Después de su promisorio debut, “Heredero del Diablo”, con “Midsommar” Ari Aster repite varias de esas fórmulas que le funcionaron en su obra previa, aunque aquí cambia el drama familiar oscuro por unos luminosos espacios abiertos durante un solsticio de verano en Suecia. Dani (Florence Pugh) es una joven que al comienzo de la película sufre el suicidio de sus padres y su hermana, en conjunto. Esto la hace aferrarse aún más a su novio, su pilar, quien siempre se muestra dispuesto a acompañarla y entenderla pero en realidad comienza a sentirse agobiado. Y con su grupo de amigos planean un viaje a Europa con el fin de completar una tesis. A ese viaje termina siendo invitada, por cordialidad más que por deseo, Dani. Y así llegan a un pueblo rural en Suecia, a un festival que celebra un solsticio de verano que llega cada 90 años. Aunque siempre sea de día, siempre esté soleado, todos vistan de blanco, el film está cargado de una tensión que intensifica la banda sonora y una elección de planos muy cuidada y prolija. Desde el primer momento la película nos hace saber que se la va a pasar mal. No es sin embargo lo único que anticipa. El film está cargado de detalles, algunos bastante obvios, que adelantan lo que va a ir pasando después, algo que ya sucedía un poco también con “Heredero del Diablo”. En ese sentido, la tensión es bastante uniforme, no está trabajada de un modo muy gradual. Sí se suman en el medio algunas escenas más fuertes que funcionan más bien como golpe de efecto. Este viaje que está disfrazado de trabajo para un ellos de tesis pero en realidad buscaba ser un escape, una distracción, se termina convirtiendo en algo extraño y con tintes oscuros opuestos a la luz que emana todo el tiempo de esos exteriores. Dani, que viene de sufrir una terrible pérdida en su familia, se sentirá poco cómoda y fuera de lugar, en especial cuando su novio se olvide de su cumpleaños o lo vea coquetear con una de las jóvenes del grupo, hasta que de a poco comienza a insertarse y encontrar su lugar. En esta película de terror que reniega de serlo, el horror no es siempre igual. Aunque algunas escenas sorprenden e impactan por lo terrible, otras resultan un poco bizarras como para generar una sensación similar. Ni siquiera funciona para la incomodidad a la que aspira Aster. Florence Pugh se entrega por completo a su Dani, llegando a una interpretación a la altura de Toni Collette en “Herederos del Diablo”, bastante parecida en cuanto a intensidad y a todo lo que va transitando. Lo de Pugh es un poco más sutil de todos modos. Aunque Ari Aster y su director de fotografía Pawel Pogorzelski nos entregan unos planos muy logrados, de una simetría perfecta, el guion que escribe el propio director no termina de desarrollar a sus personajes y, aunque lo que plantee pretenda estar siempre dentro de un ambiente enrarecido, estos se mueven muchas veces de una manera bastante inverosímil. Aunque “Midsommar” es una película atractiva más en forma que en su contenido consigue generar buenos ambientes siniestros y desarrollar el conflicto interno de una perturbada joven. Para las ambiciones que tenía se queda corta y durante las dos horas y media que dura se la siente reiterativa de a ratos. Aster se erige como un director muy consciente de su estilo.
Edgardo González Amer (Tuya) dirige un thriller enmarcado en un barrio marginal y protagonizado por Martina Krasinsky como una joven que se termina convirtiendo en vengadora. Apostando a un clima asfixiante, lo nuevo de Edgardo González Amer es un thriller alejado a aquel que lo posicionó: Tuya. Otro ritmo, otro escenario, otro tono. Más cercano quizás a sus inicios como realizador. En ¿Yo te gusto?, Nati (Martina Krasinsky) vive con su familia en el seno de un barrio marginal. Un padre que labura incansablemente y pasa largas horas manejando un colectivo, y una madre que cocina, entre otras cosas, los sandwiches que ella sale a repartir junto a su hermano. Como si fuera poco, la familia lleva a cuestas una deuda de la cual nunca logra librarse. Es entonces que decide empezar a trabajar para el mismo hombre poderoso al que le deben dinero. Desenfadada y rebelde, incapaz de acatar órdenes, Nati se introduce sin miedo a un mundo que pronto se revela más oscuro y violento de lo que imaginaba. Krasinsky interpreta a su Nati a través del exceso, de una actuación desmesurada, en excepción quizás de las escenas que protagoniza junto a su padre. Tanto Daniel Loisi como Leticia Brédice, más contenida y sobria que nunca, consiguen dar vida a estos padres. Mientras Nati se entiende con él, juzga y choca todo el tiempo con su madre, quien sólo encuentra un poco de refugio junto a un hombre más joven que la corteja y le promete cosas a las que ella no puede acceder. Daniel Aráoz, en el papel del poderoso villano, intenta dotar al personaje de carisma pero se percibe unidimensional. Como sucede con la protagonista, por momentos se siente exagerado, sobreactuado. González Amer dirige su película con un ritmo frenético que se acelera después de que sucede lo peor. La primera parte, demasiado larga hasta llegar a ese momento definitorio, se toma su tiempo en desarrollar personajes, relaciones y problemáticas. Luego todo se resuelve de manera apresurada. ¿Yo te gusto? consigue un ritmo ágil y por momentos vertiginoso. Sin embargo se pierde en un retrato plano (aunque intenso) de la vida en un barrio marginal. Es curioso que quizás lo mejor del film radique en Brédice, quien suele entregar un mismo registro de personajes y acá sorprende con algo nuevo y sutil.
La película que dirige Alejandro Landes es un potente retrato sobre la especie humana. Un grupo de adolescentes armados en medio de la selva cuidan de una doctora extranjera que tienen como rehén. Con ese punto de partida se va desplegando de manera original y dura un montón de cuestiones sobre la adolescencia, la violencia y la naturaleza. ¿Es la misma violencia la que se percibe a través de los ojos de un niño que la de un adolescente o que la de un adulto? Landes se enfoca en esa etapa intermedia, donde uno sabe que ya no es un niño pero aún no tiene las cosas tan claras como para ser un adulto, y sin embargo se cree que sí las tiene. Esa sensación de vamos a vivir por siempre, somos jóvenes y libres. Este grupo de adolescentes inmersos en medio de la siempre poderosa madre naturaleza tendrá su desarrollo no sólo a partir del conflicto bélico, sino desde lo personal, y en especial entre ellos. Durante la duración del metraje transitaremos con ellos muchos estadíos. A nivel técnico nos encontramos ante un film de calidad notable. Las imágenes ya de por sí, creadas con mucha prolijidad, son potentes pero además hay un destacable trabajo sonoro que muchas veces cobra protagonismo. El uso del sonido para acentuar la tensión y la incomodidad que ya de por sí consigue Landes a veces roza lo soportable. La banda sonora es de Mica Levy quien también estuvo a cargo de la de “Under the skin” y por momentos consigue esa misma extrañeza. Hay un trasfondo político en el cual nunca se ahonda, porque no necesitamos saber exactamente a qué grupo pertenecen ni en qué momento determinado sucede la trama, acá lo primordial es el núcleo, en el comportamiento que sobre todo en medio de la naturaleza se torna más animal, salvaje. Son adolescentes que buscan sobrevivir. Con algunas escenas surrealistas u oníricas, Landes se permite jugar y correrse de los límites, tanto a nivel narrativo (no hay un personaje y un conflicto central; es impredecible) como a nivel audiovisual, aunque no hay nada librado al azar, lo tiene todo calculado. “Monos” no cuenta con una estructura tradicional porque prioriza lo sensorial, es una película que antes de contar transmite. Una mirada original e incómoda apoyada en una realización que deslumbra a través de sus imágenes y sonidos. Extraña y demoledora.
Nicolás Galvagno escribe y dirige este western, que sucede en un pueblo del interior durante la dictadura de Onganía. Los primeros quince minutos de Pistolero, hasta que aparece el título en pantalla, pueden engañar. Se sigue a una familia rural y a su niño, quien una noche se cruza con el forajido Isidoro. Él, armado con una rifle, le dice que lo va a esperar y que cuando todos duerman le tiene que traer algo para comer. El niño obedece, aun ante un tono no precisamente amenazante. Ese comienzo define al personaje que interpreta Lautaro Delgado Tymruk, un ladrón que sobrevive gracias a la ayuda del pueblo. Una especie de Robin Hood moderno, que carga con alguna muerte que lo persigue como un fantasma. Isidoro tiene a su equipo fijo de ladrones que asaltan bancos, joyerías y lugares con mucho dinero. Sólo van cambiando el chofer, una profesión que se torna peligrosa y hasta maldita según algunos. Ellos son leales y capaces de sacrificarse por el otro. La policía nunca logra atraparlos pero Maidana (Juan Palomino) está empecinado en agarrar al famoso Isidoro, a quien el pueblo siempre parece proteger. En el medio, el propio forajido conoce a una maestra que vino de Buenos Aires (María Abadi) y ella le enseñará a leer pero también a ver las cosas de otro modo, incluso a quedarse un poco quieto, en un solo lugar, al menos mientras sea posible. Así, Pistolero es un western que toma elementos del género, que consigue combinar con las locaciones de la provincia de Mendoza. De fondo, el contexto político que está sufriendo la Argentina aparece aunque no toma el total protagonismo; pero estar, está. Delgado lleva adelante casi toda la película y lo hace con un semblante calmo pero capaz de dotar de intensidad a su personaje de manera sutil, aun en los momentos de mayor acción o las escenas más intimistas como las románticas que comparte junto a Abadi. El elenco que lo acompaña, entre quienes se cuentan Sergio «Maravilla» Martínez y Diego Cremonesi, no desentona. Galvagno narra la película a través de imágenes bien logradas y que homenajean al western clásico. Dirige una de pistoleros pero sin necesidad de apuntar constantemente a la acción. Al contrario, se permite sus momentos contemplativos que terminan de delinear a sus personajes. La libertad como objetivo principal, pero también como algo peligroso es el eje temático sobre el que la película reflexiona. También se escapa a los polos tan fáciles de encasillar como son los buenos y los malos. Pistolero narra una historia atrapante que sigue a un personaje del que poco sabemos y con quien sin embargo no podremos evitar empatizar de manera inmediata y, en gran parte, eso sucede gracias a la interpretación de Delgado. A su alrededor, Galvagno dirige una película rodada con mucha prolijidad y conocimiento del género. Un pequeño e imperdible título de la cartelera argentina.
Rodrigo Sorogoyen dirige y coescribe la película El reino de la corrupción, que ganó unos cuantos premios Goya y cuenta con un gran protagónico de Antonio de la Torre. Antonio de la Torre es Manuel López Vidal, un político querido y con una buena vida: almuerzos caros, paseos en yates privados, mansiones como hogares junto a su esposa y su hija. Toda la película lo seguiremos a él, quien a partir de una primera denuncia colateral, pronto resulta ser el chivo expiatorio, para quedar hundido y aplastado por quienes supieron ser sus colegas y cómplices. Esto pone a su protagonista en una situación poco cómoda de la cual intenta salir como puede, mientras pierde contactos, su familia amenaza con resquebrajarse y se convierte en alguien rechazado por la gente común. El reino de la corrupción es un ágil thriller político dirigido con solvencia y al mejor estilo norteamericano, y a veces más televisivo, con un buen uso de unos notables planos secuencia. La banda sonora está compuesta mayormente de melodías electrónicas que acentúan el ritmo de thriller aunque, sobre todo en la primera parte, puede parecer excesiva. El film comienza con una de esas secuencias que demuestran la buena vida del político para luego narrar su caída hasta llegar a un rico enfrentamiento televisivo con una ambiciosa periodista (Bárbara Lennie) que dejará una sensación ambigua y varias cuestiones para preguntarse y preguntarnos. “Si de verdad quieres cambiar las cosas en el mundo, debes hacerlo desde adentro, con poder real”, eso dice y se dice Manuel para no verse a sí mismo sólo como un político corrupto. Negación y cuando ya no encuentra otra salida, no hundirse solo. Salvarse el pellejo como pueda, eso espera Manuel hasta último momento. Sorogoyen no se preocupa por desarrollar las tramoyas y mecanismos de estos casos de corrupción (se sabe que se quedaban con dinero que no les correspondía y no mucho más al respecto), sino que prefiere centrarse en lo que le pasa al personaje, en este hombre que es culpable y víctima al mismo tiempo. La actuación de Antonio de la Torre es efectiva y compleja, consigue parecer simpático y caernos bien para luego mostrar su lado más oscuro y hasta patético cuando la desesperación le nubla el juicio. Sorogoyen cuenta una historia de ficción que suena muy familiar y no sólo en España. Aunque no termina de profundizar en algunas cuestiones, es un interesante retrato sobre la corrupción en la política y nos posiciona en un lugar incómodo al respecto.
La nueva película escrita y dirigida por Daniel de la Vega es un policial negro, género al que emula y homenajea. Osmar Nuñez es Luis Peñafiel, un escritor de una famosa saga literaria que tiene como protagonista a un mismo detective que va sorteando los diferentes y difíciles casos que se le presentan. Es invitado por Irene Ocampo (Natalia Lobo), a un hotel del interior, para una serie de encuentros literarios. Ya en el viaje en tren se encuentra con su mayor enemigo: Edgar Dupuin (Luciano Cáceres), un despiadado crítico que siempre se encarga de destruir sus obras. No es el único encuentro que se da antes de llegar, también está Gregorio Lupus (Rodrigo Guirao Díaz), un escritor más joven y ferviente admirador de Peñafiel. Durante todo el relato esos tres personajes, que a la larga se parecen mucho, discuten sobre la posibilidad de crear la gran obra literaria, como si todo se tratara simplemente de una fórmula. Y Peñafiel siente que está muy cerca, que sólo tiene que resolver el caso de la habitación cerrada: un crimen en el que no se entienda, pero sea probable contar cómo salió el asesino del lugar del crimen. Y que al mismo tiempo la resolución del misterio resulte satisfactoria, que haya estado ante nuestros ojos pero también nos sorprenda. Después de un prólogo intrigante y la escena que presenta a sus protagonistas en ese viaje en tren, en ese hotel comandado por Ocampo los personajes confluirán y seguirán discutiendo sobre el arte hasta que, de repente, aparece un muerto en una habitación cerrada y todo comienza sospechosamente a parecerse a una de sus novelas. De la Vega apuesta no sólo al blanco y negro para su película, sino a un estilo de cine clásico ya desde los créditos y la música. Con una puesta en escena que tiende a lo artificial, en el medio consigue generar misterio e incluso imprimirle humor y así consigue lo mejor de sus actores, donde sin dudas sobresalen Osmar Núñez y Luciano Cáceres, aunque otros como Sergio Boris y Diego Cremonesi quedan desaprovechados en el camino. La música compuesta por Luciano Onetti termina de completar la estética de película de una época pasada. Aunque el final se resuelve algo apresurado y embrollado haciendo, de todos modos, caso al estilo del tipo de policial que homenajea, Punto muerto resulta un film logrado y entretenido, atrapante y lleno de referencias, sobre todo literarias y victorianas (algunas muy evidentes, como las que conciernen al padre del policial: Edgar Allan Poe). Un importante punto a favor del film es que más allá del homenaje y de la cantidad de influencias a las que pretende referenciar, no por eso deja de lado la oportunidad de contar una buena historia, de manera cuidada y precisa; una cosa no se come a la otra. Después de las fallidas Necrofobia 3D y Ataúd blanco, Punto muerto muestra a un De la Vega más maduro tanto en su rol de director como en el de guionista. Una agradable experiencia en especial para quienes disfrutan de los policiales, tanto en cine como en literatura.
La nueva película de la directora y actriz Valeria Bruni Tedeschi sigue buceando en su universo familiar con tópicos recurrentes en su carrera y se percibe más autobiográfica que nunca. “Una comedia es una historia que termina en el momento justo”, explica la guionista (interpretada por la coguionista real del film, Noémie Lvovsky) con la que trabaja Anna (Valeria Bruni Tedeschi), una mujer que intenta buscar financiación para una película con tintes autobiográficos. Su idea es contar parte de su historia familiar, signada por una fuerte ausencia. Y mientras se encuentra con el inesperado fin de su pareja pasa unos días de verano en una mansión junto a su familia y lo que quedó de la gente que trabajaba para ellos. Mientras Anna intenta buscarle un rumbo a su película, también lo hace con su vida. Pero no es la única, porque a su alrededor se van desplegando diferentes historias de estos personajes que cuentan con un descontento general en común. runi Tedeschi, que dirige, escribe y protagoniza, comienza Nuestros veranos con un tono de comedia, con una ruptura inesperada por parte de su pareja, y una reunión con posibles financiadores de su película que no se sucede del modo en que estaba previsto. Pero, a lo largo del relato, de las dos horas de duración, esto se va perdiendo y el amargor comienza a ganar lugar. También se pierde la chispa, el brillo. En esa escena en la que tiene que convencer a un grupo de gente de que le den dinero para hacer una película que no consigue definir más que con la palabra autobiográfica y en la cual está presente Frederick Wiseman, Bruni Tedeschi parece reírse de ella misma. Pero a medida de que el film se sucede, que los personajes entran y salen y vuelven a entrar, la línea narrativa que tiene que ver con la película queda opacada, sólo termina quedando en evidencia que la trama de la película que quiere dirigir Anna es tan poco sólida como la de la propia Bruni Tedeschi. Hay escenas de discusiones familiares que provocan cierta incomodidad, como cuando uno queda en el medio de una reunión entre gente que apenas conoce y salen a flote cuestiones personales, pero casi nada cobra mayor dimensión que la del fantasma de una ausencia que es un personaje más. Muchos personajes, muchos temas que se ponen sobre la mesa, pero a la larga Nuestros veranos se queda en la superficie y no consigue ni entretenernos ni emocionarnos, mientras nos dificulta sentir empatía alguna por sus personajes. Nuestros veranos se queda a medio camino entre la comedia y el drama y resulta en un irregular retrato de una familia disfuncional de clase alta. Lo más divertido que tiene para ofrecernos es hurgar en sus guiños autobiográficos.
La segunda película del islandés Benedikt Erlingsson ("Of Horses and Men") es un drama con un poco de comedia (en esa fascinación por encajarle etiquetas a todo, “comedia dramática” no le calzaría), con toques de absurdo protagonizada por una mujer independiente que esconde una faceta de activista ambiental. Halla tiene unos cincuenta años, una hermana gemela y cuando está por aventurarse en otro de sus actos de vandalismo, uno muy importante que requiere mayor peligro, recibe una carta que probablemente esperaba mucho tiempo atrás: hay una niña huérfana ucraniana que puede adoptar. “Mujer en guerra” muestra a Halla intentando llevar adelante su vida entre su trabajo como profesora de coro, sus actos de vandalismo que la hacen estar constantemente escondiéndose o protegiéndose de la policía, y la relación con su hermana, la persona que le es garante en sus trámites de adopción. Algunas cosas saldrán como esperaba, otras tantas no, conocerá a un posible primo suyo y un pobre inmigrante terminará pagando varios de sus platos rotos. Además de una historia interesante con una mujer fuerte e independiente en el centro, la película cuenta con un estilo audiovisual muy interesante. Una fotografía precisa que logra aprovechar los paisajes de su país y una música que no sólo acompaña el tono del relato sino que se introduce en él, aunque por momentos esta especie de gag se torne tan reiterativa que se la siente un poco como un abuso. Halldóra Geirharðsdóttir es quien interpreta a esta mujer de fuertes ideales e incansable lucha. La actriz tiene a cuestas un personaje muy rico y le saca todo el provecho, incluso cuando le toca interpretar a su hermana gemela; dos personajes a simple vista sólo parecidas en el exterior y sin embargo con inquietudes similares. Lo cierto es que “Mujer en guerra” es una película que entretiene, divierte y propone temáticas actuales e importantes. Y lo hace con un tono absurdo e irónico y no por eso menos serio. Original, fresca y profunda, aunque en algún momento se pierda un poco el ritmo, estamos ante una de esas películas que hay que agradecer que lleguen a nuestra cartelera y que no se debiera pasar en alto.
Una de las películas que sonaba fuerte para la cada vez más próxima temporada de premios es sin dudas “El jilguero” (aunque sus primeros números en la taquilla internacional no han resultado favorables). Tiene a un director nominado, John Crowley (“Brooklyn”), a Nicole Kidman en el elenco y está basado en un best seller. Un libro que, en su versión en español, tiene más de mil páginas, que ganó el premio Pulitzer y del cual se habla de él como un “nuevo clásico”. ¿De qué se trata la novela de Donna Tartt y por lo tanto la película? Es difícil contar sin adelantar demasiado, en especial para quienes no leyeron la novela ya que el único cambio significativo que tiene la adaptación cinematográfica tiene que ver con la estructura: ya no es lineal. La historia de “El jilguero” sigue gran parte de la vida de Theo. No es una biografía ficticia como por ejemplo “Stoner” de John Williams, que en mucho menos de la mitad de páginas logra abarcar toda una vida. Sino que empieza justo antes de que en un bombardeo en el museo MET de Nueva York falleciera su madre. Esa mañana, Theo no sólo consigue salir con vida sino que, por un impulso que la película mostrará más adelante, se lleva un cuadro, aquel que da título a la novela/película. A partir de ese momento, la vida de Theo parece marcada por esta ausencia. El libro está claramente dividido en etapas de su vida por lo que desde un principio la idea de una miniserie sonaba mucho más apropiada que la de una película de dos horas. Porque a la larga en la película también suceden un montón de cosas pero está narrada con tan pocas ganas que da la sensación de que no sucede nada o directamente ya no nos importa. El personaje de Theo resulta además siempre pasivo, casi todo lo que hace lo hace porque alguien más se lo ordena. Es como si la muerte de su madre lo hubiese dejado en una especie de eterna deriva, o entumecido. Ni Oakes Fegley (“Wonderstruck”) en su versión pre adolescente ni Ansel Elgort (“Bajo esa misma estrella”, “Baby driver”) consiguen dotarlo de un poco de vida, aunque sin dudas Fegley logra transmitir mucho más. En la vida de Theo, signada por un cuadro que está obligado a esconder porque cuyo robo es un delito importante, hay varias mudanzas, un amor no correspondido, una amistad que marcará su destino y toda una galería de personajes alguno más intrascendente que otro. Así tenemos por ejemplo a Sarah Paulson desaprovechadísima en el personaje de Xandra, la mujer de su padre, que ya en el libro era un cliché andante y acá apenas tiene un par de líneas para lucirse; Luke Wilson como el padre que aparece en su vida recién ahora y luego evidencia intenciones no del todo inocentes; Finn Wolfhard (una de las estrellas jóvenes más ascendentes del momento) como el joven y particular Boris, a quien en su versión adulta lo interpreta con menos éxito Aneurin Barnard; Jeffrey Wright como el hombre al que el destino lo junta y luego le brindará un hogar y trabajo en un local de antigüedades; y, por suerte, Nicole Kidman como la madre del compañerito de Theo con el que se queda viviendo momentáneamente, una mujer con la cual logra conectarse casi como con su madre. “El jilguero” es ante todo un drama pero cerca del final juega con un poco de acción en una parte de la historia que, aunque como todo el argumento sea fiel al libro, desentona, resulta anticlimática e inverosímil y se resuelve de manera apresurada. La fotografía de Roger Deakins hace su aporte pero el guion de Peter Straughan y la dirección de Crowley lucen poco inspiradas. No hay una mayor profundidad en nada de todas las cosas que le suceden al pobre Theo, ni tampoco reflexiones sobre el arte o la fascinación que ciertos objetos pueden causar, incluso el tema del terrorismo parece no ser más que una excusa argumental . Todo queda ahí, en la superficie. “El jilguero” parece una película apagada. “El jilguero” podría haber sido una buena película quizás si dejaba de intentar todo el tiempo ser tan fiel y abarcarlo todo. O quizás si simplemente no se hubiese adaptado al cine. En cambio, en el afán de Hollywood por aprovechar cada éxito literario, tenemos a una película aburrida que, aunque cuente con argumento propio de un culebrón, no logra transmitir nada.
Dirigida por Juan Pablo Di Bitonto y escrita junto a Daniela Seggiaro, Magalí gira en torno a una mujer de regreso a su pueblo natal y el enfrentamiento con las tradiciones de las cuales venía escapándose. “Hay tiempos donde el mundo de arriba y el mundo de abajo se conectan. Un viejo puma merodea. Dicen que viene del mundo de abajo y está hambriento”. Con esta intrigante leyenda es que comienza Magalí, para luego seguir a esta mujer en ese preciso momento de la vida. Cuando Magalí recibe la noticia de que su madre ha fallecido, avisa en su trabajo, deja las cosas como puede y regresa a su pueblo natal, en el norte del país, donde la espera su hijo pequeño. A las emociones propias de una fuerte pérdida y del reencuentro con su hogar, con la familia y con el pueblo del que se fue, se le suma la imposición por seguir ciertas tradiciones. Hay un animal salvaje, un puma o un león, perdido en este terreno y alimentándose. Para que se vaya, Magalí tiene que guiarlo a su mundo. Esta tradición, esta leyenda, funciona como punto de partida simple y sirve para ahondar de manera intimista en el personaje de esta mujer que, de repente, es casi una extranjera del lugar en que nació. Eva Bianco se carga la película y entrega una interpretación precisa y sutil, porque a la larga casi todo lo que vive y siente es de carácter interior. Con su hijo, criado por la abuela ahora fallecida, no logra entenderse. Y él está empecinado en que ella tiene que seguir con esa tradición que le inculcaron, mientras que Magalí sólo quisiera poder volverse a Buenos Aires a seguir con su vida. La presencia del animal va cobrando una fuerza cada vez mayor y, de a poco, Magalí comienza a conectarse con su hijo de una manera que no había conseguido anteriormente. A través del legado de su abuela, de las creencias. Hay un logrado trabajo con la fotografía, especialmente aprovechando las locaciones que el paisaje ofrece, pero también en los interiores o con los sueños que, de repente, comienzan a acecharla desde que llega. Magalí es una interesante ópera prima que juega con el realismo mágico y nos regala una hermosa interpretación de Eva Bianco. El film, al igual que ella, apuesta por la sutileza y la delicadeza para retratar un reencuentro, una reconexión necesarios.