Un vistazo a la vida cotidiana del comerciante porteño Dentro del Nuevo Cine Argentino nacido en la década del noventa del siglo pasado hubo un cortometraje clave y que no estuvo en Historias breves. Se llamaba Negocios (1995), de Pablo Trapero, y en 16 minutos contaba la vida -un modo de vida- de y en un negocio de repuestos para automotores de San Justo. El negocio de Negocios era el negocio del padre de Trapero. Negocios era un corto que respiraba autenticidad; algunos años después, Trapero daría la vuelta al mundo con Mundo grúa. En la tradición de Negocios se ubica Novias-Madrinas-15 años, de los hermanos Diego y Pablo Levy, que pintan, en un pequeño gran largometraje de una hora de duración, la vida -un modo de vida- de y en una sedería del barrio de Once. La sedería de Elías Levy, padre de los directores. Riesgo de documental casero familiar, anulado. Riesgos de amateurismo y de exceso de confianza, anulados. Riesgo de mera observación de ojo bovino (holgazán), anulado. Los directores, con radiante sencillez -lograda mediante capacidad de sustracción y claridad estructural sofisticadas-, obtienen una película honesta, modesta y entrañable. Presentan a cada empleado, que cuenta un poco de su vida, algo del trabajo, otro poco "del arte de la venta". Hay también algunos momentos de interacción con los clientes (que son casi todas clientas), otros momentos de la vida cotidiana en el local (prácticamente no hay planos fuera de él), y tenemos la sensación o, mejor dicho, la plena seguridad, de que se relata un mundo que se entiende, se conoce y se siente cercano. El último personaje en aparecer es el dueño, Elías, alias "el Negro". Para ese entonces, ya ha sido descripto y entrevisto su carácter (cascarrabias, gruñón, comprometido con su local). Y para ese momento de la película ya hemos atesorado las entrevistas no con telón de fondo sino con tela de fondo. Como si esas telas iluminadas fueran la pantalla azul o verde de los rodajes del Hollywood clásico, permiten imaginar los relatos que se nos cuentan, como si fueran a cobrar vida y movimiento ante nosotros: la historia de amor del viudo, el triunfo millonario en el casino en Europa del jugador, el coleccionismo "para evitar el psicólogo" del filatelista, el público con el que parece soñar el cantor. Novias-Madrinas-15 años relata un mundo cotidiano que a la vez parece estar en vías de extinción: los comercios de la ciudad de Buenos Aires atendidos por sus dueños y con empleados que ya llevan décadas trabajando. Empleados articulados, curtidos, no sin orgullo profesional y hasta con cierto amor por un local al que llegan mayormente señoras y chicas a comprar telas, con el plan de lucir espléndidas como novias, madrinas o quinceañeras.
Reactivo Vi La invención de Hugo Cabret de Martin Scorsese la semana pasada, luego de conocer las opiniones muy entusiastas –y hasta extasiadas– de no pocos críticos, varios de ellos de El Amante. Como editor de la revista tengo que tener en cuenta esas opiniones (las de los redactores de El Amante), y por eso la película fue a una de las tapas. Dos aclaraciones. 1. La otra tapa fue para Caballo de guerra, de Steven Spielberg. 2. El número de El Amante que sale hoy es el último en papel, el de marzo ya será digital. La misma El Amante pero en bits. Volvamos a La invención de Hugo Cabret: además de editar, en El Amante también hago crítica. Y, como crítico, escribí una nota en contra de la película. A más de una semana de haberla visto, tengo cada vez más objeciones. Las que siguen pueden leerse de forma independiente o como complemento a la nota publicada en El Amante. 1. La película aparece con varios títulos: Hugo, Hugo Cabret, La invención de Hugo Cabret. Me confirmaron que acá se estrenaba con la opción más larga, pero la opción más corta aparece en varias carteleras. En fin, el título más corto me parece más acertado. Porque “la invención” refiere a algo que vaya a saber uno qué es. Cuando la vean y, si saben, me avisan cuál sería la invención de Hugo. A la vez, el título largo está más a tono con la pomposidad de la película. 2. Que quede claro para los que se ofenden: Scorsese es un gran cineasta, cuya última gran película es de 1995 (Casino). Hubo después momentos, logros aislados en diversas películas, y su mejor trabajo de ficción post Casino me parece Los infiltrados, una remake. De todos modos, pocas veces Scorsese hizo una película tan poco vital y energética como Hugo (tal vez La última tentación de Cristo). Hugo es un monumento a los artistas, un monumento autocomplaciente, grandilocuente y plúmbeo como monumento fascista, por momentos absurdo en su llanura y en sus declamaciones. La película es un homenaje a Georges Méliès y a los pioneros del cine. Pero no hay juego, no hay fantasía: la película lo dice de frente. Es una película de un fetichismo primario: se ve el fragmento del reloj de Un hombre mosca en apuros con Harold Lloyd y más tarde Hugo repite la acción, así, sin más que pura reproducción, el cine se conecta con la vida del personaje para delicia de los cinéfilos que “reconocen”. Más que primario, el fetichismo en espejo de Hugo es de jardín de infantes o de guardería, no materno-infantil sino paterno-infantil, porque esta es una película sobre el padre. Obsesión católica y obsesión cinéfila. Combo Scorsese, que hasta mete en crucifijo bien visible en la casa de Méliès. 3. En el librito Cine de poesía contra cine de prosa - Pier Paolo Pasolini contra Eric Rohmer (Anagrama), Rohmer decía “cuando digo que puede existir un cine moderno que no sea una reflexión sobre el cine, eso no significa que sea un cine ingenuo. Yo distingo dos cines, el cine que se toma como objeto y como fin, y aquel que toma al mundo como objeto y es un medio.” Rohmer prefería el cine que tomaba al mundo como objeto. Hugo es una película, por el contrario, recontra reconcentrada sobre el cine. Cada dos minutos (o menos) hay alguna referencia a otras películas (además de fragmentos de varias). Desde Metrópolis a Los 400 golpes. De hecho, Hugo es una relectura de esta última. Pero la ópera prima de François Truffaut fue una película fundamental de la apertura hacia la ciudad: Antoine Doinel descubría la vida en las calles parisinas. Iba al cine, pero también buscaba el mar. Hugo vive en una estación de tren, y se estaciona en el cine, y Hugo se encierra en el llanto huérfano, en la búsqueda del cine como cobijo y en celebración de “los artistas” (por momentos, la película es tan simplona como esa canción de “quedan los artistas” que interpretaba Enrique Pinti moviendo frenéticamente un brazo en el teatro). Hugo es algo así como “la cinefilia explicada a los niños” (no, no voy a decir “cinefilia for dummies”): los cinéfilos somos buenos, somos justos, el mundo nos amenaza, y andamos buscando un padre. Por favor no me incluyan en ese colectivo. 4. La película está actuada con solemnidad, también por ese actor espantoso llamado Sacha Baron Cohen, que tal vez inaugure con este personaje la solemnidad de crueldad farsesca 3D. Su personaje aparece a intervalos regulares para intentar darle un poco de falso brío a la película, para “poner en peligro” a Hugo. Como los momentos de tensión, todo es terriblemente mecánico: las maneras de hablar, los flashbacks, los sueños. El diseño de producción está por encima de la fluidez y el 3D se usa para que los críticos digan que está bien usado. Es decir, sin grandes alardes como tirar cosas hacia la platea, pero con gran profundidad de campo y con travellings hacia adelante. Lo mismo que Scorsese hacía sin el 3D. Me sigo preguntando porqué ha gustado tanto a tantos críticos esta película. Rohmer ya tenía la respuesta. En una entrevista, citaba grandes películas que hablaban “más del mundo que del cine” y luego decía: “me doy cuenta, a menudo, que los críticos admiran muchos de los films que he citado, pero no saben muy bien qué decir de ellos, mientras que cada vez que un film toma al cine como objeto, se puede hablar de él, se habla mucho.” Tal vez, entonces, Hugo sea tan festejada porque se sabe qué decir sobre ella. Pero no se debe confundir la abundancia de reacciones con la calidad del reactivo.
Vi los dos estrenos “importantes” y “con nominaciones y premios” de esta semana. La dama de hierro; sí, sobre Thatcher, con Meryl Streep. Y Los descendientes; sí, la que protagoniza George Clooney y dirige Alexander Payne. Pero ayer, 2 de febrero, fue el Día de la marmota. 1. La dama de hierro es un desperdicio histórico, en un doble sentido. Porque es un desperdicio de grandes proporciones y porque desperdicia gran parte de la atractiva historia política de Margaret Thatcher. La directora es Phyllida Lloyd, la de Mamma mia! (ay). Y hace una película que podría haber sido apasionante y es en su mayor parte apenas una película sobre Thatcher vieja, reiterativa, hecha para el lucimiento de Meryl Streep y las diecinueve personas que formaron parte del equipo de maquillaje. Sí, diecinueve. Una se encargó de “efectos especiales de dientes”. Bueno, eso, la película tiene dos nominaciones al Oscar: una para Streep, otra para el maquillaje. Más allá de esos logros ostentosos es una película muy frustrante, porque cada tanto se nos brinda un poco de la historia política de Thatcher, y en esos momentos está la película que podría haber sido. No estoy diciendo que la directora de Mamma mia! (mamma mia) podría haber logrado una gran película, pero si se hubiera mantenido en la política podría haber hecho una biografía convencional y no una historia plañidera de una señora vieja no plañidera que alucina con su marido muerto. Con algo convencional y narración para adelante estábamos hechos, Phyllida. Pero la señora quiso hacer una “película de gran actuación”. Y la mayoría de las veces, cuando vemos demasiado al actor o a la actriz es porque la película es escasa. 2. Los descendientes. Es buena. Y es de un muy buen director. Alexander Payne hizo Election, About Schmidt, Entre copas. Todas grandes películas. En Los descendientes está George Clooney. Nominado, elogiado, etc. Sí, Clooney está muy bien, y actúa con todo el cuerpo. Sí, Clooney es versátil. A veces, demasiado versátil, parece diluirse, evaporarse; en los mejores casos se ensambla sin ruidos con la película, como en la mayor parte de Los descendientes. Pero por momentos se evapora sin más, y parece chupar energía de la narración. En Los descendientes hay algo de languidez excesiva, de buen manejo narrativo sin ajustar del todo. Como si Payne confiara demasiado en sus personajes y en sus dramas y dejara a su película menos apuntalada de lo necesario. Así, tal vez por demasiada blandura, hay algunos flancos débiles: uno es la trama inmobiliaria, arbitraria y abrupta como para hacer descansar sobre ella un montón de riesgos interpretativos. Y otro es que los engañados se enojan más con el tercero en discordia que con su propia pareja, como en una telecomedia argentina (¿por qué no le hacen reclamos al que les prometió algo?). Hay algunos buenos personajes en la película además del de Clooney, como su hija adolescente y su novio. Ese triángulo de relaciones es lo mejor del relato, el menos rígido, el que se siente más vivo: hay más tensión y más furia, nada de languidez. Tal vez este tono más amable de Payne que había comenzado en Entre copas (Election y About Schmidt eran películas casi malvadas de tan corrosivas) funcione mejor con historias más soleadas, menos sombrías que la de Los descendientes. 3. Día de la marmota. Groundhog Day. Es un día que se conmemora en un pueblito de Estados Unidos, una festiva superstición climática. Y además, ya saben, es una película acá estrenada en cines como Hechizo del tiempo y emitida por cable como Día de la marmota. Sí, esa dirigida por Harold Ramis con guión de Danny Rubin y tiene la mejor actuación de Bill Murray. Una de las grandes películas de la historia. ¿No la vieron? No sé que están haciendo perdiendo el tiempo leyendo esto. Véanla ya. Es de esas que seguramente van a querer volver a ver.
Vi los dos estrenos “importantes” y “con nominaciones y premios” de esta semana. La dama de hierro; sí, sobre Thatcher, con Meryl Streep. Y Los descendientes; sí, la que protagoniza George Clooney y dirige Alexander Payne. Pero ayer, 2 de febrero, fue el Día de la marmota. 1. La dama de hierro es un desperdicio histórico, en un doble sentido. Porque es un desperdicio de grandes proporciones y porque desperdicia gran parte de la atractiva historia política de Margaret Thatcher. La directora es Phyllida Lloyd, la de Mamma mia! (ay). Y hace una película que podría haber sido apasionante y es en su mayor parte apenas una película sobre Thatcher vieja, reiterativa, hecha para el lucimiento de Meryl Streep y las diecinueve personas que formaron parte del equipo de maquillaje. Sí, diecinueve. Una se encargó de “efectos especiales de dientes”. Bueno, eso, la película tiene dos nominaciones al Oscar: una para Streep, otra para el maquillaje. Más allá de esos logros ostentosos es una película muy frustrante, porque cada tanto se nos brinda un poco de la historia política de Thatcher, y en esos momentos está la película que podría haber sido. No estoy diciendo que la directora de Mamma mia! (mamma mia) podría haber logrado una gran película, pero si se hubiera mantenido en la política podría haber hecho una biografía convencional y no una historia plañidera de una señora vieja no plañidera que alucina con su marido muerto. Con algo convencional y narración para adelante estábamos hechos, Phyllida. Pero la señora quiso hacer una “película de gran actuación”. Y la mayoría de las veces, cuando vemos demasiado al actor o a la actriz es porque la película es escasa. 2. Los descendientes. Es buena. Y es de un muy buen director. Alexander Payne hizo Election, About Schmidt, Entre copas. Todas grandes películas. En Los descendientes está George Clooney. Nominado, elogiado, etc. Sí, Clooney está muy bien, y actúa con todo el cuerpo. Sí, Clooney es versátil. A veces, demasiado versátil, parece diluirse, evaporarse; en los mejores casos se ensambla sin ruidos con la película, como en la mayor parte de Los descendientes. Pero por momentos se evapora sin más, y parece chupar energía de la narración. En Los descendientes hay algo de languidez excesiva, de buen manejo narrativo sin ajustar del todo. Como si Payne confiara demasiado en sus personajes y en sus dramas y dejara a su película menos apuntalada de lo necesario. Así, tal vez por demasiada blandura, hay algunos flancos débiles: uno es la trama inmobiliaria, arbitraria y abrupta como para hacer descansar sobre ella un montón de riesgos interpretativos. Y otro es que los engañados se enojan más con el tercero en discordia que con su propia pareja, como en una telecomedia argentina (¿por qué no le hacen reclamos al que les prometió algo?). Hay algunos buenos personajes en la película además del de Clooney, como su hija adolescente y su novio. Ese triángulo de relaciones es lo mejor del relato, el menos rígido, el que se siente más vivo: hay más tensión y más furia, nada de languidez. Tal vez este tono más amable de Payne que había comenzado en Entre copas (Election y About Schmidt eran películas casi malvadas de tan corrosivas) funcione mejor con historias más soleadas, menos sombrías que la de Los descendientes. 3. Día de la marmota. Groundhog Day. Es un día que se conmemora en un pueblito de Estados Unidos, una festiva superstición climática. Y además, ya saben, es una película acá estrenada en cines como Hechizo del tiempo y emitida por cable como Día de la marmota. Sí, esa dirigida por Harold Ramis con guión de Danny Rubin y tiene la mejor actuación de Bill Murray. Una de las grandes películas de la historia. ¿No la vieron? No sé que están haciendo perdiendo el tiempo leyendo esto. Véanla ya. Es de esas que seguramente van a querer volver a ver.
La película de la semana es, por supuesto, otra, la que dirige Clint Eastwood, cuyas películas son vistas por mucho menos gente que las de Guy Ritchie (ese de las Sherlock Holmes que se hace el canchero). J. Edgar es una gran película sobre John Edgar Hoover, primer director del FBI, que tuvo ese cargo 48 años (más años que los 41 que lleva Eastwood como director de cine). Poder, política y melodrama en la visión sabia de Eastwood. Eastwood se mete con una figura polémica, “controversial” como dicen en inglés, con alguien temido y odiado, incluso temido por los presidentes que fueron pasando mientras él no se movía del FBI. Y, otra vez a repetirse, lo que sigue es un fragmento de una extensa nota sobre Eastwood que publiqué en Ñ la semana pasada: J. Edgar no es solamente una película sobre el poder, o sobre 50 años fundamentales (1924-1972) del siglo XX en Estados Unidos, es una película sobre la autoconstrucción mítica de un self-made man, como lo era El ciudadano de Orson Welles. De hecho, el detalle más discordante de la película, el del maquillaje de los actores “para hacerlos viejos”, quizás sea un guiño a la película de Welles. Leonardo Di Caprio como Hoover viejo parece Welles como Kane viejo. Y hasta podrían verse en la lealtad de Clyde Tolson (Armie Hammer) ecos de la lealtad de Jedediah Leland (Joseph Cotten) hacia Kane. También como El ciudadano, J. Edgar es una película sobre el estatuto de la verdad. Cómo se construyen historias y la Historia con pequeños desvíos, pequeños egoísmos, pequeñas mentiras fundamentales. También, como en El ciudadano, la estructura temporal de la película marca vaivenes, que también están en los puntos de vista. Experto narrador, Eastwood hace que parezcan naturales, tersas y fluidas sus profundas reflexiones sobre el relato, que también llegan a reflexiones sobre sí mismo y su estatuto como artista americano. Si algunos creían que en El ciudadano una vida se resolvía con la clave de un trineo de la niñez porque esa, la última palabra de un moribundo (soberbia humorada de Welles, que también distraía mientras contaba otra cosa), ante J. Edgar no faltarán quienes vean en uno o dos detalles la clave de la vida de un manipulador y chantajista temible y fascinante como Hoover. Eastwood ve más allá, es más sabio, y puede hacer no solamente una biopic trágica de gran alcance (como la que quiso hacer y solo hizo a medias Oliver Stone en Nixon) sino que además puede releer grandes hechos criminales y, por si fuera poco, hacer una gran película de amor nada feliz.
Visiones y televisiones No quiero repetirme. ¿Repetirme? ¿Qué expresión es esa? ¿Significa clonación? En realidad habría que decir “no quiero repetir lo que ya dije”, ¿no quiero? No sé si no quiero. Bah, lo repito. Ya dije acá que las películas, cuando empiezan, fresquitas, suelen prometer. Vamos otra vez: Peter Capusotto y sus 3Dimensiones, dirigida por Pedro Saborido, empieza y promete. Lo que esperamos que sea una mera sucesión de sketches y una versión mejorada del programa de televisión empieza con una promesa de unidad temática: la reflexión disparatada y ácida sobre el concepto de entretenimiento. Y se parte del 3D, con buenas observaciones sobre el fenómeno actual de los anteojitos en el cine. Bien, así como en la televisión, acá también Peter Capusotto reflexiona sobre el medio en cuestión. Pocos minutos después llega el mejor momento de la película, el que combina pertinencia, lógica humorística, creatividad y ritmo: Violencia Rivas y la canción que dice “ponete los anteojos y mírame ésta”. Pero desde ahí todo se diluye: las referencias al concepto de entretenimiento se hacen cada vez más forzadas y espaciadas, hay pocas canciones, falta tensión cómica, hay sketches muy largos y fallidos (el de Micky Vainilla, el de las “sectas suburbanas”). Aquí y allá aparece algún buen chiste aislado y filoso (sobre todo en el sketch de Bombita Rodríguez), pero la promesa de unidad temática no se cumple y, sobre todo y mucho más importante, al no tener en cuenta la magnificación del tiempo, la concentración y la atención que proporciona el cine, la película se aplasta rítmicamente, y asistimos a uno de los grandes defectos de la televisión trasladada a la pantalla grande y a la sala oscura: eso que nos parecía muy bueno mientras ordenábamos las remeras del placard no merece nuestra atención completa en el cine. En el cine somos espectadores más dedicados que en la televisión. Y Peter Capustto y sus 3Dimensiones debió llegar al cine más trabajada, más armada, con más y mejores chistes, con más ideas, con más canciones, con más variedad. Debió darnos menos respiros, menos tedio, menos sopor. Incluso debió, por lo menos, haber tenido más animales de juguete de mala calidad. No se puede ser tan escaso y confiar tanto en el éxito televisivo. Quizás la película sea un éxito, pero triunfar y vender no necesariamente es convencer. Peter Capusotto y sus 3Dimensiones debió haberse mirado en un espejo como el de El mundo según Wayne de Penelope Spheeris y no en la tradición local de “esto tuvo éxito en la televisión, repitamos el éxito en el cine con la mera repetición y el descarado estiramiento del producto”.
Una película contra otra Para empezar, hay que decir que la película tiene ritmo veloz, tiene suspenso político, tiene un muy buen comienzo ¿quién ganará las primarias demócratas? ¿quién logrará la alianza con el tercero en cuestión? ¿qué asesor dirá la frase más inteligente? Esa zona de la película, concentrada en su primera mitad, apoya su innegable eficacia en tres pilares. Uno son los diálogos “pingponeros”: ataques y contrataques astutos, rápidos, que suenan como una percusión ágil, liviana. Otro son los actores, sobre todo Philip Seymour Hoffman (con su decir un poco cansado, un poco obeso, un poco fastidiado, un poco de vuelta de todo), Paul Giamatti (que pone toda su depresión física, sus hombros vencidos y su rictus de desagrado al servicio de un personaje cínico), Marisa Tomei (que siempre tiene chispa y vivacidad roedoras) y Ryan Gosling (en esa primera parte, cuando le dicen que puede divertirse). El tercer pilar es múltiple, y tiene que ver con el “look”: los actores se mueven velozmente, o hablan velozmente, como flechas con dirección clara, y el vestuario de campaña política (o de película de campaña política) en invierno en Estados Unidos es atractivo, y en Hollywood incluye sobretodos a medida, que son muy fotogénicos. Hasta ahí, viene bien. Pero. PERO. Pero a alguien se le ocurrió que había que ponerle un conflicto graaave al asunto. Y ahí vamos. A Gosling le deben haber dicho: a partir de ahora, la cara ya no es relajada y canchera sino grave y apesadumbrada. Y ahí va Gosling, que es un actor que actúa. No es malo para actuar, pero es un actor que actúa y se nota que actúa. No es como Matt Damon, que parece fluir naturalmente, hacerse uno con la película (comparen este asesor político de Gosling con el feliz y cinético político de Damon en Agentes del destino). Gosling no respira cine, respira actuación y eso, para el cine, no es lo mismo. Volvamos al conflicto graaave. O más bien a la idea de presentarlo como graaave. No les voy a contar cuál es, se van a dar cuenta porque a partir de ese momento –en el que todavía no pasó nada realmente graaave– Gosling cambia la cara y le tiran sombra y le tiran música recontra graaave (lo del exceso de música y del tono de la música de la secuencia después del llamado a las dos y pico de la mañana es realmente asombroso, subraya tanto que se rompe la hoja). Desde ese punto hasta el final, la película se va encorsetando para trabajar más y más sobre el dilema moral y el fin de la supuesta inocencia para que salgamos diciendo “ah, qué sucia la política” (y, sinceramente, aquello ante lo que se escandaliza la película es apenas un jarabe para la tos comparado con el whisky político habitual). Para llegar a describir su podredumbre, a la película no le importan cuestiones de notable inverosimilitud (en un film que se las da de realista porque la realidad es así de corrupta, ¿vio?), como que el personaje de Gosling no tenga casi nada de plata en su cuenta bancaria, para así tener que pedir la caja chica de la campaña (dato que no va absolutamente a ningún lado narrativamente hablando). La película del Clooney bueno (el de las comedias, el que actúa con facilidad, el que mira con ironía no exenta de oscuridad) al final se convierte en la del Clooney sermonero y cariacontecido (el de El ocaso de un asesino, el de esa cosa horrible llamada Michael Clayton). Como el afiche con la tapa de Time, Secretos de estado está partida al medio.
Tan recién nacidas, tan llenas de futuro, la mayoría de las películas son prometedoras cuando empiezan. En sus primeros minutos, también Robo en las alturas lanza una serie de promesas. Comienzo musical con un bajo fuerte, ritmo de funk, luz opaca y bien definida del experto Spinotti, muchos personajes interpretados por actores conocidos, velocidad, una increíble pileta en una terraza, horizonte de entretenimiento estilo años ochenta con Alan Alda, Eddie Murphy y Matthew Broderick. Y Ben Stiller como protagonista, en el papel de un empleado ultra- profesional, leal y obsesivo, encargado de un edificio-torre de lujo de Nueva York, en donde viven ricos muy ricos. Muchos personajes, muchas relaciones, un espacio privilegiado. Buena base para que un buen director haga una buena película. No es el caso de Brett Ratner, director de desastres y mediocridades como Dragón rojo y Hombre de familia. Y llega el conflicto, "lo que desata la acción": el ricachón mago de las finanzas interpretado -con cierto cansancio- por Alda es detenido por el FBI. Otra vez estafas de gente de Wall Street en el cine de los Estados Unidos de hoy. Esta estafa, además, afecta a los trabajadores del edificio. Pero esta película no piensa la crisis. No piensa, no duda: apenas hace demagogia. Los que no son malos son buenos, y ya. Y se lanza desguarnecida (eso es no pensar: no tener defensas) a la mezcla de acción con comedia bajo el paraguas del formato plan-para-robo-justiciero. Entonces pasan muchas cosas, todas malas. Con la excepción de la irrupción de Téa Leoni, con hermosas arrugas, sentido del humor y andar de botas firmes. Pero (también) la línea de romance se corta en cualquier lado. Y se suceden acciones o se encuentran objetos cuya explicación se hace verbalmente a posteriori, porque la narración avanza a ponchazos que dejan agujeros incomprensibles (¿la audiencia judicial adelantada?). La acumulación de personajes es tal que en el momento del "gran robo" a varios no se les encuentran tareas para hacer, como cuando en un asado hay demasiada gente dando vueltas por la parrilla. Las arbitrariedades del plan, de las suposiciones, de las habilidades de los personajes se acumulan y revelan una película desorganizada, desajustada, chapucera; se nos oculta información o se nos la da a lo bruto; no hay línea, no hay forma. Eso sí, hay plata para contratar actores. También hay comparaciones posibles con otras películas de robos, como con El plan perfecto de Spike Lee. En ese film había ritmo, precisión e intriga, aquí ausentes. Y con la reciente Misión: Imposible, porque hay gente colgando del lado de afuera de una torre. Pero el "robo en las alturas" de Robo en las alturas está contado con un desgano digno de un caso promedio de carteristas en el subte.
Este jueves 12 de enero debería vivir en la gloria: es el día del estreno en Argentina de Los Muppets, una de las mejores películas que puedan imaginarse. Una de esas películas para ver una y otra vez (yo ya la vi cuatro veces). Pero... ...pero este jueves 12 de enero también marca un día que debería vivir en la infamia, en la desesperanza cinematográfica y cultural. Intenten ver Los Muppets en versión subtitulada y verán que es una misión dificilísima. Apenas hay tres funciones por día (una en Showcase Belgrano, otra en Showcase Norte, otra en Showcase Córdoba) en versión original con subtitulado en castellano. Por lo menos eso es lo que se anunció. Esperemos que esas funciones revienten de público y tengan que agregar más funciones subtituladas. Hice dos textos bastante extensos sobre Los Muppets, uno está en el número de El Amante que está en los kioscos. Otro lo escribí para ADN y lo pueden leer acá. En ambos casos digo que la verdadera película es la de la versión original. Y aclaro una vez más que la película que tanto he elogiado es la de la versión original. La versión doblada es otra cosa: se pierden chistes, las canciones pierden gracia, el sonido es menos crujiente. Y se pierden las voces originales, nada menos. Aclaro, además, que vi las dos versiones: una vez la doblada y tres veces la subtitulada. Hace varias semanas escribí esta nota acerca del avance de esa mutilación para tiempos culturalmente decadentes llamada doblaje. Pensé que estábamos mal. Ahora, con el estreno de Los Muppets, veo que estamos aún peor. Recomendación 1: Vean Los Muppets Recomendación 2: Vean Los Muppets en idioma original y con subtítulos. Recomendación 3: Combatamos el doblaje. Recomendación 4: Busquen la banda de sonido en inglés. Otro estreno de la semana, Historias cruzadas (The Help) es también recomendable. El título original hace referencia a “la ayuda” hogareña, a las mucamas negras del sur de Estados Unidos en un momento crucial de la lucha por los derechos civiles. La película se centra en un puñado de casas, un puñado de familias, un puñado de mucamas. Y en una escritora que decide contar esas historias. Esas historias encajan en la Historia sin excesos enfáticos, con una bienvenida tersura narrativa. Por supuesto, a los logros de la película ayuda Emma Stone, la sonoridad de su risa, la frescura de su risa, la franqueza de su risa, la profundidad de su risa proveniente de su voz grave (gracias Kathleen Turner). El cine, joder, es sonoro hace rato. Cuando el doblaje siga avanzando y películas como Historias cruzadas se estrenen dobladas nos perderemos, también, la voz de Emma Stone. Y Emma Stone ya no será ella. ¿O ustedes creen que serían los mismos si estuvieran doblados en otro idioma? Recomendación 5: Combatamos el doblaje. Recomendación 6: Vean Historias cruzadas. Recomendación 7: si no conocen a Emma Stone, ocúpense. No saben lo que se pierden. Recomendación 8: Combatamos el doblaje. Recomendación 9: presten atención a lo parecidas que son Bryce Dallas Howard y Jessica Chastain, ambas en Historias cruzadas. Recomendación 10: Combatamos el doblaje
Este jueves 12 de enero debería vivir en la gloria: es el día del estreno en Argentina de Los Muppets, una de las mejores películas que puedan imaginarse. Una de esas películas para ver una y otra vez (yo ya la vi cuatro veces). Pero... ...pero este jueves 12 de enero también marca un día que debería vivir en la infamia, en la desesperanza cinematográfica y cultural. Intenten ver Los Muppets en versión subtitulada y verán que es una misión dificilísima. Apenas hay tres funciones por día (una en Showcase Belgrano, otra en Showcase Norte, otra en Showcase Córdoba) en versión original con subtitulado en castellano. Por lo menos eso es lo que se anunció. Esperemos que esas funciones revienten de público y tengan que agregar más funciones subtituladas. Hice dos textos bastante extensos sobre Los Muppets, uno está en el número de El Amante que está en los kioscos. Otro lo escribí para ADN y lo pueden leer acá. En ambos casos digo que la verdadera película es la de la versión original. Y aclaro una vez más que la película que tanto he elogiado es la de la versión original. La versión doblada es otra cosa: se pierden chistes, las canciones pierden gracia, el sonido es menos crujiente. Y se pierden las voces originales, nada menos. Aclaro, además, que vi las dos versiones: una vez la doblada y tres veces la subtitulada. Hace varias semanas escribí esta nota acerca del avance de esa mutilación para tiempos culturalmente decadentes llamada doblaje. Pensé que estábamos mal. Ahora, con el estreno de Los Muppets, veo que estamos aún peor. Recomendación 1: Vean Los Muppets Recomendación 2: Vean Los Muppets en idioma original y con subtítulos. Recomendación 3: Combatamos el doblaje. Recomendación 4: Busquen la banda de sonido en inglés. Otro estreno de la semana, Historias cruzadas (The Help) es también recomendable. El título original hace referencia a “la ayuda” hogareña, a las mucamas negras del sur de Estados Unidos en un momento crucial de la lucha por los derechos civiles. La película se centra en un puñado de casas, un puñado de familias, un puñado de mucamas. Y en una escritora que decide contar esas historias. Esas historias encajan en la Historia sin excesos enfáticos, con una bienvenida tersura narrativa. Por supuesto, a los logros de la película ayuda Emma Stone, la sonoridad de su risa, la frescura de su risa, la franqueza de su risa, la profundidad de su risa proveniente de su voz grave (gracias Kathleen Turner). El cine, joder, es sonoro hace rato. Cuando el doblaje siga avanzando y películas como Historias cruzadas se estrenen dobladas nos perderemos, también, la voz de Emma Stone. Y Emma Stone ya no será ella. ¿O ustedes creen que serían los mismos si estuvieran doblados en otro idioma? Recomendación 5: Combatamos el doblaje. Recomendación 6: Vean Historias cruzadas. Recomendación 7: si no conocen a Emma Stone, ocúpense. No saben lo que se pierden. Recomendación 8: Combatamos el doblaje. Recomendación 9: presten atención a lo parecidas que son Bryce Dallas Howard y Jessica Chastain, ambas en Historias cruzadas. Recomendación 10: Combatamos el doblaje