Un quinteto inconexo La historia de un grupo de delincuentes de poca monta que se cuela en una casa en busca de una cinta de VHS que les ha sido encargada y que una vez allí descubre el cadáver de un hombre rodeado de videocasetes es el relato global de esta película o, mejor, la excusa para mostrar cinco cortometrajes extraídos de las cintas, cada uno dirigido por un joven cineasta, entre ellos algunas promesas del género como Ti West. La idea suena a original y algo nostálgica por el uso del VHS. Lo más interesante, las tomas de las cámaras domésticas, iphones, microcámaras semiocultas o webcams usadas para contar en imágenes en primera persona los relatos. pero una vez puesto en funcionamiento, los cinco relatos, además de bordear un gore ligero y a veces bastante exagerado, sólo se nutren de clichés del género: la chica rara de la fiesta que resulta ser un verdadero monstruo; el escabroso motel de la ruta; el lago y el bosque siniestros; la casa encantada, la noche de Halloween y el rito satánico; además de seres sobrenaturales, psicópatas, espíritus y sobre todo grupos de jóvenes descerebrados que terminarán siendo asesinados en medio de grandes charcos de sangre. Historias inconexas, confusas y tediosas. Película que si hubiera sido realizada en Argentina no habría cruzado la frontera del grupo de amigos de los directores.
La nueva Babilonia Se sabe, Cronenberg es un director que toma riesgos. Se atrevió al hermetismo psicodélico de “El almuerzo desnudo”de Burroughs o a J.G. Ballard y su “Crash”. Su último escritor es Don DeLillo y su visionaria novela “Cosmópolis”, de 2003. Los logros, esta vez, quedaron a mitad de camino. Eric Parker, joven y cínico magnate, arranca su día con un único objetivo visible: viajar en su limusina al otro lado de Manhattan para hacerse un corte de pelo. El vehículo viaja como si fuera en cámara lenta por Nueva York, ya que el presidente de Estados Unidos está de visita en la ciudad y el tráfico está congestionado. La cámara se instala dentro de la limusina ultratecnificada y otra película ocurre afuera, tras los vidrios insonorizados y polarizados: Nueva York es como una Babilonia del capitalismo apocalíptico, las calles son un caos, la crisis está a punto de hacer estallar a la mismísima ciudad cuyos pobladores parecen un ejército de zombies. Eric viaja en su limusina-burbuja, casi una nave espacial, la simbología del útero. La atmósfera lograda es espectacular, tanto adentro como afuera del vehículo. A Eric no lo conmueve el caótico exterior que él mismo contribuyó a construir. A su auto van subiendo todo tipo de personajes que dividen el filme como en sketchs. Excelente también la construcción del personaje, a partir de la buena elección de Pattinson, quien de vampiro romántico pasó a ser un vampiro frío y peligroso. Lástima que todos estos fragmentos no alcanzan para construir un relato fílmico acorde a las expectativas; que todo lo que tiene de enfermizo y asfixiante el aire que inspira y expira Eric, que todo lo hermético que encierran los diálogos y que todo lo que se visualiza como una gran metáfora de los estragos hechos por el capitalismo en las últimas décadas, no alcanzan para conformar una gran película.
Adiós hermano cruel En medio de un bosque, a metros de la casa a la que se muda una chica con su madre (Jennifer Lawrence y Elisabeth Shue) se encuentra otra casa. Allí, años atrás, la hija menor de un matrimonio aparentemente mató a sus padres. La adolescente recién llegada entablará relación con el sobreviviente de aquella matanza, el hermano mayor de la asesina desaparecida. La receta suena ideal para un filme clásico de terror: caserón estigmatizado, el bosque, muchos jóvenes y una chica psicópata con los pelos chorreando sobre un rostro oculto, pero la propuesta termina convirtiéndose en un cúmulo de cliché y escenas predecibles. Apenas la presencia protagónica de la actriz de “Lazos de sangre” y “Los juegos del hambre”, Jennifer Lawrence, logra impregnar al filme de un efímero interés, que se da de bruces contra los primeros y berretas golpes de efectos sonoros y visuales. Una película de terror y suspenso que no asusta demasiado (aunque tiene la buena intención de buscar el susto a partir de seres de carne y hueso) y que sorprende sólo cuando una puerta se cierra de golpe.
Un agente más rudo Tony Gilroy, arquitecto narrativo del sello Bourne, guionista de las tres películas anteriores (protagonizadas por Matt Damon), es en “El legado Bourne” la única cabeza pensante y su estilo está marcado desde la primera escena: define a su nuevo protagonista en 45 segundos de impacto, sin palabras: el hombre es capaz de todo, sobre todo cuando está jugado desde los pies a la mollera. Para los que vieron la saga no será fácil olvidar la cara sufrida del desamparado Damon, pero hay que coincidir en que Jeremy Renner fue una muy buena elección. En rigor de la verdad, como agente Bourne tiene un aspecto más rudo y áspero que el tierno Matt. “El legado...” tiene escenas de acción calcadas de los filmes anteriores y, obviamente, continúan los problemas de identidad y paranoia para el personaje central. Así, Bourne se reinventa a pesar de quedar algo eclipsado por la trilogía que la precedió. También hay que aclarar que “El legado Bourne” no es otra película del personaje con un actor distinto, sino que toma los eventos ocurridos en filmes anteriores para crear una historia paralela que busca valerse por sí misma.Así, Gilroy intenta darle una vuelta de tuerca a lo ya conocido y, al menos, logra un filme que entretiene dignamente.
Rodar un falso documental después de "El proyecto Blair Witch" y hacer una película sobre fantasmas espeluznantes tras "Actividad paranormal" te garantiza rozar el cliché, y por ende, la repetición. Algo de esto sucede en "Donde habita...", el filme de terror español dirigido por Carles Torrens, quien se puso a jugar con el video casero y la tecnología de avanzada a fin de dejar registrado lo paranormal, es decir, las acciones provocadas por una energía ajena al mundo de los vivos. En este caso el fantasma de una madre, un espíritu perturbado que vuelve para vengarse y que anda golpeando techos y puertas y lanzando objetos al piso. Un filme de imágenes gastadas y temblorosas, una narración que se tensa con el correr de los minutos pero que al mismo tiempo se vuelve predecible y también una mezcla de varias películas anteriores.
Tamae Garateguey, una joven realizadora que debutó en el filme colectivo "Upa" redondeó una película distinta en el actual panorama del cine argentino, a partir de reunir un puñado de referencias del prototipo del relato policial negro y del formato de ficción dentro de la ficción. Un cineasta llama a un guionista que convoca a un asistente y comienzan a pensar un guión sobre un thriller. El barrio porteño Pompeya es el lugar imaginado para la acción, y la lista de personajes está encabezada por Dylan, un joven vinculado a las mafias rusa y coreana. El desarrollo de la trama toma forma en la pantalla y poco a poco se va construyendo la película dentro de la película, como mundos paralelos que, en algún momento, se entrecruzarán. Los que disfrutan de los filmes de Tarantino seguramente saldrán satisfechos luego de ver esta película argentina.
Para bien o para mal las películas de Gaspar Noé son inolvidables. Pasó con “Irreversible” y ahora ocurre con “Enter the void”. Oscar y Linda son dos hermanos huérfanos que sobreviven en Tokio como pueden: él es un yonki convertido en dealer y ella trabaja como striper. Tras uno de sus "viajes de ácido" el chico sale a la calle y muere de un balazo policial. Desde hace algunos días estaba leyendo “El libro tibetano de los muertos”. Tras la muerte, el espíritu, alma o lo que sea de Oscar deambulará por las alturas de una Tokio psicodélica, como siguiendo las páginas del libro que estaba leyendo. A partir de una narrativa cinematográfica tan espectacular como original, Noé creó en este filme no sólo un lenguaje visual fuera de lo común sino una experiencia mística controvertida y osada. Es decir, esta vez no sólo se trata de fetichismo y cine presuntuoso; Noé se puso sensible además de provocador, explorando el mundo espiritual, la muerte, las pérdidas, además de los viajes alucinógenos —del plano terrenal al “vacío”, del color intenso a la nada— que, al mismo tiempo, pueden ser vistos como viajes astrales, una especie de periplo desde la muerte a otro tipo de vida. La narración —vemos todo lo que sucede a través de los ojos del protagonista durante algo más de dos horas y media de película, movimiento de párpados incluido— puede resultar desagradable a más de un espectador pero "Enter the void" es ciento por ciento cine, de eso no caben dudas.
Una como las de antes Más a medida del Spielberg de “ET” que del director de “Buscando al soldado Ryan”. A pesar de que “Caballo de guerra”, como “Buscando....”, transcurre en gran parte de su metraje en el campo de batalla. En “Buscando...” Spielberg se pone sangriento y cruel como pocos; en “Caballo...” es elegante y enternecedor y, a pesar de que la I Guerra Mundial fue una carnicería, no muestra una gota de sangre. “Caballo...” es una película como las de antes. Rememora los nobles sentimientos al estilo de John Ford o Frank Capra, tipos que confiaban en la inocencia del espectador. Hoy el público ya no es tan inocente. Por lo cual, la fuerza emotiva del filme es su punto más alto y también el mayor estorbo. La escena del caballo cruzando enajenado las trincheras quedará como una de las mejores del cine.
Una maravillosa excusa ¿Se trata de las aventuras de Hugo, un niño huérfano en el París de los años 30, o de un homenaje a George Méliès, el pionero del cine fantástico? En el inicio, el filme se centra en la historia del chico, su relación con el padre muerto, con una máquina que busca reparar; luego, de su vida marginal en la torre del reloj de la estación de trenes y su vínculo con el misterioso dueño de una juguetería. La historia asoma entre romántica y emocionante. Pero luego se vuelve evidente que a Scorsese no le interesa tanto Hugo como Méliès, y la historia del pobre chico aparece como un mero pretexto para narrar en 3D y con la tecnología más avanzada la historia del director de los primeros tiempos del cine. Desde el aspecto de vista técnico, el filme es sobresaliente.
Tres antiguos miembros de las fuerzas militares especiales son contratados por un malvado jeque árabe para matar a los tres miembros del SAS (Servicio Especial Aéreo británico) responsables de la muerte de tres de sus hijos durante una serie de disturbios en el pañis árabe de Omán diez años atrás. Dos de ellos aceptan por dinero, mientras que el tercero lo hace para salvar la vida de un amigo. Nunca sabrá el espectador si Jason Statham puede hacer otra cosa en cine que no sea mostrar sus músculos, dar puñetazos, manejar peligrosamente autos o disparar cientos de balas por película, ya que nunca le ofrecieron otra cosa. Dicho esto, a “Asesinos de élite” le sobran minutos y también un actor —Robert De Niro—. Llevar pororó y gaseosa, así quizá la función resulte soportable.