Vaca-yendo... Creo que todos los que vean esta película van a coincidir en que Un cuento chino es una historia pequeña. Algunos dirán que de tan pequeña no tiene argumento válido como para hacerla durar una hora y media. Otros comprenderán que hay veces que menos es más. Un cuento chino se resume del siguiente modo: Roberto De Césare es un ferretero malhumorado y solitario que se ve obligado a alojar a un chino que se le aparece sorpresivamente y no tiene a nadie a quien acudir. Como el extranjero no habla castellano, ni el ferretero habla chino, la "relación" se torna compleja. El segundo largometraje de Sebastián Borenzstein -que había debutado con la interesante La suerte está echada- ya es hoy un éxito de taquilla: la película más vista de las últimas semanas con más de 500.000 espectadores. Es muy probable que mucho tenga que ver con el protagonista, Ricardo Darín, sin dudas el actor más importante del cine nacional. También su oportunísimo estreno en un fin de semana largo que llevó a una cantidad inusual de gente a las salas. Pero sin dudas que el boca a boca generado por esos espectadores que la vieron ha sumado mucho a la performance de la película desde su estreno. Porque modesta y chiquita como es, Un cuento chino es una película muy amable, muy simple, muy entretenida. Es sencilla, de fácil lectura, con actuaciones muy confiables y con buenos momentos cómicos a pesar de que no genera carcajadas. En definitiva, lo que logra la dupla Borenzstein-Darín es una película para todo el mundo, que no será absolutamente adorada, aunque dejará en la mayoría un buen sabor de boca. Roberto (Darín) es el eje principal de la película y, como de costumbre, se la come cruda. Su ferretero ortiva, casi antiguo, está muy bien construido y aún mejor logrado por esta gran estrella que es Ricardo Darín. Cada gesto, cada puteada, cada silencio está puesto en el lugar correcto por el actor fetiche de Campanella, que demuestra una vez más lo grande que es. A su lado, Muriel Santa Ana -la protagonista de Ciega a citas, la novela sensación del año pasado por Canal 7- cumple con creces su pequeño co-protagónico. Sin embargo, es el increíble Ignacio Huang -elegido en un casting-, el chino del cuento, que sin hablar una sola palabra de castellano en todo el filme logra transmitir a toda la audiencia el sufrimiento por el que tiene que atravesar. Borenzstein también remarcó la labor de Huang para orientar el guión en ciertos momentos en los que la verosimilitud parecía perderse: "un chino no haría eso", "no sería natural que un chino diga una cosa así", indicaba Huang durante el rodaje y obligaba a algunos retoques en la historia. Cuesta pensarlo, pero se podría decir que los protagonistas de este filme lograron una muy buena química en pantalla pese a no cruzar ninguna palabra en el mismo idioma. Sin dudas, un acierto del director. No por ser pequeña la historia se puede hablar de un intento fallido. Si por momentos redunda en las mismas situaciones -la imposibilidad de comunicarse entre Roberto y Jun, la insistencia de Mari por conquistarlo o las puteadas constantes de Roberto, casi ante cualquier tontería que lo moleste- es porque logra, con una buena construcción de sus personajes, sostener esas repeticiones que son precisamente la historia coherente por la cual ellos deben atravesar. Mari persigue a Roberto porque lo quiere de verdad y no cree poder encontrar en otra persona lo que él le puede brindar. Él, por su parte, es un hombre amargado y solitario, demasiado temeroso para animarse al amor. Todo su mal humor tendrá un justificativo -quizás algo rebuscado, eso sí- sobre el final, pero no deja de ser parte de la forma en que los escritores decidieron describir a su protagonista. En cuanto a las conversaciones truncas entre Jun y Roberto, tienen que ver con lo que cuenta la historia, dos personas que no conocen el idioma del otro y el destino los hace convivir, y que en cada situación logran aportarle un toque de gracia que hace salir airosa a la escena y para nada repetitiva. La pequeña gran película argentina del año, la más parecida a Magnolia, de Paul Thomas Anderson, el primer éxito nacional de taquilla, con un Darín notable como siempre y con una historia breve y sencilla, con mucho sentido del humor. Vale la pena verla.
Función doble: hagamos sufrir al espectador Iñárritu y Aronofsky no se parecen, ya lo hemos dicho. El cine del mexicano -este último filme en particular- podría acercarse bastante, eso sí, a los últimos dos largometrajes de nuestro querido Pablo Trapero, en donde nos metíamos de lleno en mundos desconocidos, oscuros, horribles y sufríamos con sus personajes tanto como ellos. Algo muy parecido sentimos con Biutiful, en donde el director nos instala en un mundo extraño, sucio, desprolijo, ajado, perdido y triste, muy triste. Este mundo es el que tiene a Uxbal (Javier Bardem) como protagonista, un hombre que se gana la vida como puede: ser un vidente que escucha a los muertos para que tengan un mejor pasaje al otro mundo y organizar una red de venta de artículos truchos en la calle son dos de sus tareas de cada día. Se podría decir que Biutiful es una película que denuncia un mundo injusto lleno de miserias, corrupción y gente espantosa. Sin dudas que es así, pero quizás la forma de encarar esta propuesta por parte del director sea un tanto excesiva, rayana al sadismo. Es cierto, el mundo está podrido en muchos sentidos. Muchos de ellos son abarcados por este filme: la corrupción policial, la trata, la pobreza, la miseria, la tristeza, la enfermedad y la muerte son como lineas ordenadoras de este filme, lo van atravesando constantemente y no lo abandonan nunca. Y no está mal que una película hable de todas estas cosas, claro que no. Pero cuando las situaciones por las que atraviesa un personaje -con el cual logramos emparentarnos fácilmente, porque quizás no hace las cosas bien, pero lo intenta: Uxbal es, sin dudas, un buen hombre- no son otra cosa que capas y capas de mierda para llegar a caer en más mierda, más olorosa, más espesa, más horrible que la anterior sin que el director nos permita un respiro, una disgresión, un paréntesis, un hueco momentáneo para respirar, el espectador no tiene otra opción que asfixiarse, atrapado en un guión que no propone salidas. Y lo peor que tiene Biutiful es que en esta batería desbocada de situaciones torturantes por las que hace pasar a sus personajes son tristes, son dolorosas, son absolutamente deprimentes, pero tan extenuantes son que no llegan a ser conmovedoras. Uno como espectador llega a un punto tal de agotamiento que prefiere apartarse un poco, cerrarse, defenderse ante tanta miseria y la emoción queda de lado. Mientras que Aronofsky nos gritaba en el oído y nos refregaba imágenes perturbadoras, Iñárritu propone un camino más solemne, una música oportuna -a este punto, clásica de Santaolalla- y sin dudas un abanico de temáticas más serias y formales, pero eso no le impide ser ridículamente explícito al sumergirse en la tan mentada miseria que aparece en cada rincón del relato. Y si alguien cree que no, puede recordar al bebé muerto, la paloma caminando sobre el indigente o a Uxbal en pañales para recordar lo que es un golpe bajo. Y eso sin entrar en detalles sobre el amague que nos hace el guión sobre el final... El realizador mexicano y su director de fotografía Rodrigo Prieto -quien lo acompañó a lo largo de toda su filmografía- hacen un trabajo fenomenal para componer imágenes que inspiran tristeza, mugre y depresión, incluso en la bella ciudad de Barcelona. No sólo la gente anda cabizbaja, enferma, sucia; no es sólo Uxmal es que despide orina de color oscuro y vómito o su mujer la que escupe nicotina: la ciudad exhala humos espesos por sus chimeneas, el cementerio y el mar devuelven cadáveres, y así sigue la lista. Se ha dicho que Biutiful es la mejor película de González Iñárritu. Déjenme opinar lo contrario. Si bien toda su trilogía de películas corales (Amores perros, 21 gramos, Babel) tenía su costado depresivo e inevitable, su nueva historia va mucho más allá y, a pesar de que por primera vez abandona las historias cruzadas y los relatos no lineales, estas estructuras terminan por extrañarse porque le daban al guión una sorpresa, un interés que aquí no termina de crecer. Es cierto que Bardem vuelve a descollar con una performance brillante y también es cierto que está rodeado de un elenco estupendo, encabezado por una fenomenal Maricel Álvarez. A esta altura, a nadie le sorprende una actuación genial de la figura española, pero la actriz argentina es toda una revelación: su interpretación de una mujer bipolar que no puede hacer las cosas bien es demoledora. Hay un muy buen trabajo de montaje de sonido, en especial sobre el final, en donde la banda de sonido toma mayor presencia. En una película con mucha participación argentina (el guión está coescrito por dos argentinos: Armando Bo y Nicolás Giacobone, además de Iñárritu, y la ya nombrada presencia de Álvarez y Santaolalla), la música diegética también tiene un toque argento, con canciones que nos suenan muy familiares como "Me volvió loco tu forma de ser" y "Ritmo de la noche". En conclusión, Biutiful es una película que quiere mostrar los costados más oscuros que una vida puede tener y lo hace sin sutilezas, delicadezas ni metáforas porque su director prefiere regodearse morbosamente en la miseria que pretende exhibir. No es que sea una mala historia, es sólo que pareciera buscar gratuitamente el sufrimiento del espectador. Y lo peor es que lo logra.
Función doble: hagamos sufrir al espectador Esta nueva función doble tiene como sentido poner en consideración a dos películas que comparten un sentimiento que para las audiencias ha sido casi unánime: el espectador sufrió al verlas. Aronofsky e Iñárritu no se parecen demasiado, pero en estos dos filmes logran -cada uno a su forma- poner al espectador en una picadora de carne emocional. Ambos utilizan un enorme despliegue de golpes de efecto, pero mientras que en El cisne negro la intensidad emotiva, más de tono psicológico y perturbadora desde lo visual, resulta un viaje duro, peligroso, pero divertido y hasta conmovedor, en Biutiful, González Iñárritu propone que nos sumerjamos con los personajes en lo más profundo de sus vidas miserables, haciendo que el viaje sea un suplicio insalvable. Miren si será rara la vida, que si nos fijamos sólo en la estructura del guión, Biutiful termina siendo más sólida, pero ante el producto completo me quedo con El cisne... Bienvenidos a una experiencia cinematográfica perturbadora. Hay mucho por decir, debatir y discutir sobre El cisne negro, pero lo unánime entre los que hayan atravesado la prueba de ver la última de Darren Aronofsky es que hace transitar al espectador por momentos de tensión notables. Y les adelanto desde temprano que eso es lo mejor que tiene el filme. El cisne negro cuenta la historia de Nina, una tímida y esforzada bailarina de ballet que lucha por conseguir un papel protagónico en alguna obra, luego de años de buen trabajo y dedicación. Las oportunidades se abren cuando la experimentada figura del elenco es pasada a retiro forzoso y se avecinan los ensayos para la tradicional obra "El lago de los cisnes". Pero no todo será tan sencillo, puesto que el director la encuentra demasiado correcta y poco pasional como para estar a la altura del personaje principal y la aparición sorpresiva de una compañera nueva (el personaje de Mila Kunis), fresca, despreocupada y enigmática, generará una tácita competencia que no le saldrá barata. El nuevo film de Aronofsky (responsable de una interesante filmografía que incluye Requiem para un sueño, Pi, El luchador, entre otras) acierta en la descripción de un mundillo hipercompetitivo como el del ballet, en donde nadie regala nada y las sonrisas son de cartón. Pero más que nada acierta cuando compone un mundo paralelo, surreal, paranoico y por demás terrorífico. Aronofsky lo compone con una predominancia de las tonalidades oscuras, con -quizás excesivos- juegos de espejos, con planos cercanos, cámaras en mano y ritmo vertiginoso, y con una profusión de imágenes perturbadoras y música ominosa a alto volumen. Un cocktail efectista, sí, pero también efectivo, para lograr incomodar al espectador y generarle una inusitada tensión. Un efecto de montaña rusa en donde disfrutamos del miedo y el stress, que por sí solo vale la entrada al cine. Hay otros condimentos que hacen de El cisne negro una interesante propuesta: el elenco está a la altura de las circunstancias, con unos tremendos Vincent Cassel y Barbara Hershey (profesor y madre de la protagonista, claves en la configuración psicológica de Nina), una gran Wynona Rider (su papel es menor, pero su intensidad es alarmante), una enigmática y oscura Mila Kunis, y un estupendo trabajo de Natalie Portman, en el papel de su vida, que se hace responsable de toda la carga emocional con la que debe lidiar Nina y que le pone el cuerpo (más literalmente de lo que solemos utilizar la frase) a su bailarina de forma notable. Nina baila, salta, gira, se transforma, llora, grita, escapa, se asusta, se emborracha, explora su lado oscuro, se violenta y todos los ojos -y en especial la cámara, que se le pone encima casi obsesivamente- se posan en ella. El guión de Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin (tres debutantes) funciona muy bien en la construcción del personaje principal, sus presiones y sus consecuencias, se hace bastante evidente en la metáfora de los cisnes y los personajes, y mantiene en vilo al espectador en el entramado de los dos mundos de Nina, aunque en ese juego entre lo real y lo irreal, quizá peca de excesivo al forzar demasiado los límites del verosímil sobre el final del relato. Y para muchos será imperdonable. El cisne negro es una buena película si se la toma como lo que es y no se le buscan pretensiones de cine arte que algunos críticos quisieron encontrar no sé con qué fundamento. Es un thriller psicológico bien construido, que propone momentos de tensión estupendos mediante golpes de efecto válidos y utilizados a la perfección. Aronofsky no está buscando la sutileza, eso está claro: el filme nos grita y nos pone nerviosos. Tanto como la bajada vertiginosa de una montaña rusa. Claro que no a todos les gustan los parques de diversiones.
A cada rey su corona Tom Hopper no es un nombre muy conocido dentro del mundo del cine. Al menos no lo era cuando estrenó su ópera prima The damned united, la historia del polémico entrenador de fútbol Brian Clough, interpretado por Michael Sheen (Frost/Nixon) que sólo duró 44 tumultuosos días en su cargo. En su segundo filme Hopper logra destacarse no solamente por un relato interesante -de superación personal, mezclada con historia, un clásico candidato a distintos premios- sino que logra imprimirle a la dirección un pulso narrativo y estilistico con el que deja una marca. El discurso del rey cuenta la historia del rey Jorge IV, que tuvo que afrontar grandes dificultades en su vida política por culpa de una muy notoria afección del habla: su tartamudez. Jorge le hace caso a sus laureados doctores y trata de hablar con pelotas en la boca, pero no soporta las humillaciones y los fracasos y abandona todas las terapias que comienza. Pero su carrera política en ascenso lo hacen volver a intentar cuando parece claro que el rey Jorge V no va a vivir mucho más y que su hermano Eduardo es demasiado díscolo como para hacerse cargo de esa responsabilidad. Entonces debe acudir a Lionel Logue (Geoffrey Rush), un estrafalario terapeuta que se encargará de tratar su afección. La historia avanza de manera lineal, con algunos saltos temporales de varios años, que comienzan cuando Jorge aún era duque y tiene que enfrentarse por primera vez ante un micrófono para dar un discurso y su tartamudez se lo impide. Hopper es inteligente para crear los planos, especialmente en los actos públicos de Jorge, en donde los micrófonos y el auditorio aparecen gigantescos ante la pequeñez del futuro rey. La dirección también se destaca en la composición de los planos construidos por el realizador durante los primeros encuentros entre Lionel y Jorge. La incomodidad del mandatario se traslada a la pantalla, a los extraños encuadres, totalmente descentrados, con aire en los lugares equivocados y con lentes de amplitud en momentos en donde el espectador esperaría una perspectiva más normal. Sólo con lo dicho, sería justo que Hopper ganase el Oscar a mejor director. Otro punto destacado de El discurso del rey es el guión, en especial en la construcción de las escenas en donde se producen los encuentros entre el futuro rey y su terapeuta. Se trata de sesiones realmente imperdibles: Logue está convencido de que la única manera de que el tratamiento funcione es que ambos se traten como iguales, por lo que el contrapunto se hace presente todo el tiempo y los momentos cómicos afloran. Además de un buen drama histórico -con sus licencias, claro está, puesto que el rey no parece tener demasiados defectos más que su terquedad-, El discurso del rey es una película muy entretenida y con mucha comicidad. Por último, vale la pena señalar las estupendas actuaciones de Colin Firth y Geoffrey Rush, muy bien acompañados por un elenco secundario muy bueno, comandado por Helena Bonham Carter, que demuestra que también puede hacer buenos papeles sin máscaras o maquillaje. Lo de Firth es fenomenal, porque logra transmitir la pesada carga con la que tiene que vivir, la impotencia de no poder superar sus problemas y la angustia de saber que el momento de ser rey se acerca y que él no estará en condiciones de hacerse cargo. Rush, por su parte, vuelve a sobresalir en un papel histriónico, exagerado, bastante grotesco, y a esta altura queda claro que son los que mejor le caen. El discurso del rey es una gran película, una sentida historia, filmada con una pericia y una personalidad notables por este promisorio director inglés llamado Tom Hopper, con un gran elenco y unas actuaciones protagónicas geniales. Solo se le puede criticar un poco de benevolencia para con su personaje principal y alguna toma de más justo antes de los créditos finales que ensucia con una busqueda de emotividad innecesaria una película por demás agradable.
Todo en orden en el viejo oeste Los hermanos Coen ya se habían acercado al western en esa enorme película llamada Sin lugar para los débiles, cuando contaban las peripecias de un cowboy que encontraba un par de millones perdidos en el desierto. En este caso, con Temple de acero, se meten de lleno en el género para rehacer una película de igual nombre estrenada en 1969 que también estuvo ligada a los Oscar, ya que su protagonista, John Wayne, se llevó la estatuilla por su papel de Rooster Cogburn. Los Coen no hicieron una remake tradicional del filme -a pesar de que es la misma historia con el mismo nombre- sino que reelaboraron el guión basado también en la misma novela de Charles Portis (True grit, 1968). En este caso, los papeles principales están a cargo de un fenomenal Jeff Bridges como Rooster, una brillante Hailee Steinfeld -nominada al Oscar a mejor actriz protagónica y que hace, dicho sea de paso, su debut en la pantalla grande con este rol- y un cumplidor y eficaz Matt Damon en el papel de LaBoeuf. Temple de acero cuenta la historia de Mattie Ross, una jovencita de 14 años que sufre el asesinato de su padre a manos de un miserable asesino y decide contratar a un sheriff para buscar al culpable. Claro que Rooster no es un alguacil cualquiera: para resumirlo en dos palabras, es de esos que primero disparan y después preguntan. Pero Mattie también es una adolescente muy singular y por eso se encargará ella misma de conseguir no sólo al cazador sino también los caballos que harán falta para seguir el rastro del asesino, negociando como una fiera con un comerciante del pueblo -en una escena de las mejores del filme, que no sólo pinta de una vez la personalidad de la chica sino que entretiene con diálogos muy ocurrentes-. LaBoeuf, por su parte, es un Texas Ranger (algo así como un alguacil pero de otro estado) que busca al mismo asesino por otros crímenes más importantes y querrá atraparlo también para llevarse los laureles. Seguramente que lo mejor que tiene Temple de acero es la construcción de los personajes y lo más flojo es la resolución de las situaciones dramáticas. Todo lo bueno que hacen los Coen para describir en acciones a sus protagonistas lo descuidan a la hora de rematar las curvas narrativas y las situaciones de tensión. Pareciera que los Coen hacen hoy un cine de antaño y resuelven las peripecias de los personajes a la manera antigua, como en los viejos westerns. Pim, pam, pum. Se acabó. El guión se destaca también con sus diálogos -nuevamente, una victoria compartida con la construcción de los personajes que hacen creíble que digan las cosas que dicen-, en donde nos regalan constantemente ocurrencias y pequeños gags que hacen a la historia más verosímil y llevadera. Las actuaciones son muy buenas, de eso no caben dudas. El Rooster Cogburn de Bridges será un personaje emblemático del cine actual, así como lo es su Dude de El gran Lebowski. Este experimentado actor, ganador del Oscar protagónico el año pasado por su papel en Loco corazón, le imprime a su personaje toda la suciedad, la necedad, la fanfarronería, la indiferencia y, finalmente, la humanidad que le hace falta a cualquier héroe imperfecto para hacerlo atractivo. Lo más sorprendente de Hailee Steinfeld es que no había trabajado antes en cine y fue elegida en un casting. Interpreta a una niña de 14 años y realmente tiene 14 años, por lo que podríamos augurarle una carrera promisoria. La eficacia de Matt Damon a esta altura es insoslayable. No es un actor que me emocione, sus gestos me aburren bastante desde En busca del destino en adelante, pero lo cierto es que haga el papel que haga, siempre cumple. Y este caso no es la excepción: su LaBoeuf termina convirtiéndose en un personaje muy entretenido. Completan en elenco estelar Josh Brolin y Barry Pepper (Milagros inesperados), pero al contrario de los protagonistas, estos antagonistas no están tan desarrollados, por lo que sus actuaciones no brillan demasiado. Hay algo extraño con Temple de acero. Es una buena película, producida de forma excelente, con un guión bastante bien ensamblado -exceptuando los puntos que critiqué anteriormente-, con actores que se destacan y con algunas escenas memorables -las de la cabaña más que nada-. Una buena historia, bien contada, pero que, sin embargo, carece del plus emocional que nos enamora.
El viejo Clint. Ese es el apodo cariñoso que se ha ganado el señor Clint Eastwood en este blog, a fuerza de historias clásicas, sensibles y poderosas que lo han puesto -no sólo en este humilde sitio sino en el mundo- entre los mejores realizadores que trabajan actualmente. Si repasamos algunas de las obras de este genial autor norteamericano nos encontramos con tantos clásicos que nos da escalofríos: tan solo en las últimas dos décadas, Eastwood nos deleitó con nombres como Los imperdonables, Un mundo perfecto, Los puentes de Madison, Río místico, Million dollar baby, El sustituto o Gran Torino. Cualquier director del montón se alegraría de tener al menos uno de esos nombres en su filmografía. Si bien hay muchos dramas dentro de los filmes que dirigió, esta vez Eastwood se mete en un terreno bastante poco explorado: Más allá de la vida es una película que, tal como lo indica su título, relata historias que tienen que ver con la muerte y con lo que hay más allá. Matt Damon interpreta -con su habitual solvencia, a pesar de que su gesto adusto y tristón aburra un poco- a George Lonegan, un obrero que tiene la capacidad de comunicarse con el más allá, aunque ya no se dedica a eso y se resiste a utilizar sus "poderes". Mientras tanto, Marie (Cecile de France) es una periodista que casi muere luego de que un tsunami arrase la ciudad en la que vacaciona y es resucitada a último momento. Por su parte, los hermanos mellizos Frankie y George McLaren interpretan a dos hermanitos que tienen que lidiar con su madre adicta y que cerrarán el triángulo coral que propone el argumento. La dirección de Clint se hace más notoria que otras veces cuando admiramos la escena inicial en la que el tsunami arrastra a Marie y a todo lo que encuentra a su paso en una ciudad paradisiaca. También se nota su mano en las convincentes actuaciones -esta vez el elenco no tiene fallas, no como algunos de los personajes de Gran Torino-, en la cadencia de la acción, en la intensidad dramática de algunas escenas y en la insistencia sobre algunas temáticas que se repiten a lo largo de sus filmes -la familia vista de modo interesado y el tema del abuso infantil vuelven a rondar el relato, aunque bastante más como condimento que como tópico-. El guión es de Peter Morgan, el mismo de La reina y Frost/Nixon, que también había colaborado en los guiones de El último rey de Escocia y El nuevo entrenador (la anterior película del director Tom Hooper, responsable de El discurso del rey). Eastwood y Morgan nos ofrecen una historia coral cuyos protagonista deben cruzarse y tardan mucho en hacerlo, con una cadencia "a la francesa" (no por nada gran parte del metraje transcurre en Francia) y en la que el hilo conductor es el mundo del más allá, pero todo transcurre en el más acá. El filme tiene momentos muy buenos desde lo narrativo -los segmentos en los que participan Damon y la bellísima Bryce Dallas Howard realmente inspiran el amor de una pareja naciente-, desde lo dramático -la escena del accidente automovilístico, aunque predecible, está bien lograda- y desde lo visual -la ya mencionada escena del tsunami-, sin embargo -y aunque es por todos sabido que la película apunta a que los tres personajes principales se reúnan- no está nunca demasiado claro a dónde se está yendo con la narración. En definitiva, estamos ante la misma cuestión que abordamos con Woody Allen y es por eso que comparten esta reseña: no es la mejor película de Eastwood, no se trata de un filme con escenas memorables ni una historia que nos atrapará para no soltarnos, como sucedía con muchas de sus últimas historias. Sin embargo, la solvencia de este gran director de 80 años hace que hasta su película más extraña y menos atractiva sea una película interesante y digna de verse. Certificado de calidad, que le dicen.
Cuando vemos películas de directores que no sólo poseen una larga trayectoria, sino que han logrado con sus filmes hacernos pasar momentos memorables en las salas, es muy difícil ponernos en una nueva situación de espectadores y no tener expectativas altas. En definitiva, es como todo: uno no va a su pizzería preferida a comer una calabresa que esté más o menos buena; espera la mejor, la que nos hizo pensar que esa y no otra era nuestra predilecta. Me dirán: "Hacer una pizza y hacer una película no son la misma cosa" y tendrán razón. Pero cada vez que uno se sienta en una sala de cine a ver una película de Woody Allen, espera que nos haga descostillar de la risa como Todo lo que siempre quiso saber sobre sexo..., o que nos mantenga en vilo como Crímenes y pecados, por sólo poner dos ejemplos. Y si no es así, esperamos que el viejo Woody nos brinde una obra decente, que se pueda disfrutar. Algo así como un certificado de calidad. Para la desgracia de los detractores de este experimentado director, me temo que -tal como lo logra Eastwood en su extraña Más allá de la vida- lo logra. ¿Qué quiero decir con esa larga introducción? Que si bien Conocerás al hombre de tus sueños no es una película deslumbrante, que se nos grabará en la memoria durante décadas y memorizaremos con orgullo sus diálogos, es una buena película, agradable, interesante y muy bien interpretada por un elenco de lujo. Está claro que no estamos ante la mejor película de Allen, pero tampoco es cierto que sea un fiasco y lo peor que haya hecho en años, como dicen muchos. Y si en verdad fuera lo peor que hizo en años, realmente Woody se merece una felicitación porque hasta cuando hace las cosas mal le salen bien. Conocerás al hombre de tus sueños es un relato coral que comienza contando el divorcio de Helena y Alfie (Gemma Jones y Anthony Hopkins) cuando a este le agarra una crisis a partir de la cual decide que aún es joven y sale en busca de una noviecita a la cual le doble la edad. Mientras tanto, su hija Sally (una convincente Naomi Watts) atraviesa también una crisis matrimonial cuando ve que su relación con su marido Roy (Josh Brolin) está estancada, su situación económica se ve complicada y ambos comienzan a sentirse atraídos por terceros (los personajes de Antonio Banderas y Freida Pinto, respectivamente). Y el certificado de calidad que le pedimos a Allen todos los que disfrutamos de su cine aquí se da principalmente en una sobria dirección -con la inclusión de algunos planos secuencia para darle otro sabor a las discusiones de los personajes-, una bella musicalización -casi siempre fondo más que figura- y un elenco que brilla por luz propia, pero que además tiene a un buen realizador detrás para mejorar sus performances. El guión no tiene ni la chispa ni la intensidad de otras obras de este autor neoyorquino, pero tampoco tiene baches ni es tedioso. La historia avanza sobriamente, con naturalidad, sin sobresaltos y siempre con un tono de comedia que nos mantiene una sonrisa -los momentos hilarantes corren por cuenta del personaje de Lucy Punch, la joven novia de Alfie-, pero también jugando y alternando con situaciones trágicas. Como se ha dicho, quizá no es la mejor historia de Allen, pero cualquier cineasta del montón quisiera tener un guión tan hermético como este sobre su escritorio. Sobre el final, pareciera que algunas historias podrían haberse cerrado de otro modo, pero Woody prefiere dejar algunas clausuras narrativas libradas al azar. Conocerás al hombre de tus sueños no será la película más memorable de la filmografía de Allen, pero nos permite pasar un buen momento, disfrutar de diálogos interesantes, creíbles y por momentos intensos y sufrir con los personajes cuando se enfrentan ante la peripecia (en el sentido más tradicional y aristotélico). Si existiera un certificado de calidad en el cine, todas las películas de Allen lo tendrían.
Fresca y variada como una ensalada Luego de una seguidilla de películas con tono épico, el experimentado director Edward Zwick (El último samurai, Desafío, Diamante de sangre) nos brinda una fresca comedia dramático-romántica -permítanme el término-, llena de caras bonitas, cuerpos esculturales, amor sin ataduras y muchas otras cosas más que se van acoplando al argumento de manera más o menos adecuada, según a cuál de ellas nos refiramos. La historia comienza mostrándonos la vida de Jamie Randall (el carilindo número 1, Jake Gyllenhaal), un gigolo que es expulsado abruptamente de su trabajo de vendedor de electrodomésticos y comienza una nueva vida como visitador médico, con el difícil trabajo de vender una droga que compite con el popular Prozac (cabe mencionar que la película transcurre en el año 1996). Bastante tarde en el metraje aparece Maggie Murdock, (carilinda numero 2, Anne Hathaway), una joven que padece de mal de parkinson a pesar de su corta edad. Desde el primer vistazo, Jamie se percata de que no podrá vivir consigo mismo si no seduce a Maggie. El romance comienza, con la particularidad de que ambos deciden tener una relación sin ataduras, pero el amor se avecinará y les traerá muchos problemas. Como se puede ver con sólo leer la sinopsis, la trama nos brinda gran cantidad de hilos a seguir y el metraje los va tratando de manera escalonada, comenzando una temática para abandonar la anterior sin volverla a retomar. Es así como el espectador puede disfrutar de conocer los pormenores de la venta de drogas legales y entretenerse con las ocurrencias de Jamie para vencer a sus contrincantes, para luego pasar a enredarse en los entretelones de una pareja que quiere atenerse sólo a lo sexual sin involucrarse a nivel personal pero no puede, y de allí a la desgracia de saber algo más sobre el día a día de una persona con una enfermedad neurológica y, por qué no, conocer al hermano de Jamie -que más bien parece el hermano de Jonah Hill en Supercool o cualquiera de sus películas-, en lo que vendría a ser un manotazo al volante para llevar la película hacia la "nueva comedia americana" (si es que tal cosa existe), más osada y chabacana que otra cosa. Queda claro que dependerá a fin de cuentas de la tolerancia del espectador ante tanta voltereta argumental si la película pasa la prueba del sabor o no. Pero así como los contenidos del guión se van mezclando en la trama como dentro de una licuadora, es cierto que los personajes dentro del filme se mueven con una frescura admirable: la química entre la pareja protagónica funciona tan bien que terminan por importarnos sus historias, ya sea que se trate del progreso en la relación entre los personajes principales, o de la enfermedad que la aqueja a ella o de los problemas que esta le trae a él. El filme también cuenta con grandes participaciones en los papeles secundarios, como Oliver Platt y Hank Azaria (que hace las voces de varios personajes de Los Simpsons en su versión original, pero que quizás recuerden como el instructor de buceo con acento francés de Mi novia Polly) o el ya mencionado hermano de Jamie, interpretado con el grado de patetismo necesario por Josh Gad (Un rockero de locura). De amor y otras adicciones es una comedia de amor con toques de drama, mucha desnudez, algunos gags trillados, otros mejores y una batería de hilos argumentales que se van intercalando sin demasiado equilibrio, pero que está interpretada de manera decente por su elenco, en especial su pareja protagónica: dos bellos seres humanos bien dispuestos a exhibirse en pantalla y que, en definitiva, logran que su historia nos importe, al menos un poquito. Una comedia fresca, con muchos altibajos, pero que puede llegar a atraer a cualquiera por la variedad de elementos que ofrece.
"A donde vamos no necesitamos caminos..." Homenaje a la movida cinematográfica del siglo: Volver al futuro. Por si algún cinéfilo aún no se enteró, Volver al futuro, la película de Robert Zemeckis del año 1985, fue reestrenada en unos 30 cines argentinos, en horarios especiales gracias a la idea y el laburo del empeñoso Sir Chandler, responsable de la página de cine más visitada del país Cinesargentinos.com. Don Chandler se enteró que el filme había sido reestrenado en Estados Unidos para conmemorar los 25 años de el estreno oficial en el país del norte y se preguntó si la movida no podría extenderse hasta estos lares. Como ninguna productora se animaba a hacerse responsable de traer las copias al país por miedo a que fuera un fracaso comercial, Chandler se preguntó si no podía ser él quien se hiciera cargo y distribuyera las copias a los cines del país. Por medio de su página y las redes sociales se había armado un grupo interesante de gente (unas 5 mil personas) que "estarían" interesadas en volver a ver la película en formato digital en los cines. Lo primero que logró fue conseguir las copias en digital y luego arreglar con las salas para que pusieran la película en algún horario (la mayoría fueron muy temprano a la mañana o en horarios de trasnoche, porque las salas ya tenían acordados los horarios principales con las películas del circuito comercial que se estrenaban en esa semana). Así fue como el jueves pasado (13 de enero) Volver al futuro se estrenó en unas 30 pantallas alrededor del país. El propio Chandler se tomó el trabajo de ir cine por cine con la copia de la película y los posters correspondientes. Salió en muchos medios a nivel nacional: Clarín y La razón le dieron espacio en sus páginas, también apareció una nota en el noticiero Telenoche de canal 13. En ella, el protagonista de esta historia dijo sin vergüenza: "Si van 5.000 personas, salvo el auto". Ayer, lunes 17 de enero, Ultracine informó que Volver al futuro había sido vista por 24.500 personas en esos cuatro días de proyección y con solo (como mucho) dos horarios por sala. Hoy se informó que el reestreno estará disponible para los fanáticos durante una semana más. Un golazo. Todos los fanáticos del cine que como yo pudimos disfrutar de ver Volver al futuro digitalizada y con subtítulos en el cine no podemos más que alegrarnos por Chandler y estarle enormemente agradecidos por la valentía de haberse animado a lo que las grandes empresas de distribución no se arriesgaron. Desde aquí, mi felicitación sentida para este héroe de los cinéfilos que se tuvo lo que hay que tener y logró cumplir su sueño y el de muchos de nosotros. Ver una película como Volver al futuro es maravilloso, por algo es un clásico inoxidable (como lo demuestra este exitoso reestreno). La historia de Marty McFly, un adolescente algo revoltoso que viaja al pasado por accidente y sin querer enamora a su propia madre no solo es un relato de aventuras que contaba con grandes efectos especiales y mucha emoción, sino que también es un cuento muy entretenido y muy divertido de ver. Y verla en formato digital, con una calidad de imagen envidiable e imposible en su momento, le agrega muchísimo al visionado. Al tratarse del reestreno de un clásico, es evidente la abrumadora mayoría de la gente que asistió a los cines ya conoce la película, en muchos casos, al dedillo. Es sorprendente lo que cuenta el propio Chandler y lo que yo mismo he podido evidenciar en la sala: el silencio del público durante la proyección es arrollador y emocionante. Y todos los espectadores que concurren a este reestreno salen con una sonrisa eterna; realmente no me puedo acordar de cuál fue la última película que me hizo sentir así. Ya que esta no es tanto una reseña de la película sino del reestreno en sí, no voy a ahondar en detalles del argumento, pero sí quiero destacar que no recordaba que la película fuera tan cómica y tuviera tantas situaciones al límite. Revivirla me hizo despertar mi espíritu crítico para con la serie de sucesos espectaculares que se desencadenan sobre el climax, con el rayo en la torre, el Doc colgado, el cable, el DeLorean que no arranca, etcétera, etcétera. La secuencia termina por ser algo exasperante, aunque me da algo de vergüenza decirlo... Los clásicos como este son intocables. Zemeckis ya demostraba en aquel momento estar a la vanguardia de los efectos especiales -de la mano de Steven Spielberg, claro está- pero también mostrar un pulso envidiable para contar historias e hilar oportunamente los hechos uno con otro. El juego constante de efectos en el futuro que pueden desencadenar los cambios en el pasado es maravilloso y hoy en día, si tuviéramos una máquina del tiempo, seguro que pensaríamos en eso antes de generar el mínimo cambio. El director, hoy abocado a las películas que mezclan animación con actuación (como El expreso polar, Beowulf o Los Fantasmas de Scrooge), nos deleitaría unos pocos años después con La muerte le sienta bien, Forrest Gump y El náufrago. No se puede dejar de destacar la estupenda banda de sonido, que acompaña con el tema original del film durante el metraje y que también mecha grandes canciones como "The power of love" de Huey Lewis & the news, "The future is one step away" de Eric Clapton y la loca versión de "Johnny B. Goode" de Chuck Berry, que interpreta Marty en la guitarra para luego dejarnos su genial frase: "Quizás ustedes no están preparados para esto... pero a sus hijos les encantará". Un gran guión de aventuras para toda la familia, el ojo certero de Zemeckis tras las cámaras, efectos especiales de calidad y, en la nueva versión, una calidad digital que permite verla mejor que cuando se estrenó originalmente. Volver al futuro es una fiesta como producto cinematográfico y su reestreno en el país es un carnaval para los cinéfilos, que no podemos dejar de agradecer. Ojalá haya muchas más movidas como esta en nuestro país.
Se hace camino al andar El "ex actor mediático" Ben Affleck sorprendió a todos cuando, en 2007, se puso tras las cámaras para rodar Desapareció una noche, aquel gran thriller sobre una niña desaparecida que hacía acordar al caso Madeleine y que la protagonizaban su hermano Casey, Morgan Freeman, Ed Harris y Amy Ryan -con una actuación que le valió una nominación al Oscar-. De inmediato, muchos -este blog fue uno de ellos- festejaron su traspaso a la dirección y recomendaron que se dedique solo a su nuevo rol. Con Atracción peligrosa el buen Ben nos da la razón y también nos contradice: si bien su nueva propuesta es un recomendable filme de acción, el protagonista -con una actuación de las más decentes que nos haya brindado- es él mismo. Atracción peligrosa cuenta la historia de un grupo de ladrones que viven en el barrio de Charlestown, en Boston, cuna de los mejores del país, según cuenta la leyenda que aparece antes de los créditos de inicio. Luego de un robo bien ejecutado, los malhechores secuestran a una empleada y la liberan, pero sospechan que la joven puede haber percibido algunas de sus señas particulares y temen que los denuncie. Doug Mc Ray (Affleck) se hará cargo de mantenerla vigilada para asegurarse de que no los meta en problemas, pero el muchacho terminará sintiéndose atraído por la mujer, lo que generará una serie de conflictos para él y su equipo. Nos encontramos con una película de género, clásica y contada de manera severa. No hay lugar en el metraje para gags, chistes o momentos relajados. El guión de Peter Craig y el propio Affleck -a los que se le sumó luego Aaron Stockard, el mismo de Desapareció una noche- y basado en la novela de Chuck Hogan "The prince of thieves" está armado de manera lineal, muy sobria y con una acción creciente que deriva en escenas finales que por más que están muy bien logradas desde el punto de vista visual, flaquean un poco en lo que cuentan. De todas formas, y a pesar de que no se trata de un guión demasiado original -la historia es realmente trillada: el ladrón bueno que quiere dejar el trabajo y al enamorarse de una chica encuentra la excusa para hacerlo-, el filme logra salir más que airoso porque nos cuenta un relato conocido pero con un muy buen trabajo de la dirección que nos hace disfrutar de un ritmo frenético y de grandes escenas de acción. Seguramente Alexander Witt, director de segunda unidad responsable de peliculones como Gladiador, Máxima velocidad, Casino Royale y Gangster americano haya tenido mucho que ver con eso. Es por eso que podemos decir que lo de Ben detrás de las cámaras es todo un hallazgo y debemos estar ansiosos de esperar su próximo trabajo. La película tiene escenas de acción realmente grandiosas, como la del robo inicial o la persecución por las pequeñas calles del barrio. Se trata de fragmentos adrenalínicos, intensos, capaces de cortarnos la respiración como no estamos acostumbrados a que lo hagan. Y Affleck también se hizo cargo en este caso del papel protagónico, lo que le agrega aún más heroísmo a su labor. El elenco funciona bien, especialmente el papel de Jeremy Renner (Vivir al límite), el bruto de la banda de ladrones, que a esta altura ya se puede convertir en el clásico actor para hacer de treintañero inestable (ahora que Edward Norton ya está un poco más quemado). Rebeca Hall (Vicky, Cristina, Barcelona) también tiene una tarea destacada como la banquera secuestrada, lo mismo que el gran Pete Postlethwaite (que lamentablemente falleció hace pocos días) como el "puntero" del barrio. El único al que le hubiera faltado un poco de garra es al personaje de John Hamm (un actor con una carrera hecha en variadas series como Mad Men, 30 Rock y The unit), pero es probable que haya sido un problema de guión y no de actuación. Atracción peligrosa es una confirmación de que lo de Desapareció una noche no fue una casualidad para Ben Affleck. Como si fuera poco, en este filme se reivindica como actor -a pesar de no tener una performance que le vaya a valer nominaciones, no deja de ser el protagonista y hacer el trabajo con holgura- y nos cierra la boca a muchos. Pero como si eso fuera poco, Atracción... es una de las mejores películas de acción serias que haya dado el año y una de las candidatas a rankear en el Top Ten del 2010. Quizás tambalea sobre el final con escenas inocentonas y resoluciones demasiado convencionales, pero no deja de ser una gran propuesta de género, con secuencias de acción memorables y una gran labor desde la dirección de parte de Ben Affleck.