Pobre contra pobres La historia es simple. Luego de una breve internación por su síntoma depresivo, Sandra (Marion Cotillard) es notificada de que la suspenderán en la fábrica donde trabaja por exceso de personal. La única forma de mantener el puesto es convencer a sus compañeros de que resignen su bono anual por horas extras. La compañía, en suma, destinaría ese dinero, obtenido en legítimo derecho por los trabajadores, para mantener el puesto de una asalariada. Y el fallo se decide en una votación. En el lapso de dos días, entonces, Sandra deberá visitar personalmente a cada uno de ellos para rogarles que desistan del bono, para poder seguir trabajando. Algunos la atenderán a regañadientes, otros desearán golpearla. Es una lucha de pobres contra pobres, avalada y hasta alentada por la empresa, que los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne convierten en el thriller más angustiante de la semana. Los belgas son expertos en crear pequeñas obras de arte con relatos cotidianos, y Dos días, una noche puede contarse entre las más logradas.
El padrino irlandés Últimamente, pareciera que Johnny Depp sólo acepta papeles donde luzca bizarro, si no prácticamente irreconocible. Cierto es que, desde sus películas con Tim Burton hasta la saga Piratas del Caribe, el galán rockero fue un gran asiduo a la sala de maquillaje, pero nada se compara a su versión robotizada en Transcendence, su bizarro coleccionista de arte en Mortdecai y, especialmente, su transformación para el presente film. Los kilos de maquillaje y lentes de contacto que usa Depp, para emular al mafioso James “Whitey” Bulger, son una decisión estética extrema que recae en varios personajes y los deja al borde de la farsa. En la piel de Depp, Bulger, cuya organización se cobró varias vidas en la ciudad de Boston, es menos un hampón que un vampiro urbano. Haciendo esta salvedad, o aceptando la propuesta (quizás, ¿una suerte de alegoría?), el film es contundente y, lejos, el mejor de los últimos protagonizados por Depp. El imperio de Bulger surgió al sur de Boston en los tempranos setenta y se entendió hasta los ochenta; su tráfico de armas, drogas y extorsiones creció, parasitario, al amparo de un hermano senador y, sobre todo, un amigo plantado en las altas esferas del FBI. El mentado pacto entre John Connolly (impecable Joel Edgerton) y Bulger permitió la detención del mafioso Gennaro Angiulo, mientras la organización tendía redes por el país y hasta suministraba armamento al IRA. Poniendo énfasis en los lazos sanguíneos de Whitey y su banda, Scott Cooper (Crazy Heart) montó una suerte de El padrino en clave irlandesa. Los asesinatos se suceden de un modo cada vez más cruento, pero no es si no cuando se sella el pacto ente Whitey y el FBI, con la caza de Angiulo (escena musicalizada a la perfección con un clásico de The Animals) que la película adopta un tono sombrío. Si el tono de esa segunda hora hubiera predominado, quizá Pacto criminal habría sido un thriller destacado. Así, la película no es más que el prototipo de otro “basado en hechos reales”, con buena factura y momentos de tensión.
El diluvio según las especies Esta coproducción entre Bélgica, Luxemburgo, Alemania e Irlanda no tuvo el reconocimiento merecido de la crítica estadounidense, quizá porque hace mucho de lo que sus grandes estudios han hecho, con menos pompa y, en varios aspectos, mejor. La película (cuyo nombre es, realmente, su mayor falla) narra la salvación de la especie desde el punto de vista de los animales: Noah nunca aparece (de ahí, quizá, la ocurrencia del título original: ¿Dónde está Noah?) y la entrada al arca es supervisada por un león, su delegado, acompañado de una pareja de gorilas como guardaespaldas. Dos que tienen problemas para ingresar son de una extraña especie llamada nestrians, suerte de aves que no pueden volar y emiten un irritante gas azul para defenderse. Dave y Finney, padre e hijo, se camuflan como una especie felina llamada grymps, pero al llegar al arca los auténticos felinos, Hazel y Leah, madre e hija, empieza un disturbio que acabará con Finney y Leah afuera del arca. El resto es la aventura de Dave y Hazel por recuperarlos. Dónde está el arca? no aporta ninguna novedad, pero el diseño de los personajes y las situaciones son producto de un ingenio que nada debe envidiarle a Pixar.
El antihéroe que faltaba Jesse Eisenberg es Mark Howell, un nerd de pueblo con ataques de pánico, siempre con un cigarrillo de marihuana a mano, que atiende un supermercado mientras dibuja las aventuras de un mono espacial, pensando en una tira de cómic que, obviamente, no se concretará. Lo extraño es que su novia Phoebe, que le aguanta todas sus manías, es ni más ni menos que Kristen Stewart. Allí pasa algo raro. Una noche en la caja del súper, aburrido, dibujando las aventuras del súper mono y tomando sopa enlatada, observa a dos individuos que le hacen cosas a su auto. Sale a increparlos, los individuos sacan dos pistolas y Mark los despacha cual Jason Bourne (a uno lo atraviesa con la cuchara de sopa). Desconociéndose él mismo, Mark sabrá después que fue programado como un agente letal, pero un cambio en la cúpula de la CIA decretó su exterminio. Con guión de Max Landis (hijo del famoso John), la película abreva en la mencionada saga Bourne, el bizarro agente israelí Zohan Dvir y otros parias peligrosos, pero no consigue sostenerse con humor, que es el as en la manga de Eisenberg. Las escenas de acción son muchas y truculentas, pero con eso solo no alcanza.
El encanto del horror gótico En el inicio, Guillermo del Toro modeló un estilo de horror gótico con alta incidencia de la fantasía y la maldad, acorde a las fábulas europeas, y cuando regresa a las fuentes, entre algún tanque de ciencia ficción, lo hace cada vez mejor. La protagonista de La cumbre escarlata, Edith Cushing (Mia Wasikowska), comienza a escribir cuentos de fantasmas tras percibir la presencia de su recién fallecida madre. Hija de un comerciante adinerado, prototipo del norteamericano emprendedor de fines del siglo XIX, Edith se involucra con cualquiera que lea promesa en sus páginas. Así aparece Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), un noble inglés caído en desgracia que busca financiación para su proyecto, una excavadora para extraer arcilla. El negocio fracasa, pero Edith se enamora de Thomas y abandona Nueva York para vivir junto a él en su castillo de Cumberland, donde la tierra es nevada pero el suelo, rojizo (de ahí el título, Crimson Peak). En el tétrico castillo inglés reaparecen los fantasmas, un perro dado por muerto y Lucille (Jessica Chastain), la perversa hermana de Thomas. Del Toro dice haber querido homenajear a clásicos de la casa encantada como The Haunting, de Robert Wise, y The Innocents, de Jack Clayton, pero la película es más bien un romance gótico, sin desmedro de una atmósfera posesiva y ruinosa que sí evoca a los clásicos. Las actuaciones de los tres protagonistas, especialmente las de Hiddleston y Chastain, son superlativas, como también lo son los diálogos, de cierto humor negro y carentes de frases gratuitas o prosaicas. En cierto sentido, La cumbre escarlata es otra historia de amor corroída por un pasado enfermizo, pero el guión y la realización evita lugares comunes, seduce con la fotografía del danés Dan Lautsen (Mimic, Nightwatch) y envuelve en una historia de cautividad y crueldad, como releer a los clásicos de Bram Stocker y Mary Shelley.
Perros guaraníes Con su peculiar relectura del thriller, el cine paraguayo sigue aportando títulos vibrantes, que muestran con ingenio el submundo de Asunción. Sin los alocados giros de cámara de 7 cajas, la película de Maneglia y Schémbori que puso al cine guaraní en el foco del mundo, Luna de cigarras es como una apropiación de la violencia “tarantinesca”. Al inicio, la discusión de una banda de criminales acaba a los tiros e hilvana la narración, con un flashback, al inicio de todo, remitiendo sin reservas a la apertura de Pulp Fiction. Después, la banda despliega sus ambiciones, vicios y torpezas como los gángsters de Reservoir Dogs y, para ser justos, más atrás, a los de The Killing de Kubrick. Gatillo (Javier Enciso), el líder, negocia con el norteamericano J.D. Flitner (Nathan Haase, coguionista del film) la venta de un campo para cultivar marihuana. Pero cuando se entera de que el jefe, apodado el Boliguayo, pondrá a otro al mando de la operación, Gatillo decide “mejicanear” la plata del norteamericano y entregarle al jefe dólares falsos. La ópera prima de Jorge Bedoya deja un sinnúmero de cabos sueltos, pero acierta en la descripción del bajo fondo asunceno, con personajes bizarros y bien delineados y diálogos que, siguiendo la estela de Tarantino, resultan atractivos hasta en lo trivial.
Perdidos en el cuarto mundo El de Sin escape es un caso interesante aunque no –lástima– por razones cinematográficas. Jack Dwyer (Owen Wilson) y su familia deben trasladarse, por motivos laborales, a un país del sudeste asiático que, si bien no se lo menciona (y por buenas razones), parece ser Tailandia. De entrada, los Dwyer se encuentran en el hotel de un país pobre. La luz se corta, no hay wi-fi ni otras facilidades; Annie (Lake Bell) le informa a su esposo, en tono de reproche, que el país al que la llevó pertenece al cuarto mundo. No extraña, entonces, que no haya periódicos en inglés, y cuando Jack sale a buscar uno fuera del hotel se topa con una horda de rebeldes contra el gobierno que habrá de perseguirlos a ellos y al resto de los turistas durante toda la película. Aunque la horda es retratada con el mismo respeto que una pandilla de zombis, el agente británico encubierto Hammond (Pierce Brosnan) en algún momento explica lo justo de la gesta. No nos quejemos, dice, palabras más palabras menos: esta gente protesta por el agua que le estamos robando. Existe, como novedad, un mea culpa, que no justifica los medios ni tampoco, cabe agregar, el bochorno de este rodaje.
Nace una leyenda Peter Pan, la historia de J.M. Barrie, inspiró nuevas vistas sobre el personaje y su entorno, destacándose Hook (1991), de Steven Spielberg, y Finding Neverland, protagonizada por Johnny Depp. Lo realmente novedoso de Pan (dirigida por el inglés Joe Wright, quien adaptó Atonement, de Ian McEwan, para la pantalla) es que imagina la vida del personaje previa a su aventura en Neverland. En esta precuela (en la cual Barrie no tiene absolutamente nada que ver), Pan es abandonado por su madre en un orfanato londinense durante los años ’30, y escapa a la inminente guerra para aparecer en Neverland. El despliegue de imaginación para crear esta tierra de fantasía es, posiblemente, lo más logrado de la película. El escenario es colorido, a gran escala y delirante, como también lo son los personajes. Pan (el australiano Levi Miller) es secuestrado por el pirata cazador de niños Blackbeard (Hugh Jackman), que arriba al film con una versión de “Smells Like Teen Spirit”, de Nirvana, y lo pone, junto a otros chicos, a excavar en busca del polvo de duendes, que permite a los habitantes volar. Con un elenco que completa el explorador James Hook (Garrett Hedlund), una especie de Indiana Jones, aún no convertido en el Capitán de Barrie, y Tiger Lily (Rooney Mara), que lidera a una multirracial tribu, Pan, aún con grietas de guión, es un entretenimiento a gran escala.
Otro castigo de Woody Woody Allen ha hecho muchos films y algunos, incluso, de género, pero en todos, la marca principal es su impronta. Lo curioso es cómo en la última década, desde, pongamos, Match Point (un claro film de género), el espectro temático se amplió tanto que a menudo sus films diluyen la apuesta, y resultan un barco sin rumbo. Como en Crímenes y pecados, pero con mucha menos sustancia, en Un hombre irracional Allen explora el viejo tema del crimen y el castigo del que supo dar cátedra Fiódor Dostoievski. Abe Lucas (Joaquin Phoenix) es un profesor de filosofía con fama de bebedor, mujeriego, pendenciero y, en ocasiones, profundo depresivo (una suerte de bipolar que la estirpe psicoanalítica de Allen no concedería). Entre el flirteo con una estudiante (Emma Stone) y el titubeo de una nueva relación con una colega docente (Parker Posey), Woody, con el apoyo de grandes actuaciones, está en su salsa. Pero entonces, en un bar, Abe escucha sobre un personaje siniestro que vale la pena erradicar. Parece fácil planear el crimen, y salir impune. Pero al bifurcar la trama, la película, pese a alguna situación entretenida, pierde su atractivo.
Pasión gitana Vergüenza y respeto expresa la estima del hombre por la mujer en los no escritos mandamientos de la cultura gitana. Ese y otros giros costumbristas que el payo (el no gitano, para los gitanos) no tiene en claro son explorados por el neuquino Tomás Lipgot en su cuarto film. Un curioso de las minorías, como demostró ya en su debut Fortalezas, acerca de gente que vive en instituciones de reclusión, Lipgot muestra el devenir de una familia gitana de José C. Paz. La experiencia del neuquino se demuestra en la fuerza de los testimonios. En José Campos, el abuelo, se centra la voz de autoridad, el mandato de proteger a la mujer, lo cual también implica impedir que se reúna con payas, que vaya a bailar, que tenga el menor atisbo de libertad. Su hijo Juan Manuel (digamos, el pater familias gitano) hace sentir el rigor de la tradición en el modo en que crió a sus hijos; Joel, el más chico, es prueba viva de que pueden seguirse los preceptos sin desmedro de la picaresca criolla y las redes sociales. En el fondo, la música flamenca (ejecutada por Dieguito Campos, un mini Paco de Lucía), recuerda a cada instante la patria andaluza que, según José, se originó una vez al norte de la India.