Ópera prima de Gonzalo Mellid, La forma del bosque es una película de terror que apuesta a lo sensorial a través de climas siniestros que tienen como escenario un bosque oscuro y misterioso. Lo sugerente y lo siniestro prevalecen en una historia que sobre todo gira en torno a la idea de proteger aquello que queremos. La película empieza con una narración en voz alta: un hombre (protagonizado por el asiduo al género Chucho Fernández) que le narra a sus nietos con los que vive historias ancestrales sobre un bosque que parece tener vida propia, defenderse, que ataca sólo cuando es atacado, al que hay que respetar y cuidar para poder vivir en armonía. Explica bastante de aquello de lo que se va a tratar la historia con un prólogo que nos adentra en una especie de cuentito. Allí se empieza a vislumbrar también cierta idea de mensaje ecológico en la que nunca se termina de profundizar pero que está latente. Después de ese prólogo la historia se divide en tres capítulos. El primero pone en el centro a otro personaje: un hombre solo y abatido por la muerte de su pequeño hijo, situación que se nos va revelando de a poco a través de detalles. Este hombre deprimido decide ingresar al bosque, quizás en busca de alguna respuesta o reclamo, y allí se encuentra con el fantasma de su hijo que tal vez no sea ya su hijo porque la sensación que prevalece es la del mal personificado. Por otro lado, el abuelo siempre les advierte a sus nietos que se cuiden entre ellos y que no permanezcan solos en el bosque. También los inculca a comer sano sólo lo que ellos cosechan, cosa que pone de malas al muchacho que empieza a sentir curiosidad por comer otra cosa, algo así como carne. Como si fuera poco no logra conectarse con su hermana, una niña muda que sólo se expresa a través de dibujos. Ambas líneas argumentales confluirán cuando el bosque sea quien haga su reclamo tras una situación en la que se derrama sangre. A esta altura se destaca Chucho Fernández como el abuelo capaz de darlo todo por proteger a la única familia que le queda. Allí también aparece una Magui Bravi que pasa de la sensualidad a lo aterrador en cuestión de minutos (con un desnudo que parece gratuito al ser por lo visto el único personaje que necesita de él). La resolución tiene alguna sorpresa y cierra la película de manera satisfactoria la historia que se quiere contar. Sin embargo en el medio, en su afán por apostar a la atmósfera siniestra y al misterio la película se torna más bien repetitiva. Incluso hacia el final se repite casi por completo parte del prólogo intercalado con algunos diálogos que ya escuchamos y lo torna sobreexplicativo. A nivel estético y técnico, la película se presenta como una apuesta arriesgada y lograda, por momentos demasiado prolija. Pero un guion flojo al que las buenas actuaciones no pueden aportarle mucho más la convierte en una idea interesante que no consigue desarrollarse de manera favorable. Escrita por el propio Mellid, La forma del bosque es una ópera prima ambiciosa y arriesgada que, como sucede bastante con el cine de los Onetti (Nicolás Onetti es uno de los productores) parece apostar por un estilo de cine de terror extranjero, casi universal, pero que parece replicar más que interpretar.
En la interminable seguidilla de películas basadas en cómics, la nueva apuesta fuerte de Marvel viene con un grupo de personajes nuevos anclados en el universo de los Vengadores. Y la apuesta es realmente fuerte, porque con Eternals la idea era marcar una especie de antes y después desde muchos aspectos, no sólo en cuanto a cómics y personajes. Por un lado, con una directora recientemente oscarizada y que se caracterizaba en su corta filmografía por un cine de autor a simple vista difícil de relacionar con los tanques de Marvel y a quien por ejemplo se le permitió filmar en exteriores reales en lugar de usar tanta pantalla verde. Por el otro, se supone que tuvo tal libertad que hizo todo por solucionar lo que se le venía criticando a la interminable saga: hay personajes de todas las razas, hay diversidad también a la hora de presentar a un personaje sordomudo, otro es abiertamente homosexual con beso incluido en primer plano, y hasta hay una pequeña escena de sexo. Si bien se nota el hincapié por hacer la diferencia, la galería de personajes nuevos permite que estas cosas sucedan de un modo menos forzado de lo esperable. Pero no deja de ser una película de superhéroes, con villanos genéricos que amenazan con destruirlo todo y alguna vuelta de tuerca que nos presenta otro rostro de personajes que se supone que creíamos conocer. Eternals tiene un par de personajes centrales que no consiguen destacarse demasiado: Gemma Chan y Richard Madden entregan interpretaciones demasiado anodinas para la propuesta y protagonizan además una poco excitante trama romántica. Actrices icónicas a las que deseábamos ver quedan desaprovechadas: Salma Hayek y, en especial, Angelina Jolie, con una de las líneas narrativas más pobres a la que por suerte ella se entrega con convicción. En cambio, algunos secundarios como Kumail Nanjiani y Ma Dong-seok desprenden tanto carisma que una quisiera tenerlos más tiempo en pantalla, incluso en escenas importantes que se pierden. La historia gira en torno a este grupo de “eternos”, diez personajes inmortales que vienen del espacio exterior y fueron designados al planeta Tierra para protegerla de unas criaturas depredadoras llamadas desviantes. Pero no tienen permitido alterar el curso más allá de ese aspecto y a lo largo de los siglos y milenios son testigos de cómo los humanos avanzamos lentamente y nos enfrentamos y destruimos sin piedad. Guiados en la Tierra por Ajak (Hayek), siguen órdenes de una misteriosa entidad superior, Arishem, un Celestial. Pero al vivir tanto tiempo sobre la tierra, estos inmortales comienzan a humanizarse, a sentirse uno más entre nosotros aun con la pequeña diferencia de que nunca envejecen y ven pasar los siglos de los siglos. Desperdigados a lo largo del planeta que parece haber encontrado cierta tranquilidad respecto de las monstruosas criaturas supuestamente erradicadas, éstas pronto reaparecen y lo hacen con una fuerza mayor que los lleva a reunirse una vez más, entre desencuentros y diferencias. Algo curioso de la estructura del guion es que debe ser la película de superhéroes con mayor cantidad de flashbacks, y más de uno prescindibles. La película viaja constantemente entre tiempos y espacios y, si bien no lo hace confuso, sí la hace sentirse larga. Sobre todo en la primera mitad la historia tarda mucho en avanzar en su afán de querer desarrollar el mundo de todos estos personajes y sus entramados. No vale la pena contar mucho más de la historia, en especial en esta época en que cada detalle puede ser considerado un spoiler para ciertas personas. A grandes rasgos, la película cuanto más genérica se torna también lo hace más aburrida. Los villanos monstruosos no tienen mucho más que eso para ofrecer. En cambio, entre las escenas que retratan algo así como la cotidianeidad de estos eternos en el planeta se pueden encontrar algunas más agradables y divertidas. Pero en sí estamos ante un film desparejo, amoroso, no tan novedoso como pretende ser en su forma aunque sí arriesgado dentro de sus límites (en Estados Unidos es la primera película de Marvel desde El increíble Hulk con Edward Norton en ser calificada para mayores de 13 años por contener sexo y violencia). A Zhao se la nota incómoda y la edición parecería ir en contra suya, con cortes raros entre sus planos como si no la dejaran ser. Hay que reconocer también que casi todas estas películas podrían ser dirigidas por la misma persona, porque a la larga son los productores y el dinero los que mueven los hilos. Sí llama la atención que para ser una película de Marvel, que a diferencia de DC suele ser más colorida y alegre que solemne y oscura, hay pocos momentos de humor y no todos funcionan de la misma manera. Por eso capaz se extraña a los pocos personajes que consiguen estos momentos, porque sus apariciones son más breves de las que una quisiera. Se puede percibir un trasfondo religioso con la historia de la creación del mundo, el universo, la humanidad. La referencia a Thanos, quien desplegaba más y mejores dilemas, y su famoso chasquido busca justificar la retardada aparición de estos eternos. Eternals es un capítulo más de una saga que no parece tener fin incipiente. Es entretenimiento ligero que pretende abarcar demasiado, destacarse y presentar algo novedoso pero el resultado está por debajo de lo esperado y todo luce artificial e impostado. Al menos se aprecia que otras voces sean escuchadas y tenidas en cuenta; es un comienzo. Quizás no apta para quienes ya empiezan a saturarse de este tipo de propuestas. Como siempre, no olvidar quedarse hasta el final final de los créditos.
Dirigida por José Cicala y escrita en conjunto con Gustavo Lencina y Griselda Sánchez, con una idea de esta última que además compone uno de los personajes más fuertes, Sola es una película atípica dentro del panorama nacional. Una distopía atemporal en un mundo similar al nuestro, como sugiere su póster. Un mundo hundido en una guerra interminable y sin sentido y habitado por oscuros personajes que intentan sobrevivir a cualquier costo. Araceli González en su regreso al cine es Laura, una mujer que después de ser notificada de la muerte de su marido, interpretado por Miguel Ángel Solá, descubre que está embarazada. Pero no criará a su hijo solo porque la presencia del hombre la acompaña todo el tiempo. Lo mira, habla con él, lo escucha. «No es tiempo para débiles», le escucha decir. Así como en “La habitación del presidente” de Ricardo Romero nos encontrábamos también en un mundo bastante similar al nuestro y allí el presidente tenía el derecho a ocupar una habitación de cualquier casa cuando lo necesitara, por lo que todas eran construidas con ese cuarto extra siempre preparado por si acaso, en Sola el gobierno decide apoderarse de casas no habitadas. Como Laura tiene una casa al lado de aquella en la que vive heredada por su padre, decide utilizarla para una misteriosa pareja que tendrá fines terribles. Ahí entra el personaje de Fabián Mazzei, que ya se lo presenta como un hombre que sabe seguir un plan y que, aunque algunos fantasmas lo persigan, nunca pierde el rumbo. Es esta pareja la que empieza a transformar la cotidianeidad de Laura que en cambio se presenta como una mujer demasiado buena y generosa que se contrapone con un mundo que se percibe duro y frío. A su alrededor se mueve una galería de personajes que la historia no desarrolla demasiado. Aparecen muchos rostros conocidos como el de Mariano Martínez, Alfredo Casero, Rodrigo Noya, Monica Antonópulos, Luis Machín y hasta una presencia sorpresa en una especie de epílogo que no logra aportar mucho más. Aunque la apuesta es arriesgada e interesante y se nos muestra un mundo torcido y oscuro donde todo puede pasar, el tono de la película se mantiene siempre en mismo nivel, frío, calculado, que le resta interés a medida que se sucede el relato. Incluso la vuelta de tuerca del final no hace más que acentuar antes que sorprender realmente. A nivel técnico hay una construcción de planos muy cuidada. Hay algunas imágenes impactantes y una estética muy lograda. Pero la mezcla de géneros que permanece siempre en un mismo tono la hace una película sin ritmo y las intrigas no consiguen generar suficiente fuerza. En cuanto a lo interpretativo, Araceli González se destaca con sutileza en su personaje pero otros como Miguel Ángel Solá o Luis Machín parecen más bien desaprovechados. Griselda Sánchez, en el papel de una enfermera que no pierde nunca las esperanzas es otra que logra lucirse junto a Micaela Suárez, interpretando a la joven esposa también embarazada. Este primer largometraje de Cicala lo presenta con cartas fuertes sobre la mesa pero no consigue aprovecharlas y se pierde con un relato atractivo en superficie pero monótono y chato en contenido que quiere abarcar más de lo que es capaz y que se termina sintiendo impostado, artificial.
La nueva película escrita y dirigida por Valentín Javier Diment (La memoria del muerto, El eslabón podrido, La Feliz, continuidad de la violencia) viene de de ganar el premio a Mejor Película en la sección Noves Visions de la última edición de Sitges. Se trata de un peculiar melodrama situado en los 70s y rodado casi todo en blanco y negro que pone a sus protagonistas a enfrentarse entre ellas y, sobre todo, consigo mismas. Carla llega una noche de lluvia desesperada a la casa de una doctora que cree que puede ayudarla. Pero ella no la atiende, sino su ama de llaves, quien la obliga a volver a la mañana siguiente. Ya de día, Irina la recibe, la estudia pero, más allá de que ese sea una parte de su negocio, se niega a hacerle un aborto por lo avanzado del embarazo que ella quiere interrumpir. A cambio le propone encontrar un nuevo hogar para ese bebé y, ya que no tiene a donde ir, hospedarla en su casa donde estará bien cuidada para que el embarazo pueda llegar a término y así poder hacerse ambas un dinero con él, siempre y cuando siga sus reglas. Desde un principio hay algo que se percibe filoso y claustrofóbico entre ellas. Primero porque al principio se relacionan lo justo y necesario y segundo porque es evidente que ambas esconden parte de sí ante la otra. Es que Carla es una joven risueña con conductas autodestructivas que no se sabe de dónde viene ni de qué escapa y que se contrapone por completo a la rigidez con la que Irina siempre permanece, una mujer sin amigos ni pareja que sólo guarda una fuerte relación con su madre internada en un geriátrico y sólo expresa lo que piensa y siente a través de un diario íntimo. De a poco una va entrando en el mundo de la otra y provocando pequeñas transformaciones. Hasta que las cosas se empiezan a desbordar. En esa relación simbiótica entre las protagonistas encerradas casi en una sola locación El apego puede rememorar a Persona de Bergman; pero lo problemático y retorcido la termina llevando hacia el lado de Las diabólicas de Clouzot. Se nota la inspiración en un cine de autor de otra época, cuidado estéticamente pero con una trama que explora las psicologías de estos personajes que se salen de la norma. Ahí entran en juego temas como el lesbianismo, el aborto, el abuso sexual, todos temas que aparecen en una época de mayor marginación. Diment no teme meterse con temáticas delicadas de las cuales de todos modos se habla más actualmente, pero lo lleva más allá y puede parecer polémico, al menos en tiempos de tanta corrección política. Ese juego es uno de los aspectos más interesantes y sorprendentes que tiene la película. No obstante, como si esto fuese poco, la narración pronto se va quebrando para terminar dando vuelcos que, en su totalidad, hacen sentir al film como un rejunte de demasiadas ideas y vueltas. Lo que empieza como un drama asfixiante se viste de colores cuando se disfraza de cierto romanticismo retorcido al mejor estilo los primeros melodramas románticos de Almódovar (que filmó hermosas historias de amores tóxicos como Átame y La ley del deseo), con grandes dosis de erotismo incluidas. Hay una sensación de que Diment quiere abarcar demasiadas aristas en un tiempo que, si bien no estamos ante una película breve sino de unas dos horas, parece poco como para que se desarrollen con la profundidad necesarias. Resumiendo: en El apego pasa de todo, suceden muchas cosas todo el tiempo y no siempre están en un mismo tono aunque sí prevalece la idea de lo retorcido, lo que se corre de la norma, y en donde las pasiones pueden desatarse de maneras furiosas y violentas. Hay una especie de sobrecarga narrativa que además genera esa sensación de película larga cuando en diferentes momentos ésta parecería estar llegando a un cierre que no termina siendo más que otra vuelta. En el centro de todo está la condición a la que el título apela, que tiene que ver con cómo el modo de relacionarnos en la infancia influye en la adultez. Es que si bien a nivel narrativo la segunda parte es la que más acción presenta, es la primera, la que tiene mayores sutilezas y tiempos más lentos y comienza a delinear los personajes y la historia de manera sugerente e intrigante, la que resulta así bastante más atractiva que cuando los excesos se apoderan del relato. En cuanto a lo estético, El apego es impecable. Además de la impronta que genera el blanco y negro que acentúa las sombras, tiene unos planos cuidados que no sólo resultan muy bellos sino que expresan la psicología de estos personajes y los cambios que van transitando; detrás está el director de fotografía Claudio Beiza que consigue imágenes inolvidables. La ambientación, las locaciones, esa enorme casa que es un personaje más que contiene. El uso de la música, en momentos precisos, ayudan a resaltar ciertos momentos. Pero lo más valioso que tiene está en esas dos actrices que se llevan al hombro toda la película, que le ponen el cuerpo a todo tipo de emociones turbulentas. Lo de Berthet y Anganuzzi es notable, la manera en que se entregan a todas esas situaciones que de manera burda podrían haber ridiculizado a sus personajes. Es alrededor de ellas que sucede todo y el resto de los personajes (Germán de Silva, Edgardo Castro, Luis Ziembrowski) van desfilando a su merced. Absorbente, seductora, turbia, El apego es una película compuesta de demasiadas ideas que por momentos sobrecargan el resultado. Pero entre ese melodrama romántico y el thriller oscuro no se puede negar que hay un film arriesgado y atractivo que juega también con el humor negro y el erotismo y que vale la pena ver.
La nueva película del director Scott Cooper (Crazy Heart, Out of Furnace) está basada en un cuento de terror escrito por Nick Antosca y escrita junto a él y a Henry Chaisson. Este cuento llamó la atención de Guillermo Del Toro y fue así que decidió producir la adaptación. Al verla se entiende inmediatamente por qué al realizador mexicano le interesó la historia; a la larga a él siempre le gustaron los monstruos y aunque a veces siente cariño por ellos también los teme porque comprende que son reales. En el prólogo a su antología de Cuentos de Terror, el escritor argentino Alberto Laiseca escribía: «La vieja pregunta es ¿por qué seguimos leyendo (o pidiendo que nos cuenten) historias terroríficas? En primer lugar porque nos divierten mucho. Es cosa clara. Todo lo que ‘abre puertas’ gratifica. Pero hay todavía una razón más profunda: los monstruos existen en serio y todos los sabemos…». En Espíritus oscuros, que empieza con un prólogo intrigante y terrorífico en el que un niño es testigo de algo que ataca a su padre, los monstruos no siempre tienen una apariencia estrafalaria y sobrenatural, a veces se encuentran bajo la piel de vínculos cercanos. La protagonista es una joven maestra interpretada por Keri Russell, una mujer que recientemente volvió al pueblo y a la casa en la que vivió y ahora lo hace junto a su hermano convertido en sheriff. En la escuela enseña sobre mitos y leyendas y le llama la atención un estudiante que además de ser maltratado por el resto de sus compañeros, permanece siempre solo, parece desnutrido y aunque no sabe leer llena sus cuadernos de dibujos aterradores que cuentan historias. Julia, la mujer en cuestión, no tarda en intuir que algo sucede en la casa de ese niño e intenta acercarse a él. Es que su historia familiar la hace sensible a este tipo de situaciones. Lo que no imagina es que en la casa de este nene su padre convive transformado en una criatura salida de la mitología de los nativos. La trama no tiene grandes sorpresas y las metáforas pueden ser demasiado claras pero eso no hace al relato menos efectivo. Porque Cooper consigue crear climas ominosos y sugerentes, de hecho siempre decide mostrar lo justo y necesario y así se mueve de manera lograda entre la tensión y el misterio. Aunque esté protagonizado por un niño no estamos ante un film de tono liviano casi familiar como podrían serlo Un monstruo viene a verme o Historias de miedo para contar en la oscuridad, por mencionar historias que conjugan drama y terror sobrenatural protagonizada por niños. El director no teme en sus dosis justas apostar por el gore, que a veces desentona un poco con la parte más emocional. Por un lado está a cuenta gotas, contando lo justo y necesario porque sobre ciertos temas no hace falta decir mucho, la historia pasada de esa profesora que se escapó de su casa y no pudo volver hasta que su padre hubiese muerto. Por el otro, la del niño transformado a la fuerza en cuidador en una situación que lo pone siempre en peligro. Quizás Espíritus oscuros no termine de explorar la atractiva mitología nativa que gira sobre la historia que se cuenta, el Wendigo que aparecía en la novela de Stephen King «Cementerio de Animales», pero es que su corazón radica en la mencionada idea que se tiene sobre el monstruo. Una pequeña y aterradora película que nos enfrenta ante la horrible pero evidente noción de que los monstruos existen y pueden estar más cerca de lo que pensamos
Ridley Scott es uno de esos grandes directores que somos afortunados de tener conforme van pasando las décadas. Con 84 años sigue rodando sin respiro y antes de que llegue la esperada House of Gucci se estrenó El último duelo, un drama que sucede previo a las cruzadas pero puede engañar a simple vista. La historia está dividida a través de tres capítulos, tres verdades, es decir tres versiones. Los protagonistas son dos hombres, amigos que pronto se enemistan tras una traición, y la mujer de uno de ellos. A lo largo de dos horas y media seremos testigos de una historia contada desde tres perspectivas, aunque se resalta la verdad de la última, la de la mujer. Así, lo que podría parecer una lucha de masculinidades, que en efecto lo es pero no sólo eso, en el fondo es la lucha de una mujer por no ser silenciada en una época donde la mujer no sólo tenía destino válido de esposa y madre sino que era tratada como mero objeto. Basada en un caso real y acá escrita por el dúo Ben Affleck y Matt Damon junto a Nicole Holofcener, El último duelo comienza con impactantes imágenes de batalla que muestran a un Ridley Scott muy hábil para retratar la crudeza y bestialidad de la época. Pero de a poco abandona la batalla para ir profundizando un poco más en los personajes. Dos viejos amigos que de repente se encuentran en situaciones de poder muy distintas y la distancia entre ellos se acrecienta a medida que surgen mentiras y traiciones hasta llegar al momento que lo define todo: Jean de Carrouges y Jacques Le Gris se enfrentan luego de que éste último violara a la mujer del primero. Hablamos de una época de duelos a muerte en la que lo que más importa es el honor pero también donde la mujer no tenía voz. Está muy bien narrado cómo se relaciona la época con este tipo de situaciones de género: la violación como un ataque no hacia ella sino hacia su marido, las cuestiones de poder que permiten proteger al agresor, las instituciones acostumbradas a esconder este tipo de situaciones recurrentes, la mujer a la que aconsejan callar porque a la larga les pasa a casi todas y qué tiene ella de especial. Así hay muchas escenas que generan impotencia y al mismo tiempo permiten pensar un presente que está adelante pero al que todavía le quedan muchas cosas por cuestionar. Aunque es cierto que algunos discursos suenan demasiado actuales y por lo tanto fuera de la época que se decide retratar, la película tiene buen ritmo y genera un interés que no decae, aun cuando, a través de las tres versiones en que la película se divide, algunas escenas se hacen reiterativas o poco soportables -como la de la violación que se repite con cambios muy sutiles lo que pone en evidencia que el agresor puede disfrazar su ataque de seducción con el discurso pero en realidad sabe bien lo que está haciendo. El último duelo consigue su interés desde su impactante comienzo y no lo pierde nunca, ni siquiera cuando se deja de lado lo épico para narrar la cotidianeidad de otra época o aquel momento en que parece convertirse en una película de juicios. Hay mano en la dirección pero también en los aspectos que rodean un guion sólido sin necesidad de apelar a grandes sorpresas. La música de Hans Zimmer aquí suena con mucha fuerza. Las interpretaciones están todas a tono: Adam Driver como un macho consciente del poder que va adquiriendo, Matt Damon con su tosquedad e inseguridad disfrazada, Jodie Comer desde la delicadeza hacia la fortaleza de la que tiene que hacerse para poder sobrevivir en un mundo que no parece diseñado para la mujer, incluso un Ben Affleck casi ridículo funciona dentro de la historia. Con un paso casi desapercibido por la cartelera que la convirtió en su país en un fracaso de taquilla, El último duelo es una película que vale la pena aprovechar para ir a ver en salas porque demuestra que el éxito no determina nada, en especial en épocas complicadas para el cine en el cine. Porque Ridley Scott no sólo aparece con toda la solidez que su experiencia le brindó sino que detrás hay una historia de esas que valen la pena ser contadas. Y acá aparece con un relato que hace transitar un montón de emociones de principio a fin. Quizás le sobren algunas escenas -más que nada las que se sienten reiterativas- y quizás a veces el tono tan actual de los discursos parezca demasiado impostado para la época pero El último duelo no deja de ser una experiencia cinematográfica movilizadora y gratificante
En su película anterior, El Ritual, David Bruckner agarraba diferentes tópicos y recursos propios del género de terror y le encontraba una pequeña vuelta que lograba diferenciarla de tantas otras. Con La casa oscura sucede lo mismo. En este caso, la historia escrita por Ben Collins y Luke Piotrowski comienza con Beth, una mujer demasiado joven para ser viuda. Como si la situación de quedarse sola de repente no fuese lo suficientemente difícil, su marido la dejó llena de preguntas sin respuestas tras pegarse un tiro y dejarla en una enorme casa apartada que él mismo supo construir. Rebecca Hall se carga toda la película y protagoniza gran parte de ésta a solas. Una mujer que decide quedarse sola en esa casa porque siente en realidad que no está sola. Una presencia que no comprende identificar la atrae, le genera curiosidad la idea de que haya “algo”, lo que sea. La actriz interpreta de manera creíble lo que es transitar un duelo de este tipo, repentino y que descoloca. Se la ve más que triste enojada, cargada de contradicciones, por momentos contenidas hasta que explota. Pero La casa oscura no es una historia de fantasmas o no es solamente eso. En algún momento esos sueños o visiones la arrastran a un costado de la vida de su marido del que era completamente ajena. Esta parte de la historia se puede intuir bastante rápido, con una simple imagen que rememora un poco a Revelaciones (What lies beneath) de Robert Zemeckis, sin embargo no se queda en ese aspecto porque a la larga la historia que quiere contar Bruckner apela a otra cosa, a algo más grande. La película empieza con algunos pequeños aspectos religiosos en pantalla y si bien no se explora nunca del todo ese costado no hay que olvidarse de que están porque esa búsqueda de quienes se refugian en las diferentes religiones se parecerá mucho a la búsqueda de respuestas de la mujer. Una mujer que cree tener certeza de algo a causa de cierta experiencia previa de su vida y no obstante no puede evitar cuestionarse lo que ve o lo que siente. Bruckner consigue climas enrarecidos y sugerentes a través de imágenes muy precisas que se alejan de los típicos golpes de efecto. Acá se detiene en varios momentos inquietantes, los explora, juega con la locación, las luces, las sombras, las ilusiones ópticas que se crean. Una escueta nota suicida, la aparición de un cuaderno de dibujo, fotografías de chicas parecidas a Beth, una estatuilla de vudú, libros antiguos sobre ocultismo, elementos que empiezan a dar vuelta y ayudan a acrecentar la idea de algo más. Todo esto sucede mayormente en esa casa donde Beth se aísla y que a veces parece funcionar en otro plano. Ese juego entre el cuerpo y la casa y dos maneras de habitarse me hizo pensar, salvando las distancias, en la novela corta de Ricardo Romero, La habitación del presidente. Toda esta buena construcción del clima y de la historia deriva en una resolución algo repentina que deja sensaciones encontradas. ¿Qué hay al final de todo? La respuesta quizás sea demoledora.
La buena noticia cinéfila de cada año suele ser que hay película nueva de Clint Eastwood. Es doblemente buena cuando además nos enteramos de que la protagoniza, y el 2021 es uno de esos casos. En Cry Macho, Eastwood interpreta a una ex estrella de rodeo que hoy no tiene mucho por qué vivir tras haber perdido todo lo que alguna vez fue bueno hasta que le encomiendan un viaje a México para traer a un niño en problemas. El conflicto principal de la película es una excusa para una historia mucho más simple, y es en esa simpleza donde radica gran parte del encanto de Cry Macho. Mike es un personaje que tiene valores, que ha vivido demasiado pero que cree que podría vivir lo que le queda de vida aislado y apartado del mundo. Cuando su ex jefe, el hombre que supo darle trabajo muchos años y en tiempos difíciles pero al principio de la película lo echa porque vuelve a llegar tarde y en realidad hace tiempo que se muestra cansado y sin interés por nada, le pide un favor él no se cree capaz de negarse. El favor consiste en ir a buscar a su hijo, un niño que tuvo con una mujer en México que se rodea de gente peligrosa y con poder. El guion de Nick Schenk (guionista de Gran Torino y La Mula) está basado en una novela de N. Richard Nash y es un proyecto que se intenta llevar a cabo desde hace unos 30 años. Y sin embargo parece que se consolida en el momento justo, con un Eastwood tan maduro como su personaje, en especial en lo cinematográfico. Quizás el guion no aprovecha para profundizar un poco más en algunos personajes pero Eastwood presenta poesía en sus imágenes, desde los primeros planos con caballos corriendo salvajemente hasta los momentos de mayor intimidad donde una sonrisa dice mucho más que las palabras. Esto de ser macho está sobrevalorado. Se trata sólo de gente que quiere mostrar su firmeza. Es con lo único con lo que terminan. Es como todo en la vida: crees que tenés todas las respuestas y luego, cuando envejecés, no tenés ninguna. Nick se relaciona primero con este muchacho asustado que no se atreve a confiar en nadie porque salió de un ambiente donde fue muy maltratado. Un niño de 13 años que admira a Nick al enterarse de que alguna vez fue una estrella de rodeo y que tiene una gallina a la cual llama Macho y que será más que una fiel compañía durante este viaje a través de senderos áridos. Pero lo que se pensó como un viaje rápido se transforma en una excusa para detenerse, para contemplar el paisaje. Y allí entra en juego la mujer, otra persona que vivió mucho y a quien el paso del tiempo también terminó de formarla. Aunque haya peleas de gallo, situaciones de tensión con mafiosos armados, persecuciones en autos robados y personajes que se escapan de la policía, en Cry Macho predominan las escenas con acciones más pequeñas pero también más significativas. Se nota que hay una intención por dejar lo grandilocuente para apostar al corazón de la historia, por eso poco importa que muchos conflictos se solucionen de una manera más rápida y a simple vista algo arbitraria. Lo que cambia al personaje son otras cosas: el cariño que recibe cuando ayuda a la gente y a los animales, la sonrisa de una mujer que baila, la mirada del muchacho que por primera vez siente esperanza por lo que se viene. Cry Macho es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre el aprendizaje, sobre la vejez no como el final sino como una oportunidad más para volver a empezar y apostar por lo que uno quiere, y al mismo tiempo engloba lo que la carrera inmensa de Clint Eastwood significa para el cine. Me sale pensar que ojalá él fuese eterno pero entonces me corrijo y me digo que lo es, porque siempre tendremos todo ese cine enorme que nos sigue dejando como legado.
Nadie sabía muy bien qué esperar de lo nuevo del exitoso James Wan, quien después de consolidarse como director y productor de cine de terror con películas y sagas como El juego del miedo, El conjuro e Insidious hasta se puso tras la dirección de una de superhéroes de DC, Aquaman. Maligno parece ser una película que el director se ganó hacer, en la cual se lo percibe trabajar con mucha libertad. Es difícil contar de qué se trata la película sin adelantar sorpresas, que las tiene en grandes. Tras un intrigante y extraño prólogo en un gótico hospital veinte años atrás, en la actualidad Madison carga un embarazo visible y avanzado y llega a su casa tras trabajar largas horas; su pareja mira la televisión, la regaña un poco y tras una discusión la escena termina con un fuerte golpe en la cabeza contra la pared. Durante esa larga noche, alguien o algo que no alcanzamos a ver irrumpe en la casa y mata al hombre. Allí entra en juego la policía, con una pareja de oficiales que nos hacen pensar un poco en El juego del miedo. Las referencias al cine de James Wan se percibirán durante casi todo el relato. Establecidas algunas cuestiones: un embarazo que es un intento más en una fila larga fila de fallidos y la situación de violencia de género -que lamentablemente no se explora nunca del todo-, la trama policial parece tomar protagonismo junto a las visiones que la protagonista empieza a tener de asesinatos. Pero Maligno no es un thriller policial, tampoco es esa especie de giallo que creímos intuir a través de las imágenes promocionales, no es un slasher ni tampoco sobre demonios o fantasmas. Es una película que mezcla climas y subgéneros para narrar una historia extraña y poco verosímil en la que uno se introduce recién después de entender y aceptar el juego. James Wan es un director ya experimentado y aun cuando presenta escenas más estrafalarias lo hace siempre de una manera muy prolija. Quizás por eso es fácil comerse el amague de que estamos ante una película de terror más psicológica que hay que tomarse en serio, más allá de las actuaciones exageradas y las líneas de diálogo entre tontas y obvias. En el medio el desarrollo de personajes es a medias (apenas nos acordamos después de qué trabaja la protagonista, por ejemplo) y hacia el tercio final ya poco importa. Lo que sí es evidente es que el director se mueve con toda la libertad que puede permitirse y hasta da la sensación de que a medida que se sucede la película se va divirtiendo más y más y eso es contagioso. Una escena en una celda exageradamente grande es quizás la frutilla más apetitosa del postre. Maligno es despareja y descoloca en varias oportunidades. Es una película que con un guion más trabajado y un mejor manejo del tono -sin tanto cambio brusco- y sin tanta prolijidad y pulcritud de imagen y con menos cantidad de efectos especiales hubiese sido más fácil de entrar en ella. Sin embargo es al mismo tiempo una apuesta arriesgada, diferente y muy entretenida, llena de ideas -quizás demasiadas- y con buenas dosis de gore. Podrá gustar más o menos pero no pasa desapercibida. Para amantes del género, imperdible.
Lo nuevo del director griego Costa-Gavras gira en torno a la crisis económica de Grecia contada desde el punto de vista del economista de izquierda Yanis Varoufakis, en cuyo libro se basa la película. En 2015 accede al poder en Grecia un grupo de izquierda cuyo líder. El Primer Ministro designó inmediatamente como Ministro de Finanzas al diputado Yanis Varoufakis. La película retrata los seis meses que este ministro se la pasa negociando con diferentes entidades políticas y económicas europeas sobre la deuda heredada del gobierno anterior, en el marco de una severa crisis económica. Una leyenda nos pone un poco en contexto ni bien empieza la película. Durante siete años los griegos vivieron bajo el peso de una deuda abrumadora y ahora la elección de un nuevo gobierno representa la esperanza de la prisión de la deuda. Sin embargo, si hay algo que sabemos acá también, es que no puede resultar fácil. «A puertas cerradas» sigue casi exclusivamente a este economista en sus viajes y encuentros donde muchas veces se dice una cosa para luego hacer otra. Es un proceso que parece largo, repetitivo y muchas veces muy frustrante. Costa-Gravas consigue brindarle un ritmo dinámico a una historia que gira toda en torno a lo político. Quizás por esto es que los personajes no tienen mucho desarrollo por fuera de su función; de hecho suelen ser todos retratados como los buenos o los malos, sin mucha media tinta. «Hay promesas electorales y está la realidad», se remarca. En algunos momentos que pueden parecer aislados y azarosos, se suma la voz en off de su protagonista que indaga en lo que sucede en la cabeza de este hombre que se encuentra enfrentándose a entidades enormes que no planean hacerle su trabajo nada fácil. Y lo que está en juego es la gente de su país, el pueblo ni más ni menos. En general el tono parece casi de documental histórico con algo de thriller político y algunas escenas rozan lo satírico. Al final de la tragedia se cuela una escena que juega un poco más con la interpretación, con una coreografía casi tan absurda como todas las vueltas que dieron antes. La música de Alexandre Desplat complementa muy bien. Destacable también Christos Loulis como Vaorufakis. Pero si bien empieza con fuerza, a lo largo de sus dos horas de duración puede resultar un poco hermética en especial cuando se torna demasiado técnica en datos económicos. Buen ritmo, mucho diálogos y mucho entramado político, «A puertas oscuras» reconstruye desde adentro la crisis económica en Grecia. Ideal para quienes quieran introducirse y entender un poco cómo funciona el terreno donde se maneja todo.