La dualidad según Maximiliano Schonfeld En su cuarta película, Maximiliano Schonfeld (Germania, 2012; La helada negra, 2015; La siesta del tigre, 2016), escrita junto a Selva Almada, explora el duelo y la perdida a partir de la usurpación del lugar de aquel que ya no está. Abel (Joaquín Spahn) es un adolescente que vive en una zona rural de la provincia de Entre Ríos. En un pueblo cercano también vivía su primo, Jesús López (Lucas Schell), quien muere en un trágico accidente automovilístico ni bien comenzada la historia. Jesús López era un joven fachero que se dedicaba a las carreras de autos, con una familia que lo apoyaba, una novia bonita, y amigos que lo acompañaban en sus andanzas, que desafortunadamente pierde la vida cuando un automóvil choca la moto que conducía. Abel, es todo lo contrario a su primo, pero poco a poco comienza a ocupar su lugar y transformarse en él. Estrenada en Horizontes Latinos del Festival de Cine de San Sebastián y ganadora del premio Abrazo a la mejor película de ficción en la 30ma. edición del Festival de Biarritz América Latina, Jesús López (2021) aborda el vacío que deja una muerte prematura a partir de la ocupación de ese lugar por parte de un otro. No hay rasgos de perversidad ni de maldad en esa usurpación, sino que Schonfeld la trabaja desde la naturalidad, algo ingenua e inocente. Poco a poco Abel se va apoderando de la vida de Jesús hasta lograr mimetizarse en él. El joven, sin proponérselo, y con la complicidad de todo el entorno, que necesita llenar ese espacio, comienza ocupando la habitación de su primo, usando su ropa, saliendo de parranda con los amigos, besando a la novia y corriendo en su auto. Todos lo viven como parte de un pasaje natural. Abel creció idealizando a su primo pero, ¿está preparado para convertirse en él? Thriller psicológico, donde el realismo se entremezcla con lo fantástico, lo natural con lo místico, y lo religioso con lo sexual, Jesús López pone al espectador frente al dilema de elegir desde que lugar pararse frente a la ambigüedad que la historia propone. Para destacar la excelente fotografía de Federico Lastra, como el trabajo sonoro que realiza Sofía Straface, fundamental en la construcción de las diferentes atmósferas y climas que atraviesan las contrdicciones de los personajes como en la generación de una tensión latente que nunca está ausente.
Documental de Natalia Labaké sobre los años menemistas Documental de montaje que muestra el ascenso político del patriarca de la familia, mientras las mujeres funcionan como el decorado perfecto de una escenografía kistch. La vida dormida (2020), documental de Natalia Labaké que tuvo su estreno mundial en la sección Luminous del International Documentary Filmfestival Amsterdam (IDFA), es una obra construida a partir de imágenes caseras, algunas registradas durante finales de los años 80 y principio de los 90, y otras cercanas a la actualidad, que dialogan entre sí para ejercer una mirada crítica sobre el patriarcado político y el rol de la mujer. Siguiendo la línea estética de obras como El silencio es un cuerpo que cae (2018), Silvia (2019) o Esquirlas (2020) de ahondar en el pasado familiar a través de las imágenes que sus propios integrantes capturaron para desde lo personal interpelar lo colectivo, Labaké, a diferencia de los anteriores trabajos, no funciona como una protagonista presente, sino que deja que sea el propio registro audiovisual, a través de un hábil montaje alternado, el que provoque la interpelación y genere las preguntas. Juan Gabriel Labaké, padre de la realizadora, es un abogado, nacido en Córdoba, pero radicado en Buenos Aires, que tuvo como clientes a Isabel Martínez de Perón y a Zulema Yoma, ex esposa de Carlos Menem a quien asesoró y con quien compartió boleta electoral. Está casado con Haydee, también militante peronista, que registró con su cámara, a modo de recuerdo familiar, y sin proponérselo, el ascenso de su marido y una época signada por la pizza y el champán. Años más tarde Natalia, nieta del matrimonio, es la que filma, no a su abuelo, sino a las mujeres de la familia, centrando su mirada en su hermana Agustina y su tía Bibiana, una con trastornos de ansiedad, y la otra internada en un geriátrico, actrices, cómo Haydee, muy de reparto en los videos familiares de antaño y protagonistas en la nueva historia. Pasado y presente se interpelan en este documental donde las imágenes se cruzan, chocan y confluyen para mostrar a través de las mujeres de esta familia, por lo general fuera del campo visual, por un lado, la visión machista y patriarcal de la clase política, en donde éstas funcionan como acompañantes y no como figuras centrales, mientras que por otro funciona como testigo de una época, dorada para algunos pocos, y obscura para muchos otros.
Manuel Nieto Zas entre la culpa y la tensión de clase con un magistral Nahuel Pérez Biscayart El director de "La Perrera" (2006) y "El lugar del hijo" (2013) aborda en su nueva película, cuyo punto de partida es el final de la antecesora, la diferencia de clases a partir de la "cómplice" relación entre un patrón y su empleado. Estrenada en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, El empleado y el patrón (2021) se centra en la relación que entablan Rodrigo (interpretado por el argentino Nahuel Pérez Biscayart a quien a esta altura uno le cree cualquier personaje), un patrón de estancia, hijo de un acaudalado terrateniente (Jean Pierre Noher), que se ve obligado a contratar de urgencia un nuevo peón para las tareas rurales. Recurre a un viejo conocido, pero este le recomienda a su hijo Carlos (encarnado por Cristian Borges), un muchacho de 18 años, con una hija pequeña, aficionado a los caballos. La cosecha lo obliga a instalarse en el campo, pero un hecho fortuito derivará en una tragedia que afianzará el vínculo de camarería entre el empleado y su patrón. Mientras en ambos entornos familiares estalla una deliberada tensión que colocará a ambos en posiciones incoómodas. Manuel Nieto Zas aborda la lucha de dos clases sociales opuestas a partir del sentimiento de culpa, un estado que sobrevuela toda la película. Los dos personajes centrales están inmersos en una culpa que los supera. Mediante el empleo justificado de una serie de elipsis y un deliberado fuera de campo, es más importante lo que no se ve y se oye en segundo plano que aquello que se muestra, El empleado y el patrón es un film sugestivo, plagado de miradas y gestos que articulan un relato marcado por una puesta en escena naturalista que pone en crisis los mundos que rodean a ambos protagonistas. La descripción del choque cultural y la construcción del mundo rural en que se envuelven son retratados con una verdad tan ambigua como genuina. La relación entre ambos es verdadera pero también es cierto que cada uno tiene en claro cuál es su lugar en ese mundo. El empleado y el patrón le escapa al cuento moral y funciona más como un reflejo de dos universos opuestos, signados por mandatos y circunstancias. Lejos de culparlos por sus actos, Nieto Zas los redime de culpa y cargo. La presencia simbólica del caballo blanco en el último tramo del film resignifica un final que, si bien puede parecer cargado de cierta ideología de clase, coloca a ambos personajes en un mismo lugar. El de perdedores.
Obra maestra de Radu Jude que alterna el porno con el collage filosófico Ganadora del Oso de Oro en la última Berlinale, "Sexo desafortunado o porno loco" (Babardeală cu bucluc sau porno balamuc, 2021) es sin lugar a dudas una obra maestra que catapulta al rumano Radu Jude al podio de uno de los directores más interesantes, arriesgados y libres del cine contemporáneo. El prólogo de Sexo desafortunado o porno loco es una escena pornográfica entre un hombre y una mujer que disfrutan del sexo en todas sus acepciones. Son cinco minutos de explicites sexual que descolocan a cualquier espectador desprevenido. Corte. Coloridos títulos de presentación y vemos a la mujer del video, Emilia (Katia Pascariu), profesora de un colegio secundario, caminando por las calles de Bucarest. Alguien subió el video íntimo y privado de la pareja a la página de Internet PornHub, se hizo viral, y la carrera de la docente corre serio peligro. La película, filmada durante la pandemia, que se divide en tres partes, dos ficcionales y una documental que entrelaza ambas, está contada desde el punto de la mujer. En la primera vemos a Emilia rumbo a la casa de la directora del colegio para explicarle lo ocurrido. La profesora será parte del paisaje urbano mientras circula entre publicidades y una multitud de peatones protegidos con tapabocas, otra igual a cara descubierta, y muchísima gente disfrazada. En el vagar de la cámara, surge el conflicto, desde estilos publicitarios de representación hasta reprehensiones y violencia física. La segunda parte de Sexo desafortunado o porno loco se estructura como un diccionario. Jude apela a material de archivo con una intencionalidad humorística y cuestionadora. Un recopilatorio de sentencias y máximas que recuerdan a Walter Benjamin o a David Shields. Una serie de palabras seleccionadas entre la A y la Z, cuyos significados dependen del contexto rumano social, histórico y político como también de la idiosincrasia de un pueblo alienado. Finalmente, en el final, recrea una suerte de juicio kafkiano (y porque no lyncheano) a través de una reunión de padres, madres y docentes que determinarán el futuro de Emi. Sexo desafortunado o porno loco pone a los espectadores en el lugar de jurados en un juicio sicalíptico que refleja la doble moral de una sociedad que poco a poco va perdiendo la cordura. Un espejo donde mirarse para entender que resulta imposible escapar de la mirada crítica que proponen los principios morales arraigados. Lo obscenidad del video no es nada comparada con aquella que nos rodea, pero a lo que no se le presta atención. Jude, que no tiene límites expresivos y propone giros tan radicales como rupturistas para los cánones cinematográficos, pasa del documental al pastiche disparatado en cuestión de segundos, utiliza su arte para ofrecer una brillante tesis sobre la estupidez humana, y lo hace a través de una mirada corrosiva y audaz sobre Rumania, el mundo y el tiempo que en suerte le toca vivir.
La obsesión por el cuerpo de Felipe Gómez Aparicio El premiado publicista debuta en el cine con un obscuro relato que combina la obsesión por el cuerpo, la identidad sexual, las relaciones filiales, el acoso y los límites del arte. David (Mauricio Di Yorio) es un adolescente que cursa el último año del colegio secundario. Está obsesionado con su cuerpo y vive para entrenar. Su madre, Juana (Umbra Colombo), una reconocida artista plástica, es la causa de esa obsesión. Juana dedicó su vida a moldear cada uno de los músculos de David. La obra está lista. El hijo será la obra de arte que tanto tiempo le llevó terminar. Pero David duda de todo. De su cuerpo, de su sexualidad, de su madre, de sus amigos… La aparente armonía que parece reinar en su vida explota y ya nada volverá a ser igual. La ópera prima de Felipe Gómez Aparicio, como el personaje protagónico, es una obra contenida, sutil, donde el cuerpo habla y las palabras sobran. La cámara sigue de manera casi voyeur cada uno de los torneados músculos. Por momentos tomando distancia, espiando sus entrenamientos, como lo hace David en el vestuario, mientras por otros momentos se le posa encima, captando cada detalle de un cuerpo tan perfecto como apagado. En El perfecto David (2021), estrenada en el Festival de Tribeca, nada es explicito, todo está rodeado de aquello que no se dice, de una atmosfera agobiante, claustrofóbica, opaca. El homoerotismo es igual de constante que la tensión sexual entre madre e hijo, entre alumno y entrenador, entre compañeros. La misma que se respira en el gimnasio. Tensión que el realizador acompaña con una exquisita fotografía que provoca una sensación de inmersión. La edípica-incestuosa relación con la madre, la confusa identidad sexual, las relaciones con su entorno (colegio, gimnasio) todo es ambiguo y ahí es donde la historia gana. El espectador entra en el mismo mar de dudas y temores que acompañan al personaje. El director, que se encuentra trabajando en la biopic del músico argentino Fito Paéz para Netflix, construye un apasionante relato de iniciación a través de una historia tan simple como compleja, que explora a través del mundo que rodea al fisiculturismo otros mundos, igual de exigentes, igual de perversos.
Un juego absurdo de Nacho Guggiari "El cuento del tío" (2021) es una verdadera rareza dentro del cine argentino. Una comedia negra que apuesta por el grotesco y el absurdo cruzando el costumbrismo de "Esperando la carroza" (1985) con la elegancia de "Muerte en un funeral" (Death at a Funeral, 2007). La ópera prima de Nacho Guggiari se desarrolla durante una cena de Navidad. Una típica familia porteña se prepara para recibir al tío millonario, al que hace tiempo que no ve. Luis Ziembrowski y Alejandra Flechner son los padres Rafa, un joven con problemas, que provocará la tragedia desencadenante de una oportunidad. Claro que todo se complica y los ganadores no serán quienes pensaban serlo. El cuento del tío apela a una tipología humorística a la que el cine nacional mucho no se le anima o cuando lo hace termina desbarrancado. Guggiari recurre a una puesta en escena casi teatral, pero a la que logra darle vuelo cinematográfico con algunos planos secuencia que permiten que el espacio se abra y una cámara en movimiento que sigue a los personajes por el set donde se desarrolla casi el cien por ciento del relato. Guggiari, que se reunió de un equipo de actores que conocen cada una de las reglas del género (Mónica Villa, Martín Slipak, Silvia Pérez) y un equipo técnico de alto vuelo profesional, asumió riesgos estéticos y narrativos. Todo podría haberse desbordado. La historia, la forma, los actores, el guion… pero a diferencia de otras propuestas que siguieron el mismo camino en El cuento del tío todo está contenido, cuidado al extremo, incluso el empleo sutil e irreverente de un tipo humor ausente de corrección política. Una inteligente comedia popular tan efectiva como locuaz.
Crónica documental de Víctor Cruz En su nuevo documental, Víctor Cruz realiza una crónica sobre el drama ecológico que vive la ciudad Taranto (Italia), producto de la contaminación provocada por el polo industrial que contradictoriamente la mantiene viva. En la ciudad de Taranto –en la región de Apulia, el taco de Italia– el trabajo y la enfermedad son la misma cosa. Allí se encuentra la mayor siderúrgica europea, ILVA, que desde 1960 les da trabajo a casi 11.000 obreros. La fábrica aumenta el riesgo de muertes y de enfermedades en su entorno, pero su cierre definitivo hundiría económicamente esa zona del Sur de Italia. Una auténtica "bomba social” que ante su cierre parcial provoca fuertes disputas entre sus pobladores. Víctor Cruz viajó hacia la zona para registrar en primera persona, y a través del formato de la crónica periodística, lo que allí sucede. En la construcción del documental convergen el material de archivo y la entrevista para abrir un debate sobre una serie de tópicos que abarcan dicotomías que no tendrían que serlo. Economía vs salud, desarrollo vs bienestar, sustentabilidad vs contaminación ambiental, privados vs Estado. En síntesis, presente vs futuro en lugar de presente y futuro. El dilema que envuelve a Taranto no es único, sino que es un ejemplo de lo que sucede de manera global. De la Patagonia a Canadá, de América a Europa, de Nueva Guinea a Japón, casos como el de Taranto a menudo son noticia en algún que otro medio cuyos intereses económicos no se vean afectados. Y eso es lo que hace a Taranto (2021) contar una historia universal, por más que esté hablada en italiano y sus protagonistas vivan en otro continente. Lo que Cruz logra captar son las diferentes razones que llevan al hombre a una elección sin sentido. Ya no es ser o no ser. Hoy el dilema de Hamlet se transformó. Ese es el eje central sobre el que se mueve Taranto, un documental urgente con más preguntas que las respuestas que puede dar.
Silvina Schnicer y Ulises Porra y la opresión de clases en la Latinoamérica de hoy Los directores de "Tigre"(2017), Silvina Schnicer y Ulises Porra, trabajan en su nueva película sobre el poder que ejercen las clases dominantes sobre aquellas más débiles a partir de la relación entre una mucama y la hija de sus patrones, una adolescente que se ve envuelta en un trágico accidente. Premiada en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, está coproducción argentina filmada en República Dominicana narra la relación entre Yarisa, la mucama, y quién se ocupó de la crianza de Sara, una adolescente que ya tiene 17 años. Ambas mantienen una interdependencia que va más allá de las diferencias de clases, pero, ante un hecho trágico quedará de manifiesto que solo se trata de una ilusoria relación dominada por el poder. El binomio de directores vuelve a nutrirse de esa atmósfera social opresiva que sobrevuela la cinematografía de Lucrecia Martel para pintar un mordaz retrato sobre las diferencias de clases y el poder que la dominante ejerce sobre los dominados. La trama nos presenta al personaje de Yarisa, integrada a una poderosa familia dominicana, cumpliendo sus tareas, pero también sintiéndose parte de ella. Cuando ocurre un accidente, que la involucra junto a Sara, los polos se invierten y lo que creían real se vuelve una mera ilusión. Una deberá elegir la mentira para poder seguir adelante. Mientras que a la otra la verdad le destruirá una vida que ya estaba rota de antes. Carajita (2021) es una película que arrasa como un torbelino y no da respiro, pero lo hace apostando por el pequeño detalle más que por la grandilocuencia visual, donde de por sí el escenario elegido lo es. Los directores evitan poner el paisaje caribeño en primer plano, un recurso que ya habían utilizado en Tigre, donde muchas veces éste queda hasta fuera del campo visual, para centrarse en gestos y miradas que dicen lo que las palabras no pueden pronunciar. En ese sentido es valioso el aporte de Iván Gierasinchuk en la dirección de fotografía como la banda sonora de Andrés Rodríguez, fundamental en la creación de la multiplicidad de climas que atraviesan todo el relato y colocan a los personajes frente al espejo de su verdadero yo. El trabajo de Cecile van Welie, Magnolia Núñez y Adelanny Padilla es descomunal, junto a ellas está un grupo de actores que apela a una variedad de registros, apoyado por una serie de diálogos tan austeros como demoledores, que marcan las características más íntimas de cada uno de los personajes y como se manifiestan frente a cada uno de los entornos ocasionales en donde se mueven. Schnicer y Porra logran, sin la necesidad de recurrir al regodeo de la miserabilidad ni a maniqueísmos efectistas, un contundente retrato social de época que pone al espectador en el rol de abogado del diablo y lo hace partícipe del veredicto final.
Retrato de una lesbiana revolucionaria Liliana Furió y Lucas Santa Ana indagan, a través de un potente retrato documental socio-político-cultural, sobre la vida y lucha de la activista del movimiento lésbico-feminista de 92 años. Ilse Fuskova nació en 1929, fue azafata, incursionó en el periodismo y la fotografía, se casó, tuvo hijos, se separó, comenzó a militar en el feminismo, se reconoció lesbiana y más tarde tuvo una participación activa en el movimiento lésbico-feminista. En los 90 llega a la mesa de Mirtha Legrad e instala el lesbianismo en la agenda mediática. Su vida y obra son retratadas en Ilse Fuskova (2021), documental biográfico de Liliana Furió (Tango Queerido, 2016) y Lucas Santa Ana (Yo, adolescente, 2020). El documental, dirigido a cuatro manos, tiene una estructura biográfica clásica que sigue la línea impuesta por Santa Ana en su retrato anterior El puto inolvidable. La vida de Carlos Jáuregui (2016). Aunque en este caso es la propia Ilse Fuskova quien lleva adelante la historia a través de sus vivencias y recuerdos, entrelazando el presente con material de archivo y testimonios de referentes y testigos participes del movimiento activista del último cuarto de siglo argentino. Sin lugar a dudas el magnetismo de Ilse y su forma de romper con los paradigmas sociales se apoderan de la propia historia y vuelven a Ilse Fuskova en una película atrapante, que sin ser rupturista en su estética y narrativa, si rompe con las formas desde lo conceptual. El binomio de directores, conocedor de la historia sobre las diferente luchas por los derechos de la comunidad LGTBQI+, como en sus anteriores trabajos, busca desde el retrato personal trazar un panorama de la lucha colectiva, política y "romántica", a lo largo de su recorrido histórico en la conquista de derechos.
Un audaz thriller erótico con Renato Quattordio La ópera prima de Daniel Werner es un intenso thriller erótico donde se entrecruzan sexo, engaños, mentiras y secuestros con la supuesta historia de amor entre una profesora y su alumno. Joan (Renato Quattordio) es un adolescente de 16 años, hijo de un juez, que mantiene una relación secreta con Luciana (Romina Richi), profesora de arte en el colegio al que asiste. Una mañana al llegar a su clase se entera que ese será el último día de ella en la institución educativa. Crisis mediante, ella lo cita a una dirección equis y ambos terminan "huyendo" a Córdoba. Se instalan en una chacra y Joan vive esa experiencia como una luna de miel. Pero no todo es amor y sexo, sino que pronto descubrirá que está siendo víctima de una situación extorsiva que por razones obvias no vamos a revelar. Werner construye una película que comienza como una coming of age y que hace foco en la historia de amor prohibida entre un alumno y su profesora para, de manera lenta y paulatina, pasar al thriller erótico, con sexo y desnudos a raudales. La historia mantiene el punto de vista de Joan y toda la información que el espectador recibe es la misma que maneja el personaje. Pasados tres cuartos de hora, y con el ingreso del personaje de Rafael Ferro, la trama dará un vuelco y el thriller más puro se apoderará de un relato que poco a poco se tornará cada más intenso y siniestro. Uno de los grandes logros de la película es un guion que no deja cabos sueltos y si bien, en un principio, ciertas situaciones pueden resultar inverosímiles, basta con hacer memoria y detenerse en escenas a priori insignificantes: la de la pileta de natación, las fotos de él dormido en el auto, la mochila en el agua… para entenderlo todo. Joan y los espectadores manejan igual información, que no es la más importante de la historia, sino que la misma estará siempre fuera del campo visual y sonoro de ambos, y será recién en el final cuando la verdad se descubra y todo adquiera un nuevo sentido. Tanto para él como para los espectadores. Un minucioso y provocativo trabajo de guion del binomio integrado por Daniel Werner y Diego Avalos a la hora de decidir como querer contar la historia y que riesgos narrativos y estéticos asumir, un dispositivo de eslabones que de no estar bien encadenados podría haber derivado en un caos. Amor bandido (2021), que se complementa visualmente con la sugestiva fotografía de Manuel Rebella, es una grata sorpresa, por más de que al final descubramos que vimos una película que contaba una historia que no fue la que en realidad creímos ver.