¿Cómo encarar este thriller con toquecitos de terror que, en realidad, es una remake de la película tailandesa “13 Game Sayawng” (2006), mucho más cómica y psicológica? El film dirigido por Daniel Stamm –el mismo de “El Último Exorcismo” (The Last Exorcism, 2010)-, tiene detrás toda la maquinaria productora de Jason Blum, creador de franquicias terroríficas como “Actividad Paranormal” o “La Noche del Demonio”. Por momentos, “13 Sins” (2014) se parece a un capitulo macabro de “La Dimensión Desconocida” y por otros, muta en una versión “soft” de “El Juego del Miedo”. Lo malo es que no termina de decidirse que quiere ser: una película “seria” que trata de analizar el comportamiento humano ante ciertas situaciones extremas, o una burla de sí misma y del género, que tanto provecho sacó de estos mismos escenarios durante las últimas dos décadas. Elliot (Elliot) es un loser con todas las letras. Un gran vendedor que, en vez de conseguir un ascenso, lo ponen de patitas en la calle, tiene más deudas que plata en la cuenta bancaria, está por casarse con su novia embarazada y debe mantener a un hermano discapacitado y a su padre cascarrabias que está a punto de ser desalojado. Sí, todo mal y encima va por la vida con una actitud súper pasiva que pondría nervioso a cualquiera. Hasta que recibe una llamada misteriosa donde lo invitan a participar de un juego que podría convertirlo en millonario… si logra completar las trece tareas que se le irán asignando en un período de 36 horas. Elliot duda, porque está en su naturaleza dudar y no tomar ningún riesgo, pero después de matar a una insignificante mosca (la primara parte del juego), decide participar sin tener en cuenta las consecuencias. Lo que al principio parece dinero fácil, pronto se convierte en una acumulación de actos cada vez más siniestros y, aunque por momentos el pibe duda, la satisfacción de poder realizarlos le da cierta confianza para seguir avanzando, algo que sus patrocinadores en parte buscan y explotan. Esta serie de extrañas situaciones pronto llama la atención de la policía local y del detective Chilcoat (el genial Ron Perlman), que empieza a sospechar que hay algo más detrás de la rara conducta de este tipo. Los amantes del género la van a disfrutar, los que busquen un análisis más profundo sobre la desesperación y la codicia humana se van aquedar con gustito a poco. Stamm logra crear buenos climas y que la historia avance de forma entretenida, pero no hay mucho más que algunas escenas sangrientas, personajes molestos y el “inevitable” giro de la trama al final. Para mirar con el balde de pochoclos en la mano, al menos que uno sea lo suficientemente impresionable como para atragantarse.
Jason Blum (y su Blumhouse Productions) -el nuevo rey Midas del cine de terror hecho con dos mangos-, vuelve a unir fuerzas con Michael Bay, pero esta vez el resultado no es tan fructífero como en otras ocasiones. Franquicias como la de “Actividad Paranormal”, “La Noche del Demonio”, “Sinister” y “The Purge” cambiaron las reglas de producción en Hollywood y lograron generar unos cuantos sustos en la última década o, al menos, atraer el interés de los amantes de un género que no goza de las mejores ideas. La compañía Hasbro consigue colocar otro de sus juguetes entre los argumentos cinematográficos y convierte a la famosa tablita “contactadora” de espíritus en una excusa para contar una nueva (y trillada) historia sobre casas y artefactos embrujados. “Ouija” (2014) es el debut tras las cámaras de Stiles White, miembro estable de la compañía de efectos especiales de Stan Winston (Q.E.P.D.) y guionista de varios bodrios como “Posesión Satánica” (The Possession, 2012) o “Cuenta Regresiva” (Knowing, 2009). Junto a su eterna colaboradora Juliet Snowden, le dieron forma a esta aventura adolescente llena de lugares comunes, sustos predecibles y personajes tan inverosímiles que uno termina lamentando haber perdido noventa preciados minutos de su vida en una oscura sala de cine. Por más que lo pienso no hay nada que pueda rescatar de esta película donde sólo existen personajes haciendo cosas que no deben sin ningún adulto a la vista. Los padres están de viaje, los maestros ¿quién sabe dónde? y la policía ni siquiera investiga las horrendas y misteriosas muertes que le acontecen a este grupo de jovenzuelos. White no se molesta en agregar ningún recurso narrativo o visual significativo (ya no digo innovador). Sepán que el ajustado presupuesto de cinco millones de dólares no siempre es un obstáculo para la originalidad y el buen gusto. ¿Alguien dijo “The Babadook” (2014)? Tras el misterioso comportamiento y posterior “suicidio” de su amiga Debbie (Shelley Hennig), Laine (Olivia Cooke) está resuelta a encontrar las causas que la llevaron a tomar semejante decisión. Para ello arrastra a un grupo de compinches hacia la casa abandonada de la familia y así tratar de contactar con su espíritu a través del mismo juego que disfrutaban de chiquitas. Un poco escépticos y otro poco asustados, los jóvenes acceden a formar parte de este “ritual” con la Ouija que pertenecía a la muertita y tras varios intentos logran conectar con un alma en pena que, oh sorpresa, no es la que estaban esperando. Sin saberlo, los pibes despiertan el espíritu maligno de una madre asesina que ocupó la vivienda en décadas pasadas. De a poquito, van a ir pereciendo uno a uno porque con estas cosas no se jode y tienen que pagarlo de alguna manera. Laine y su hermana Sarah (Ana Coto) harán lo posible para detener esta locura mortífera antes de que les toque el turno a ellas, obviamente. Si todo esto les suena conocido y que ya lo vieron hasta el hartazgo en infinidad de films parecidos, no se equivocan. “Ouija” nos remite hasta la saga de “Destino Final”donde, una vez más, deseamos que nadie salga con vida. Consejo de amigos: no jueguen con cualquier porquería embrujada que se les cruce… ni vayan a ver películas como esta. El resultado, en ambos casos, es el mismo, una muerte segura.
La sensación que surge ante el final de esta nueva trilogía épica dirigida por Peter Jackson (y las tres películas, en general), es la misma que muchos experimentamos ante el estreno de las últimas entregas de “Star Wars”: a diferencia de un buen vino, el paso de los años no las favorece en lo absoluto. ¿Cómo puede ser que estos directores que comparten su amor por los avances tecnológicos en cuanto al séptimo arte se refieren, no hayan podido usar todos estos “trucos” a favor de la historia para, de haber sido posible, mejorar aquello que los destacó en décadas anteriores? Entonces aparece otra pregunta: ¿hubiese podido Peter Jackson superarse a sí mismo con un relato de poco más de 300 páginas separado en tres films que casi abarcan nueve horas de nuestras vidas? La respuesta es un NO rotundo. Todo lo que el director neozelandés consiguió con la trilogía de “El Señor de los Anillos” (The Lord of the Rings) –el exitosísimo resurgimiento de la epopeya fantástica, las películas a gran escala, la genial puesta en escena y los efectos especiales-, acá se desluce, molesta y resulta tan inverosímil dentro de su propio universo mágico que se añoran hasta las mínimas fallas del primer trío de películas. Al final Viggo Mortensen (y sus críticas) tenía razón: Jackson se concentró tanto en el CGI, los 48 FPS, el 3D HFR y demás siglas que perdió la esencia de contar una buena historia, tan épica y dramática como las anteriores, dotar a sus personajes de cierto carisma y enamorarnos con un sinfín de criaturas salidas del imaginario de J.R.R. “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos” (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014) falla desde el minuto cero. Jackson siempre se tomó su tiempo para narrar las situaciones (muchas veces excesivo) y acá, inexplicablemente, se queda corto a pesar que la película apenas dura unos 144 minutos. Lo mejor de toda la trilogía, sin dudas, fue Smaug el dragón (con la increíble voz de Benedict Camberbatch) y su encuentro con Bilbo (Martin Freeman), muy al estilo sherlockiano. La temible criatura alada vuelve a aparecer, obviamente, pero su paso es tan fugaz que le resta toda importancia a este gran personaje, a la escena y a su posible verdugo. (No spoileamos para aquellos que no conozcan la historia). Hay un motivo por el que este capítulo fue renombrado como “La Batalla de los Cinco Ejércitos” (el original era “El Hobbit: Partida y Regreso” tomando el nombre de la novela de Tolkien), la contienda dura unos 45 minutos en pantalla -una de las más largas que se haya mostrada hasta ahora- y, a pesar de que es llevadera y entretenida, perdió ese “aire” épico y aventurero al que Jackson ya nos tenía acostumbrados. La proliferación de criaturas y personajes digitales es tan obvia y mecánica que el dramatismo de la batalla se diluye, ni hablar de esos momentos absurdos que el director siempre incorpora y que suelen tener a Legolas (Orlando Bloom) como protagonista. Why?! Why?! “El Hobbit” es un cuentito mucho más infantil y carente de esa gran oscuridad que prolifera en la historia de Frodo y el anillo. Jackson se toma algunas libertades (hasta donde los derechos de autor lo dejan) y trata de explicar algunas cosas y relacionar ambas fábulas (separadas por unos 60 años) a partir de ciertos detallecitos bastante forzados, por si algún espectador desprevenido no sabe que hubo una trilogía previa. (Bah, fan service ringer, si se quiere). Desde la primera película se notó el “estiramiento” de la novela y, acá, el director podría haber utilizado el tiempo para jugar con un montón de elementos y cerrar mejor esta historia que, tal vez no necesite dieciocho finales, pero se queda con una conclusión bastante insulsa. Ya vendrán las ediciones extendidas en DVD, suponemos, pero hubiera sido interesante dedicarles unos cuantos minutos de más a esos personajes que no volveremos a ver. Ya dijimos que, de entrada, hay que solucionar el problemita con el escupefuego que, tras ser despertado y desterrado de la Montaña Solitaria por la compañía de enanos con Thorin (Richard Armitage) a la cabeza, decide vengarse agarrándose con la pacifica gente de Ciudad del Lago. Bardo (Luke Evans) juega un papel fundamental en este enfrentamiento y en guiar a su gente hasta un refugio seguro tras la destrucción que deja la bestia. La única opción es la abandonada y ruinosa Ciudad de Valle, pero algo pasó con “Escudo de Roble”, la enfermedad del Dragón y la codicia lo cambiaron y ve esta maniobra como una amenaza a su nueva fortuna recuperada. El enano ya no confía ni en su sombra lo que provoca el malestar de los humanos, los elfos silvanos y los temibles orcos que también quieren la montaña, punto estratégico para empezar a conquistar la Tierra Media. Habrá que tomar una decisión: enanos, hombres y elfos van a la guerra o unen fuerzas contra la avanzada de los orcos y, a la larga, alguien mucho más oscuro y perverso. ¿Adivinan? Así se dan las cosas, mucha flecha, garrotazo, bajas en todos los bandos, pero a “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos” le sigue faltando drama y aventura, y le sobra una “comicidad” y absurdo que, seguramente, Pedro no andaba buscando. Jackson perdió la magia bajo un montón de truquitos digitales que no aportan nada, sino todo lo contrario. Martin Freeman y su Bilbo siguen siendo el alma de esta epopeya y, a pesar de que todos los actores están correctísimos en sus papeles, el guión no les alcanza para tocar nuestras fibras más íntimas. Adiós a la Tierra Media y a las eternas trilogías… ¿por ahora? Esta vez el viaje no fue tan épico y legendario, pero nadie nos quita lo bailado y las horas que pasamos en la oscura sala del cine atestiguando como Peter Jackson le da vida a los mundos imaginados por J.R.R. Tolkien hace más de setenta años.
Increíblemente, las adaptaciones cinematográficas de las novelas de Dennis Lehane han logrado salir airosas tras pasar por la maquinaria hollywoodense. Desde “Río Místico” (Mystic River, 2003) de Clint Eastwood y el debut tras las cámaras de Ben Affleck con “Desapareció una Noche” (Gone Baby Gone, 2007), hasta “La Isla Siniestra” (Shutter Island, 2010) de Martin Scorsese, todas se convirtieron en pequeñas grandes obras de un profundo poder visual, donde el crimen y el drama se relacionan directamente con los lugares, que terminan dándole sentido a un todo, convirtiéndose en los principales protagonistas. Lehane también es responsable de algunos episodios de “The Wire” (2002–2008) y “Boardwalk Empire” (2010-2014), como si fuera necesario afianzarse en el género policíaco con toquecitos de neo noir que tan bien le sale. “La Entrega” (The Drop, 2014) es su primer guión cinematográfico basado en un cuento corto de su autoría titulado “Animal Rescue” (2009). Todos esos elementos que suele plasmar en su obra se vuelven a hacer presentes en este thriller dirigido por el casi debutante Michaël R. Roskam, donde la acción se desarrolla en el micro cosmos de un bar de Brooklyn que alguna vez supo ser de Marv (James Gandolfini), pero ahora le pertenece a una banda de mafiosos chechenos que, además, se quedaron con el negocio de las apuestas ilegales que el tipo solía llevar adelante en el mencionado lugar. El Cousin Marv’ Bar en uno de los tantos recintos de la ciudad que los delincuentes utilizan para sus “entregas” diarias, lugares elegidos para recolectar el dinero non santo, donde los empleados deben hacer la vista gorda y acatar las reglas sin chistar o sufrir las consecuencias. Bob Saginowski (Tom Hardy) es uno de estos muchachos trabajadores, primo de Marv y un solitario que sólo se dedica a sus tareas diarias y, ocasionalmente, a darse una vueltita por la iglesia del barrio. Su rutina empieza a cambiar cuando encuentra un cachorro herido al que decide adoptar con la ayuda de Nadia (Noomi Rapace), una chica simpática pero con un bagaje bastante turbulento. En el trabajo las cosas tampoco marchan bien tras un robo fortuito que levanta las sospechas del Detective Torres (John Ortiz), remueve el pasado criminal de estos dos parientes y abre la posibilidad de crear unos cuantos conflictos con sus nuevos “empleadores”. Roskam y Lehane plantean una historia en apariencia sencilla, llena de recovecos emocionales y narrativos, que de a poco vamos descubriendo, así como los “prontuarios” de los dos protagonistas, unidos no sólo por la sangre familiar. “La Entrega” se convirtió en el último papel del gran Gandolfini, una despedida más que digna dentro de un personaje que le sale al dedillo: el criminal de poca monta que perdió su estatus y sería capaz de cualquier cosa para recuperarlo. Pero el que se luce, en este caso, es el personaje de perfil bajo. Hardy se carga la película al hombre con una interpretación casi minimalista, tan servicial y con cierta ternura que, en seguida, nos remite al conductor interpretado por Ryan Gosling en “Drive: Acción a Máxima Velocidad” (Drive, 2011), pero dejando de lado la acción y la violencia desmedida. Obviamente, la violencia forma parte de la vida de Bob, pero es su forma de encararla y aceptarla, lo que transforma a “La Entrega” en un gran exponente de este género que a veces no se detiene en los detalles y sólo se preocupa por generar intriga o por la cantidad de muertos por segundo. La puesta en escena es austera pero meticulosa como sus personajes, nada sobra ni desentona en esta sencilla historia barrial y familiar donde el único inocente podría resultar ser ese desamparado cachorrito de pitbull llamado Rocco.
Caprichos de la traducción local enfocan la atención del título de este thriller de espionaje en la contracara del verdadero protagonista, Peter Devereaux (Pierce Brosnan), el “hombre de noviembre”, demasiado baqueteado para este tipo de laburos arriesgados, pero su testarudez y tosquedad le permiten seguir adelante. Agente de la vieja escuela que no se inmuta ante los más jóvenes porque sabe que la experiencia pesa mucho más que los músculos. Con “El Aprendiz” (The November Man, 2014) el ex 007 quiere volver a sus días de gloria, cuando pateaba traseros y peleaba con espías internacionales, en vez de tararear canciones de bandas suecas. Roger Donalson, un director que ya se paseó por todos los géneros –véase “Sin Salida” (No Way Out, 1987), “Especies” (Species, 1995), “Trece Días” (Thirteen Days, 2000)-, lleva a la gran pantalla la adaptación de la novela “There Are No Spies” (1987) de Bill Granger, séptima entrega de la serie “November Man”. Intrigas, suspenso, traiciones, piñas, patadas y explosiones. “El Aprendiz” tiene todo lo que uno esperaría de este tipo de películas, pero también cae en todos los lugares comunes, haciéndonos sentir mucho más sagaces e inteligente que los agentes que aparecen en pantalla, ya que somos capaces de dilucidar el conflicto, y averiguar quienes son los buenos y quienes son los malos, mucho antes que los protagonistas. Así de mal viene la cosa. Devereaux (Brosnan) es un ex agente de la CIA que es obligado a salir de su retiro para formar parte de una misión secreta en Rusia que lo toca muy de cerca. Las cosas no salen como él esperaba y pronto se convierte en el blanco de sus antiguos empleadores y de su protegido, el agente David Mason (Luke Bracey), cuyas órdenes son sacarlo de circulación. De fondo se desarrolla una flor de conspiración que incluye a miembros infiltrados dentro de la agencia gubernamental y un candidato a presidente ruso, Arkady Fedorov (Lazar Ristovski), antiguo general con un abultado prontuario de atrocidades cometidas durante la guerra de Chechenia. El político anda con ganas de borrar su nefasto pasado y a todos aquellos que fueron testigos, para lo que contrata a una asesina que irá tras los pasos de cada uno de ellos y de una joven refugiada que podría terminar por destapar esta olla mal oliente. Alice Fournier (Olga Kurylenko) es el último eslabón de una cadena que puede conectarla con la joven testigo, por eso Devereaux se convierte en su guardaespaldas y salvador, mientras intenta descifrar los chanchullos que se tejen a su alrededor. Hay que echarle la culpa a Jack Bauer y a “24” por habernos mostrado todo los tipos existentes de conspiraciones, traiciones y doble agentes que se pueden encontrar alrededor de este tipo de escenarios. No importa quien fue primero, si el huevo o la gallina, a esta altura estas tramas simplonas y que no aportan nada nuevo, ya no tiene ningún efecto de peso. Ni hablar del rol (de fondo) que se le asigna a la mujer en esta película cargada de misoginia y un machismo a flor de piel que indigna hasta al más rudo. Acá, y en pleno siglo XXI, los papeles femeninos siguen estando supeditados a meros objetos sexuales y si son agentes competentes e inteligentes debe haber algún hombre cerca para degradarlas e insultarlas cada vez que se puede (¿?). Esto es en líneas generales “El Aprendiz”, mucho tiro, adrenalina, testosterona y una trama tan simple (rebuscada a propósito) que la podría descubrir hasta un infante medio dormido. No aporta nada a un género que ya viene desgastado y hasta aburre, pero entretiene si es eso lo único que buscan y necesitan en una aburridísima tarde de lluvia sin Netflix.
No debe ser nada fácil tener ascendencia irlandesa (con todo el peso religioso y tradicionalista que eso implica) y realizar una película con un tema tan fuerte como “Calvario” (Calvary, 2014), que pone la mira en la iglesia católica y en los abusos a menores perpetrados por los curas en ese país (y en todas partes) desde hace más de cincuenta años. El director y guionista John Michael McDonagh -quien debutara tras las cámaras con la comedia policial “El Guardia” (The Guard, 2011)- se la juega y traza una historia dramática y controvertida, que no deja de lado la ironía y el humor. No, no estamos hablando de una comedia, ni tampoco de argumentos tomados a la ligera, pero este equilibrio que logra en el “tono” es perfecto para llevar estos temas tan jodidos al público en general y que se pueda fomentar el debate sin caer en generalidades o censuras de ningún tipo. El Padre James (Brendan Gleeson) trata de llevar adelante la parroquia de su pequeña comunidad en alguna apartada y bella región de Irlanda. Dedicado a su gente y a su vocación, hace lo que puede en estas épocas de pérdida de fe y de suspicacias contra la iglesia. Su domingo es rutinario hasta que recibe una terrible confidencia: uno de sus feligreses le confiesa que de pequeño fue abusado por un cura y piensa tomar revancha contra su persona. ¿Por qué? Porque matar a un cura bueno enviará un mensaje más directo (o confuso) que acabar con alguien que sí se lo merece. Es sólo una cuestión de principios, nada personal y el religioso, sin saber que responder o como reaccionar, tendrá una semana para poner sus asuntos en orden o, quien sabe, tratar de salvar esta alma atormentada y su propia vida. Así comienza “Calvario” y así se desarrolla. Con un increíble Brendan Gleeson que se carga la película al hombro con un personaje de buenas intenciones, pero que no deja de tener sus propios demonios ocultos y sus dudas. En algún punto nos recuerda al Ken de “Perdidos en Brujas” (In Bruges, 2008), un tipo que hará lo correcto hasta el final, sin importar las consecuencias. Durante los próximos siete días el Padre James tendrá que lidiar con la visita de su hija Fiona (Kelly Reilly), una joven con tendencias suicidas y unos cuantos asuntos pendientes con su progenitor, y los extraños personajes de su comunidad que van desde una ninfómana (Orla O'Rourke), su esposo golpeador (Chris O'Dowd) y su amante (Isaach De Bankolé); un multimillonario excéntrico (Dylan Moran) que cree poder comprar su entrada al paraíso, un viejo escritor que espera con ansias a la muerte (M. Emmet Walsh) y un doctor que dejó de creer hace rato (Aidan Gillen), entre otros. Este rejunte de personalidades pone a prueba la paciencia y la moral del cura que desea ayudar (y rescatar) a cada uno, incluso aquellos que no quieren ser salvados. Acá lo que interesa es la postura del abnegado protagonista y su interacción con cada una de sus ovejas descarriadas. Tal vez no importa quien será su verdugo, sino con que carga decide llegar hasta el cadalso… si es que la amenaza se cumple. McDonagh no hace hincapié en los abusos, sino en las heridas (físicas y psicológicas) que dejan tanto en las víctimas como en la sociedad. Como se sigue adelante y que postura ética y moral nos corresponde tomar. Una película chiquita, profunda e interesante, con los bellos paisajes y la música local de fondo, que nos obliga, si o sí, a involucrarnos.
El director y guionista Vincenzo Natali nos regaló obras bastante interesantes como “El Cubo” (Cube, 1997), “Splice: Experimento Mortal” (Splice, 2009) y varios episodios de la gustosa “Hannibal”. Ahora se mete de lleno con los sustos, los fantasmas y un asesino en serie, pero esta vez el resultado no es tan satisfactorio. El gran problema que sufre el género de terror de hoy en día, al menos el mainstream, es la poca originalidad de la que goza y la facilidad de caer en todos los lugares comunes recontra conocidos. James Wan logró darle un toque de aire fresco con “El Conjuro” (The Conjuring, 2013), rescatando ese cine más clásico que se sustenta en climas, buenas actuaciones y una gran historia con espíritus; pero este “fenómeno” se da muy de vez en cuando y suele venir de la mano de un realizador intuitivo y con ganas de experimentar. Pensemos en Drew Goddard y “La Cabaña del Terror” (The Cabin in the Woods, 2012), para tener una idea más amplia de lo que acá queremos ejemplificar. Uno puede acercarse a la sala de cine para ver “una de Natali” por pura curiosidad, pero “Un Pasado Infernal” (Haunter, 2013) termina siendo una sucesión de clichés que molestan más de lo que impresionan. Por algún motivo (inexplicable) el género de terror funciona muy bien por estas pampas y es la primera explicación que se nos viene a la cabeza cuando tratamos de entender por qué este tipo de films se estrenan comercialmente y no pasan derechito a DVD como otras obras que se lo merecen mucho más (¡¿Snowpiercer?!). Igual no se preocupen, los que gusten de sustos fáciles e historias trilladas sin mucha pretensión, no se van a decepcionar y podrán disfrutar de esta nueva entrega terrorífica. Lisa (la ya crecidita Abigail Breslin –si, la nena de “Pequeña Miss Sunshine” (Little Miss Sunshine, 2006) y “Tierra de Zombies” (Zombieland, 2009)- es una adolescente rebelde que vive junto a su familia tipo en una casita que alberga varios secretos macabros. Pronto descubre que algo no está bien y, como Bill Murray en “Hechizo del Tiempo” (Groundhog Day, 1993), esta condenada a revivir el mismo día una y otra vez. El temita es que toda la familia falleció a mediados de los años ochenta y por algún motivo ella logró despertar de este “sueño en loop” que mantiene a los fantasmas más controlados y felices. Lisa trata de averiguar porque sus espíritus siguen atrapados en la propiedad sin poder salir ni seguir “adelante”, y la curiosidad la cruza con Olivia, otra jovencita que, tal vez, necesite de su ayuda, y con un pálido y macabro personaje (Stephen McHattie) que amenaza la integridad de su familia. Al parecer, los fantasmas también pueden sufrir a montones. Más allá de esta vuelta de tuerca al subgénero de “casa embrujada” -que igual no deja de tener similitudes con otras películas que ya vimos hasta el hartazgo- donde la protagonista es consciente de que está fiambre, la trama no deja de caer en todos esos lugares conocidos: la chica va a investigar recovecos oscuros y misteriosos que están cerrados bajo ocho llaves, puertas que se cierran de improvisto pero igual hay que abrirlas para ver que ocurre del otro lado, contactar a los “espíritus” o en este caso a los “vivos” a través de una tabla Ouija, familiares que se comportan en formas extrañas y así podríamos seguir indefinidamente, porque seguro que cualquier cosa que se imaginan ocurre en “Un Pasado Infernal”. Más allá de esta proliferación de clichés que, a esta altura, cualquier espectador (más o menos) entrenado es capaz de anticipar, el guión de Brian King está repleto de baches e incoherencias que no permiten disfrutar de los pocos sustos que contiene. La verdad, no queda mucho (bah, nada) para destacar: ni las actuaciones, ni la estética, tal vez la música de Alex Khaskin y, si alguien la ve y tiene la deferencia… por favor que me explique que corno tienen que ver las mariposas. Gracias.
El maestro Ridley Scott (sí, le perdonamos “Prometeo”) ya demostró que es capaz de contar una buena historia sin importar su género. La verdad es que ya se paseó por (casi) todos y suele salir bien parado al momento de su ejecución. En el nuevo milenio le agarró el gustito a la épica a gran escala, primero con la oscarizada “Gladiador” (Gladiator, 2000) y más tarde con “Cruzada” (Kingdom of Heaven, 2005) que lo acerca un poco más al tópico religioso. Ahora, toma la posta de directores clásicos como Cecil B. DeMille y William Wyler, y se mete de lleno con el cine bíblico y las historias del Antiguo Testamento. “Éxodo: Dioses y Reyes” (Exodus: Gods and Kings, 2014) rescata ese espectáculo que, a todo color, supo convertir a Charlton Heston en estrella y héroe histórico indiscutido de la gran pantalla. Con toda la parafernalia, escenarios, puesta en escena y efectos (tanto físicos como en CGI) que un film de esta magnitud se merece (y necesita), el drama protagonizado por Christian Bale y Joel Edgerton, también entra en esta nueva ola que iniciara Darren Aronofsky con “Noé” (Noah, 2014) y su versión del diluvio universal, donde lo histórico casi roza lo fantástico. Pero como buen ateo que es, Scott no se pone místico, sino todo lo contrario y trata de darle al relato de Moisés y la liberación del pueblo judío un contexto racional, casi científico si se quiere, para explicar los sucesos que acompañaron la expulsión de los esclavos de Egipto. La historia es bien conocida y Ridley no se aparta de ella en ningún momento, sólo la expande mostrando a un adulto Moisés (Bale) comandando los ejércitos del faraón Seti (John Turturro) mano a mano con su primo Ramsés (Edgerton). Existe una relación paternal mucho más fuerte con este “hijo adoptivo” que con el de carne y hueso, lo que va provocando cierto resentimiento en el joven heredero que prefiere la frivolidad y los lujos antes de preocuparse por su futuro como gobernante de la próspera nación. Los paralelismos con “Gladiador” y el triángulo Maximus - Marcus Aurelius – Commodus son inevitables, así como los que se puedan establecer entre Ramsés y cualquier dictador moderno, digamos un Adolf Hitler. La megalomanía de este muchacho se intensifica cuando Seti muere y debe asumir el mando. Es ahí cuando empiezan a surgir los verdaderos quilombos familiares. A Moisés lo mandan a inspeccionar la zona de canteras donde viven los esclavos hebreos y donde, “accidentalmente”, descubre su verdadero origen. El guerrero aclamado por los egipcios, criado en palacios faraónicos es, en realidad un judío más que, de bebé, fue rescatado de las aguas del Nilo por la hermana del Faraón y criado como propio. Esto no le mueve un pelo al futuro liberador, pero crea una gran conmoción en el palacio que obliga a Ramsés a exiliarlo lo más lejos posible. Así empieza la odisea de Moisés (o mejor dicho Moshe, su verdadero nombre) que, no sólo deberá reconciliarse con su pasado, sino con su nueva fe. Aquel hombre que no creía en designios y en los dioses ahora empezará una nueva conexión religiosa que no logra entender del todo y que debe aceptar para poder cumplir con su verdadero propósito en este mundo. A diferencia de la versión de Heston, el Moshe de Bale es todo un guerrero con la violencia y la racionalidad a flor de piel y alguna que otra actitud que roza la locura. Sus actos son guiados por Dios, pero a los ojos de muchos, podrían tener una explicación mucho más secular. Esto mismo es lo que convierte a este film en algo tan particular. Ahí están las espectaculares batallas entre ejércitos multitudinarios, el lujo de los palacios, el poderío de una escuadra de cuadrigas, las diez plagas, el éxodo a través del desierto y el infaltable cruce del Mar Rojo. Ahí están todos los elementos de la épica bíblica y sus personajes, pero lo religioso se diluye en un océano de explicaciones mucho más interesantes que intentan darle sentido a más de cinco mil años de tradición, sin ser ofensivo en lo absoluto y sin caer en divagues místicas. La película funciona desde lo histórico, desde la rivalidad de estos dos “hermanos”, desde la espectacularidad de las imágenes y desde un ángulo más “educacional” para aquellos no iniciados. Una puesta en escena monumental, unos lindos efectos que, desde el vamos, justifican la entrada de cine (aunque el 3D no aporte mucho que digamos), la música de Alberto Iglesias y unas actuaciones correctísimas como se suele esperar de Bale (intenso y melancólico, como siempre), Edgerton (con su Ramsés súper inseguro y fascista) –son ellos dos los que llevan adelante la historia-, Ben Kingsley, María Valverde y Ben Mendelsohn entre tantos otros. Podríamos reprocharle que esté tan desaprovechada la figura de Sigourney Weaver como Tuya (madre de Ramsés), que apenas aparece unos minutos en pantalla. “Éxodo: Dioses y Reyes” rescata ese clasicismo de la épica y le da una vuelta de tuerca. No rompe grandes esquemas y no pasará a la posteridad como lo mejor de Ridley Scott, pero es sumamente disfrutable para el practicante de cualquier credo y, sobre todo, amante del cine como entretenimiento y espectáculo. PUNTAJE: 8
Dan Gilroy tiene buen ojo y mano para la acción. El guionista, responsable de “Gigantes de Acero” (Real Steel, 2011) y “El Legado Bourne” (The Bourne Legacy, 2012), ahora debuta tras las cámaras con este oscuro y dramático thriller que mezcla lo policial con la sátira, y alguna que otra crítica a la sociedad yanqui (o porque no, a todas las sociedades). “Primicia Mortal” (Nightcrawler, 2014) guarda cierto parentesco con “Drive: Acción a Máxima Velocidad” (Drive, 2011) de Nicolas Winding Refn y esa forma austera de mostrar los recovecos y la inmundicia de la ciudad de Los Ángeles. Los “nightcrawlers” son como las alimañas que salen a la luz durante las noches, después de un crimen o accidente fatal, a pulular por las calles con cámara en mano en busca de una noticia exclusiva para la sección policial, cuanto más sangrienta, mejor. Estos “reporteros” se dispersan por la metrópoli cazando imágenes para luego venderlas al mejor postor. En este extraño submundo del periodismo policial, que exalta primicias y morbo en los noticieros matutinos, se ve envuelto por accidente Louis Bloom (Jake Gyllenhaal), un joven ladrón de medio pelo, pero con una gran labia y muchas aspiraciones. El pibe se enamora a primera vista de esta forma de vida y empieza a vislumbrar una prometedora carrera para su futuro. Consigue una camarita y un scanner policial, y sale a estorbar en la primera escena criminal que se le cruza. Lou es un autodidacta que aprende a fuerza de ensayo y error, de robarle la primicia a otros profesionales y utilizar alguna que otra “técnica intimidatoria” contra sus empleadores que, al fin y al cabo, venderían a su propia madre por tener la exclusiva y ganarles de mano a otras cadenas televisivas. Ahí entra en juego Nina Romina (Rene Russo), directora y encargada de seleccionar las imágenes que aparecerán en pantalla, muchas veces, sin importarle el peso moral de las mismas o cuanto podrían afectar al televidente. La señora no tiene mejor idea que animar al joven a mejorar y seguir con su tarea, sin percatarse de que podría estar creando un “monstruo” mediático que puede terminar poniendo en riesgo su laburo. Gyllenhaal luce tan astuto como escalofriante, un creepy sin moral, capaz de cualquier cosa por lograr una imagen impactante. A simple vista un muchachito enclenque que no podría lastimar a nadie, pero bajo la fachada de su palidez y su cuerpo desgarbado se esconde un sociópata amante de la “sangre”, aunque visto desde un enfoque totalmente estético, si así lo prefieren. Jake está genial, “asusta” desde el minuto cero y sabemos que no augura nada bueno desde el primer momento que abre la boca y escupe su “filosofía” de trabajo. Acá las apariencias no engañan, el tipo parece raro y termina demostrando que lo es, mucho más de lo que podríamos pensar a simple vista. Lo gracioso es que Lou intenta ser encantador y servicial todo el tiempo y, aunque le funciona ante sus semejantes, no hace más que incomodar al espectador durante dos horas de película. La fascinación por la violencia, las grandes aspiraciones de fama y fortuna, los límites morales y éticos del periodismo (y de nosotros mismos, obvio) se mezclan en esta gran opera prima, visualmente impactante, donde la tensión marca el ritmo y corremos un gran riesgo de identificarnos con alguno de los personajes. En “Primicia Mortal” la sangre y el morbo marcan la importancia de la noticia, en una sociedad donde la clase media se despierta ávida por saber cuantos fiambres dejó un accidente automovilístico o indignarse porque una familia adinerada fue masacrada por individuos de bajos recursos y no a la inversa, antes de saber que les depara el pronóstico del tiempo.
Tal vez creían que estaba todo dicho (y visto) en materia de películas animadas sobre insectos y sus hábitats naturales. En 1998 Pixar y DreamWorks compitieron cabeza a cabeza con “Bichos: Una Aventura en Miniatura” (A Bug's Life) y “Antz” respectivamente, a los que se les puede agregar ejemplos más recientes como “Las Aventuras de Lucas” (The Ant Bully, 2006) o “Bee Movie, la Historia de una Abeja” (Bee Movie, 2007). Desde Francia y Bélgica, ahora nos llega una nueva aventura para toda la familia, con el agregado del 3D y algunos detallecitos interesantes, de la mano de Thomas Szabo y Hélène Giraud, sí, la hija de Jean “Moebius” Giraud, a quien está dedicada está película. En el año 2006 Giraud y Szabo crearon una serie de cortometrajes sobre la vida cotidiana de un grupo de bichitos que combina todo el carisma y la simpatía de sus protagonistas generados digitalmente con unos bellísimos paisajes naturales. “Minuscule” saltó a la TV y, gracias al productor Philippe Delarue (Futurikon), en 2013 se convirtió en un largometraje para ver con anteojitos, filmado en Cinemascope en locaciones de Provenza, Niza, el sur francés y los Parques Nacionales de Mercantour y Ecrins. “Minúsculos – El Valle de las Hormigas” (Minuscule - La vallée des fourmis perdues, 2013) narra la historia de una intrépida vaquita de San Antonio que, tras quedar apartada de la seguridad de su familia e ir a parar a los restos de un picnic en la mitad del bosque, hará buenas migas con una valiente hormiga negra que deberá proteger su preciado botín (una caja de terrones de azúcar) de un poderoso ejércitos de hormigas rojas. El contingente de hormigas negras tendrá que atravesar los peligros del bosque para llegar al resguardo de su hormiguero, pero los bichitos rivales no les van a dar respiro y les declararan la guerra a toda costa. En medio de la contienda nuestra mariquita protagonista sacará a relucir toda su astucia y valentía, cualidades que creía no tener hasta ese momento. Si todo esto les suena muy infantil y con moraleja, es porque están en lo cierto. Sus creadores (directores, guionistas, editores y animadores) plantean una historia sencilla y bastante conocida para que pueda ser disfrutada y entendida hasta por el más menudo de la familia, reemplazando los diálogos por simpáticos efectos de sonido y la música original de Hervé Lavandier. La mezcla entre animación por computadora y los lindísimos amaneceres y ocasos franceses es sublime, más allá de que los personajes no pretenden ser realistas y resultan más bien caricaturescos y minimalistas. Hay mucha ternura y humor que hace recordar a “Gerald McBoing-Boing” (1950) -ese cortito ganador del Oscar protagonizado por un pequeñín que sólo emite sonidos-, pero carece de la originalidad y “adultez” de sus antecesoras, indispensable para atraer a un público más crecidito a las salas. “Minúsculos” es, básicamente, una experiencia para disfrutar con los sentidos, volver a apreciar las pequeñas maravillas de la naturaleza (que a veces pasamos por alto) y una gran película para introducir a los más chicos en esto del séptimo arte. No hay un gran mensaje ecológico, pero sí unos cuantos sobre la amistad, el compañerismo y las diferencias, que los adultos también deberían tener presentes. Si disfrutan de lo visual y no les molesta una historia sencilla y bastante trillada, busquen de excusa a algún sobrino o ahijado y vayan a ver esta obra chiquita pero tenaz como sus patudos protagonistas.