. La única (y fundamental) diferencia es el modo de contarla, y al respecto el de Gomes es cine en estado puro.
Lee, Black y Downey Jr. artífices de un “cómic movie” genuino y muy entretenido ¡Qué fácil!... si digo que “Iron Man 3” es muy entretenida y brillantemente actuada, pero no ofrece nada nuevo a la saga ni al subgénero “comic movie”. Todo se termina en dos renglones y el editor me echa a patadas. La industria hollywoodense es increíble. Uno mira la planificación anual y las proyecciones de la recaudación y se le ponen los pelos de punta. Los medios de comunicación, como el “Hollywood Reporter”, por ejemplo, suelen vaticinar el movimiento de boletaría con una precisión admirable, mientras los estudios, merced a las leyes del mercado capitalista, pueden despedir masivamente por lo que ellos consideran un fracaso. Así sucedió este año en la Dreamworks porque “El origen de los guardianes” (2012) recaudó menos de lo que pensaban. No es que perdió plata. Los rajaron porque no ganaron tanto. En fin, ya ocupé un párrafo y todavía no dije nada de la película. Dentro de los personajes de Marvel, Iron Man es de segunda o tercera línea. El atractivo subió un poco el rating porque Stan Lee, el creador de casi todo este mundo, el George Lucas de la historieta, y vivo como el hambre, fue de a poco logrando conectar los cómics unos con otros. Al principio invitando personajes mutuamente a cada volumen-episodio, y luego haciéndolos interactuar en esta lucha del bien contra el mal. Llevó años pero los frutos millonarios se ven ahora. Decía que Iron Man no era tan importante, y menos en el mundo del cine, hasta que se juntaron los planetas y los creadores llamaron a Robert Downey Jr. Él, y sólo él podía darle al personaje de Tony Stark las características necesarias para cachetear al espectador con una dosis de buena onda, humor, y acción al mismo tiempo. Una verdadera lección de construcción de personaje aprovechando sus recursos actorales. Además de ser bueno, nos cae bien. Ya no importa lo que haga. Es como el Ricardo Darín de allá. Canchero, algo chanta, exitoso, de chiste fácil, autosuficiente. Esas características histriónicas que Robert Downey Jr. le brinda a su criatura han sido, y son, la estrella de la realización. De las tres producciones ya filmadas. Tanto es así que en esta lo vemos casi todo el tiempo fuera del traje emblemático, con el agregado de ataques de ansiedad y algunas decisiones torpes. En ese magnetismo que genera empatía instantánea está la clave. Todo comienza con un Tony en la cresta de la ola siendo abordado por Aldrich Killian (Guy Pearce), un científico que quiere asociarse a su empresa. Lo dejará pagando a la intemperie para ir en pos de “hacer suya” a una chica de turno (Maya Hansen). Bióloga ella, bonita. Está trabajando en un experimento para regenerar el tejido humano, pero todavía se encuentra en etapa de experimentación. No anda bien y las cosas explotan. El montaje nos lleva a años después. Tony está en su salsa como siempre, pero ahora trabajando en nuevos modelos de súper latas mientras sigue su vida con Pepper (Gwyneth Paltrow) que anda con guardaespaldas (El ex director de la saga, John Favreau) y recibiendo a Killian, quien otra vez insiste en presentar un invento revolucionario pero peligroso si cae en malas manos. No conviene adelantar más de la trama, pero sí hacer hincapié el gran acierto de “Iron Man 3”: Apostar por Tony Stark en lugar de ir por la aventura de efectos visuales. El guión se ocupa muy bien de delinear lo que le sucede al ser humano detrás de la máscara. Lo dota de una personalidad lo suficientemente sólida como para que sea el centro, y así Robert Downey Jr. pasa a ser el núcleo al cual converge todo el resto de lo que sucede. El guionista y director Shane Black ya había hecho esto antes, cuando escribió “Arma Mortal” (1986) con el teniente Martin Riggs, encarnado por Mel Gibson. Los espectadores esperábamos más de Riggs que de la trama, y lo mismo sucede aquí. También en los demás personajes Black hace gala de buen guionista. La inclusión de un niño como partenaire ocasional de Stark abre la aventura hacia un plano adicional donde todos están incluidos, pero tampoco es casual, ya que “El último gran héroe” (1993) también establecía este vínculo entre un niño y un hombre de acción encarnado por Arnold Schwarzennegger. Por eso esta tercera parte es más que un film de superhéroes. Supera las barreras del subgénero para transformarse también en un producto que puede abarcar un espectro más amplio y una proyección inusitada hacia el futuro. También es cierto que las dos predecesoras dieron el suficiente plafond como para no necesitar más introducciones de los personajes, sino profundizarlos. En todo caso podría decirse que el villano tiene las mismas características de presentación y desarrollo que aquél Acertijo de “Batman forever” (1995). Sólo que hay una enorme distancia entre Jim Carrey y Guy Pearce. También hay sorpresas respecto del uso de los efectos visuales y los demás rubros técnicos. El diseño de sonido es sencillamente maravilloso. Importa tanto una explosión y el ruido a metal como el ambiente de un garaje abandonado. Cada detalle está cuidado al máximo. “Iron Man 3” es entretenimiento puro pero también un fantástico ejemplo de los distintos caminos que se pueden tomar para moverse en la meca del cine, entregar un producto sólido y, sobre todo, muy bien elaborado.
Relato simple y de muy cuidada realización Los miles de retratos humanos que vimos en el cine están lejos de ser olvidados como temática. Podría haber tantas obras como personas en el mundo, y a su vez cada uno tendrá una mirada diferente. Andrea Segre hace una elección muy puntual en “La esperanza de una nueva vida” con un sobreimpreso en fondo negro que no anticipa la temática, sino la estética con la que se va a tratar. Según la leyenda, para conmemorar al más grande poeta chino, la gente enciende velas y las deposita en el río para recordar que su alma sigue presente. Plano detalle de varias velitas flotando. Cuando el plano se agranda vemos que estas flotan en una bañadera ante la atenta mirada de Shun Li (Tao Zhao), entendemos entonces que está lejos de su tierra, es sensible al arte y extraña… Esta trabajadora textil está en Italia, y según la mafia china debe pagar con trabajo una deuda si quiere volver a ver a su hijo. Los jefes la trasladan a Chioggia, una pequeña comarca de pescadores cerca de Venecia, donde conocerá a alguien que cambiará las cosas. El lugar funciona como una suerte de centro de la desesperanza. Vemos una ciudad italiana muy lejos de las postales y los souvenirs para convertirse en el marco propicio para aumentar la sensación de soledad. Sólo queda la posibilidad de conectar con almas en la misma circunstancia. Allí es donde Shun Li encuentra el alivio necesario para alimentar la esperanza de reencontrarse con su hijo. Además de las actuaciones de todo el elenco que colabora con cada gesto a establecer la circunstancia, la película de Andrea Serge cuenta con la preciosa fotografía de Luca Bigazzi y la música en dosis justas de François Couturier. Un relato simple y de cuidada factura. A veces el camino de la sencillez deja ver muy a flor de piel las complejidades de un mundo cada vez menos piadoso con el de al lado. En este sentido, “La esperanza de una nueva vida” no intenta moralizar a nadie, sencillamente ofrece una agradable pieza cinematográfica.
Jeff (Justin Chon), un adolescente cumple 21 años. A las 8 de la mañana del día siguiente tiene una entrevista para ingresar a la universidad en la carrera de medicina. Su padre, el Dr. Chang (Francois Chau), individuo violento y despótico, le deja muy en claro lo que sucederá si no está en condiciones de presentarse. Los amigos de Jeff le quieren festejar el cumpleaños sí o sí. Insisten un rato (no mucho), y todo comienza con una cerveza para luego desproporcionarse hasta el ridículo. El juego que proponen Jon Lucas y Scott Moore, guionistas y directores de “21, la gran fiesta”, es el de llevar al espectador por el camino del humor negro y escatológico que para ellos es graciosísimo, y a juzgar por el éxito que tiene ésta la película y sus predecesoras (“¿Qué pasó ayer?” I y II -2009/2011- a la cabeza), es lo que el público está buscando a la hora de elegir una comedia. Ya no importa el verosímil, ni las actuaciones, ni la coherencia. Todo está elaborado con la premisa de llegar a las situaciones más extremas a las que pueda someterse el cerebro, la boca, el culo, el estómago y el hígado humano. O sea todo lo que alguna vez tuvo sutileza y luego fue extrapolado por la serie Jackass de MTV. Así, es más lógico poner estas comedias como parte de la cultura contemporánea que analizar los valores cinematográficos que (no) tiene. La banda sonora es otro compilado de la música de moda. La puesta en escena es una fiesta de constante ponderación por el reviente. El montaje es funcional a la culminación de algunos gags, o a la anticipación de los mismos. No hay una sola escena impredecible o sorpresiva, porque justamente se busca lo contrario. Los diálogos que mantienen los personajes no sólo no sirven para construirlos sino que además parecen sacados de los miles de videos de you tube registrados con celulares en los cuales vemos que la realidad no está muy lejos de la ficción. Claro, esto será así hasta que ésta generación de jóvenes crezca y haya que inventar otra cosa para la que viene. Parece salomónico sectorizar al público entre los que gustan de este tipo de productos y a los que no. Es práctico incluso. Sucede que de cine dejamos de hablar luego del primer minuto. Disculpe.
Uno pensaría que viniendo de algún país distinto de Estados Unidos una película de animación para chicos podría tener la posibilidad de una búsqueda interna de originalidad e incluso de identidad propia. En realidad es así en la mayoría de los casos, pero no en esta producción española ganadora del Goya 2012 a la mejor producción animada. El mismo director, Enrique Gato, ha dicho (palabras más palabras menos) que la idea era tomar estos personajes de un corto realizado en 2004 y convertirlo en largometraje para ayudar al éxito de taquilla, asegurar la continuidad de la productora, recaudar y hacer muchas más siempre en plano comercial. Pues bien, si el objetivo es ese, está cumplido. El guión de “Tadeo, el explorador perdido” toma, básicamente, la esencia de Indiana Jones en tono paródico (aunque Indiana ya era una suerte de parodia de los arqueólogos) para construir una aventura convencional y efectiva. O sea, imagine al Dr. Jones, sin plata, sin glamour, torpe y de pensamiento bastante básico. Un fracasado de optimismo exacerbado pues nunca se pierde el espíritu aventurero con el que arranca la escena inicial con Tadeo niño buscando tesoros en el jardín de su casa. Los años pasan y lo tienen como obrero de la construcción, sólo que esta vez irá, por accidente, en busca de una antigua ciudad perdida en el Perú. Esto será en compañía de Sara Lavrof , “inspirada” en la curvilínea Lara Croft del video juego Tomb Rider (otra aventurera) Hay villanos, hay personajes que aportan el tono cómico como Freddy, un indio peruano que vende de todo y, por supuesto, una leyenda que podría ser realidad. “Tadeo el explorador perdido” anda por el camino de ser un producto entretenido, recomendable para chicos (diría de hasta 9 ó 10 años) y para los que los acompañen al cine. Tiene la efectividad del ritmo narrativo, los buenos trabajos de doblaje (¿por qué la mímica de los labios habrá sido en inglés?) y algunos buenos gags cuando aparece la momia. Podría achacársele falta de originalidad para darle un alma a los personajes en lugar de buscar deliberadamente el código visual para relacionarlos con lo ya conocido (y exitoso). Acaso algunas escenas estén muy cercanas al plagio (la de una roca redonda que rueda hacia los personajes que vienen corriendo de frente, ¿le suena?), pero son detalles en los que podríamos fijarnos los que vamos al cine hace rato. Los chicos la van a pasar bien y de paso llevarse algún que otro mensaje sobre la perseverancia. En definitiva el paseo es para ellos, el cine queda para otro momento.
Nadie, excepto los productores, imaginaba una remake de “Diabólico” (1981). Podría usarse el término “innecesaria”, pero, al parecer, mirar hacia el pasado puede servir para reinventar el futuro del género. Esto conlleva muchos errores, como las horribles nuevas versiones de “Pesadilla en lo profundo de la noche” (2010) o “La masacre de Texas” (2003), y unos pocos aciertos como la versión de “Rob zombie de Halloween” (2007). Sam Raimi y Bruce Campbell, director y actor protagónico de la original, llamaron a Fede Álvarez luego de haber visto un corto de su autoría llamado “Ataque de Pánico” (2009), hecho con sólo 300 dólares y muchas horas de efectos visuales, en el cual una horda de robots gigantes ataca la ciudad de Montevideo (búsquelo en You Tube, vale la pena). Entendiendo que era hora de revisar la saga compuesta por “Diabólico”, “Noche Alucinante” (1988), que era una remake en sí misma, y “El ejército de las tinieblas” (1992), le echaron el fardo al pibe uruguayo a ver cómo anda. No salió nada mal. En la original, cuatro amigos llegaban a una cabaña en la cual descubrían el “necromicón”, el libro de los muertos que a gritos dice “no leer”. La curiosidad mata al gato, así que una vez leído se desata el infierno y los demonios llegan para hacer de las suyas. Desde la introducción hasta los primeros minutos de las posesiones, Raimi jugaba entre el terror y el humor bizarro hasta que se decide por éste último para definir las tres películas, hoy de culto para los fanáticos. La versión de Fede Álvarez abandona el humor casi por completo, cambia algunos nombres y características de los personajes y se toma el guión en serio. De hecho se toma el trabajo de justificar el paseo al bosque: Mia (Jane Levy) está saliendo de su adicción a la heroína y los otro tres le hacen el aguante. Con esta decisión tomada, “Posesión infernal” apunta a dar miedo con la misma base de la original lo cual no es criticable, pero deriva sólo en aciertos parciales empezando por la falta de suspenso (elemento clave del género) en favor de (muy buenos) efectos de maquillaje. Con eso sólo no alcanza para generar la tensión necesaria. Tampoco se logra del todo una construcción de personajes que logren nuestra empatía porque el desarrollo va directamente a los bifes, luego, es difícil generar el dramatismo que pone en el espectador la sensación de importarle lo que les sucede. De hecho, Mia está mejor construida como poseída que en su versión de adicta. De todos modos, si no nos hacemos demasiadas preguntas, la película tiene momentos y escenas que se rescatan por sí mismas y alcanzan el objetivo del salto en la butaca, sobre todo para los novatos que nunca se molestaron en alquilar la original en el video club. Por eso, por el manejo de cámaras (que mantiene la esencia de esquivar arbustos y troncos al ras del piso) y por el aprovechamiento de los espacios dentro y fuera de la cabaña con planos y música que nunca dan la sensación de ser lugares para estar a salvo, “Posesión infernal” tiene con qué apostar al futuro sin ser una maravilla. Claro, con lo exponentes del género que se estrenan no hace falta mucho tampoco.
Para los amantes de las comedias más populares de esta parte del siglo en donde la escatología, las vulgaridades de todo tipo y el humor negro (bien oscuro y sin sutilezas) cobran más importancia que el argumento, seguramente “Proyecto 43” no va a pasar desapercibida. En principio, los trece directores que intervienen en la realización están relacionados con este tipo de humor. Algunos ejemplos son Steven Brill con “El hijo del diablo” (2000) y “La herencia del señor Deeds” (2002); Steve Carr hizo “Dr. Doolitle 2” (2001); Brett Ratner estuvo detrás de “Robo en las alturas” (2011) y la segunda parte de “Quiero matar a mi jefe” (2013); ni hablar de Peter Farrelly que junto a su hermano tienen “Tonto y retonto” (1994), “Loco por Mary” (1998), “Inseparablemente Juntos” (2003) o “Pase libre” (2011). Además casi todos han tenido que ver con el mundo televisivo en series de diversa factura. El hilo conductor de esta producción son tres adolescentes que fluctúan entre lo nerd frente a una computadora y la idiotez fuera de ella. Por razones que no conviene revelar, se encuentran buscando el “Proyecto 43” del título (en realidad es “Película 43”). Como la búsqueda es en la web se van topando con las historias que conforman este trabajo coral. Hay de todo, desde una cita a ciegas con un deforme a un chiste con un gato animado que sería el lado oscuro de Garfield, y de una novia cuyo mayor deseo es que su novio le haga caca encima a un tipo que le regala un duende irlandés a su mejor amigo. Algunos de estos segmentos están mejor trabajados que otros. Los mejores son los separadores que simulan publicidades ficticias. Sin dudas el elenco multiestelar logra subir un par de escalones a guiones que de otra manera serían una ronda de chistes malos. La escatología y los genitales son los tópicos casi preponderantes, pero no espere ni por ventura algo de sutileza. Más bien estése listo para momentos donde la línea entre el humor negro y el mal gusto es finísima. Además, al ser coral “Proyecto 43” se presenta como un producto bastante dispar entre una historia y otra. Lo mismo sucede con la estética, pues cada director llevó a su equipo. No hay un sólo rubro técnico homogéneo en toda la producción, aunque tal vez no sean estos detalles lo que detenga al público de ir a verla. Para los espectadores que disfrutan con pedos, vómitos y comentarios sobre raza o religión, esta película funcionará bien. Para aquellos devotos de la comedia con argumentos y diálogos pensados y mas elaborados probablemente resulte olvidable. Oportunidades sobran. A juzgar por el nivel de producción y recaudación, pueden hacer diez más.
Stepen Sommers es una suerte de especialista en híbridos. Hace un poco de una cosa y un poco de otra. Mientras prepara la remake de “Cuando los mundos chocan” (1952) ya dejó algunas muestras. “La momia” (1999, y su secuela) mezclaba Indiana Jones con el clásico de terror y luego “Van Helsing” (2004), era una sopa de monstruos enfrentados entre sí. Ni chicha ni limonada ¡bah!, pero en la taquilla local fue todo bien y sabemos lo que pasa con el crédito en Hollywood en estos casos. Con la primera de la saga que nos convoca hoy pasó lo mismo. No fue “¡oh!” pero levantó 400 palos en todo el mundo. ¿Por qué no hacer otra? En este caso se encargó de la producción y legó la dirección a otro. G.I. Joe, le recuerdo, eran unos dibujitos animados de la década del ’80, que junto a los Transformers y la versión animada de Rambo, eran la versión propagandística del gobierno de Reagan. Estados Unidos está en el planeta para salvarlo del terrorismo y defender la democracia en todos los países en los que intervenga. Aunque esos países no quieran, ellos van y lo salvan igual. Y calladitos la boca. Bajo esa premisa está construido el guión de “G.I. Joe: el contraataque”. Luego de una misión exitosa a favor del desarme, el grupo comando es atacado y exterminado con la excepción de tres de ellos: Flint (D.J. Cotrona), Jaye (Adrianne Palicki) y el capo Roadblock (Dwayne Johnson, otro de los sólidos actores de acción de estas épocas). El trío sobrevive y deberá descubrir quién fue el autor del ataque, aunque todo parece indicar que el problema está en casa. Más que subtrama, esta película tiene una historia paralela donde Zartan (Arnold Vosloo), Firefly (Ray Stevenson) y otros secuaces van en busca de Storm Shadow (Byung-hun-Lee), quien a su vez deberá elegir bando tarde o temprano. También está Snake Eyes (Ray Park) como un guardián vigilante de todo. Ambas tramas serán unidas por un mismo personaje: el presidente de los Estados Unidos (Jonathan Price, en doble papel) ¿Me olvido de alguien? ¡Ah!, sí, Bruce Willis también está, es el “Joe” máximo, el que ayuda a acomodar las cosas en su lugar. Sólo tiene que poner esa sonrisa socarrona de siempre y decir alguna línea irónica como que tiene problemas de colesterol. Sí, muchos personajes. Varios de ellos aparecen bastante después de establecida la historia y logran complicarla un poco hasta que entendemos qué hace cada uno. Como en USA sólo se preocupan por su propio mercado y después ven qué pasa afuera, los productores necesitaban una calificación “ATP”, con lo cual, a pesar de las toneladas de balas que se disparan, usted no verá sangre ni como producto de un raspón. Nada. Apenas algo de transpiración rociada convenientemente en la cabeza de los actores antes de cada toma. Eso sí, las secuencias de acción son muchas, a veces largas, y por cierto vertiginosamente filmadas. Toda la escena de la montaña es adrenalina pura (aunque se notan algunos trucos) Jon M. Chu dirigió las dos secuelas de “Step Up” (2008 y 2010), ambas una suerte de “Fama” (1979) de estas épocas, y salvo en el despliegue físico y algunas tomas interesantes, bastante mediocres. También dirigió el documental de “Justin Beaver” (2011) (¡Dios mío!), o sea todo bastante ligado al mundillo de la música y el baile. ¿Qué hace dirigiendo la segunda parte de G.I. Joe? Lo mismo que con las anteriores, dejar todo en la superficie comercial. En la era pop, su cine es como el chicle. Al principio tiene gusto artificial, y a medida que se lo va masticando hasta eso pierde.
El hecho de que el bisabuelo libanés de Grace haya llegado a Buenos Aires como uno de los tantos inmigrantes y luego se haya vuelto a su país para siempre tratando de cumplir una promesa a la edad de 60 años; mas unas cartas escritas por él desde su tierra natal, funciona en la bisnieta como un gran disparador para empezar a reconstruir la historia de ese costado de su familia. Comienzan las preguntas a la generación inmediata anterior y de allí en adelante, el recorrido del pasado en respuestas que dejan puntos grises, se transforma en una gesta para encontrarse con parte de su sangre y su esencia en el lugar donde todo comenzó...