Padre todopoderoso Querido papá (Baba Joon, 2012), película de Yuval Delshad que fuera elegida por Israel como representante en los 88 Premios Óscar y que tuvo gran repercusión en el Festival de cine de Toronto, resulta ser un film dramático que de manera simple y contundente se construye como el retrato de una familia y a la vez, de una comunidad en Medio Oriente. Una apuesta directa y que si bien no posee elementos novedosos, se aferra con firmeza en el espectador a partir de la relación de un padre con su hijo. Un factor de valor universal que logra socavarse bajo el ideal de identificación. Yitzhak dirige una granja de pavos junto a su esposa y bajo la supervisión de su padre que también estuvo a cargo de la misma siendo joven. El hombre quiere a toda costa que su hijo Moti, que acaba de cumplir 13 años, siga ese camino. Aún es pequeño pero su mayor deseo es que se vuelva un hombre duro con la fuerza necesaria para hacerse cargo de todo, al igual que él y que su abuelo. Sin embargo, Moti detesta la granja y no quiere saber nada de pavos ni ningún otro animal. Él prefiere la mecánica, lo electrónico y lo artesanal. Todo lo relacionado con construir con sus propias manos. El conflicto se agrava cuando llega el hermano de Yitzhak desde Estado Unidos, quién se dedica a la confección de joyas. Este tío es un renegado de su familia, otro que no quiso saber nada de la granja y escapo para hacer su vida. Moti verá en él la posibilidad de que existe la libertad de hacer otra cosa y alejarse de una vida que lo empuja al descontento. La película tiene elementos melodramáticos que si bien no tienen el ingrediente del evento amoroso, es oscura en cuanto a sus características: el parricidio, la herencia familiar, el hijo que reniega del padre, un padre autoritario y una madre que sólo contiene. Casi que podría no encontrarse novedad en lo enumerado, pero la película los presenta con la fuerza necesaria para impactar en sus imágenes desérticas y cotidianas. Con elipsis bien marcadas, hacen del tiempo un participe importante puesto que el misticismo de seguir el camino paterno llega a un momento crucial. Es hora de decidirse, y padre e hijo saben que van al fracaso. Todo es forzado: Un padre desilusionado pero ya sabiendo que su hijo es débil y no quiere la granja, y un hijo que sabe que nunca se hará cargo de ella aunque se vuelva fuerte. Todos empujados hacia lo que no quieren, y como todo lo forzado, termina un día por estallar. Es interesante también la relación con el trasfondo religioso. Más aun tratándose de una película procedente de Israel. Esa referencia a los padres que tienen una presencia muy fuerte sobre sus hijos, y la religión como elemento determinante para seguir existiendo. La llegada del tío es lo mejor, al ser un elemento foráneo que cuestiona todo lo estructurado, y poniendo en duda el orden. La suma total da la impresión de estar frente a una parábola o a un pequeño cuento cristiano con los personajes puestos a enfrentarse entre sí y esperando que aparezca Dios para salvarlos y les diga de la prueba a la fueron sometidos. Un film sincero y sin mayores adornos que impacta con su final emotivo pero que saca el jugo no solo de su argumento, sino también por ser una buena muestra sobre una región determinada, donde hay una forma de vida cotidiana particular y unos paisajes que solo se encuentran en esas tierras. Y lo hace de forma mesurada, no olvida que lo importante es la historia en que estamos sumergidos y así nada queda al azar en una película concreta y sencilla.
Barcos de la muerte Fuocoammare (Fuego en el Mar - 2016), dirigida por Gianfranco Rosi y ganadora del Oso de Oro en la última edición del Berlinale, es un film documental muy difícil en su propuesta estética y argumental pues está centrado en la problemática actual de los refugiados que diariamente desembarcan en Europa. Con un estilo personal y alejado de las imágenes televisivas ya conocidas, propone un retrato coral con la potencia de unas imágenes que parecen de una película de ficción pero al mismo tiempo llenas de un realismo apocalíptico. En la bahía de la isla Lampeadusa muy cerca de Sicilia en Italia, desembarcan todo el tiempo barcos llenos de inmigrantes ilegales. En su mayoría son africanos o del Medio Oriente que llegan escapando de la miseria de sus países, pero también de una demencial violencia, del crecimiento de ISIS y el terrorismo de estado. Constantemente barcos vigilantes con enmascarados policías y/o médicos de salud, buscan los barcos de inmigrantes en medio del mar con la misión de revisar a la gente que entra a la isla. Paralelamente se desarrollan las historias de distintos personajes como una pareja de ancianos, un buceador, un médico, un pediatra, el conductor de un programa musical en la radio, pero por sobre todo la de Samuel de 12 años, un niño solitario que vive con su familia pero hace su propia vida, juega a cazar en las laderas de las rocas cerca del mar y va creciendo mientras le enseñan a ser un pescador como sus ancestros. Apoyado en un registro descriptivo, dejando que las imágenes se cuenten por su propia fuerza -no se puede negar que eso le permite generar el efecto de estar más allá de un realismo propio del formato documental-, Fuocuanomare ingresa en terrenos de la ficción, e incluso con el efecto de la ciencia ficción. Trata la realidad misma hasta volverla un elemento extraño, y eso es lo mejor que tiene la película. Las embarcaciones y helicópteros a contraluz buscando cuerpos en la noche, las antenas que intentan captar alguna señal viva, o las pantallas de los barcos deambulando en el mar que parecen ser monitoreados por fantasmas mientras los hombres enmascarados revisan a los refugiados; producen un relato de fin de mundo, futurista y producto de un hecho sobrenatural, como si hubiera ocurrido una Tercera Guerra Mundial y solo quedara una pequeña isla rocosa y seca donde viven poquísimos niños que hablan italiano e inglés mientras siguen llegando los sobrevivientes de un mundo que se está destruyendo, que no podemos ver, pero cargado de imágenes oníricas, llenas de suspenso, con marcas inquietantes a pesar de que -más tarde se percibe esto- no son más que imágenes “tranquilas”. Una gran propuesta que se refuerza con el relato coral. Intenta hablar de un todo usando varias voces (aquí es donde el film se vuelve peculiar al dar esa idea constante de que estamos frente a una película de ficción), pero no por la inminente e imperfecta realidad que se filtra al grabar a la gente en su vida cotidiana, sino por la naturalidad de los refugiados de saberse filmados y no poder ocultar lo que están sufriendo. Su visualización es muy importante porque, al final de todo, uno se da cuenta que esto sucede todos los días y no es sólo el producto de la imaginación de un escritor. Desde luego no resulta fácil ya que, además de una estética compleja, es un interesante y fuertísimo relato que decide unir las angustias de un niño inocente con el dolor de gente que se arriesga por buscar un mundo mejor, y esa decisión extrema y dramática lo es aún más cuando la muerte aparece contundente e interminable.
Los hermanos del hielo Rams: La historia de dos hermanos y ocho ovejas (Hrútar, 2015), dirigida por Grímur Hákonarson, ganadora del premio Una Cierta Mirada en Cannes 2015 y nominada como mejor película a los premios del cine europeo en aquel mismo año, es un film sumamente emotivo y austero, con una simpleza y calma geográfica trabajada desde el silencio en un esquema de tragedia bien diseñado para sostener un drama tenso y profundo que se forma a partir de lo cotidiano con personajes arrojados al abismo de perder todo. En un valle de Islandia, los hermanos Kiddi (Theodór Júlíusson) y Gummi (Sigurður Sigurjónsson) no se hablan desde hace 40 años, por una disputa familiar que el film lentamente se encarga de mostrar. Sobre este clima, ambos son vecinos y se dedican a la crianza de ovejas y carneros. Continuamente y en una determinada fecha, participan con los otros pastores del valle en un concurso al mejor carnero. Sin embargo, una enfermedad en uno de los animales pone en peligro a todos los demás rebaños empujándolos al sacrificio de todo el ganado. Un horizonte desolador para el cual tendrán que pensar en cómo sobrevivir. Es interesante como el film también es un relato sobre un espacio geográfico. Sin duda, tiene el estilo de película europea pero ahonda en el retrato de un valle remoto de Islandia y las relaciones interpersonales de los personajes que habitan en él. Relaciones que se van volviendo universales y muy concretas con sus silencios, miradas y sufrimientos. El clima por sobre todo tiene un peso sumamente importante para la estética en un camino hacia un invierno gélido que prevé la imagen del desenlace fatal de los personajes. Esa idea de invierno fatal contribuye altivamente a la elaboración de su diseño visual pues le sirve para darle una imagen al silencio y a la soledad, siempre monocromático, virado lentamente hacia el blanco de la nieve y hacia un aire espeso y nubloso, misterioso y marcado por una idea de mundo atrapado en el tiempo. Desde elementos muy mínimos y cotidianos que, en lugar de hacer que la película caiga en una mera lentitud descriptiva, por el contrario, construyen un relato ingenioso con drama, notas de humor y hasta de thriller policial, con un suspenso constante y con giros imprevistos en el guión que evitan que la atención decaiga.
Time-Lapse El maestro del dinero (Money Monster, 2016), dirigida por Jodie Foster, resulta ser un film mucho más potente por sus interpretaciones, sus cuotas de humor y sus giros sorpresivos, que por un atrapante suspenso. Lee Gates (George Clooney) es un presentador de televisión que hace sus predicciones sobre el movimiento del dinero en Wall Street. Sin embargo, una de sus recomendaciones salió mal y muchas personas perdieron dinero. Todo tiene que ver con la empresa IBIS que perdió 800 millones de dólares repentinamente. Eso hace que cierto día durante la emisión de su programa, el cual es visto por cientos de personas, ingrese un individuo (Jack O’Connell) y le coloque un chaleco con bombas e inicie una toma de rehenes de todo el set, abogando por una respuesta a lo sucedido con su dinero. La directora del programa (Julia Roberts) intentará conducir el programa para salvar la vida de todos. Sin duda es una película de gran intensidad, pero más que nada por esa lucha contra el tiempo, la aparición de un detonador y una bomba ya de por sí hace que el relato se vuelva inestable y los personajes entren en un vértigo marcado por la ignorancia de cuál será el final. Situación trabajada de muy buena manera, pero también por un cast de gran nivel: Clooney y Roberts no decaen con papeles precisos para ellos, pero también Jack O’Connell y Christopher Denham, junto a Giancarlo Esposito, recordado de Breaking Bad, aquí como policía. Por otro lado cabe señalar que la película también termina siendo una suma de clichés: El presentador de televisión resulta ser elegante con cierta animosidad conocida, el muchacho que hace el asalto es un loser, el típico loco perdedor ambicioso pero carente de educación e intelecto con una novia embarazada que se sale de sus cabales para hacer todo sin planificación. De otro lado el empresario que le importa poco la opinión pública y resulta ser un loser con dinero y poder, los hackers que imitan la voz de yoda y que viven encerrados en su habitación a la sombra de videojuegos, el programador asiático, la jefa de comunicaciones elegante y CEO que termina siendo un títere de sus jefes, la infaltable corrupción al invertir, la globalización a partir de hechos mediáticos que “paralizan” al mundo y las inversiones oscuras en movimientos sociales en oriente, y – finalmente- la gente que después vuelve a su vida monótona. Es decir, que si bien es interesante ver todos estos elementos en juego y siempre se presentan de dicha manera, termina siendo algo “conocido” ya leído y comentado en los periódicos o la televisión -como una novela para televisión- sin darle mayor profundidad o alguna pizca de originalidad a lo que hubiera sido un film mucho más potente de lo que es, y no sólo la puesta en luz de sucesos cotidianos de violencia y amarillismo. Sin embargo, en honor a la verdad, la película es entretenida, te mantiene en vilo, con dotes de emoción y polémica, a pesar de no aportar nada nuevo.
Alicia en el mar Alicia a Través del Espejo (Alice in Wonderland: Through the Looking Glass, 2016), dirigida por James Bobin, es la continuación de Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland, 2010) de Tim Burton, quien esta vez oficia sólo de productor. Los mismos personajes reaparecen para un viaje fantástico hacia lo imposible. El tiempo es el elemento central, y si bien la trama se mece entre subidas y bajadas que la hacen inestable, su fuerza está en su impresionante aspecto visual, digno de toda aventura. Alicia (Mia Wasikowska) es capitana del Wonder, el barco que le dejo su padre de herencia con el cual se dedica a dirigir expediciones a países lejanos como China. Alejada de la tradición que marca la vida de las mujeres de 1875 en Londres, su madre intentará que vuelva a una vida "normal" dominada por los nobles. Inconforme Alicia se encuentra con una habitación donde hay un extraño espejo que al cruzarlo la lleva de regreso con sus antiguos amigos. Ellos están en la hora del té, pero consternados pues el “Sombrerero loco” (Johnny Depp) ha perdido su locura alegre, y en cambio está sumido en la tristeza por un sueño imposible: cree que su familia sigue viva, cuando creía que habían muerto. Ante eso está muriendo de tristeza y entonces su fiel amiga Alicia tendrá que salvarlo, y para ello debe viajar en el tiempo y evitar que los padres del sombrerero mueran. El relato es atrapante desde su inicio, voraz con una Alicia mucho más madura y valiente y un Johnny Depp en un gran nivel actoral. Sin duda se percibe como los elementos burtonianos tienen un conductor diferente, algo que resulta extraño y menos interesante. La idea de viajar en el tiempo es atractiva pero el artificio para consumar ese viaje resulta muy simplista. De igual manera la presentación de los personajes y el humor resultan efímeros, justo donde el mundo de Tim Burton manejado por el propio Tim Burton hubiera tenido un mejor resultado. Aunque cabe señalar, paradójicamente, que son sus personajes los que sostienen la película: Salen a lucirse para que el aire de cuento mágico permanezca firme con encanto y suspenso, en especial en esa parte final donde ayudan a que Alicia salve al mundo de un pasado perdido luego de que la Reina Iracebeth (Helena Bonham Carter) obrase mal. Una secuencia increíble a plena emoción con una técnica impecable. Pero esta versión de Alicia requiere de su antecesora, tanto que solo la noción de secuela no le basta siendo una simple continuación de la anterior. Sin embargo, no desilusiona pues tiene momentos loables y muy buenas alegorías, moralejas a veces exageradas y otras bien trabajadas, sobre todo la que refiere al tiempo. Una idea ingeniosa, lo mismo que el uso del mar como elemento presente para viajar al pasado. Y así como el oleaje marítimo, la película sucumbe a tempestades y mares tranquilos, pero siempre sale a flote. Mia Wasikowska, también en un alto nivel, se pone la película al hombro y hace que se mantenga la fantasía intacta.
Nobles enemigos Mandarinas (Mandariinid, 2013), película dirigida por Zaza Urushadze, está hecha con la precisión de las grandes obras cinematográficas. De manera discreta y sencilla toca temas de enorme envergadura y profundidad. Es un drama bélico alejado del estilo ya conocido para convertirse en un enfoque teatral y sumamente humano que gira a partir del cruce de personajes que se relacionan entre sí en una pequeña casa para mostrar que es el contexto quien arma los bandos y que existe un destino sangriento ya escrito. Es el año 1992 y ha estallado la guerra entre chechenos y georgianos que buscan su independencia de la Unión Soviética. En un poblado agrícola estonio de Abjasia vive Ivo (Lembit Ulfsak) un viejo solitario que en lugar de escapar ha decidido quedarse a ayudar a su vecino Margus (Elmo Nüganen) con su cosecha de mandarinas para que no pierda su negocio. Sin embargo, un duro enfrentamiento se da enfrente de su casa y un georgiano (Misha Meskhi) y un checheno (Giorgi Nakashidze) resultan heridos mortalmente. Ivo les da cobijo en su casa para que puedan recuperarse pero conforme pasan los días se arma un clima de tensión, pues ambos juran enfrentarse ni bien estén curados. Ivo hará una resistencia interior para impedir que la violencia no estalle bajo su techo mientras las mandarinas de Margus están listas para recolectarse. Sin duda el tema de la parábola del buen samaritano está presente en esta historia. Alejada de todo significado bíblico, Ivo es un hombre que brinda su ayuda bajo un instinto natural. No filtra odios ni recorres, da la impresión de tener una motivación de estilo Samurai al quedarse en su terreno a proteger su espacio, incluso si eso le puede traer peligros pues tiene a dos hombre heridos de bandos enfrentados en su casa. Al mismo tiempo está destinado a morir solo, rodeado de coloridas y plácidas montañas. Está tan bien construido Ivo que es de impronta positiva para el film pues su figura arma la narrativa de la película. No solo porque tiene un objetivo que son las mandarinas, sino porque todos giran en torno a él. Es la brújula narrativa para la acción: Él hace que se crucen los personajes, los hace encontrarse en la mesa, les da de comer, es el motor de las conversaciones al producir el cruce de los mismos, y sobre todo el impulsor para que la recolección de mandarinas avance. Por sobre todo tiene la función de “ángel” que lucha para espantar a la violencia y los peligros de los que están a su alrededor. Con humor y un pasado oculto, su actuación termina por ser soberbia y mesurada convirtiéndose en un personaje entrañable. No cabe duda que por sobre todo es un film teatral. Los personajes están en el mismo espacio, se dan algunos ligeros cambios de escenografía pero podría decirse que todo sucede en el mismo lugar. Pero son las pequeñas acciones, los detalles, los objetos y los diálogos mínimos bajo una atmosfera apacible y de una tensión constante, que al hacerlo de manera altiva y fecunda entregan una pequeña obra maestra. La energía del drama es poderosa y tiene al espectador muy atento a todo. Es imposible no concentrarse y difícilmente uno se puede perder, incluso cuando no hay grandes giros de trama ni grandes escenas. Los golpes dramáticos potentes son precisos, concretos y llegan cuando uno menos lo espera, incluso cuando todo el tiempo se respira ese aire invisible de violencia reprimida. Todo crece por la música pausada y por una inefable sencillez. No tiene nada que le haga falta ni nada que esté demás. Hay un trabajo detallado del arte y la composición de la imagen y por ello ese aire oriental, que si bien ya estamos en el oriente medio, en este caso es un aire japonés, con un cierto apego a un misticismo milenario, fiel a un mundo ya extinto pero que se configura en un mensaje final que se vierte al espectador de manera directa. El mensaje habla sobre los prejuicios raciales y de cómo el ser humano tiene una comunicación y relación que va más allá de la nacionalidad. El sentimiento, y las emociones son tan grandes como la virtud del honor ante cualquier enfrentamiento. Un mensaje enaltecedor y productivo que llega con el marco de tragedia. La violencia irrumpe y la muerte es lo más natural. Aun si se quiera escapar al odio muchas cosas ya están marcadas por el destino.
Sobrevivir al silencio El me nombró Malala (He Named Me Malala, 2015) es un documental que toca un tema actual: la situación de los países árabes azotados por la violencia de sus regímenes, y cómo desde lo profundo de aquel mundo una pequeña niña pakistaní llamada Malalá se animó a revelar cómo su pueblo estaba aplastado por el poder de los talibanes y el terrorismo. Con un toque conmovedor y potente, este film tiene una fuerza que se impregna fuertemente en la mente del espectador. Malala Yousafzai es el personaje principal aunque no la única protagonista. Su familia es el centro de esta historia que empieza con una dinastía marcada solo por la presencia de varones. Pero un día nació Malala y su padre la hace participe. Escribe su nombre en el árbol genealógico para que perdure en la historia y la llama así en vista de lo que va a significar para su hogar (el valle de Swat en Pakistan) y para el mundo. Sintiendo una poderosa conexión con él, Malala cuenta cómo le interesó el hablar en público, estudiar y desarrollar un pensamiento crítico desde muy pequeña. Un día se animó a ser la voz para Occidente acerca de lo que era estar bajo el gobierno Talibán, y entonces toda su familia permaneció amenazada de muerte. Sin embargo en el 2012 un Talibán cumple la promesa y le dispara a Malala en la cabeza hiriéndola mortalmente a ella y a sus amigas que la acompañaban en ese momento. Así es trasladada hasta Londres donde logra recuperarse después de un largo tratamiento. Sin poder volver a su país se queda en tierras británicas convirtiéndose en la representante de la lucha de su pueblo, sobretodo de las mujeres marginadas que no pueden recibir educación y de los niños que parecen destinados a perder la infancia y crecer en la sombra del terror. El film de Davis Guggenheim es de un ritmo vigoroso que oscila de manera perfecta entre el drama, la tragedia, la nostalgia, el humor y -lo más importante- la biografía conmovedora de sus personajes. Se preocupa por construir la historia de Malala según la visión que ella tiene del mundo y de cómo su familia que si bien hoy son reconocidos y asediados por la prensa a raíz de que Malala recibió el Premio Nobel de La Paz 2014 con tan solo 17 años, resultan ser una familia normal y tranquila. Con aires de mucha fortaleza y al mismo tiempo con las dificultades de sobrevivir dentro de una sociedad nueva como la londinense. La película en lugar de ser sólo un relato que enaltezca y alabe a Malala y su reconocimiento mundial y mediático, la muestra con sus problemas naturales de su edad, con el destape de una infancia difícil para ella y sus padres, revela traumas personales además de nuevos retos, temores y cuestiones en cuanto a sus tradiciones culturales y sobre todo el sufrimiento de ella siente del Islam, cultura religiosa positiva pero vista hoy en día de manera oscura y terrorífica. El uso constante de animaciones infantiles tan llenas de color y misticismo sirven para contar su infancia, un lugar maravilloso que fue llenándose de dolor y tragedia. La película de esa forma gana fuerza al llenarse de matices, con un relato plagado de sinceridad. Si bien el documental tiene un mensaje político y social como es el tema de las mujeres y su atraso generacional en Medio Oriente desde un punto de vista claramente occidental del mundo árabe, el film no intenta quedarse en eso y desarrolla otros temas: la noción de identidad, el pasaje místico entre padres e hijos, la lucha de géneros dentro de una misma familia, la nostalgia de no poder volver a casa, los sueños y la libertad, son cuestiones universales que exceden la nacionalidad, y que hacen de El me nombró Malala un documental de gran altura para estos tiempos de tanta destrucción.
Pintando mi memoria Walsh entre todos (2015), dirigido por Carmen Guarini, es un documental sobre el evento artístico que produce el pintor Jorge González Perrin a partir de la memoria de los desaparecidos durante la dictadura militar. Con el uso de colores le da una mirada distinta a un tema que subyace en la sociedad argentina. El retrato del escritor Rodolfo Walsh sirve como inicio para que los demás rostros de las víctimas vayan apareciendo de manera fragmentada y emotiva. Sobre ese punto el documental, aunque con limitaciones debido a la falta de una a propuesta narrativa definida, gana fuerza puesto que logra momentos hondos desde el ejercicio de la pintura. Jorge Gonzalez Perrin junto con su colectivo artístico prepara un evento pictórico que consta en hacer los retratos de los desaparecidos, así como de las figuras más emblemáticas que simbolizaron la lucha durante la época de la dictadura militar. Todo a partir de cuadraditos. Es decir, esbozado el retrato en tamaño gigante lo dividen en miles de cuadraditos de manera que al acudir a los eventos populares sobre la memoria, hacen que cada transeúnte, sea cual fuera su edad, pinte un cuadradito. Al final todos se juntan según su posición correcta y forman la cara de la persona retratada. Este es el hecho más impactante y llamativo del documental, desde ahí surge la emotividad. Perrin prepara exposiciones con ello, y sin duda hace que el material, más allá del contexto, se vuelva peculiar y cautivante. Sin embargo, Walsh entre todos hace uso del arte cinematográfico y como tal también debe ser evaluado como producto audiovisual y en ese punto hay algunos detalles a remarcar. El documental se detiene en momentos cotidianos pero excesivamente anodinos que le restan, hecho que dificulta el sostén de una línea narrativa clara, lo cual conlleva a una falta de conexión entre subtramas (y muy lastimosamente porque sobra emoción) que debilitan el eje central del relato. Dicho esto, toda persona que vive dentro de la sociedad argentina, aun no siendo de dicha nacionalidad, pero proveniente de un país donde sucedieron crímenes políticos y dictaduras militares, puede comprender que el tema de los desaparecidos y la memoria es una lucha constante. Este documental al igual que otros productos artísticos que tocan el tema de la memoria, deben ser vistos y a la vez comentados, puesto que produce la discusión y evocación de algo que pertenece a todos. Incluso todos deberían saber sobre Rodolfo Walsh, capturado y asesinado unos días después de enviar por correo, para hacerse publicar, sus cartas donde revelaba los crímenes de la dictadura.
Una voz para siempre Marguerite (2015), dirigida por Xavier Giannoli, es una de las grandes películas de este año. Una historia tragicómica, basada en un hecho real, que está realizada con elegancia, solemnidad y plagada de un humor que la vuelve hilarante y conmovedora. Todo a partir de un personaje que ve su vida hecha una obra arte, y que al perseguir sus sueños delirantes, comienza un viaje hacia la oscuridad de su propia autodestrucción. Una película que triunfa, pues se abre a diversos temas que terminan por hacer remecer a un cautivado espectador. En el Paris de los años 20, después de la Primera Guerra Mundial, la baronesa Marguerite Dumont (Catherine Frot), amante del canto lírico y la ópera, organiza grandes banquetes en su enorme mansión. Pertenece a un círculo artístico de la elite francesa donde disfruta de cantar ante sus nobles amigos. Ella se deleita y emociona al ver que todos la aplauden y la amen, sin embargo, canta de manera desastrosa, desafinado y tan fuera de tono que produce la burla de quienes la oyen. Es directamente horrible pero nadie es capaz de decírselo. Dado su poder económico y las grandes sumas que da a su círculo artístico -además de otras donaciones- nadie se atreve a decirle lo mal que lo hace y que en lugar de cantar, lanza alaridos agudos e incomprensibles, tan chillones que terminan por matar el buen gusto de cualquiera. Un día Marguerite, empujada por jóvenes poetas de vanguardia y segura de su “talento”, decide organizar un recital ante el público parisino. Estar frente a la gente, políticos y famosos de alta estirpe, pondrá de vuelta y media a toda su gente, en particular a su marido, un hombre respetado en la sociedad. Marguerite es un film peculiar porque está hecho de una limpieza técnica propia de las grandes adaptaciones cinematográficas pero contado a partir de un no talento. Como si la estrella fuera únicamente la carcajada del Mozart de Amadeus (1984) de Miloš Forman, esta vez la voz del personaje principal carece absolutamente de ese nivel de arte tan álgido y noble que la estética de la película ofrece, aun cuando Marguerite pertenece a un alto nivel social donde abundan los carruajes y las casonas, y se escuchan operas de grandes maestros de la música. Es decir, toda la pureza de la imagen, se contrapone con la voz desagradable de Marguerite que hace temblar los tímpanos cada vez que se empeña en su fantasía de ser una gran soprano. La elegancia produce risa y conmueve al mismo tiempo. Sin duda la película tiene al arte como el mensaje principal y la fantasía personal, aunque se esté al borde de la locura y no se tenga el talento. Marguerite es polémica porque divide a los poetas vanguardistas y a los pensadores conservadores. Escucharla y verla cantar es un evento emocionante para el nuevo arte moderno y un desastre para el arte clásico. Pero además, la falta de tino y conocimiento de Marguerite la vuelven tierna en su ignorancia, porque apoyando a los vanguardistas no sabe en lo que se mete. Catherine Frot hace un trabajo espléndido y da esa complejidad necesaria y brillante para sentir pena y emoción por Marguerite. Es el accionar de seguir un sueño inalcanzable junto a la manera de organizar el relato del director Xavier Giannoli lo que vuelve a la película al bordee de la perfección. Las ganas de Marguerite abren un mundo oscuro lleno de intereses e hipocresías por parte del resto de los personajes, llenos de máscaras y caras reales ocultas. Todo tan bien reflejado para una sociedad a la que le espera la Segunda Guerra Mundial, en este film histórico tan actual y necesario en su visionado. Dividida en fragmentos, posee algunas subtramas realmente innecesarias que la alejan de esa perfección, como la historia del personaje interpretado por Christa Theret, que incluso es utilizada como cortina de cada capítulo. Pero más allá de eso, es como una tragedia griega: se construye sobre las justas dosis de drama, suspenso y comicidad, dejando la sensación final de que muchas cosas se despertaron a partir de esa horrible voz.
El fantasma Bergman Liv & Ingmar (2015), dirigido por Dheeraj Akolkar, es un documental sobre la potente relación entre Liv Ullmann y el renombrado y emblemático director sueco Ingmar Bergman. Dividida en fragmentos, es una pieza hecha con la precisión de un diario sentimental que desemboca en un material interesante que va más allá de solo una relación cinematográfica. Con solo la presencia de Liv, profunda y nostálgica en su recuerdo actual de Ingmar, se trata de dibujar y construir de distintas maneras para volver complejo y atractivo la imagen del genio director así como del amor habitado entre ellos. El film es un regreso a la isla de Fårö, donde vivió Ingmar hasta su muerte, y como luce hoy esa casa rodeada por aguas del báltico pintada con un tono onírico y tan bergmaniano, que son el reflejo de lo que siempre hubo en ese lugar desde que el director habitó hasta que se marchó de su hogar solitario. En esa isla también vivió con Liv Ullmann, donde fueron una pareja formada de manera polémica. Todo construído sobre la ausencia de uno de sus protagonistas que crece con las palabras de Liv, quien además fue su amiga por más de 40 años. Desde el comienzo hubo una infinita complicidad marcada por una fulgurante pasión y a la vez una violenta convivencia, que con la misma fuerza que los separo, los unió más que nunca muy a pesar que parecían cada uno orbitar en su propios mundo. Dheeraj Akolkar realiza una buena propuesta al dividir la película en fragmentos titulados por un sentimiento. Por ejemplo: La culpa, la soledad, la amistad, sirven para trazar un diario sentimental donde se va a fondo con el objetivo de mostrar y organizar el monólogo de Ullmann que muestra las diferentes caras del ausente Ingmar Bergman. Desde su manera de comportarse durante y después de las filmaciones, pasando por el “monstruo” en los momentos más violentos de la relación, por el genio que escribía obras maestras en una soledad obligada y, sin duda, el ser más sorprendente que es capaz de todo por amor. Bergman se convierte en una especie de Kurtz en Apocalypse Now (1979), un ser mítico y controversial. Con todos esos conceptos llega hasta el punto de volverse entrañable. Lo mejor del film es ser un relato con identidad propia, con un toque onírico que lo vuelve emocional y aleja del clásico documental sobre la retrospectiva de las películas que hicieron juntos. Además, se intensifica con ese paralelismo que construye entre los films de Bergman como Persona (1966), Pasión de Anna (1969) y el relato de Liv. Tanto como si hubiera una relación paralela entre los que filmaron y lo que realmente vivieron, casi como si el arte se diera como en la vida y viceversa.