Réquiem para Hans Un elegante y personal ensayo sobre el duelo es el núcleo de Introduzione all'Oscuro (2018), cuarto film del cineasta Gastón Solnicki que funciona como un réquiem para Hans Hurch, un hombre excéntrico con una personalidad extravagante. Hans Hurch fue el director de la Viennale (Festival Internacional de Cine de Viena), entre 1997 y 2017, aplicando su particular estilo y visión a uno de los festivales más cinéfilos del mundo. Hurch muere en Roma tras sufrir un infarto. Introduzione all'Oscuro, cuyo título está inspirado en una obra del compositor Salvatore Sciarrino, es un cálido y sentido homenaje del séptimo arte inspirado por el cariño que hizo de su amistad con Solnicki algo muy especial. Solnicki viaja a Viena para emprender un recorrido tras los pasos de Hurch y construir un retrato cinematográfico de su persona (pero también de la ciudad) a través de los recuerdos que emanan de la memoria. La búsqueda lo conduce por el Café Engländer, donde uno de las infusiones lleva el nombre de Hans, el Bösendorfer Salon, el cine Gartenbau, el Museo de Arte Moderno o el cementerio de Zentralfriedhof, donde están sepultados los restos de Beethoven, Brahms y el propio Hurch. Introduzione all'Oscuro no utiliza un relato clásico, sino que se estructura a partir de las cartas manuscritas y postales que Hans (no usaba email) le enviaba a Solnicki, el sonido ambiente y musical y una conversación grabada entre ambos durante el proceso de montaje de Papirosen (2011) (cuyas escenas también aparecen en la película). Solnicki realiza un homenaje a través de ensayo documental, tan afectuoso como personal, donde cada plano, magistralmente fotografiado por Rui Poças (Zama, 2017), justifica el tono un tanto ególatra que puede molestar en esta reflexión sobre la muerte y el dolor que finalmente celebra la vida.
El desequilibrio La segunda película de Sergio Mazza estrenada este año y a solo una semana de Vergara (2018), su antecesora, narra el cambio de vida de Marita, una trans de 60 años que luego de medio siglo en el cuerpo de un hombre decide comenzar el proceso de transición para asumirse como mujer. Protagonizada por María Laura Alemán, One Shot (2018) se basa en las propias vivencias de la actriz que a los 50 años, casada y con hijos, realizó el proceso para adoptar su verdadera identidad de género. La trama se ubica años más tarde y muestra como tal decisión no solo cambió su vida física sino también lo concerniente a lo laboral, social y familiar. La historia, ambientada en Victoria (Entre Ríos) sigue dos líneas narrativas y es ahí donde lo que podría haber sido interesante se convierte en fallido. Por un lado se cuentan las vivencias de Marita y su conflictiva relación con su socio en la escribanía, con su ex mujer (Esther Goris) atravesada por la transexualidad y con una de sus hijas (Belen Blanco). Mientras que por el otro sigue a Sensei, un inmigrante chino, aficionado a fotografiar prostitutas y trabajador de un supermercado. La idea de un planteo sobre minorías y discriminación sexual y racial no logra definirse frente a dos historias con fuerzas diferentes que nunca conectan entre sí salvo en un final forzado. La segunda queda totalmente relegada y se vuelve invisible frente a la potencia de la primera. Hay buenas intenciones y una urgencia para contar un tema actual pero ambas cosas solas no alcanza, se necesita mucho más. Mazza divide la historia en episodios y sobreimprime sobre las imágenes textos con datos relevantes sobre la transexualidad, la discriminación, la inmigración e incluso añadiendo información de Marita como un complemento de una historia despareja, que sube y baja en busca de un equilibrio que nunca encuentra.
Siete vidas absurdas En sus inicios la antología de cortos Historias breves era considerada un semillero de futuros nuevos talentos que devendrían en los cineastas del futuro. Es sabido que de sus entrañan salieron nombres como los de Lucrecia Martel, Israel Adrián Caetano, Daniel Burman, Santiago Loza, Mónica Lairana, entre otros. Claro que de 1995 a esta parte pasaron 23 años y los cambios tecnológicos hicieron que cualquier estudiante de cine pueda realizar hoy un corto de calidad, aunque muchas veces sin contar con un presupuesto de estas características. Es por eso que hoy Historias breves no tiene la transcendencia de sus primeras épocas aunque en su conjunto el resultado sea homogéneo, haya calidad y se tomen riesgos. Compuesto por siete cortometrajes, La religiosa, de Sofía Torre y Andrea Armentano, con María Onetto, Agustin Pardella y Guido Botto Fiora resulta sin duda uno de los trabajos más interesantes. Ambientado en un pueblo rural de la provincia de Buenos Aires retrata una asfixiante relación entre una madre sobreprotectora y su joven hijo mientras este mantiene un amorío secreto con otro muchacho del lugar. El binomio de directoras logra crear un ambiente claustrofóbico a través de una puesta compuesta de planos simétricos, diálogos austeros donde nada se dice sino que se insinúa y un sonido envolvente generador de tensión en un trabajo que asume riesgos estéticos y narrativos. Aunque si de riesgos hablamos sin duda es Una cabrita sin cuernos el que se lleva los mayores aplausos por apostar a la comedia negra para retratar una situación absurda ocurrida durante los albores de la última dictadura cívico militar que gobernó el país. En otro pueblo de provincia una directora de escuela descubre que su alumna tiene un libro infantil de un autor ruso y decide dar aviso a las autoridades gubernamentales que inician una serie de interrogatorios hasta que una maestra se ve obligada a “confesar” cuáles eran las verdaderas intenciones con dicha lectura. Sebastian Dietsch (Lila, Zombies) trabaja sobre el absurdo para abordar desde un lugar poco común el modus operandi de las fuerzas militares, el estado de paranoia reinante y los medios pocos ortodoxos utilizados para encontrar culpables de no se sabe qué. Por su parte en Nada de todo esto Hernán Alvarado Martínez realiza una transposición del cuento de Samanta Schweblin en el que propone una reflexión sobre el consumismo y la necesidad de acumular objetos sin ningún valor más que el material. Madre e hija toman jardines por asalto para intentar modificar el mal gusto de sus dueños pero un accidente fortuito las llevará a ingresar a una lujosa casona de un barrio privado provocando una ruptura entre el antes y el después. En Niño rana Laura Zenobi y Lucas Altmann crean una fábula fantástica a partir de la relación de una joven que llega a una casa de campo y un pre adolescente que habita en ella. Mientras que Media Hora de Sebastián Rodríguez apuesta por la comedia romántica, fresca y generacional, a través de la relación entre dos jóvenes que recién se conocen y terminan en la casa de uno de ellos. Pero un detalle no menor hará que lo que iba a ser una noche de pasión se desvanezca a raíz de un insólito planteo. Una road movie por la Patagonia en donde un hombre exitoso que emprende un viaje en micro se enfrentará, a través de su compañero de asiento, con una serie de dilemas existenciales, familiares y sobre el desarraigo, es la propuesta de Insilios, exiliados en el interior dirigido por Luis Camargo. Finalmente, Claudia Ruíz presenta en 11:40 la historia de dos hermanos que durante el primer día de clase en la nueva escuela esperan ansiosos que llegue esa hora para poder ver al padre. Un relato de tinte social que le escapa a la previsibilidad y el lugar común. Siete cortos, trabajados desde lugares diferentes y con historias que apuestan a una variedad eclética de géneros y formas dan como resultado una antología compacta, tal vez la más pareja que se haya visto entre los últimos Historias breves.
Paternidad responsable La paternidad como necesidad es el planteo sobre el que se erige Vergara (2018), película en la que Sergio Mazza (Graba, El Gurí) trabaja, pero desde otro lugar, el tópico incursionado en el documental Natal (2010). Marcelo Vergara (Jorge Sesán) no está en el mejor momento de su vida. Cerca de los 40 años pierde a su novia y el trabajo de locutor de radio casi al mismo tiempo. Para colmo de males Vergara no es el tipo más sociable del mundo, tiene un único amigo y una familia con la que no se lleva demasiado bien. En medio de esta crisis aparece la necesidad de ser padre sin importar con quien. Si en su documental Natal Mazza abordaba el periodo gestacional de un embarazo a través de su experiencia personal, en Vergara ficcionaliza la etapa anterior vinculada con el deseo y la imposibilidad. El foco está puesto en el hombre y ya no en la mujer, trabajando sobre cuestiones como la fertilidad con total normalidad sin que la masculinidad sea puesta en duda. Marcelo se somete a una serie de estudios sin ningún tipo de cuestionamientos ni reproches. Filmada en las inmediaciones de la ciudad de Rosario, con una estética visual compuesta de planos fijos y simétricos, evitando casi por completo el plano y contraplano, Vergara se corre de algunos lugares típicos que viene trabajando el cine argentino como la inmadurez y la resistencia al paso del tiempo con personajes cuarentones que siguen actuando como adolescentes. Vergara será poco cortés, apático, tosco e individualista pero también es responsable de sus actos y maduro, aunque quiera salirse con la suya y no involucrar a los demás. Vergara es una comedia dramática en la que Mazza apuesta por el humor ácido y seco con referencias al cine de Woody Allen y Noah Baumbach, y en donde los diálogos son tan protagonistas como la banda sonora jazzística que le brinda un estilo vintage.
Diario de una pasión El retrato de una pasión es la síntesis perfecta de lo que Sergio Criscolo se propuso en Volver a Boedo (2018), una película sobre la lucha de un grupo de vecinos por recuperar el predio que albergaba el Viejo Gasómetro sede del Club Atlético San Lorenzo de Almagro y núcleo deportivo-cultural del barrio porteño. En Avenida La Plata entre las calles Inclán y Las Casas en pleno centro porteño se encontraba empotrado el estadio del Club Atlético San Lorenzo de Almagro que funcionó en ese lugar hasta el 2 de diciembre de 1979 cuando por presiones de la dictadura cívico-militar fue vendido a la multinacional Carrefour que instaló en ese mismo sitio el primer hipermercado del país. Muchos fueron los intentos de parte de los hinchas para recuperar los terrenos, aún después de inaugurado el Nuevo Gasómetro. Volver a Boedo muestra como un grupo de aficionados al club que luchaban por la recuperación lograron su cometido. El documental de Criscolo es por sobre todas las cosas un documental sobre la pasión y los sueños. El relato se forja primeramente a través de la contextualización de los hechos históricos que llevaron al club a perder sus terrenos, mientras que en paralelo sigue al grupo de aficionados que trazó un plan para su recuperación hasta lograrlo. Construido a partir de testimonios de hinchas anónimos y no tanto, periodistas y escritores, fanáticos y vecinos del barrio, el foco está puesto más que en lo futbolístico en lo político, social, y cultural. Criscolo no construye un documental sobre un equipo de fútbol, si bien es el corazón de la historia y lo que la mueve, tampoco sobre un barrio, sobre los hinchas o sobre la melancolía de lo que fue. Volver a Boedo es una historia de luchas compartidas, sueños cumplidos y de cómo una sociedad unida puede conseguir lo imposible.
Las mantenidas sin sueños La ópera prima del paraguayo Marcelo Martinessi (La voz perdida, 2016), ganadora de dos Osos de Plata en la última Berlinale, Las herederas (2018), refleja una sincera y elocuente mirada crítica sobre la sociedad paraguaya actual a través de una pareja de mujeres en medio de una crisis económica. Chela (Ana Brun) es una mujer de buena posición social que vive de los resabios de una herencia familiar con Chiquita (Margarita Irun), su pareja pero de la que todos creen que es una amiga. El dinero ya no alcanza y debe vender todos los bienes al tiempo que su compañera termina en prisión por fraude bancario. Chela se queda sola y descubre con su viejo automóvil una manera de ganar dinero. Sus vecinas le piden que las lleve a partidas de pócker, y le pagan por ello. Pero la economía se derrumba y la mentira con ella. Este punto de partida le da pie a Martinessi para desarrollar una historia crítica sobre el conservadurismo de cierto sector social paraguayo representado aquí por un grupo de mujeres que reflejan los últimos vestigios de una burguesía en plena decadencia. En ese contexto se ubica Chela que de la misma manera que esconde su declive financiero lo hace con su elección sexual. Chela afronta la pérdida (de dinero, de su pareja, de la mucama, de los objetos) llevándola a una crisis existencial que le hace explorar sutilmente pasiones contenidas mientras, en el fondo, se mantiene fiel a su cómoda rutina. A través de sutiles gestos cargados de significados, primeros planos en penumbras, una inteligente utilización del fuera de campo, colores apagados y encuadres generales que son tan discretos como voyeristas, Martinessi retrata el dolor de un personaje plagado de matices pero tan hermético que resulta imposible terminar de conocer. Las herederas enfrenta al espectador con la hipocresía social, la mentira y el dolor pero lo hace de una manera tan locuaz y directa que de ninguna manera resulta indiferente.
Preguntas sin respuestas Luego del auspicioso debut con Primero enero (2016), el cordobés Darío Mascambroni regresa con una película mucho más seca pero donde demuestra que los logros de su ópera prima no fueron producto de la suerte del debutante sino del talento de un artista que se las trae. Mochila de Plomo (2018) es también una película de iniciación pero en cierto sentido opuesta a su antecesora. Tomás es un adolescente de 12 años, vive en un barrio periférico de la ciudad de Villa María, tiene una madre más preocupada por sus salidas nocturnas que por el hijo, y un padre que fue asesinado en una situación algo confusa. Tomás va a la escuela pero queda libre, juega al fútbol y deambula por la casa de algunos conocidos, más preocupados por librarse de él que por contenerlo, siempre con una mochila en sus espaldas. Es en esa mochila en la que Tomás tiene un arma. Mochila de Plomo es una película que genera preguntas, a diferencia de un protagonista que busca respuestas. Sobre el padre de Tomás hay un silencio tácito. Nadie quiere hablar de él y Tomás busca quebrar ese silencio. Busca entender quien fue, que hizo y por qué lo mataron. Respuestas que todo su entorno evade y que las encuentra en el propio asesino. Thriller minimalista, con momentos de mucha tensión y una dosis de suspenso, la historia sigue el punto de vista de Tomás, un intenso trabajo de Facundo Underwood que compuso un niño tosco, incapaz de demostrar afecto, pero que a la vez genera empatía con el espectador. Mascambroni tiene el talento de hacer actuar bien a no actores, de llevarlos al límite de lo que pueden dar para lograr personajes creíbles, sin la necesidad de golpes bajos ni efectismos, algo que tambien había demostrado en Primero enero. Si en Primero enero Mascambroni apelaba a una historia melancólica en una especie de despedida entre un padre separado y su hijo pre adolescente, en Mochila de Plomo abandona todo dejo de ternura para apelar a la sequedad de personajes carentes de afecto, que se ignoran prefiriendo no ver lo que pasa por delante de sus ojos. Como en Crónica de un niño solo (1964), Tomás debe sobrevivir por cuenta propia, mientras deambula solo por la ciudad de Villa María, despidiéndose del niño que fue para convertirse en el hombre que será, buscando respuestas, que tal vez nunca nadie se las conteste y un futuro que probablemente no tendrá.
Ambos tres Una historia sobre el dolor y la redención es la propuesta de Inés María Barrionuevo (Atlántida, 2014) en Julia y el zorro (2018), un relato sobre las perdidas y las tensiones familiares interpretado por una extraordinaria Umbra Colombo. Julia, una actriz con aires de diva, y Emma, la hija de doce años, más infantil que pre-adolescente, regresan a la que alguna vez fuera la casona que habitaban tras la muerte del marido y padre. La casa está abandonada y alguien se robó la heladera. En el garaje hay un auto destartaladoque, junto a la pierna rota de Julia, hace suponer que hubo un accidente fatal. La relación entre madre e hija se nota tensa, pero a medida que los minutos avanzan esa tirantez inicial se vuelve casi una batalla campal entre una madre despreocupada y una hija que busca un poco de atención. Cuando Gaspar, un amigo de toda la vida entra en escena, se vislumbra una solución, pero no la que se espera. El zorro al que se refiere el título es el protagonista de ambas historias, el de la madre y el de la hija, y es que Julia y el zorro está plagada de metáforas que la conectan con cierto instinto animal de relaciones ambiguas que se complementan con geniales pasajes oníricos, acompañados solo del cuerpo de Umbra Colombo, en un personaje hecho a su medida, con un rubio platinado y actitudes que la asemejan a una modelo de Dolce & Gabbana. Barrionuevo trabaja los vínculos familiares rotos y el duelo a través de la autodestrucción de sus personajes y eso vuelve a Julia y el zorro una película oscura, por momentos incómoda, con personajes apáticos que en ningún momento buscan conquistar al espectador ni al entorno que los rodea. Tratan de distanciarse de cualquier empatía que pueda surgir evitando actos de (auto)complacencia. Filmada con una sensibilidad extrema, un magistral tratamiento sonoro y narrada de manera fragmentada, compuesta por escenas que parecen no tener relación entre sí, con momentos que rozan el artificio en busca de un paralelismo con la profesión de la protagonista, Julia y el zorro asume riesgos que la vuelven valiosa en su manera de contar una historia plagada de atmósferas y climas densos que, contrariamente a lo que se puede presumir, nunca cae en la demagogia ni la sensiblería. Sino todo lo contrario.
Sobre hippies y niños Luego de una exitosa carrera como cortometrajista (Ana y Mateo, Lo que haría, Espacio personal y Princesas) Natural Arpajou debuta en el largo con una historia personal, la de su infancia en el sur argentino. La capacidad de Arpajou como guionista y directora de actores se manifiesta en Yo, niña (2018), si bien no había pasado desapercibida tampoco antes de que se lanzara al formato del largometraje: sus cortos le valieron numerosos premios y prestigiosas nominaciones, ganando cuatro veces el Festival de Mar del Plata. La historia de la película o, más bien, la premisa a partir de la cual deshila el relato, la encontró en su propia infancia. Una etapa marcada por los desarraigos y las mentiras. Armonía es la hija de una pareja de hippies que a mediados de la década del 70 decide abandonar la ciudad y comenzar una nueva vida en una cabaña sin las comodidades estándares y viviendo de la autosustentación. Armonía disfruta de lo nuevo pero también se hace preguntas y es cuando debe regresar a la ciudad por una situación particular no prevista que redescubre el mundo real, ese mundo del que los padres quieren huir pero en el que Armonía quiere permanecer. Arpajou expone la conflictiva relación de una familia, su familia, en un film autobiográfico, eligiendo narrarlo desde el punto de vista de una niña, que funciona como su alter ego. Para eso se apoya en un guion impecable, sin fisuras, y unas imágenes magníficamente compuestas, coloridas y poéticas; adoptando el tono característico de un cuento de brujas, desgarrador, oscuro, con una mirada naif que, sorprendentemente, no cae en el golpe bajo, y, logra relatar un drama sin recurrir a la lágrima fácil. Aunque el golpe sea directo y la catarsis también. El encanto de El Bolsón, representado maravillosamente por amplios planos abiertos, pero evitando el regodeo, y un elenco que incluye a Esteban Lamothe, Andrea Carballo, Mariano González, Marina Glezer y la niña Huenu Paz Paredes le suman atributos a Yo, niña. El resto lo hizo la vida.
Réquiem para un sueño Con un tema provocador, Vendrán Cosas Mejores (Better Things, 2008), ópera prima de Duane Hopkins, narra con un estilo elegante y desprejuiciado la vida de un grupo de adolescentes de un pueblo de Inglaterra y en paralelo la de sus abuelos. Duane Hopkins sitúa la acción de su película en un pueblo de Inglaterra, recurriendo a una mayoría de actores no profesionales. Mezclando con destreza cinco relatos, Vendrán Cosas Mejores se desarrolla a partir de una declaración muy explícita del ambiente: “La verdadera vida era difícil en el mejor de los casos.” Centrado en el universo de adolescentes que intentar huir de la aburrida rutina a través de las drogas (con Liam McIlfatrick en el papel principal), la agorafobia (Rachel McIntyre) o los amores sin futuro, Vendrán Cosas Mejores se caracteriza por una intriga y diálogos minimalistas y aborda en paralelo la generación de sus abuelos (una mujer moribunda y una pareja anciana en crisis de comunicación). Tantas existencias en equilibrio precario, que parecen a punto de desmoronarse, mientras que solamente una simple cortina parece separarlos de la luz. Este relato coral portador de esperanzas muy frágiles en una vida que parece de poco peso en esta atmósfera mortífera, brilla sin embargo con resplandor en cuanto a la puesta en escena. De la maestría de cambios de ritmo trabajados en el montaje a una estética muy exitosa con luces naturales, Duane Hopkins reveló en esta película que data de 2008 una singularidad y un talento que más tarde reconfirmó.