Realismo mágico En el año 2003, Sylvain Chomet se hizo famoso con Las trillizas de Beleville, un largometraje de animación tradicional que llegó a ser nominado a dos premios de la Academia -terna en la que fue vencido por el tanque de Pixar Buscando a Nemo- y recibió una catarata de elogios y premios a lo largo del mundo. Su relato contaba la historia del secuestro de un ciclista durante el Tour de France y la alocada búsqueda que emprendían su abuela, su perro y las trillizas del título para dar con su paradero. Un filme casi mudo en donde los dibujos hablan y cuentan la historia sin necesidad de más. Con El ilusionista pasa algo bastante similar. Nuevamente se trata de una película casi muda -existen algunos diálogos, pero los personajes hablan en distintos idiomas y no se entienden entre sí, por lo que se decidió que los espectadores tampoco se enteren de lo que están diciendo-, sólo que esta vez se trata de una historia un poco más amarga y sin tanta fantasía, en la que un mago itinerante que va boyando de teatrito en teatrito buscando quién contrate su avejentado espectáculo y que se ve desplazado por las nuevas formas de entretenimiento (el rock es el ejemplo más claro que muestra el filme) y que en uno de sus viajes de trabajo conoce a una jovencita dulce a la que termina adoptando casi sin querer. El guión del filme fue escrito hace 55 años por el mimo, actor y director francés Jacques Tati y llegó a manos de Chomet gracias a su hija, a quien le dedicó la película en los créditos finales. El personaje principal del ilusionista se llama Tatischeff (nombre verdadero de Tati) y es una representación de aquel memorable actor de Las vacaciones del señor Hulot, Playtime y Mi tío. Si bien se trata de una historia agradable y placentera de ver, hay a lo largo del metraje un halo de nostalgia que la cubre de principio a fin. Se lo puede ver en los tugurios en los que el mago trabaja, en la tristeza o apatía del público que lo acompaña -o mejor dicho, que no lo acompaña- en sus funciones, en la superficialidad con la que son presentados los nuevos entretenimientos que van desplazando las viejas artes -además de magos, hay otros personajes que forman parte del mismo universo como payasos y ventrílocuos, cada uno más deprimente que el anterior-. Sin embargo, El ilusionista también es una comedia, plagada de momentos cómicos y gags que no dejan que la melancolía se apodere del espectador completamente. Tal como sucedía con Las trillizas..., El ilusionista es una película profundamente bella, en donde cada cuadro, cada dibujo, es un espectáculo singular digno de apreciar con detenimiento. Las escenas panorámicas, de paisajes, por ejemplo, merecerían estar colgadas en algún museo. Y también es impresionante la reproducción de la ciudad de Edimburgo, capital de Escocia, en donde los personajes se instalan durante gran parte del metraje. Hay un mágico realismo en los dibujos de Chomet que lo pone inmediatamente en una categoría distinta a las caricaturas a las que estamos acostumbrados -las de Pixar, Disney o Dreamworks, digamos-. Cabe mencionar que la decisión de no subtitular ni traducir el filme es exagerada. Es comprensible que si los personajes no se entienden entre sí, los espectadores puedan percibir que se trata de diálogos intrascendentes y que no tienen valor argumental. Sin embargo, sobre el final de la película hay una nota con una frase que cierra el círculo de la historia y esas palabras tampoco tuvieron traducción, por lo que muchos espectadores se habrán perdido de esa clausura. En resumen, Chomet es un realizador notable, que sabe contar historias y que, ante todo, es un virtuoso de la animación tradicional, un hombre capaz de hacer emocionar a través de las imágenes increíbles que nos presenta y que gracias a eso puede contar historias sin necesidad de utilizar demasiados diálogos o extensos parlamentos. El ilusionista es una película de animación adulta de alta calidad y de una belleza impresionante.
Nolan y su originación La reaparición del fenomenal Christopher Nolan luego de The dark knight, esa brillante película de acción con trasfondo de superhéroes que creó para la secuela de su saga de Batman, fue una de las películas más esperadas de los últimos tiempos desde el día en que se anunció. Un enorme hermetismo refugió al filme de cualquier filtración y los avances promocionales se encargaron de mantener el suspenso y el velo de incertidumbre que cubría el largometraje. Todavía es demasiado pronto para saber si El origen va a convertirse en un clásico, pese a que tiene las herramientas -en especial las visuales y las narrativas- para lograrlo, pero sí podemos afirmar que será la película más comentada del año y ya ha generado un furor virtual irrefrenable. Mucho se ha dicho sobre la complejidad de la nueva película de Nolan y no hay dudas de que recién un segundo visionado del filme logran completar con éxito el rompecabezas mental que nos plantea el director pese a una narración fenomenal. La cuestión pasa por dilucidar la cantidad de reglas del juego que se van proponiendo a lo largo del metraje y seguirlas con éxito. Pero su complejidad va mucho más allá de lo que cuenta literalmente el relato. En Inception nos topamos con imágenes elocuentes, si uno es capaz de pensarlas. Existe la posibilidad de reflexionar sobre una serie de metáforas que van más allá de la historia que se nos cuenta. Si Nolan fue capaz de organizar un relato tan escalonado y complejo, lleno de reglas, un mundo propio tan particular, entonces tiene que haber sido capaz de poner esas metáforas adrede y no por casualidad. Entonces, cuando Dom Cobb nos cuenta que con su mujer se pasó durante 50 años creando en sueños un mundo perfecto en donde solían vivir hasta que se dio cuenta de que no era real, podríamos hallar una imagen de la “american way of life”; o cuando vemos a los enormes edificios de ese mundo caerse a pedazos pensemos en el fin de la civilización; o cuando vemos que en el mundo de Inception se disputan el mundo desde corporaciones y no desde gobiernos, estamos hablando del mundo globalizado, del capitalismo salvaje y de la erosión de los estados nación; que cuando vemos que en la muerte está el despertar, no estamos sino ante la cultura de la muerte y no ante un simple lugar común... Ahora bien, más allá de todo esto, Inception cuenta una historia particular, la de Dom Cobb (Leo DiCaprio) un señor capaz de meterse dentro de tus sueños para robarte información. A Cobb le llega un ofrecimiento que no puede rechazar: debe realizar una “originación” (la inception del título), es decir, tratar de plantarle una idea nueva mediante sueños a una persona; si lo logra, podrá recuperar a su familia. Esa necesidad llevará a Cobb a juntar a un grupo de aventureros (el elenco de lujo formado por Joseph Gordon Levitt, Ellen Page, Ken Watanabe, Tom Hardy y Dileep Rao) a sumarse a su plan, que involucra entrar en los sueños de un empresario (Cillian Murphy) pero tan profundamente que puedan plantar la idea sin que le parezca algo artificial. A medida que nos vamos metiendo -insisto, bajo reglas autoimpuestas- dentro de más y más capas de sueños y sueños dentro de sueños, la narración va tomando el protagonismo que se merece y allí es donde Nolan nos muestra su habilidad: en la coordinación majestuosa de tres mundos paralelos pero en diferentes escalas temporales que van encajando a la perfección como piezas de relojería. Hay un truco -hay que decirlo- y está en esas mencionadas reglas que gobiernan el mundo de Inception. Podríamos pensar que es sencillo ganar un juego cuando las reglas las vamos poniendo a medida que avanzamos en el partido y es eso mismo lo que ocurre en este relato. Creo que ahí está su falla más notoria -la que nos separa de mantenernos inmersos en un filme que es de todas formas atrapante e hipnótico-, en develarnos con reglamentos, leyes y mandatos las manos del titiritero detrás de cámara. De la mano de esto, tenemos personajes que cumplen una función constantemente declamatoria y nos explican una y otra vez las situaciones por las que transcurren los protagonistas. Me temo que sin ello el filme quedaría estancado en la nada misma, pues sería imposible avanzar y que el público pueda captar hacia donde va el relato. Se ha dicho también que Inception no es un filme original porque remite a otras narraciones contemporáneas que están en la memoria popular. Se ha nombrado a Matrix, a Avatar y a La Isla siniestra -entre otras-, esta última por el parecido del personaje de DiCaprio, que confunde la realidad con sus sueños o alucinaciones. Pese a todo, no creo que esas relaciones le quiten originalidad a un relato que compone un mundo desde cero y con una magnificencia visual y narrativa notables. Dicho sea de paso, compararla con el cuentito tonto que Cameron adornó con efectos novedosos es una injusticia absoluta. En este punto, es necesario remarcar el nivel majestuoso de la realización. Nolan gasta todos los cartuchos en una puesta en escena espectacular, infalible y grandiosa, y no habrá quien salga de la sala de cine sin preguntarse cómo han hecho la escena en la que los personajes flotan por los pasillos del hotel. El filme es un conjunto maravilloso de escenas memorables entre las que se destacan la de la bañera y de la inundación en la en la secuencia inicial, los momentos tensos del viaje en camioneta en cámara lenta y el tramo épico dentro del hotel. Es preciso hablar de la fotografía magnífica de Wally Pfister, director de fotografía fetiche de Nolan y con razón. Cada imagen del filme logra ser más bella que la anterior y eso no es sólo merito del realizador. El elenco lleno de jóvenes estrellas es para aplaudir, pero no porque se destaquen con performances explosivas, intensas o demasiado esforzadas, sino porque simplemente cumplen a la perfección con su tarea, brindando el brillo propio de los grandes artistas. Joseph Gordon Levitt, con su oscuro y enigmático personaje y Tom Hardy, responsable de algunos buenos momentos cómicos, se llevan los laureles. Y la obligada mención a Leonardo DiCaprio, uno de los mejores actores del momento, que una vez más logra darle vida e intensidad a un personaje conflictuado y con matices. Marion Cotillard, logra un trabajo fenomenal al brindarle con muy poco el punch necesario para que su personaje nos asombre con sus desconcertantes apariciones. Por último, es destacable la labor del olvidado Tom Berenger en una reaparición digna de "Gente que busca a gente", el bizarro programa de Franco Bagnato. Inception tiene muchas herramientas para convertirse en un clásico del cine contemporáneo, posee las características suficientes para transformarse en una película de culto y es por sus propios méritos de realización, sin ninguna duda, un filme brillante y difícil de olvidar. Con una propuesta compleja, que no necesariamente engancha al espectador promedio al brindar un mundo demasiado ajeno y a la vez demasiado común para ser onírico, cae en un pequeño bache sobre el final, al enredarse en sus propios hilos, como queriendo ser más sorprendente y más intrincanda de lo que se promociona, pero cierra con la misma grandilocuencia con la que su narrativa se desarrolla, brindándole al público la posibilidad de pensar por sí mismo, de atar los cabos, de reflexionar, de dejarnos horas y horas hablando sobre las variables libradas al azar en este magnífico cuento de espías y sueños, proyecciones y patadas, limbos y caídas y explosiones y gente que flota y más...
Supónganse que se paran frente a la cartelera de cualquier cine y se encuentran ante la disyuntiva de ver una comedia de acción o una de acción con toques de comedia. ¿Cuál elegirían? No se preocupen, es una pregunta capciosa. Lo cierto es que podríamos aseverar que Cop Out es una película de policías sobre una base cómica, mientras que Date night -Una noche fuera de serie- es una película que es cómica desde su base y origen, pero que deriva en una película de acción (o de aventuras más que enredos). Y lo peor de todo es que el desarrollo que lleva a estos dos protagonistas a transformarse en héroes, detectives privados, sagaces fugitivos y hasta strippers no es para nada gradual, ni equilibrado, ni creíble. Cop Out es mucho más fiel al espectador, más previsible, más común, quizás también por todo eso, termina resultando mejor. Cuenta la historia de Jimmy Monroe (Bruce Willis), un policía bastante inepto que tiene entre sus más preciadas posesiones una tarjeta coleccionable de béisbol de la primera tanda que salió alguna vez: un objeto valuado en varias decenas de miles de dólares. Jimmy la necesita para pagar la boda de su única hija, pero cuando va a canjearla por dinero, unos ladrones de poca monta terminan por robársela y, por esas cosas del destino, tendrán que meterse con la mafia de drogas más importante de la ciudad para recuperarla. Las bondades de esta película no son demasiadas, pero están bien firmes: se trata de la clásica “buddy movie”, un filme sobre una pareja muy despareja de policías, en donde uno quiere ser serio y el otro (Tracy Morgan, famoso en el país del norte por el programa Saturday Night Live) no puede dejar de ser un payaso. En este caso nos encontramos con que el que quiere ser serio, también es bastante inútil, lo que ayuda bastante a generar una pequeña sorpresa para el espectador. Esa mínima elección distinta, la exageración en las puteadas y los toques de humor negro -o más ácido del típico de Hollywood- es lo único que nos hace percibir que quien está detrás de las cámaras es el particular Kevin Smith, realizador películas de culto como Clerks, Mallrats, Jay and Silent Bob strike back y de otras más ligadas al mainstream como La chica del sueter o Zack y Miri hacen una porno. Por su parte, Una noche fuera de serie es un filme que se apoya únicamente en la capacidad histriónica de dos grandes cómicos como Steve Carell y Tina Fey, ellos también de la inagotable cantera del legendario programa de sketches estadounidense Saturday Night Live. Lo que comienza por ser una película que nos cuenta en clave de comedia los pormenores de una pareja con dos hijos que cada vez se acostumbra más a la rutina, termina virando bruscamente en una película llena de persecuciones, tiros, autos chocados, robos, confusión, matones, etc. sin que estos supuestos enredos le brinden a la historia la posibilidad de ser más cómica, sino todo lo contrario. A medida que la confusión va tomando forma -la pareja es confundida por otra que es buscada por unos mafiosos-, la comedia se va desdibujando hasta quedar olvidada en una marejada de corridas, gritos, histeria y otras yerbas. A fin de cuentas, la floja justificación para que todo eso se sostenga es que finalmente la pareja logró evadir la rutina y hacer cosas inesperadas... Una vez escuché a un amigo decir que a Bruce Willis lo prefiere esquivando balas, caminando descalzo sobre vidrios rotos o tratando de evitar que un boeing se estrelle contra la pista de aterrizaje y no contando chistes. No me queda otra que retrucarle diciendo que yo prefiero que el que escape a gran velocidad en un Audi por Nueva York sea el simpático pelado y no Steve Carell. Sin dudas, termina siendo más molesto que un cómico se disfrace de superhéroe y no tanto que un duro se ponga el traje de bufón por un rato. O al menos esto es así siempre y cuando el guión lo acompañe, tanto a uno como al otro. Por el lado de Cop Out se puede celebrar la histriónica, exageradísima pero bastante simpaticona performance de Tracy Morgan, un payaso con todas las letras y la corta aparición de Sean William Scott, que como siempre, aparece para hacernos reír con esos chistes de los cuales da vergüenza reírse. Date night tiene sus momentos, en especial porque Carell y Fey llevan a la comedia en la sangre y no tienen manera de no hacer reir con tanto protagonismo. Hay una escena -me arriesgaría a afirmar que es pura improvisación- en la que se hacen pasar por asistentes de Will.I.Am en un restaurante fino, que es sencillamente genial. Pero el filme en general no hace más que derrapar más y más hacia el desinterés del espectador, al intentar surfear sobre la tabla agujereada que es su guión, no tan pobre desde el costado cómico como desde el lugar hacia donde se dirige la historia, en especial con ese pseudorelato de fugitivos y espionaje. Sin embargo, se podría decir que era de esperarse, puesto que su director es el responsable de comedias menores como Más barato por docena, Una noche en el museo y La pantera rosa, y sólo nos arrancó alguna risa tímida en Recién casados. Y como si eso no fuera suficiente, el señor Shawn Levy también fue productor de la flojísima Locura de amor en Las Vegas, entre otras basuras. Entonces, la próxima vez que se encuentren frente a la cartelera y tengan dos opciones, ¿qué verán? ¿Una con comediantes que se ponen en acción o una con tipos duros que se hacen los graciosos? Ante todo, mejor fíjense quién la escribió y después decidan. En este caso, Kevin Smith ganó sólo con la camiseta, porque en el filme su ojo cítrico ni se nota.
Supónganse que se paran frente a la cartelera de cualquier cine y se encuentran ante la disyuntiva de ver una comedia de acción o una de acción con toques de comedia. ¿Cuál elegirían? No se preocupen, es una pregunta capciosa. Lo cierto es que podríamos aseverar que Cop Out es una película de policías sobre una base cómica, mientras que Date night -Una noche fuera de serie- es una película que es cómica desde su base y origen, pero que deriva en una película de acción (o de aventuras más que enredos). Y lo peor de todo es que el desarrollo que lleva a estos dos protagonistas a transformarse en héroes, detectives privados, sagaces fugitivos y hasta strippers no es para nada gradual, ni equilibrado, ni creíble. Cop Out es mucho más fiel al espectador, más previsible, más común, quizás también por todo eso, termina resultando mejor. Cuenta la historia de Jimmy Monroe (Bruce Willis), un policía bastante inepto que tiene entre sus más preciadas posesiones una tarjeta coleccionable de béisbol de la primera tanda que salió alguna vez: un objeto valuado en varias decenas de miles de dólares. Jimmy la necesita para pagar la boda de su única hija, pero cuando va a canjearla por dinero, unos ladrones de poca monta terminan por robársela y, por esas cosas del destino, tendrán que meterse con la mafia de drogas más importante de la ciudad para recuperarla. Las bondades de esta película no son demasiadas, pero están bien firmes: se trata de la clásica “buddy movie”, un filme sobre una pareja muy despareja de policías, en donde uno quiere ser serio y el otro (Tracy Morgan, famoso en el país del norte por el programa Saturday Night Live) no puede dejar de ser un payaso. En este caso nos encontramos con que el que quiere ser serio, también es bastante inútil, lo que ayuda bastante a generar una pequeña sorpresa para el espectador. Esa mínima elección distinta, la exageración en las puteadas y los toques de humor negro -o más ácido del típico de Hollywood- es lo único que nos hace percibir que quien está detrás de las cámaras es el particular Kevin Smith, realizador películas de culto como Clerks, Mallrats, Jay and Silent Bob strike back y de otras más ligadas al mainstream como La chica del sueter o Zack y Miri hacen una porno. Por su parte, Una noche fuera de serie es un filme que se apoya únicamente en la capacidad histriónica de dos grandes cómicos como Steve Carell y Tina Fey, ellos también de la inagotable cantera del legendario programa de sketches estadounidense Saturday Night Live. Lo que comienza por ser una película que nos cuenta en clave de comedia los pormenores de una pareja con dos hijos que cada vez se acostumbra más a la rutina, termina virando bruscamente en una película llena de persecuciones, tiros, autos chocados, robos, confusión, matones, etc. sin que estos supuestos enredos le brinden a la historia la posibilidad de ser más cómica, sino todo lo contrario. A medida que la confusión va tomando forma -la pareja es confundida por otra que es buscada por unos mafiosos-, la comedia se va desdibujando hasta quedar olvidada en una marejada de corridas, gritos, histeria y otras yerbas. A fin de cuentas, la floja justificación para que todo eso se sostenga es que finalmente la pareja logró evadir la rutina y hacer cosas inesperadas... Una vez escuché a un amigo decir que a Bruce Willis lo prefiere esquivando balas, caminando descalzo sobre vidrios rotos o tratando de evitar que un boeing se estrelle contra la pista de aterrizaje y no contando chistes. No me queda otra que retrucarle diciendo que yo prefiero que el que escape a gran velocidad en un Audi por Nueva York sea el simpático pelado y no Steve Carell. Sin dudas, termina siendo más molesto que un cómico se disfrace de superhéroe y no tanto que un duro se ponga el traje de bufón por un rato. O al menos esto es así siempre y cuando el guión lo acompañe, tanto a uno como al otro. Por el lado de Cop Out se puede celebrar la histriónica, exageradísima pero bastante simpaticona performance de Tracy Morgan, un payaso con todas las letras y la corta aparición de Sean William Scott, que como siempre, aparece para hacernos reír con esos chistes de los cuales da vergüenza reírse. Date night tiene sus momentos, en especial porque Carell y Fey llevan a la comedia en la sangre y no tienen manera de no hacer reir con tanto protagonismo. Hay una escena -me arriesgaría a afirmar que es pura improvisación- en la que se hacen pasar por asistentes de Will.I.Am en un restaurante fino, que es sencillamente genial. Pero el filme en general no hace más que derrapar más y más hacia el desinterés del espectador, al intentar surfear sobre la tabla agujereada que es su guión, no tan pobre desde el costado cómico como desde el lugar hacia donde se dirige la historia, en especial con ese pseudorelato de fugitivos y espionaje. Sin embargo, se podría decir que era de esperarse, puesto que su director es el responsable de comedias menores como Más barato por docena, Una noche en el museo y La pantera rosa, y sólo nos arrancó alguna risa tímida en Recién casados. Y como si eso no fuera suficiente, el señor Shawn Levy también fue productor de la flojísima Locura de amor en Las Vegas, entre otras basuras. Entonces, la próxima vez que se encuentren frente a la cartelera y tengan dos opciones, ¿qué verán? ¿Una con comediantes que se ponen en acción o una con tipos duros que se hacen los graciosos? Ante todo, mejor fíjense quién la escribió y después decidan. En este caso, Kevin Smith ganó sólo con la camiseta, porque en el filme su ojo cítrico ni se nota.
Contrastes Hacerle caso al cartel que dice "la película argentina más premiada del año" a veces rinde sus frutos y esta es la ocasión. En un cine nacional "para todo el mundo" en notable crecimiento y unos últimos tiempos con películas "comerciales" decentes (piensen en Música de espera o la reciente Igualita a mí), con figuras del cine doméstico en un nivel sobresaliente (rellenen con Campanella o Trapero según sus gustos personales) y el otro cine, algo más particular, con pasos más fugaces por las salas pero recibiendo halagos de la crítica especializada (aquí se me ocurre un Pablo Fendrik con sus dos estrenos del año pasado y la vigencia, al menos ante El amante, de Lucrecia Martel), llega a nuestras salas una película que ha participado de muchos festivales y ha ganado premios a lo largo del mundo y que, de la mano de dos buenas actuaciones, desopilantes diálogos y una historia que propone un interesantísimo contrapunto entre dos mundos evidentemente distintos, logra llenar salas desde su primer día de estreno. La historia parte de una sencilla premisa: Leonardo (un convincente Rafael Spregelburd) es un exitoso arquitecto, adinerado, ocupado, de familia bien, que vive con su familia en la única casa de América Latina que fue diseñada por el famoso diseñador y urbanista Le Corbusier, un caserón enorme y vanguardista, espacioso e iluminado, lleno de vidrios y ventanales. El filme comienza cuando su vecino decide romper una medianera que comparten para hacer una ventana "para que le entre un rayito de sol, de ese que a usted le sobra", como le dice a Leonardo. Victor, por su parte, con su pequeña casita y sus extraños modales, construye el contrapunto ideal para que el conflicto se desarrolle. La sola ventana, más allá de ser ilegal, como repite el damnificado cada vez que puede, resulta molesta porque es una vidriera a su propia intimidad. Y serán esa ventana y el responsable de ella los que den vuelta la rutina de Leonardo hasta sacarlo de quicio, ya sea por paranoia, por la molestia del constante ruido de la construcción vecina o por el mero hecho de que, en realidad, detrás de ese caserón hermoso y elegante, de ese trabajo exitoso y de ese auto reluciente, Leonardo no es lo que parece. El guión de Cohn y Duprat, responsables anteriormente de una basofia pseudoperiodística-documental llamada Yo, presidente (producida por Luis Majul), es muy bueno en la estructura y genial en los diálogos elegidos para proponer el juego de oposiciones que da vida al filme, pero también se deja llevar demasiado lejos por el mensaje que quiere formular, ese que al final del relato termina imponiéndose caprichosamente y en donde todo lo bueno de la comedia que se había visto hasta el momento parece tambalear, ese mensaje con el que abre la película, con el parlamento inicial de Leonardo: "Qué país feo este, la puta madre". Por su parte, la dirección también tiene altibajos: por un lado, se eligen constantemente planos cortos, cerrados, asfixiantes que dan lugar a la sensación de desesperación de Leonardo mientras sus problemas con el vecino no se resuelven y su vida diaria se va desarmando. La espectacular casa, con ese único diseño que le imprimió LeCorbusier, es tan protagonista como los personajes antagónicos, tanto por ser disparadora del conflicto como por ser el ambiente natural en el que se desarrolla el 95% de la película. Sin embargo, la cámara en mano se vuelve molesta en planos tan cerrados y algunos efectos "retro" que buscaron imprimirle al relato terminan por desconcertar. El otro punto flojo de la dirección se ve en el climax, en donde Aráoz no se ve tan convincente y los actores secundarios que participan son realmente pobres y terminan arruinando el punto de interés mayor en el relato. A pesar de esto, tanto Aráoz como Spregelburd se llevan todos los laureles con sus geniales performances, muy bien acompañados por participaciones menores de todo el elenco, en especial de Eugenia Alonso en el papel de la mujer de Leonardo y Lorenza Acuña, como la empleada de limpieza de la casa. Es destacable la pequeñísima participación de un muy bien elegido Juan Cruz Bordeu como un cheto tonto invitado a cenar, que contribuye en lo que deben ser las mejores secuencias del filme y donde el juego de oposiciones entre la vida "bien" y lo "grasa" del vecino se hace más patente que nunca. El hombre de al lado es una comedia muy graciosa, que avanza tanto en su costado cómico como también en su costado misterioso y de suspenso gracias a la estupenda construcción de sus personajes principales y a una gran actuación de sus protagonistas, con un Araoz tan medido y divertido como intimidante. Un juego de oposiciones muy bien llevado que si no fuera por una especie de moraleja que va flotando por sobre el buen correr de la cinta y estalla fuertemente sobre el final, resultaría aún mejor de lo que fue. Merecedora de los premios internacionales ganados y una muy buena propuesta para lo que apuestan al cine nacional. Recomendada.
Pura y dura Sylvester Stallone volvió con todo... o con todos... o con algunos de los más grandes ídolos del cine de acción de los últimos 30 años, en especial, él mismo. Con la excusa de querer contar una historia de acción pura y dura, brutal, impactante y en donde menos vale maña que fuerza, nos entrega exactamente lo que se propone, un filme en donde el espectador debe olvidarse un poco de su sentido común y "disfrutar" de las trompadas, patadas y explosiones. El golpe marketinero de juntar a todos esos héroes en una misma película funcionó desde el primer aviso. Estamos hablando de ídolos de acción de los últimos tiempos -Jason Statham, Jet Li, el cómico grandulón Terry Crews o los pseudoactores Steve Austin, Randy Couture- mezclados con algunas figuras de los '80 -Stallone, Rourke, Dolph Lundgren (mejor conocido como Ivan Drago) y las apariciones estelares de Bruce Willis y Arnold Schwarzenneger, en una participación muy promocionada y bastante menos especial de lo esperado para lo que supuestamente sería la escena más memorable del filme-. Con todos esos pesos pesados juntos en una misma pantalla, uno no puede esperar menos que ametralladoras grandes, huesos rotos, cabezas volando por los aires y explosiones por doquier. Y el filme, aunque no lo haga de la mejor manera, nos brinda todo eso. La principal crítica ya está hecha, pero hablando técnicamente se trata de un pobre guión, diseñado únicamente para el lucimiento de las escenas de acción. Sin embargo, es mucho peor que eso, porque una dirección descuidada hacen que todo el artificio que esperamos ver y que nos venden esté desplegado en pantalla de manera desordenada o mal enfocada. Durante el metraje hay una insistencia por parte del director de poner la cámara demasiado cerca de la acción y no permitir que las coreografías de peleas o los movimientos grupales se perciban decentemente. Es cierto, hay patadas y explosiones por doquier, pero la manera de mostrarlas no es la más adecuada. Siguiendo con detalles del guión, dirección y organización, es obligatorio nombrar al imaginario estado dictatorial que nos propone la historia para que nuestros héroes salven. Se trata de una extraña republiqueta bananera, media hispana, media brasileña (hay carteles en portugués en los fondos de las escenografías) y en donde ni siquiera sus propios habitantes saben hablar un idioma coherente. Tanto el pobre de David Zayas (quizá lo conozcan como Batista en la serie Dexter) que interpreta al gobernante del lugar como la pobre de Giselle Itié (que es brasileña, dicho sea de paso) que juega el papel de la bella de turno, ¡nadie en todo el metraje puede hilar una frase coherente en español! ¡El hiperpolíglota Viggo Mortensen o el "arameo por un rato" Jim Caviezel deben sentirse orgullosos! Párrafo aparte se merecen las actuaciones. Lo de Randy Couture, Steve Austin (ambos luchadores profesionales invitados a participar por sus músculos) como el querido Dolph "Drago" Lundgren tienen performances absolutamente patéticas. El propio Dolph dijo en una entrevista "hacía 20 años que no tenía tantos diálogos en un filme", por lo que podemos ser un poco permisivos. Pero héroes de acción experimentados como Jet Li y el propio Stallone también dejan mucho que desear. O quizás es que las cirugías hicieron que sus rostros se quedaran sin expresión. El único que se salva de las grandes figuras es Statham, que con su carisma de siempre logra remontar casi solo un elenco que pesa. Y con su participación estelar, Mickey Rourke nos brinda una escena memorable, sentida y comprometida en donde no sólo se luce como actor, si no que le brinda al filme un manto de sensibilidad, de valor y de sentido con un parlamento genial que termina significando el alma de la historia, la materia que une a todos los músculos en un objetivo común. Por último, el personaje de Eric Roberts es el que más nos hace acordar a este supuesto homenaje a las películas de los años '80: un yanqui explotador que maneja a los títeres que se encargan del trabajo sucio logrado con bastante carísma y mucha exageración, que suponemos que es buscada. Ah, y destacable es el hecho de que Stallone, bien pasados los 60 pirulos sea capaz de correr a gran velocidad por un muelle y saltar para colgarse de un avión que está arrancando. Sencillamente impresionante. Los destruídos... Digo, Los indestructibles es una película que cumple con lo que promete: golpes, patadas, tiros, patadas, golpes, tiros y más patadas, sólo que no lo hace de la manera esperada para un director experimentado -aunque nunca genial- como es Sly. Recomendable sólo para los fanáticos del género y alguno que siente nostalgia de estos ídolos de acción de los '80, es un filme que no resiste el análisis detallado, pero que como producto cinematográfico dedicado al público masivo funcionará de mil maravillas, porque, pese a todo, no deja de ser un filme entretenido. Ustedes deciden...
Reír para no llorar La tercera película del documentalista Enrique Piñeyro vuelve a ser tomada por la crítica como de visión obligatoria. El ex piloto y actor ya había incursionado en el cine documental y de denuncia -como siempre escribe, dirige y actúa- con Whisky Romeo Zulú, sobre la tragedia de LAPA, y con Fuerza Aerea S.A., en donde denunciaba el deplorable estado de la aviación civil en el país. Esta vez Piñeyro sigue metiéndose en temas escabrosos y peligrosos, al punto en que uno como espectador llega a preguntarse hasta dónde puede llegar y cómo logra la valentía para animarse a algo así. El tema del filme es el caso de Fernando Carrera, un hombre que actualmente se encuentra preso por ser condenado injustamente -de manera deliberada- por un hecho delictivo confuso y mediante la connivencia de la policía de la zona con el aparato judicial. Piñeyro no se guarda nada, investiga a fondo y explica con lujo de detalles los pormenores del hecho, para que el espectador comprenda sin problemas hasta donde llega la corrupción de los involucrados. Luego acusa y arremete sin pelos en la lengua contra los culpables de esta condena aberrante sin parecer temeroso de las consecuencias. Y quizás se queda algo corto cuando se "enfrenta" a los jueces de la causa (que en realidad son unos muñecos a los que llama con los nombres de los jueces) y les explica que los que deben estar presos son ellos; luego de tanta valentía, da la sensación de que hubiera sido audaz un encuentro cara a cara con ellos. Para quienes no lo conocen -como yo, debo admitir-, Piñeyro es un tipo bastante simpático y que cae muy bien en la pantalla. Él se hace cargo del relato la mayor parte del tiempo y le pone el cuerpo a las explicaciones en el lenguaje más coloquial posible, permitiendo descripciones claras que no dejan afuera a nadie. Es un tipo que asume su rol de director en pantalla y termina siendo, con sus gestos y sus ironías, uno de los atractivos principales del filme. El otro atractivo, sin dudas, es el despliegue visual utilizado para describir los acontecimientos, incluyendo su arsenal de tecnología -todo convenientemente de la marca de la manzanita- y la original narración, que transcurre como si los espectadores fuéramos testigos de la producción del filme, como si estuviéramos presenciando una suerte de backstage que termina siendo la película misma. El apartado técnico es muy bueno: la imagen se ve muy correcta y el sonido se escucha perfectamente. Y, como ya se ha dicho, el despliegue visual de las descripciones es una frutilla del postre notable. No hay mucho más para decir porque todo lo que tiene que ver con la causa judicial y la triste historia de Carrera está dicho de manera inmejorable en el filme. Tal vez se pueda criticar la falta de algunos elementos en el desarrollo de la historia y un excesivo intimismo en la producción del relato que transcurre quizás demasiado puertas adentro. El rati horror show es una historia que merece ser escuchada, un documental de visión obligatoria que está contado de una manera atractiva y poco solemne, pero no por eso menos sentida, que denuncia un ejemplo de corrupción policial y judicial como tantos que hay en nuestro país. Y en donde Piñeyro hace lo mismo que hacemos nosotros como espectadores, reír para no llorar.
¿Y ahora quién podrá ayudarme? Cuando la película se estaba empezando a promocionar, era probable que al ir por la calle y ver uno de los carteles con el título del filme y la imagen de Ryan Reynolds dentro de un ataúd uno dijera: "Bueno, ya es suficiente. ¿Qué más quieren inventar?". Es lo que me pasó a mí, al menos. Me costaba mucho pensar cómo se las iban a ingeniar para contar una historia de 100 minutos que partiera desde un tipo dentro de un cajón. Y eso que todavía no sabía que todo el desarrollo de la trama se daba en ese encierro. Lo primero que me vino a la mente fueron algunas otras ideas sobre encierros, como la saga de El juego del miedo, La habitación del pánico o el tremendo fiasco que fue Bajo anestesia, en donde Hayden Christensen se encontraba encerrado dentro de sí mismo, por decirlo de alguna manera. Lo cierto es que Enterrado multiplica la apuesta de cualquier clima opresivo y nos confina los 100 minutos invariablemente dentro del cajón. De allí surge su acierto, su originalidad y, si me permiten, su magia. Ryan Reynolds interpreta a Paul Conroy, un contratista que trabaja en Irak y que se despierta, para su sorpresa, golpeado, maniatado y encerrado en un cajón de madera a unos cuantos metros bajo tierra. Pronto descubrirá que cuenta con algunos elementos que le servirán para intentar escapar y que le permitirán al director a contar la historia: un moderno Blackberry con media batería -y con crédito ilimitado, al parecer-, un encendedor tipo Zippo y algunas otras cosas que le sirven de luz cada tanto. Solo eso será suficiente para que el director pueda iluminar las escenas -en un estupendo trabajo- e involucrarnos en un relato atrapante, asfixiante y lleno de emociones. ¿Quién podrá ayudar a Paul Conroy, a punto de quedarse sin aire, a punto de quedarse sin batería en el celular y sin tener la menor idea de dónde está ni el por qué de su encierro? Sobre esa pregunta se apoya el filme y es la respuesta a esa pregunta la que va guiando todo el metraje. Es increíble que tan solo esa inquietud pueda sostener al público en vilo durante toda la película, pero un magnífico trabajo de dirección y un guión bien ensamblado pueden hacer maravillas. Rodrigo Cortés dirigió este largometraje con una sapiencia sorprendente para un principiante. Si bien la locación es única durante todo el filme, el director se las ingenió para hacer de ese único ambiente opresivo un lugar asfixiante pero no insoportable para el espectador. Para ello, trabajó con seis cajones distintos especialmente diseñados. Las tomas que elige el director son de lo más variadas, lo que le da a la película un dinamismo extraordinario y muy útil. También se dice que Cortés eligió filmar las tomas en orden, para que la actuación de Reynolds sea más natural y creíble. Párrafo aparte se merece, justamente, Ryan Reynolds. Nunca mejor dicho que "se banca" toda la película él solo. Su performance es impresionante: no sólo por el hecho de que transmite en la pantalla todo lo que Paul Conroy está sufriendo, sino también porque me cuesta imaginar a un actor trabajando en una posición más incómoda que la que se tuvo que someter este muchacho. Se supo que tuvo que sufrir además varias quemaduras por sostener el Zippo, lo que suma un poco más a la leyenda. En definitiva, Enterrado es un pequeño gran filme, que tiene el mérito extraordinario de ser una película de locación única y que esta sea un cajón, con un tipo encerrado dentro. Saber eso y saber que la cinta no sólo no aburre sino que entretiene a montones dan ganas de aplaudir a su único intérprete, pero más que nada a su habilidosísimo director, un tipo con la inteligencia suficiente como para animarse a esta locura sin aburrir al publico al someterlo -al menos un poquito- a las torturas por las que pasa el personaje. Rodrigo Cortés quedará anotado en mi lista a seguir, espero que en las suyas también.
Mejor solo... Hay un problema esencial que tiene la última película de Todd Philips, nuevo niño mimado de la crítica y de la audiencia norteamericana, luego de la hiperpromocionada -aunque bastante divertida al fin- ¿Qué pasó ayer?: pese a sus esfuerzos por ser irreverente, socarrona, soez, chabacana y al límite, Todo un parto se reescribe sobre el esquema argumental de Mejor solo que mal acompañado (Trains, airplanes and automobiles, John Hughes, 1987) y no lo abandona jamás. Esta vez está Robert Downey Jr. en el lugar de Steve Martin y el rimbombante Zack Galifianakis en el papel que hacía aquella vez John Candy, pero la historia es exactamente la misma. Peter Highman (Downey Jr.) tuvo que viajar a lo largo del país por trabajo y tiene todo planeado para llegar justo a tiempo para el nacimiento de su primer hijo. Una serie de eventos desafortunados lo llevarán a tener que compartir un auto alquilado con un hombre insoportable (Zack Galifianakis) con el que se había topado un rato antes y que es el responsable de que le impidan viajar en avión. Sin dinero ni documentos, despachados en el vuelo del que tuvo que bajarse forzosamente, Peter sube al auto de Ethan al saber que no tiene otra opción si quiere ver el nacimiento de su bebé. Y su compañero ocasional no sólo es un joven irresponsable y tontuelo que se queda dormido manejando, fuma marihuana por montones y tiene extrañas costumbres antes de irse a la cama -qué curioso, ¡el personaje de John Candy también!-, además está atravesando una etapa de duelo por la muerte de su padre, cuyas cenizas transporta en una lata de café porque venía "envasado al vacío". El juego de oposiciones es claro y clásico: mientras que Peter es la sobriedad y el raciocinio, Ethan representa la inocencia, la falta de responsabilidad y la estupidez. Sin embargo, como la comedia la dirige Todd Philips (que ya nos trajo comedias "sacadas" como Viaje censurado, Old school o la particular versión de la serie Starsky y Hutch) y no John Hughes (responsable de las sagas de Mi pobre angelito y Bethoveen) estos personajes son llevados a los límites más insospechados. Peter tendrá la particularidad de ser una persona violenta y alterarse en exceso, mientras que Ethan será poco más que un niño imbécil en el cuerpo de un gordo fumón y, por momentos, asqueroso. Todo un parto cuenta también con participaciones estelares en papeles menores, como la de Juliette Lewis (Del crepúsculo al amanecer, Asesinos por naturaleza) en el papel de una vendedora de drogas, Jamie Foxx (ganador del Oscar por Ray, y coprotagonista de Colateral) y Michelle Monaghan (Desapareció una noche) como la mujer de Peter. Sus apariciones son un tanto anecdóticas y no suman demasiado a una historia que se sostiene por la química de la dupla protagónica en cada momento. En eso no hay vuelta atrás, si los actores no son del agrado del lector, va a tener que elegir otra película de la cartelera. Si hay algo que tienen en común las dos últimas cintas de Todd Philips es que ninguna de las dos tiene un marco de verosimilitud demasiado estricto. Si en ¿Qué pasó ayer? las peripecias del personaje de Justin Bartha, las ocurrencias del de Galifianakis o las exageraciones del de Bradley Cooper eran poco creíbles, aquí también nos encontramos con personajes y situaciones forzadas al extremo con el único fin de generar la sorpresa y, consecuentemente, la risa. ¿Cuánto tiempo se les ocurre que se puede escapar por las rutas norteamericanas con una camioneta robada a la aduana mexicana? Según el filme, mucho más de lo que nos imaginaríamos. Y a pesar de que desde el comienzo de la historia sabemos que después de todo los personajes van a terminar siendo grandes amigos, en el guión esa amistad se forja de manera automática, sin demasiadas explicaciones y como por arte de magia. Todo un parto es un ejemplo de lo que uno de los representantes de la nueva comedia americana nos puede brindar: políticamente incorrecta, con un humor exagerado al extremo y con figuras fuertes en los roles protagónicos. Su mayor problema es que es una vil copia de un clásico de la comedia blanca y que, a pesar de que es una película entretenida, sólo apunta al público más eufórico y menos reservado.
Cómo destruir una película en 15 minutos Cómo destruir una película en 15 minutos Seamos francos, no es que antes de esos últimos quince minutos The losers -basada en un comic de DC con el mismo nombre- sea una película de acción inolvidable, un clásico del género, con escenas y diálogos que nos quedarán en la memoria por años. La verdad, no está ni cerca de eso, pero se podría decir que antes de esas fatídicas tomas finales, The losers era una película de acción con toques humorísticos mediánamente decente y que -y esto es lo más destacable de la mayoría de su metraje- no se iba por las ramas en las escenas de acción. The losers cuenta la historia de un equipo de soldados que es traicionado y quiere venganza. Para llevarla a cabo se sumará a la historia una mujer atractiva -la ascendente Zoe Saldana- que necesita de un equipo de soldados para... ejecutar su propia venganza contra el mismo enemigo. Este malvadísimo sujeto, un villano más malo que el demonio pero con un ridículo sentido del humor que le hace decir chistes sin parar -interpretado por Jason Patric con tanta mala puntería como la que tuvo el guionista al que se le ocurrió un papel tan grotesco- tiene el loco plan de comprar unas superbombas nucleares a unos árabes inocentones que creen estar haciendo negocios. De más está decir que el guión está lejos de ser una maravilla. Los personajes son clásicos: el jefe, su mano derecha, el payaso, el esforzado que se preocupa por su familia y el latino callado que sólo hace su trabajo conforman el grupo de guerreros de elite sin miedo a nada. Se destaca la labor de Chris Evans (Los cuatro fantásticos) como el bufón del equipo, un comodín, experto en computación pero también capaz de saltar techos y disfrazarse para meterse en lugares restringidos. Su personaje es quizás tan ridículo como la mayoría de la película, pero de alguna manera Evans logra sacarle el jugo a su papel y hacer reír con sus ocurrencias. Lo bueno de The losers es que no se toma a sí misma demasiado en serio. La mayoría de los personajes están construídos sobre una base cómica, muchos diálogos están orientados hacia el humor dentro del metraje, lo que genera que el espectador se relaje y no sea tan exigente con lo que la historia les va presentando. A pesar de todo esto, los hechos relatados -en especial las escenas de acción- mantienen hasta muy cerca del climax una cierta verosimilitud (la pérdida de credibilidad va in crescendo desde un comienzo bastante normal a un final intragable), un aura mínimamente creíble si nos esforzamos un poco y nos atenemos a que se trata de una película de acción moderna. Es difícil recordar películas de acción de los últimos años en donde el espectador no se quede con una sonrisa socarrona mirando las escenas de tiros y no diga "dejate de joder". Es cierto, nuestro equipo secuestra un camión blindado con un helicóptero y se lanza a un ataque sorpresa contra todo un ejército, pero son audacias que resultan mínimamente soportables dentro de lo esperable. Otra escena en donde el personaje de Evans mantiene a tres hombres armados amenazados con sus dedos en forma de pistola engancha más por el costado cómico -y la ocurrencia de la resolución del problema- de lo que molesta por su falta de correspondencia con el mundo real. Quien se lleva un poco de crédito por el filme termina siendo el director, que pese a ser el responsable de todo el producto, le imprime al metraje un estilo, un sello característico (muy a lo Guy Ritchie, con cámaras lentas y montajes rítmicos modernos) . En ese sentido, el poco rutilante Sylvain White sale bastante bien parado. En definitiva, The losers es una película de acción bastante tontuela -como esos amigotes pesados que se la pasan haciendo chistes hasta cuando el momento no lo amerita-, con algún que otro artificio visual atractivo (aunque también descarrila en ese sentido en algunas escenas) y con una historia a la que no hace falta prestarle demasiada atención para seguir. Su final nos invita a creer que habrá una continuación, aunque su floja performance en la taquilla norteamericana nos hace dudar de esta posibilidad.