Mi reino por un corte de pelo. Las calles de Manhattan son un cáos. Por un lado, el presidente está en la ciudad y, al parecer, hay algo que hace que su vida corra riesgo, por lo cual se mueve con una comitiva inmensa que bloquea absolutamente todos los accesos posibles para llegar al primer mandatario. Por el otro, una protesta de anarquistas domina los pocos lugares de tránsito que quedan disponibles y, como si fuera poco, un funeral multitudinario hace que todo el amontonamiento urbano se haga todavía más grave. En este contexto, el joven y excéntrico millonario Eric Packer (Robert Pattinson) está encaprichado con cortarse el pelo en una peluquería específica... al otro lado de Manhattan. En un viaje que le tomará prácticamente un día entero, un puñado de personajes diferentes pasarán por su lujosa limousine-oficina, cargada con la más alta tecnología para seguir sus negocios y hasta su estado de salud. Eric es paranoico, al nivel de realizarse un tacto prostático dentro de su automovil. Pero su paranoia a veces se toma descansos, y se convierte en un sagaz hombre de negocios. Un hombre que (¿intencionalmente?) realiza un mal movimiento de acciones, y en segundos queda prácticamente en la calle. Eso, de alguna forma imperceptible dentro de su frialdad, lo transforma en otra persona. Algo así es Cosmópolis (Cosmopolis, 2012), la nueva película del gran David Cronenberg, que vuelve a patear el tablero con una obra completamente anticlimática, anticinemática, plagada de escenas que -en una primera vista- parecen de relleno, de puro onanismo artístico, pero que con el correr de la cinta se van transformando en pequeñas piezas de una torre que está a punto de derrumbarse. Cosmópolis es caos, y a su vez es una calma tensa, que nos da a suponer que algo terrible se avecina. Todo disfrazado bajo el manto de frialdad e inexpresión de Eric, magistralmente interpretado por Robert Pattinson, que logra con este personaje alejarse del romántico y emocional Edward Cullen. Eric es como un cubo de hielo en La Antártida, gélido y -si no fuera por su magnifica riqueza- capaz de pasar desapercibido en cualquier lugar. Pero no es el caso. Eric es un tipo poderoso en un contexto en el cual los poderosos son mala palabra, y por eso su vida (por múltiples razones, incluída su mismo desequilibrio) está en riesgo. Este es el caso de una película que no es para todos. No solo la audiencia, sino la misma crítica se dividió entre gente que la calificó como una obra de arte y gente que no tuvo reparos en detestarla. Aquí me tengo que parar en el medio, ya que comprendo el por qué de las críticas negativas, pero no puedo hacer otra cosa que halagar este trabajo de Cronenberg, que muta permanentemente en la pantalla, y esta vez se la jugó con una película que a simple vista parece diminuta (prácticamente las dos horas se pasan dentro del auto de Eric), pero que esconde todo un trasfondo que la convierten en una obra complejísima y de múltiples análisis. Cada quién se irá con su opinión, no solo sobre la calidad de Cosmópolis, sino sobre su mensaje real. Y de eso, si vamos al caso, se trata el arte. @JuanCampos85
Daniel Craig recibe el título oficial de James Bond luego de tres películas. Cuando anunciaron a Daniel Craig para la resurrección de Bond, allá por 2006 (cuatro años después de Otro Día Para Morir, la última intervención de Pierce Brosnan en la saga) los fanáticos del agente 007 en el mundo pusieron su grito en el cielo: Craig no es Bond, decían, y muchos (yo inclusive) estaban de acuerdo. Pero cuando Casino Royale salió, la gran mayoría de los que nos quejamos tuvimos que cerrar la boca y guardar las pancartas. Craig todavía no era Bond, pero estaba muy cerca. Y no por una cuestión de talento, sino por el nuevo hilo conductor que surgía a partír de la película. Recordemos que a partír de Casino Royale, la saga volvió a comenzar, desde antes de que Bond se convierta en un doble cero (agente con licencia para matar) hasta su ascenso. Ahora, en Operación Skyfall (Skyfall, 2012), Daniel Craig termina de tirar sus cartas en la mesa, y son buenas. Craig si es Bond, y no un Bond más, sino uno a la altura de Sean Connery y Roger Moore, uno de los grandes que quedará en la historia de la saga y que se convertirá en un referente para el (pobre actor) que deba reemplazarlo cuando decida colgar el saco. En Operación Skyfall, Bond es dado por muerto en una de las primeras escenas de la película, en una misión que no sale para nada bien. El destino de Bond fue responsabilidad de M (Judi Dench) por dar una orden polémica y por fallar en esa tarea, que pone en jaque a todo el Servicio Secreto Británico. Políticamente, se quieren deshacer de los espías y los infiltrados, ya que los ven como algo pasado de moda, antiguo e inútil, pero la veterana sostiene que la lucha contra las sombras, debe ser desde las sombras. Su rival en este escenario burocrático es el estirado Gareth Mallory (Ralph Fiennes), que busca que M se jubile de una buena vez para renovar las oficinas. A todo esto, Bond se la está pasando muy mal, bebiendo a tres manos en un paraíso costero, hasta que se entera que en los cuarteles generales del Servicio Secreto hubo un atentado cibernético. Eso lo empujará a "resucitar" y volver, pero sus condiciones no son las mismas: el disparo que recibió y la falta de entrenamiento en los meses que estuvo desaparecido lo dejaron herido interna y externamente. Así y todo, viajará hasta China para rastrear a este genio informático que parece conocer muchísimo sobre el ambiente del MI6 y, sobre todo, sobre M. Así está planteado el escenario en Operación Skyfall, una invitación a las fuentes originales de James Bond, en donde podemos ver decenas de guiños a los clásicos, personajes que vuelven (como un brillante y extremadamente joven Q, interpretado por Ben Wishaw) y sobre todo a un Bond renovado, no tan sentimental como en las anteriores entregas, sino que más ácido y más hipócrita, ya que el daño lo tiene, solo que lo esconde debajo de capas de sarcasmo y puñetazos, y de paso, de litros y litros de alcohol. Daniel Craig es brillante en su interpretación, tanto pasiva (en diálogos, en escenas de suspenso) como en la activa, en donde protagoniza excelentes batallas cuerpo a cuerpo y tiroteos llenos de adrenalina. Mención aparte merece el genio de Sam Mendes, que teniendo en la mano un guión brillante no se quedó sentado en los laureles esperando que todo el trabajo pase por los textos, sino que agregó tomas, planos y escenas completamente novedosas (y al mismo tiempo "retro") que le dan un respiro enorme a esta saga, que se había vuelto tan solemne y oscura (y no por eso peor, eh). James Bond volvió. Algunas cosas no cambiaron y su aire Old Fashioned se siente más que nunca, pero al mismo tiempo, aquí comienza la verdadera renovación, y con Operación Skyfall, Bond vuelve a nacer y vuelve a comenzar para dar paso a quién sabe qué. De lo que estoy seguro es que estoy ansioso por verlo. @JuanCampos85
Amor amarillo. Wes Anderson es un cineasta muy particular. Su estilo es como un tatuaje imposible de borrar, y estéticamente, sus obras parecen clonadas, repitiendo una y otra vez los mismos recursos técnicos, los mismos tipos de decorado el mismo estilo y color de vestuario y, sobre todo, los mismos actores. Para algunos esto es falta de creatividad, para otros es su firma. Lo claro es que sus películas no pasaron desapercibidas, y logró marcar a fuego a miles y miles de cinéfilos alrededor del mundo que hoy se inclinan ante cada nueva película de este director. Su más reciente trabajo fue Un Reino Bajo La Luna (Moonrise Kingdom, 2012), el primer largometraje que hace con actores desde 2007, cuando rodó Viaje a Darjeeling. Aquí el actor toca de costado la temática de su obra maestra, Los Excéntricos Tenembaums (The Royal Tenembaums, 2001), con sus típicas familias disfuncionales e indiferentes, pero le da una vuelta de tuerca sumando un amor clandestino de dos preadolescentes. Uno es Sam (Jared Gilman), huérfano, eternamente rechazado por sus compañeros y un miembro destacado de una comunidad scout; la otra es Suzy (Kara Hayward), incomprendida, con esa oscuridad depresiva que suelen tener los intelectuales, pero con apenas 13 años y encerrada en una familia en donde el amor está ausente. Ellos se conocen casi por casualidad, y allí inician una relación por carta (nota: la película se ambienta en la década del '60. Wes Anderson es hipster, pero tampoco la ridiculez) que culmina con un plan para huír y vivir juntos al aire libre, creando su propio reino bajo la luna, cazando y pescando su comida, etc. Por supuesto que esto no será bien visto, no solo por la familia de Suzy (Frances McDormand y Bill Murray) sino que también disparará la alarma del torpe lider scout del chico (Edward Norton) y del policía local (Bruce Willis), que moverán cielo y tierra para encontrarlos. Mientras tanto, ellos comenzarán a descubrirse, a amarse y a soñar con la utopía de no ser encontrados nunca bajo el refugio de las estrellas. Pero claro, las utopías se caen pronto, y ellos serán descubiertos, pero no por eso renunciarán a su sueño de vivir eternamente juntos. Un Reino Bajo La Luna está envuelta en un manto de ternura que ablanda las cosas y las lleva a un territorio mágico-andersoniano en donde la sensación de que cualquier cosa puede pasar vive latente, pero no está edulcorada. Es como una realidad de esas que escribía Mark Twain, en donde las aventuras eran aventuras reales, llenas de diversión, pero también de riesgos. Todos los que fuimos adolescentes podemos sentirnos identificados con este amor juvenil, con este sueño imposible de vivir la vida salvaje, y podemos porque es algo real, porque si bien si está hecho con cierta inocencia, no omite los detalles reales, como por ejemplo el deseo sexual de un adolescente con las hormonas revolucionadas. Todos los lugares comunes del director están presentes: Los primerísimos planos, los travelings de cuarto a cuarto, el maldito color amarillo en cada rincón, y todo de una forma tan armónica que hasta nos da ternura. Y es que Un Reino Bajo La Luna es, sobre todo, ternura. Ya sea por un grandulón triste y solitario o por un chico enamorado, la sensación de empatía nos inunda desde el principio, y aseguro que la sonrisa se mantendrá incluso horas después de terminada la película. @JuanCampos85
Hombres de ciencia vs. Hombres de fe. Un elenco de lujo, una historia interesante, un director prometedor. Todo eso tenía Luces Rojas (Red Lights, 2012) en su arsenal como para convertirse en una de las películas de suspenso más interesantes del año ¿Qué falló? Mayormente, el final. Pero vamos desde el principio. Lo que nos propone Luces Rojas es el clásico enfrentamiento entre la fe y la ciencia. La primera, representada por gente que dice tener poderes telepáticos, telekinéticos, curativos y demás yerbas. Y, por el otro, a científicos que intentarán demostrar con pruebas lógicas y factibles que todo lo que dicen los otros tipos es puro bla bla. Este segundo grupo está representado por la doctora Matheson (Sigourney Weaver) y su asistente, el físico Tom Buckley (Cilian Murphy). Ellos son parte de un departamento cada vez más menospreciado dentro de una universidad y, casi sin fondos, recorren el país para ver fenómenos paranormales, comprobarlos y, siempre, refutarlos. El problema se dará cuando, luego de muchísimos años en el anonimato, vuelva a los escenarios el psíquico ciego Simon Silver (Robert De Niro), que bajó de los escenarios luego de que uno de sus mayores detractores muriera frente a él en un teatro. Claro, los creyentes no dudaron en que el mismísimo Simon le hizo explotar el corazón con el poder de su mente, con lo cual decidió retirarse un tiempo para salir del foco de atención. Él y la doctora Matheson ya tuvieron un encuentro, en el cual ella quedó muy mal parada. Es por eso que la científica no quiere volver a enfrentarse a Silver, algo que Buckley desea con toda su alma. Hasta ahi lo que se puede contar sin dar spoilers relevantes. Luego, la película da un giro tan dramático que parece que estamos viendo otra cosa. La primera hora, pongamos, es una típica obra de suspenso, buena e interesante, pero después todo se va al diablo por algo así como un síndrome M. Night Shyamalan: intenciones de dar giros y sorpresas todo el tiempo que, en la mayoría de las veces, quedan truncas. Si Rodrigo Cortés (conocido por la claustrofóbica Enterrado) hubiera tenido menos pretenciones y mejor desarrollo, todo podría haber sido distinto. Eso si, Cortés pecó también con los clichés, haciéndolos excesivos, obvios y hasta graciosos. Un ejemplo claro es la escena en la que conocemos a Silver. Ahí está, bajándose de un avión con un porte solemne y unos anteojos negros. De golpe, se quita las gafas solo para mostrar sus ojos atrofiados a la cámara. Luego, vuelve a ponérselos ¿Qué necesidad había de demostrarnos tan tontamente que Silver es ciego? ¿No había una millonada de recursos más sutiles? Y, lo peor: como este, infinidades. Luces Rojas tiene una buena primera hora y un pésimo descenlace. Es gracioso, pero hasta recomiendo que vean los primeros 60 minutos porque de verdad es una película interesante, con cierto ritmo y un suspenso que logra atrapar, pero el remate de la película cae tan bajo que hace que todas las buenas intenciones sean bombardeadas por resoluciones tontas, sobreactuaciones y cosas que solo se pueden explicar mediante algún fenómeno paranormal, porque de lógica, nada nada. @JuanCampos85
Esto ya lo vi... Luego de la pesadilla vivida en la primera parte, la familia Mills intenta volver a armarse. No como pareja, claro, ya que Brian (Liam Neeson) vive para y por su trabajo y Lenore (Famke Janssen) está con alguien más. Pero, al menos, las cosas parecen más amenas, menos tensas entre todos, y todo por el bien de Kim (Maggie Grace), que sufrió aquella traumática experiencia. El problema es que no todos intentan rehacer su vida. En Estambul, las familias y amigos de las personas que Brian mató para salvar a su hija están planeando una venganza contra él y todos sus seres queridos y, oh casualidad, el trabajo llevará a Brian a aquellas tierras, y no estará solo, ya que luego de una crísis familiar, Lenore y Kim lo acompañarán, dejando servida la venganza. Resumiendo, Brian y Lenore son secuestrados por este grupo de mafiosos de medio oriente, pero Kim logra escapar, y será ella la encargada de encontrarlos gracias a los consejos que su padre le da desde el cautiverio. Él logra huír, pero su esposa, malherida, permanece en manos de los villanos de turno, y ahora Brian deberá volver a hacer lo que mejor sabe: romper cuellos, brazos y disparar a cuanto tipo se le ponga adelante para rescatarla. En Búsqueda Implacable 2 (Taken 2, 2012) todo parece un deja vu. Las situaciones que se viven son muy similares, lo cual le quita de alguna forma la frescura de thriller-europeo que tenía la primera entrega para convertirla en un clon hecho a las apuradas de lo que fue el exitazo de 2008. La dirección de Olivier Megaton, el niño mimado de Luc Besson, es correcta, pero dan bronca las escenas de acción, editadas vertiginosamente para que no pueda verse del todo lo oxidado que está Neeson para el combate cuerpo a cuerpo. Además, tiene esas cosas de película de acción ochentosa que en este tipo de films es imperdonable: El típico ataque de a uno al héroe, cuando son veinte mil los que están en escena, o la increíble parte en la que Brian habla por teléfono con su hija mientras sus enemigos lo están apuntando nos hacen pensar que estamos viendo algo más cercano a Los Indestructibles que a lo que de verdad quiere ser esta película: un drama con acción y suspenso, pero serio. De todas formas, la seriedad también se perdió. En la primera entrega, el tenso tema de la trata de blancas nos anudaba la garganta, ya que es algo tan aberrante que horroriza hasta al menos conservador. Aquí las cosas se toman con más liviandad, y cuando se intenta poner peso, la película falla porque, bueno, no es tan seria. En definitiva, Búsqueda Implacable 2 brilla en pocos momentos, pero buenos. La clásica persecusión de autos Bessoniana está, y el hecho de verlo a Liam Neeson en su papel de patea-traseros siempre vale la pena, pero el antiguo brillo se perdió en el camino, dejando una película que puede entretener un poco, pero sin deslumbrar. @JuanCampos85
¿Cómo se puede crecer cuando todavía se es amigo de un oso de peluche? Cuando un personaje trascendente de los medios como Seth McFarlane, creador de Padre de Familia, American Dad y The Cleveland Show, da su primer paso a la pantalla grande, y no en el formato que le es familiar y cómodo, las miradas se posan sobre él. Se espera el deslíz, el error o lo que sea para montarse en una cadena de críticas que lo condene, de alguna forma, a volver a lo que sabe hacer. Este no es el caso de Ted, ya que con su primer trabajo como director, McFarlane logró hacer una comedia inteligente y ácida, pero al mismo tiempo con una sutil ternura que termina llegando al espectador. La historia de Ted comienza cuando el pequeño John Bennet (interpretado por Bretton Manley), cansado de sentirse solo, desea que su inseparable oso de peluche cobre vida. Su deseo se realizó en el mismo instante que una estrella fugaz cruzaba el cielo, y todos sabemos lo que eso significa. Al día siguiente, Ted (voz de Seth McFarlane) camina, habla e interactúa con el que será su mejor amigo para siempre. Pero eso no es todo, ya que este hecho no quedó en el anonimato: Ted se convierte en una estrella mediática y logra acaparar la atención de todo el mundo. Años después, Ted fue olvidado, una especie de one hit wonder mediático que duró lo que duró y, luego de los típicos escándalos del ocaso de las estrellas, volvió a su vida en casa, mirando televisión y fumando marihuana. Con él, y haciendo casi lo mismo, también nos encontramos a un John adulto (Mark Whalberg), un empleado irresponsable de una tienda de alquileres de autos. Con ellos vive Lori (Mila Kunis), una chica con un gran futuro profesional, locamente enamorada de John, pero un poco molesta por su inmadurez y, sobre todo, por Ted, al que ve como el áncla que no le permite avanzar a John. Luego de muchos ultimatums, John decide dar el paso, y le anuncia a Ted que debe mudarse. Así, intentarán mantener la amistad a distancia, pero las ganas de estar juntos parece ganar siempre, con lo que Lori vive relegada. Este conflicto, más la aparición de un padre soltero y un chico malcriado (Giovanni Ribisi y Aedin Mincks respectivamente) que desean poseer a Ted a cualquier precio, son los ejes de la cuestión. Ted derrocha humor, y de todos los tipos: humor bobo, humor de actualidad, humor inocente y humor políticamente incorrecto. Y la conjunción funciona, aunque por momentos (y este es el mayor defecto de la película) los chistes parecen gags más que una parte de una película con un argumento estable. De todas formas, esto no hace de Ted una mala película, sino que parece más el error de un cineasta novato acostumbrado a los tiempos de la Tv que lo único que necesita es experiencia. La próxima película de McFarlane, sospecho, va a ser una verdadera bomba. En cuanto a las actuaciones, es más que obvio que Ted se lleva las palmas. Pero todo el elenco en general está bien, destacando tal vez al psicópata que interpreta Ribisi, tan delirante como patético, que vive gracias a su fanatismo por este oso ex-mediático. Y no voy a adelantar los dos cameos que brillan en la película, pero definitivamente ahí están los puntos más fuertes. En definitiva, Ted es una muy buena comedia, efectiva y que solo cae en momentos por simple inexperiencia de McFarlane, y que tampoco son caídas muy bruscas. Sencillamente, tropezones que entorpecen un poco el relato, pero que no quitan ni una de las risas garantizadas en el film. @JuanCampos85
El terror español vuelve a demostrar su buen momento en la nueva película de Jaume Balaugeró. César (un escalofriante Luis Tosar) es el portero de un edificio de aspecto antiguo y lujoso. A vistas de todos, es el típico encargado de edificio: es decir, amable, sonriente y servicial, pero hay algo que oculta, una oscuridad terrible que es potenciada por la terrible soledad que sufre en su vida. Los días pasan todos iguales, con alguna que otra travesura (graves en algunos casos, no tanto en otros) realizada a algún vecino, y se deja entrever también cierto fanatismo por seguir de cerca los pasos de los inquilinos y propietarios del edificio, viendo lo que hacen y teniendo listos y a mano todos sus puntos débiles, por las dudas. Pero de noche, la cosa cambia, y su obsesión con Clara (Marta Etura) es la que lo maneja. Ella, la joven y hermosa vecina del 5º B, es el amor imposible de César. Como a todos, la ve entrar y salir, pero también le envía cartas de amor anónimas (gran escena cuando César le cuenta a su madre, hospitalizada, lo que sucede con Clara. La cara de la anciana es una mezcla de terror, indignación y pena y casi al pasar, deja uno de los puntos fuertes de la película) e intenta ser la persona más amable del universo con ella. Pero de noche la cosa cambia. De noche... Seguir contando la película sería arruinarla, ya que como en toda obra de suspenso, las sorpresas son las protagonistas y, si bien podemos agregar que no son agradables, justamente ahí reside todo el brillo de Mientras Duermes. Jaume Balaugeró, uno de los responsables de la saga .Rec, vuelve a poner las cartas sobre la mesa en el cine de género, y con una mano ganadora. Mientras Duermes podría ser una película más, ya que en estos ámbitos, no hay prácticamente nada que no haya hecho, supongamos, Alfred Hitchcock, pero la seguridad del director, la buena historia y, sobre todo, las brillantes actuaciones del dúo protagónico hacen de esta película una joya de género que viene para remarcar el excelente momento de los cineastas jovenes españoles. La tensión puede tocarse en el aire, y se encontrarán más de una vez conteniendo la respiración o incluso tapándose los ojos para no tener que convivir en ese ambiente cargado de miedo e incertidumbre que invade la pantalla. Mientras Duermes funciona en donde tiene que funcionar, y lo bueno es que no tiene más pretensiones. Es directa, es concisa e incluso deja sin quererlo una terrible reflexión que generará muchos "¿qué haría yo en esa situación?". La respuesta, para colmo, puede ser tan o más terrible que la pregunta en si. @JuanCampos85
Un regreso esperado, pero que se queda a mitad de camino. Aaron Scott (Jeremy Renner) es uno de los tantos agentes secretos del programa Treadstone, que buscaba crear super-soldados, y a los que le salió el tiro por la culata con Jason Bourne (Matt Damon en la primera trilogía), que volvió a las bases para vengarse de todos y cada uno de los responsables de esta iniciativa militar. A causa de la persecusión de Bourne, y de la revelación de secretos en medios públicos, Treadstone se ve obligada a cerrar el programa, y a eliminar absolutamente todas las pistas. Y entre esas pistas están las vidas de los agentes. Así que, en una especie de Orden 66 (esa en Episodio III, que masacra a todos los jedis), los super-soldados van cayendo a causa de una droga mortal que les brindan desde el programa. Droga que Scott no pudo tomar, ya que en ese momento se encontraba perdido en las montañas con otro agente de Treadstone, esperando poder recuperar sus drogas del programa, extraviadas en un abismo, ya que sin ellas (y en consecuencia a un tratamiento) puede morir. Finalmente, el agente compañero de Aaron es asesinado en un bombardeo, y recién allí es cuando Treadstone se da cuenta de la existencia de este agente, ahora fugitivo. Ahí comenzará la caza. Por otro lado, Treadstone busca eliminar absolutamente todos los elementos de su programa, inclusive a los científicos, y luego de un brote psicótico de uno de los doctores que comete homicidio-suicido con casi todos sus compañeros, la única sobreviviente (Rachel Weisz) comienza a ser perseguida. Y es por la casualidad o por el destino, que los caminos de la doctora y del agente encubierto se cruzan, y se aliarán para sobreivir y para buscar respuestas. Lo verdaderamente interesante de El Legado de Bourne (The Bourne Legacy, 2012) es que no es una secuela, sino que los eventos de la película se dan simultaneamente con El Ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum, 2007),y podemos ver cómo se van tejiendo los elementos, y cómo las acciones de una parte dejan consecuencias en la otra. Una forma de narrar muy interesante, y que podría haber sido brillante si su director y escritor, Tony Gilroy, hubiese estado más afilado, pero la realidad es que la ausencia de Paul Greengrass detrás de cámaras se nota muchísimo, dejando a El Legado de Bourne como una película de acción con poca acción, o sencillamente una película de suspenso sin demasiado suspenso. La dupla protagonista de Renner y Weisz es excelente. Al principio, cuando recién se cruzan, la actriz es altamente odiable por su posición de dama en apuros, pero ella da para más, y puede ser la mujer fuerte que todos queremos ver. Y eso es algo que va "mutando en ella", aunque no tan naturalmente. Es simple: en un momento es cobarde, y al siguiente está peleando codo a codo con Aaron. No muy creíble, pero pasa. Ahora, Renner si tiene en su camino convertirse en la próxima gran estrella de acción. Aunque en esta película no se lo pueda ver demasiadas veces en escenas de lucha, las pocas que hay están muy bien, y muestran a un actor que da piñas con una naturalidad encantadora. Lo que es una lástima es el desaprovechamiento de Edward Norton en pantalla. Como villano tiene todas las de ganar, pero aparece tan poco tiempo que nos olvidamos fácilmente de él. El Legado de Bourne no es el regreso ideal del mundo Treadstone a la pantalla grande, pero al menos es un primer paso para una saga que podría mejorar muchísimo ajustando apenas un par de tornillos. Y tal vez, soñemos, en algún momento podamos ver a Aaron Scott y a Jason Bourne juntos en la pantalla. @JuanCampos85
Uno de los presidentes más famosos de los Estados Unidos dedica sus noches a masacrar chupasangres. Desde chico, Abraham Lincoln (Lux Haney-Jardine en su versión niño, Benjamin Walker como el adulto) odiaba la injusticia. Con tan solo ver a los "amos" de sus amigos esclavos ya se le ponía la sangre a hervir, y sin importarle las conseciencias, iba a defender a los más débiles. Pero, en su más tierna juventud, presenció el asesinato de su madre, atacada por un vampíro, y eso lo cambiaría. Ya no le importarían los demás, sino solo su propia venganza, que intentaría cobrarse ya de adulto. Pero claro, no cualquiera puede matar a un vampiro. Al menos no sin entrenamiento. Ahí es donde aparece Henry Sturges (Dominic Cooper), un vampiro rebelde que le enseña las artes de matar. Con el tiempo, Abe comienza a hacerse un experto del manejo de las hachas, y comienza a cazar los vampiros que Henry le va ordenando, pero el nombre del asesino de su madre, Jack Barts (Marton Csokas) jamás llega. Asi va pasando el tiempo, Abraham se va impacientando y comienza a romper una de las reglas más importantes de los cazadores: no enamorarse. La bella Mary Todd (Mary Elizabeth Winstead) se mete en su vida y, automáticamente, comienza a estar en peligro. Pero los vampiros no buscan solo vengarse de Abraham, sino que pretenden algo más: la nación, y lo harán a través del pretendiente de Mary Todd, con ganas de vencer políticamente a Lincoln, que armará batallones de no-muertos en el ejército del sur, durante la Guerra Civil. Abraham Lincoln: Cazador de vampiros (Abraham Lincoln: Vampire Hunter, 2012) es una nueva película de Timur Bekamambetov, el responsable de Se Busca, y de la saga Guardianes de la noche y Guardianes del día, una excelente opción para los fanáticos del cine vampírico. En este caso, y con la producción de Tim Burton, la cosa no salió tan bien, y no por la falta de intenciones: la película está muy bien realizada, e incluso el 3D se ve atractivo. Pero, lamentablemente, se tomaron muy en serio la tarea de convertir a Abraham Lincoln, el 16to presidente democrático de los Estados Unidos, en un cazador de vampiros. Y no es que esto esté mal, sino que esta historia podría haber sido explotada con muchos más recursos de género, con comedia, absurdo y mucha sangre. Es verdad que la tercera aparece, y con creces, pero toda la película nos da la sensación de estar contando una historia real, y no una parodia. Tal vez esa haya sido la idea, pero con la temática, la solemnidad no funciona. Más allá de eso, la película tiene buenas escenas de acción, muy buenas actuaciones y, en general, entretiene, pero le falta algo que le de un guiño más fuerte al género del terror, en donde se ubica, ya que así, la obra queda a mitad de camino, tanto del terror como de la falsa biopic.
El cómico más incorrecto del momento se despacha con su mejor personaje. Admito algo: fui a ver El dictador sin nada de fe. Esperaba otra caterva de chistes racistas, incorrectos y homofóbicos, situaciones incómodas y mucho machismo. Pero, si bien eso fue en parte lo que recibí, también me encontré con una película armada, con pies y cabeza y, sobre todo, muy graciosa. El dictador nos cuenta la historia de Aladeen (Sacha Baron Cohen), el tirano del país norafricano Waldiya, una potencia petrolera que se niega a abrirse al mundo. Allí, Aladeen tiene la vida de todos en la palma de su mano, y lo hace valer cada vez que puede, utilizando la pena de muerte con tanta facilidad como el control remoto de la televisión. Vive una vida de lujos, alquilando a las mujeres que desee (como Megan Fox, por ejemplo) por una noche y ostentando cada dolar que tiene en su mano con ridículos lujos. Pero su mano derecha, Tamir (Ben Kingsley), tiene otros planes para la oprimida nación: abrir el mercado, crear una democracia y vender los derechos petroleros de Waldiya al mejor postor. Pero, para eso, debe deshacerse de Aladeen, y lo hará reemplazándolo con un estúpido doble (también Baron Cohen) que encontraron en medio del desierto arriando cabras, mientras que al verdadero lo abandonan a su suerte en Nueva York, sin barba, sin dinero e irreconocible. Ahora, Tamir utilizará al doble de Aladeen para declarar que la democracia llegará a Waldiya, algo que el verdadero dictador no está dispuesto a tolerar, ya que piensa en su gente, a quienes tan amorosamente oprime. Allí, Aladeen debe crear una nueva vida y buscar la forma de recuperar su lugar, y ve una oportunidad de la mano de Zooey, una feminista militante que maneja una casa de productos naturales, con quién se encontró en una marcha en contra de Aladeen (del falso, claro). Así, de a poco, comienza a planificar cómo acercarse al hotel en donde se hospeda su antiguo equipo, y por suerte también se encontrará con Nadal (Jason Mantzoukas), un científico al que había mandado a ejecutar, pero que en realidad fue deportado a los Estados Unidos, que lo ayudará con la parte técnica de su regreso al poder. El dictador es una comedia que no para. No pasan más de dos minutos sin que llegue desde la pantalla un chiste que, en el 90% de los casos, es bueno. Y en un 95% de los casos, es extremadamente incorrecto. Claro que las bromas machistas, negras, racistas y demás están presentes, y son tan buenas que enriquecen a la comedia convirtiéndola en una parodia grotesca de la situación de los inmigrantes en los Estados Unidos. Si se tiene un mínimo concepto de política internacional, podrán disfrutarse muchísimos chistes muy críticos para con la administración estadounidense. Igual, más allá de la profundidad sociopolítica que le querramos buscar, El dictador es, en si, una comedia sucia y asquerosa que hasta nos va a hacer sentir culpables de reirnos a carcajadas. Si les gusta Padre de familia y American dad, y si están acostumbrados al show grotesco de Sacha Baron Cohen, esta es la película a ver. @JuanCampos85