Kombit significa en creole haitiano, hacer algo juntos. Así se llama la película de Aníbal Garisto que documenta las condiciones en las que se desarrolla el cultivo de arroz en Haití. La película registra el proceso, totalmente artesanal y orgánico, que realizan hombres y mujeres trabajando juntos. Lejos de cualquier marca de producción industrial, vemos cómo se prepara la tierra, se procede a su riego, se obtienen los granos a golpe de las hojas contra una piedra, se lavan, se secan… sosteniendo una manera ancestral de trabajar, que implica dos acciones fundamentales: la primera, corporal, poner el cuerpo en un hacer que lo relaciona con el esfuerzo físico, la segunda, social, porque ese cuerpo forma un cuerpo comunitario y colectivo donde se reencuentra con otrxs. Esta práctica transmitida por generaciones que les permite vivir de la tierra, se verá interrumpida en los 70´s y 80´s con el ingreso de empresarios estadounidenses, conformando una competencia desleal que amenaza las economías agrarias de tipo familiar en todo el mundo. En 2010, después del terremoto que deshizo prácticamente al país, se conforma la Organización Haitiana para el Desarrollo, que trabaja con campesinos y campesinas, que propiciará la búsqueda conjunta de soluciones y el armado colectivo de proyectos. La dinámica de la narración es mostrar la vida laboral y cotidiana de estas comunidades haitianas y aportarle distintas voces que van contando la historia. Así, los testimonios nos explican que el cultivo de arroz se produce igual que hace 200 años, con descendientes de esclavos negros que viven aislados del resto del mundo, conformando una comunidad propia. El problema radica en la dificultad de vender su producto en el mercado, especialmente después de la dictadura de Duvalier, que abrió la importación de arroz, subsidiando al de origen estadounidense, producido en Kansas. Otra voz que le da encarnadura política a las imágenes es la de Camille Chamber, dirigente social que se refiere al tema del desempleo que está política pro EEUU trae, de miseria y aniquilación, con un 78% de la población haitiana que vive con menos de 1,75 dólares por día. Esto trae como consecuencia la permanente migración hacia el resto del Caribe o hacia Canadá, por ejemplo. Y hacia dentro, determina ese otro país, en franca mayoría. Recordamos que Haití constituye la primera revolución esclava del mundo, y el primer país en independizarse en Latinoamérica, en 1804. Luego, sucesivas historias de dominación europea hicieron de este territorio un énclave colonialista. Hoy es el país más pobre del continente y ha sufrido un terrible terremoto en 2010, cuyos resabios en el paisaje la película también registra. El terremoto trajo soldados que contaminaron y provocó más desastres en zonas que no estaban afectadas, como Bocozelle y el río Artibonite. Sufre la plaga que la dominación buitre de EEUU le impone, obligándolo a ser mano de obra barata, retomando el esquema esclavista de las maquilas y la sobre explotación, eufemisticamente denominada economía global. El estreno de este documental en marzo de 2016, realizado con la política audiovisual del anterior gobierno kirchnerista, es más que bienvenido por lo necesario y oportuno. Hoy tenemos un gobierno que día a día deja azorada a la mitad de su población por el giro a favor de los grandes capitales trasnacionales, y que ya ha tomado medidas de destrucción de subsidios a la producción rural familiar o comunitaria. El testimonio de la experiencia haitiana, filmada por Garisto, nos ayuda a pensar y mucho, en el diseño nacional y regional que queremos y en el valor del trabajo cooperativo y solidario. Kombit (hacer algo juntos) se estrenó el 10 de marzo de 2016 en el Cine Gaumont, con dos funciones diarias, a las 16:15 y 20:30.
Se presentó esta semana en Argentina -y la pudimos ver en Pantalla Pinamar- la película peruana Magallanes, dirigida por Salvador del Solar en calidad de ópera prima como director de cine y protagonizada por Damián Alcázar, Magaly Solier Romero (Madeinusa, La teta asustada), Cristian Meier y Federico Luppi. Una vez más, el episodio trágico de la historia contemporánea del Perú, el combate y aplastamiento de la guerrilla terrorista de Sendero Luminoso durante las pasadas décadas del 80 y 90, sigue dando potentes historias colaterales para un cine elaborado que se afirma en el panorama regional. La película cuenta la historia de Harvey Magallanes, un ex soldado en Ayacucho, norte del Perú (zona de campesinos que fuera uno de los centros de acción de Sendero…), que se gana la vida como taxista y continúa unido a ese núcleo del ejército, que parece sostener un pacto de silencio y obediciencia. Magallanes se encarga de pasear a su superior, un alto militar ahora senil y en silla de ruedas, acatando todavía su autoridad y la del círculo que lo rodea. Accidentalmente se reencuentra con Celina, una joven mujer pobre y reconoce en ella una historia muy negra de su pasado, un delito imperdonable, que lo llena de culpas y que activa su remordimiento y su necesidad de reparación frente al abuso y la violencia de género del que fue cómplice. La película es muy interesante porque tiene ribetes de cine social y de policial al mismo tiempo. Es muy sólida desde la factura cinematográfica: el guión está bien ajustado y se narra con un ritmo preciso, mediante indicios que van marcando la progresión dramática, en un universo donde prima la dignidad y la fortaleza de la mujer por encima de cualquier otro personaje. Hablamos de cine social por todo el recorrido de la Lima periférica de los cerros que se accede desde el taxi del protagonista, y también por la múltiple condición de vulnerabilidad de Celina: niña, mujer, india y pobre. El parlamento final de la mujer, espetado con tanta potencia en lengua quechua en la comisaría, y sin doblar al español, es un punto culminante desde lo dramático, y también una suerte de manifiesto político. Luego de todas esas palabras (que se oyen, se perciben, se sienten, ý aunque no se conozcan, se comprenden), todo quedará exactamente igual que antes, salvo quizás, la propia Celina, que parece liberada en su propia dignidad, a juzgar por el plano final que cierra el filme. Magallanes se exhibió en el marco del Festival de Cine Pantalla Pinamar 2016, y fue estrenada en Buenos Aires la misma semana, el jueves 10 de marzo de este mismo año.
Se sale de ver El Crazy Che con sensaciones sumamente interesantes. Por un lado, con la pregunta de si será cierto lo que narra, y cuánto, es decir, el tema de la verosimilitud, porque además la historia es de película y nos parece que en cualquier momento aparecerá Sean Connery en una novela de John Le Carré saltando por los techos. Por otro, se sale del cine con cierto sabor de que alguien hizo justicia, sensación que quizás no sea solo obra de la vida de este personaje, sino obra de cómo cuenta los hechos el documental. La historia que se nos ofrece es la de Guillermo “Bill” Gaede (que pronunciado en inglés suena muy parecido a Bill Gates), un posible ingeniero en electrónica, de afiliación y sentires comunistas, que se radica en EEUU y consigue trabajo, casi milagrosa o predestinadamente, en AMD, una de las fábricantes, junto a INTEL de circuitos integrados, en los albores de la explosión de las computadoras domésticas, mudándose al “Valle Silicona” como dice él mismo. A partir de aquí, venderá planos y manuales a los rusos vía Cuba, y luego de estar en La Habana y ser co-optado por un anticastrista, pasará a vender información al FBI, en un mar de sospechas y suposiciones que irán complicando su vida y perdiéndolo en un juego que al parecer, lo divierte, aunque a momentos se de cuenta del peligro que corre. Lo de la historia increible es clave. Porque tratándose de la biografía de un doble espía cubano-yankee, cualquier cosa puede suceder. La película maneja estos bordes estirándolos, corriéndolos de lugar, pero sin perder prolijidad, y si bien, la primera persona de Guillermo Gaede va tomando lugar cada vez más decisivo como voz privilegiada de los hechos, la manera de presentarnos su testimonio lo pone en un lugar autoparódico muy interesante. El hecho de que se ría todo el tiempo, o ciertos remates de él o de su esposa, producen una sensación de súper héroe que no entiende mucho lo que le sucedió, o que no quiere entenderlo… Porque pasarle a los cubanos “la fórmula” de las -hoy míticas- 286, 386 y 486, y filmar todo el proceso armado y funcionamiento de Pentium, generado por el liberalismo multinacional de más rancio abolengo capitalista, cometiendo una estafa industrial única por la escala tecnológica que se maneja en los 90, es propio de un súper súper héroe. Para gente que aún desconfíe, que tiene todo su derecho, si Gaede no nos estará operando a todos sus espectadores, les dejo aquí el link a la entrada en wikipedia. Luego de 33 meses de prisión en EEUU, hoy vive en Alemania, como concluye la historia, con su “teoría de la soga”, dedicado a la física especulativa, tratando de demostrar el origen del universo. Mientras, nos queda este documental, feliz y divertido, que sea o no verdad de cabo a rabo, es lo de menos, y no le quita ni un ápice a lo sentido durante su proyección… Según sus directores, Pablo Chehebar y Nicolás Iacouzzi les llevó 3 años realizarlo. Activa muy bien la dirección de arte, el sistema gráfico y el diseño para ubicarnos en una década marcada a fuego por las tecnologías de la comunicación y la información incipientes, con excelente ritmo y un montaje que cuida en todo momento la inteligibilidad de una historia tan enrevesada.
El Almuerzo. de Javier Torre es una dramatización ficcionalizada de un hecho real: el encuentro del entonces presidente de la dictadura Jorge Rafael Videla con los escritores Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Esteban Ratti (presidente de la SADE) y el sacerdote Leonardo Castellani, que tuvo lugar el 19 de mayo de 1976 a casi dos meses del golpe de estado, en la Casa Rosada. Se cuenta también la previa: el temor de los personajes mientras se preparan para asistir al encuentro, las amenazas a Sábato de parte de un miembro de los servicios, el discurso que ensaya Ratti pensando que podrá decirle algo a Videla, un Borges asistido por su fiel Fanny que lo acompaña y lo espera. Aunque el segundo relato paralelo a esta previa es anterior: el secuestro y tortura de Haroldo Conti, que comenzara el 5 de mayo de 1976, el asilo de su mujer Marta Scavac con su pequeño hijo y su posterior salida del país, y el pedido al padre Castellani (ex profesor de Conti), que interceda por él ante la dictadura. La película que como pieza cinematográfica es un producto convencional, sin mayores méritos técnicos, tiene una virtud que se destaca, sin dudas: fortalece un debate que hoy sigue siendo central en nuestra sociedad, y es el de las relaciones de los criminales militares con intelectuales, periodistas y deportistas, que sin pretender ser una crítica feroz ni un juicio anacrónico, proponga revisar o repensar la cuestión, desde esa retitulación que se le está dando desde distintos sectores al período más negro de nuestra historia reciente, que es nombrada como dictadura cívico-militar. Como todxs pensamos, las fuentes con las que se construyen los relatos históricos son múltiples y flexibles. O deberían serlo por lo menos. Por eso nadie cuestionaría el hecho de que el cine, como la práctica escolar y la palabra guardada desde la oralidad son fuentes que están al mismo nivel que los archivos escritos. Y es así que quizás debamos rescatar El Almuerzo: como un item más en la construcción de nuestras historiografías y miradas sobre un pasado que, lejos de estar cerrado o siquiera racionalmente ordenado, está lleno de lagunas (como la información referida a este almuerzo siniestro) y se vuelve día a día más presente y desde allí nos interpela. Sinceramente, creo que desde este lugar el tema de la llaneza de recursos o lo básico del tratamiento cinematográfico, que ha despertado y despertará sin dudas comentarios negativos que no me interesa rescatar aquí, pasan a un segundo plano. Claro que pueden decirme que esto es cine, y que entonces, no puede pasarse por alto. Es cierto, la película dice todo por la palabra, no hay manera de que la imagen cuente de un modo más opaco, con algún elemento entrópico y poético, digamos, y los protagonistas no interactúan, ni se modifican, ni evolucionan -como sería esperable en un cine narrativo. También es cierto que Borges (con un trabajo de interpretación asombroso de Jean Pierre Noher) aparece demasiado parodiado de sí mismo, con su mamá omnipresente, nieta de coronel de la independencia (Manuel Isidoro Suárez, para más dato, que le da nombre a una muy bella localidad bonaerense), su antiperonismo, su elogio de Videla, su ceguera, su modo afectado de hablar y su desprecio por el resto de los comensales. Y que las escenas de allanamiento, secuestro y tortura de Haroldo Conti dejan la sensación de atrasar y de estar narradas como en los 80, como si no hubieran pasado décadas de otros cines nuevos en la escena local. Sí, la película falla en presentar un lenguaje que satisfaga a la cinefilia más exigente, conocedora de soportes y maneras de narrar y de jugar pantallas. Pero quizás porque no tenía ninguna expectativa hacia la película, la cosa sale mejor de lo esperado. Porque, admito, no tengo ninguna expectativa hacia las películas de su director, Javier Torre (El Juguete Rabioso, Fiebre Amarilla), y entonces, me fui de la sala al término del film con más de lo que pensé encontrar, porque, recuperando la frase del poeta, lo que te falta te abandona menos, lema de vida y por ello, lema como espectadora de películas. Creo que va a dar para hablar y este pequeño comentario es el punto de partida, de un debate que se vendrá, y que sería muy importante que continúe con los otros “encuentros” que sostuvo el dictador con distintos personajes públicos. El lenguaje audiovisual puede provocar mundos, más allá incluso de los realizadores y, por supuesto, de nosotrxs lxs que analizamos al lenguaje individual, a los realizadores y a la historia… de eso se trata también un festival de cine y para ello es necesario que suceda esto, algo parecido a una política cultural que le haga espacio a estos productos que tocan nuestra historia más dolorosa. Lo demás, estará por suceder, el debate y sus efectos queda en manos nuestras.
Se estrena el proximo jueves 15, Los Hongos, de Oscar Ruiz Navía (Cali, Colombia, 1982) una coproducción entre Colombia, Francia, Argentina y Alemania, segunda película del director de El vuelco del cangrejo. Un film que camina por ese desborde de géneros que es característico del cine contemporáneo, a momentos registrando como documental de observación la práctica de dos adolescentes en la ciudad de Cali que llevan adelante una práctica nocturna de grafiteado y street art, poniendo en contexto sus acciones, desarrollando sus ideas políticas y explicitando sus sueños y búsquedas. Al mismo tiempo, se va narrando sus historias familiares, que hacen a todo el conjunto de un contar político y comunitario, a través de personajes que resuenan en la propia autobiografía del director, como su Ñañita, su propia abuela, o su padre. Sé un hongo. Los Hongos, alude a los seres que viven por encima de otros, también se pueden pensar paralelamente, que surgen apenas abunda la humedad, o hay lluvia, y salen de la nada, como expresión de algo vivo y latente. Habla mucho esta película de las utopías que se proyectan desde aquí, Latinoamérica, aunque con claras búsquedas globales, y de esta toma de conciencia tan particular de sentirse cercanos en las luchas y logros a otros costados no centrales, como las protestas de las mujeres egipcias (que estos chicos salen a pintar en Cali), en un hermanar causas, feminismo, street art, crisis políticas… de donde sale una de las frases más potentes, manifiesto absoluto que deja salir est película: “Nunca más guardaremos silencio”. Pero hay más. Esta película propone una de las secuencias más bellas del cine latinoamericano actual: tres mujeres afrocolombianas, cantan en un humilde ambiente de un barrio de Cali, a capela, como si conversaran, reconociéndose, afirmándose y colectivizándose en una memoria común, escena emocionante que impresiona retinas y corazones… Película afectiva, vibrátil, estimulante, que habla de un movimiento joven y crítico que permea por todo el continente, desde la felicidad de estar y hacer, y que hace mentar,, una vez más, esa maravillosa frase del Manifiesto Antropofágico: “La alegría es la prueba”…
La última producción de José Campusano es, más allá de ciertos refinamientos que ya hemos podido escuchar que se le critican, más Cine Bruto que nunca, y sigue sumando y potenciando todo su cine anterior, en un recorrido donde la coherencia es sistema creativo en estado puro, y los artistas no pueden más que seguir haciendo lo que saben y pueden hacer. Ver esta película de Campusano es un profundo placer, porque sigue llevando adelante la apuesta por una estética propia dentro del cine, contando historias como nadie las cuenta en la escena local. Campusano y su cine, son distintos a lo que puede verse, aunque haya una vuelta de tuerca que pueda asimilar al Perro Molina a un cine más central, más cuidado, porque sin dudas ya tiene una práctica técnica detrás, (digo, si se la compara con Vil Romance, por ejemplo) y seguramente, mejores presupuestos y optimización de recursos. Hay tres posibles cuestiones para pensar a El Perro Molina como más cercana a formas del cine comercial: mejor calidad de imagen, prolijidad sonora, contexto en la localidad de Marcos Paz (a casi 50 km de la ciudad de Buenos Aires), no ya el cinturón villero si no más hacia las afueras de lo que se conoce como tercer cordón, es decir, una zona de fronteras que abre a zonas más rurales, donde la delincuencia tiene que ver con el crimen, seguramente, pero también con los robos de otro tipo de guantes, como los ligados a la acumulación de dinero contante y sonante, fruto de la explotación sojera. Los actores, son los de siempre, los mejores que puede encontrar, como sus productorxs. Gente que cree por sobre todas las cosas en lo que está haciendo. Porque, como dice el propio José Campusano, su cine produce películas que no se basan en hipótesis, si no en un conocimiento social, es la necesidad de pensarse socialmente, y de hacer autocrítica de lo que les pasa. Los protagonistas son Daniel Quaranta, como Antonio “Perro” Molina; Florencia Bobadilla, como Natalia; Ricardo Garino, como Ibáñez, Carlos Vuletich, “Calavera”, Damián Avila como Ramón (estos dos últimos actores ya interpretaron papeles en Fantasmas de la Ruta), María Vivas como Rosa, y el joven debutante (es compañero de colegio del hijo de Campusano) Assís Alcaraz, como el asesino psycho que afirma el lado thriller de este film. Y una vez más, se trata de organizar el mundo a partir del caos que parece controlar al destino (poco cine se parece tanto a la tragedia griega como el mundo de Campusano, al menos en su modo de plantear pasiones, formas de justicia, karmas). Como siempre, el código dentro del no código, es decir, la existencia de un protocolo para moverse incluso en los bajos fondos, que están, como cualquier clase, llena de buenos y malos, como forma de construir valores allí donde pareciera que el margen se hace abismo y es imposible organizar ningún tipo de tejido social, quedan amistades, lealtades y recuerdos. En este sentido, El Perro Molina pareciera hablar de un tema mayor, el choque generacional, las pautas de conducta, la pérdida de sistemas referenciales en el mundo contemporáneo desde donde construir certezas, recomponer esperanzas y pensarse. No hay mucho más que decir de este cine otro, hecho con coherencia y cretividad, más que celebrarlo y esperar su nueva apuesta. Mientras, lo recomendamos ampliamente, en toda su filmografía, para confrontarnos y pensarnos en prácticas cotidianas, sociales, culturales y políticas, que quizás prefiramos no ver y que sin dudas dicen también lo que todos somos. El Perro Molina compitió en la sección oficial del 29 Festival de Mar del Plata. CATEGORÍASCINEESTRENOS
El cine cordobés aporta una nueva muestra de la capacidad de sus realizadores, en este caso con Tres D, dirigida por Rosendo Ruiz (San Juan, 1967. Vive y trabaja en Córdoba), quien ya tiene su nombre en el panorama reciente con la premiada De caravana. Tres D puede pensarse como el diario de la filmación del Festival de Cine de Cosquín (FICIC) en su edición 2013, un interesante caso de cine dentro del cine con algunos pasos de comedia y un toque de vida de ciudad del interior de Argentina y no pocos guiños a los saberes, decires, oficios y lugares del campo cinematográfico. El film se vuelve muy acertado al trabajar en dos líneas: por un lado, narrar en tono de comedia una historia de jóvenes amantes del cine en sus búsquedas, primeras experiencias y ganas de trabajar en lo que les gusta. Por otro, un interesante espacio de reflexión sobre el panorama del cine a través de comentarios de directores, críticos, jurados, productores, operadores y hacedores de archivos y registros. Así desfilan, entre otros, perfiles contrapuestos como los de José Celestino Campusano y Gustavo Fontán, el primero testimoniando sobre la potencia vincular del hacer cine desde una postura de riesgos sociales y protagonismos comunitarios y el segundo hablando del cruce documento/ficción, en dos líneas bien claras y conocidas, que dialogan en Tres D como un sólido contrapunto que habla en el fondo de lo mismo: la vigencia de apostar a un cine de autor, a un cine de convencimientos y pasiones, pero también de intersticios, de opacidades y poéticas personales. La presencia regional y comunal sostiene toda la película, que toma su nombre de un suceso atmosférico que vive la ciudad, y que, a partir del significante de los lentes de sol y de los lentes 3D también pone en relieve la cuestión de hacer foco, ver con nitidez y, sobre todo sentir en profundidad un cine que trae marcas propias, rastros de otros modos de ser y de otras geografías. Tres D es una película que se postula como pequeña y fugaz, casi el backstage del clima festivalero no exento de clave paródica, que aporta líneas frescas para seguir pensando esta incesante producción federal. Otras películas de cine cordobés en el BAFICI 2014: Atlántida, de Inés María Barrionuevo, Ciencias Naturales, de Matías Lucchesi, El tercero de Rodrigo Guerrero, La laguna de Gastón Bottaro, Escuela de Sordos de Ada Frontini y El último verano de Leandro Naranjo.
Tercer largometraje de Liliana Paolinelli, una de las perlas que se suma a la muy buena producción del cine argentino de este 2013. Paolinelli, estrena en Buenos Aires Amor Bendito, que se suma a sus dos largos anteriores, Por sus Propios Ojos (2008) y Lengua Materna (2010). Vistos en perspectiva podemos pensar que uno de los temas recurrentes de esta directora es su foco en los vínculos afectivos y su mayor o menor distancia con los estereotipos y miedos, ajenos pero también, propios. Una vez más, como en Lengua Materna, se percibe el excelente trabajo de actrices que realiza Paolinelli, el trabajo previo que hay detrás de cada escena, que destaca en las actuaciones. Las actrices, en especial Mara Santucho y Claudia Contreras, presentes en el film anterior, tienen una comunicación entre ellas muy particular, que sostiene muy bien ese límite por el que transitan frente a la imposibilidad de la ruptura. El decir de Santucho y las caras de Contreras provocan un diálogo de alta teatralidad que hace al clima especial e íntimo de la película. Lo interesante de esta nueva película es la progresión que va adquiriendo, como si los personajes fueran tanteando hasta dónde se animan. El conflicto se plantea desde un comienzo y casi sin querer: el desgaste de una pareja de chicas que afirma a una tercera en cuestión, con cierta inercia que suma pero no corta, y así van en alegre montón, poniendo de relieve las contradicciones que encierra, me atrevo a decir en todos los casos, el amor y el compromiso con el/la otra. Hasta aquí la historia puede parecer pequeña, y lo es, pero no es para nada sencilla. Cómo la resuelvan será muy parecido a cómo se resuelven en la vida real los desamores, los poli amores y las fidelidades. La película acierta en el vuelo que toma, problematizando el encuentro y desencuentro que proponen las relaciones vinculares. Si en Con sus propios ojos y en Lengua Materna la marginalidad del amor era clave (en el primer caso en la relación entre un preso y una mujer libre frente a los prejuicios sociales y en el segundo en la relación de dos mujeres frente a la madre de una de ellas), aquí ya estamos frente a una historia donde el género de los personajes y la tipología amorosa no es problema: los celos, la posesión, el poliamor o la práctica swinger no provocan un conflicto extra en la historia de estas chicas por enmarcarse en relaciones lésbicas. En este sentido hay una superación de la matriz del conflicto desde la aplicación o ruptura de un mandato externo. En Amar es bendito las formas de ser ya no piden permiso, los personajes se mueven libremente, con el sólo límite de sus propios prejuicios, pasiones y negociaciones. Con un apenas melodramático que diluye toda posibilidad de castigos, culpas y vergüenzas, la película acierta a desnaturalizar el amor presentándolo en toda la irracionalidad de los deseos. El final a toda cumbia instala un gesto paródico que es un acierto total de la película, con la “engañadora engañada” y perdiendo las esperanzas, pero que en la escena final establece un guiño con nosotrxs lxs espectadores, el de las certezas que, como en la letra de Willy Colon, como en el amor y en el cine, siempre hay algo que aprender porque siempre faltará un texto por vivir.
Boca de pozo KEKENA CORVALÁN on 23 junio, 2014 at 15:50 Director de la más que interesante Tiempos menos modernos Simón Franco estrena su segunda pelicula que pudimos ver en el Festival de Pinamar en marzo de este año. Además de compartir con su primer opus el trabajo del actor chileno Nicolás Saavedra, en ambas también hay una confrontación con formas de vida en contextos específicos que no son los remanidos paisajes urbanos del cine tradicional, y esto es para destacar en el cine de Franco. En este caso se trata de una película también atractiva, que refiere aspectos de la vida de los trabajadores petroleros de la Patagonia argentina que desarrollan una dura labor en lo que se llama “boca de pozo”, que es el lugar de donde sale concretamente el petróleo. Esto es mostrado de manera minuciosa en la primera parte de la película, planteando casi un documental de observación, centrado en una actividad repetitiva, mecánica, pero que exige alta concentración en sus movimientos. Luego, la película tiene otro momento, siempre a partir del hilo conductor del protagonista, Pablo Cedrón, que como siempre, realiza un trabajo muy gestual para componer este raro personaje, un hombre duro y escueto, pero a la vez sensible, plantado en un contexto duro y en el que, más allá de sus intenciones, no puede decidir, si accedemos a las claves de su vida de relación. Y lo interesante de este armado es la progresión que va realizando desde lo escueto del comienzo en cuanto a su vida hasta el develamiento de su vida, incluso ante sí mismo. Aquí emerge otro registro, y la película entra en un tono dramático, con una historia densa de prácticas y códigos, y la cotidianeidad de este personaje se vuele un nudo complejo en su universo de relaciones familiares y amorosas, su relación con la droga, la paternidad, el hacerse cargo de su casa… El contraste entre paisaje e industria, entre fuerza y pensamiento, entre trabajo e intimidad, entre consumo de bienes y sustancias y acción bruta contra la naturaleza, entre hombres y mujeres, atraviesa también este doble juego entre documento y drama. Boca de pozo habla de este lugar, de ese espacio intermedio, de esta vida amesetada, que podría ser metáfora patagónica por excelencia.
Un documental dedicado al fútbol femenino, primer largometraje realizado por Ginger Gentile (Nueva York, 1980) y Gabriel Balanovsky (Buenos Aires, 1969) que devela un mundo muy poco conocido que aún continúa ligado a lo marginal por su asociación con roles sociales sobre lo que puede y lo que no puede hacer una mujer. El documental se estructura alrededor de dos tipos de testimonios. Por un lado, el de las mujeres protagonistas, fundamentalmente las entrenadoras Mónica Santino (DT de Las Aliadas de la 31) y Bettina Stagnares (DT del equipo de fútbol femenino de Estudiantes de La Plata). junto a jugadoras cuyas edades rondan los 15 a 18 años, familiares e integrantes de asociaciones deportivas que buscan ampliar este campo para la práctica de mujeres. Por el otro, hay testimonios de periodistas, hinchas de fútbol y dirigentes de AFA , quienes dan su opinión sobre este campo particular. Así, comentan sus ideas personajes tan disímiles como Gastón Recondo (cuyos comentarios machistas son totalmente coherentes con los comentarios homófobos que ha sabido declarar sin rubor ante otros temas), Víctor Hugo Morales, que tiene una mirada abierta e inclusiva y el director del área de fútbol femenino de la AFA, Salvador Stumbo, que porta una camiseta totalmente institucional. Entre todo este mix de opiniones, la película sostiene un interesante tono crítico que expone una maraña de deseos, prejuicios, microfísicas y redes de segregación más o menos indirecta, con el juego de intereses más o menos previsibles, pero no por eso menos centrales en el tema de igualdad de derechos y oportunidades, instalando cuestiones vigentes sobre la discriminación de la mujer en nuestras comunidades que se hace necesario debatir. Un componente muy interesante que logra el documental lo aporta desde la imagen. Una sucesión de escenas de las chicas jugando, afirma la visibilidad de esta práctica, la contundencia del hacer deportivo, los contrastes con los prácticas masculinas profesionalizadas y sobre todo, el tesón y el deseo de jugar. Mujeres con pelotas, felizmente, tiene fecha de estreno en el espacio INCAA Gaumont el 8 de mayo de 2014. Sus directorxs están planeando traer a las protagonistas al estreno, y para financiar la movida de estas jugadoras, en su mayoría de pocos recursos, piden colaboración. Para contactarlas y obtener más información de esta práctica deportiva en general, recomendamos: https://www.facebook.com/MujeresConPelotas