Hay al menos tres maneras de adaptar un libro al cine: la primera es la convencional, que respeta a rajatabla lo que dice el texto; la segunda es la que se toma libertades y traiciona el texto, y la tercera manera es la que respeta la esencia del libro, pero se permite ciertas licencias, como acomodar el relato a nuestros tiempos y cambiar un poco el orden de la historia original. Llamas de venganza, dirigida por Keith Thomas (The Vigil), es la segunda adaptación de Ojos de fuego (Firestarter), la novela de 1980 de Stephen King (la primera se hizo en 1984, dirigida por Mark L. Lester y protagonizada por Drew Barrymore) y es del tipo de adaptación que respeta la esencia de la historia aunque no necesariamente su orden. Por ejemplo, el comienzo es distinto al de la novela. Los protagonistas de esta nueva versión son Ryan Kiera Armstrong como Charlie (la niña piroquinésica), Zac Efron como Andy McGee (el padre) y Sydney Lemmon como Vicky (la madre). Si bien no logran un equilibrio como familia, hay que decir que el desempeño dramático de los tres tiene la convicción suficiente para darle a la historia el impulso narrativo necesario, sin que se quiebre su atmósfera de drama familiar sobrenatural en clave de película de mutantes con superpoderes. Andy y Vicky viven huyendo de una agencia gubernamental que los persigue para llevarse a Charlie, la hija con la capacidad para prender fuego las cosas con la mente. Ambos fueron víctimas de experimentos de la agencia (llamada “La Tienda”) cuando eran estudiantes universitarios. Las drogas que les inyectaron desarrollaron en Andy la capacidad para controlar el pensamiento de las personas y en Vicky la habilidad de la telepatía. Pero sus poderes son débiles comparados con el de Charlie. El problema surge cuando los malos localizan a la niña y mandan a Rainbird (Michael Greyeyes), otra víctima marginal de los experimentos de La Tienda, para que la capture, ya que es el único que tiene poderes similares y, por lo tanto, el único que puede enfrentarlos. La película no tiene grandes aciertos, pero en ningún momento decae ni comete exabruptos formales (el uso que hace de los efectos especiales está bien dosificado). Los pocos aciertos que tiene están ayudados por la música de John y Cody Carpenter, que le da a la película un tono especial de suspenso y de terror. Y todas las escenas en las que aparece el villano encuentran un adecuado contrapunto en el personaje de Charlie. Llamas de venganza probablemente pase sin pena ni gloria, aunque hay que reconocerle que da un paso más que la que se hizo en la década de 1980 respecto al subgénero de niños malditos. En esta nueva versión se plantea con más firmeza la cuestión de la niñez como incubadora del mal, y de la responsabilidad de los padres (y de la sociedad) para que el niño o la niña no hagan daño a los demás. Stephen King sigue siendo el máximo maestro del género, su genialidad es tan inagotable que de un mismo libro se pueden hacer múltiples lecturas. King siempre fue un agradecido con las películas de terror y de ciencia ficción que vio en su infancia y adolescencia. Pero es el cine el que tiene que estar agradecido con sus libros, cuyas historias logran hacer interesantes hasta las adaptaciones menos arriesgadas.
Basta con tener algún servicio de internet, telefonía o cable, y haber intentado hacer algún tipo de reclamo, para entender la bronca justiciera que propone En la mira, la ópera prima de Carlos Gil y Ricardo Hornos, protagonizada por Nicolás Francella, Emilia Attías, Paula Reca y Gabriel Goity. En una Buenos Aires donde el calor azota sin piedad y los cortes de luz son una constante, Axel Brigante (Nicolás Francella) es un joven al que se lo ve más o menos conforme con su vida de empleado en el call center de una compañía de telefonía e internet. A pesar de que vive con su novia Martina (Paula Reca), Axel se permite encuentros fogosos con su jefa Ximena Solis (Emilia Attías), quien lo manda a llamar en horas de trabajo para encender el fuego que los mantiene al rojo vivo. Axel es expeditivo y demuestra paciencia con los clientes, y en uno de esos días laborales complicados recibe la llamada de un cliente justo cuando tiene que hacer el cambio de horario con un compañero que llega tarde. Quien entra en línea es Figueroa Mont (la voz de Gabriel Goity), un cliente que quiere dar de baja el servicio y que la empresa intenta disuadir con una serie interminable de pasos previos. Figueroa Mont está cansado de las vueltas que le dan y le dice a Axel que si no le da de baja el servicio le disparará en la cabeza, ya que lo está apuntando desde otro edificio con un rifle de alta precisión. De este modo, el protagonista queda atrapado en una situación en la que cualquier paso en falso puede costarle la vida. Con referencias a películas como La culpa (tanto la danesa como la norteamericana) y Relatos salvajes, de Damián Szifron, Gil y Hornos tratan de resolver el problema de la historia en sincronizados 85 minutos y en clave de thriller desesperante, que transcurre prácticamente en una sola locación. Sin embargo, las intenciones de los directores por hacer una película de género novedosa y contundente, en la que todo funcione como un relojito y el suspenso haga vibrar al espectador, no alcanzan para honrar a una tradición cinematográfica que tiene una larga lista de películas con mucho pulso narrativo, comprensión de la puesta en escena y claridad argumentativa, cosas de las que, por momentos, carece En la mira. La subtrama con el personaje de Attías tampoco llega a tener convicción dramática (como si entre los dos no hubiera química) y sus encuentros sexuales se parecen a una publicidad de lencería costosa. Todo indica que la relación de ambos está para justificar una vuelta de tuerca final que no hace más que hundir a la película en la obviedad. Además, el motivo que mueve al personaje de Goity no queda del todo claro. El hecho de que casi todos los personajes tengan algún rasgo despreciable puede ser considerado un acierto involuntario. Por ejemplo, la presentación y el desarrollo del supervisor engreído y medio idiota interpretado por Maxi de la Cruz es uno de los elementos más logrados. Por eso mismo, el villano que apunta con el arma tiende a empatizar más con la audiencia, quien se sentirá identificada con él de modo automático. Es esa cosa poco clara y ambivalente que tiene la película, y de miedo de dejar al personaje de Goity como un verdadero héroe, lo que la condena y, a su vez, lo que la redime.
La impotencia reflexiva del Hollywood actual plasmada en un producto hecho a base de fórmulas mercantiles, que aseguran cierto éxito comercial y a su vez garantizan el fracaso artístico, de argumento descabellado, formalmente desmañado, con un guion repleto de gags trillados que se abren paso al ritmo de una aventura inverosímil e insustancial. Lo anterior es la descripción a grandes rasgos de La ciudad perdida, la nueva película de Aaron y Adam Nee, protagonizada por Sandra Bullock, Channing Tatum y Daniel Radcliffe, con una breve participación de Brad Pitt, cuyo papel es lo único realmente divertido, una presencia encantadora que empequeñece al resto del elenco y que justifica la entrada al cine. Sin embargo, es todo lo que la película tiene de malo lo que, de alguna manera, la ennoblece y la hace llevadera. Hollywood podrá tenernos hartos con sus productos fabricados para el consumo masivo, pero si hay algo que sabe, y que cada vez perfecciona más, es manejar la edición y el montaje, cuyo ritmo imparable hace que hasta el bodrio más acartonado y superficial funcione. La ciudad perdida cuenta con figuras estelares que se esfuerzan por ser graciosas y por impedir que la tenue llama de la trama se apague. Los directores intentan hacer una película de aventuras con romance, humor, misterio y acción, y con citas de otras películas clásicas del género, recreadas en planos sin el espesor cómico o dramático de sus referentes. Loretta (Sandra Bullock) es una escritora de bestsellers del género aventuras románticas, que se hizo famosa gracias al libro La ciudad perdida, en cuya portada aparece la imagen del atractivo Alan (Channing Tatum) personificando a Dash, el personaje principal de la novela que le permitió continuar con una exitosa saga. Loretta y Alan están promocionando el nuevo libro, asesorados por su manager Beth Hatten (Da’Vine Joy Randolph). Después de la entrevista en un programa de televisión, la autora es secuestrada por unos tipos cuyo excéntrico jefe, Abigail Fairfax (Daniel Radcliffe), quiere que Loretta le traduzca unos símbolos que figuran en su nueva novela porque son la clave para encontrar el tesoro de unos antiguos habitantes del lugar. Pero en ese intento de los directores por mezclar literatura y realidad, y pretender que de alguna manera Loretta y Alan empiecen a vivir una aventura romántica como la de los libros, es cuando la película patina un poco, ya que la intención no está del todo lograda. Alan recurre a la ayuda de su viejo entrenador Jack, interpretado por Brad Pitt, para rescatar a Loretta de los secuestradores. La participación de Pitt dura poco y el personaje de Tatum tiene que arreglárselas solo para salvar a la escritora, quien se encuentra en una isla perdida a punto de ser ejecutada. La ciudad perdida tiene un par de chistes efectivos y alguna que otra escena de acción que se destaca por el manejo del suspenso, y Bullock y Tatum tienen un momento logrado en el medio de un río con sanguijuelas, pero que carece de originalidad como para ser considerado destacable. Sin dudas, la película sobresale cuando el personaje de Brad Pitt entra en acción. Es tanto lo que le aporta la participación del actor que los directores vuelven a recurrir a él, sin ningún motivo lógico ni justificación, cuando ya todo está terminado.
Hasta ahora, las tres entregas de Animales fantásticos, dirigidas por David Yates y escritas por J. K. Rowling, mantienen un alto nivel de espectáculo. La primera es mejor que la segunda y esta es un poco mejor que la tercera. Sin embargo, el resultado general de esta tercera parte, Animales fantásticos: los secretos de Dumbledore, es tan satisfactorio como el de las anteriores, sobre todo para los fanáticos del mundo creado por la autora de Harry Potter. El ritmo sigue siendo arrollador, las escenas en las que entran en juego los efectos especiales son un prodigio de cine de aventuras, las actuaciones y los personajes rinden en la historia, y la saga continúa sus pasos firmes por las décadas anteriores al surgimiento del joven mago de Hogwarts, a modo de precuela expansiva del mundo mágico. La dirección de Yates está atenta a los mandatos del universo de Rowling y entrega una tercera parte cargada de momentos emotivos, aventuras peligrosas, nuevos animales estrafalarios (como el qilin) y enfrentamientos inesperados, en un contexto de entreguerras que se puede leer como un paralelismo de la historia del siglo 20, en el que es muy fácil ver al mago oscuro interpretado por Mads Mikkelsen como una suerte de Hitler hechicero. Si bien las actuaciones son correctas, hay algunos personajes que necesitan más convicción para funcionar mejor en la trama. Por ejemplo, reemplazar a Johnny Depp por Mikkelsen en el papel de Gellert Grindelwald es un cambio riesgoso, ya que la identificación de Depp con el personaje es muy fuerte. Además, a la interpretación de Mikkelsen le falta el pulso malvado que tenía la de Depp. En cuanto a Albus Dumbledore (Jude Law), personaje central de esta entrega, hay que decir que devela los secretos que se intuían en la segunda. Era sabido que el pacto de sangre que hizo con Grindelwald tenía que ver con la intimidad de ambos. Pero el secreto mejor guardado de Dumbledore resulta tan forzado como oportunista, y este es uno de los puntos débiles de la película, ya que la corrección política parece estar más para tranquilizar la conciencia culposa de Rowling que para satisfacer una necesidad del guion. La película también flaquea cuando quiere hacer de Dumbledore un personaje excesivamente bueno, que nunca ataca, ni agrede, ni hace daño, sino que se defiende, se protege y hace el bien, aunque el enfrentamiento final muestre lo contrario. Y sus otros personajes principales, como el magizoólogo Newt Scamander (Eddie Redmayne) y Jacob Kowalski (Dan Fogler), entregan más de lo mismo. Ya sabemos que Jacob es el simpático panadero muggle que hace gracia con sus intervenciones (características que ya no producen el mismo efecto). Lo mismo con los titubeos tímidos de Newt, quien aquí también se pasa toda una película intentando declararle su amor a Tina (Katherine Waterston). Por lo demás, Animales fantásticos: los secretos de Dumbledore cumple con los amantes de la literatura de Rowling y con las exigencias del cine mainstream de género, que sabe que no tiene que fallar en su obligación de entretener. Yates y Rowling demuestran que, a pesar de algunos cambios importantes, la saga funciona gracias al atractivo de sus bestias fantásticas (que se ganan la atención cada vez que aparecen), al encanto de sus personajes y a las posibilidades que da ese mundo lleno de historias extraordinarias.
Siempre es grato ver una película sin expectativas y que nos sorprenda con su desempeño cinematográfico. Si bien la primera Sonic (2020) ya había demostrado su capacidad para equilibrar los elementos del videojuego en el que está basada y los del cine de aventuras, nadie se podía imaginar que una segunda parte pudiera ser tan arrolladora y efectiva. Los méritos de Sonic 2: La película van de la dirección de Jeff Fowler (quien también dirigió la primera) a las actuaciones, pasando por los efectos visuales y el diseño del erizo antropomórfico protagonista. Cuenta también con un guion dinámico y una edición clara, que permite que se luzcan tanto los personajes principales como los secundarios. Esta segunda parte del personaje basado en el clásico videojuego de Sega no es una segunda parte hecha porque sí, sino una continuación necesaria de la anterior. Repite director, guionistas y elenco, pero agrega nuevos personajes, da un paso más en el desarrollo de los ya conocidos y hace que la trama se ajuste a las necesidades de los nuevos protagonistas. Sonic (voz de Ben Schwartz en la versión original), el erizo azul alienígena que en la primera parte llega a la Tierra y se instala en Green Hills, en la casa del policía Tom (James Marsden) y de su esposa Maddie (Tika Sumpter), quiere ser un superhéroe, pero aún le faltan muchas cosas por aprender. El malvado Dr. Robotnik (Jim Carrey), a quien lo habían mandado a través de un anillo/portal al Planeta de los Hongos, logra regresar a la Tierra ayudado por un nuevo villano, Knuckles, el Equidna (voz de Idris Elba en el original), un guerrero de pelaje rojo y nudillos prominentes. Knuckles también busca a Sonic, quien tiene el mapa que conduce a la Esmeralda Maestra, que durante mucho tiempo estuvo custodiada por Garralarga, el búho que fue la protectora de Sonic, muerta por un flechazo de los guerreros de la tribu a la que pertenece el Equidna. También aparece el zorro con dos colas llamado Tails (voz de Colleen O’Shaughnessey), quien llega para rescatar a Sonic del peligro que corre con el arribo de Knuckles y de Robotnik, y para ayudarlo a proteger la Esmeralda Maestra antes de que la encuentren los villanos. Esto hace que los personajes tengan que cumplir una misión por Siberia y por playas paradisíacas, en la que la acción mantiene un nivel de timing sorprendente. Sonic 2: La película es más larga que la anterior (dura dos horas y tiene dos escenas poscréditos), lo que le permite incorporar situaciones más complejas y humorísticas. Jim Carrey está en un nivel superior de juego, es un maestro absoluto de la mímica, sus líneas son infalibles y su participación enaltece una película que entretiene en todo momento. Pero hay un logro mayor en esta secuela: su capacidad para enganchar tanto a los conocedores del videojuego como al público que nunca lo jugó. La clave está en su sentido de la aventura y en cómo combina la técnica animada con el realismo de los personajes humanos sin que el efecto rompa la armonía del filme. Sonic 2: La película es la prueba de que ha nacido un nuevo clásico.
A pesar de sus problemas, Morbius, la nueva película de Marvel-Columbia-Sony, protagonizada por Jared Leto y dirigida por el competente Daniel Espinosa (Life: Vida inteligente), se sostiene gracias a la nobleza de su planteo y a la eficacia de su ejecución. El director la hace fácil, y en menos de dos horas logra plantear con claridad y pragmatismo (y muchas licencias y trazo grueso) el nacimiento del antihéroe vampírico. Lo mejor de Morbius es que no parece una película de Marvel, es decir que no necesita apoyarse en películas previas para tener sentido, ya que es una película autosuficiente, que funciona independientemente del resto de los filmes del universo al que pertenece. La historia se limita a narrar el nacimiento de Morbius, incluyendo a quien será su villano, a su novia, a los detectives que lo persiguen y nada más. De hecho, es la primera vez que las escenas poscréditos no interesan tanto como en anteriores entregas, como si estuvieran metidas por exigencias de la industria. Y he aquí el sutil atrevimiento de Espinosa, quien cuida lo suyo para salirse con la suya. La película, que pertenece al multiverso de Spider-Man, tiene algunas escenas innecesarias, incoherencias varias y momentos fallidos, pero funciona lo mismo porque se circunscribe al esquema de un género preciso y a desarrollar una narración clásica, con los efectos visuales a los que nos tiene acostumbrados la casa, siempre respetuosos de la estética de los cómics. Se agradece también su duración, algo que nunca habían hecho las anteriores películas de Marvel: durar menos de dos horas. El otro acierto es que se maneja con pocos personajes. Están el bueno y el malo, Michael Morbius (Jared Leto) y Lucien/Milo (Matt Smith), y un par de secundarios que dan sostén a la historia y al personaje principal, como la doctora Martine Bancroft (Adria Arjona) y el doctor/mentor Emil Nikols (Jared Harris). El esquema simple ayuda a que el espectador no se sienta saturado con tanta información. Morbius es una película de fórmula, que narra con cierta eficacia la historia del doctor Morbius y cómo llega a transformarse en un monstruo chupasangre. En los primeros minutos, se remonta a la infancia, al encuentro con su hermano del alma Milo, quien padece la misma rara enfermedad, y aprovecha para presentar al mentor de ambos, Nikols, quien descubre el talento de Michael y lo manda a estudiar medicina. Una vez recibido y convertido en científico, Morbius experimenta con sangre de murciélagos y descubre la cura para su enfermedad, pero la solución trae consecuencias indeseadas. Cuando se inyecta la dosis de su descubrimiento, se siente mejor, rejuvenece y empieza a tener una fuerza sobrehumana. Y, a su vez, descubre que cuando no se alimenta de sangre humana, se transforma en un murciélago antropomórfico con instinto asesino. La actuación de Jared Leto cumple con las exigencias de un guion sin complejidades argumentativas, y de una historia que puede ser disfrutada tanto por los fans como por el público no familiarizado con el universo del superhéroe. Morbius tiene escenas poco logradas, carece de humor, por momentos peca de solemne y es asexuada (la relación entre Morbius y su novia está desperdiciada, ya que nunca se animan a consumar el amor). Sin embargo, es una película noble, directa y autosuficiente, que cuenta una historia que entretiene con algunos momentos inspirados.
Si le prestamos atención al póster de Ambulancia, la nueva película del director y productor Michael Bay, nos daremos cuenta de un detalle significativo: las letras “l” y “a” están con otro color, para que queden distinguidas las iniciales de Los Ángeles, la ciudad que será el escenario del filme protagonizado por Jake Gyllenhaal, Yahya Abdul-Mateen II y Eiza Gonzalez. Michael Bay es consciente del lugar simbólico de Los Ángeles, cuya iconografía se construyó a través del cine de Hollywood, y sabe que el cine norteamericano de género tiene una historia tan vasta como aplastante, y que él tiene que ser un digno heredero de esa tradición de cine industrial. Lo que Bay hace en Ambulancia, remake de una película danesa de 2005 dirigida por Laurits Munch-Petersen, es lo que mejor sabe hacer: una vertiginosa máquina de acción imparable. A Bay le basta un simple argumento para poner en movimiento un arsenal de efectos visuales y su talento para desplegar una puesta en escena hiperquinética, que marcha a toda velocidad al ritmo de sus característicos planos breves. Will Sharp (Yahya Abdul-Mateen II), condecorado veterano de guerra, vive con su mujer y su bebé, y necesita dinero para solventar un problema urgente, situación que lo lleva a ver a su hermano adoptivo Danny (Jake Gyllenhaal) para pedirle plata. Danny se dedica a robar bancos y a los negocios turbios. Tiene a quién salir, ya que el padre de ambos fue un renombrado delincuente. Danny aprovecha la visita desesperada de su hermano para pedirle que lo ayude a robar un banco que cuenta con 32 millones de dólares. A Will no le queda otra y decide acompañarlo. Como en toda heist movie (películas de grandes robos), el plan del atraco sale mal. Dos policías se acercan al banco. Uno de ellos quiere declararle su amor a una de las cajeras y se da cuenta de que están robando. Esto da pie a una sucesión de persecuciones, disparos y muertes. En la huida, Danny y Will secuestran una ambulancia y toman de rehén a Cam (Eiza Gonzalez), una paramédica, y al policía que entró al banco y que fue herido por Will. Bay pone en marcha una sofisticada persecución que abarca toda la película, mientras nos pasea por algunos de los lugares más icónicos de Los Ángeles, como el famoso río de la ciudad, que fluye sobre un concreto de 60 kilómetros (lugar en el que se filmaron muchas películas). La tradición de cine norteamericano más cine de acción urbano son los pilares de Ambulancia, que tiene un par de escenas dramáticas mecánicas que no aportan demasiado, pero que aun así logran allanar el terreno para que la ambulancia corra indetenible y cargada de espectacularidad. Bay amasa una película de ritmo trepidante y se permite la dosis justa de emotividad, con peleas y discusiones que mantienen en ebullición el suspenso. Además, el director hace chistes con su propia filmografía, con diálogos que funcionan más como guiño para seguidores que como recursos egocéntricos. En su homenaje bipartito al cine norteamericano, la icónica Los Ángeles y la acción balacérica de alto presupuesto le sirven a Bay para dar rienda suelta a un espectáculo de calidad garantizada. Bay demuestra, una vez más, que es uno de los grandes directores de acción.
Siempre es un desafío asumir la dirección de una película como Batman. Matt Reeves, encargado de esta versión protagonizada por Robert Pattinson, quedará en la historia como el director que le dio un enfoque distinto al universo del justiciero de Ciudad Gótica, ya que hace una película estrictamente de detectives, un neo-noir desesperanzador, un thriller urbano con asesino serial que remite a un clásico en la materia: Pecados capitales (1995), de David Fincher (y a Zodíaco, su película de 2007). Reeves recurre a los códigos del policial para contar una nueva historia de Batman, pero sin detenerse en su origen, en su psicología, ni en las cuestiones relacionadas con la intimidad del personaje. El director de Cloverfield: Monstruo hace un filme exclusivo de detectives, con la podredumbre moral, la corrupción de funcionarios y la violencia permanente que caracterizan a una ciudad sin leyes, sin nada que pueda garantizar la vida de sus ciudadanos, y con un detective principal salvaje y apesadumbrado que se las ingenia, junto con el detective James Gordon (Jeffrey Wright), para resolver una serie de asesinatos ejecutados por un psicópata que quiere terminar con la casta política. El superhéroe icónico desaparece para darle paso al detective. Reeves se lleva los aplausos por animarse a tomar un camino nunca antes probado por la franquicia. Aunque su aporte al género es más bien modesto y olvidable. Es decir, se aplaude el coraje de Reeves por encasillar a Batman exclusivamente en un género, pero esta decisión tiene efectos indeseados. Todo en la nueva Batman es monocromático y monocorde: el clima, la fotografía, la música. Hasta los personajes son iguales, ya que ninguno sobresale con alguna característica particular. Todo está contenido y distribuido de una manera sobria y pareja. No hay sobresaltos abruptos ni estallidos de espectacularidad que rompan la armonía de la película. Ni las pocas escenas de acción rompen su firme pulso narrativo. Paradójicamente, esa narrativa un tanto adormecedora que tiene la película la hace interesante. Pero que Reeves aborde al personaje desde un ángulo detectivesco no quiere decir que sea mejor que las anteriores. Un cambio de registro no significa lucidez cinematográfica. En cuanto a Robert Pattinson, encargado de ponerle voz y cuerpo al personaje principal, hay que decir que no termina de convencer (aunque tiene momentos de composición actoral logrados). Lo que sí hace bien Pattinson es mantener el perfil de detective gótico en busca de un asesino tan escurridizo como su fe en el progreso de la ciudad. La Gatúbela de Zoë Kravitz le da el toque romántico a la historia, pero apenas está para cumplir alguna función obligatoria del guion. El Pingüino de Colin Farrell y el Acertijo de Paul Dano tampoco se lucen. El primero prácticamente no hace nada relevante, y el segundo es un enemigo insulso y desprovisto de todo atisbo de carisma. El mafioso de John Turturro, Carmine Falcone, cumple la misma función que el Pingüino: extender la historia con una subtrama innecesaria. Lo mismo pasa con el Alfred de Andy Serkis, quien se limita a entregar un par de miradas inexpresivas. Sin embargo, hay un acierto incuestionable en Batman, y es cómo pinta Ciudad Gótica, corrompida por dentro y por fuera, sin ningún indicio de salida, sin ninguna luz al final del túnel. Quizás el neo-noir sea el género indicado para representar un mundo en el que no se salva nadie, ni siquiera su propio superhéroe.
Al comienzo de Jackass por siempre nos advierten que los participantes son profesionales y que no intentemos hacer en casa nada de lo que veamos a continuación. Lo que sigue es una sucesión de pruebas suicidas y misiones imposibles con una introducción en clave de acción catastrofista, cuyo detalle es que el dinosaurio que invade Manhattan es, en realidad, el pene de Chris Pontius. Eso es Jackass por siempre: testículos en primer plano y mucho semen, tanto humano como animal. La película creada y dirigida por Jeff Tremaine (responsable de todas las Jackass, junto con el actor Johnny Knoxville) gira en torno al aparto reproductor masculino, que será el centro de gravedad permanente, el símbolo de la amistad entre varones, el emblema de la camaradería y el testimonio de la experiencia vital llevada al límite. Para los Jackass, vivir es arriesgarse a que te peguen una trompada en los huevos (como para decirlo en criollo). Pasaron 12 años desde la tercera entrega de la saga de idiotas a prueba de balas (de goma), Jackass 3D (2010), nacida del programa de MTV en el año 2000, y sus protagonistas siguen estando en forma. En Jackass por siempre, la troupe de desquiciados capitaneada por Johnny Knoxville vuelve con sus participantes históricos, como Steve-O, Dave England y Jason ‘Wee Man’ Acuña, entre otros (el de Spike Jonze es el nombre que se destaca en la producción). El resultado vuelve a ser un triunfo de la comedia más salvaje, testosterónica y lúcida en su idiotez absurda. Muchos se preguntarán por qué una locura como Jackass recibe la aprobación de la crítica especializada. Una de las causas quizás sea la vitalidad de sus protagonistas, siempre a las carcajadas y dispuestos a bancarse cualquier cosa, como la broma del amigo que te pega el golpe descuidista en la entrepierna o la del que te electrocuta con un taser. Bancarse el dolor, afrontar el riesgo, asumir el desafío. De eso se trata. Si bien Jackass por siempre es un refrito de viejas pruebas, lo cierto es que aun así siguen siendo hilarantes. El humor físico más burdo y escatológico provoca la risa inevitablemente, como cuando atan desnudo al enano ‘Wee Man’ en un cementerio, le colocan carne cruda alrededor de sus genitales y sueltan un halcón para que coma. O la entrada de un oso a una pieza minúscula después de atacar en una silla a Ehren McGhehey, rociado con miel. Los animales salvajes se mezclan con los participantes, aunque los verdaderos salvajes son los Jackass. Al equipo original se le suman un par de integrantes nuevos y una mujer, Rachel Wolfson, a quien también someten a pruebas desopilantes, como hacerse un botox con la picazón de un escorpión. La mujer se suma a la locura sin desentonar con la propuesta de hacer una película que funcione como el juego inmaduro de adolescentes eternos (todos rondan los 50 años). Johnny Knoxville participa en pocas pruebas. Pero las pruebas en las que participa son las más arriesgadas, como dejarse embestir por un toro (en el clásico número del actor) o que lo arrojen de un cañón como si fuera una bala (disfrazado de ángel). Ya es hora de que se reconozca a Knoxville como un genio de la comedia demente mundial y a Jackass como su máximo exponente.
Tres días en la vida de Diana Frances Spencer, también conocida como Lady Di, le bastan al director chileno Pablo Larraín para retratar el tormento que vivía la princesa de Gales, interpretada por Kristen Stewart, nominada al Oscar por este papel. Larraín entiende que la puesta en escena tiene que ser majestuosa, fina e intimista, de atmósfera desesperante y con una tensión que esté siempre al borde de la explosión nerviosa. En la víspera de Navidad de 1991, la princesa Diana llega a Sandringham House, la casa de campo de la familia real británica, ubicada en Norfolk (Inglaterra, Reino Unido), para celebrar la fiesta con la realeza y sus hijos Harry y William. El detalle es que la princesa llega tarde porque se pierde. De hecho, las primeras palabras que pronuncia son “estoy perdida”. Pero Larraín dejará entrever que la demora es una maniobra premeditada. La rebelión manifiesta sus primeros síntomas. Las escenas de presentación de los personajes y el desarrollo del malestar de Diana (filmado como si se tratara de una pesadilla) son pruebas de la sensibilidad de Larraín, quien ya incursionó en el género de las biopics con Jackie (2016), basada en la vida de Jacqueline Kennedy (Natalie Portman). Larraín y el guionista Steven Knight intentan hacer una fábula a partir de una tragedia real, aunque acá la tragedia no es la que todos conocen, sino la que vive Diana en esos tres días decisivos, en los que siente que le cortan las alas y la obligan a una formalidad que no puede sostener (por esos años, ya estaba en una mala relación con el príncipe Carlos). Las paredes de Sandringham tienen oídos y cualquier mínimo susurro se hace público. De modo que los miembros de la realeza se enteran del desmoronamiento psíquico de la princesa y deciden tomar algunas medidas estrictas, como echar a su vestuarista y amiga Maggie (Sally Hawkins), a quien la ven muy cercana a Diana, muy compinche, lo que Larraín aprovecha para crear una relación que va más allá del mero respeto servicial. El problema es que el sufrimiento de Diana se ve en todo momento forzado, sobreactuado, y sin la profundidad psicológica que requiere el personaje. Al ser una biopic cuyo peso dramático cae sobre los hombros de la protagonista, Larraín se ve obligado a dejar todo en manos de Stewart, quien tiene la ventaja de estar acompañada por grandes actores secundarios (como Sean Harris y Timothy Spall). Spencer se hace fuerte en los aspectos técnicos, en el vestuario, en el espíritu de época, en la fotografía con aire neblinoso y en la música inmersiva de Jonny Greenwood. Sin embargo, su personaje principal no convence. Larraín quiere construir una princesa rebelde, pero los gestos máximos de rebeldía a los que llega Diana son romper una cortina o no vestirse con la prenda adecuada. La interpretación de Stewart roza, por momentos, lo insoportable. El excesivo esmero por sacar el acento británico y por imitar los gestos y las poses de Diana la acerca más a una caricatura que a una interpretación creíble. Spencer es un caprichoso drama biográfico que ofrece pocas pruebas de que Larraín se haya dado cuenta de la significación política de Lady Di.