La nueva película de Pixar entretiene, divierte y es una de las mejores opciones de la cartelera. Para chicos y grandes. Ovídense de Buscando a Nemo, vayan a ver Buscando a Dory como si se tratara de una película autónoma, ya que es un spin-off que funciona sin que se tenga que haber visto la animación de 2003. Y sí, cuando la película llega al magistral plano final en cámara lenta, con la canción What A Wonderful World de fondo, ya podemos decir tranquilos: “Pixar lo hizo de nuevo”. Buscando a Dory es maravillosa. Quizás su mayor defecto sea su exceso de perfección técnica (se recomienda ver en 3D para apreciar mejor la intensidad de la paleta de colores). Pero, claro, no todo se reduce a la técnica ni al departamento de tecnología y arte y producción, sino también al cine, que es lo que hay que tener en cuenta por sobre todas las cosas. El argumento es magnífico: se trata de un deambular permanente de Dory (un pececito de color azul y amarillo) en busca de sus padres, a quienes pierde por carecer de memoria a corto plazo. Es increíble el trabajo que hacen los directores Andrew Stanton (también responsable de Buscando a Nemo) y Angus MacLane a partir de esta simple premisa, ya que entienden que el cine es, ante todo, desplazamiento y obstáculos para sortearlos y seguir avanzando (la quintaescencia del género de aventuras). En ese recorrido oceánico, la amnésica Dory se va encontrando con una fauna marina variopinta y personajes tan encantadores como ella (el pulpo Hank, el pajarraco de prominentes ojos rojos, la ballena medio ciega llamada Destiny, entre otros), salvo un pulpo gigante de un solo ojo que aparece al comienzo como la única amenaza verdadera. Te vas a sorprender: Buscando a Dory en números. Es que aquí no hay enemigos que quieran devorar a los pequeños peces multicolores, o al menos se mantienen siempre en fuera de campo. Y este es su mayor acierto. En todo caso, el enemigo son sus propias decisiones. Cada mala decisión le puede costar la vida. La historia se desarrolla un año después de las aventuras de Buscando a Nemo. Las dificultades que se le presentan a Dory en el camino están encadenadas sutil y mágicamente, como si fueran pasadizos secretos y tuberías ultramarinas por las que entra para salir en otra parte. Antes de la película se proyecta el corto Piper, que es pura ternura y que trata de un pajarito que tiene que aprender a alimentarse. Buscando a Dory tiene paisajes pintorescos y, a su modo, es una película de climas, donde el estado de ánimo de su personaje principal y las decisiones que toma importan mucho. El mensaje del filme es claro como el agua donde nadan los peces: no hay que tener planes, porque las mejores cosas suceden al azar. La vida es así.
La fiesta inolvidable El nuevo ejercicio de convivencia resulta entretenido. Esta vez, el ruido viene del lado de las chicas. Si en Buenos vecinos la discordia era la fraternidad liderada por el carismático Teddy Sanders, en Buenos vecinos 2 llega el turno de una hermandad de mujeres con las hormonas en efervescencia y dispuesta a luchar por lo que más quieren: divertirse. Los responsables de esta segunda entrega son los mismos de la primera: Nicholas Stoller en la dirección y Seth Rogen, Zac Efron y Rose Byrne como el trío dinámico protagónico. Mac y Kelly Radner (Rogen y Byrne) esperan un nuevo bebé y quieren mudarse. La casa de barrio en la que viven está en reserva, lo que quiere decir que durante 30 días tienen que hacer buena letra para convencer a los compradores. Shelby (Chloë Grace Moretz) es una adolescente que recién empieza la universidad. Con sus amigas reniega de las fiestas sexistas organizadas por las fraternidades. Es entonces que deciden formar una hermandad y alquilar una casa para armar fiestas a su estilo. El problema es que la casa que alquilan está al lado de la del joven matrimonio. Pero esta vez, el fibroso Teddy Sanders (Zac Efron) se unirá a Mac y Kelly para impedir que las adolescentes les arruinen la mudanza. Los personajes se complementan y ninguno está por encima de otro, todos se ayudan y pelean y planifican en equipo. El tema de la edad y del miedo a la soledad queda bien planteado. Y no faltan la incorrección política, el gag idiota, el gusto por el mal gusto, el humor físico y la referencia a la cultura pop. El personaje de Efron concentra toda la desazón de los que están parados en ese punto de la vida donde no se pertenece a ningún bando, o mejor dicho donde se está cada vez más cerca del bando al que siempre se tuvo como enemigo. Buenos vecinos 2 es efectiva y entretenida, y hasta se podría decir que es un poco mejor que la primera. Tiene un argumento más firme, que ayuda a que los personajes aprovechen al máximo todas sus posibilidades, y cuenta con secuencias vigorosas y demenciales y una vuelta de turca superadora.
Un espectáculo del susto En El conjuro 2, el director malayo James Wan vuelve sobre otro caso real investigado por el matrimonio de Ed y Lorraine Warren. Y se da el gusto de sugestionar al espectador. Se suele definir el miedo como una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. Mientras que el susto es una impresión momentánea de miedo por algo que aparece u ocurre de forma repentina e inesperada. Una puerta que se cierra de golpe da susto, no miedo. James Wan es uno de los pocos directores que logra combinar de manera envidiable el miedo y el susto. Después de ver El conjuro 2, apagar la luz y rezar un Padrenuestro antes de conciliar el sueño puede convertirse en algo aterrador, ya que se hace difícil no pensar en esa monja que persigue al matrimonio Warren. La historia transcurre en las vísperas de Navidad de 1977 en Enfield, Inglaterra, en una típica casa de barrio habitada por una familia disfuncional de clase media baja: el padre se fue con otra mujer y la madre está a cargo de sus cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. El nacimiento del punk y Margaret Thatcher en ascenso son el telón de fondo. Es en este contexto donde Wan recrea el caso de posesión demoníaca más documentado de la historia. Los encargados de la investigación vuelven a ser los especialistas en sucesos paranormales Ed y Lorraine Warren (interpretados nuevamente por Patrick Wilson y Vera Farmiga). Son ellos quienes, gracias a su química, hacen avanzar la película; y son ellos, también, los protagonistas de una historia de amor que se desarrolla por debajo de la trama principal. La película empieza con un prólogo dedicado al caso de Amityville, sucedido en 1974. James Wan va a tener presente tres películas fundamentales: El exorcista (1973), Aquí vive el terror (1979) y Poltergeist (1982). Y es ahí donde el director malayo se hace fuerte, al demostrar el conocimiento que tiene del género que aborda. Si bien recurre a los mismos elementos de El conjuro (2013), lo destacable de El conjuro 2 es la capacidad de Wan para sugestionar al espectador. El problema es el método que aplica, que consiste en la imposición del miedo a través de una serie de sustos: ventanas que estallan, puertas que se cierran con estrépito, casas con escaleras y sótanos y chimeneas tenebrosas, focos que se rompen, hamacas que se mueven solas, sillas que se desplazan de la nada y crucifijos que se invierten. James Wan trata con respeto el caso de Enfield, pero lo hace siguiendo los mandatos del cine comercial de Hollywood. Le falta tomar riesgos e intentar una prosa cinematográfica a la altura de su conocimiento del género. La balanza se inclina por el efecto sorpresa y por la aparición repentina. Y todo con una alta dosis de espectacularidad. El conjuro 2 es un espectáculo del susto.
La nueva película de Jodie Foster combina el mundo de Wall Street con el de la televisión, con resultados discretos. Lee Gates (George Clooney) es la estrella histriónica de Money Monster, un programa de televisión sobre el mundo de las finanzas. Gates es un payaso, algo fanfarrón y superficial y por momentos hasta mandón. Enfrente tiene a Patty Fenn (Julia Roberts), la directora del programa que le habla por la cucaracha y le dice todo lo que tiene que decir y hacer. Fenn es la que mueve los hilos del show, su cerebro. Un buen día, en el medio de una transmisión en vivo, entra al estudio un joven con un arma y toma como rehén a Gates, a quien culpa de haberle mentido y haberle hecho perder plata. Le pone un chaleco bomba y exige que lo pongan al aire. El muchacho quiere hablar, quiere sacarse la bronca y denunciar un sistema fraudulento. Así empieza la pesadilla para todo el equipo. El maestro del dinero, cuarta película dirigida por Jodie Foster, incorpora el mundo de Wall Street (con su jerga y sus detestables personajes) al mundo de la televisión. Quiere ser a toda costa un thriller televisivo con guiños al subgénero tan bien cultivado por Sidney Lumet en la década de 1970 (sobre todo a Network y a Tarde de perros). Pretende ser un drama con rehenes que denuncia un sistema financiero corrupto que excede al mundo donde se mueven los personajes. Pero el filme termina siendo una moralina con toques de comedia sin gracia. Lo que en Sidney Lumet es garra y coraje, con una puesta en escena acorde a la historia que se cuenta, acá todo está menos logrado, todo tiene menos solidez narrativa que en aquellos exponentes de la tradición a la que se pretende acoplar. Jodie Foster tiene buenas intenciones, pero estas no están del todo logradas cinematográficamente. Tiene una idea de cine y sabe lo que quiere hacer, pero eso no queda muy bien plasmado en la pantalla. El otro problema es que la verosimilitud y la tensión de la trama se ven interrumpidas a cada rato, ya sea por las actuaciones poco creíbles (Julia Roberts pone la misma cara todo el tiempo), por un guion con momentos inconsistentes y hasta descabellados, y por algunas malas decisiones. A estas alturas de la historia del cine norteamericano, El maestro del dinero aparece como un epílogo endeble que quiere quedar con la conciencia tranquila, un bonus track ingenuo al que le faltó una mejor realización.
Luego de una primera versión que decepcionó a los fanáticos, el director Dave Green encaró el nuevo filme de las tortugas con una batería reforzada de recursos. El cine mainstream más aparatoso tiene un líder indiscutible: Michael Bay, creador de estridentes blockbusters (Armageddon, Transformers) y amo absoluto del cine pochoclero puro y duro, quien junto con Nickelodeon Movies, encaró esta nueva versión de las antropomórficas tortugas. Tras la decepcionante primera entrega de 2014, a Tortugas Ninja 2: Fuera de las sombras decidieron insuflarle más pirotecnia. A cargo de Dave Green, un fanático del comic original y de la serie animada de 1987, el filme apuesta fuerte al goce sensorial y resulta más tecnológico y mastodóntico que el anterior. Los personajes tienen un look más agresivo, los colores cobran más intensidad y la trama es un poco más compleja. Eso sí, a las escenas de acción habría que pasarlas en cámara lenta para ver si tienen coherencia y continuidad, porque son de una rapidez indistinguible que marea. Leonardo (el líder), Rafael (el fuerte), Donatello (el cerebro) y Mikey (el amante de la pizza) están otra vez juntos para luchar contra el mal, que en esta oportunidad viene por partida doble, o mejor dicho cuádruple: al archienemigo Destructor/Shredder se le suma Krang, un extraterrestre con cabeza de chicle masticado que vive dentro de la panza de un robot enorme. También están Bebop y Rocksteady, el jabalí y el rinoceronte que aportan el costado grotesco y punky a la historia. El plan del deforme Krang es abrir un portal de otra dimensión, construir una nave gigantesca y, por supuesto, conquistar el mundo. La bella reportera de TV Abril O’Neil (Megan Fox) es el único personaje que desentona en el conjunto, ya que los reptiles de caparazón -–y especialistas en el manejo del nunchaku– se cohesionan a pesar de que piensan distinto y funcionan como un equipo encargado de defender la ciudad desde las alcantarillas donde viven. No pasa lo mismo con Vernon Fenwick, el sensei Splinter (la rata que los adopta como hijos) y Casey Jones (el policía galán que seduce a Abril), quienes se complementan bastante bien con el grupo de criaturas verdes. Aunque incurre en un triunfalismo obsceno, lo bueno es que por momentos se parece a una carta de amor en 3D a Nueva York. Y eso es todo. No se le puede pedir más a un producto que sólo pretende divertir y reventar la taquilla. Tortugas Ninja 2 es la máxima expresión del cine como espectáculo, un entretenimiento a secas que aplasta todo atisbo de aburrimiento.
Memorias de un asesino Mente implacable es una película que combina acción y ciencia ficción para contar la historia de un condenado a muerte que tiene otra oportunidad. "Si me lastimas, yo te lastimo más”. La primera frase de Mente implacable condensa el espíritu y la filosofía del cine norteamericano de acción, en el que siempre está la doble apuesta, el ir por más, el ser más violento, la venganza como única posibilidad. Es en esta tradición en la que la película de Ariel Vromen se hace fuerte. El máximo acierto del filme, protagonizado por Kevin Costner y con un elenco de estrellas consagradas (Gary Oldman, Tommy Lee Jones y Ryan Reynolds), es esa fusión de tradiciones y géneros que tan bien les sale a los norteamericanos, dando como resultado una especie de ciencia ficción de acción (Terminator, Misión imposible, Búsqueda implacable). El cine de acción tiene que ser una fiesta y no tiene que tomarse tan en serio (aunque se tiene que hacer con seriedad) y la sangre debe chisporrotear hasta la platea y las explosiones deben ser estruendosas y la balacera debe ser vibrante y las persecuciones en auto deben ser vertiginosas aunque duren poco. Mente implacable no sólo cumple con los requisitos sino que, además, pega duro sin vacilar. La cámara de Vromen se centra en la acción y los movimientos de los personajes cuando lo tiene que hacer, y da paso a la violencia más extrema en el momento justo. Tampoco escatima en esos lugares comunes necesarios para bajar un cambio (la incorporación de la mujer hermosa y la hija a las que hay que proteger por sobre todas las cosas). Jericho (Kevin Costner) es un criminal condenado a muerte, un inadaptado que desprecia a la humanidad. La CIA lo somete a un experimento, le trasplantan la memoria de uno de sus agentes recién fallecidos para una misión. Debe atrapar a un hacker (Michael Pitt) que tiene una clave para activar unas armas nucleares. El problema es que el verdadero malo de la película, “el anarquista”, lo quiere encontrar primero. En la cabeza de Jericho empiezan a convivir dos memorias, la de Bill (Ryan Reynolds) y la de él. Es una lucha de recuerdos y personalidades constante. Jericho comienza a hacer la rutina de Bill, hasta que va a la casa de su esposa. Sí, las actuaciones son un tanto melosas pero respetan la convención del momento cursi (si fueran creíbles desentonarían con la propuesta general). El giro de la película tiene que ser necesariamente conservador, para que el círculo sea perfecto. Jericho empieza a sentir como Bill. No pretende ser un héroe, y adentro suyo sabe que lo más importante es el corazón de una chica.
Escuela de mutantes En X-Men: Apocalipsis hay son dos maneras de entender el mundo: la del profesor Xavier y su escuela, y la del temible Apocalipsis. ¿Podemos evolucionar para cambiar nuestro destino? ¿Está el futuro realmente determinado? Estas eran las preguntas principales de X-Men: Días del futuro pasado. En X-Men: Apocalipsis, dirigida nuevamente por Bryan Singer, no hay preguntas. Lo que sí hay son dos maneras de entender el mundo que se pretenden contrarias pero que en realidad pertenecen al mismo paradigma de raíces darwinistas: la representada por el profesor Charles Xavier (James McAvoy), quien cree que los más fuertes tienen que ayudar a los más débiles; y la de En Sabah Nur/Apocalipsis (Oscar Isaac), quien cree que sólo tienen que vivir los más fuertes. En 1973 el mundo se enteró de la existencia de los mutantes, cuando Raven (Jennifer Lawrence) descubre el programa Centinela. Fue el día en que Raven mató por primera vez y se convirtió en Mystique. Entonces, los mutantes aún no estaban aceptados por los humanos. 10 años después, en 1983, la escuela del profesor Xavier ya está instalada y en auge. Humanos y mutantes conviven pacíficamente. Erik Lehnsherr/Magneto (Michael Fassbender) vive alejado con su esposa y su hija. En Berlín reaparece Mystique, quien busca a un mutante que comparte poder, Kurt Wagner/Nightcrawler (Kodi Smit-McPhee). Por otro lado, se presenta a Cíclope (Tye Sheridan), cómo pierde la vista y cómo su hermano lo lleva a la escuela de mutantes, donde conoce a la joven telépata Jean Grey (Sophie Turner). En Egipto, cobra vida el primer mutante, dios de la destrucción y el caos, que despierta para instaurar un nuevo mundo. El poderosísimo Apocalipsis empieza a reclutar a sus hijos, como él los llama. Se presenta a Tormenta (Alexandra Shipp), a Psylocke (Olivia Munn) y a Ángel (Ben Hardy). Aquí está el primer acierto de la película. Apocalipsis mete miedo en serio, hace tambalear a los X-Men, los pone en jaque a cada instante. Y por supuesto, mata gente y destruye ciudades. Es un malo amenazante, a la altura de la historia. Los X-Men tendrán que luchar contra esta fuerza imparable, contra este dios impiadoso que quiere instaurar un nuevo orden mundial. El enemigo es un rebelde peligroso, un darwinista básico, un nietzscheano inconsciente que quiere un mundo de fuertes. El problema del filme es que la filosofía que profesan y promueven los buenos es tan peligrosa como la del mutante malo. Otro punto en contra es que el director nunca termina de trasmitir la atmósfera de la época (jugar al Pac-Man no es un elemento suficiente para representar la década de 1980). Lo fuerte de la película es que Bryan Singer demuestra capacidad para hacer que todos los personajes funcionen en conjunto. Se detiene en cada uno de ellos y los hace interactuar para que todo sea armónico y compacto. Quicksilver (Evan Peters) vuelve, como en Días del futuro pasado, a ser el protagonista de la mejor escena del filme. Y la puesta en escena es acertada, ya que hay una comprensión de cómo se tienen que filmar las escenas de acción con efectos especiales en una historia de estas características.
Es una ambiciosa versión del famoso videojuego, donde las aves luchan contra los cerdos. En 2009 la empresa finlandesa Rovio Entertainment creó una serie de videojuegos llamada Angry Birds, que luego se convirtió en una aplicación para celulares con millones de descargas en todo el mundo. El videojuego consiste en unos pájaros que entran en guerra con unos cerdos verdes porque estos les roban los huevos para comérselos. Impulsados con una gomera, los pájaros se lanzan como bombas para destruir los castillos de los porcinos. El enojo que tienen estas simpáticas aves es simplemente una característica especial, un mecanismo de defensa, un arma. Rovio Entertainment es ahora Rovio Animation y no tardó en expandir el negocio e hizo Angry Birds: la película, una animación en la que no se quiere dejar nada afuera. Pero al no dejar nada afuera el que queda afuera es el espectador más pequeño. Se podría decir que la película tiene dos partes bien marcadas. La primera se encarga de presentar a los personajes, poniendo el foco en Red, el pájaro irascible de color rojo y enormes cejas. La isla está liderada por una especie de viejo monarca, un pajarraco enano que se hace el rey. Pero el verdadero Dios a quien veneran es el Águila Poderosa, a quien nunca vieron. Los desastres cometidos por Red debido a su enojo incontrolable los llevan a todos a tomar una decisión: mandarlo a un centro de rehabilitación, donde conoce a sus futuros amigos inseparables: Chuk (un pájaro amarillo súper veloz), Bomb (un pájaro con la capacidad de explotar) y Terence (un pájaro de enormes proporciones que mete miedo con su sola presencia). La segunda parte es cuando llegan los cerdos invasores, liderados por Leonard. Los porcinos verdes traen el circo y los globos y la supuesta fiesta de la alegría para robarse todos los huevos de la isla, que son su alimento preferido. Y es Red quien tendrá que convencer a sus amigos para que lo ayuden a buscar al Águila Poderosa y juntos combatir a los cerdos.
Remake sin alma Martirio satánico es una versión insulsa de una película francesa casi idéntica. No le agrega nada ni discute con la original ¿Què necesidad había de hacer una película igual a otra sólo para tener una versión norteamericana? Muchas veces, cuando se hace una remake con el propósito de ampliar el mercado (en vez de ampliar el cine), el resultado cinematográfico es frío, sin alma, insulso. Eso es lo que pasa con Martirio satánico, remake casi idéntica de la francesa Martyrs (2008). Una remake sólo tiene sentido cuando lo que se quiere conseguir es un resultado distinto a la primera, un resultado que aporte, que sume. La otra alternativa de remake con sentido es cuando se discute con la original, ya sea porque a ésta se la considere mala o polémica. También hay casos de remakes que tienen una intención de respeto y amor con las anteriores, como Psicosis de Gus Van Sant; o las que están hechas en plan ensayo, como las Funny Games de Michael Haneke. Martirio satánico no es ninguno de estos tipos de remake. Es, por el contrario, una típica película de productores. Pero lo interesante del filme dirigido por Kevin y Michael Goetz es que se pueden reconocer ciertas huellas de la historia del cine, por ejemplo las de la clásica de culto Las torturas de la inquisición (1970). Y si vamos más atrás aún, seguro se encontrarán muchas películas que tocan el género con un argumento similar y que, de algún modo, están presentes. También es interesante la convivencia de subgéneros que tiene: secta religiosa, terror psicológico, monstruos, secuestros, suspenso, gore, torturas. Pero Martirio satánico también es una película de heroínas (con momentos de leve homoerotismo), de mujeres bellas y fuertes que tienen que luchar para sobrevivir. De niña, Lucie (Troian Bellisario) fue sometida a un traumático encierro. Tiene una única amiga en la que confía, Anna (Bailey Noble), quien la contiene y acompaña en todo momento. Diez años después del episodio terrorífico de la niñez, Lucie encuentra a la familia responsable de arruinarle la vida. Con ayuda de Anna, Lucie quiere cobrar venganza. Lo que no sabe es que todo se le irá de las manos. Juntas tendrán que pelear y salir de una pesadilla. La película apuesta al terror más que al susto, y ese es un punto a favor. Pero no alcanza, le falta comprender su propósito, para qué está hecha, más allá de pasar el rato con un balde de pochoclos.
La tercera entrega se sostiene solamente por sus escenas de acción y los pocos momentos de humor. Una película que abusa del efecto sorpresa. Si se prescinde de las escenas de acción y de un par de momentos humorísticos, a Capitán América: Guerra civil podría calificársela con el escudo de su personaje principal: una estrella. Por suerte incluye esos pasajes y así el filme cumple con lo mínimo como para satisfacer al espectador conformista. El estudio Marvel podría haber hecho su gran película. Tenía todo para lograrlo, contaba con sus personajes centrales (aunque faltan Hulk y Thor) para montar una verdadera guerra civil épica. Sin embargo, esta tercera entrega se parece más a una alargada transición que a una película sólida y aplastante como se esperaba. La trama se centra en el enfrentamiento inverosímil entre el equipo de Iron Man y Capitán América. El motivo de la discordia y la división es un acuerdo que las Naciones Unidas piden que firmen, los famosos Acuerdos de Sokovia (El Acta de Registro de Superhumanos), que tienen como fin controlar a los Vengadores. Ya se sabe, un gran poder conlleva una gran responsabilidad y ese acuerdo implica limitar el poder de los superhéroes, ya que en cada batalla que libran para salvar al mundo, mueren inocentes. Si firman, Naciones Unidas se encargaría de decidir cuándo y cómo actuar. Tony Stark (Robert Downey Jr.) está de acuerdo, básicamente porque lo carcome la culpa por haber matado a un inocente. Steve Rogers (Chris Evans) se opone porque va en contra de la verdadera función de los Vengadores. Es la independencia lo que les da sentido. Surgen las asperezas, las fricciones, los desacuerdos, las disputas. La película tiene un prólogo ambientado en 1991, con el escape de El Soldado de Invierno (Sebastian Stan). Luego vuelve al presente, a una típica situación de espía, de personajes mirando por ventanas, hablando en voz baja, anunciando el peligro inminente. Los Vengadores están en Wakanda (esa nación africana ficticia del Universo Marvel Comics), a punto de desempolvar los trajes y dar inicio al enfrentamiento contra unos mercenarios. Esa primera secuencia es de lo mejor del filme, por su acción física, porque cada golpe se siente, vibra. Lo malo de los productos de Marvel es que apuestan mucho por la sorpresita. Son películas destinadas a espectadores más preocupados por el spoiler que por el cine, por el “qué pasará” y el “quién aparecerá” que por el cómo se cuenta una historia. El filme desaprovecha su tema principal, que es el que gira alrededor del acuerdo, reduciéndolo a un enfrentamiento tibio entre los Vengadores que jamás llega a tener tensión dramática, ya que son amigos y nunca se van a hacer verdadero daño. Lo mejor son los pocos momentos graciosos que entregan Tony Stark y Peter Parker (a cargo de Tom Holland). Capitán América: Guerra civil está llena de “momentos sorpresa”, como si el cine fuera una piñata. Cinematográficamente es monótona, plana, con dos horas y media innecesarias. Si hubieran dejado sólo las escenas de acción, habría resultado una película consistente. Los rellenos se notan, cansan, despiertan el bostezo del público.