Actividad paranormal es un experimento barato y simple del director debutante Oren Peli, que logró un fabuloso éxito de taquilla y gastó 15 mil dólares en los 10 días que duró la filmación. Con el obvio antecedente de El proyecto Blair Witch (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999), la idea basal del filme es el registro de actividades paranormales con una cámara casera en la casa que habita la pareja protagónica. Las razones por las cuales la producción no costó mucho dinero son muy sencillas: el elenco es de cinco actores (dos de los cuales ocupan la pantalla durante el 95% del metraje), la locación única es una casa, el tratamiento de imagen no es importante por la excusa de la cámara casera. Y si se filmó en tan sólo diez días es también por una sencilla razón: no hay demasiado qué contar. Durante el "desarrollo" de la trama nos enteramos de que la chica ha sufrido el acoso de voces y presencias sobrenaturales desde pequeña y estas parecen estar persiguiéndola. Su valiente novio, entre porfiado y descreído, deja su trabajo para dedicarse exclusivamente a investigar los sucesos, cámara y micrófonos profesionales mediante. Entonces, todo nuestro contacto con la narración es el caprichoso registro de tomas, primero de los preparativos de la grabación -en que se van presentando los personajes y sus historias- y luego de los registros mientras ellos duermen que, atinadamente, el director nos muestra en "fast forward" con la hora de grabación en pantalla para que el espectador no se pierda. Lo curioso del filme es que, en parte, es más interesante ver como estos dos poco interesantes personajes hablan de estupideces mientras una cocina y el otro lo filma que ver como los numeritos se adelantan rápido y, de repente, se escucha un ruido sordo del otro lado de la casa. Cuando la acción comienza, la película se hace más aburrida. Y si bien todo filme de terror -con música, con climas, con el propio andar y la experiencia del espectador, que ya sabe que el pobre muchacho negro que hacía chistes al principio se va a morir primero que nadie- nos anticipa claramente que se viene un "susto", en Actividad paranormal, todo es demasiado previsible y el susto casi nunca está a la altura de tamaña evidencia. La construcción de los personajes también es bastante pobre: el muchacho entiende perfectamente que en su casa hay espíritus, demonios o algo similar, y entonces decide enfrentarlos. ¿Cómo? A los gritos, a las piñas, como sea. Algo no cierra. El filme tiene un final alternativo al que se ve en las pantallas argentinas. Ambos son muy similares, pero contados de distinto modo. De todas maneras, ningún final, por bueno que sea, sería capaz de levantar esta farsa. Lo único bueno es que termina... Y eso que no dura ni una hora y media.
Una película sobre el amor 500 días con ella no es una película de amor. La voz en off al comienzo ya nos lo advierte pero es bueno saberlo antes de estar sentado en la butaca de nuestro cine preferido. Una vez que estamos enterados de esto, podemos disfrutar de la mejor comedia romántica –hay que ponerla en el género igualmente- que se haya estrenado en mucho tiempo. Porque 500 días… no es una película de amor, pero si sobre el amor, sobre los amoríos, sobre enamorarse, sobre tener el corazón roto y no entender la razón, es decir, sobre todo lo que puede suceder cuando nos enamoramos. Tom Hansen es un joven arquitecto que prefirió, más por comodidad que por otra cosa, trabajar en una empresa que se dedica a diseñar tarjetas de regalo, de esas que se regalan cuando es San Valentín o cuando alguien se recibe y no pudimos asistir a la tradicional tirada de huevos. Un día como cualquiera, que será el día 1 de los 500, su jefe le presentará a Summer (la bella y exótica Zooey Deschanel), la nueva empleada, y Tom no podrá más que enamorarse perdidamente de ella. La historia será contada de manera desordenada, pasando del día 1 al 124 y del 143 a 380 para volver otra vez a comienzo. Este ordenamiento algo caprichoso quizá no tenga un sentido argumental que le sume demasiado a la narración en sí, pero sí logra un efecto cómico interesante porque el protagonista pasa del amor al despecho en un segundo y la sorpresa es efectiva. Lo más destacado de este agradable filme es el guión, con personajes muy bien construidos, pero más que nada con diálogos estupendos constantes. Estos parlamentos no son geniales porque digan grandes cosas, sino justamente lo contrario. En la banalidad, en lo cotidiano, en lo más trivial de cada situación, lo que dicen los personajes, lo que piensan y también lo que se nos muestra en imágenes a los espectadores nos hace sentir parte de esa situación de pareja particular que estamos viendo en la pantalla. Es allí donde la película triunfa ampliamente: remitiéndole al espectador –absolutamente todos los que alguna vez se enamoraron deberán poder sentirse identificados con este filme- a lo que es la vida en pareja, ya sea cuando las cosas salen bien, como cuando las cosas salen mal. El director debutante Marc Webb transpone perfectamente en imágenes la maestría del guión –escrito por Scott Neustadter y Michael H. Weber- y se anima a jugarse el cuero con escenas que mal trabajadas podrían hacerlo caer en un desastre cinematográfico. En particular, una escena de coreografía y baile promediando la película, sería una típica escena para que los detractores se relaman y escupan toda su acidez. No creo que lo logren esta vez, pues se trata de una de las mejores escenas del filme. Por otra parte, su estética es totalmente particular y esa es otra decisión absolutamente acertada por parte de los responsables del filme. Hay un juego de expectativas constante en 500 días… que funciona de mil maravillas. Permanentemente se nos muestra en pantalla el mundo anhelado por el protagonista, el deseo consumado, lo que él espera e interpreta de cada situación de la historia y, de repente, la cruda realidad. Cerca del final, la hermanita de Tom le dice que quizás tiene que dejar de recordar sólo lo bueno de esos 500 días y entonces el juego se hace muy claro. El elenco merece un párrafo aparte porque no tiene fallas. Otra vez, un elenco de desconocidos –exceptuando a la pareja protagónica- nos sorprende con un trabajo fenomenal: los dos amigos y la hermanita del protagonista sirven de contrapeso humorístico y argumental en las poquísimas apariciones que tienen y logran un trabajo muy correcto. Por su parte Deschanel y Gordon Levitt brillan en cada fotograma en el que aparecen y es difícil imaginarse una pareja que pudiera haber hecho mejor su trabajo. Summer enamora desde su espontaneidad, desde su sonrisa, desde su ironía, pero también se hace desear en su distancia. Tan bien está en su papel que los Hombres Sensibles de Flores o alguna cofradía similar harían fila para recriminarle a Summer por algunas de sus actitudes. Levitt es simpatía pura, es carisma inolvidable aún cuando el mundo se le cae a pedazos. 500 días… es una película fresca, simpática, difícil de olvidar, que retrata metonímicamente y de manera estupenda el macromundo del amor, de la vida en pareja, ya sea con un diálogo algo tonto, con un agradable jueguito entre dos novios que recién se conocen o con la durísima imagen de las manos que se desencuentran, del llanto que no se puede explicar o del mismo jueguito cuando ya no causa la misma gracia. En esa radiografía de la pareja en la que todos nos identificamos, 500 días… nos cuenta su historia de amor, una que por más que queramos no podremos borrar de nuestra memoria. Aplausos para ellos.
Una exhibición visual con una historieta de fondo Desde hace mucho que escuchamos hablar de la película que revolucionaría el cine. La vuelta de James Cameron a la dirección después de muchísimos años, demasiados para un director de su envergadura. Avatar llegó a nuestro país para demostrar que, si bien probablemente no sea merecida la cantidad de premios Globo de Oro que se llevó, es un espectáculo visual soberbio. De eso no cabe ninguna duda: desde el punto de vista técnico, Avatar es impresionante, imponente e hipnótica. Y no se puede dejar de pensar de esa forma cuando uno se imagina que cada uno de los fotogramas que transcurren en Pandora están modelados por computadora. Pero su mayor virtud es, quizás, su mayor inconveniente: promediando el metraje, el espectador empieza a sospechar de que Avatar no es más que una exhibición de la magia que su director supo lograr a través de la magnífica puesta en escena virtual. Un segmento importante de la película es dedicado a mostrarnos cómo el protagonista explora y conoce este maravilloso mundo nuevo. Y cada nueva escena es aún más espectacular que la anterior. La historia que relata es por momentos algo compleja y por momentos demasiado pobre. Ambientada en el futuro, cuenta que los humanos han descubierto un planeta llamado Pandora, en donde existen cantidades de un precioso metal que vale millones cada kilogramo. Es imperioso conseguirlo, pero para ello hay que desplazar (o aniquilar) a los habitantes nativos (unos humanoides azules de tres metros de altura y cola de gato, llamados Na'vi). Entonces, mientras que los militares quieren utilizar la fuerza, hay científicos que prefieren buscar la manera de convencer a estas poblaciones de que se muden para que ellos puedan quitarles el mineral. Para contactarse con ellos, los humanos se "disfrazarán" de Na'vis conectándose virtualmente (casi como en Matrix...) a unos cuerpos artificiales nativos llamados avatares. Sam Wortington interpreta a un soldado que se mete en el proyecto avatar y será el encargado de conocer a los nativos un poco más. Con sólo leer esta breve sinopsis y calcular el tiempo que se toma el director para exhibirnos, pasarnos por nuestras narices, su maravilloso Pandora, se imaginarán por qué el filme dura casi tres horas. Aun si el único problema del filme fuera esta debilidad de regodearse en sus propias ventajas, es probable que merecería ganar muchos premios Oscar, pero lamentablemente no es así. Cameron logró representar un mundo imposible, pero a la hora de contar la historia se quedó bastante corto. El guión tiene varios agujeros difíciles de entender, explica poco donde debería explicar más y, para colmo de males, es bastante predecible en su progresión narrativa y remite constantemente a una infinidad de películas (Matrix, Jurassic Park, Alien I y II...). Entre los "plot holes" podemos contar que nunca queda demasiado clara la relación entre los humanos y sus cuerpos de Na'vi, los avatares. Supuestamente, cuando los avatares duermen, los humanos se desconectan de ellos, y sus ficticios cuerpos azules quedan durmiendo en Pandora. Pero eso recién se aclara al final, cuando eso ya sucedió varias veces y nadie nos contó que pasaba con los avatares durmientes en medio de la población de Na'vis que se preguntarían si se pasaron con el Melatol o vaya uno a saber qué... Hay quienes ven en los sosos mensajes que dispara el filme -el peligro de la avaricia humana, la barbarie de los exterminios de pueblos nativos, la sacra conexión de los Na'vi con la naturaleza y su costado espiritual- un motivo para enaltecerla. Será por esas moralejas que Avatar, por momentos, parece una película de Pixar. Ni hablar de algunos de sus personajes, como el Coronel Quaritch (Stephen Lang) o la soldado Trudy Chacon (Michelle Rodriguez): ambos son casos paradigmáticos de personajes lineales, áridos, cuadrados, lisa y llanamente espantosos y, por ende, poco creíbles. El Coronel Quaritch tiene que ser el peor villano (de una película medianamente seria) de los últimos tiempos: es indefectiblemente, insoslayablemente, 24 horas al día malísimo. Nunca deja de ser malo un rato para ser traicionero, vil, embustero, es únicamente muy malo, ridículamente malo. Y con Trudy pasa exactamente lo contrario: es tan buena que abandona al ejército en pleno bombardeo, con la frase: "Yo no me enlisté para esto". Casi tan ridículo como que el mineral se llame "unobtanium" ("inconseguibleum") y el personaje del heroe nativo (digamosló, los na'vi son como cualquier pueblo indígena pero azules y grandes) se llame Jake Sully, según los na'vi "sheiksulí", casi casi Shaka Zulu... Algún sabio dijo que Avatar era "del director de Terminator y el guionista de Titanic". La historia de Avatar camina por la cornisa mucho más que la de Titanic por el mero hecho de que tiene que inventar cosas de un mundo que no existe y en la de Di Caprio nos contaban como dos jovenes se enamoraban en un viaje en barco. Sin embargo y pese a todo, Avatar en 3D no deja de ser una película de vista obligatoria para cualquier cinefilo y casi para cualquier mortal. No porque de mirarla surjan las ideas para la revolución o porque no verla sea tan grave, sino simplemente porque es visualmente impactante, inabarcable, inolvidable y porque es un buen entretenimiento. Si merece o no Oscares y los Golden Globes que ganó, es otro asunto.
Clooney por las nubes Cada crítica que se encuentren sobre esta película les dirá -o les debería advertir- que Amor sin escalas es un nombre pésimo para un filme que originalmente se llama algo así como "En las alturas" o "Por los aires" (Up in the air) y que "amor" en el sentido -del género- romántico no tiene por ningún lado. El nuevo filme de Jason Reitman (La joven vida de Juno, Gracias por fumar) fue el más nominado para los Globos de Oro, pero también el más perdedor, pues sólo se llevó un premio: el de mejor guión. Ahora bien, ¿merecía ese galardón? Sin dudas, ese era un premio que la multiganadora Avatar no podía llevarse, con su inestable y facilista argumento. Y también es cierto que una película como Up in the air tiene en el guión y en sus actuaciones sus puntos más altos, porque pese a que la dirección es muy buena, no termina de destacarse. Pero (siempre hay un pero) también es cierto que, si bien la historia que cuenta y los personajes que describe no son para nada trillados, cerca del final el guión se vuelve bastante predecible, bastante común, bastante igual a todas las películas del mundo. Clooney, tal como ya lo ha dicho todo el mundo, casi que se interpreta a sí mismo: Ryan Bingham es un cincuentón encantador que vive con todos los gustos y que descree del matrimonio. Pero también es un tipo que trabaja para una compañía que se encarga de despedir gente, por lo que vive yendo y viniendo en avión de acá para allá y casi nunca está en su casa -cosa que odia-, en donde pasa "unos 40 horribles días al año". Cuando encuentra un hueco entre despido y despido, da charlas (¿motivacionales?) que hablan de lo bueno de estar sólo, de no encariñarse con sus pertenencias, de no apegarse a nada, ya sea una familia, una esposa, una casa, un auto. Pero entonces aparecerán dos elementos desestabilizadores de su perfecta vida nómade: por un lado, una joven ejecutiva (una algo irritante pero muy convincente Anna Kendrick) con un plan de revolucionar la industria de los despidos realizándolos vía teleconferencia, lo que implica que Ryan deberá abandonar su vida de hotel en hotel y de aeropuerto en aeropuerto, esa que tanto ama. Por otro lado, un encuentro fortuito en un hotel (con Alex Goran, interpretada por Vera Farmiga) le brindará la posibilidad de enamorarse. O algo parecido. Si el guión de Reitman se destaca es porque es capaz de brindar personajes creíbles, queribles, que nos provocan ganas de conocerlos más y mejor, y porque -y aquí está la genialidad del autor- nos brinda diálogos brillantes en cada escena, lo que genera la mayor parte de las risas y sonrisas de su metraje. La dirección de Reitman acompaña con su ritmo llevadero y su corrección. Sin embargo, la elección de mostrar a los empleados despedidos en continuado mirando a cámara quizá no haya sido la más acertada. Más de una vez sus reacciones parecen forzadas, cuando no directamente inverosímiles. Y el director se da el lujo de poner en su elenco -en letras grandes en los créditos- a dos buenos actores en alza como J.K. Simmons (el desopilante jefe de la CIA en Quémese después de leerse, que también aparece como el director del diario en toda la saga de Spiderman) y Zack Galifianakis (el cuñado trastornado de ¿Qué pasó ayer?) que simplemente aparecen unos minutos en el filme, como empleados que pierden su puesto. Amor sin escalas es una película agradable, sobre un personaje encantador en un mundo que, según su protagonista, es lo mejor que puede haber. Una comedia muy poco romántica con un guión muy bueno en su desarrollo y algo alicaído sobre el final, pero que redondea un entretenimiento apacible y hasta deja algunas preguntas flotando como para que pensemos mientras tomamos un café a la salida del cine. En su tercer filme, Reitman consigue mantener su status de nuevo-director-cool-pero-serio con una historia que, nuevamente, supera tranquilamente a las tantas comedias del montón que se estrenan durante el año, aunque quizás las constantes nominaciones sean algo exageradas. El tiempo lo dirá.
El último gran líder Clint Eastwood, luego de un año de aciertos cinematográficos, se lanzó a filmar una biopic sobre Nelson Mandela, que contara la historia de sus primeros años en el gobierno y de cómo vio en el rugby la posibilidad de unión de su históricamente dividido pueblo. A pesar de la sorpresa de muchos de sus seguidores, Clint le hizo caso a Morgan Freeman, que le envió el guión y le dijo que esa iba a ser la próxima película que dirigiría y que él iba a hacer de Mandela en ella, y se embarcó en esta aventura político-deportiva-biográfica. Y pese a algunos altibajos que tienen que ver con la propia historia, con un guión que evidencia en vez de sugerir y la dificultad de lograr suspenso en un campeonato de rugby que todos saben cómo terminó, Clint es efectivo como director y sigue sabiendo contar historias. Invictus cuenta cómo Nelson Mandela vio en el mundial de rugby -que se desarrollaría en Sudáfrica en el año que asumió como presidente- la oportunidad de unir a su pueblo, herido y dividido a causa del apartheid y del racismo. Y como se puede imaginar, el filme tiene dos partes bien diferenciadas: por un lado tenemos al segmento biopic, en donde se nos muestra al personaje de Mandela y los valores que defiende; por otro, el segmento deportivo, en donde la selección de Sudáfrica -que en aquel tiempo tenía un nivel bastante pobre- lucha por obtener la copa del mundo. No hace falta una investigación muy rigurosa para saber quién ganó ese mundial, pero esta página no será quien les adelante esa información. Se le puede criticar a Invictus un par de cosas que la alejan del escalafón de peliculón que han ganado varias de las últimas producciones de Eastwood. En primer lugar, como se ha dicho ya, es una película que ejemplifica todo lo que quiere contar. En algunos momentos se hace algo más sutilmente que en otros en los que directamente parece que al espectador le arrojaran los hechos delante como si no fuera capaz de dilucidar cosas por su cuenta. A medida que el metraje avanza, estas "imagenes de evidencia" se van repitiendo una tras otras y llega a resultar algo abusivo, aunque esas son cosas que le podemos criticar a Clint porque sabemos que es un director de altura y no lo haríamos con la gran mayoría de los filmes que vemos por cable, que caen en el mismo descuido. En segundo lugar, el filme tiene un problema que no es tanto del filme en sí, sino de los espectadores. Más particularmente de los espectadores jóvenes y aún más si viven en países como Argentina. El inconveniente es que el personaje de Mandela es inverosímil, pero no porque esté mal construido (quizás demasiado endiosado, pero es vox populi que el mandatario era un gran político y un héroe) sino porque un espectador argentino y joven se encuentra casi con la imposibilidad de creer que exista un político tan honesto, tan hábil, con tanta visión y tanta pasión para con su tarea. En una escena, uno de sus custodios le pregunta por su familia. Mandela lo mira muy seriamente y le contesta: "Tengo 40 millones de familiares" y, ofuscado, se retira. Esta escena es un ejemplo las dos críticas nombradas. Por su parte, el segmento deportivo del filme se lleva los aplausos por la calidad de filmación del partido de rugby. Los amantes del deporte no deben haber tenido muchas oportunidades de disfrutarlo en la gran pantalla, así que este es su merecido homenaje. También es muy bueno el desarrollo de la relación entre Mandela y François Pienaar, el capitán de la selección de rugby, interpretado por Matt Damon. El joven, blanco y de familia racista, no se suma a la causa de Mandela de un momento a otro y por capricho, sino que es convencido por el presidente que lo visita y lo llama y lo invita a verlo una y otra vez, y logra poco a poco que Pienaar entienda el valor de su "cruzada". Por eso es tan buena la escena de la selección dando una clínica de rugby para chicos en un potrero. Por supuesto, como hemos dicho antes, el hecho de que casi todos los espectadores sepan como va a terminar el mundial es un obstáculo más para desarrollo del suspenso del filme, pero que Eastwood logra sortear con un sólido trabajo y una historia digna de ser contada. Párrafo aparte para las actuaciones protagónicas de Damon -que fue "agrandado" digitalmente en varias escenas para emparejarlo con sus colegas rugbiers- y Freeman -que se ve realmente muy similar al personaje que interpreta-, a esta altura, más que una garantía a la hora de elegir películas. Quizás Invictus esté bastante lejos de la emoción de Gran Torino o el suspenso de El sustituto o la fantástica intriga de Río Místico, pero no por eso deja de ser una película muy recomendable. En especial para quienes han conocido la historia del mandatario y lo tienen en buena estima, que seguramente se conmoverán con el personaje y con la trama toda, y también, por qué no, para quienes no lo conocen mucho y quieren hacerlo.
Adventureland en la tierra de los zombies Al fin una de zombies que nos saca de la cabeza esa plaga de vampiros que se aparece cada vez que uno mira un pantalla... A pesar de que Zombieland no es una "de zombies" convencional, porque está más orientada al humor que al terror, no deja de ser un soplo de aire fresco. Y más aún si tenemos en cuenta que logra su cometido y hace reir, al mismo tiempo que logra un par de sustos y momentos gore bien gore. Cuando Simon Pegg -un amigo de esta casa- se puso a las órdenes de Edgar Wright por primera vez fue para realizar la desopilante Shaun of the dead (conocida aquí bajo varios nombres, entre los que se conoce Muertos de risa), una comedia de zombies que parodiaba a la reciente remake de Zack Snyder El amanecer de los muertos (en inglés Dawn of the dead, nótese la rima humorística) marcó un hito en el cine contemporaneo al lograr una película genial, con dosis de humor y de gore bien equilibradas en todo momento y con personajes absolutamente adorables como el propio Shaun y su amigo Ed, interpretado por Nick Frost. Un par de años después, este trío de director-escritor y actores volvieron a reunirse para otra comedia estupenda, esta vez parodiando a las películas de acción y policiales. Su nombre en inglés es Hot fuzz, aunque en latinoamérica el canal de cable Cinecanal la ha vuelto famosa bajo el título Superpolicías. Ambos filmes son totalmente imperdibles, con un humor inglés fantástico e historias que realmente valen la pena a pesar de que el objetivo principal de la trama sea hacer reír. Zombieland es una buena película, que combina nuevamente estos dos géneros, pero en comparación con Shaun of the dead es sólo aceptable. La principal diferencia es que pareciera utilizar la excusa de los zombies como vehículo para la diversión y deja a la historia principal un tanto descuidada, tanto en la construcción de los personajes, como en las decisiones que van tomando a lo largo del metraje. Tierra de zombies cuenta la historia de Columbus (Jesse Eisenberg), un joven que cree ser el único hombre sobre la tierra, puesto que su país se ha infestado de zombies devoradores que no dan tregua y la única razón por la que sigue vivo es el hecho de que es fiel a una serie de reglas que él mismo se inventó para sobrevivir. A pesar de todo, pronto descubrirá que no está sólo y se topará con Tallahasse (Woody Harrelson), un sujeto algo demente y bastante sádico que lo acompañará en la búsqueda de su tierra natal. Luego se sumarán al grupo dos niñas, Wichita y Little Rock (una despampanante Emma Stone y la ascendente Abigail Breslin) que esconden más de lo que parece, en un tempranero giro de guión que se nos aparece un tanto ilógico. Si hay algo que sorprende en Zombieland es lo parecido que es el personaje principal, el de Jesse Eisenberg, al que él mismo interpretaba en Adventureland. Un joven inseguro, enamoradizo, virgen, inteligente pero a la vez algo torpe, etc. Demasiados parecidos para dos películas tan cercanas en el tiempo. Es como si al personaje de Adventureland se le hubiera infestado el mundo de zombies. Hasta el parque de diversiones aparece sobre el final, en otro sobresalto de guión que no termina de convencer. La principal falla de Tierra de zombies es intentar una historia demasiado "seria", con un personaje principal con un background algo extenso que invita más a la intimidad o a la sonrisa cómplice que a la carcajada. A diferencia de Shaun of the dead, Tierra de zombies pareciera ser más introspectiva y menos exagerada, y allí las risas disminuyen un poco. De todas maneras, no deja de ser un filme muy entretenido, bien dirigido por el debutante Ruben Fleischer (que se destaca con toques de estilo muy interesantes, como las placas con las reglas del personaje principal que van apareciendo escritas en cualquier parte o algunas cámaras lentas bien utilizadas). También tiene una presentación a todo trapo, con imágenes semi fijas bastante perturbadoras y cómicas y los parlantes del cine vibrando con For whom the bell tolls, el tema de Metallica del disco Ride the lightning (que tan sólo escucharlo con tanta calidad ya paga la mitad del precio de la entrada). En resumen, Tierra de zombies es una promisoria ópera prima, entretenida, bastante bien escrita aunque con algunas incoherencias y con un grupo de actores principales bastante simpáticos que hacen muy bien su trabajo. Y pese a todos esos elogios, a Shaun of the dead no le llega ni a los talones. Otra vez será.
Disquisiciones sobre la educación Hay miles de maneras de contar una historia. Hay autores que opinan que los relatos son tan sólo un puñado y de ellos surgen todos los cuentos que se hayan contado. La historia de Enseñanza de vida no es demasiado original, pero plantea problemáticas interesantes y muy bien llevadas a partir de su premisa inicial: una jovencita estudiosa de un colegio inglés que se enamora de un hombre mayor que la lleva a conocer un mundo que su rígido padre le tiene negado. Desde ese lugar, la historia disparará una serie de interrogantes muy evidentes, que son planteados directamente por la protagonista a los demás personajes, que tienen que ver con el valor de la educación. La realizadora encargada de este proyecto es Lone Scherfig, una directora danesa que ha ganado notoriedad por filmar bajo los principios del Dogma 95 y también por un filme que ha tenido bastante circulación, llamado Italiano para principiantes, estrenado en nuestro país en el año 2002. En Enseñanza de vida se la ve cómoda en su trabajo, alejándose de los estrictos postulados del manifiesto danés. Carey Mulligan es la gran sorpresa de este filme, como Jenny, la joven estudiante, súper aplicada y cuyos padres obligan a dedicarse full time al estudio como única vía para un futuro próspero. Pero Jenny conocerá de casualidad a un encantador hombre mayor, llamado David (Peter Sarsgaard) que la convencerá de a poco y a fuerza de buenos modales, delicadeza y elegancia, de que el mundo del que la han privado y que ella anhela conocer -el mundo exterior, el mundo del arte, de los recitales, de las salidas nocturnas-, vale la pena. Pero, para ello, David deberá también persuadir a los padres de Jenny de que es un hombre decente y con buenas intenciones. Su encanto es tal que no tardan en caer rendidos a sus pies, pero lo interesante es cómo, de repente, el estudio deja de tener la importancia primordial que tenía en un comienzo. Y ese cambio, esa puja entre ganarse un futuro de la mano de una enseñanza superior o de la mano de un hombre rico que la quiera como esposa es la clave de la historia. Jenny le pregunta a su padre: "¿Por qué en vez de a la mejor escuela no me enviaste a un bar?" y en esa pregunta está la esencia del relato y lo que quiere disparar. A pesar de que Sarsgaard no da de inmediato el perfil de hombre encantador, se defiende bastante bien en su rol. Alfred Molina está muy bien en el papel de padre rígido y también hay buenas participaciones de Rosamund Pike -como Helen, una amiga de David que viene a ser la imagen del futuro de Jenny, una rubia superficial y completamente hueca, que hace honor a su lugar de mujer de un hombre rico- y de Emma Thompson como la directora del colegio, otro de los personajes interesantes que nos brinda el filme. Si Enseñanza de vida pierde algo de terreno es porque termina recurriendo a soluciones facilistas en el climax de la película. Construye un gran momento con una serie de circunstancias que terminan reacomodadas por circunstancias demasiado simples en el momento en que los problemas más feos se ponen. Pero, sin dudas, es valorable el buen trabajo del guión que va desarrollando con intensidad el relato y lo mantiene en un buen nivel hasta los últimos minutos. El final no es decididamente malo, pero pareciera ser demasiado liviano para un desarrollo que suponía algo más arriesgado. Enseñanza de vida es una buena historia, contada de una manera interesante y con una actriz que saltará próximamente a la fama, con un encanto muy particular y gran talento para la interpretación. Hay mil maneras de contar una historia y Lone Scherfig eligió una muy buena forma de meternos dentro de esta y que nos importe lo que sucede. Probablemente sea eso lo que la hace merecedora de una nominación a un Oscar.
Los Coen, en busca de enemigos Lo único que se puede decir a ciencia cierta a partir del visionado de un filme como Un hombre serio -nominada al Oscar como mejor película, más por los Coen que por lo que se ve en la pantalla- es que estos dos hermanitos irreverentes están en un punto de su carrera en el que se animan a hacer cualquier cosa. No es que Un hombre serio sea el primer largometraje de su carrera que deja a los espectadores con más dudas que certezas (pensemos en Barton Fink o The hudsucker proxy, quizás las más similares a su nuevo trabajo dentro de su historial) pero sin dudas es una de esas películas que hacen que los desprevenidos se levanten de su butaca y abandonen el cine. Cuenta la historia de Larry Gopnik, un profesor de física que está pasando por un momento bastante malo y no puede entender por qué: su mujer quiere el divorcio, sus hijos están entre la superficialidad y la indiferencia total, su hermano (que vive con él en su casa) está enfermo y tiene algunos problemas de adicción, alguien envía cartas a su trabajo para sabotear su ascenso y un estudiante lo quiere sobornar para que lo haga pasar de curso. Cada problema le va cayendo encima con su peso específico y Larry, que encima tiene problemas de dinero, se va abrumando cada vez más. Michael Stuhlbarg -nominado al Globo de Oro por su papel- interpreta a este personaje con maestría, soportando y sonriendo ante cada nueva contingencia y al mismo tiempo transmitiéndonos esa desesperación de que se está hundiendo pero que siempre mantiene viva la última llamita de esperanza. El elenco que lo acompaña -formado por un grupo de ilustres desconocidos, salvo quizás por algunas caras mínimamente familiares como las de Richard Kind, George Wyner y Simon Helberg, de la serie The big bang theory- cumple muy bien su labor, lo que vuelve a mostrar la buena mano que tienen los Coen para la dirección de actores. A partir de todos los inconvenientes que sufre el personaje principal, uno podría imaginarse una típica comedia de enredos en la cual el protagonista comete algún exabrupto y se va metiendo en cada vez más problemas. Este no es el caso, en absoluto. Los problemas le llueven sin que Larry pueda reaccionar y su única idea ante tanta mala suerte es visitar a algún rabino para que lo aconseje. Cuando su mujer le pide que se vaya de la casa para que ella pueda vivir con el hombre con el que se casará luego del divorcio, Larry acepta. Tampoco hace nada al ver que sus hijos no le hacen caso y ni siquiera le prestan atención. El vecino está intentando robarle parte del lote que le pertenece a su propiedad y él apenas si se anima a ir a charlar. Todo se va sucediendo para que Larry sea a cada minuto más desafortunado y aún así, no pueda ni siquiera imaginarse una manera de solucionar alguno de sus problemas. Las decisiones del personaje se pueden aceptar, como las de cualquier otro, porque son creíbles. Larry es así, timorato, sumiso. No hay nada en el que nos indique que sea capaz de enfrentarse con sus problemas. Pero lo que sí nos demuestra es que esta no es una comedia pura. Si nos reímos es ante las desgracias del protagonista, las ocurrencias de algún personaje secundario o algunos buenos momentos en los diálogos que nos sacan de un semi letargo provocado por una narración detallista y solemne, como en la secuencia en que el padre del estudiante coreano que soborna a Larry va a visitarlo para amedrentarlo, las escenas de sueños o los gags que funcionan por repetición (-Un gett. -¿Un qué?). Pero esos son sólo pequeños oasis en una narración bastante lenta, con planos largos en los que los personajes no hablan, sólo miran o son mirados, y se toman su tiempo para actuar. Si hay un problema que tiene este film es que es una película hecha por judíos, protagonizada por judíos y, hasta cierto punto, para judíos. Lo que, indefectiblemente, deja a todo aquel que no es judío un tanto afuera, por no tener las herramientas suficientes para apreciar el tono satírico, burlón, que sobrevuela la narración y que la hace lo que es. Los Coen han cosechado bastantes fanáticos durante su carrera. Dentro de su peculiar filmografía podemos encontrarnos con comedias, thrillers, películas de la mafia, dramáticas, de intriga, de todo. En sus últimas dos incursiones cinematográficas habían logrado dividir las aguas como nunca, en primer lugar, al ganar el Oscar con Sin lugar para los débiles, esa tremenda película que hablaba sobre la violencia de estos tiempos, y, en segundo lugar, con Quémese después de leerse, una comedia absurda sobre la estupidez norteamericana. En ambos casos, los Coen lograron cosechar una gran cantidad de enemigos, quizá por alejarse un poco de las convenciones del típico cine hollywoodense. Si aquellas películas no habían logrado que el espectador promedio decidiera dejar pasar a los Coen, Un hombre serio lo logrará, con su lentitud, su género inclasificable y su peculiar narrativa, enigmática, inconclusa y hasta desconcertante por momentos. Un hombre serio no es una mala película, en absoluto. Tiene el sello de los Coen -amplio y difícil de describir- en su alejamiento de lo esperable y en el terreno de lo visual, y logra por momentos hacer reír, más porque esperamos un chiste que porque el chiste esté allí. Con un gran elenco y la dirección estilizada de dos directores ganadores del Oscar, el filme tiene un grave problema: quizás sea buena, pero de tan extraña y difícil de abarcar, termina siendo imposible de recomendar.
¿Es o no es? Hace poco hablábamos de directores confiables, como Juan Taratuto, que de alguna manera se ha logrado acomodar en sobre un piso de calidad en sus producciones que las abrazan más allá de que el producto final sea del agrado del público o no. En otro nivel, más millonario, hollywoodense, pero con una descripción similar, existe Martin Scorsese: uno de esos grandes directores, ganadores de premios Oscar y con una trayectoria notable. Sus películas pueden gustarnos o no, pero siempre mantienen ese nivel de calidad único. Pasó con Pandillas de Nueva York o con El aviador, dos filmes demasiado rimbombantes y extensos para el público promedio, que tuvieron sus detractores y sus fanáticos, pero de las que nadie puede dudar de su calidad como producto cinematográfico. Ocurrió lo mismo con Los infiltrados, una superproducción notable y ganadora del Oscar a mejor película y dirección, pero que decepcionó a muchos. Esta vez Martin no falló. Logró con La isla siniestra un largometraje de enorme clase y que posiblemente conquistará al público. El filme comienza con una edición desprolija y a las apuradas. Desde los créditos iniciales, las letras se amontonan como si hubieran compaginado con tijera y boligoma. Y así comienza el metraje, con Edward Daniels en un barco que se dirige a la isla de marras. La edición continúa errática durante unos momentos, con cambios de planos que resultan extraños a la vista o que directamente se ven inútiles, sin ningún valor narrativo con respecto al anterior, hasta que los personajes llegan a la isla y los exabruptos quedan atrás. Y también queda atrás cualquier duda de que lo que se está viendo es una enorme película. El detective Daniels y su nuevo compañero, Chuck Aule (Mark Ruffalo), son agentes del FBI enviados a una clínica psiquiátrica a la que confinan criminales peligrosos considerados inimputables para investigar la desaparición de una paciente. Pero para darle un toque algo más tenebroso, el hospital está ubicado en Shutter Island, una isla en la bahía de Boston. El clima de misterio que flota constantemente durante la estadía de los detectives en la institución psiquiátrica es el personaje intangible más importante de la historia y la sensación de intriga se apodera del espectador para no soltarlo hasta el final. A medida que la investigación comienza a avanzar, las imágenes se van volviendo más perturbadoras y enigmáticas. El detective Daniels padece de achaques diversos: además de mareos y jaquecas que van y vienen, algunas visiones de su pasado lo persiguen en forma de vívidos recuerdos y de siniestras pesadillas, por lo que la herramienta del flashback se vuelve una constante durante gran parte del metraje. Muchos de esos momentos, con una presencia de lo onírico y de lo surreal muy fuerte, son de una calidad artística notable (como la escena de los papeles volando en la oficina del jerarca nazi, realmente imperdible). Un párrafo aparte se merecen los dos condimentos esenciales de esos climas tan logrados que supo generar Scorsese con ayuda de su director de fotografía Robbie Robertson. Se trata, justamente, de la cinematografía compuesta por este último y la música, que curiosamente no es música original para el filme, sino que se trata de piezas ya existentes elegidas para la película por Scorsese y Robertson con un tino irreprochable. La misma puntería tuvieron ambos al elegir las locaciones, absolutamente terroríficas, laberínticas y misteriosas. Imágenes aterradoras enmarcadas en una música ominosa que acompaña cada escena, cada presentación de una nueva escenografía. Un clima magnífico e impresionante. Si hay algo que criticarle al filme es su compleja manera de hacer avanzar al relato. Cuando promedia el filme, el espectador tiene poca idea de lo que sucede y no sabe cómo explicarse la mayoría de las cosas que ve. Pero al mismo tiempo, sabe bien que el propio desarrollo narrativo se lo terminará explicando. Y allí está el punto más criticable de la historia: no deja demasiado lugar para que el espectador se figure lo que va a suceder. Por momentos el relato se hace tan confuso, tan enigmático, tan enrarecido, que jugar a adivinar lo que sigue se vuelve prácticamente imposible. Cuando finalmente llega el momento de explicar los diferentes interrogantes que el filme plantea, los hilos del director se notan demasiado y atentan un poco contra la verosimilitud del relato: hay personajes que aparecen de la nada en el momento en que son nombrados, otros que se presentan -únicamente en el momento oportuno- como narradores que confiesan finalmente toda la verdad y otros elementos a partir de los cuales surge una sensación de manipulación de los hilos del relato que van más allá de nuestra participación como espectadores. Sólo una segunda visión permite al espectador descubrir si todo lo que antecede al climax estuvo acomodado caprichosamente para generar un efecto al final, si hay o no agujeros en el guión o si es un relato bien armado y sin fallas. Aún a pesar de esos breves lapsos, el filme no deja de ser sensacional. El elenco es brillante y Di Caprio lo comanda una vez más con una solvencia extraordinaria. Este no joven hace rato que demostró -igual que Brad Pitt- que no es sólo una cara bonita sino que es un genial intérprete. En este filme muestra quizás algún sobresalto momentáneo, pero su actuación global es muy buena. Lo acompañan con muy buenas performances Mark Ruffalo, Ben Kingsley y Max Von Sydow (que interpretan a dos de los doctores más importantes del hospital) y Michelle Williams. La isla siniestra es la primera incursión de Scorsese en el subgénero llamado "thriller psicológico". No sería tan osado decir que es la mejor película que hizo en mucho tiempo, a pesar de que en los últimos años el director neoyorquino se llenó de galardones por todo el mundo. Pero a pesar de toda la calidad demostrada en sus últimos proyectos, ninguno contaba con esos climas entre Hitchcock y Kubrick que hacen de este filme la maravilla que es. Una película perturbadora, fuerte, confusa, intrigante y de inmensa calidad adorna una cartelera llena de propuestas. Será cuestión de aprovechar.
Una película de Heath y sus amigos La historia de esta película es probablemente mucho más interesante que la película en sí, desde el día en que Heath Ledger murió antes de que finalice su participación (muy importante, de hecho) en el film. El director de esta obra, Terry Gilliam, es conocido por sus arriesgadas producciones, su estilo particular y su pésima suerte a la hora de trabajar. No es que no haya tenido suerte a la hora de recaudar o que las críticas lo hayan tratado mal: su problema siempre ha sido con los presupuestos para las películas, las empresas productoras, los editores y, en algunos casos, como este, con desgracias que ocurrieron a sus actores. Detallemos un poco: una de sus películas más emblemáticas, Brazil (1985), estuvo guardada durante mucho tiempo antes de poder estrenarse porque sus productores querían darle un final más amigable y el director se negaba. Tuvo que exhibirla en secreto en festivales y lograr premios para que los Estudios Universal estrenen la película casi sin cambios. para Las aventuras del Barón Munchausen (1988), la producción gastó una suma impresionante de dinero (46 millones de dólares) y el filme recaudó tan sólo 8 millones en Estados Unidos. Luego tuvo problemas con El hombre que mató a Don Quijote, una película que aún no pudo estrenar porque el protagonista (Jean Rochefort) sufrió durante el rodaje de hernia de disco, lo que le imposibilitó al intérprete de Don Quijote subirse al caballo. A mediados de los '90, Gilliam y McKeown -los mismos creadores de ...Parnassus- idearon la secuela de Time Bandits, pero varios artistas de su elenco ya habían muerto. Cuando falleció Heath Ledger durante el rodaje de ...Parnassus, Terry Gilliam decidió cancelar la producción. Los estudios que la financiaban habían puesto el dinero con la condición de que Ledger fuera de la partida. Su muerte califica a Gilliam sin dudas como el gran realizador con peor suerte del mercado. Recién cuando algunos amigotes de Ledger (Johnny Depp, Colin Farrell y Jude Law) se ofrecieron a trabajar en el filme en su reemplazo y donar sus ganancias a la hija de Ledger, la producción se retomó. Una de las mejores cosas que tiene la película es poder brindar una locura -cuatro actores interpretando al mismo personaje- sin que quede desprolija. La historia cuenta que hace mucho, mucho tiempo el Dr. Parnassus fue tentado por el demonio, que le ofreció vida eterna a cambio de algún favor. Claro que, como siempre ocurre, el diablo no dejó de visitarlo y aparece cada tanto para ofrecerle alguna apuesta a la que Parnassus no puede negarse. En su ultima visita, Mr. Nick (el diablo, interpretado maravillosamente por el músico Tom Waits) le recuerda a Parnassus que faltan tres días para que su hija Valentina cumpla 16 años, con lo indefectiblemente el demonio se adueñaría de su joven alma. Valentina (Lily Cole) forma parte de la troupe de teatro del Dr. Parnassus junto con el joven Anton (Andrew Garfield) y el enano Percy (Verne Troyer, conocido por su papel de Mini-mi en la saga de Austin Powers y quien tiene las mejores líneas cómicas del filme). La estrella de este grupo de teatro itinerante es un espejo mágico que lleva a quienes lo atraviesan a explorar su imaginación y que fue un "regalo" del diablo. El guión de Gilliam y McKeown no es demasiado explicativo. Más bien deja que los hechos hablen por si mismos y los espectadores saquen sus propias conclusiones de qué es lo que ocurre dentro del espejo, cómo se produce y por qué. Y toma la misma iniciativa en cuanto al personaje de Heath Ledger, Tony, de quien se sabe muy poco desde un principio y recién al final terminamos de comprender cuáles son sus motivaciones e intereses. Heath Ledger fue desde el comienzo de su carrera un actor muy carismático. Lo comenzó a demostrar en su primer protagónico en 10 cosas que odio de ti, una comedia romántica juvenil bastante buena en donde hacía de un joven rebelde y revoltoso. Ya desde ese momento se le notaban algunos mohines algo exagerados, que lo acompañaron junto con su inmensa personalidad durante toda su carrera actoral. Más de esas muecas pudieron verse en Corazón de caballero, una película que se soporta bien gracias a su fresco elenco. Y sus gestos sobreactuados tuvieron su punto más alto cuando interpretó magnificamente a un Guasón al que todos esos mohines le eran absolutamente necesarios para evidenciar su desquicio. El personaje de Tony en ...Parnassus también tiene su carga de gestualidad exagerada y una vez más, la lleva con suficiente carisma como para que sea un adorno para el personaje y no una carga negativa. El resto del elenco cumple muy bien, en especial Christopher Plummer como Parnassus y Tom Waits como un diablo muy tramposo pero también muy calmo. Cabe destacar las presencias estelares de Depp, Law y Farrell que no desentonan en un personaje que no les es propio. El tratamiento visual del filme, a cargo de los efectos especiales por computadora y del director de fotografía Nicola Pecorini (colaborador usual de Gilliam, en Miedo y asco en Las Vegas, por ejemplo) que decidió filmar con equipos de angulo muy ancho, por lo que casi todas las imágenes que vemos son realmente muy extrañas: se genera un inusual efecto de claustrofobia tanto en las escenas en lugares cerrados como en las de exteriores, que por momentos dan la sensación de que fueron filmadas en un patio abandonado del barrio. Los efectos especiales -útiles para contar las secuencias dentro del espejo- están bastante bien, sin llegar a ser deslumbrantes, aunque sin abandonar jamás el toque limado y "fumón" de Gilliam. El imaginario mundo del Dr. Parnassus es una película que sería otra si Heath Ledger no hubiera muerto, que gana una popularidad y un renombre por ese motivo más allá de la enorme trayectoria de Gilliam. También es una película interesante, con el sello del director, pero que probablemente no pase a la historia como relato en sí, sino como la última película -como reza el crédito final- "de Heath Ledger y sus amigos". Sin dudas lo extrañaremos.