El duelo en vida Pocas cosas son tan desoladoras como la pérdida de un ser querido, sobre todo cuando éste es “arrebatado” antes de tiempo. Y si bien el duelo que uno encara en esas situaciones es muy personal (y diferente en cada caso), hay algunos sentimientos que, de una u otra forma, siempre aparecen entremezclados: dolor, culpa, bronca, enojos injustificados, negación, impotencia, a veces hasta alivio. Justamente, ese complejo entramado emocional es el que aborda -con mucha sensibilidad- “Un Monstruo Viene a Verme”. Dirigida por el español J. A. Bayona (“El orfanato”, “Lo imposible”) y basada en la novela homónima de Patrick Ness, la película describe el duelo en vida que afronta un chico de 12 años ante la inminente muerte de su madre (Felicity Jones) a manos de un cáncer terminal. La particularidad, es que esa narración se realiza a partir de la inocente mirada de este infante -Connor O’ Malley-, quien se sumerge en un mundo de fantasía para explicar lo que le va pasando. En ese escenario onírico, Connor entablará un fuerte vínculo con un atemorizante monstruo con forma de árbol (voz de Liam Neeson), quien a lo largo del metraje le contará tres fábulas, cada una de ellas con una enseñanza. En efecto, el aprendizaje y la superación son dos de los ejes centrales del filme, cuyo valor principal no reside en el final (que es fácilmente adivinable), sino en el proceso de aceptación que trasunta nuestro protagonista. En ese sentido, “Un monstruo viene a verme” explora las contradicciones de la naturaleza humana y las ambigüedades éticas y morales que guían los comportamientos en situaciones extremas, comprendiendo los lógicos excesos y evitando los juicios de valor sobre aquellas personas que los cometen. Precisamente, eso es lo que le sucede a Connor, que frente al berenjenal emocional que atraviesa no toma siempre las mejores decisiones, en un contexto en donde además del drama materno debe afrontar el maltrato constante en la escuela, un conflictivo vínculo con su padre semi-ausente y una tensa relación con su abuela (Sigourney Weaver, en un gran papel). Aún cuando sus alegorías resultan un poco obvias y subrayadas (lo cual acota la interpretación del espectador), el filme nunca pierde en honestidad, lo cual potencia la emotividad de su mensaje. Es cierto: la película quizás se torna demasiado literal y enfática en sus enunciaciones (y un poco anti-cinematográfica en ese sentido), pero al mismo tiempo las alocuciones del monstruo (que se asemeja a una figura paterna) y las lecciones que va aprendiendo Connor a lo largo del camino se van clavando como agujas en el corazón de los espectadores, en una mezcla de angustia y satisfacción difícil de describir. En algún sentido, “Un monstruo viene a verme” expresa alguna lejana semejanza con “Bajo la misma estrella” (2014) pero sin el melodrama teen tan detestable e impostado que caracterizaba a aquella. En este caso, estamos ante una cinta terrible y emocionante a la vez, pero que evita los golpes bajos y los efectos de sentido lacrimógenos. La propia fortaleza de la historia, las excelentes actuaciones de Toby Kebbell y Felicity Jones y la maravillosa utilización de los efectos visuales son suficientes para lograr que esta bella fábula de superación llegue a buen puerto.
Cautivante espectáculo visual y sonoro La nueva película del gigante Disney presenta una entretenida aventura en la que una querible heroína hawaiana debe salvar a su isla de la destrucción. Para ello contará con la ayuda de Maui, un musculoso semidiós un tanto arrogante y bastante irreverente. Si bien sigue una fórmula narrativa altamente estereotipada, al mismo tiempo, Moana ofrece un festival de canciones, colores y efectos especiales memorables, regalando de esta forma un deleite visual que la hace verdaderamente irresistible. Moana (Auli’i Cravalho) es la hija del jefe de una tribu Maorí que habita en la isla paradisíaca de Motu Nui. En tal carácter, está predestinada a suceder a su padre, conservando la paz, tranquilidad y felicidad de todos sus habitantes. Sin embargo, Moana tiene un espíritu inquieto, e internamente se rehúsa a asumir el lugar que todos esperan que ocupe. Ya de chica soñaba surcar los océanos (algo terminantemente prohibido por su padre), y escuchaba fascinada las leyendas que le contaba su abuela sobre el semidiós Maui (Dwayne Johnson), quien miles de años atrás le había robado el corazón a la diosa Te Fiti para crear el mundo tal y como lo conocemos. El problema es que, al quedar despojado de su corazón, el mundo comenzó a morir irremediablemente. Años después, esa destrucción finalmente llega a la isla de Moana, quien siendo elegida por el océano -y desafiando las reglas de su padre-, se lanza a las aguas en busca de Maui, para restituir el corazón de Te Fiti y así salvar al mundo. En el camino, la protagonista descubrirá la identidad ancestral de su pueblo y, en ese proceso, se reencontrará consigo misma. En términos narrativos, la película no aporta nada demasiado diferente a lo que Disney viene mostrando en producciones recientes. En ese sentido, el film reproduce la fórmula clásica del “camino del héroe” y le agrega su flamante tendencia a incluir personajes femeninos fuertes e independientes, cuya valía no radica -como antes- en ser princesitas indefensas y bobaliconas, sino en afirmar su identidad luchando contra todos los prejuicios y conflictos que las rodean. Si bien, por un lado, se agradece esta mayor apertura del estudio en cuanto a los roles de género que propone, por otro, resulta un poco previsible y premeditado, ya que estos mismos modelos pueden encontrarse en otras películas recientes, como Star Wars: Rogue One (2016), Maléfica (2014) y Frozen (2013). En otras palabras, la corrección política está bien, pero si no viene acompañada de un poco de audacia creativa, es difícil lograr algún grado de originalidad. No obstante, la película funciona. El hecho de que sea una historia de fábrica no implica que ésta no sea efectiva, y el hecho de que sus personajes estén plagados de clichés no quita que éstos sean adorables, simpáticos y divertidos. Quizás, esa sea la verdadera magia de Disney (y también su paradoja): vease, su capacidad para emocionar a los espectadores con diferentes historias que, en el fondo, son la misma. En el caso de Moana, esto además está potenciado por la maravillosa banda sonora escrita por el multipremiado compositor Lin Miranda (“Hamilton”, “In The Heights”), que aquí nos regala un puñado de canciones que no tienen nada que envidiarle a otras grandes piezas musicales de la franquicia. En este punto, vale la pena remarcar la calidad de la joven Auli’i Cravalho (a quien habrá que seguir de cerca en el futuro), y también de Dwayne “The Rock” Johnson, que por su performance vocal demuestra ser un actor más versátil de lo que parece a simple vista (dado el tipo de películas en las que usualmente actúa). Sin dudas lo mejor de “Moana, un mar de aventuras” viene dado por su factura técnica. De principio a fin, el film dirigido por Ron Clements y John Musker (La Sirenita, Aladín) es un deleite para la vista del espectador, con composiciones visuales exquisitas y coreografías corales dignas de un musical de Broadway. Cada plano es una pequeña obra de arte, y esto, en parte, se debe a que los efectos especiales (¡por fin!) están al servicio de la película y no viceversa. Sin embargo, la película por momentos se hace larga, y la falta de un villano sólido que antagonice con los objetivos de la protagonista (hacia el final, la trama se debilita un poco a raíz de esto). Aún así, “Moana, un mar de aventuras” es un film ineludible y cautivante: por el nivel de detalle y cuidado en todos sus aspectos técnicos y musicales, por la expresividad de sus personajes y, sobre todo, por la atracción visual que genera a cada instante. En definitiva, se trata de una película que -al igual que Frozen- invita a tirar por la borda el mandato social impuesto socialmente, para empezar a escuchar esa pequeña voz interna que tanto nos conoce y que susurra al oído: “¡Arriesgate, seguí a tu corazón!”
La secuela de la precuela De la mano del gigante Disney, el universo creado por George Lucas en 1977 continúa expandiéndose, ahora con una historia autónoma que sólo toca de forma periférica el conflicto principal de la saga. Alejada del tono amistoso de sus predecesoras, más cruda y con nuevos personajes (pese a algunos cameos con viejas caras conocidas), el director Gareth Edwards (Godzilla, 2014; Monsters, 2010) entrega un relato entretenido que, entre otras cosas, afronta el desafío de no tener -por primera vez- el apellido Skywalker como centro de atracción principal. Podríamos considerar a Rogue One como una especie de “secuela de la precuela”, dado que transcurre en algún momento entre el episodio III (“La Venganza de los Sith”, 2005) y el IV (“Una Nueva Esperanza”, 1977). Es decir, en el peor momento de la Alianza: con los Jedis casi borrados del mapa, los rebeldes a la defensiva y en franca retirada, y el Imperio extendiendo su dominio tiránico a lo largo y ancho de todo el universo. En ese marco, la atención gira -otra vez y para variar un poco- alrededor de la construcción de la estrella de la muerte. La indomable Jyn Erso (Felicity Jones) -criada por el rebelde extremista Saw Guerrera (Forest Withaker), e hija de un importante científico involucrado en la construcción de esta jodida-arma-rompe-planetas-, intentará robar los planos que detallan las fallas sistémicas de esta mortífera estación espacial. Para ello (y como no podía ser de otra manera), contará con la ayuda de un grupo un tanto disfuncional capitaneado por el espía rebelde Cassian Andor (Diego Luna). Más allá de todos los guiños y marcas identitarias que pululan a lo largo de la película (en general, con buen tino), lo –+que distingue a Rogue One del resto de la saga es su tono bélico. Si bien sigue siendo Star Wars, el foco ya no está en los Jedis, la Fuerza o las peripecias de la divertida aventura intergaláctica. Lo que importa acá es la guerra, y las consecuencias que esta trae para todos los que participan en ella. En este sentido, los guionistas Chris Weitz y John Knoll construyen una historia más cruda y seria que -sin llegar a ser un drama bélico, y sin pretender elaborar una reflexión demasiado profunda- considera a la guerra no como algo “bonito” o “divertido”, sino como lo que es: algo bastante terrible en donde muere mucha gente y en donde los límites éticos o morales a menudo se vuelven difusos. En este sentido, el film se permite complejizar un poco la concepción romántica entre el bien y el mal que prima a lo largo de la saga. Quiero decir, si hasta acá los límites entre ambos polos eran tajantes y estaba claro quién era el bueno y quién el malo (Jedi VS Sith; el lado luminoso de la Fuerza VS el lado oscuro de la Fuerza; la Alianza VS el Imperio), en Rogue One nos damos cuenta de que, quizás, los buenos no son tan buenos como parecen. El mejor ejemplo de esto es el Capitán Andor, un espía de los rebeldes con un prontuario cuestionable que maneja un código de honor un poco alejado al del héroe tradicional. Si bien su conflicto interno es tratado de modo un tanto superficial (y encima luego se resuelve con una línea de diálogo mágica que lo expía de todas sus culpas), es bienvenida la búsqueda de grises en los personajes. Después de todo, son esos matices los que nos definen como humanos. El personaje de Jyn Erso es más clásico (y predecible): encarna a la mujer bad-ass independiente que no le importa nada de la vida hasta que encuentra una causa digna por la que luchar. La buena actuación de Felicity Jones logra darle un aire de fragilidad que hace un poco más atractivo al personaje y lo saca de la monotonía. El resto del rebaño son personajes secundarios bastante olvidables, a excepción de K-2SO (Alan Tudyk), el robot imperial reprogramado por los rebeldes que -sin ser una maravilla de la comicidad- tiene un par de buenos momentos. En el lado negativo de la balanza, podemos colocar al menos dos elementos que atentan contra la efectividad de la película (que igualmente vale la pena ir a ver): Algunas insuficiencias del guión en la estructuración de la historia: la atolondrada introducción de múltiples planetas, locaciones y personajes hace que, por momentos, la trama resulte un poco confusa. En ese sentido, la segunda parte del relato -una vez clarificado el conflicto principal- funciona mucho mejor que la primera. La irrelevancia de la historia en relación al conflicto de la saga general: En pocas palabras (y planteando la pregunta un poco a modo de chiste): ¡¿A quién le importa como consiguieron los planos para destruir la primera estrella de la muerte?! ¡¿Era necesario hacer una película sólo para esto?! Antes de que me salten a la yugular, me gustaría hacer una diferenciación, porque es probable que el fandom disfrute y aprecie mucho este aspecto, y que de hecho considere que sí, que era necesario hacer un filme que llenara este hueco de la trama de Star Wars (y está bien que así opinen). Pero en cambio, para aquellos que, como este cronista, disfrutan de la saga pero no se consideran fanáticos, puede resultar innecesaria la realización de toda una película para explicar algo que, en el fondo, no afecta en nada al resultado general de la historia. Y todo esto con el agregado de que, a grandes rasgos, ya sabemos como va a terminar… Aún así, la película es entretenida, respeta la esencia del universo de Lucas, tiene efectos visuales espectaculares y permite al espectador matar la ansiedad antes de la llegada del próximo episodio el año que viene, en donde seguramente sí volverán las espadas laser, Finn, Rey, Luke Skywalker y la mar en coche. Mientras tanto, la industria de los blockbusters-pochocleriles nos permite contentarnos con Rogue One: una buena historia de héroes anónimos que luchan con valentía para que, al menos, nos mantengamos al borde del asiento hasta el final de la función. Puede leer otra opinión sobre Rogue One aquí
Lejos del esplendor Perry Mckendrik (Ewan McGregor) es un docente universitario inglés que emprende unas vacaciones improvisadas a Marruecos para salvar su desgastada relación con su esposa, Gail. Allí, en un restaurante, Perry entabla amistad con Dima (Stellan Skarsgard), un multimillonario de dudosa procedencia que, luego de compartir un par de fiestas plagadas de excesos, se revela como un peso pesado de la mafia rusa. El problema es que Dima está en apuros. Durante años se dedicó a lavar el dinero negro de la organización, pero ahora, la llegada de un nuevo líder que lo quiere desplazar –el Príncipe- lo complica. En un acto de desesperación, Dima le confía un pendrive a Perry con valiosa información sobre la red criminal para que éste se lo entregue al MI6 londinense. A partir de allí, el tímido profesor de literatura quedará envuelto en una complejísima trama internacional de corrupción, violencia y conflictos políticos de la que será difícil escapar. Basada en un libro del afamado escritor de novelas de espionaje, John le Carré, la película retrata su inconfundible estilo con una historia que privilegia los aspectos burocráticos y políticos del conflicto en cuestión, en detrimento de escenas de acción vertiginosas o situaciones de violencia grandilocuentes. El destino de las obras de Carré a menudo se definen en habitaciones cerradas con dos personas hablando tranquilamente (y no por ello resultan menos apasionantes). Excelentes filmes como “El Sastre de Panamá” (2001), “El jardinero fiel” (2005), “El topo” (2011) o “El hombre más buscado” (2014) así lo atestiguan. En el caso de “Un traidor entre nosotros” (2016), la directora Susanna white (“Nanny McPhee and the big bang” – 2010) logra mantener por momentos el interés en la trama. No obstante, el filme adolece las consecuencias de un guión forzado que atenta a cada paso contra la verosimilitud de la historia. Así, no resultan claras las razones por las cuáles Perry (una persona de a pie, honesta) decide ayudar a Dima (un capo de la mafia metido en miles de asuntos turbios); y tampoco es muy coherente que el jefe de una banda criminal internacional decida solicitar la ayuda de un profesor universitario al que apenas conoce. Es que, a decir verdad, todo el personaje de Dima es bastante bizarro: se trata de una especie de capo mafia “old school”, que pese a blanquear dinero negro del narcotráfico, trata de blancas, tráfico de armas, etc. se jacta de tener un código de honor que lo diferencia de los demás criminales. Si bien los personajes de Carré suelen ser complejos (nunca nadie es totalmente bueno o malo) aquí no resultan creibles. Más allá de las siempre correctas performances de McGregor y Skarsgard y el oficio de White en la dirección, Un traidor entre nosotros naufraga entre tantos agujeros narrativos y no consigue cohesionar un relato convincente.
Pese a que muchos fatalistas sostienen que el western ha desaparecido, siempre será el imperioso deseo de tantísimos realizadores abordar y aportar una idónea vuelta de tuerca al género emblema del cine americano. En los últimos años algunos referentes del western han logrado una excelente recepción del público y la crítica, es el caso de Django Desencadenado (2912) y Los ocho más odiados (2015) de Quentin Tarantino, o algunas sorpresas como la muy recomendable Bone Tomahawk (2015) de S. Craig Zahler, como una excelsa hibridación con el terror. De modo que el encanto de la frontera, las diligencias, los vaqueros, las cabalgatas y los duelos a la hora señalada, resultan inherentes a la magia del cine. Los siete magníficos de John Stuges (1960), a su vez es oficio como versión americana inspirada en el clásico Los siete samurais (1954) del genial Akira Kurosawa. En la actualidad el abordaje que propone el realizador Antoine Fuqua mantiene -como en sus versiones anteriores- inalterable su punto de partida: los habitantes de un pequeño pueblo sufren de los constantes ataques de un grupo de hombres armados. Indignados ante los constantes saqueos, buscan justicia y solicitan los servicios de un grupo de expertos pistoleros para contrarrestar los ataques. El elenco de la obra original estaba conformado sólo por hombres blancos ajustados al WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant): Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson y James Coburn, debido a los códigos de representación de Hollywood de entonces. Sin embargo, la versión contemporánea Antoine Fuqua apela a la diversidad y la amalgama de razas para dar su rúbrica personal a la nueva versión de Los siete magníficos, consiguiendo distinguirse positivamente de su predecesora. Esta nueva versión de Los siete magníficos, resulta más próxima a la esencia de Los siete samuráis de Kurosawa, siendo que el variopinto grupo de mercenarios de la película de Antoine Fuqua presenta intensos matices y penurias a diferencia de la producción Hollywoodense de John Stuges de 1960, en la que los justicieros resultaban implacables prodigios de puntería y destreza sin mucho trasfondo emocional. Destacan en los protagónicos Denzel Washington, encarna a un ex militar de la guerra civil devenido en un despiadado cazador de recompensas, pero no carente de cierta nobleza; Chris Pratt oficia como el atorrante y jocoso de turno que disimula su condición implacable; en tanto que Ethan Hawke compone a un taciturno y traumatizado veterano de guerra. Pero la sorpresa en este elenco es el descomunal montañés compuesto por un inspiradísimo Vincent D'Onofrio. 324499 En algunos pasajes de Los siete magníficos (2016) se evidencia una tenue intención de abordar las heridas raciales en la historia de los Estados Unidos, esencialmente en todo lo relativo al conflicto bélico norte-sur. El nuevo grupo de pistoleros está liderado por un afroamericano (Denzel Washington), además un ecléctico elenco que en su selección muestra respeto por la diversidad: Byung-Hun Lee, Manuel García-Rulfo y Haley Bennett, interpretando a una mujer que contrata y participa activamente de las hazañas del clan de mercenarios escapando al lugar común de la damisela en apuros. El guión de Los siete magníficos (2016) fue elaborado por Richard Wenk, habitual colaborador de Antoine Fuqua, junto Nic Pizzollatto guionista de la exitosa serie de HBO True Detective (2014). Subyace en el relato una fuerte metáfora que oficia como bajada de línea al capitalismo salvaje, dado que en esta oportunidad el villano es una empresa ambiciosa cuyo brazo ejecutor es Bartolomé Bogue (Peter Sarsgaard), quien impunemente desata todo el despotismo de un hombre de negocios sin miramientos morales a la hora de sacrificar a los lugareños para beneficio de su firma. La dinámica e interación de una pluralidad protagónica de arquetipos se ajusta, cual signo de los tiempos, a las convenciones de “conformación de grupos” tan recurrente en las películas de la formula Marvel. En tanto que la trama de Los siete magníficos adolece al complejo de la sobre-explicación sistemática hasta el punto de redundancia como defecto/patología recurrente de Hollywood, atentando contra correcto ritmo y la construcción narrativa del guion de Wenk y Pizzollatto. Los siete magníficos de Antoine Fuqua es una producción respetuosa de todo concepto esencial al Western clásico, claro que no tiene la profundidad de La propuesta (2005) de John Hillcoat, y al tratarse de personajes encaminados a una redención evita transitar por los senderos de Los Imperdonables de Eastwood. En cuanto a la narrativa visual propuesta por Fuqua, la película adhiere a una puesta en escena de la violencia propia de Sam Peckinpah en La pandilla salvaje (1969), claro que lejos de la intensidad y crudeza manifiesta en el clásico, sino que a modo de aproximación relativa a toda la espectacularidad que el género pueda brindar. Los siete magníficos consigue instruir a nuevas generaciones respecto de los rudimentos básicos del Western , siendo una película muy divertida, con ideología implícita y mucha personalidad.
Profeta en su tierra Los prolíficos e incansables Mariano Cohn y Gastón Duprat –autores de innovadores formatos en T.V, como Televisión Abierta (1999), y responsables de excelentes filmes, como El Artista (2008) y El Hombre de al Lado (2009)- regresan a la gran pantalla con una comedia dramática que, a partir del regreso de un escritor afamado a su pueblo natal, explora la soberbia petulante característica de la intelectualidad (o de cierto sector dentro de ella) y la hipocresía de la sociedad exitista que lo legitima. La película aborda en clave satírica la tópica del “retorno del hijo pródigo”, en este caso de Daniel Mantovani (Oscar Martínez), un escritor consagrado mundialmente por haber ganado el Nobel de Literatura y que, tras cuatro décadas de ininterrumpida estadía en Europa, decide regresar a Salas (su pueblo natal en la Provincia de Buenos Aires) para recibir la medalla de “Ciudadano Ilustre”. En este auténtico viaje al pasado los conflictos no tardarán en aparecer, pues la fuente de inspiración de las novelas que lo llevaron al éxito son justamente los habitantes de Salas (y no precisamente sus aspectos más pintorescos, sino su hipocresía, sus miserias y su conformismo campechano). En ese sentido, pese a que toda la obra de Mantovani está montada sobre la crítica permanente hacia ellos, la efervescencia y la fascinación por tener a un artista internacional en el pueblo hace que, en un principio, nadie se resista a su llegada Con un magistral sentido del cinismo, Cohn y Duprat narran en El Ciudadano Ilustre los pormenores de esta evidente contradicción en diversas situaciones: en el exitismo del pueblo que recibe con bombos y platillos a la persona que los defenestró toda la vida (pero que a su vez los hizo famosos); en la genuina (e inexplicable) emoción que siente Mantovani al recibir el máximo reconocimiento por parte de la comunidad que odia y de la que escapó cuando era joven; o en la ignorancia de aquellos que lo alaban por ser una figura mundial pero nunca leyeron -o entendieron- siquiera una página de sus libros (el conductor que se limpia sus partes utilizando hojas de sus novelas es bastante ilustrativo en este sentido). WHISKEY Mientras avanza el relato (dividido en cinco actos: “La invitación”, “Salas”, “Irene”, “El volcán” y “La cacería”), Daniel –que pasa de la idolatría absoluta al repudio generalizado a medida que se conoce el contenido de sus obras- se va encontrando con viejos conocidos de la infancia: su antigua novia Irene (Andrea Friggerio), su mejor amigo del colegio Antonio (Daddy Brieva), ahora casado con Irene, su hija (con la que habrá alguna que otra complicación) y diversos personajes del pueblo. Por momentos hilarante, por momentos lúcida e irónica (aunque a veces algo redundante), los directores construyen un relato repleto de personajes mediocres, detestables y aprovechadores (entre ellos Mantovani); una historia en donde abundan las falsedades y escasean las acciones honestas; una comedia ácida que problematiza el lugar de la producción artística, el egocentrismo intelectual y cuestiona el endiosamiento social exacerbado por parte de la sociedad que los consagra. El Ciudadano Ilustre es un filme que, en líneas generales, desarrolla con innegable humor y sarcasmo las excelentes ideas que propone. Si bien no todas sus partes encajan con la misma efectividad (la sub-trama con Antonio e Irene es bastante floja en términos dramáticos) y pese a que por momentos se torna algo monótona y reiterativa, se trata de una propuesta valiosa, fresca y divertida que cuenta con una actuación deslumbrante de Martínez y que, además, presenta un giro inesperado sobre el final que dejará reflexionando a más de uno.
Gato encerrado Señalar la escasez de ideas originales como un problema que acecha a vastos sectores de la industria cinematográfica a veces resulta un lugar común de la crítica. Sin embargo, año tras año encontramos propuestas repetitivas desde lo temático y perezosas desde lo narrativo, que tornan inevitable el señalamiento de estas cuestiones como aspectos centrales del análisis. En consecuencia, se produce una suerte de paradoja tautológica, en donde para marcar ciertos estereotipos, el crítico debe incurrir, a su vez, en estereotipos. En efecto, en Mi Papá es un Gato (Nine Lives) todo parece haber sido empaquetado sin demasiado esfuerzo: un argumento de fórmula con desarrollo predecible, personajes trillados y un par de figuras de renombre para jerarquizar el afiche promocional (en este caso, Kevin Spacey, Jennifer Garner y Christopher Walken). Aún con momentos de genuino humor (logrados en base a comentarios efectistas y gags físicos), el film no logra disimular las flaquezas de un guión chato e indiferente con la suerte de sus personajes. mi-papa-es-un-gato-04 Barry Sonnenfeld (“Los Locos Adams”, “Hombres de Negro”) es el encargado de llevar adelante esta historia que aborda la vida de Tom Grant, un multimillonario obsesionado con su trabajo pero con poco tiempo para la familia. Para calmar las demandas de atención de su pequeña hija, Grant decide regalarle un gato para su cumpleaños. Sin embargo, la tienda de mascotas a la que va es atendida por un misterioso vendedor llamado Perkins, quien le advierte sobre las consecuencias de prestar más atención a su profesión que a sus afectos. Al hacer caso omiso a este consejo, Grant sufre un accidente en el que –luego de quedar en coma- queda atrapado dentro de su gato. Para volver a la normalidad, este magnate en cuatro patas deberá repensar su sistema de valores para reencontrarse emocionalmente con su hija y esposa, en medio de una fuerte disputa con sus socios por hacerse con el control de su compañía. mi-papa-es-un-gato-03 Las similitudes con películas como Click (2006) están a la vista (de hecho, Christopher Walken interpreta exactamente el mismo rol). Al igual que en aquella cinta protagonizada por Adam Sandler, en Mi Papá es un Gato se erige un mensaje bastante obvio y esloganero sobre la importancia de los vínculos afectivos y la vacuidad de las gratificaciones del mercado laboral. En ese sentido, apunta a no perder de vista las cuestiones verdaderamente importantes en la vida, minimizando la relevancia de imperativos materiales como la del dinero (claro, en una familia de millonarios en donde lo material nunca fue ni será un problema). La falta de ideas, además, se corresponde con un humor que –si bien funciona de a ratos- no logra cohesionar el interés de los más chicos con la satisfacción de los más grandes. En líneas generales Mi Papá es un Gato ofrece un entretenimiento pasajero y olvidable, digno de ser visionado en la T.V On Demand.
Un viaje con Lina por la vida de Lina Detrás de los anteojos blancos retrata la vida y obra de la cineasta Italiana Lina Wertmüller, célebre durante la década del ’70 por sus películas “Mimí metalúrgico” (1972), “Amor y anarquía” (1973), “Insólita aventura de verano” (1974) y “Pascualino Sietebellezas” (1975). Por esta última, Lina conseguiría el reconocimiento y la fama mundial, siendo la primera mujer en la historia en recibir una nominación a los premios Oscar como mejor directora. El director Valerio Ruiz –que trabajó durante ocho años con Lina como asistente de dirección y guionista- describe con calidez y ternura a un personaje excéntrico y apasionado, desde sus inicios con Federico Fellini hasta su no tan prolífica última etapa, pero poniendo especial énfasis en sus épocas de gloria. El tono íntimo de este documental se nutre de los testimonios y anécdotas de personalidades destacadas del cine, que describen a Lina en sus distintas facetas: su obsesividad en el trabajo, su capacidad para sacar lo mejor de los actores, a los que dirigió o su lucidez artística e intelectual para plasmar en pantalla temáticas controvertidas para su época. Entre ellos, se puede mencionar a Giancarlo Giannini, Sophia Loren, Harvey Keitel, el crítico John Simon o el director Martín Scorsese (devoto admirador de su carrera). dietro-gli-occhiali-bianchi-di-valerio-ruiz Ruiz repasa con precisión distintos hitos en la vida de la cineasta: su amistad con Fellini, su debut cinematográfico con “I basilischi”, en 1963, el impacto de Enrico Job –su esposo- en su obra y la significación histórica de sus cuatro films más influyentes. Y lo hace con inteligencia, transportándonos junto con Lina a las mismísimas locaciones en las que rodó sus películas, e intercalando imágenes de las cintas originales. En ese sentido, puede trazarse un paralelismo con aquella bella definición de Borges sobre las bibliotecas, entendidas como “…cavernas mágicas llenas de difuntos que pueden ser devueltas a la vida cuando abrimos sus páginas…”. Así, la filmografía de nuestra protagonista revive (y nos emociona), por más que hayan pasado casi 50 años en el medio. 4a4de991b1760deab0e6e5c9e42083b7 Por otro lado, Ruiz nos permite conocer el caserón de Lina, equipada con miles de libros, películas, discos, esculturas y fotos. Por momentos, su hogar habla más de ella que lo que la propia realizadora tiene para decir de si misma, pues la pinta de cuerpo entero, como una intelectual apasionada del arte. El excesivo metraje (114 minutos) es el único punto en contra de este sentido documental, que por momentos redunda en elogios y se pierde en fragmentos de su carrera no tan interesantes. Pero de todos modos se trata de una propuesta valiosa que permite explorar la vida de un personaje muy singular en la historia del cine y, además, funciona como una interesante puerta de entrada al cine Italiano de los años ’70.
La tecnofobia y el apocalipsis Zombie Las corrientes de pensamiento tecnofóbicas suelen estar basadas en un fuerte determinismo tecnológico que plantea una dependencia acentuada del ser humano con respecto al entramado técnico que lo rodea, una suerte de vínculo amo-esclavo en la que el hombre queda relegado a una posición dominada y pasiva de la que pareciera no haber escapatoria. En este sentido, Cell (2006) -libro de Stephen King en el que está basado El pulso (2016), está visiblemente influenciado por este trasfondo conceptual, aunque aquí el escritor de Carrie y El Resplandor decide agregar un condimento extra a la ecuación: Zombies. En efecto, en “El pulso” –protagonizada por John Cusack y Samuel L. Jackson- el apocalipsis zombie sobreviene luego de que las personas son expuestas a una extraña señal que ataca a través de los celulares, transformándolos de esta forma en violentos descerebrados, literalmente consumidos por la tecnología. Los únicos afortunados en este calvario son aquellos que no estaban utilizando sus teléfonos al momento del ataque, entre ellos Clay Riddell (John Cusack), un artista gráfico alejado de su familia, y Tom McCourt (Samuel L. Jackson), un maquinista de trenes que decide ayudarlo en su búsqueda. La particularidad de estos “phoners” (o “chiflados telefónicos”, en su polémica traducción al español) es que actúan en manada y son comandados por una misteriosa señal que los mantiene "hechizados". Para resolver este enigma, Riddell y McCourt partirán rumbo a Kashwak, en el condado de Maine, lugar donde todo comenzó. fotos pelicula cell 1 Cusack y Jackson ya habían trabajado juntos en la adaptación cinematográfica de otro cuento de Stephen King, 1408 (2007). En este caso, son lo único rescatable de una propuesta interesante desde su premisa, pero confusa en su desarrollo e incoherente en su desenlace. Las imprecisiones del guión (en el que participaron Stephen King y Adam Alleca) y las vaguedades de la trama a menudo generan situaciones inconducentes y poca claridad en cuanto a la coherencia interna del relato. Así, el núcleo argumental se va diluyendo con el discurrir narrativo, entremezclado con pasajes religiosos desconcertantes, personajes secundarios triviales y escenas que rozan el límite entre la seriedad y el chiste. CELL El director Tod Williams –“Actividad Paranormal 2”, 2010- fue el encargado de llevar adelante este film, que contó con numerosas trabas y problemáticas en cuanto a su producción. El proyecto original (que iba a ser dirigido por Eli Roth) fue anunciado en 2006, es decir, inmediatamente después de la publicación del libro de King. Sin embargo, los cambios recurrentes en los derechos de distribución entre distintas empresas retrasó el estreno de la película durante 10 años. Finalmente, se terminó estrenando el 6 de junio en EE.UU para el mercado on demand. Este no es un dato menor, ya que la temática del libro quizás habría sido más adecuada para una película 10 años atrás, cuando el vínculo con la tecnología aún no era tan simbiótico como ahora. No obstante, la reflexión tecnológica sigue siendo pertinente, sobre todo si tenemos en cuenta el rol que juegan los dispositivos móviles en nuestra vida en tanto apéndices de la propia corporalidad. En ese aspecto, aún con muchos desajustes, El Pulso puede habilitar conversaciones interesantes a la salida del cine.
“El drama que baña las costas europeas” Llega a los cines el documental italiano que ganó el Oso de Oro en la Berlinale de este año. El director Gianfranco Rosi (“Sacro GRA”; “El Sicario, Room 164”) construye una cruda mirada sobre la crisis migratoria que azota a Europa haciendo centro en la isla de Lampedusa (Italia), donde la monótona vida de sus 6.000 pescadores convive con la desesperante realidad de los miles de exiliados africanos que diariamente llegan (si es que lo hacen) a esta isla del mediterráneo. La película está estructurada en base a dos relatos que transcurren en simultáneo: por un lado, la terrible situación de los refugiados desterrados por la guerra, el hambre y la miseria (fagocitados por el insaciable capitalismo trasnacional y expulsados del sistema); y, por otro, el opaco devenir de la existencia de Samuele, un isleño de 12 años a quien seguimos en sus acciones cotidianas. Así, Rosi lo muestra jugando con la honda, asistiendo a la escuela, comiendo con su padre y aprendiendo el duro oficio familiar: la pesca. Y lo hace eludiendo algunas técnicas narrativas del documental tradicional, como la voz en off o la entrevista directa, privilegiando de esta manera la cercanía emocional con las vivencias del protagonista. Estas dos historias, sin embargo, nunca terminan de conectarse. En ningún momento del film se ve de qué manera la crisis migratoria se vincula con los problemas que atraviesa Samuele, o con su modo de vida. Lo propio sucede con los isleños, con quienes no se observan puntos de contacto. En ese sentido, pese a que están en la misma isla, es como si ambos registros transcurrieran en universos paralelos. Y quizás en parte eso sea lo terrible: que en un mismo territorio puedan vivirse dos realidades tan distintas, con situaciones tan disímiles, sin que cada una se percate de la existencia de la otra. Sin embargo, la desconexión entre ambas líneas argumentales también genera que la vida de Samuele –aún con muchísimos matices interesantes- por momentos pierda interés frente a la magnitud de la problemática que atraviesan los inmigrantes. 480 El único punto de encuentro claro entre ambas historias es Pietro, el médico de Samuele, que a su vez es el encargado de recibir y examinar a los contingentes de extranjeros que arriban a la isla (en general, en un estado deplorable). Las consecuencias del desastre humanitario se hacen visibles en su rostro, incapaz de acostumbrarse a las atrocidades que ve, superado claramente por un conflicto más grande que él y ante el cual no puede hacer mucho para cambiarlo. Es que los números son escalofriantes: desde 1990, más de 400.000 inmigrantes africanos se lanzaron a la peligrosa travesía de cruzar el Mar Mediterráneo en precarias balsas con serias condiciones de hacinamiento. Al menos 15.000 de ellos murieron en el intento. Con inteligencia, Rosi hace hincapié en el eficiente engranaje burocrático desarrollado para contener esta situación (visiblemente incontenible), mostrando con cierta ironía cómo el estado clasifica y etiqueta a los inmigrantes -despojados de toda humanidad-, como si fuesen meros números en una cadena de montaje industrial. maxresdefault Quizás, el error de Fuoccoamare es que -una vez señalado ese mecanismo administrativo perverso- no se ocupa de restituir las identidades a esos inmigrantes. En ese sentido, éstos aparecen como un sujeto colectivo anónimo del cual se sabe poco y nada, más allá de su evidente situación de éxodo permanente y su añoranza por un futuro mejor. Pero no se conocen sus nombres, sus historias de vida, lo que piensan, ni tampoco las penurias que los llevaron a huir despavoridamente de sus tierras natales. En este aspecto, prima en Rosi un análisis un tanto superficial, teñido por una mirada eurocéntrica que además excluye las causas políticas y socioeconómicas que ayudarían a comprender mejor el conflicto. El film se limita a retratar desde una perspectiva occidental a cuerpos desnutridos y deshidratados, cadáveres apilados y gente sufriendo, sin diferenciarse demasiado de algunos abordajes sensacionalistas de la prensa europea (vale recordar el tratamiento periodístico de la imagen del nene sirio hallado muerto en las playas de Turquía el año pasado). Fuoccoamare no es una mala película ni mucho menos (no por nada obtuvo el máximo galardón en Berlín). Los planos de Rosi gozan de una potencia dramática vigorosa y, por otro lado, sus personajes son retratados con una innegable sensibilidad. Una película vigente por su temática y que, aún con sus fallas, no hay que perder de vista.