Niños de mirada triste El nuevo filme del iraní Farhadi se llama “El pasado”, aunque podría haberse titulado “La culpa”. O “Los secretos”. Es que la película del director de “La separación” pinta un cuadro de ambigüedades disfrazadas de malentedidos. Un minucioso retrato sobre el estado obsoleto de la familia tal cual la conocemos en Occidente, o casi un manual sobre familias disfuncionales. Tras 4 años de separación, Ahmad regresa a París desde Teherán, a petición de Marie, su esposa francesa, para empezar con los trámites de su divorcio. Durante su breve estancia, Ahmad descubre la relación conflictiva que Marie tiene con su hija Lucie. Ahmad intentará mejorar esta relación pero también conocerá el secreto guardado por la chica, que incluye un hecho trágico que dará al filme ciertas formas de thriller en medio del drama familiar. “El pasado”, aunque esté rodada en tierras francesas, forma parte de ese cine iraní obsesionado por retratar con una mirada pausada e hiper-realista la vida cotidiana actual, hilando, siempre, muy fino en los resquicios que hay en el inestable estadio instalado entre el pasado y el presente, y, también, una vez más desanda el camino de sus personajes entre el Oriente Medio y Europa.
Un ladrón pretende robar en una mansión pensando que está vacía. Sin embargo, Beverly Penn, la enferma hija del propietario, se encuentra en la casa. Ambos se conocen y se enamoran, pero la chica está a punto de morir. Ambientada en Nueva York y abarcando más de un siglo, “Cuento de invierno” es una de esas historias de amor eterno, más allá de los tiempos, y también es un relato sobre buenos y malos demasiado pueril. Hay que hacer un gran esfuerzo (más de fe que de imaginación) para creerse el relato y hay que hacer otro gran esfuerzo para que la aventura no se desvanezca como el aire entre los dedos o, mejor, como los etéreos ángeles y demonios que se están peleando frente a nuestra narices. Si se supera estos obstáculos, caerán en la cuenta que queda un cacho de ternura en el mundo, que la peli cuenta con una gran fotografía y mejor música, con un elenco de estrellas (el versátil Farrell, el pesado y desatadísimo Crowe, la hermosa Jennifer Connelly, el reaparecido William Hurt, la menuda Brown Findlay y el grandísimo William Hurt) ... y que hay que dejarse llevar por la lágrima fácil aunque todos sepamos que en las cuestiones del amor nada de esto pasa.
El Calígula de la Bolsa de los 80 Scorsese realizó un par de clásicos del cine norteamericano: "Taxi Driver", "Toro Salvaje", quizá "El rey de la comedia". Su nuevo filme, "El lobo de Wall Street", va camino a convertirse en otro clásico. Es increíble la intensidad y la vitalidad del relato de Scorsese para llevar a la pantalla el libro autobiográfico de Jordan Belfort, un inescrupuloso y ambicioso broker en la Bolsa de los años 80. Tan increíble como la actuación de DiCaprio, que en más de una ocasión pareciera que está a punto de salir de la pantalla y saltar a la platea. ¿Buena gente o mala gente? Belfort y sus desbordados amigos de la empresa que crearon para venderle "nada" a otra gente, son la parte más infecciosa de un sistema financiero perverso. El dinero llueve del cielo. Igual que las chicas y la droga. Mucho dinero, muchas chicas y muchísima droga. Nunca se vio tanta cocaína junta en una pantalla de cine. Scorsese mete la cámara en esta vida de excesos del mismo modo en que Belfort mete la nariz en el trasero de una de sus chicas para esnifar una línea del mágico polvo blanco. Un exceso en tono de comedia, con un relato arrollador e implacable hasta el absurdo, tal cual el mundo inconciente que pinta. Un relato tan adrenalínico como el de Martin Amis en su novela "Dinero". Después, en la última hora de las extensas tres que dura el filme, la comedia da lugar al thriller, con los sabuesos del FBI tras los talones de Belfort. Y aquí la peor cara de todas del protagonista: el soplón. Se le podía perdonar cualquier otra cosa que había hecho, pero esto no. Varias críticas en Estados Unidos señalaron que Scorsese mostró sin juzgar todo ese paseo entre hipnótico y hedonista por Wall Street y la vida de ese Calígula moderno. En realidad, sin juzgar a nadie y sin perder el tono de comedia, Scorsese —un experto en derrumbar en sus filmes el sueño americano— golpeó duro y sin emitir opinión alguna sobre la cultura del dinero, su lado más orgiástico, nauseabundo y, sí claro, siempre tan tentador.
Rush forma parte de esa familia de películas encabezada por “Gran Prix” y “Las 24 horas de Le Mans”. Mejor dicho, hijo tardío y oportuno de esa familia que se olvidó hace años de su prole. Valió la pena la larga espera, porque “Rush” es la mejor película sobre la F1 hecha hasta ahora. Y, encima, disfrutable por todos, incluidos aquellos que les importa un comino los autódromos. El desparejo Ron Howard le encontró el pulso adecuado a una historia de rivalidad, de contrapunto continuo, como si fuera un western moderno, con un contexto –los años 70 y el exitante mundo de la Fórmula 1– retratado con genialidad. Y si detrás de las cámaras la cosa anduvo de maravillas, en la acción no se quedaron atrás, con Hemsworth instalado cómodo en los pantalones del mujeriego y seductor James Hunt y Brühl, magistral, copiando cada gesto del antipático Niki Lauda. Dos tipos antagónicos, dos formas distintas de épica. La película pinta el ascenso de ambos pilotos a la cúspide de la F1, dentro y fuera de las pistas. Una mirada romántica y biográfica sobre el peligro, la falta de seguridad, la pasión por el éxito y la rivalidad, a partir de dos campeones, hoy mitos de ese deporte. Mucha velocidad, vistas aéres de míticos autódromos y primerísimos planos de neumáticos chirriando sobre pistas mojadas, y sobre todo una narración sobrecogedora a partir de un retrato tan nervioso y vertiginoso como necesariamente fragmentado.
Tensión sobre las olas Capitán Phillips" tiene grandes actuaciones (Tom Hanks y los jóvenes actores africanos), una correcta narración que incluye bastante suspenso aunque falte el factor sorpresa, porque desde el inicio del filme las escenas van anticipando lo que va a pasar. La única incógnita es si el siempre bien intencionado Capitán Phillips va a sobrevivir, tanto a sus secuestradores como a los comandos de la Armada estadounidense que llegaron para poner fin a la situación. Basada en un hecho real sucedido en 2009, el barco mercante estadounidense Maersk Alabama conducido por Phillips es interceptado por piratas somalíes en aguas africanas. Nadie mejor que el actor de "Náufrago" para interpretar a un tipo común aunque de principios morales sólidos y atrapado en una situación excepcional. Tomado el barco en alta mar por los jóvenes africanos, Phillips y su tripulación tratarán por todos los medios de persuadirlos, pero algo sale mal y el capitán cae rehén de los secuestradores, quienes más que delincuentes parecen ser un cuarteto de hambreados pescadores del continente postergado. El rescate del prisionero deberá producirse antes de que lleguen a tierras somalíes, y este es el punto que mantiene alerta a los espectadores, ya que los comandos profesionales de los Estados Unidos ( tres barcos militares y un helicóptero) tienen órdenes precisamente de que la embarcación no toque suelo africano. Por eso, la vida de Phillips pende de un hilo. Ritmo trepidante, aunque un tanto extenso, el filme tiene otra particularidad: el espectador puede identificarse tanto con Phillips como con sus secuestradores.
Sobran las palabras Si “Gravedad” hubiese sido una película muda seguramente hoy sería una joya del séptimo arte. Pero, lamentablemente, los dos astronautas que flotan como bebés en el espacio hablan a través de diálogos entre cancheros, vacíos y repitiendo todos los lugares comunes del cine de Hollywood, y, después, cuando sólo queda un sobreviviente del desastre ocasionado por un obsoleto satélite (obviamente, de procedencia rusa) a través de la voz de la conciencia fortaleciendo el regresar a casa. La paz ingrávida y poética del cosmos merecía otro tipo de parlamento, tal vez algunas reflexiones de cierta profundidad sobre la existencia humana o, quizá, el más absoluto silencio en medio de la inmensidad sideral. Pero nunca la voz del astronauta Clooney hablando como un Humphrey Bogart, compadrito ante la mismísima certeza de muerte. Insoportable. Alfonso Cuarón filmó una hipnótica película de hora y media de duración: un verdadero salto tecnológico al espacio y en 3D. Un viaje emocionante y con grandes resultados estéticos. Pero termina decepcionando (quizá por los mismos motivos que cautivó al público norteamericano) porque en definitiva se trata de un nuevo tanque de la gran industria. Por todo esto el viaje astral de la astronauta Bullock termina siendo un conjunto de tomas hermosas -que en su conjunto forman un bello relato cinematográfico- acompañadas por un parloteo insufrible y decepcionante, que va de lo melodramático a lo patético, sin poder eludir en ningún momento a las frases hechas. Muda hubiera sido una gran película.
Esperanza agridulce Un Ken Loach extrañamente optimista y esperanzado demuestra con “La parte de los ángeles”, una comedia ligera y agridulce, que para sobrevivir en este sistema hay que trampear las reglas y hacer, con cierta cuota de talento y osadía, lo que la mayoría no se atrevería a hacer. El director, que a partir de un cine socialmente comprometido supo reflejar en sus películas la involución conservadora británica de los años 80 que aceleró los procesos de descomposición social en el mundo desarrollado, se puso al frente con buen pulso y mucho sentido del humor de un elenco de actores casi desconocidos, sobre todo de Paul Brannigan, un actor proveniente de la calle, con pasado delictivo y todo, que da vida a Robbie, un muchacho a punto de ser padre y que tiene una cuenta pendiente con la justicia. Loach, detrás de cámara, lo conducirá a buscar su propio camino y salida, cambiando así esas verdaderas trompadas a la mandíbula que fueron sus filmes (“La tierra de mi padre”, “Tierra y libertad”) por una caricia esperanzadora. En “La parte de los ángeles” otra vez Loach regresa a Glasgow, esta vez para seguir de cerca a un cuarteto de jóvenes delincuentes que deben conmutar su pena con trabajos comunitarios como medio de reinserción. Uno de ellos es Robbie, que acaba de tener un bebé con Leonie y que intenta escapar de un entorno de violencia donde ni siquiera la familia de su novia le mira con buenos ojos. Harry es el tutor del grupo y también quien despierta en Robbie la curiosidad del arte de la cata de whisky y abrirle nuevos horizontes. El muchacho decide, para salvarse, robar junto a sus amigos un barril supermillonario de la preciada bebida y, claro, uno desde la butaca deseará que el disparatado plan les salga bien.
Artificio y pasión La nueva adaptación para cine de la célebre novela de Tolstoi le añade a la romántica historia de Anna Karenina un halo de teatralidad y modernidad que, obviamente, no lo tenían los clásicos de Hollywood protagonizados por Greta Garbo y Vivien Leigh, en los años 30 y 40, respectivamente. El virtuosismo narrativo de Joe Wright sobre la interpretación de la gran novela rusa es como si el proyecto hubiese sido planeado por Lars Von Triers -sobre todo el de “Dogville”- y el Kenneth Branagh de “Hamlet”. Lo artificioso y lo pasional en una lucha constante, en medio de planos de lo más diversos que se desarrollan, salvo algunos exteriores, en la escena de un gran teatro, donde no se esconden, al contrario se lo evidencia casi deliberadamente, los telones que suben y bajan y los decorados que cambian mientras los actores interpretan sus roles. Cine, teatro y literatura unidos para contar una historia de Tolstoi aunque, otra de las sorpresas, sin respetar demasiado el texto. Keira Knightley, en el papel de Anna Karenina, sensual y, al mismo tiempo, con algunos rasgos de frío cinismo, mientras que Jude Law, irreconocible tras la máscara del pobre Karenin, el engañado esposo de Ana. ¡Ah!, los trenes son de juguete y la nieve es de mentira, no sólo por su propia y engañosa materialidad sino porque para acceder a ellos hay que abrir una puerta lateral del escenario.
Correcta y desabrida Alfred Hitchcock tiene una figura particular. Por esta imposibilidad de parecérsele, tanto en rasgos como en gestos, la encarnadura que hace Hopkins en el filme de Gervasi siempre está amenazada de estar al borde de la sobreactuación. Este detalle termina atentando contra la validez misma del filme. El resto de la historia es una especie de anecdotario sobre la difícil personalidad de Hitchcock, sobre todo la relación con su esposa y colaboradora Alma Reville y los pormenores del proyecto, rodaje y estreno de su más exitosa película, “Psicosis”. Podría definirse a este biopic parcial de correcto y desabrido. Esta aproximación al extraordinario personaje que fue el cineasta londinense se hace a través del rodaje de “Psicosis”, sus enfrentamientos con los productores y los censores de Hollywood y su particular historia de amor con Alma, pero no alcanzan: el perfil del director sigue siendo la sombra que aparece en varias de sus películas. Seguramente, Gervasi se acerca más al director de “Los pájaros” cuando la cámara lo toma, sin palabra mediante, como un voyeur que hurga a sus actrices semidesnudas a través de los agujeritos hechos en las paredes de su oficina en los estudios de Paramount.
Alicia y el circo psicodélico Una película que no necesita un gran argumento, apenas una historia simple. Circo moderno, cine puro. Como si el gran circo canadiense se mirase en el espejo del teatro aéreo y delirante de De la Guarda o se asomase al lago dramático de la Fura. Pero si de espejos hablamos el que más se refleja en este filme del director de "Shrek" es el espejo de Alicia: la chica que llega al circo a ver una función y se enamora del trapecista, quien tras una maniobra fallida cae desde seis metros y se hunde en la arena continuando su viaje hacia las entrañas del circo, y entonces ella lo sigue, tal cual una Alicia que emprende su propio viaje a través del submundo circense y en pos de encontrar a su enamorado. Desde el vamos, un falso documental. Y así, mientras Adamson maneja los hilos de la filmación, la troup del Cirque du Soleil llena cada punto de la pantalla en 3D -pocas veces tan oportuno el formato- con sus maravillosos cuadros acrobáticos, verdaderas postales de un mundo lejano e inalcanzable. Otro acierto es la banda sonora, desde lo más psicodélico de los Beatles -incluidos "Lucy in the Sky with Diamonds" y "All You Need is Love"- a sonidos balcánicos y a Elvis. Un filme que sobrepasa al mero documental sobre lo que es el Cirque du Soleil", sino que se trata de un gran trabajo tras las cámaras que suma ingenio y magia al propio ingenio y magia de los intérpretes circenses.