Si hay algo que pueda definir de entrada a la filmografía del británico Tom Hooper, no es precisamente su preocupación por conceptos como el de búsqueda y audacia. Sus películas más conocidas, la oscarizada El discurso del rey y el musical Los miserables, se caracterizan por ser productos correctos desde lo formal, pero carentes de vuelo y profundidad. En La chica danesa, Hopper sacrifica una gran historia en pos de un abordaje preciosista y políticamente correcto. El pintor danés Einar Wegener, interpretado por el ahora nominado al Oscar Eddie Redmayne, fue según apuntan diversos registros médicos, la primera persona de todos los tiempos en someterse a una operación de cambio de sexo. Durante los años '20, adquirió cierta reputación como paisajista y luego colaboró con el despegue de la carrera de su esposa, Gerda Wegener, también dedicada a la pintura. Tras la tardanza de una de sus modelos, Gerda, encarnada brillantemente en este film por la actriz sueca Alicia Vikander, le pide a Einar que pose con medias y zapatos de mujer. Este contacto primario con texturas femeninas, reanima en el pintor una crisis de identidad sexual que viene sofocando desde su niñez, y da lugar al nacimiento de su verdadera esencia, canalizada en su desdoblamiento como Lili Elbe. Más allá de las buenas intenciones, el realizador no logra en ningún momento atravesar la pátina del conflicto. Queda siempre orbitando en la superficie, con un tratamiento formalmente correcto pero vacío de intensidad. Vemos en reiteradas oportunidades a Einar acariciando vestidos, ensayando mohines afectados, asumiendo una pose; pero sin llegar a la médula de la contradicción entre su identidad de género y el sexo biológico de su anatomía. Durante todo el transcurso del film, da la impresión de que Tom Hopper no asume la incomodidad del proceso de disforia de género del protagonista, y por extensión no se atreve a incomodar al espectador. Un puñado de recursos melodramáticos, entre los que se incluyen subrayados orquestales y rostros bañados en lágrimas que brotan cual fuente de los ojos de los personajes, no alcanzan para darle entidad a los padecimientos de sus criaturas. A su vez, el constante regodeo en bellas postales de Copenhague y Parìs, tiende a amortiguar desatinadamente el perfil de un relato cuya matriz es innegablemente desgarradora. El abordaje del mundo de la ciencia es presentado también de una manera esquemática y simplista, con médicos que son esbozados como entes retrógrados que condenan la perversidad de estos procesos. Más allá de que en aquel tiempo, los doctores tomaban estos casos desde una perspectiva ignorante y a veces despiadada, el director imprime un trazo demasiado grueso sobre algunas escenas que desfilan a modo de trámite. Finalmente, resulta paradójico que sea la historia de la esposa de Einar la que gana en desarrollo, cuando en realidad todo parece estar focalizado en el conflictivo surgimiento de Lili. Alicia Wikander es por lejos lo más interesante de la película, y es claramente injusto que esté nominada al Oscar en la categoría Actriz de Reparto, cuando su participación tiene claramente el rango de un rol protagónico. Los matices y contrastes transitados por un personaje que oscila entre la perplejidad y el apoyo incondicional a su pareja, se muestran más creíbles y delineados que los del derrotero trans de Einar/Lili. The Danish Girl / Reino Unido, Estados Unidos, Bélgica, Dinamarca, Alemania/ 2015 / 119 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Tom Hooper / Elenco: Alicia Vikander, Eddie Redmayne, Matthias Schoenaerts, Ben Whishaw, Sebastian Koch, Adrian Schiller, Amber Heard, Emerald Fennell y Henry Pettigrew.
La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood perdió el domingo pasado la chance de tomar una decisión audaz. Mad Max: Furia en el camino fue el film que más estatuillas se llevó, y que debió terminar la noche con el Oscar a Mejor Película. Pero no. Se sabe que los conservadores votantes jamás se inclinarán por una propuesta vibrante y entretenida. Siempre optarán por un producto más bien solemne, que gire alrededor de algún tema importante. En este sentido, es cierto que Spotlight tenía todas las de ganar. La película reconstruye la ardua investigación desarrollada hacia el año 2001 por un grupo de periodistas del Boston Globe, abocados a sacar a la luz una gran cantidad de casos de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes, que contaron con el amparo de las altas esferas de autoridades políticas y religiosas. Si bien en los últimos años, títulos como Vivir al límite y Argo conquistaron la codiciada estatuilla dorada abordando historias sobre emblemáticos conflictos bélicos y diplomáticos; En primera plana va un paso más allá al meterse con una institución milenaria como la Iglesia Católica, y avanzar de manera implacable hacia la confirmación de una tesis por demás áspera: los abusos de curas hacia menores no son hechos aislados sino una práctica sistemática. La Academia no suele meterse con el poder religioso, y menos aún premiar con el galardón principal a una película tan combativa como esta. Ver al productor Michael Sugar sobre el Dolby Theatre el pasado domingo enviándole un fuerte mensaje al Papa Francisco al recibir el Oscar, fue sin dudas un gran plus. "Papa Francisco, es hora de proteger a los niños y restaurar la fe", enfatizó uno de los principales artífices de Spotlight. El premio para el film dirigido por Tom McCarthy es doblemente atípico, porque más allá de su tesón a la hora de revelar uno de los rincones más podridos de la iglesia; es a la vez un relato riguroso que no distrae su foco en subtramas periféricas. En primera plana no necesita introducir ningún romance en la redacción del Boston Globe, ni tampoco presentar escenas de persecución o amenazas estridentes. La integridad de esta historia se sostiene sobre la base de la sobriedad, esquivando golpes de efecto tales como escenas de flashbacks que ilustren los casos de abuso sexual. Spotlight también es fiel testimonio de un tipo de periodismo en vías de extinción. En tiempos en que los portales replican noticias a alta velocidad en una vacía dinámica de copy-paste, esta película nos lleva a un momento de inflexión en las herramientas tecnológicas. Hacia 2001 el fenómeno de internet no estaba tan desarrollado y la investigación periodística aún se basaba en la búsqueda de archivos de papel. Con un dejo de textura artesanal, este es un film centrado en la palabra, que se ocupa de darle entidad y dignidad a todo lo que se dice. Y también es la historia de un grupo de periodistas apasionados, que más allá de las encrucijadas éticas que puedan cruzarse su camino, jamás olvidan que viven por un claro objetivo: revelar a la comunidad esa verdad oscura que el poder tanto se empecinó en ocultar. Spotlight / Estados Unidos / 2015 / 128 minutos / Apta mayores de 13 años / Dirección: Tom McCarthy / Con: Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiber, John Slattery, Brian DArcy James, Stanley Tucci y Billy Crudup. En Cinemark y Cinemacenter.
Todd Haynes es el director más subestimado por los miembros de la Academia de Hollywood en estas ultimas dos décadas. Una película sofisticada y exuberante como Velvet Goldmine apenas acarició una nominación en el rubro vestuario. Mientras que el elegante melodrama Lejos del paraíso elevó a cuatro el número de candidaturas, incluyendo a Haynes como mejor guionista y a Julianne Moore por su actuación protagónica, y claro, no se llevó ninguno de los premios. Algo más acotado sucedió con I'm not there, demasiado "rarita" para los gerontes del jurado, que solo posicionó a Cate Blanchett como aspirante a llevarse la estatuilla como mejor actriz de reparto. Con Carol, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood vuelve a ratificar su menosprecio hacia el cine de Haynes. Que venía de conquistar entre otros reconocimientos, la nominación a la Palma de Oro en Cannes, festival en el que Rooney Mara se impuso como mejor actriz, y candidaturas a mejor película y dirección en los Globos de Oro. En la última película del realizador americano que ha trazado una filmografía irreprochable, hay cine en estado depurado. Desde su concepto visual, rodado en super 16 milímetros, en lugar del homogéneo digital al que se ha acostumbrado nuestra retina cinéfila en estos últimos años, Todd Haynes entiende que nada mejor para un melodrama ambientado en la New York de comienzos de los '50, que capturar su historia sobre soporte fílmico. La atmósfera lograda por el director de fotografía Edward Lachman, nominado al Oscar por este trabajo, le aporta al relato un halo de déjà vu del cine clásico, con renovadas referencias a los films de Douglas Sirk, a quien el director también había homenajeado en Lejos del paraíso. Esa noción de clasicismo también se extiende a la estelaridad de sus dos figuras principales. Más allá de que la Academia se haya encaprichado en nominar a Cate Blanchett en el rubro actriz protagónica y a Rooney Mara en el de actriz de reparto, está más que claro que ambas son protagonistas centrales de una historia que las une en un sutil recorrido que va desde el deseo al amor. Carol (Blanchett) es una señora de alta sociedad con un matrimonio en plena ruptura. Therese (Mara) es una chica con algunas cosas no muy definidas, que trabaja durante la temporada navideña en una gran tienda. Ambas se conocen y la atracción es inmediata. Con una evolución dramática sostenida, el vínculo entre ellas avanza entre la seducción y el drama. El marido de Carol amenazará con quitarle a la custodia de su hija, mientras que Therese soportará los tironeos de su demandante novio. Hay algo de firme determinación en la evolución del vínculo entre estas mujeres, que va de lo sublimado a lo concreto. Y Tood Haynes acompaña esa progresión tanto desde lo visceral, la esperada escena de sexo de sexo entre las protagonistas irrumpe sin tapujos, como desde lo más íntimo, los miedos y contradicciones que se proyectan desde el entorno hacia la médula de la dupla. Hay ecos de urgencia en esta novela escrita por Patricia Highsmith, la autora de Extraños en un tren y de la saga Ripley, que se vio obligada a publicar esta novela bajo un seudónimo a comienzos de los '50, y que recién pudo lanzarla con su nombre a fines de los '80. Carol postula el amor de mujeres como uno de los vínculos más invencibles y confidentes, y a su vez superpone el tema de la maternidad, en tiempos en los que ni siquiera asomaba la chance de que un niño cuente con dos madres. A pesar del paso de las décadas, la película logra actualizar esa gesta romántica/combativa que emprenden Carol y Therese. Y Todd Haynes sabe comprender a estas chicas, acompañándolas sin estridencias ni sentencias, bordando su historia con un hilo de elegancia y sofisticación que jamás roza los bordes del discurso solemne o pretencioso. El amor entre estas mujeres exhala tanta verdad, como el cine que Haynes, cual exquisito artesano, sabe moldear sobre la pantalla. Carol / Estados Unidos-Reino Unido / 2015 / 118 minutos / Apta mayores de 13 años con reservas / Dirección: Todd Haynes / Con: Cate Blanchett, Rooney Mara, Lyle Chandler, Jake Lacy, Sarah Paulson y John Magaro.
Muchas veces se dice que no hay vínculo más íntimo y determinante que el sellado por una madre con su hijo. Sobre este axioma del andamiaje maternal y de los primeros años de la infancia gravita La habitación, película independiente coproducida entre Irlanda y Canadá que logró meterse en la carrera por el Oscar. Con guión de la irlandesa Emma Donoghue, que adapta aquí su exitosa novela, el film nos interna en un trance estremecedor que no decae en interés a lo largo de sus dos horas de duración. Una mujer (Brie Larson) lleva siete años secuestrada en una pequeña habitación instalada en el jardín de una casa. Fruto del tortuoso sometimiento establecido por su captor, ella ha dado a luz a Jack (Jacob Tremblay), un niño que pasa sus primeros cinco años de vida en medio de esa reclusión forzada, transitando cada día en un caos emocional que se debate entre el mundo trazado por su madre y la incipiente incógnita de una realidad más vasta. El mérito central del realizador irlandés Lenny Abrahamson consiste en no traicionar el foco de interés forjado en la alianza entre el chiquito y su mamá. Aún cuando el film podría inclinarse hacia el territorio del thriller escabroso, con un minucioso desarrollo de la opresión que la reclusa soporta bajo el dominio del secuestrador, La habitación jamás se inclina a darle mayor atención a la patología del villano de esta historia, ni a la enfermiza cotidianidad que él ha impuesto sobre su víctima. A nivel atmosférico, buena parte del relato se sostiene en el minúsculo recinto que habita la dupla protagónica. Una cama, un ropero, una lámpara, una mesa, un par de sillas, un lavatorio, una bañera, un televisor y un microondas; son mucho más que muebles o artefactos, son piezas clave de un aislado bunker que esa madre ha sabido resignificar para mantener a su hijo saludable, tanto física como psicológicamente. Una estructurada rutina de ejercicios y una dosificada exposición del niño frente a la TV, forman parte de un riguroso esquema vital que inevitablemente terminará mostrando sus grietas. Un tragaluz oficia como la única ventana con ese afuera que la mujer sostiene a través de fragmentados recuerdos previos al encierro. En tanto que para el pequeño, el único mundo que existe es el que su mamá y la tele le han enseñado. La incertidumbre sobre lo que hay más allá de las cuatro paredes de esa habitación devenida forzosamente en hogar, va creciendo progresivamente en la cabeza de Jack, a la vez que la angustia de su progenitora comienza a trazar posibles planes de fuga del infierno. Sólo hasta aquí conviene contar. La chance de escapar de una situación tan extrema conlleva grandes riesgos, que la película afronta desde una zona tan espinosa como la del cautiverio. Un puñado de planteos e interrogantes, que no necesariamente se construyen para lograr la inmediata complicidad con el espectador, asoman con un grado de adultez y veracidad poco frecuentes en el cine que llega a las grandes ligas del Oscar. Más allá de que Brie Larson tenga casi garantizado el triunfo como Mejor Actriz Protagónica, avalado por su creíble performance y la avalancha de reconocimientos en el circuito de festivales; los integrantes de la Academia de Artes y Ciencias Cinamotográficas de Hollywood debieron considerar el descomunal trabajo del niño Jacob Tremblay, cuyo nombre merecía sumarse al seleccionado de actores muy jóvenes que a lo largo de la historia fueron nominados a la estatuilla. Más allá de la crispada y precisa actuación de este pequeño gran actor, su ausencia entre los candidatos resulta un tanto extraña si se tiene en cuenta que la película está construida de principio a fin desde la mirada de su personaje. Un chiquito enfrentado a la disyuntiva de transitar las zonas más luminosas y oscuras de ese limbo llamado infancia. Room / Irlanda-Canadá / 2015 / 118 minutos / Apta mayores de 16 años / Dirección: Lenny Abrahamson / Con: Brie Larson, Jacob Tremblay, Joan Allen, Sean Bridgers, Tom McCamus y William H. Macy.
El estreno de la ópera prima de Francisco Varone tiene para los mendocinos un ingrediente especial. Uno de sus protagonistas es nuestro gran Ernesto Suárez. Un ícono de la escena local que lejos de instalarse en el concepto de ser una suerte de leyenda o institución, sigue explorando con un espíritu tan movedizo como el que lo ha motivado durante décadas sobre las tablas. "El Flaco" enfrenta por primera vez a los 75 años el gran desafío de encabezar el elenco de un largometraje, y en su debut su trabajo luce tan convincente como el de su compañero Rodrigo de la Serna. Camino a La Paz es una road movie con todas las de la ley que nos zambulle en un viaje a bordo de un Peugeot 505, con Sebastián (De la Serna), un hombre que no atraviesa el mejor momento en su relación de pareja, y Jalil (Suárez), un musulmán nacido en Mendoza que quiere llegar a Bolivia para encontrarse con su hermano. Sebastián acaba de mudarse a una nueva casa, y tras recibir numerosos llamados telefónicos que confunden su hogar con una remisería, se lanza como improvisado conductor y empieza a llevar pasajeros. La difícil situación económica que está pasando con su mujer, lo lleva a aceptar el inusual viaje que propone Jalil: atravesar el norte argentino y cruzar a la ciudad de La Paz. Como en toda road movie, intuimos de antemano que esta travesía no solo implicará un desplazamiento geográfico, sino una experiencia de mutuo aprendizaje. Varone sigue con sutileza la evolución en el vínculo que va forjándose entre estos dos desconocidos a medida que el periplo avanza. Y claro, como en toda road movie, se cruzarán con llamativos personajes secundarios y una serie de situaciones que no conviene anticipar. Más allá de cierta dominante melancólica en el relato, Camino a La Paz se permite algunas bocanadas de humor. Con sorprendente timing y percisión, al duó De la Serna-Suárez le basta una mirada cómplice, una acción, o unas pocas palabras para sobrepasar las tensiones que surgen entre ellos. La película en ningún momento abusa de la tentación de regodearse ante los paisajes que atraviesan los personajes, ni de volverse solemne o aleccionadora; dos de los vicios más frecuentes que presentan algunas road movies. Una mirada atenta y sensible se extiende a lo largo de una historia que jamás se asoma al golpe bajo. Con un pulso sostenido pero sin necesidad de apostar a un ritmo frenético, el director se detiene en los contrastes y momentos de entendimiento entre Sebastián y Jalil, con escenas de genuina emoción que fluyen orgánicamente y avanzan hacia la construcción de un propósito. Desde un par de perros encontrados en la ruta y sumados al viaje, hasta la irrupción de rituales religiosos musulmanes; nada resulta forzado o puesto como cuota adicional de color que nos distraiga de la médula del exquisito encuentro entre estos dos seres. En un verano en que películas como Star Wars o Snoopy y Charlie Brown cuentan con más de 200 salas cada una, Camino a La Paz ha convocado en sus primeros días a cerca de 10.000 espectadores solo en 20 pantallas en el país. El hecho de que el film esté desarrollando una muy buena performance en los circuitos mendocinos, sin una gran campaña promocional, habla del buen boca a boca que produce la película de Varone, tanto entre el público adulto como joven. El siempre inquieto Ernesto Suárez extiende de esta manera su poder de convocatoria del teatro al cine, en lo que quizás sea el despegue de una carrera en la pantalla grande con más capítulos por venir. Camino a La Paz / Argentina-Holanda-Alemania / 2015 / 89 minutos / Apta todo público / Guión y dirección: Francisco Varone. Con: Rodrigo de la Serna, Ernesto Suárez, Elisa Carricajo y María Canale.
Después de un par de películas cuyas historias transcurrían en campos de guerra, Angelina Jolie - ahora firmando como Angelina Jolie Pitt - vuelve como directora, guionista, protagonista y coproductora de un intento de drama intimista. Frente al mar reúne al dúo "brangelina", la pareja más fotogénica de Hollywood, después de mucho tiempo de no aparecer juntos en un film, precisamente desde Sr. y Sra. Smith. Las primeras imágenes subrayan el acento cool de la atmósfera del relato, con la dupla llegando a un pueblito de la costa francesa (aunque la película en realidad se rodó en Malta), en un descapotable y con una exquisita canción de Jane Birkin sonando de fondo. Pronto sabremos que la relación entre ellos está lejos de pasar por su mejor momento. Roland (Brad Pitt) es un escritor en crisis que busca recuperar el brillo de la inspiración perdida. Vanessa (Angelina Jolie) es una ex bailarina sumida en una profunda depresión. La tediosa rutina de Roland no va mucho más allá que la de compartir uno que otro diálogo seudo profundo con el dueño de un bar (Niels Arestrup), y volver al anochecer borracho al hotel. Mientras que Vanessa pasa sus días echada en la cama y en la reposera del balcón, encontrando como única distracción hacer las compras en un almacén y espiar a la fogosa parejita de la habitación de al lado (Mélanie Laurent y Melvil Poupaud). Sin dudas, Jolie busca emular el registro de cierto cine independiente europeo con aires de pretensión. Hay ecos de Michelangelo Antonioni, pero mientras ese gran autor del cine italiano lograba obras maestras sobre el vacío existencial en los matrimonios burgueses, hincando el diente en la angustia y el cuestionamiento; aquí la directora sólo queda flotando en la superficie. No hay verdadero dolor en Frente al mar, hay apenas una maqueta del dolor, una pose afectada que se desliza con languidez durante poco más de dos horas. Por momentos, esta fallida película parece coquetear con un clima inquietante, y hasta intenta bordear una propuesta "perversita", para luego replegarse una y otra vez en el tedio. Cada momento en el que irrumpe alguna situación o personaje que permitiría tensar los hilos del drama de los protagonistas, el film salta rápidamente a otra cosa, desarticulando así el grado de interés de los sucesos y bloqueando todo atisbo de profundidad en el conflicto. Hacia el mar oscila permanentemente entre las ambiciones del "cine-arte" y la bajada de explicaciones que pide toda producción industrial. Hay un choque irresuelto entre la voluntad de un drama que tiende a evitar el subrayado de las causas, y los constantes reclamos de Roland frente a la gelidez y los rechazos de Vanessa. En los últimos minutos, sin anticipar aquí la resolución de la historia, (aunque tampoco sería del todo un despropósito), este insípido calvario cinematográfico cierra con una burda explicación psicologista, que termina traicionando esa coraza hermética que tanto se había preocupado en sostener. La llegada de esta película a los circuitos comerciales responde pura y exclusivamente al reconocimiento masivo de sus protagonistas. De otra manera, este capricho artístico apenas hubiera accedido a alguna sección de un festival de cine, lugar del que sin dudas habría salido con un sincero y sentido abucheo. By the sea / Estados Unidos / 2015 / 122 minutos / Apta mayores de 16 años / Dirección: Angelina Jolie Pitt / Con: Angelina Jolie, Brad Pitt, Mélanie Laurent, Melvil Poupaud, Niels Arestrup.
El abordaje crítico de toda remake supone un inevitable ejercicio de comparación con la película original. En este caso, para todo espectador argentino, esa operación se amplifica si se tiene en cuenta que el material de base es nada más y nada menos que El secreto de sus ojos, uno de los films más exitosos de la historia de nuestro cine, cuyo vertiginoso ascenso fue coronado por un Oscar. El mejor consejo a la hora de sentarse en una butaca es el de observar sin prejuicio. Es inútil enumerar aquí los puntos de contacto o las diferencias entre esta historia reescrita y dirigida por Billy Ray (guionista de Capitán Philips y Los juegos del hambre), y la aplaudida creación de Juan José Campanella. Con la paranoia americana post 11 de septiembre de 2001 como telón de fondo, Secretos de una obsesión se erige como un policial oscuro con algunos aciertos particularmente incómodos, en tiempos en que Hollywood no suele arriesgar cuestionamientos hacia el poder político y policial. Ray (Chiwetel Ejiofor) es un ex agente del FBI que ha vivido trece años suspendido entre la culpa y la obsesión de encontrar al asesino de Carolyn Cobb, la hija de Jess (Julia Roberts), quien fue su gran amiga y compañera de trabajo. El regreso de Ray a las oficinas de trabajo de su pasado supone también el reencuentro con la ahora fiscal Claire (Nicole Kidman), su amor fallido y sublimado. La reapertura del caso no sólo vuelve a poner el dolor de una pérdida en carne viva, sino que agrega un macabro entramado de traiciones y encubrimientos en medio del convulsionado escenario de la lucha anti terrorista. El primer tramo de Secretos de una obsesión es un tanto desganado. Las idas y vueltas del relato entre 2002 y 2015 no aportan demasiado, los personajes se muestran sin mayores cambios en su comportamiento y el paso del tiempo ni siquiera es visible en su fisionomía, exceptuando el cambio de peinado de Nicole Kidman, los saltos cronológicos se dividen entre la confusión y el subrayado innecesario. Una vez que irrumpe en escena el presunto asesino, la película comienza a levantar intensidad y va por unas logradas vueltas de tuerca, que obviamente aquí no serán reveladas, anticipando solamente que esos giros no siempre se corresponden con las opciones que tomaba Campanella. De antemano, uno de los puntos atractivos de Secretos de una obsesión radica en su casting. El elenco funciona como relojito, destacándose el desgarrador trabajo de Julia Roberts. Ejiofor y Kidman están bien, pero la química entre ellos no resulta creíble en ningún momento, y esta falta afecta a varias escenas clave de la película. Así y todo, no estamos ante una remake que deja gusto a poco. Su sabor amargo y su tono seco remiten a ese tipo de policiales escépticos que Hollywood transitó a comienzos de los '70, tiempos en que la industria se animaba a trazar una aguda mirada sobre las instituciones. Cada film tiene su atmósfera, Ray no es Campanella, y Campanella no es Ray. Podremos decir que tal o cual escena nos pareció más lograda en una versión o la otra, pero más allá del material de origen, la película es otra. Por lo que resulta injusto, y hasta caprichoso, cuestionarla simplemente porque no tiene el mismo aroma del plato de mamá. The secret in their eyes / Estados Unidos / 2015 / 111 minutos / Apta mayores de 13 años / Dirección: Billy Ray / Con: Chiwetel Ejiofor, Nicole Kidman, Julia Roberts, Dean Norris, Michael Kelly, Joe Cole.
El estreno de Kryptonita llega precedido por un caluroso paso por el Festival de Mar del Plata y críticas unánimemente positivas. En la mayoría de las notas de opinión sobre la película de Nicanor Loreti (Diablo, Socios por accidente) se pone el acento en la inusual mixtura de códigos de hiperrealismo y elementos del cine de superhéroes. A este combo único, se suma la novela de culto escrita por Leonardo Oyola como base de un universo que deambula entre lo áspero y lo fantástico. A un hospital del conurbano bonaerense llega malherido Nafta Súper (Juan Palomino), jefe de una banda integrada por personajes tan especiales como Lady Di, una travesti con aires de Mujer Maravilla (magnífico Lautaro Delgado); Faisán, un picante Linterna Verde con camiseta del Deportivo Laferrere (Nico Vázquez); Ráfaga, uno de los integrantes más recios del grupo enfundado bajo una capucha al estilo Flash (Diego Cremonesi); Juan Raro, el personaje que determina las decisiones fundamentales de la pandilla desde unas escasas y parcas palabras (Carca); El Señor de la Noche, un motoquero con reminiscencias batimaníacas (Pablo Rago); y la sensual paraguaya Cuñatai Güira, una suerte de Mujer Halcón siempre dispuesta a gatillar su arma (Sofía Palomino). El médico de guardia, el "Tordo" que interpreta magistralmente Diego Velázquez, es el encargado de mantener con vida a Nafta Súper, aunque la mayoría de los pacientes que han pasado por su manos no hayan logrado la supervivencia. En tanto que el negociador entre la policía apostada fuera del hospital y la pandilla, es Corona (Diego Capusotto con desopilante porte Guasón), una de las piezas claves de este apasionado relato. Desde lo estético y narrativo, Kryptonita no oculta la influencia de hitos del cine indie como Asalto al presinto 13 de John Carpenter, o una impronta deudora del cómic al estilo Robert Rodriguez. De todas formas, los aciertos y las falencias de Kryptonita exceden el ámbito de sus referencias cinéfilas. Desde el plano de los hallazgos, la fidelidad y virtuosismo con el que se resuelve la traslación de la novela de Oyola, y la combinación de códigos realistas y fantásticos; se ubican entre los logros más arriesgados de esta aventura fílmica. Desde el punto de vista de lo parcialmente conquistado, tal vez al espectador le resulte más rico lo narrado a través de los diálogos que lo desplegado a través de las imágenes. Loreti confía plenamente en las conversaciones de tono intimista que estos personajes atravesados por el dolor y la lealtad mutua, mantienen con el médico a quien han ordenado la misión de sacar adelante al capo de la banda. Cada una de estas charlas, ilustradas a manera de flasbacks, va fortaleciendo el vínculo entre unos seres pertenecientes a diferentes contextos que seguramente por primera vez se detienen a mirarse en detalle. Tal vez la película subraya por demás las culpas del "Tordo", incluyendo el olvido del cumpleaños de su hija y el ya mencionado pobre rendimiento a la hora de salvar la vida de sus pacientes. Así y todo, una de las conquistas más grandes de Kryptonita va por el lado de la mirada desprejuiciada que van desarrollando sus criaturas, postulando a la comprensión entre clases como una suerte de escudo liberador. Hay en el film algo de romanticismo y dignidad que enaltece a estos sectores, habitualmente tratados desde nuestro cine con cierta solemnidad como parias, y que los ciudadanos más reaccionarios encierran bajo el latiguillo de "esos negros de mierda". Tanto en el libro de Leonardo Oyola como en la película de Nicanor Loreti, no se juzga a los personajes por sus acciones delictivas, sino que se pone en relieve que más allá de un trasfondo hostil hay un puñado de códigos que se respetan. "Cuando cuente esta historia diga que existimos, que somos reales", reafirma con vehemencia el Faisán. Kryptonita no sólo abre una nueva puerta para el cine argentino, sino también a ese mundo estereotipado en la sentencia marginal, que aquí muestra su costado más vulnerable, ese que atraviesa a todos los hombres y a todas las clases: el amor y el desamor como causa y consecuencia de todo lo que llega. Kryptonita / Argentina / 2015 / 80 minutos / Apta mayores de 13 años con reservas / Dirección: Nicanor Loreti / Con: Diego Velázquez, Juan Palomino, Lautaro Delgado, Diego Cremonesi, Carca, Nico Vázquez, Pablo Rago, Sofía Palomino y Diego Capusotto.
Hay que decir esto en primer lugar: el único problema de Un gran dinosaurio es ser una película de Pixar. El estudio responsable de elevar la excelencia del cine de animación está celebrando 20 años de la primera entrega de Toy Story, el film inaugural de este tipo de relatos en la era digital. Además de la brillante saga de los juguetes comandados por el vaquero Woody, Pixar ha creado joyas como Wall-E, Up y la muy inspirada Intensa-Mente. En este contexto, el estreno de su nueva apuesta viene a potenciar los logros visuales ya alcanzados, pero desde lo narrativo acusa un retroceso hacia un clasicismo exento de vuelo creativo e ironía. El regreso a las fórmulas más tradicionales de Disney luce algo anacrónico para una factoría que nos acostumbró a historias de nobleza perdurable, teñidas de cierto aire de ruptura. Tras más de un año de demora en su estreno, producido en gran parte por la baja de su director y posterior reemplazo por Peter Sohn, sumado al recambio de los actores encargados de las voces de los principales personajes; Un gran dinosaurio llega a los cines de todo el mundo con una anécdota sencilla y eficaz. Después de sufrir una pérdida familiar, un temeroso y simpático dinosaurio de 11 años (Arlo), se pierde al ser arrastrado por la turbulenta corriente de un río que atraviesa una zona cercana a su hogar. El reencuentro con un niño salvaje (Spot), a quien supuestamente Arlo debía eliminar, supone el choque de especies muy opuestas, con un llamativo juego de inversión de roles: aquí el animal es el ser racional y parlante, mientras que el pequeño se limita a balbucear sonidos, y a sostener su supervivencia a partir de un puñado de acciones tan primitivas como aguerridas. Visualmente, el resultado es alucinante. El grado de realismo de los paisajes, con unas logradas texturas y luces que parecen atravesar la pantalla, se ensambla perfectamente con los personajes diseñados con trazos simples. Esa amalgama entre lo sofisticado y lo naif, sólo navega en la superficie de la imagen, ya que desde lo narrativo el relato queda sofocado bajo un omnipresente tono aleccionador. Conceptos como el de la disciplina, el imperativo de cumplir con la tarea, la necesidad de sobreponerse a los miedos, y la valoración de la familia sobre todas las cosas; se repiten de un modo estructurado y previsible. No es que Pixar antes haya evitado orquestar sus historias desde este tipo de valores y premisas fundacionales. El problema aquí es el discurso unidimensional, sin otros matices ni capas de lectura que los expuestos gráficamente en la pantalla. Es cierto que este es un producto dirigido plenamente a los más pequeños, pero se extrañan esos guiños al público adolescente y adulto, que tan bien venían funcionado en películas anteriores. De hecho, los pocos momentos en que Un gran dinosaurio se atreve a cruzar la línea de la fábula edificante, lucen un tanto desencajados. Un buen ejemplo está en la escena en la que Arlo y Spot comen unos frutos alucinógenos que los llevan a un breve pasaje lisérgico, bocanada de desenfado que hubiera logrado una mejor integración si el film sorteara con mayor vuelo su armazón moralizante. Finalmente, como toda estructura concebida en clave de road movie, este cuento ambientado en tiempos prehistóricos tiene pintorescos personajes secundarios. Una y otra vez irrumpen múltiples bicharracos, que hacen su gracia lo mejor que pueden y salen de escena. El efecto es más acumulativo que progresivo, ya que la aparición de estos especímenes poco aporta a los conflictos centrales de Arlo y Spot. La trama se estira y al metraje final le sobran unos veinte minutos. Hay demasiada bajada discursiva en este exponente de Pixar, que retrocede un par de casilleros hacia los esquemas más conservadores de Disney. Por eso, los instantes más sustanciosos se filtran cuando los personajes comparten su silencio, logrando con su solitaria mirada dar rienda suelta a una alianza tan cómplice como sentida. The good dinosaur / Estados Unidos / 2015 / 92 minutos / Apta todo público / Dirección: Peter Sohn.
Hay que admitirlo sin rodeos, guste o no, Los juegos del hambre no sólo representa una de las sagas más rentables de los últimos años, sino también un movedizo relato que se atrevió a un recorrido más inquietante que el de la mera repetición de fórmulas destinadas al voraz consumo del público adolescente. El mayor mérito de la trilogía de novelas de Suzanne Collins, replicada en cuatro películas, es el de haber enaltecido la figura de una heroína trágica y carismática, una Katniss Everdeen que evolucionó constantemente a la par de su portadora, la descomunal Jennifer Lawrence. Sinsajo - El final arranca sin preámbulos con el reencuentro entre Katniss y Peeta (Josh Hutcherson), una dupla que atravesó diferentes vaivenes en las entregas anteriores. Víctima del tiránico presidente Snow (Donald Sutherland), Peeta ha sido sometido a una operación de lavado de cerebro que lo dejó en un encarnecido odio hacia Katniss. Así y todo, ellos serán parte del pequeño grupo de revolucionarios provenientes de los distintos distritos ahora aliados contra Snow. La resolución del dilema romántico de una heroína erigida en líder de la rebelión se mantiene en un discreto segundo plano. Y esto puede ser tomado como un acierto o una falencia de este capítulo de la saga. Es un mérito, en el sentido de que aquí la urgencia pasa por terminar con el espiral de violencia generado por Snow. Y es en parte fallido, por la poca evolución e impronta de los dos personajes entre los que pendula Katniss: Gale (Liam Hemsworth) y el mencionado Peeta. La película cumple con los altos niveles de descarga adrenalínica que quedaron pendientes en la primera entrega de Sinsajo. Las secuencias de acción son impactantes, feroces y creativas. En tanto que los interludios se reparten entre instancias que potencian ese trance en el que nos sumerge Katniss, y otros momentos que no logran cobrar del todo vuelo. Así y todo, esta franquicia refuerza en su despedida su tono oscuro e insurrecto. En un escenario político global tan convulsionado y bélico como el que estamos atravesando, resulta por demás incómodo que un film mainstream se atreva a a plantear escenas como la de un ataque en el que varios civiles resultan masacrados, y que avance con tanta vehemencia hacia la destrucción absoluta del totalitarismo. El film lleva hasta sus últimas consecuencias la carga simbólica con la que sobrevuela un pájaro como el sinsajo, el ensamble de la esperanza y la rebelión, el ideal de la refundación de la humanidad. Es cierto que conceptos como los de la lucha de clases, la manipulación de los gobernantes sobre sus súbditos, y la mediatización del poder y la violencia; podrían adquirir un desarrollo más profundo e incisivo, pero en tiempos de reduccionismo total y de un Hollywood cada vez más lejano de la línea inconformista que supo cultivar a fines de los '60, resulta desafiante que una saga haya captado al público masivo con un puñado de planteos políticamente incorrectos. Y si bien Snow (impecable Sutherland) es mostrado siempre como un déspota sumamente impiadoso, la idea de ingresar como sea al Capitolio y asesinarlo es la síntesis de una tensión ideológica que se debate entre el ideal de justicia y el brutal ajuste de cuentas. Quizás los últimos minutos de Sinsajo - El final resulten un tanto almibarados, pero el cierre de esta saga, que incluye apariciones de un Philip Seymour Hoffman al borde de lo espectral tras su muerte en pleno rodaje, deja una sensación de incomodidad que va más allá del despliegue espectacular. Hollywood todavía es capaz de crear heroínas dotadas de una hipnótica carga mística: Katniss Everdeen, jamás te olvidaremos. Los juegos del hambre: Sinsajo - el final / The hunger games. Mockingjay - Part 2 / Estados Unidos / 2015 / 137 minutos / Apta mayores de 13 años / Dirección: Francis Lawrence / Con: Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Liam Hemsworth, Donald Sutherland, Julianne Moore, Philip Seymour Hoffman.