Hay testamentos que vienen con sorpresas. Los gemelos Jeanne y Simon Marwan, no salen de su asombro ante el legado que les dejó su madre. A la muchacha le dan un sobre cerrado que debe entregar a su padre (a quien creía muerto), y a Simon, otro de las mismas características para que se lo haga llegar a un hermano cuya existencia desconocían. Jeanne emprende un viaje a Medio Oriente con la intención de rastrear el pasado de su mamá. Más tarde se sumará Simon a ese itinerario de tardíos descubrimientos. Jeanne ha creído ver en ese enigmático legado, la clave del empecinado silencio de su madre en los días previos a su muerte. Necesita exorcizar de alguna manera el pasado de esa familia de la que no sabe prácticamente nada. El film, premiado en Canadá y nominado al Oscar, recorre tópicos como la búsqueda de identidad, el terrorismo y el genocidio. Jeanne y Simon van a asomarse al infierno tan temido.
Paul Miller, exconvicto, se hace pasar por jefe de una empresa constructora para llevar a cabo un plan temerario. Se trata de retomar, supuestamente, los trabajos de extensión de una autopista. El tipo tiene una actitud convincente y todo el mundo le cree. La iniciativa constituye la anhelada salvación para la economía del pueblo cercano al emprendimiento. Para llevarlo a cabo, Paul contrata a cientos de operarios. Luego, seduce a la alcaldesa de la región, de quien se enamora, pero tarde o temprano se verá obligado a revelar la verdad y enfrentar las consecuencias. Basado en hechos y personajes reales. Recupera con paso de comedia la figura de un presunto estafador de poca monta que construye una autopista y trae una cuota de esperanzas a un pueblo carcomido por la miseria y la desocupación. El tiempo dirá si se trataba de un villano o un héroe involuntario. Escrita y dirigida por Xavier Giannoli, la comedia tiene un tono agridulce.
Una variante adulta del célebre cuento de Perrault. “Caperucita roja”, ha dado lugar a todo tipo de lecturas. Catherine Hardwicke (“Crepúsculo”) encara el asunto como un thriller fantástico y explora a fondo sus zonas oscuras. Durante años, los habitantes de Dagger Horn han mantenido una tregua con un hombre-lobo que acecha la región, pero la bestia cambia brutalmente las reglas del juego al asesinar a la hermana mayor de Valerie. Prometida en matrimonio a un hombre pero enamorada de otro, la muchacha se mueve en un terreno cargado de riesgos. El peligro se acrecienta cuando un cazador advierte que el licántropo adquiere forma humana durante el día y camina entre ellos. Mientras el número de víctimas crece, Valerie advierte que está ligada de manera inexorable a ese hombre-lobo que tiene en vilo a la aldea. Se convierte en sospechosa y deciden utilizarla como carnada para atrapar al depredador.
Mientras la andanada de películas 3D para adolescentes y niños sigue devorando pantallas sin ton ni son, por suerte aparecen algunas películas que nos recuerdan qué es el cine y para qué existe. La semana próxima sucederá –paradójicamente– con un film fantástico de adolescentes; esta, con una película igualmente fantástica (en otro sentido) puramente adulta. “Copia certificada” es el primer film europeo de Abbas Kiarostami, el maestro (porque enseña cosas, por ejemplo cómo hacer grandes películas) de “Detrás de los olivos” y “El sabor de la cereza”. Juliette Binoche es una vendedora de arte divorciada y con un hijo; William Schimell es un erudito que ha escrito un libro sobre la copia en el arte. Se encuentran y, en un par de horas fingen –o no– ser una pareja que se conoce, que se enamora, que se casa, que entra en crisis, que se separa. Y mientras, alrededor, el ojo preciso e irónico de Kiarostami muestra que, después de todo, el paisaje emocional europeo no es excepcional, que las taras son universales. Ver a esa vieja italiana que dice a la mujer que se quede con el hombre para no morirse de hambre; ver la molesta celebración de casamiento que acompaña las acciones, oír al hombre de paseo que da pésimos consejos conyugales, por ejemplo. En lugar de hacer una película para agradar a los europeos, el iraní les enrostra su propia mediocridad. Pero, eso sí, respeta a sus personajes y sus emociones. Hubo pocas obras maestras en el año, así que aproveche que acá hay una: bella, emotiva e inteligente.
Desde su opera prima, “Las vírgenes suicidas”, quedó claro que el universo cinematográfico de Sofía Coppola se nutría de los afectos y de sus carencias. Johnny Marco es un actor cuya existencia se ha movido hasta ese momento con las reglas del juego que acompañan a una celebridad. Instalado en el legendario hotel de Hollywood, Chateau Mormont, gasta sus días entre mujeres y excesos de todo tipo, hasta que la aparición de Cleo, su hija de 11 años, lo obliga a un súbito replanteo. La madre de la nena debe ausentarse por un tiempo, y él, separado, deberá hacerse cargo de esa criatura a quien ve como una desconocida. El tiempo que pasen juntos servirá para que Johnny eche una mirada severa a su pasado y se involucre decididamente en esa experiencia inédita de ser padre. Esa muchachita ha llegado trayendo vientos de cambio para el protagonista. Buena química actoral entre Stephen Dorff y Elle Fanning.
John y Lara lucen como una pareja feliz, hasta que el cielo, de pronto, se les oscurece: a ella se la acusa de haber cometido un asesinato. Convencido de que se trata de un terrible error, John libra una lucha sin cuartel contra el sistema legal, sin éxito. Desesperado, ante las trabas que impone la Justicia, decide tomar el asunto en sus manos. Es una carrera contra el reloj, ya que le quedan apenas tres días para impedir que Lara pase el resto de su vida en prisión. Listo para jugarse el resto, este profesor de literatura que ha conocido hasta ese momento una existencia apacible, organizará un complicado plan para sacar a su mujer de ese presidio de máxima seguridad donde la tienen alojada. Una vez más, el thriller encara la fórmula de “uno contra todos”. John elige hacer justicia por su mano, sin medir las consecuencias. Haggis maneja con eficacia las reglas del género, en una intriga tensa, sin espacio para el bostezo.
Fue la película mimada en la última entrega de los Oscar. Se los llevó casi todos, postergando a algunos favoritos como “Temple de acero” y “El cisne negro”. Film decididamente “british” por su temática, su encuadre y su elenco, se destaca por sus diálogos filosos, y el formidable trabajo de Colin Firth (que obtuvo el Oscar como mejor actor) y el australiano Geoffrey Rush. La película es, ante todo, un duelo de intérpretes en una puesta en escena en la que importan más los personajes que la trama. Inspirada en hechos reales, registra al dramático conflicto de un aspirante a la corona británica, trabado por su tartamudez a la hora de hablarle a su pueblo. Decidido a superar ese impedimento a cualquier precio, se pone en manos de un especialista y mantiene con el recién llegado una relación de odios y afectos, hasta conseguir superar esa limitación que arrastra desde la infancia. Así, Jorge VI arribará al trono tras superar una dura y secreta batalla personal. El tema del triunfo de la voluntad es uno de los favoritos de Hollywood a la hora de los premios de la Academia.
John Cameron Mitchell es uno de los realizadores estadounidenses más interesantes de la última década. Sus dos films anteriores, “Hedwig and the Angry Inch” –también comedia musical de éxito en la Argentina– y “Shortbus” –un film alegre y desesperado sobre el sexo, que causó cierto revuelo– tenían una libertad y un vuelo anárquico saludables. Sus personajes eran seres que creaban un mundo propio para escapar del de la mediocridad que los esperaba a la vuelta de la esquina: las soluciones pasaban por el afecto, el arte y la explosión del propio cuerpo. “El laberinto” es, en apariencia, algo totalmente distinto: un drama de personajes con estrellas, con un punto de partida trágico. Una pareja (Nicole Kidman y Aaron Eckhardt) pierde a su hijo de cuatro años en un accidente causado involuntariamente por un adolescente (Miles Teller). Lo que sucede después es lo interesante. Ella, poco a poco, sin aceptar las soluciones fáciles, se acerca a quien fue responsable de esa muerte; él se diluye entre un recuerdo enquistado y otro mundo. Aunque parece, en la superficie, otro drama más, lo que el film presenta es la posible ficción que se esconde detrás de eso llamado “familia”. Su costado iconoclasta, aunque mucho más escondido que en los anteriores films de Mitchell, corresponde a que esa muerte resulta una dolorosa liberación, un pensamiento a la vez paradójico y molesto. El cine estadounidense da por sentado que familia es lo mismo que amor; este film plantea la diferencia radical entre un contrato social y lo que realmente se siente. Aproveche a verlo en el cine.
A Anthony Hopkins le sientan bien estos personajes alucinados. Acá se verá enfrentado a Michael, un seminarista americano que viaja a Italia para estudiar el tema del exorcismo en el Vaticano. El joven se muestra muy escéptico respecto de estas prácticas. Durante su estadía en Roma conocerá al padre Lucas, un sacerdote veterano de aspecto atormentado, quien lo zambullirá en las zonas más oscuras de la fe. A medida que avanza en el estudio de estos rituales, Michael irá conociendo los tenebrosos senderos que llevan al infierno tan temido. Una muchacha de pueblo lo conducirá a su peor pesadilla. Un camino sin retorno. El film acumula sobresaltos en la segunda mitad y amenaza con un brote de histeria colectiva. Hopkins aparece un tanto desbordado por el personaje. Algunos lugares comunes no alcanzan a empañar esta muestra de horror con cuidada puesta en escena, en la que resuenan más gritos que susurros.
Imparable, bien pasados los 70, Woody Allen sigue haciendo una película tras otra. No está en su mejor momento pero tampoco perdió el pulso para la comedia pródiga en enredos sentimentales. Acá tenemos a dos matrimonios en crisis. Alfie abandona a Helena por una mujerzuela y ella, desesperada, va a consultar a una adivina para que le descubra al hombre de sus sueños. Su hija, Sally, se enamora del galerista para el que trabaja, mientras su marido Roy, cae encandilado por una misteriosa vecina. Película coral con elenco de lujo, pero nadie se luce demasiado porque la estrella es Allen, aunque no aparezca en pantalla. Igual, en el filme abunda la gente nerviosa y angustiada. las obsesiones y los equívocos entre distintas generaciones, transitadas por la duda y el desconcierto cuando se trata del amor.