La última película de la querida Agnès Varda es una especie de clase maestra en manos de la llamada abuela de la Nouvelle Vague. Agnès Varda, sentada desde una silla de directora sobre un escenario, le habla al público, en su mayoría joven, que quiere escucharla y aprender de cine a través de la experimentada realizadora. Con su conocida y agradable personalidad y sentido del humor, Varda recorre parte de su carrera y explica sus ideas y decisiones tomadas. A partir de diferentes segmentos, la directora repasa parte de su filmografía (algunas con mayor minuciosidad que otras), tanto en el documental como en la ficción, desde sus comienzos, pero también se detiene en otras experiencias artísticas que la llevaron a exponer en museos o lugares más extraños, todo en orden cronológico. Lo que nos permite comprobar su maduración como artista. Dos horas parecen pocas para una carrera tan extensa, sin embargo están bien aprovechadas y evidencian a una artista siempre inquieta y curiosa, capaz siempre de correrse de los esquemas. Esta clase maestra comienza con lo que para ella son las tres etapas principales e imprescindibles de todo proyecto artístico: Inspiración, Creación y Compartir. Esa idea abre y cierra la película, desde anécdotas sobre Cleo de 5 a 7, su cine feminista, un reencuentro con la protagonista de Sin techo ni ley, Sandrine Bonnaire, hasta la muestra Patatutopia que gira en torno a papas con forma de corazón, el homenaje que le realiza a su querido gato cuando fallece o las intervenciones artísticas con los rostros de habitantes de pueblos que visita para su película Visages Villages. Agnès se presenta generosa y honesta. Nunca pretende ponerse didáctica, sino simplemente abrirse a través de su experiencia y la sabiduría que ha conseguido a lo largo de las décadas. En algún momento dice que cree que si a una persona la abrieran por la mitad se encontrarían con un paisaje, y ella se confiesa playa. Con esas imágenes, con esa sensación de vastedad ante el océano rodeado de arena, es que se despide la eterna Agnès Varda. Varda por Agnès es una valiosa clase magistral brindada por una mujer que nunca se pone en el rol de experta. Al mismo tiempo, la mejor manera de despedirse de una directora cuyo legado seguirá vigente. Encantadora y conmovedora como ella misma, es una película que todo amante del cine apreciará.
Sebastián De Caro vuelve a ponerse en el rol de director con Claudia, película que fue la encargada de abrir el último BAFICI y protagonizada por Dolores Fonzi en el papel de una obsesiva organizadora de eventos. Si hay un oficio que depende mucho de los detalles, ése es el de organizar eventos. En especial, una boda, aquella celebración que puede significar tanto para dos personas y la gente que los rodea, que necesitan demostrar por un día que todo en su vida luce perfecto. Claudia toma el mando de una boda que estaba a cargo de una compañera que cae enferma y decide que todo va a salir bien, pero a su modo. Su intempestiva presencia en la organización incluye hasta cambios de locación, sin embargo no contaba con una novia que no quiere casarse. La nueva película que dirige Sebastián De Caro intenta ser una comedia con aires de misterio. ¿Por qué la novia no quiere casarse? ¿Por qué su familia necesita tanto ese casamiento? Entonces Claudia pasa de organizadora a ser una especie de detective, se pone a investigar qué está sucediendo a su alrededor para así poder solucionar cada problema y que la fiesta salga como corresponde. La obsesión que caracteriza al personaje protagonista es la misma que tiene el director a la hora de demostrar en cada plano toda su formación cinéfila. Está tan preocupado por referenciar constantemente a las películas y cineastas que le gustan que deja de lado un elemento principal: la trama. Así, nos tenemos que acostumbrar a que una wedding planner se vista igual que una azafata, por ejemplo (pero, claro, así se parece a Jackie Brown). Y en su afán por crear un halo de misterio plantea un montón de detalles que nunca retoma y terminan quedando en el aire hasta llegar a una resolución apresurada y sin mucho sentido. En el medio, personajes poco desarrollados y momentos sin gracia y reiterativos que hacen que la película se vaya desinflando más y más desde la escena inicial con Lali Espósito. Dolores Fonzi hace lo que puede con el papel que tiene entre sus manos, pero en general no se la ve cómoda. Eso sumado a una cantidad de situaciones inverosímiles propias de un universo que el realizador pretende pero no consigue construir, deriva en una película que, además, no llega a cumplir con su función de comedia: no causa risas. Claudia sitúa a Sebastián De Caro como un gran recolector de citas cinéfilas, pero sin la capacidad de adueñarse de esas influencias para crear un mundo propio. Estando más interesado en ese aspecto deja de lado el esqueleto de la película: un guion que hace agua por todos lados y que no logra intrigarnos mucho tiempo ni hacernos reír.
Una nueva película de género argentino llega a cartelera y es lo último de Marcelo Paez Cubells ("Omisión") y protagonizada por la infalible Érica Rivas como la bruja del pueblo. Selena es madre soltera. Vive en un pequeño pueblo (las locaciones son en la hermosa ciudad de San Antonio de Areco) con su hija ya adolescente. Tiene su propia huerta y rechaza la tecnología por lo que se niega a comprarle un teléfono celular a su hija (interpretada por Miranda Serna, su hija en la vida real). De chica su madre le enseñó cómo aprovechar su poder innato femenino y también que un hombre malo debe ser castigado. Claro, en el pueblo, Selena es la loca, la inadaptada. Érica Rivas desde el primer minuto logra meterse en la piel de este fuerte personaje femenino que cuenta además con un gran poder de percepción. Ella es la única que parece notar que hay algo mal, que hay gente mala en el pueblo, hasta que lo peor sucede: su hija desaparece, aparentemente en manos de un grupo de jóvenes que le prometían trabajo. Sin embargo ni la policía ni nadie parece estar dispuesta a escucharla y ayudarla, con excepción de Ricardo (Pablo Rago) ya que su hija también está en el grupo de chicas desaparecidas. El film apuesta al género fantástico, esto se entiende desde el primer “truquito” que hace Selena, con unos pobres efectos especiales que acentúan su magia como si fuese necesario, como si no estuviéramos viendo lo que hace (el principal problema de los efectos especiales no es lo mal que lucen, sino que son del todo prescindibles). Y al mismo tiempo utiliza esto para tratar un tema mucho más realista y, lamentablemente, siempre actual, que es el de la trata de personas. En ese caso se parece a películas como "Hipersomnia" de Gabriel Grieco o "Clementina", de Jimena Monteoliva, pero mientras aquellas lograban crear un propio universo, más exagerado en el caso de la primera y mucho más sobrio en esta última, Cubells parece algo indeciso. A nivel argumental, con el guion de Matías Caruso, estamos ante una premisa sin dudas atractiva pero que no funciona en su desarrollo. Leticia Bredice está en otro tono muy distinto y tiene un personaje que podría haberse explotado mucho más, es la villana, la cabeza. El resto de los personajes que aparecen a su alrededor tampoco consiguen desarrollo alguno y todo parece tan desprolijo y artificial como la estética del film. En especial las escenas nocturnas lucen como plásticas. Sin dudas lo mejor de la película es Érica Rivas, siempre creíble aún en sus escenas más desbordantes. Después estamos ante un film que aunque cumple retratando y denunciando una temática grave y sin banalizarla no aprovecha su atractiva premisa. “Bruja” es una película que parece hecha a las apuradas y sin mucha inspiración, una pena absoluta.
Anexo de crítica vía Jesica Johanna Dirigida por Ricardo Díaz Iacoponi y escrita junto a Daniel Cúparo y Fernando Castets, “El retiro” es una comedia dramática protagonizada por Luis Brandoni y Nancy Dupláa. Rodolfo es un obstetra que después de haberle dedicado toda la vida a su oficio se retira. Entonces se encuentra con mucho tiempo libre que no sabe bien cómo ocupar. Un día, la mujer que trabaja en su casa le deja a su hijo y no vuelve. De repente se encuentra teniendo que cuidar a un niño que además no termina de comprender por qué su madre no regresa. Cuando Laura, su hija, se entera de lo que sucede, se muda momentáneamente para ayudarlo. Allí empiezan a aflorar cuestiones entre ellos nunca superadas. Laura, que siempre sintió a su padre ausente en su vida a causa de un trabajo que le consumía todo su tiempo y su atención, es ahora testigo de la dedicación que le brinda a este nene. Al mismo tiempo sabe, porque él no lo esconde, que su padre no acepta el estilo de vida que ella lleva, una vida dedicada al inconstante negocio de la música cuando bien podría haberse convertido en una profesional que siguiera sus pasos. Con un poco de comedia pero más interesada en emocionar, “El retiro” va abriendo diferentes situaciones alrededor de Rodolfo, su vida como padre, ahora como una especie de abuelo, la posibilidad de una nueva vida a esta edad, el viejo amigo que con su apariencia de desfachatado y bohemio le da cátedra sobre cómo hay que vivir. El relato se va moviendo por cada una de estas direcciones esperadas, sin muchas sorpresas y con algunas situaciones incluso un poco forzadas (como la resolución con respecto al niño y su madre, pero también entre los dos protagonistas). Estamos ante un film que apunta a un público poco exigente. Además los dos actores protagonistas no se corren del registro que los caracteriza. Ella, un poco sobreactuada en algunas escenas; él siempre con la misma expresión ante diferentes tipos de situaciones. A su alrededor secundarios como Soledad Silveyra y Gabriel Goity intentan brindarle un poco de color pero sus personajes no cuentan con ninguna profundidad. En cambio, Marcos Da Cruz que interpreta al niño Diego, es el único que consigue aportarle un poco de frescura a esta película. “El retiro” no es la comedia boba que se podría esperar desde el póster, pero tampoco es el drama conmovedor en el que se esfuerza por convertirse. Es más bien un producto que parece más cercano a la televisión de aire de hace unos años.
La primera película del actor Max Minghella (“La red social”, “Cuernos”, “The handmaid’s tale”) detrás de cámaras es una historia contada ya muchas veces. “Alcanzando tu sueño” tiene como protagonista a Violet, una joven que vive en un pueblo rural, tímida y sin amigos que utiliza su tiempo libre trabajando para poder ayudar a su madre en la casa. Pero también ama y disfruta mucho de la música y canta en un bar donde nadie le presta atención. Hasta que un hombre, de apariencia robusta y descuidada, la aplaude. Cuando en su escuela aparece gente de un famoso programa de televisión que busca talentos, Violet se anota pero al ser menor necesita un mayor que la acompañe. Aquella noche en que aquel hombre la aplaude también la termina alcanzando a su casa y, más allá de lo extraño que podría ser la situación, su presencia cálida le hace saber que puede confiar en él. Pronto descubre que hace mucho tiempo fue un reconocido cantante de ópera. El film tomará un rumbo siempre predecible. Una joven de origen humilde que tiene la oportunidad de su vida y podría convertirse en la gran estrella que siempre soñó ser, con viaje incluido a la ciudad que le hace saborear de manera precipitada e intensa ese mundo tan deseado como temido. Con una buena selección de canciones pop y una interpretación siempre notable de la joven Elle Fanning (actriz que supo llevar una carrera mucho más interesante que la de su hermana Dakota), la película de Minghella no cuenta con muchas virtudes. Se podría rescatar que en ciertos momentos elige ser narrativamente económico y nos evita asistir a otras escenas comunes de este tipo de películas (como sucede al final). Dentro de tanta fórmula aplicada, por momentos consigue ser más sutil escapándole a los subrayados. Por ejemplo, incluso el concurso musical suele estar siempre en un segundo plano porque lo principal es lo que vive esta adolescente. Aun así gran parte del relato no consigue transmitir demasiado. En general, “Alcanzando tu sueño” resulta en un drama algo soso y muy predecible, incluso poco ambicioso (esto podría ser un punto a favor, menos es más). Lo más interesante radica en la relación de su protagonista con ese hombre tosco que le demuestra lo que tanto necesitaba: que cree en ella y en su talento.
Dirigida y escrita por Hugo Giménez, Matar a un muerto es un drama inquietante y oscuro que sucede en el monte durante la dictadura de Stroessner en Paraguay. Pastor y Dionisio son dos hombres encargados de enterrar cuerpos NN sin vida. Esa rutina en medio del monte se encuentra interrumpida cuando uno de los presuntos cadáveres resulta ser un hombre aún vivo. Un rato antes, una placa nos situó en Paraguay en 1978. A fuego lento es que se va cocinando esta historia cada vez más sórdida e inquietante. Allí donde todo parece calmo, alejados de lo que sucede en el país y en el mundo. Una radio que no funciona y ni siquiera les permite saber a los protagonistas cómo está transcurriendo el Mundial. Cuando aparece este hombre con vida se les descoloca todo. ¿Qué hacer? ¿Cómo? Nadie habló en este trabajo de ser asesinos, pero no parece haber otra salida posible. Hugo Giménez consigue crear atmósferas de tensión que se intensifican con todo lo que no se ve, lo que está ahí afuera. No es para nada casual el año en que sucede, habla de un fuera de campo incluso peor. El film, entonces, se va narrando a través de lo que les sucede a ellos a partir de este hecho inesperado, y la carga psicológica por la que van transitando. La tensión está construida no sólo a partir de la relación entre ellos dos, donde uno tiene un mayor poder sobre el otro, sino también sobre quienes están del otro lado dándoles órdenes. Giménez construye de manera sólida un potente drama de suspenso a partir de pocos elementos. El monte como escenario principal, tan vasto como opresivo, y apenas un par de personajes a los que eventualmente se les sumará algún otro. El trío principal (compuesto por Ever Enciso, Aníbal Ortíz y Jorge Román) se desenvuelve muy bien en el registro en que la película los pone, con más silencios que diálogos, miradas que no necesitan de palabras. También vale resaltar que a nivel técnico se presenta un film muy cuidado. Interesante retrato sobre una época terrorífica que se aleja de los hechos más conocidos y en su lugar explora el tema de los desaparecidos desde un costado poco habitual, más intimista y no menos terrible. El gran acierto de Hugo Giménez es la buena creación de climas por los que nos hace transitar.
Lo nuevo del prolífico director francés François Ozon es un drama basado en casos reales, que expone casos de pedofilia por parte de sacerdotes y que la Iglesia conoce y oculta. La nueva película de François Ozon comienza con una voz en off. Un hombre que se presenta y da a conocer que fue abusado por un sacerdote. Pronto entendemos que eso que escuchamos es la carta que está escribiendo al cardenal a cargo cuando se entera de que aquel hombre sigue hasta el día de hoy trabajando con niños. Alexandre está casado y tiene cinco hijos y tanto con su mujer como con sus hijos habla abiertamente de lo que le pasó, porque entiende que ésa es la mejor forma de prevenirlo. En Por gracia de Dios vamos siguiendo primero a este personaje, a través de su lucha por hacerse escuchar y lograr que se haga algo, con un enfrentamiento cara a cara con su abusador incluido. Pero después van apareciendo otros casos y las líneas narrativas ya no siguen un camino preciso. Así, aparece un amigo de su infancia y Ozon se va despegando de quien parecía ser su protagonista para seguir, a su turno, el hoy de estos otros hombres que también fueron abusados y que, uniéndose, buscan y encuentran modos de hacerse escuchar. Porque cuando uno escucha que no está solo resulta más fácil abrirse. La estructura entonces no es clásica. Los personajes se juntan en varios momentos pero en general se los sigue por separados, cada uno a su tiempo, casi como diferentes capítulos de una misma historia pero, a diferencia de como hizo en Joven y hermosa, por ejemplo, cada capítulo no retrata una estación, una época, sino a un personaje distinto. Esto le sirve a Ozon para mostrar cómo un abuso en la infancia puede derivar en diferentes tipos de traumas. También se nos muestra que cada familia es un mundo y cada uno de ellas también ha tenido diferentes tipos de reacciones ante el conocimiento del abuso. El director y guionista, que en general se caracteriza por sus historias provocadoras, acá opta por una temática fuerte y difícil y la retrata con mucha elegancia, distante y fría por momentos y, al mismo tiempo, alejada de cualquier tipo de morbo o lugares comunes que podrían haber sido esperables en una historia así, hasta los flashbacks son muy sutiles. Lo que fácilmente podría haber caído en un drama subrayado y de golpes bajos deriva en una película que, sin necesidad de criticar la fe y la religión, cuestiona la hipocresía de la institución. Por gracia de Dios está además filmada de manera impecable, aunque por momentos Ozon pareciera regodearse en su talento y las escenas se alargan un poco más de lo necesario. Otro punto a favor del film es el elenco, con actores que consiguen brindar mucha dimensión a sus personajes sin histrionismos, incluso con el personaje interpretado por Swann Arlaud, Emmanuel, a quien el abuso lo dejó severamente conflictuado. El uso o no de la música también termina de acentuar el tono buscado. Por gracia de Dios es una película sobre una cruda realidad. Ozon retrata algo más que una historia sobre el abuso infantil, además muestra las diferentes formas de sobrellevarlo y al mismo tiempo sitúa a la institución religiosa como la gran silenciadora. Sin artificios ni manipulaciones, de una manera sencilla y con una narración precisa logra estremecernos.
El director Neil Jordan dirige y escribe junto a Ray Wright un thriller sin mucha inspiración. “La viuda” parece ser una de esas películas ochentosas con personajes que se obsesionan hasta llegar a los límites más impensados. Por suerte cuenta con el protagónico de Isabelle Huppert como la villana y la actriz francesa hace todo lo que puede y juega con el personaje que le dieron. “La viuda” comienza con el personaje de Frances (interpretada por Chloe Moretz), una joven que ha perdido a su madre y ahora intenta llevar adelante su vida en Nueva York junto a su mejor (y única) amiga (Maika Monroe, la actriz que nos cautivó desde la inédita aquí “The Guest” y “Te sigue” y a quien quisiéramos ver más). En una de esas mañanas como todas se encuentra un bolso olvidado en el subte en el que viaja de regreso a casa. Decide tomarlo para luego devolverlo y así llega a la casa de una solitaria viuda que en agradecimiento la invita una taza de café. Frances comienza a sentirse cómoda y conmovida por esta mujer y pronto entabla una amistad que su amiga y compañera de piso siente extraña desde el primer momento. Y no está equivocada, porque cuando descubre que conocerse no fue tan casual como ella imaginaba las cosas se van tornando cada vez más raras y peligrosas. No es difícil imaginar hacia dónde va a ir yendo la historia pero Jordan no consigue ser muy sutil y muchas secuencias se van tornando cada vez más inverosímiles e imposibles y, por lo tanto, ridículas. Mientras Moretz todavía no consigue desplegar diferentes facetas interpretativas, Huppert decide entregarse al juego como si no le importara el resultado. La experimentada actriz termina siendo lo más cautivante de un film que, más allá de su añejada premisa, podría haber entregado un thriller decente. Un punto en contra que tiene su venta, es que si uno vio el trailer ya sabe todo lo que pasa. Aunque tampoco es difícil ir deduciéndolo a medida que la narración se va sucediendo. “La viuda” toma elementos del terror psicológico pero no consigue transmitir esa sensación. Al contrario, hay momentos de una comedia involuntaria que hacen que nunca se la pueda tomar en serio. Así, un director que desde “En compañía de lobos” y después de “El juego de las lágrimas” y “Entrevista con un vampiro” se terminó erigiendo como un nombre que prometía y no pudo llevar a cabo lo que se podría haber esperado de él, más allá de que hace unos años volvió al cine de vampiros con una película atractiva que pasó desapercibida y acá ni siquiera llegó a estrenarse, “Byzantium”. Un film previsible sobre la soledad y el acoso que, además de no contar con un guion bien trabajado que se pierde entre situaciones forzadas e inverosímiles tampoco se la termina de jugar, que podría haber sido más sórdido y oscuro. El resultado deriva en una especie de telefilm que al menos no aburre, aunque sea por las razones equivocadas.
Dirigida y escrita entre Roberto Persano, Santiago Nacif Cabrera y Gato Martínez Cantó, Los Índalos es un documental que gira en torno a una familia de militancia revolucionaria. En Los Índalos, de los directores de Nicaragua, el sueño de una generación, seguimos a Aurora Sánchez, una mujer de una familia de revolucionarios, familia cuya historia no pudo evitar estar ligada a las desapariciones, acá con La Tablada como escenario final para dos hombres de su familia: su hermano Roberto y su hijo Iván. En este documental en el que los directores eligen no mostrarse, en el que no hay una primera persona sino que están siempre detrás de cámara, siguiendo y escuchando a su protagonista y a algunas personas más que hacen a la historia, se va construyendo la historia de esta mujer que comienza con sus padres en la España republicana para luego llegar a la Argentina. Cartas, testimonios, fotografías y algo de archivo televisivo son los recursos que terminan de conformar este documental que plasma la historia de una mujer que reclama justicia para su hermano y su hijo que, luego de compartir exilio en Francia y trinchera en Nicaragua, terminan desaparecidos en el copamiento del cuartel de La Tablada. “Alguien que quiere a la humanidad”, es la definición con la que Aurora se encuentra de qué es ser un revolucionario, que llega de parte de la persona más inesperada. La herencia revolucionaria parece llevarla en su ADN. Ahora Aurora, junto a sus índalos, símbolos protectores, presencias que trascienden la muerte, lucha por mantener viva la memoria y la película la acompaña mientras, sin necesidad de plantear críticas, se construye parte de la historia escrita con sangre. Sin artificios ni recursos manipuladores, Los Índalos consigue ser emotiva principalmente gracias a una protagonista que puede mostrarse tan fuerte como vulnerable. “Que la tristeza jamás vaya unida a nuestros nombres”, termina siendo el último pedido de un revolucionario, y el film consigue, más allá de narrar una historia con sangre, un tono intimista y cálido.
Seguramente hubo un momento en que Clara soñó con vivir dibujando y lograr ser reconocida por eso. Hoy, recibiendo un importante premio de ilustración de carácter internacional y con un contrato con una famosa editorial más la posibilidad de ser parte de la feria más importante del mundo para la literatura infantil, se siente casi como si se ahogara. No ayuda que la gente de la editorial le indique cambios que no entiende para su futuro libro o que con sus hijos apenas logre entenderse. Así que junto a su marido, que siempre está dispuesto a apoyarla, se muda a una casa de campo en el pueblo donde pasó su infancia. Es allí donde de a poco y lentamente ella logra conectarse con la parte de sí que tenía un poco olvidada. Dibujar por placer. Dibujar lo que quiera. Pero esto no aparece de la nada y porque sí, más allá de que la idea de mudarse surge como una necesidad de ella de poder relajarse. Ahí hay un fuerte encuentro con su pasado, con quién era y a quién amó. Y, pronto, con su futuro. En la nueva película que escribe y dirige Natalia Smirnoff, Clara comienza su viaje personal a través del reencuentro con una familia que quiso mucho y de la cual se sintió parte. Un amor del pasado, un viejo amigo y una señora que la quería como a una hija. Una reconexión necesaria con una misma. ¿Se puede tenerlo todo y sentirse insatisfecha? Sí, porque una pierde lo esencial de vista. A través de la idea de visitar un comedor infantil de la iglesia donde trabaja un viejo amigo, Clara, primero asustada e incapaz de relacionarse con ellos, hasta que de a poco, a través de una mirada cómplice o una sonrisa encuentra otra vez al dibujo como el gran motor, ya no sólo para ella, sino para ellos. Paola Barrientos lleva adelante la película y es capaz de interpretar a su Clara a través de un registro sutil, un rostro cansado y con ojeras en la primera parte, más relajada cuando logra volver a confiar en sí misma y en lo que hace. La acompaña un elenco no menos sólido, con Diego Cremonesi como el interés amoroso del pasado que regresa y con quien se permite el juego de la seducción, y Marcelo Subiotto como su marido y al mismo tiempo representante, capaz de estar siempre para ella pero a veces incapaz de comprender sus verdaderas necesidades. Volver a ser quién éramos, niños o adolescentes, o jóvenes, o un poco de todas esas personas con la sabiduría que se consigue al haber vivido. No dejarse atrapar, no quedarse encerrada, no poner una misma esa llave desde adentro. “La afinadora de árboles” es una película que en lo simple de su narración consigue profundizar a través de lo complejo que puede ser el universo femenino y lo hace de una manera tan bella como los dibujos (realizados por la ilustradora Yael Frankel) y la animación con la que se permite jugar en ciertos pasajes. Estamos ante algo más que el retrato de una mujer en crisis consigo misma porque sobre todo demuestra que para poder encontrarse primero hay que perderse, y también lo importante que puede ser una salida artística para la vida.